martes, 11 de enero de 2011

"Traiciones de la memoria" de Héctor Abad Faciolince






La memoria, esa vieja puñetera que nos hace repetir lo que no dijimos, recordar lo que no pensamos, acordarnos de quien no vimos jamás u olvidar un rostro mil veces visto, es el motivo que nutre "Traiciones de la memoria". Mezcla este magnífico libro de Héctor Abad Faciolince el ensayo, la ficción y la autobiografía, pero nunca se sabe dónde está cada cosa. Puro Borges. Los tres cuentos (o lo que sea) que componen este tríptico son ""Un poema en el bolsillo", "Un camino equivocado" y "Ex futuros". La primera historia recoge la senda abierta por su anterior y exitoso libro, "El olvido que seremos", cuyo título reverbera el primer verso del poema de JLB (¿Borges?) que su padre llevaba en el bolsillo cuando fue asesinado en Medellín el 25 de agosto de 1987.

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.

Este es el punto de partida: Héctor Abad Faciolince inicia un largo viaje que le lleva por once países y un sinfín de encuentros y desencuentros para tratar de descifrar la autoría de este poema, atribuido a Borges. El libro incluye un soporte paratextual muy interesante que refuerza la veracidad de la historia. Fuera o no de Borges, el afán de Héctor Abad era saber por qué su padre había transcrito ese poemita, de dónde lo había sacado y qué había sucedido en sus últimas horas de vida. Una inmensa historia de pasión filial. Este relato no tiene final ¿o sí?.






El segundo texto que compone el libro narra las desventuras de un expatriado en Italia, donde comparte pecaminosa pasión con una hermosa mujer y malandanzas en un espacio extraño para él, casi tanto como él para ese espacio.

El tercer relato abre la fruta que llevaba páginas enseñándonos: escribimos o leemos para vivir otras vidas, para encontrar satisfacciones donde no las hay, y para traicionar la memoria hilando frases en afrentas a las que no supimos responder, encontrando palabras que no supimos decir en su momento o inventamos pasados que jamás vivimos. Somos una ficción de nosotros mismos aunque no escribamos una sola letra.

Como el personaje de Javi en la película "Barrio" de Fernando León de Aranoa, cuando se le pregunta qué recuerda de su niñez, como poco bueno tuviera para recordar, dice "es que no me acuerdo...", memoria y olvido son las dos urdimbres con que el tiempo nos teje.

Os incluyo a continuación una serie de interesantes textos con los que podemos enmarcar y motivar nuestra lectura de “Traiciones de la memoria”: un fragmento del blog de Juan Cruz, un artículo de Vargas Llosa, una entrevista de Lilian Fernández Hall a Héctor Abad Faciolince y un reportaje de Horacio Bilbao en la interesantísima revista “Ñ” del diario argentino “Clarín”


JUAN CRUZ (06 FEBRERO, 2010) TRAICIONES DE LA MEMORIA

Hay algo muy especial en la escritura de Héctor Abad Faciolince que convierte todo lo que trata en algo interesante, en un texto que uno no se puede saltar, con lee siempre con el placer de saber que está disfrutando de un momento especial de la lectura. Donde Abad consiguió ese estado de gracia que ahora ya parece poseerle fue en su libro memorable El olvido que seremos (Seix Barral), sobre el asesinato de su padre, en Medellín, víctima del terror de ultraderecha que azota Colombia y la sigue amedrentando. Ese libro era una reconstrucción magnífica, conmovedora, del instante en que el padre de Héctor cae bajo las balas; el hijo se acerca al suceso con el temor tembloroso que alimenta el pudor, y alcanza alturas narrativas que sólo puede marcar un poeta. El título respondía a un verso supuestamente de Jorge Luis Borges que el padre llevaba en el bolsillo de la chaqueta cuando fue acribillado. El olvido que seremos. Alguien explicó en diversos artículos y otras intervenciones que el poema no era de Borges, sino apócrifo; yo recuerdo que estaba en La Gomera, hace dos años, cuando supe de la polémica por el propio Héctor, que estaba verdaderamente atribulado porque en algún momento pensó que, en efecto, le había atribuido al poeta argentino algo que no era suyo. Como Abad Faciolince tiene un enorme aprecio por la fidelidad de los datos y de la narrativa que trabaja desde que es un chico se dedicó a buscar y recorrió medio mundo para hacer una pesquisa universal acerca del origen del poema, hasta que halló la verdad verdadera: era de Borges, éste lo pensó, lo dictó, lo corrigió. El destino del poema es difícil de hallar, como una novela de misterio que se desenvuelve como un caramelo raro, y aquí está, el objeto mismo, en una edición que ha hecho ahora Alfaguara y que acabo de comprar en Cartagena de Indias. Anoche acabé el libro, conmovido otra vez por la historia primitiva, el asesinato del padre, y por la capacidad que ha tenido Héctor para convertir su paciencia y su escritura en los instrumentos de su arte. El libro se llama Traiciones de la memoria y a mi me gustaría recomendarlo.

TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA / LA AMISTAD Y LOS LIBROS
'El olvido que seremos', de Héctor Abad Faciolince, es una memoria desgarrada sobre la familia y el padre del autor y una inmersión en el infierno de la violencia política colombiana
MARIO VARGAS LLOSA 07/02/2010

Me pasó hace algunos años con Javier Cercas y ahora me acaba de pasar de nuevo con Héctor Abad Faciolince. Cuando leí la extraordinaria novela de aquél, Soldados de Salamina, no sólo me quedó en el cuerpo -bueno, en el espíritu- ese sentimiento de felicidad y gratitud que nos depara siempre la lectura de un hermoso libro, sino, además, una necesidad urgente de conocerlo, estrecharle la mano y agradecérselo en persona. Gracias a Juan Cruz, uno de cuyos méritos es estar inevitablemente donde se lo necesita, no mucho después, en una extraña noche en que Madrid parecía haber quedado desierta y como esperando la aniquilación nuclear, conocí a Cercas, en un restaurante lleno de fantasmas. De inmediato descubrí que la persona era tan magnífica como el escritor y que siempre seríamos amigos.

Me ocurre muy rara vez sentir esa urgencia por conocer personalmente a los autores de los libros que me conmueven o maravillan. Me he llevado ya algunas tremendas decepciones al respecto y, de manera general, pienso que es preferible quedarse con la imagen ideal que uno se hace de los escritores que admira, antes que arriesgarse a cotejarla con la real. Salvo que uno tenga la aplastante sospecha de que vale la pena intentarlo.

Después de leer hace algún tiempo El olvido que seremos, la más apasionante experiencia de lector de mis últimos años, deseé ardientemente que los dioses o el azar me concedieran el privilegio de conocer a Héctor Abad Faciolince para poder decirle de viva voz lo mucho que le debía.

Es muy difícil tratar de sintetizar qué es El olvido que seremos sin traicionarlo, porque, como todas las obras maestras, es muchas cosas a la vez. Decir que se trata de una memoria desgarrada sobre la familia y el padre del autor -que fue asesinado por un sicario- es cierto, pero mezquino e infinitesimal, porque el libro es, también, una sobrecogedora inmersión en el infierno de la violencia política colombiana, en la vida y el alma de la ciudad de Medellín, en los ritos, pequeñeces, intimidades y grandezas de una familia, un testimonio delicado y sutil del amor filial, una historia verdadera que es asimismo una soberbia ficción por la manera como está escrita y construida, y uno de los más elocuentes alegatos que se hayan escrito en nuestro tiempo y en todos los tiempos contra el terror como instrumento de la acción política.

El libro es desgarrador pero no truculento, porque está escrito con una prosa que nunca se excede en la efusión del sentimiento, precisa, clara, inteligente, culta, que manipula con destreza sin fallas el ánimo del lector, ocultándole ciertos datos, distrayéndolo, a fin de excitar su curiosidad y expectativa, obligándolo de este modo a participar en la tarea creativa, mano a mano con el autor.

Los cráteres del libro son dos muertes -la de la hermana y la del padre-, una por enfermedad y otra por obra del salvajismo político, y en la descripción de ambas hay más silencios que elocuciones, un pudor elegante que curiosamente multiplica la tristeza y el espanto con que vive ambas tragedias el encandilado lector.

Contra lo que podría parecer por lo que llevo dicho El olvido que seremos no es un libro que desmoralice a pesar de la presencia devastadora que tienen en sus páginas el sufrimiento, la nostalgia y la muerte. Por el contrario, como ocurre siempre con las obras de arte logradas, es un libro cuya belleza formal, la calidad de la expresión, la lucidez de las reflexiones, la gracia y finura con que está retratada esa familia tan entrañable y cálida que uno quisiera fuera la suya propia, hacen de él un libro que levanta el ánimo, muestra que aún de las más viles y crueles experiencias, la sensibilidad y la imaginación de un creador generoso e inspirado pueden valerse para defender la vida y mostrar que hay en ella, pese a todo, además de dolor y frustración, también goce, amor, ideales, sentimientos elevados, ternura, piedad, fraternidad y carcajadas.

Los dioses o el azar fueron benevolentes conmigo y organizaron las cosas de manera que en el reciente festival literario del Hay, de Cartagena, y, por supuesto, gracias a la intermediación del ubicuo Juan Cruz, conociera en persona a Héctor Abad Faciolince.

Naturalmente, la persona estaba a la altura de lo que escribía. Era culto, simpático, generoso y conversar con él resultó casi tan entretenido y enriquecedor como leerlo. A los diez minutos de estar charlando con él en el Club de Pesca de Cartagena, bajo una luna llena de carta postal, algunas siluetas de roedores merodeando por el embarcadero y frente a un suculento arroz con coco, supe que sería un buen amigo y compañero para siempre, y que hasta el fin de nuestros días tendríamos en la agenda el tema de Onetti, que a mí me gusta mucho y a él lo aburre. Espero tener tiempo y luces suficientes para persuadirlo de que relea textos como El infierno tan temido o La vida breve y descubra lo cerca que está el mundo de Onetti del suyo, por la autenticidad moral, la maestría técnica que ambos delatan y la impecable radiografía de América Latina que, sin proponérselo, han trazado ambos en sus ficciones.

