viernes, 8 de abril de 2011

Para leer "Mamá" de Joyce Carol Oates...




Ofrecemos algunos materiales muy interesantes.

Entrevista en el suplemento "Ñ" del diario argentino "Clarín" (21 de marzo):

Entrevista con Joyce Carol Oates
"La literatura significativa es política"
Dueña de una voz original, en esta entrevista la escritora Joyce Carol Oates habla de su última novela, La hija del sepulturero, recientemente publicada en en la Argentina. "Los personajes femeninos de mis libros eligen con precaución su lenguaje para poder sobrevivir", dice la autora.
Por: Márgara Averbach

Sólo palabras. La entrevista se hizo por correo electrónico: sin gestos ni tonos ni silencios. Sólo palabras. Y las palabras son el oficio de Joyce Carol Oates: en la literatura de Oates, cada historia tiene su propio método narrativo. Nada más distinto que Agua negra y Blonde ; en las dos, las voces hacen lo que las dos historias requieren. Estas respuestas son así también: dicen lo que quieren decir de la mejor manera posible.

Usted utiliza técnicas narrativas diferentes para cada uno de sus libros. Esas diferencias en el tratamiento del tiempo, el suspenso, las voces, ¿son evidentes para usted desde el comienzo de la escritura? ¿Cuáles son sus puntos de partida?

Mi escritura es un desafío para mí desde dos perspectivas: el "contenido" de la historia –lo que trata la historia (literalmente)– y la "forma" de la historia –cómo se la presenta a los lectores, párrafo por párrafo. Aunque a mí me acosan las imágenes y los sueños diurnos, soy una "formalista", siempre fascinada por las formas de la literatura, las posibilidades del discurso narrativo. Me gusta mucho contar historias de distintas formas, formas relevantes para los temas que exploro. Mis puntos de partida son por lo menos dos: los personajes y la "forma" (incluyendo el habla que corresponde a cada personaje).

¿Sabe dónde va la historia desde que empieza a escribir o la va descubriendo más tarde?
Los novelistas tienen que tener una idea general –tan específica como sea posible– antes de sentarse a escribir. Es igual que un explorador que necesita una idea de sus metas y el (probable) sentido de su aventura. Yo no empezaría a escribir una novela larga sin saber la escena final y las últimas palabras. Para mí, lanzarse de esa forma sería una locura fatal. Mis novelas están muy cuidadosamente planeadas, hago esquemas de escenas y borradores de capítulos antes de empezar. Es equivalente a la "preproducción" de una película: el tiempo de filmación es muy corto comparado con el de la preproducción, que lleva meses, hasta años. Pero el argumento siempre evoluciona, sufre cambios significativos cuando escribo. En general, me pasa que no necesito algún capítulo final que pensé que iba a necesitar. En el caso de La hija del sepulturero , me di cuenta de que la historia de Rebecca había terminado y de que sólo me quedaba el intercambio de cartas entre ella y su prima "perdida". Aunque soy autora de esas cartas, nunca dejan de hacerme llorar... Es muy raro: tal vez porque Rebecca está basada en mi abuela paterna, me conmueve enormemente ese intercambio tan tardío entre las dos primas.

En todas sus novelas, la Historia es una fuerza esencial. ¿Le parece que el siglo XXI trajo cambios en su manera de pensar esa fuerza?

En sus sentidos más amplios y más específicos, quizá la Historia es el tema subyacente de todas mis novelas. Me refiero a la intersección entre el individuo y la "Historia"; como en Blonde , donde la icónica Marilyn Monroe se ve arrastrada por la paranoia política de la década de 1950, un tiempo horrible en la historia de los EE.UU., con persecuciones a los ciudadanos por parte de los "anticomunistas" como el senador McCarthy en el poder. Y no creo que haya un cambio evidente entre el siglo XX y el XXI. Mis estudiantes de Princeton no son muy diferentes de los que tenía en la misma universidad hace una o dos generaciones. Desde la maravillosa, mágica elección de Obama a nuestra peligrosa presidencia, hay una nueva sensación de apertura y esperanza, de optimismo y posibilidades en muchos estudiantes de distintos orígenes étnicos... Otros, en cambio, no han cambiado mucho, tal vez nada.

Cierta crítica tiende a considerar que la literatura política tiene menos valor que la "no política". Yo leo sus libros como muy políticos. ¿Cree que hay relación entre los libros y lo que está fuera de ellos?

A mí me parece que las novelas políticas –las de Stendhal, Flaubert, George Eliot, Joseph Conrad, Tolstoi– son las obras de ficción más grandes. La mayoría de mis novelas tiene un significado político –la intersección del individuo con la sociedad a gran escala, como dije– y ése es el único tipo de literatura política que creo significativa. Las obras políticas de Shakespeare son tragedias primero y en segundo lugar, son políticas, pero lo "político" es esencial para su profundidad, su significación permanente. En cuanto a la relación entre los libros y el "mundo exterior", es íntima. Como dijo Stendhal en una famosa cita: una novela es una especie de "espejo" que se mueve por un camino; yo agregaría, como hubiera dicho Virginia Woolf, que también tiene que aparecer el "mundo interior".

