martes, 18 de mayo de 2010

Crítica de J.A.Gurpegui a "El libro de las ilusiones"

Incluímos una crítica de José Antonio Gurpegui para el suplemento "El Cultural" de El Mundo sobre El libro de las ilusiones (2003)

"Ésta es la mejor novela de Paul Auster. Hacía tiempo que añoraba -como tantos lectores- reencontrarme con el genuino narrador que contaba historias maravillosas, un tanto inquieto tras sus recopilaciones de relatos y ensayos que se me ntojaban menores

“Todo el mundo creía que (él) estaba muerto” es la primera frase; “Vivo con esa esperanza” es la última de El libro de las ilusiones. Y entre las dos, trescientas páginas de la mejor literatura norteamericana -y por qué restringirlo exclusivamente a la norteamericana- que podemos encontrar en el mercado. Acabo de leer la novela y la primera intención es encadenar todo un rosario interminable de adjetivos laudatorios. Me reprimo. Pero no puedo dejar de manifestar que es la mejor novela de Paul Auster. Sí; logra superar a la mismísima Trilogía de Nueva York. Creo que con eso ya está todo dicho. Hacía tiempo que añoraba -e imagino que más de un lector- el reencontrarme con el genuino Auster novelista que contaba historias maravillosas -como en Ciudad de cristal, El país de las últimas cosas o El palacio de la luna-, un tanto inquieto tras sus ediciones de guiones cinematográficos, recopilaciones de relatos y ensayos que se me antojaban menores al compararlos con lo ya conocido.

El libro de las ilusiones cuenta la historia de David Zimmer, o tal vez sea la de Hector Mann, o la de ambos, que bien pudiera ser la misma. Zimmer es profesor de literatura comparada en una universidad de Vermont. La víspera del décimo aniversario de su boda, su mujer y sus dos hijos tomaron un vuelo para ver a los padres de la esposa. Nunca llegaron a su destino. El dolor de la pérdida motivó que durante seis meses viviera “en una niebla alcohólica de dolor y lástima de mí mismo, rara vez moviéndome de casa, apenas molestándome en comer” (pág. 15). Todo cambia cuando accidentalmente -¿acaso podía ser de otra forma tratándose de Auster?-ve en la televisión un antiguo sketch de una película muda protagonizada por Hector Mann. A partir de entonces comienza a investigar sobre este director-actor de origen argentino y no muy conocido que desapareció misteriosamente en 1929, sesenta años antes de los acontecimientos. Primero se especuló, después se le dio por muerto y ahora está totalmente olvidado. Zimmer recorre archivos y filmotecas visionando sus películas, algunas de ellas remitidas de forma anónima tras la desaparición de Mann. Tarda un año en finalizar sus investigaciones y escribir el primer libro sobre Mann. Recibe entonces una enigmática carta de la esposa del director invitándole a visitarlos en Nuevo México. Dubitativo, no sabe qué camino tomar; la breve nota puede ser cierta o fruto de una mente perturbada. Alma Grund hará que las dudas se despejen. Se presentó en su casa, amenazándole con una pistola para que la siguiera: “Era la primera vez que me apuntaban con una pistola y me maravillé de lo cómodo que me sentía […] Vamos, dispare, le dije. Me haría un gran favor” (pág. 120). Pero no, no disparó, bien al contrario, se desencadenó entre ellos una apasionada relación amorosa, proyección de los sentimientos que sentían por Mann. Efectivamente, el actor estaba vivo y seguía rodando sus películas, con la condición de que nadie las visionara. El desenlace representa la sublimación de sus deseos.

éste es el argumento, pero tal vez resultaría más preciso señalar que el tema de esta novela no es otro que el arte, el arte por el arte que diría Pound, y la inmortalidad que de él se desprende. No se trata tanto de su innata cualidad catártica, sino de su dimensión de trascender. Zimmer perdió a sus hijos en un accidente de aviación; Mann al suyo por la picadura de una avispa; sus obras serán por tanto el legado espiritual que proporciona la “inmortalidad”. No pretendo sugerir que una aproximación psicoanalista sea la más acertada para entender la complejidad de esta obra; nos encontramos ante una novela genuinamente posmodernista. Tal afirmación, sin embargo, debe ser matizada, pues observamos cómo Auster va evolucionando del nihilismo de sus primeros títulos hacia una visión más optimista, positiva si prefieren, que ya adelantaba Tombuctú. La angustia existencial no resulta ahora tan agobiante y se aprecia una clara intencionalidad “redentora” de los personajes respecto a su propio pasado. ¿Nos encontraremos ante un giro de la narrativa posmoderna? El tiempo lo dirá, pero conviene recordar que en El arte del hambre citaba la frase de Beckett: “Habrá una forma nueva”.

Estructuralmente, Auster retoma su “tradicional” modelo narrativo de historia dentro de la historia, de tal manera que ambas se complementan y mimetizan hasta el punto de converger en un solo desenlace. La narración en primera persona propicia la verosimilitud, logrando incluso “convencernos” de la historicidad de lo narrado. Así, por ejemplo, el realismo de las precisas descripciones cinematográficas de las películas de Mann recrea la ilusión de visionarlas. Y, cómo no, la continua sorpresa, la resolución inimaginable, el retruécano narrativo se convierten en acicate para la lectura. Una lectura imposible de abandonar desde el primer párrafo."

José Antonio GURPEGUI

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