En las tres horas y media que demora el vuelo de Cartagena a Lima leí el último libro de Héctor Abad Faciolince: Traiciones de la memoria. Son tres historias autobiográficas, acompañadas de fotografías de lugares, objetos y personas que ilustran y completan el relato. La primera, Un poema en el bolsillo, es de lejos la mejor y la más larga, y, en cierta forma, un complemento indispensable a El olvido que seremos. En el bolsillo del padre asesinado en Medellín, el joven Abad Faciolince encontró un poema manuscrito que comienza con el verso: "Ya somos el olvido que seremos". De entrada, le pareció de Borges. Confirmar la exacta identidad de su autor le costó una aventura de varios años, hecha de viajes, encuentros, rastreos bibliográficos, entrevistas, andar y desandar por pistas falsas, peripecia verdaderamente borgeana de erudición y juego, una pesquisa que se diría no vivida sino fantaseada por un escribidor "podrido de literatura", de buen humor, picardía y abundantes alardes de imaginación.

Esta averiguación parece al principio un empeño personal y privado, una manera más para el hijo destrozado por la muerte terrible del padre, de conservar viva y muy próxima su memoria, de testimoniarle su amor. Pero, poco a poco, a medida que la investigación va cotejando opiniones de profesores, críticos, escritores, amigos, y el narrador se encuentra vacilante y aturdido entre las versiones contradictorias, aquella búsqueda saca a la luz temas más permanentes: la identidad de la obra literaria, sobre todo, y la relación que existe, a la hora de juzgar la calidad artística de un texto, entre ésta y el nombre y el prestigio del autor. Respetables académicos y especialistas demuestran desdeñosos que el poema no es más que una burda imitación y, de pronto, una circunstancia inesperada, un súbito intruso, pone patas arriba todas las certezas que se creían alcanzadas, hasta que las pruebas llegan a ser rotundas e inequívocas: el poema es de Borges, en efecto. Pero su valencia literaria ha ido modificándose, elevándose o cayendo en originalidad e importancia, a medida que en la cacería aumentara o disminuyera la posibilidad de que Borges fuera su autor. El texto se lee con fascinación, sobre todo cuando se tiene la sensación de que, aunque todo lo que se cuenta sea cierto, aquello es, o más bien se ha vuelto, gracias a la magia con que está contado, una bella ficción.
Esta historia y las dos otras -la del joven escribidor medio muerto de hambre y tratando de sobrevivir en Turín y el ensayo sobre los "ex futuros"- tuvieron la virtud de hacerme olvidar durante tres horas y media que estaba a 10.000 metros de altura y volando a 800 kilómetros por hora, sobre los Andes y la Amazonía, sensación que siempre me llena de pavor y claustrofobia. Está visto que me pasaré el resto de la vida contrayendo deudas con este escribidor colombiano.
© Mario Vargas Llosa, 2010
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2010

ENTREVISTA DE LILIAN FERNÁNDEZ HALL A HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

Con el éxito de su libro El olvido que seremos, dedicado a la memoria de su padre, el escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince logró el reconocimiento ya no sólo de su país de origen, sino de toda América Latina y España. Con catorce ediciones en Colombia y tres en España desde su publicación en 2006, este libro de difícil clasificación (¿testimonio?, ¿ensayo?, ¿memorias?, ¿novela?) ha logrado cosechar un sinnúmero de comentarios elogiosos y ha ubicado a su autor como uno de los más representativos escritores latinoamericanos del momento.

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) se ha desempeñado como periodista, traductor, editor y escritor. Autor del libro de cuentos Malos pensamientos (1991), las novelas Asuntos de un hidalgo disoluto (1994), Fragmentos de amor furtivo (1998), Basura (2000, ganadora en España del primer Premio Casa de América de Narrativa Innovadora) y Angosta (2004). Es, además, autor del libro de “género incierto” denominado Tratado de culinaria para mujeres tristes (1996, traducido al alemán, italiano, griego y portugués), los libros de ensayos breves Palabras sueltas (2002) y Las formas de la pereza (2007), así como la crónica de viajes Oriente empieza en El Cairo (2002). Como periodista, ha sido columnista de las revistas Cromos, Cambio, El Malpensante y de los periódicos El Espectador, El Colombiano y El Nacional de Caracas. Abad Faciolince vive actualmente en Medellín y trabaja como columnista de la revista Semana de Bogotá.

El olvido que seremos

El olvido que seremos fue un libro cuya escritura, como tú mismo has dicho, ocupó tus pensamientos durante casi veinte años. Ahora ya está escrito y ha sido recibido de manera muy positiva por los lectores y la crítica. ¿Qué sientes? ¿Satisfacción, vacío, alivio, nostalgia?