¿Hay alguna diferencia entre sus novelas con personajes "históricos" y las que tienen como protagonistas a "personas comunes", como La hija del sepulturero ?

La distinción entre esos dos tipos de novela me parece temática: en uno, está la imagen pública (muchas veces abusada, malentendida, vilipendiada), la de Marilyn, que fue la persona pública de Norma Jeane Baker, y en el otro, lo que parece sólo privado e individual. Pero en realidad Norma Jeane Baker era una "persona común" y también Kelly Kelleher (la secretaria de Robert Kennedy) en Agua Negra , víctima de su idealismo naive y su encaprichamiento con el poder.

El dinero es factor esencial en sus libros, una "institución" a partir de la cual su ficción estudia las clases, el género, la edad, la raza, la cultura. ¿Eso es algo consciente de su parte? ¿O aparece porque el dinero es un factor fundamental en la vida estadounidense?

Como crecí en una granja muy chica y mi padre fue de la "clase obrera" toda su vida, soy totalmente consciente de los límites económicos de nuestras vidas. Nuestra crisis económica actual en los EE.UU., bueno, si hay una segunda Depresión , nos va a partir la vida en dos. El "dinero" es un intercambio de mucho más que un valor monetario práctico. Lleva consigo una definición espiritual muy poderosa. Una persona "es" lo que puede pagar con su dinero.

En muchas de sus novelas, las mujeres están sentenciadas al silencio. Encuentro paradójico y bello que libros como La hija... expresen el poder de ese silencio a través de las palabras.

En realidad, los personajes femeninos de mis novelas –Rebecca en La hija... , por ejemplo– no están en silencio: eligen con infinita precaución su lenguaje para poder sobrevivir y prosperar.

A veces, la voz narradora de sus libros mira a través de ojos masculinos. ¿Cómo construye esas voces? ¿Pregunta a los hombres, lee libros escritos por hombres?

No, no, yo me siento totalmente cómoda con las voces de los hombres. Crecí muy cerca de mi padre y mi abuelo, tuve un hermano menor maravilloso, hace 48 años que estoy casada con mi "mejor amigo"; los hombres nunca me parecieron extraños o distantes, mucho menos "otros". Es difícil crear una voz masculina singular y conmovedora pero es igualmente difícil crear una femenina.

El éxito parece el centro de la cultura masculina blanca en los EE.UU. y Ud. es muy irónica con respecto a él. En La hija... , el éxito es un concepto muy complejo...

El éxito suele ser una quimera. La persona que "tiene éxito" generalmente lo consigue cuando ya pasó su mejor época, cuando está agotada y sola, aislada. Son, sobre todo, las vidas anteriores al éxito las que están llenas de promesa, significado, empuje y fervor. Y cuando se logran las metas ostensibles, a veces hay un vacío, un agotamiento espiritual. Lo único que importa realmente en las vidas individuales –a diferencia de lo que pasa en la "vida" literaria– son las relaciones humanas, tan trágicamente vulnerables.

La primera parte de La hija... es un estudio sobre la alienación. Después de la globalización, se ven imágenes casi nostálgicas de las fábricas. Su novela parece poner las cosas en su lugar: describe a las fábricas de los años 50 como un infierno.

¡Por favor! Las fábricas no son objetos de "nostalgia" para quienes trabajaron en ellas. Mi padre, Frederic, trabajó en una fábrica durante 40 años. Le pagaban bien porque estaba en un sindicato y había hecho buenos amigos en el trabajo pero lo único que sintió cuando se jubiló fue alivio. Entró en la Universidad de Bufalo y estudió unos 20 años, los más felices de su vida. Nadie describió la alienación del trabajador en una sociedad capitalista con mayor claridad que Marx. Y las observaciones de Marx sobre religión ("la religión es el opio de los pueblos") también son dolorosamente relevantes para los EE.UU. del presente.

El hecho de que Jacob, en La hij a..., se convierta en un asesino parece un comentario sobre la capacidad de crueldad que tienen las personas (o pueblos) heridos por la Historia. ¿Por eso, el Holocausto como tema secundario?

El tema me toca de cerca porque es sobre mi abuela Blanche Morgenstern y sus desdichados padres... Ella fue la "hija del sepulturero" y su padre murió como muere Jacob en la novela, o casi: se suicidó con una pistola. Mi novela evoca al Holocausto a la distancia, sí... Pero hubo "holocaustos" más chicos en las vidas personales de ese tiempo de nuestra historia, especialmente para los judíos inmigrantes que no tenían comunidad en la que insertarse, y vivían dentro de una cultura antisemita.

Jacob juega con su hija a no verla. De pronto, el juego se convierte en pesadilla para ella. La historia de Rebecca, ¿es como la de las mujeres del siglo XX, que consiguieron obligar a los hombres a verlas?

Sí, claro, esa es una preocupación feminista... Pero el juego de "no ver" en el cementerio es un emblema de todos los juegos de los niños –el padre lo sabe todo; el hijo está inerme, no sabe defenderse–, y sin embargo, hay cierto amor poderoso ahí... Rebecca siempre se acuerda de ese tipo de ternura torpe que tenía su padre antes de que su personalidad quedara envuelta en las presiones de su "nueva" vida.

