martes, 20 de abril de 2010

PRÓLOGO DE GUSTAVO MARTÍN GARZO A "EL CUARTO DE ATRÁS", DE CARMEN MARTÍN GAITE




Para hacer boca y empezar a motivar la lectura de "El cuarto de atrás" de Carmen Martín Gaite, voy a ir incluyendo algunos textos que os resultarán de interés. En primer lugar, el excelente prólogo que Gustavo Martín Garzo incluyó en una edición reciente

EL MISTERIO DE LA CAJITA DORADA

Chesterton solía decir que deberíamos aprender a mirar el mundo con
los ojos con que Robinson Crusoe miró los objetos que salvó del naufra-
gio. El hecho de que hubiera sol, árboles, dos sexos, debía producirnos
el mismo asombro que le produjo a él salvar sus dos rifles y el hacha. Pe-
ro el personaje de Defoe tenía dos vidas. Levantaba un orden habita-
ble, y anotaba en un cuaderno sus pensamientos: vivía en el plano de la
realidad y en el de la escritura. No es extraño que su caso se cite en El
cuarto de atrás, que es una novela sobre la soledad, y en que también
se habla de libros y de cómo se llegan a escribir. Hasta el punto de que
bien podemos decir que es una novela sobre el misterio de la escritura.
Porque ¿qué es la escritura? El cuarto de atrás entronca con esa tradi-
ción metaliteraria, que hace a los escritores preguntarse por el sentido
de lo que hacen. Porque ¿qué extraña tarea es esa de encerrarse en
una casa y dedicarse horas, días, meses, años enteros a escribir? Miguel
Delibes, en su discurso de agradecimiento por el Premio Cervantes, se
preguntó si la vida que había recibido de sus personajes era compara-
ble a la que él les había entregado. Y esta novela habla de esa vida
extraña que hay en las palabras, y de las dudas que inevitablemente
surgen en los escritores acerca de si merece la pena o no dedicarles su
tiempo.
Y, en efecto, una buena parte de las preocupaciones de C., su prota-
gonista, tiene que ver con los libros. Los libros que ha leído, y los que ella
misma ha escrito o quiere escribir alguna vez. El verdadero argumento
de El cuarto de atrás es la escritura de un libro. Un libro que, al final de la
novela, C. encontrará en su mesa, sin que pueda saber cuando ni có-
1 mo lo llegó a escribir. Un libro que es real y soñado a la vez. Real, porque
está en sus manos, y puede tocarlo y leerlo; soñado, porque procede
de esa irrealidad que se ha instalado en su casa durante una noche de
tormenta. Pero ¿no son todos los libros así? El poeta de Coleridge se trae
una rosa de sus sueños y C., la protagonista de esta novela, regresa con
un libro y una cajita dorada, que son la prueba de que lo que vivió fue
real.
El cuarto de atrás es un ensayo sobre el oficio de escribir, un libro de
memorias y una novela fantástica. Pero, por encima de todo ello, es
una larga conversación. Todos los libros de Carmen Martín Gaite son
una conversación, pues para ella escribir nunca fue distinto a hablar.
Hablar con alguien ausente, puede que desconocido, pero, en definiti-
va, una conversación en toda regla. Eso es escribir, para Carmen Martín
Gaite, la búsqueda de ese interlocutor providencial capaz de hacernos
decir cosas insospechadas. Porque hablar no es sólo contar lo que sa-
bemos, sino relacionarnos con lo que desconocemos. Hablar es encon-
trar cosas, salir al bosque y descubrir senderos nuevos, lugares misterio-
sos. Y eso queremos al escribir, encontrarnos con alguien que nos ayu-
de a pensar. Escribir es hablar con el pensamiento.
Y eso pasa con el hombre de negro, el extraño visitante de El cuarto de
atrás. Su llegada coincide con una tormenta. Es entonces cuando llama
a la puerta, entra en la casa y comienza la conversación. La crítica ha
comparado a este misterioso personaje con Mefistófeles, el diablo que