Ni mis editores ni yo creímos nunca que el libro fuera a tener tantos lectores ni tantas reseñas entusiastas. Para mí era un libro casi privado, escrito en primer lugar para mis hijos y mi familia. Para que mis hijos entendieran el pasado del que venían y para que comprendieran algunas obsesiones mías. Escrito también no para mi padre, pues él no lo puede leer (no creo en la vida después de la muerte), pero sí por mi padre, por su memoria, por su vida. Yo siento una gran tranquilidad después de haber escrito el libro; era algo que tenía que hacer, uno de los pocos deberes ineludibles de mi trabajo como escritor y de mi responsabilidad como persona.
En El olvido… dices: “Mi vida y mi oficio carecerían de sentido si no escribiera esto que siento que tengo que escribir, y que en casi veinte años de intentos no había sido capaz de escribir, hasta ahora” (232). ¿Fue alguna circunstancia en particular que te permitió escribir este homenaje después de 19 años, o fue simplemente un producto de la reflexión de todos esos años?

Ninguna circunstancia en especial, sino la constancia de los años. Como una y otra vez lo intenté sin éxito, pero nunca dejé de intentarlo, un día, al fin, me di cuenta de que había hallado el tono adecuado. Adecuado, al menos, para llegar hasta el final de la historia. Si escarbo entre mis papeles encuentro muchos intentos fallidos, e incluso en mis libros publicados hay intentos de contar episodios de la vida o la muerte de mi padre. Diría que en todos los libros se me salía un pedazo de esta historia, pero sólo esta vez pude llegar hasta el fondo.

Tú describes a tu producción anterior a El olvido… como “divertimentos y allegrettos de palabras” (Las formas de la pereza, 110), a los cuales te has dedicado mientras maduraba el proyecto del libro dedicado a tu padre, y a los que retornarás sin remordimiento una vez concluido ese trabajo. ¿Consideras realmente tu trabajo literario anterior solamente como una práctica de “el viejo arte de la evasión”? ¿Incluyes también en esa descripción a novelas como Angosta o Basura?

Tal vez fui un poco injusto con mis libros anteriores. Yo tiendo a menospreciar lo que he hecho en el pasado. Vivo muy intensamente el presente y el pasado se me va borrando. Lectores que me quieren dicen que las cosas no son así. Tal vez algún día yo llegue a decir que tampoco El olvido... es literatura bien escrita. Tengo muchas dudas sobre lo que ya publiqué; afortunadamente confío en lo que estoy haciendo. Es cuando pasa el tiempo que me parece que ya no sirve, que ya no vale. Uno no sabe nunca bien si lo que escribe vale la pena o no, pero yo no sirvo para otra cosa.
Europa

Hace poco concluiste tu período de trabajo en Berlín, como becario del Servicio de Intercambio Académico Alemán. Cuéntanos algo de esta etapa: ¿qué ha significado para ti, en el plano laboral y qué te ha aportado como experiencia personal?

La del DAAD es una beca extraordinariamente generosa: un año sin compromisos, con todo el tiempo para leer y escribir y pasear, y sin ninguna obligación. Es el ideal y el paraíso del antiguo mecenazgo europeo. No escribí mucho, pero sí leí, pensé, caminé, viví intensamente en una ciudad que es muy agradable. Museos, bicicleta, parques, exposiciones, amigos, comida, cerveza. Digamos que fue un año de felicidad y que también allí se gestó la idea y los primeros pasos del libro que sigo escribiendo. La historia es bonita, y se la debo a la paz de Berlín.
Tú has dicho en una entrevista: “No me gusta ese miedo, esa xenofobia que hay en el primer mundo contra nosotros.” ¿Cómo has percibido el ambiente europeo en ese sentido, desde tu estadía en Berlín y tus frecuentes viajes?
Yo no he tenido dificultades. En Berlín nunca me hicieron sentir mal. Lo cierto es que yo me puedo camuflar como un europeo del sur, y eso hace mucho más fáciles las cosas. Si eres negro o aborigen australiano o indio suramericano, la cosa es a otro precio. La gran mayoría de los europeos no son racistas ni xenófobos, pero hay un porcentaje alto de personas que sí lo son. La inmigración es un gran problema del siglo XXI. Habrá que definir qué porcentaje de población foránea están dispuestos a aceptar los europeos. Yo creo que si se llega paulatinamente a un 20 o 30 por ciento de población de orígenes étnicos distintos, los europeos no deben temer por la desaparición de su cultura, y sí por un enriquecimiento cultural, económico, comercial. El miedo que a mí más me molesta es el de las visas y los controles paranoicos, como si todos fuéramos terroristas; eso es inaceptable.
Literatura

Si bien te dedicas fundamentalmente a la narrativa, muchos de tus libros no pueden clasificarse en géneros tradicionales: narrativa “innovadora”, homenaje, testimonio, “divertimento”. ¿Es una característica personal tuya la de borrar o transgredir las fronteras de los géneros o es algo común a los escritores latinoamericanos actuales? Tú has hablado de la “hibridación” de la novela contemporánea. ¿Te refieres a este fenómeno?