Hay una contradicción entre la inocencia de Rebecca y su clara conciencia de los hombres. ¿Eso es un comentario sobre los mandatos de la sociedad y sobre la forma en que las mujeres consiguen sobrevivir con ellos?

Rebecca es inocente cuando es una nena pero astuta y manipuladora como mujer joven y madre/esposa. Necesita controlarse a sí misma y a los demás. Cuando se presenta como la encantadora Hazel, está controlando completamente las interpretaciones que los otros hacen de ella y por lo tanto, también el comportamiento de esas personas hacia ella.

¿Qué puede usted agregar sobre el diccionario que gana Rebecca en la escuela? Es un símbolo tan profundo y ambiguo...

¡El diccionario es el que yo me gané en mi escuela de campo a los 10 años! Fue un regalo maravilloso para mí... en ese momento, no me di cuenta de lo importante que era... A diferencia de los padres de Rebecca, mis padres estaban muy orgullosos de mí por ese premio en el concurso de ortografía. A diferencia de Rebecca, yo tuve padres que me alentaron, me amaron y me apoyaron infinitamente.

El libro usa la "anagnorisis", el "reconocimiento" de las tragedias griegas. ¿Planificó usted La hija... como una moderna tragedia griega? ¿O se trata de un comentario sobre la herencia, el peso del pasado?

Yo había imaginado la novela como un trabajo formal, no una tragedia, tal vez porque no hay un desarrollo trágico per se. Pero me fascina el "ritual" en nuestras vidas, la súbita iluminación de un sentido a partir de una experiencia aparentemente común. Finalmente, Rebecca obliga a su elusiva prima Freyda a reconocerla... Ese es su triunfo: el libro nos lleva a creer que las primas, separadas durante tanto tiempo, van a conocerse por fin.

En la novela, la música y las palabras son armas contra el silencio. ¿Usted cree que se logra comunicación en la novela?

La música es muy importante en esta novela, claro. Pero no es lo central. Rebecca/Hazel quiere a su segundo esposo pero no puede confiar en él. En cambio, sí confía en su prima Freyda. Así, estuvo sola durante gran parte de su vida pero ya no lo está al final. Eso es comunicación. Yo creo en el poder de la transformación..., es una posibilidad viva en nuestras vidas. No me atrae describir vidas de individuos que son víctimas incapaces de defenderse... Mis personajes "víctimas" se perciben como al principio de un viaje que, aunque arduo, los va a llevar a la transformación. Y eso es así tanto entre los hombres como entre las mujeres. Yo me siento tan cerca de Skyler Rampike (el protagonista de Mi hermana, mi amo r, publicada en 2007 en los EE.UU.), un chico que deja la escuela a los 19, como de Rebecca, de Kelly Kelleher o de Norma Jeane Baker.

Otro artículo de WINSTON MANRIQUE SABOGAL (En El País, muy reciente, del - 05/04/2011)

Joyce Carol Oates, autorretrato del dolor
La escritora estadounidense publica su libro 'Memorias de una viuda'. Babelia avanza el comienzo de un libro duro y conmovedor sobre la vida y el arte de la literatura

"Me he mantenido viva". Ese es el primer deber mortuorio que tiene una viuda en el primer aniversario de la muerte de su marido. Así de claro y doloroso lo expresa Joyce Carol Oates en su nuevo libro en el cual recoge los pasos que vivió desde la enfermedad de su esposo hasta su fallecimiento y posterior duelo. Se titula: Memorias de una viuda (Alfaguara). Un autorretrato literario de su vida en el sentido más amplio y profundo. Babelia avanza hoy, en esta edición digital del periódico, el comienzo del libro [ver en PDF] , que llegará mañana a las librerías españolas.

La autora de títulos como Mamá o La hija del sepulturero, desnuda su alma en estas 469 páginas que van más allá de la mera descripción y narración de aquel episodio. Se mira a sí misma sin olvidar lo que hay más allá de su dolor e incertidumbre, de la realidad ajena que la circunda política, social y culturalmente. Oates (Nueva York, 1938) reconstruye con pulso firme y sereno la pesadilla vivida desde poco antes del brote de neumonía de su esposo, el editor Raymond Smith, en el invierno de 2007. A partir de ahí una sucesión de episodios que convirtieron su existencia en un mal sueño. Como entrar asustado en un túnel oscuro lentamente. Indefenso. Todo ello entrelazado con reflexiones y miradas sobre el arte de vivir y el arte de conjugar existencia y escritura. Y la ausencia. Y su presencia hecha de recuerdos y evocaciones. Ternura, dolor, ironía, desconcierto, crítica, sarcasmo, Humor, enfado, amor... y toda la gama de sensaciones, posturas y actitudes que suelen acompañar a lo largo de la vida. Una especie de manual de supervivencia y compostura.