nos pide que el entreguemos el alma a cambio de satisfacer nuestros
deseos. Los deseos, en ese caso, tienen que ver con un nuevo libro,
puesto que C. es una escritora. No parece estar en sus mejores momen-
tos, y se pasa las noches en vela, tratando de encontrar algo que le in-
terese lo suficiente como para ponerse a escribir. Pero el hombre de
negro es un diablo muy particular. No le pide su alma, sino que le cuen-
te cosas. Viene a su casa para hacerle hablar. No tanto de hechos leja-
nos de su fantasía, sino del mundo de su infancia en Salamanca y Ma-
2 drid. El mundo de las revistas femeninas, de las novelas rosas, de sus fu-
gas adolescentes. El mundo de su propia memoria. Le pide sus recuer-
dos, pues para el hombre de negro el alma vive en las palabras.
Y aquí está la originalidad de este libro lleno de encanto. Carmen Martín
Gaite nos dice que a ese país del recuerdo solo cabe viajar con la ima-
ginación, pues los libros de memorias no son sino una rama de la literatu-
ra fantástica. ¿Pueden ser otra cosa? No, porque bien mirado, ¿de qué
se trata? De hablar de niñas y adolescentes, de sus anhelos, de sus fan-
tasías románticas, de sus aventuras secretas. Hablar de las películas y los
libros que las gustan, de sus juegos y fantasías, de las canciones que
hablan de lo extraño que es su corazón. No sabemos lo que hay en ese
corazón. Es ciertamente un lugar misterioso, lleno de llamadas, de pa-
sadizos ocultos, de aventuras que nadie antes ha vivido en el mundo. Se
confunde con ese cuarto de atrás que da título al libro. Es el cuarto el
de los niños. C. nos cuenta que en su casa de Salamanca había un
cuarto así. Era allí donde su hermana y ella se retiraban a jugar, donde
guardaban sus secretos y sus pequeños tesoros. Y, a lo largo de su con-
versación con el hombre de negro, C. hará el descubrimiento de que
nunca ha salido de ese cuarto, que si quiso ser escritora es para poder
pasarse en él toda la vida, ordenando papeles, dibujos, recibiendo visi-
tas extrañas. Que la literatura es esa lista de objetos salvados del nau-
fragio.
Antes dije que este libro habla del misterio de la escritura, pero en reali-
dad es un cuento. Carmen Martín Gaita pensaba que sólo los que
aman los cuentos están cerca de la verdad. En La niña de los fósforos,
una niña que se muere de frío se distrae encendiendo en la noche las
cerillas que le quedan. Le dan el calor que necesita para vivir y pueblan
su pensamiento de visiones. La protagonista de El cuarto de atrás es
como esa niña. No sabe qué hace en el mundo, por qué se empeña en
seguir escribiendo, ni si lo que guarda en ese cuarto es real o soñado.
Vive y muere a la vez, y la cajita dorada que descubre al final en el bol-
3 sillo de su pijama solo puede ser una cajita de fósforos como la que tie-
ne la niña de Andersen. ¿Qué haríamos sin ellos? Al encenderse, nos
cuentan nuestra verdadera historia. La historia de nuestros temores, de
nuestras visiones, de ese rastro de migas de pan que vamos dejando al
vivir. Las palabras de esta novela son como esas migas. Son sabias e in-
genuas, atrevidas y dulces; y nunca son solemnes. El camino de piedras
blancas sólo puede llevarnos adonde ya hemos estado, y no queremos
volver; el de migas de pan, lo hace al corazón del bosque, donde viven
los pájaros que se las llevan. Sirven para no morirnos de miedo. Porque
no se trata de ir al buen tuntún, sino de seguir un camino. De otra forma,
¿cómo soportaríamos unas noches tan negras? Un camino por el que
andan los que están perdidos, así es el camino de El cuarto de atrás, de
todos los cuentos que merecen la pena.

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