domingo, 4 de febrero de 2018

Nos vemos el miércoles 7 a las 19.30 para hablar de "La puerta", de Magda Szabo



NOS VEMOS EL MIÉRCOLES 7 DE FEBRERO A LAS 19.30 PARA HABLAR DE "LA PUERTA", DE MAGDA SZABO






UNA RESEÑA DE LA ESCRITORA TERESA AGUSTÍN

Magda Szabó nace en Hungría en 1917 y vive en Budapest en el seno de una familia burguesa y especial (su padre le hablaba en latín, según cuenta en sus memorias). Empezó a publicar después de la Segunda Guerra Mundial y fue represaliada al igual que su marido, el escritor Tibor Sziobotica, por los comunistas, aunque algunos años más tarde reanudó su obra y su proyección. En 1987 publicó La puerta, tal vez su novela más internacional, con la que ganó, entre otros, el Premio Femina.



Magda Szabó murió el 19 de noviembre de 2008, unos días después de terminar Nueve gatos y un perro. Intuía esa muerte, he escrito en esa magia frágil, transparente de los grises asomada en un balcón con la mirada doble; la de una niña que descubre a una escritora magnífica y la de una mujer madura que aprende a despedirse de la vida; esa que retiene el pasado con una mano y el presente con otra. Hungría tendrá el sabor de Szabó, y mi mundo hilará su memoria palabra a palabra. Mi vida con Magda, curiosamente, acaba de empezar. El final en la literatura no existe.

(Teresa Agustín es poeta y nació en Teruel en 1962. Empezó a publicar a los
veinte años en revistas como Turía y Andalán. Ha traducido, entre otros, a Mar-
guerite Duras. Hasta la fecha ha publicado los libros Dhuoda (Asociación Cultu-
ral Ana Abarca de Bolea, 1986), Cartas para una mujer (PuZ, 1993); La tela que
tiembla (Olifante, 1998); Hombre sentado en un jardín, con lirios, lilas y dos ama-
polas (Prames, 2004); Dos Pasillos (Huerga y Fierro, en prensa). Su obra figura en
diferentes antologías: Erotemas (Ayuntamiento de Zaragoza, 1980), Poemas a
viva voz (IFC, 1988), Penúltimos poetas aragoneses (DPZ, col. Veruela, 1990),
Ellas tienen la palabra. Dos décadas de poesía española (Hiperión, 1997), Muje-
res de carne y verso: antología poética femenina en lengua española del s. xx (La
Esfera de los libros, 2001).