En Memorias de una viuda, Oates transmite el latir de aquellos momentos. Levanta carta sobre la devastación y la necesidad de sobrevivir. "En esta primerísimo etapa de la viudedad -estos primeros minutos, horas, casi se podría llamar previudedad, porque la viuda no se ha enterado de lo que va a suponer vivir en un mundo en caída libre del que se ha eliminado el significado- la viuda se consuela con esos pequeños deberes y rituales; los perímetros del protocolo de la Muerte en los que...".

Una vez más, Joyce Carol Oates ofrece una clase magistral de vida y literatura que convierten estas memorias en una lectura necesaria. Pasajes en los que, como ella misma reconoce, incluso, a veces, la felicidad es dolorosa.



Una entrevista de Jesús Ruiz Mantilla en septiembre de 2010 para "El País":
'Si te alejas completamente de tu hogar, pierdes tu alma'

No olvida sus raíces, ni a su adorado padre, ni a la niña que fue. Ni a mitos triunfadores/perdedores como Marilyn Monroe. La escritora, candidata año tras año al Nobel, nos recibe en su casa.

Para Joyce Carol Oates, la literatura es un oficio tozudo que tiene mucho que ver con el de pianista o jardinero. Con el primero porque, como un intérprete musical solitario, la ficción se basa en la realidad, igual que quien toca el piano debe hacerlo sobre una partitura original ya dada. Y con la jardinería porque la mayor parte del tiempo te lo pasas arrancando o sembrando raíces para que luego el resultado luzca.
Eso dice ella. Y lo sabe bien, porque así, con la paciencia de un músico o un amante de la naturaleza bajo control, la escritora nacida en el Estado de Nueva York en 1938 ha ido forjando una carrera de fondo. No lleva la cuenta de su obra. Difícil, porque abarca más de 100 títulos entre novelas –más de 50 si sumamos las firmadas con sus seudónimos Rosamond Smith y Lauren Kelly–, libros de relatos, cuentos para niños, poesía y ensayo. En ellos ha indagado con todas las consecuencias en el alma americana: en la tragedia, la gloria, el drama, la sordidez y las leyendas, como hizo en Blonde, su libro sobre Marilyn Monroe, o Del boxeo, su ensayo sobre ese mundo poblado de sonados y perdedores.

O como ahora aborda en la última novela que aparece de ella en España, Ave del paraíso (editada por Alfaguara esta misma semana), digna hija de la estirpe de sus grandes novelas, como Agua negra, La chica tatuada, Because it is bitter, and because it is my heart, La hija del sepulturero o Qué fue de los Mulvaney.

Vive un gran momento. Una segunda o tercera juventud. Se ha vuelto a casar –tras 48 años de su primer matrimonio– con un científico neurólogo que enseña como ella en Princeton (Nueva Jersey). Todavía hace crítica y sigue atenta al panorama literario estadounidense. Es desde hace años firme candidata al Premio Nobel, “aunque no pienso mucho en ello”, y se acaba de mudar a una casa tranquila junto a un estanque a 10 minutos en coche de la universidad. Junto al porche, el viento mece unas campanillas que entorpecen los silencios requeridos por su retiro creador. En ellos, mientras toca una sonata de piano –“mi música favorita”–, cuida su jardín o cocina un plato, la escritora va adobando sus ficciones. “Necesitas la calma para pensar con tranquilidad lo que vas a escribir. No podríamos hacerlo sin ese sosiego”.

Dice usted que la ficción se construye con materiales de la realidad. ¿De dónde sacó los que utiliza en ‘Ave del paraíso’? La partitura emocional se basa en mi propia experiencia a raíz de la pérdida de mi padre, aunque muy pasada por la ficción porque él no era un criminal, ni asesinó a nadie. Fue la idea de esa relación padre-hija, misteriosa, la que se imponía. El escenario también se parece al de mi infancia. Una pequeña ciudad pegada al río donde regresa la protagonista. Ve lo mismo que yo veo cuando vuelvo a los lugares donde crecí: las tiendas cambiadas, las calles. También ha golpeado duro la recesión económica en el Estado de Nueva York, y eso me interesaba reflejarlo.

Esta obra tiene que ver con la obsesión por recuperar cierta memoria. En un escrito suyo publicado en ‘The best American essays of the century’ comenta de manera muy inquietante el hallazgo de una casa vacía donde antes había vida. La diferencia entre casa y hogar. Como ‘Alicia al otro lado del espejo’, otro de sus temas recurrentes. Cierto. Eso viene de un fenómeno que igualmente habrán experimentado en España: la migración del campo a la gran ciudad. En el pasado, solo un 2% de la gente abandonaba su lugar de origen. Ahora es algo masivo. Me interesa reflejar el drama de la gente que huye y regresa a sus antiguos hogares. Cuando lo abandonas, al principio, sientes una excitación muy motivadora, pero si te alejas completamente de él, pierdes tu alma. Hay que llevarlo de alguna forma contigo.

No es aconsejable deshacerse de las raíces, de la identidad. ¿Cree que ese es hoy uno de los grandes temas de la literatura a nivel global? Absolutamente. La convivencia o, mejor dicho, los problemas de convivencia en las grandes ciudades provienen de esa sensación de extrañeza entre unos y otros. Esa sensación de que es imposible construir una comunidad sin raíces. De eso escribo a menudo. Aunque en Ave del paraíso, cuando la mujer regresa a su ciudad se da cuenta de que no puede vivir allí.