Creo que hay dos tipos de artistas: los que hacen toda la vida variaciones sobre una misma obra, y los que en cada período de su vida se enfrentan con problemas distintos y tratan de meterse por un nuevo camino. Hay pintores que hacen básicamente toda la vida el mismo cuadro (Botero), o que escriben el mismo libro (Rulfo, en parte García Márquez) y pintores que varían (Picasso) o escritores que buscan (Calvino). No creo que unos sean mejores que otros, sino que es cuestión de personalidad. Hay gente más fiel a lo que hace y a su vida y a sus obsesiones. Otros nos aburrimos y somos infieles. Ni una postura ni la otra es garantía de nada; es una actitud vital que tiene que ver con la personalidad. A mí me aburriría mucho hacer siempre cosas parecidas y por eso cada libro mío tiene poco que ver con el anterior.

Un tema que surge con cierta recurrencia en tus escritos (sobre todo en el Tratado de culinaria para mujeres tristes, pero también en otros textos) es la reflexión sobre la huella que deja el tiempo en nuestros cuerpos, el lento decaimiento que indefectiblemente sufre el ser humano con el transcurrir de los años, y la manera de enfrentar o sobrellevar este cambio. ¿Es la tuya nada más que una reflexión sobre este fenómeno, o implica también una cierta angustia personal ante el hecho indefectible de envejecer?

Decir que la vejez es agradable es un consuelo que se inventan algunos viejos. Envejecer, ante todo, es acercarse a la muerte, y si a uno le gusta la vida, esa sola cercanía es molesta. Mejor sería no envejecer nunca y suicidarse cuando uno se aburra de estar vivo. Quedarse para siempre a los 33 años, máximo. Claro, hay vejeces sanas y vejeces enfermas, vejeces solitarias y sedentarias y vejeces vitales. No me gusta envejecer, pero lo acepto, y espero envejecer con dignidad, sin ocultar los rastros del tiempo. ¿Qué más se puede hacer? Es como la estatura o la belleza: uno nace de cierto tamaño y con ciertas características físicas. Lo mejor es aceptarlas, así a uno le gustara medir diez centímetros más o menos, y tener los ojos o las orejas distintos.

Uno de los temas de tu novela Basura es la finalidad de la escritura: por qué, para qué y para quién escribimos. Tu personaje Davanzati dice: “Escribo como quien orina, ni por gusto ni a pesar suyo, sino porque es lo más natural, algo con lo nació, algo que debe hacer diariamente para no morirse y aunque se esté muriendo”. ¿Por qué y para quién escribes?

Nunca he entendido por qué no les preguntan a los ingenieros por qué hacen puentes y a los escritores sí por qué escriben libros. Es como si lo nuestro fuera una vocación sacerdotal, dictada por el Espíritu Santo, un llamado del mundo ultraterreno. Creo que es simple. Así como un ingeniero ve que se le dan bien las matemáticas y que le gusta manipular objetos mecánicos, el escritor se da cuenta de que le gusta leer, contar historias y que le sale bien escribir (que le celebran lo que escribe). Es así de simple, sin llamados misteriosos, sin vocaciones venidas del más allá. Es una combinación: uno descubre que tiene un talento, como lo descubren los músicos (no hay músicos sordos, salvo al final de su vida), y si le va bien al desarrollarlo, tal vez se dedique a eso toda la vida. Escribo libros como los arquitectos diseñan casas. Tal vez la diferencia está en que los arquitectos lo hacen para vivir. Yo escribiría aunque nadie me pagara por escribir. ¿Será esa la parte sacerdotal de la escritura? ¿Que es una pasión?

Alguna vez dijiste que estabas convencido de la inutilidad de la literatura. ¿Sigues pensando lo mismo?

Pienso que la literatura no es una actividad tan importante. Tal vez tiene más prestigio de la cuenta, y los escritores se creen mucha cosa. En el gremio de los escritores hay de todo: genios, bobos, buenos, malos, idiotas, malévolos, bondadosos. No entiendo por qué a los escritores los ponen a opinar sobre los temas más distintos; es mejor que llamen a los expertos de cada área, pues en general los escritores no saben sino de literatura, y eso es muy poca cosa. La utilidad de la literatura, para mí, es que paso horas leyendo, y esas horas me han hecho muy feliz. Si consigo lo mismo con algún lector, alguna vez, habré cumplido con mi tarea.