(NUEVE GATOS Y UN PERRO entrevista sin preguntas).LA PUERTA, DE MAGDA SZABÓ

Siempre giro la llave, pero nuestro destino es el de seguir luchando en vano. Parece que a lo largo de esos años las estaciones no se sucedan, hay nieve y el paisaje se retrata en grises, como si todo ocurriera entre el otoño y el invierno, sólo por la nieve que Emerenc barre de vez en cuando; por lo demás, el color del sitio es gris,como en un eterno otoñal. Todas las vidas tienen una puerta, la llave puede existir o no, puede encontrarse cerca o lejos, tal vez llega colgada de nuestro cuello a la hora de nacer, como un regalo, o la nuestra, la que nos corresponde, la que abre, está colgada de otro cuello y pueda ser que no la merezcamos nunca, o que simple-mente, no la encontremos jamás. ¿Hay algo más fascinante que una puerta cerrada que lleva a una habitación propia, que contiene un
secreto? Pensamos en lo que hay dentro, pero en realidad lo más fascinante es el camino que lleva a la llave, esa otra, que contiene tu propio silencio, que sin saberlo da forma a tus amnesias. Lo que se encierra en ese cuarto también está fuera, soy yo misma. Mi herencia material se hace polvo, se desvanece cuando finalmente la toco. Al final de este libro hay otra puerta.
«nos atendió durante más de veinte años, pero en los cinco primeros se podía percibir, con la precisión de un instrumento de medición, la distancia que ella marcaba en la relación. Yo tengo un carácter abierto, me gusta hablar con la gente, incluso con desconocidos, pero Emerenc limitaba la comunicación a lo estrictamente necesario».
Es una historia real, como siempre retratada y mentida por la literatura, es la vida de alguien anónimo como tantos, que recorre un camino, topándose con unos y otros como tantas «colometas», sin ser consciente de ello. En este barrio de maravillas las cosas parecen detenidas en el tiempo y el universo transcurre entre esas calles, es casi una obra teatral intimista donde la narración se sitúa en un dilatado espacio de tiempo y donde suceden en realidad pocas cosas, pero donde se sacude todo un universo. Es la atracción entre dos mujeres, no es el retrato de un hombre y una mujer, o dos hombres, son dos mujeres: la una inculta y viva en su propio exilio interior, y la otra culta, una escritora, fascinada por la libertad cautiva de la otra. Poco a poco la vieja colometa húngara revienta el universo formal de la escritora. Lo cotidiano, que es lo que se retrata, llega a resultar fascinante, no es sólo la historia de una amistad, es también la relación entre dos generaciones, el desencuentro, y la relación de poderes entre una criada y su señora. una criada que tiene una puerta cerrada, que sabe manejar la llave de la indiferencia, que no tiene horario. Tal vez es el empeño «de que las personas más cercanas manifiesten el placer de volver a verme». un empeño que nos obsesiona, es una verdadera historia de amor; lo que parece que llega y no llega en realidad; «éramos amigas» lo que parece que sí, que ya es, pero siempre hay algo que lo trastoca y hay que volver a reconquistarlo. En el fondo se trata de sentir siempre atracción por la otra, que no acaba de ser del todo nuestra, sentir esa curiosidad, ese algo que hace que alguien siempre nos parezca que está por descubrir, que siempre nos cuenta cosas que no nos aburren, que nos mantienen alerta, aunque no tenga nuestros gustos, ni podamos hablar en el mismo registro. Alguien «que no deja entrar a nadie en su casa». un perro se convierte en el catalizador de los afectos, él sólo reconoce a Emerenc como dueña y señora, como madre y ella actúa como tal, castiga y premia, y lo hace como sólo puede hacerlo alguien que se ha relacionado con la vida rozando su dureza, nuestra vieja.
«Emerenc sostenía que la labor intelectual no era más que simple holgazanería, casi comparable a trucos de magia barata», pensaba que la «sociedad estaba dividida en dos, los que barrían y los que ordenaban barrer», «odiaba la idea de poder y, con ella, a cualquiera que lo ejerciera». nuestra sirvienta había sobrevivido a ese destino que cruzó todos los mapas de Hungría. Hungría, dicho «sin ningún transfondo de patriotismo sentimentalista» con una Primera Guerra Mundial en la que salió derrotada de la contienda.Para años después en una sucesión de proclamas republicanas y comunistas el país fuera perdiendo territorios e identidades, y luego la Segunda Guerra Mundial y un pueblo, que no era fascista terminó al lado de Hitler y finalmente, invadido por las tropas alemanas. Y luego llegaron las deportaciones de los judíos húngaros y la persecuciones. Y luego las tropas soviéticas se quedaron con el país y todo se tiñó de grises. Y Emerenc ayudaba a los judíos, refugiaba a un alemán herido o a un ruso en su alcoba secreta. Ella «prefería decidir por si sola», siempre animada por un espíritu de lo solidario, de esos
que hacen sobrevivir a los pueblos. Es la matrona que hace el caldo para el vecino enfermo, es la que cocina para sus gatos, encerrados en una habitación, la que mima al perro Viola, la que manifiesta su amor haciendo comida y haciendo comer. «Ella no aceptaba ese país». «Yo asumía el papel de robespierre, la representación de la soberanía popular, a pesar de que a mí, personalmente, ese poder pretendía quitarme de en medio censurando mi obra literaria y obligándome a aislarme en un gueto privado,
junto con mi marido ya bastante humillado hasta el punto de ver secada su vena creativa». «Acorralada de ese modo, sólo me dejaban dos opciones para borrarme del mapa: quitarme la vida o abandonar el país. Pese a todo, logré mantenerme a flote, tan fuerte era mi odio hacia mis perseguidores». Así era este país. Luego vino la revolución del 56 y entró un poco de aíre fresco, era «la barraca más alegre», o eso decían respecto a los otros países del Este. Era el lado negativo lo que ella veía, era tal vez su dignidad lo que dejaba aflorar su visión dramática de la vida y de la historia que le había tocado vivir. Es esa visión oscura del ser humano que acaba sacando lo peor de uno mismo y lo mejor, pero que no predispone a la dulzura, o sólo se sabe de ella pasado el tiempo. Son los supervivientes. El retrato de alguien que no pide nunca nada, que no depende de nadie pero que es capaz de dar lo mejor de sí mismo y de proteger a los demás marcando distancias e imponiendo carácter. Lo puro, sin el edulcorante añadido de los buenos. Esa clase degente a la que amas sin saberlo y que te enseña que «morir del todo no es tan fácil», de los que aprendes una vez abierta la puerta de una habitación que en el fondo no contiene más que polvo. Son los nueve gatos encerrados en una habitación, que viven cautivos pero están vivos. «Si Viola y esos gatos encontraran la libertad morirían». Y mueren los nueve gatos y Viola, el perro, que muere en vida. Y termina una novela. Y yo misma, que me acercaba sin saber a la enfermedad, a la vejez, a la soledad y al desamparo. «Que yo era su hija lo supe cuando los gatos y Emerenc ya no estaban».