Sus dos grandes pasiones quedan para siempre en ese lugar. Su padre y Aaron. Porque la relación filial es de auténtico amor. No tiene por qué ser incestuosa, aunque lo parezca. Es pura y desprejuiciada. Sí, y de piedad por quien ha sido tratado injustamente. Siento predilección por la gente que no ha tenido suerte o ha padecido un trato inmerecido. Personas juzgadas por crímenes que no han cometido sin derecho a defensa y marcados por esa nube de sospecha que les arruina la vida. Para una hija, la aprobación y el amor paterno es fundamental siempre. Incluso al casarse, la bendición paterna es importantísima. Aunque muchas finjan que no, lo es. Nunca puedes librarte de esa sombra. Mi padre era estupendo.

La protagonista es un símbolo de la huida. Como Alicia, insisto, en ese otro tema suyo tan recurrente. Porque la inmigración, para mucha gente, es una especie de metáfora del país de las maravillas. Pasar al otro lado del espejo como en un sueño y encontrar a menudo pesadillas. Son mundos diferentes. Adaptarse a lugares extraños es complicado. La unidad familiar se rompe, para todo el mundo eso es importante.

¿Su hogar era un lugar feliz? Sí, aunque a mis padres les preocupaba que el dinero no llegara.

Entonces, esa atracción hacia la tragedia, ¿de dónde le viene? Bueno, siempre reflejo un núcleo donde prima la emoción y el amor, pero muy precario, con amenazas acechantes alrededor. Nosotros vivíamos en una granja pequeña, nada próspera. Mi padre trabajaba en una fábrica de la que nunca sabía con certeza si iba a ser despedido o no. Mi madre se ocupaba de la casa. Ambos eran maravillosos, pero muy vulnerables. Hoy ha cambiado casi todo. Mis estudiantes en Princeton vienen de familias acomodadas. Yo vivo muy bien. Pero todo vuelve. Con esta catástrofe financiera y económica, hay millones que han perdido sus casas, regresan los tiempos de la depresión y mi temperamento tiende a reflejar mejor esas épocas que las de riqueza.

¿Encuentra hoy demasiadas cosas comparables a la Gran Depresión? Sí, sí. Me interesa la gente que ha trabajado duro y no ha podido triunfar.

Respecto a usted, ¿cómo ve la mujer mayor a la niña que fue en los tiempos difíciles? Todavía me identifico con ella. Que envejezcamos no significa que cambiemos mucho por dentro. Pienso a menudo en mis padres, en mis abuelos. Me acabo de casar, en marzo de 2009, después de haber venido de un matrimonio que duró 48 años. La vida es una readaptación constante. Yo me encuentro en un periodo nuevo. Mi marido tiene un carácter muy fuerte, es neurólogo. Está acostumbrado a dar órdenes en su laboratorio. No lo sabe, es algo inconsciente en él, pero no hace otra cosa que mandar. De manera muy sensata, pero mandar. Yo me voy amoldando.

¿Y obedece? No es eso, no es eso. En todas las relaciones hay alguien que es más dominante. Que paga con la tarjeta de crédito y conduce. Alguien tiene que ocuparse de liquidar las facturas, él lo hace, es algo que a mí me aburre.

Volviendo a la infancia, ¿se consideraba una niña rara, solitaria? No, me gustaba estar sola. Pero no era una niña solitaria. En casa éramos muchos. Mis abuelos vivían con nosotros. Cuando estás rodeada de gente, a veces te apetece escaquearte y andar sola. Yo colaboraba mucho en casa, ayudaba a mi madre a cocinar, pero necesitaba mis rincones solitarios para pasear por el bosque o leer.

¿Qué leía? Alicia en el país de las maravillas fue mi primer gran libro. Y cómics.

¿Entonces ya imaginaba historias? Creo que me sentaba y dibujaba cosas. Pollos y gatos que contaban historias.

¿Quería ya dedicarse a los libros? ¿Qué soñaba ser? Quería ser maestra, porque adoraba a mis maestros.

Pues lo consiguió. Todavía enseño. Y la clase de enseñanza que imparto me da mucho placer, porque mis alumnos han escogido lo que quieren hacer, no es algo impuesto. Son jóvenes, idealistas, enérgicos y con un gran sentido del humor.

Esta novela hace su libro número… No sé.

¿No lleva la cuenta de lo que publica? Han salido más de 100 libros suyos. La cantidad no importa.

De todas formas, resulta usted muy prolífica. No lo siento así. Tardo bastante en acabar un libro. Ahora estoy metida en una novela y voy lenta. Entre ayer y hoy… solo he escrito cuatro folios. Me gustaría ser más rápida.

¿De qué va? Es todo un reto porque en realidad trata de una mujer exitosa, rectora de Universidad, inteligente, brillante, pero que ha tenido que renunciar a otras cosas en la vida para conseguir eso. Por ejemplo, a tener hijos.