Blogs

Tu experiencia como blogger fue corta y tus motivos para abandonar esa modalidad de escritura son muy razonables y respetables. Nos quedó a muchos, sin embargo, el deseo de seguir leyendo tus reflexiones y comentarios. ¿Reincidirás alguna vez?
Mi abuela materna, que se murió en 1982, solía repetir esta frase: “¡Malhaya no haber nacido en esta época!” Frente a los bloggers, a veces yo he sentido algo parecido, aunque yo vi nacer Internet y probablemente fui uno de los primeros en tener correo electrónico. Soy un enamorado de las posibilidades de la Red, y los blogs me parecen un mundo abierto. Sin embargo, yo nací todavía en la era del libro de papel. Soy librero (de libros viejos), editor de libros, traductor de libros y también escribo libros. Me puse a hacer un blog pensando que la cosa era simplemente un cambio de soporte: la red en vez del papel. Es eso, pero es más que eso, y requiere mucho más tiempo del que yo pensé. En todo caso nunca digo de esta agua no beberé. Si hubiera nacido diez años más tarde, seguramente yo sería un blogger. No soy asiduo de ninguno, pero en mis búsquedas voy a dar a muchos, y casi siempre encuentro material de lectura y de aprendizaje muy interesantes.

Colombia

¿Qué planes tienes ahora que estás de vuelta en Medellín?
He vuelto a mi trabajo como editor; paso a ratos por mi librería y me he hundido otra vez de lleno en la realidad nacional. Colombia es un país tan intenso que no te permite sentir nostalgia de nada. Llegas, y la realidad es tan fuerte que se impone. Pienso seguir viviendo aquí, con salidas esporádicas afuera. Quisiera, antes de morirme, vivir un año en varias ciudades del mundo. Creo que la próxima será Buenos Aires. Pero creo que me voy a morir en Medellín, “y el día esté lejano”. Mis planes son ya los mismos de siempre: leer, escribir, comentar el presente, encontrar las palabras para contar bien las cosas y tratar de no volverme un fanático en ningún sentido.

Tú hablas del poder cuestionador y contestatario de la literatura en una sociedad cerrada y autoritaria, mientras que, en el otro extremo, en una sociedad abierta y permisiva, estarían los escritores que deben luchar para que sus textos no desaparezcan o sean ignorados o asimilados por una sociedad inmune a todo cuestionamiento. ¿Cómo es escribir en Colombia?

Hay muchos temas. Y te tienen en cuenta: te leen, te insultan, te amenazan. Es como si la gente confiara todavía en el poder de la palabra, en la influencia del periodismo. Uno se siente protagonista de lo que ocurre, aunque sea una mera ilusión. Colombia es una sociedad semi-abierta. No hay censura, no hay prohibiciones por parte del gobierno, pero sí hay un control amenazante de parte de muchos poderes. No tanto en la literatura como en el periodismo, y más si eres de radio o de televisión. No somos un país muy letrado. No nos aburrimos nunca, en mi país, pero yo aspiro a vivir en un país un poco más normal, menos interesante, un poco más aburrido. Debemos aspirar a ser normales, como los matrimonios normales, que son un poco aburridos, pero uno no puede vivir en pasiones, melodramas, amores furtivos permanentes. Qué cansancio.

Pienso en el escritor Fernando Vallejo: provocador, egocéntrico, conflictivo, pero, en definitiva, un destacado escritor. Se notó su ausencia en la Feria del Libro de Guadalajara (dedicada este año a Colombia). A pesar de haber renunciado a la nacionalidad, no podría menos que considerarse como un escritor colombiano de renombre. ¿Por qué crees que no se lo invitó?

Creo que lo deberían haber invitado. Él no hubiera ido, pero hoy no tendría un motivo más para quejarse de la maldad y mezquindad de su horrible país. Además, él tuvo que recuperar su ciudadanía hace poco. Estuvo en Bogotá haciéndose un transplante de córnea, y en Colombia está prohibido que se donen córneas a los extranjeros. Tuvo que desempolvar la cédula.

¿Sigues siendo optimista en cuanto al futuro de Colombia?

A largo plazo, sí. Digamos que antes de la extinción del universo, antes que se apague el sol, viviremos un período suizo, de próspera tranquilidad. Pero ese tiempo no se cuenta en años, sino en siglos. Aunque también creo que el mundo de aquí a cincuenta años no es siquiera imaginable. A lo mejor ni siquiera existan muchos países y haya otro tipo de fronteras. La profesión de profeta es muy ingrata: sólo aciertan unos pocos, y los que aciertan, aciertan por azar.


REVISTA Ñ DE CULTURA DEL DIARIO CLARÍN (ARGENTINA) / HORACIO BILBAO

AL RESCATE DE UN POEMA ATRIBUIDO A BORGES


Hace más de veinte años, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince encontró en los bolsillos de su padre asesinado un poema desconocido atribuido a Jorge Luis Borges. A partir de entonces, se zambulló en una pesquisa que lo llevó de Francia hasta la Argentina para confirmar la autoría del mismo. "Nunca tuve dudas", asegura en esta entrevista.

Colombia, 25 de agosto de 1987. Los paramilitares acribillaron al Doctor Héctor Abad en la calle Argentina de Medellín. Su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, llegó unos minutos después. Lo encontró ya muerto. Lo besó y de su bolsillo sacó dos papeles. Una lista de personas amenazadas por los fascistas entre los que estaba el muerto y un poema sobre la muerte. Firmado: JLB. Aunque en ese entonces el poema tenía una importancia menor para Abad, él mismo lo consignó en su diario y lo hizo público en noviembre de ese año, en el dominical de El Espectador. Allí escribió que era de Borges. Por su belleza y por la forma en que lo encontró, el poema es también el epitafio de la tumba del padre: "El olvido que seremos..." Y es el eje de una historia hermosa, trágica e intrigante, que para algunos se cierra ahora, en Bogotá, 22 años después.