Los pequeños fracasos a los que obliga el éxito… Exacto. Pero en este mundo hay gente muy rara. El otro día estuve cenando en casa de unas personas y la anfitriona no hacía más que quejarse de sus hijos, que si no dan más que disgustos, que si solo se ocupaban de Internet. ¡Dios mío! Su marido estaba avergonzadísimo. Yo no he tenido hijos, pero aquella mujer parecía una feminista de los años setenta. Hay mucha gente, por el contrario, que piensa que un hijo les podía haber arreglado la vida, y otras mujeres, trayendo uno al mundo, son unas madres terribles. En mi novela, a esa mujer se le abrirán las posibilidades de tenerlo y va a acabar en final feliz, no al estilo Hollywood, pero feliz, positivo.

Sigue haciendo crítica. ¿Lo toma como placer o como un suplicio? Debería proporcionarme más placer, pero a veces es simplemente trabajo.

Escritora, profesora, intérprete de piano, aficionada a la jardinería, recién casada… ¿Cuándo duerme? Tengo bastantes problemas para conciliar el sueño. Me meto en la cama con la sensación de no haber hecho los deberes y me cuesta dormir.

Cada historia tiene su ritmo, su extensión propia, orgánica. Cuando escribe, ¿cómo la mide? Siempre le doy poca importancia a eso. No suelo medir ni organizar previamente nada. Creí que Ave del paraíso iba a ser más corta. Pero empecé a escribir, me enamoré de los personajes y creció. Escribí unas 100 páginas más de las que había planeado.

Sus libros últimamente rondan o sobrepasan las 500 páginas. ¿Por qué cree que sus historias tienen ese recorrido y no más corto? Planteo historias sencillas, pero van complicándose. En esta, algunos personajes hacían cosas muy artesanales, reparaciones con sus propias manos, como mi padre, y eso me obligaba a ser muy detallista. El orgullo que da trabajar manualmente, ese perfeccionismo, hacerlo bien, me resultaba importante.

En ‘La hija del sepulturero’ cuenta la historia de su abuela. Impactante. ¿Cómo fue descubriéndola? Siempre fue un secreto. No me enteré hasta años después de su muerte. Alguien escribía una biografía sobre mí y se enteró de que la familia materna de mi padre eran judíos alemanes. Mi padre tampoco lo sabía, no le interesaba el judaísmo, era católico. Fue un impacto.

Es la historia de una mujer que se reinventa después de un trauma violento. Efectivamente. Mi abuela era así, como Rebeca en la novela, era fuerte y no miraba atrás. En el caso de algunos judíos emigrantes en Estados Unidos, después de sus pasados de persecución, al llegar aquí, eligieron no volver a serlo, abandonar sus creencias, su forma de vida. Muchos judíos me lo dijeron después de leer la novela. Su vida en Europa estaba viciada por los acontecimientos y muchos decidieron empezar de cero, ni hablar de ello. No les culpo. La violencia les ha marcado. Mire cómo actúa hoy el Estado de Israel. Con mucha fuerza, mucha exageración ante las amenazas que sienten. Más de lo necesario. Se han sentido demasiado tiempo víctimas.

Y ahora, en muchos casos, ¿se pasan de lo contrario? Pues sí. Muchos judíos americanos se lo reprochan, son muy críticos. No quiero juzgarlos, pero hay que darse cuenta de que en la vida puedes regodearte en el sufrimiento que te ha tocado vivir o sobreponerte a ello. En este país siempre ha sido más común lo segundo. Si te iban mal las cosas, siempre te podías mudar a California, cambiarte el nombre y el peinado y de religión.

Hablando de políticos. ¿Qué tiene contra los Kennedy? Nada. Son una familia muy interesante. ¿Por qué lo dice?

Hombre, en su novela ‘Agua negra’ contó ese caso en el que se vio envuelto Ted Kennedy con la muerte de una chica, ahogada en un coche. Y en su libro ‘Blonde’, sobre Marilyn Monroe, John y Robert no salen muy bien parados. Aquella tragedia de Chappaquiddick cambió la vida de Ted. Se volvió más serio y se convirtió en un hombre público ejemplar. El trauma lo redimió. En Blonde, respecto a Marilyn, las cosas fueron como fueron.

La acusaron a usted de amarilla y sensacionalista. Fue así. La trataron muy mal. Ella tampoco se comportaba con medida, su vida en el periodo en que los conoció estaba absolutamente descontrolada. Cuando estuvo casada con Arthur Miller y vivía en Nueva York, se podía haber quedado allí y triunfar en el teatro. Pero decidió volver a Hollywood, y eso fue el principio del fin. Consumía drogas, se desmadró. Para ella fue trágica esa decisión.

¿Le siguen atrayendo tanto los mitos americanos? Sí, mucho.

¿Cómo los describiría? ¿Alguien a mitad de camino entre el ‘glamour’ de Marilyn Monroe y el instinto básico de un boxeador como su amigo Mike Tyson? Un mito americano generalmente es alguien que proviene de capas muy pobres de la sociedad, como huérfanos, nacidos en tierras ignotas y que acaban triunfando en las grandes ciudades, en Nueva York, en Chicago. Protagonizan cuentos de hadas, como cenicientas. La historia de Mike Tyson es así, la de Marilyn también, o Elvis Presley. El mito tiene que ver con el outsider que se cuela en el centro de atención y acaba a menudo destruido. Mike Tyson no lo ha sido completamente, pero lo ha pasado mal. Nada más triunfar, se metió en el mundo de la cocaína… Ahora, habla de su vida como un fracaso.

¿Sigue viéndole a menudo? No, estuve con él hace un año y le vi amargado. Sobre todo desde que su hijita de cuatro años murió. Tiene problemas psiquiátricos y se medica, pero, al fin y al cabo, ha durado más que Marilyn Monroe.

Los perdedores son su mundo. ¿No le interesa el triunfo? Hay que aprender a vivir con el fracaso. Ahora Mike Tyson dice que quiere seguir adelante para ayudar a otros, que ha actuado siempre haciendo daño a los demás y que le ha llegado la hora de cambiar.

¿La redención? Cierto. Marilyn Monroe no pudo llegar a eso porque las drogas la destrozaron. Cuando debes tomar tantos calmantes para dormir, no puedes controlar nada en tu vida.

Los mitos americanos tienen ese componente trágico. En su trabajo, la violencia es un ingrediente fundamental, aunque a usted no le guste que se lo recuerden. Es así.

Dice que EE UU no ha tenido tantos asesinos en su historia como otros países, pero es un hecho que fue forjado con la violencia como un motor fundamental. Su fundación fue muy violenta. Pero cualquier país que luego ha llegado a algo ha pasado por lo mismo. De los mongoles en la época de Gengis Kan a nosotros. Nosotros no hemos sido más que otros. Se fue fundando sobre una frontera en constante movimiento. Llegaban iglesias, mujeres y niños, y la frontera debía moverse a medida que los hombres buscaban oro y se mataban entre ellos avanzando hacia el Oeste. Si en Nueva Inglaterra un joven se convertía en delincuente, siempre existía la puerta del Oeste, marcharse allí y empezar de nuevo.

¿Esa violencia es la cuenta que debe pagar cualquier país para convertirse en dominante? Roma nos lo enseña. España o Inglaterra también. En ‘La Ilíada’, la forja de los héroes y los dioses se construye sobre la violencia. Creo que sí. Pero sobre eso también edificaron cosas grandes y bellas: arte, música, monumentos, civilización.

Quizá a Estados Unidos le ha pesado más ese comienzo violento. ¿Por qué? ¿Los tiempos ya no acompañaban esa moral de la violencia? Por eso. Ahora nos identificamos y valoramos más al individuo. En otros tiempos, la supervivencia ya era un triunfo, soportar el invierno y que la familia resistiera. Nadie se sentía culpable por aniquilar al enemigo. Hoy, afortunadamente, la opinión pública cuenta. Mucha gente no ha aprobado nuestras guerras en Afganistán, en Irak, en Vietnam. La última que todo el mundo admitió sin discusión fue la Segunda Guerra Mundial. Fue un conflicto moral. ¿Cuál es la ética que nos lleva a defender ahora una guerra en Afganistán o en Irak?

¿El petróleo? Efectivamente. Aunque no lo reconocerán nunca.

Pero nos hemos dado cuenta… Claro. Hay muchos republicanos que todavía defienden el cuento de la guerra por la libertad, la democracia… En fin…

¿Cree que Obama regenerará moralmente todo eso? Creo que se está moviendo con cuidado. Este es un país de locos. Existen políticos lunáticos. Obama debe ser consciente de ese peligro. Algunos de ellos desean verle muerto. No le quieren por ser demócrata y negro. Sería una catástrofe que ocurriera algo así. Debe tener cuidado y pactar. Es muy duro gobernar este país. Clinton lo tuvo difícil, Bush también, por eso se inventó una guerra, para desviar atenciones.

Obama ha dado la vuelta a muchas posiciones ancestrales. ¿Ha alcanzado esa categoría de mito que comentábamos antes? Obama es un político con muchas dotes y muchas vueltas. Los mitos, los héroes americanos, suelen ser inocentes, jóvenes. Él estudió en Harvard, no es un simple, es muy hábil y listo. Tiene la capacidad de ver las cosas como las vería un personaje de leyenda, pero es alguien mucho más complejo. Ya empieza a haber muchos demócratas y progresistas críticos con su política.

Pero es que ha tenido que emplear el primer año y medio de su presidencia en hacer retornar el sentido común, y eso es duro. Además, afrontar una crisis, un vertido. Yo no soy tan crítica con él como otros. Me alegro de que haya sido elegido.

¿No le tiene harta que haya tanta gente clamando por un Nobel para usted? No pienso demasiado en ello. Hay tantos que lo merecen y son candidatos… Además hubo grandes escritores que se quedaron sin él. Graham Greene, James Joyce…

¿Qué opina de lo que se escribe actualmente en EE UU? Es muy interesante. Precisamente preparo un trabajo sobre los autores de relatos. Encuentro de todo: gays, lesbianas, chinos, japoneses, hispanos, con sus mundos y problemáticas. Solo he escogido 50 y se impone la diversidad, una enorme vitalidad. Aquella masculinidad dominante de hace décadas hacía imposible concebir que surgirían estas literaturas de homosexuales, por ejemplo. No hay un centro, pero tienen gran calidad; no hay una corriente, pero a todos les interesa como tema la identidad y la complejidad política.