"Esperé mucho tiempo. No sólo para escribir la historia sino para darme cuenta de que había una historia", dice ahora Abad. Hace dos años pudo escribir un libro sobre su padre, El olvido que seremos , lo tituló. "Hablo de la bondad de mi padre y de la maldad de los asesinos; el soneto todavía no me importaba", comenta Abad. Al final, hay una mención del poema. Tardó 20 años para escribir ese libro, acompasado por el dolor. Y durante esos 20 años no pasó nada.

Pero de repente, a la luz del éxito comercial de su obra, el poema se volvió polémica. Ganó una importancia repentina. "Muchos me acusaron. Decían que estaba tratando de unir mi nombre de enano a la figura gigantesca de Borges para vender", recuerda Abad. Entonces todo el mundo empezó a negar que el poema fuera de Borges.

Decían, sin vueltas, que Abad había inventado eso del poema en el bolsillo. "Pensé entonces que la belleza del poema debía ser rescatada, descubriendo a un autor distinto a Borges o confirmando que el poema era de él".

Abad decidió ir a fondo, fuera lo que fuera. Pero tenía varios problemas. El poema no aparece ni en la Obra Poética ni en las Obras Completas de Borges. Para colmo, perdió el papel que su padre había escrito de puño y letra. Pero ya estaba obsesionado, tenía que averiguar de quién era. Primero un poeta colombiano le dijo a Abad que ese poema había sido escrito después de la muerte de su padre. El soneto que Abad padre, defensor de los derechos humanos asesinado por los paramilitares, llevaba en su bolsillo, no había sido escrito. Toda una declaración.

El poeta colombiano no es otro que Harold Alvarado Tenorio. El publicó estos poemas en 1993. Lo hizo con errores de métrica, cambiando unas palabras y repitiendo otras. "Esto despistó a los expertos" que reafirmaron el plagio, detalla Abad. ¿Qué dice Tenorio? Al principio tenía varias versiones. "Me dijo que eran de él, luego que eran de Borges y que se los habían entregado a una amiga de él Nueva York", cuenta Abad, que lo entrevistó varias veces. ¿De dónde había sacado su padre entonces aquel poema, seis años antes de que los publicara Tenorio?

Enceguecido, Abad contrató a una estudiante para hurgar archivos y les escribió por e-mail a una decena de expertos en la obra de Borges. También le pidió a un amigo que auscultara a María Kodama. Mientras los académicos y la viuda de Borges certificaban el plagio, su asistente hacía la tarea. Entre otras cosas publicó un artículo en un periódico de Medellín, pidiendo datos del poema. Y dio resultado. Un día, en la librería de culto que Abad tiene en Medellín, apareció repentinamente una mujer, Tita Botero. Sabía de dónde había copiado su padre el poema.

Botero le entregó a Abad un recorte de la revista Semana, del 26 de mayo de 1987, con una nota de introducción, una foto de Borges en el centro y abajo dos sonetos, explicados así: "Acaba de aparecer en Argentina un 'librito', hecho a mano, de 300 copias para distribuir entre amigos. El cuaderno fue publicado por Ediciones Anónimas y en él hay cinco poemas de Jorge Luis Borges, inéditos todos y, posiblemente, los últimos que escribió en vida. Casi un año después de la muerte de Borges, se publica este cuaderno por un grupo de estudiantes de Mendoza, Argentina, que tienen toda la credibilidad y el respeto para obligarse a decir la verdad. Aquí reproducimos dos de esos cinco últimos poemas de Borges." Uno era el suyo.

Su asistente hizo el resto. Buceando en la memoria consiguió los archivos del programa de radio que Abad padre hacía semanalmente en Medellín. En uno de ellos, el doctor había leído el poema. Y tenían la grabación. Abad volvió a escuchar la voz de su padre después de 20 años y con semejante confirmación fue a buscar a Tenorio, quien reconoció que fue Jaime Correas, uno de los estudiantes mendocinos que mencionaba Semana, quien le había hecho llegar los sonetos. "Tal como los había publicado Correas, los poemas sí eran atribuibles a Borges, eran perfectos", recuerda Abad. Los errores eran de Tenorio.