Hablando de autores gays. Usted tuvo su tensión con Truman Capote. Decía cosas horribles sobre usted, como que era el ser más asqueroso que había conocido. Bueno, las decía de todo el mundo, no solo de mí. Era un cocainómano. Estaba como una cabra




Un artículo de Ana María Moix
CRÍTICA: CRÓNICA DE UNA FAMILIA ROTA
Razón y fe

ANA MARÍA MOIX 06/12/2003

Varias veces candidata al Premio Nobel de Literatura, Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938), una de las escritoras más sobresalientes de la narrativa norteamericana actual, es una autora casi desconocida, mejor dicho, mal conocida en España. Debido, quizá, al hecho de que sus títulos -sus pocos títulos- editados en el país hayan visto la luz en editoriales distintas sin que ninguna de ellas asumiera la función de divulgarlas como se merecían (Del boxeo, un conjunto de ensayos pugilísticos, fue publicado por Tusquets; las novelas Agua negra, El primer amor y Zombi, por Ediciones B, Edhasa y Nuevas Ediciones de Bolsillo, respectivamente, y Blonde, magnífico retrato de Marilyn Monroe, por Plaza & Janés), lo cierto es que el nombre de Joyce Carol Oates le suena al lector peninsular como el de uno de los autores más destacados de la presente narrativa occidental aunque sean pocos los que la han leído. Una situación de ahora en adelante subsanable merced a la iniciativa de Lumen que ha iniciado la Biblioteca de Joyce Carol Oates con intención de publicar los títulos más importantes de esta escritora, autora de casi una treintena de novelas, más de cien cuentos, una notable obra poética y dramática y varios ensayos (aparte quedan los títulos de novela negra publicados bajo el seudónimo de Rosamond Smith).

Escritora que ha hecho gala de distintos registros narrativos (desde "el cuento gótico", como subtituló El primer amor, hasta la metaficción), en Qué fue de los Mulvaney, Joyce Carol Oates recurre, como en la mayor parte de su producción última, a los elementos propios de la estética de novela realista para, a través de los avatares que tejen la vida de la familia Mulvaney, elaborar una crónica cabal, profunda, crítica y matizada de la Norteamérica de los años setenta. La novela como espejo de la realidad a la que, según sus propias palabras, apunta la autora, alcanza en Qué fue de los Mulvaney un poderío totalizador en que creación de personajes, retrato moral de una sociedad, miserias y grandezas íntimas, particulares, y coordenadas de la historia colectiva se aúnan a la perfección hasta crear un universo hecho de resonancias y concatenaciones que se revelan, desde las más nimias hasta las más relevantes, como absolutamente necesarias. De ahí que, en este fresco monumental de la vida rural estadounidense, crítico y a la vez lleno de piedad, nada sobre ni resulte gratuito. Con gran maestría narrativa desarrolla Joyce Carol Oates esta historia del declive familiar de los Mulvaney, un clan formado por un matrimonio feliz y cuatro hijos, que viven en High Point Farm, una granja edénica, rodeados de animales domésticos encantadores, disfrutando de un envidiable bienestar económico e inmersos en una beatífica concepción de la vida y del ser humano. Una rosada estampa de la Norteamérica próspera, feliz -bobaliconamente feliz- que la noche del día de San Valentín de 1976 empieza a teñirse de sombras a raíz de la violación sufrida por Marianne, la hija de los Mulvaney, en una fiesta de retoños rubios, materialmente sobrealimentados y sobreprotegidos y míseros -aunque no miserables- desde el punto de vista moral y humano.

La mácula de dicha acción, que mancha desde entonces a la violada -no al violador-, desencadena el aislamiento social de la familia, en un medio que, de repente, se revela sabio en hipocresías, doblez moral, cobardía y mezquindad; la ruina económica, el alcoholismo del padre que no puede resistir la presencia en el hogar de la hija ultrajada motivo del desastre, el alejamiento de la víctima y, poco a poco, la disolución del clan familiar. Narrada por Judd, el hijo menor de los Mulvaney, con una voz lo suficientemente distanciada, aunque no desapegada, del entorno como para lograr describir los hechos sucedidos y la personalidad del resto de la familia con atinado sentido de la matización, sin caer en el melodrama ni en condenas rotundas que aplastarían la honda intención crítica y analítica de la autora, Qué fue de los Mulvaney plantea, entre otros, el conflicto entre razón (encarnada en el segundo hijo de la familia) y fe, personalizada por Marianne, un personaje de una bondad dostoievskiana que, en pluma de cualquier otro escritor carente de las dotes de Joyce Carol Oates resultaría inverosímil pero que, en estas páginas, adquiere una grandeza que hiela la sangre al lector. En resumen, una gran novela que inicia una biblioteca de autor que merece su continuidad editorial y una atención sostenida por parte del público.

Y por último, os recomiendo un audio que ofrecieron en "el ojo crítico" de RNE

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