Abad consiguió el e-mail de Correas, quien le confirmó todo. Una de las puertas de esta historia, se abría en Mendoza. Correas, le contó su historia y Abad encontró en Correas la historia que siempre buscó. Esto es lo que cuenta Correas:

"Los sonetos fueron dados en mano por Borges a Franca Beer, una italiana que vivió en Mendoza casada con Guillermo Roux. Ambos, junto al poeta galo Jean-Dominique Rey, fueron a visitar a Borges. Roux hizo unos dibujos de él mientras el francés lo entrevistaba. Al final de la entrevista, Rey le pidió a Borges unos poemas inéditos. Borges le dijo que se los daría al día siguiente, para lo cual Franca volvió sola al otro día. Borges le dijo que abriera un cajón y que sacara unos poemas que allí había. Ella los tomó, hicieron copias y se los dio. Franca conoce acá a un personaje adorable, que hoy está viejito, pero vivo, llamado Coco Romairone. El se los hizo llegar a uno de mis compañeros. Yo los estudié y publicamos cinco de los seis que llegaron. Pero hay más, Rey los tradujo al francés y los publicó con los dibujos de Roux en Francia en su revista".

Pocos meses después, Abad viajó a Mendoza. "Tenía que conocer a Jaime Correas y a Coco Romairone, para que me dijeran todo cara a cara", cuenta. Fue también a Buenos Aires a ver a Franca Beer y a Guillermo Roux, y a París a encontrarse con Dominique Rey, los otros protagonistas de esta historia. "Me parecía importante que todos los que estaban involucrados en esta trama me lo dijeran frente a frente", dice Abad. Pero con los años también entre ellos surgieron algunas contradicciones. Franca Beer dice que fue a ella a quien entregaron los poemas y Dominique dice que fue a él. "Yo creo que Borges se los dio a los dos", reparte Abad.

Hasta que no fue a Mendoza y recibió aquel cuadernillo editado por Correas, hasta que no fue a París y vio a Dominique Rey con sus poemas con correcciones a mano, hasta que en Buenos Aires con Franca Beer y Guillermo Roux hablaron sobre aquel dibujo, todo era un juego de copias y originales intrigante y curioso. Pero entonces Abad se convenció de que los poemas eran en verdad de Borges. ¿Falta que los lectores y expertos piensen lo mismo? "Si quieren, yo ya estoy tranquilo", responde Abad.

Con el círculo cerrado, durante dos años Abad y Correas se fueron contando cosas. Quisieron escribir la historia a cuatro manos, convertirla en un libro. Pero no salió. Entonces decidieron que cada uno hiciera el suyo. Abad llegó a las 100 páginas y claudicó. "Era muy largo, como es una historia sobre Borges, necesita la concisión que Borges practicaba", reflexiona. Correas sí lo hizo, y vino con el manuscrito a Colombia para que Abad le de el visto bueno. En eso están, cruzando historias, sin mezquindades.

Ahora ambos, con sus historias paralelas que se tocan en muchos puntos, fueron la sensación del Festival Malpensante que se hizo en Colombia. En una mesa de Bogotá se agradecen mutuamente. Acaban de contar la historia juntos, frente a un auditorio colmado, que los aplaudió a rabiar. "Me regalaron su historia", dice Abad sobre los mendocinos. "Nunca tuve dudas. Hace 20 años que se que esos poemas son de Borges", suma Correas.

Hasta esta aparición de Héctor, y de su padre asesinado con el poema en el bolsillo, los poemas estaban ahí, en un cuadernillo publicado hace 20 años.

Ahora hay en el aire un sinfín de historias para contar, y tantos más protagonistas. Lo dice Correas, la discusión va a existir siempre, porque el único que podría dirimirla sería Borges. Pero a ninguno de ellos parece importarle el veredicto, su historia está cerrada. Abad lo tiene claro: "Salí a buscar al autor de ese poema para atribuírselo, aunque el mismo poema diga: No soy el insensato que se aferra, al mágico sonido de su nombre".

5 comentarios:

  1. Es una historia fascinante, ir siguiendo las pesquisas del autor. Cuando se pone a escribir han pasado ya muchos años, pero nos da alguna pista: que salió del país casi con lo puesto, nos habla de Turín... Y en el segundo cuento nos narra aquellos primeros momentos. Otro desarraigado y lo curioso es que lo rechacen por su castellano... Son divertidas sus ironías y el juego con el lenguaje, primero el típico de Colombia y él mismo que se traduce. El libro se cierra desde el presente, Me gusta la palabra "ex-futuros" ¿Quién no se ha preguntado alguna vez qué hubiera ocurrido si en un momento concreto hubiéramos tomado una decisión diferente?. Juana Mary

    ResponderEliminar
  2. Muy interesante "Traiciones de la memoria" lo que fue y fuimos en un momento distante del lapso del espacio tiempo.

    ResponderEliminar
  3. La anécdota es fascinante; su narración tiene algunas lagunas y fallas estilísticas, pero la figura portentosa de Borges preside en todo momento el primer relato de 'Traiciones de la memoria'. Solo con ella el lector tiene de sobra para disfrutar.

    ResponderEliminar
  4. UNO DE NUESTROS MEJORES ESCRITORES SOCIOLOGO DE ALMA Y CUEEPO CANTA PERMANENTEMENTE A LA VIDA Y NOS SACA DEL LETARGO DE NUESTRA INDIFERENCIA.

    ResponderEliminar