Cuando rompimos sus puertas y la «herencia se desvaneció». Cuando la ausencia te descubre que el destino de los hombres es el de seguir luchando en vano y «yo soy ya bastante mayor para sentir vergüenza por el pasado». Los ojos de Emerenc eran azules, los míos ya no recuerdo.

DEL TALLER DE LECTURA DE LILIANA ACOSTA

http://lilianacosta.com/la-puerta/

La Puerta

Magda Szabó
Autora: Magda Szabó
La escritora húngara Magda Szabó, basa su relato en la relación que mantuvo con su asistenta, Emerenc Szeredás, a lo largo de muchos años. La novela tiene tintes autobiográficos, pero el interés creativo de la autora se centra exclusivamente en un personaje que fue determinante para ella. No nos enteramos de la faceta profesional, familiar o íntima de la escritora. El lente se detiene una y otra vez en Emerenc, en todo aquello que esa interesante mujer pudo haber aportado en la vida de su patrona-amiga. Y viceversa.
El relato está escrito en primera persona, el punto de vista le corresponde a la escritora- personaje. No es necesariamente Magda Szabó la que narra, es un personaje creado por ella, basado en ella, y que no tiene nombre en la novela. Ese dato le permite ciertas libertades literarias que ignoro si la autora se las tomó. Tampoco es importante confirmarlo, toda obra literaria es, y será siempre, ficción.
El tema resulta original. Las historias de amor suelen ser historias de parejas. No es fácil encontrar un tema femenino y doméstico y que el desarrollo de éste se mantenga hermético respecto al mundo que rodea a las protagonistas. A pesar de ello, a través de los encuentros y desencuentros de las dos mujeres, surgirán sus mundos diametralmente opuestos debido a sus propias historias.
La amistad que nace entre ellas obedece a un patrón afectivo típico de dos enamorados. Amor y odio se combinan con intensidad, se ayudan y se enfrentan, terminando por convertirse una en el espejo de la otra. Las perspectivas psicológicas de ambas se enriquecen en un diálogo intenso, agresivo, a veces demoledor.
El origen de la relación entre las dos es un hecho concreto y práctico: la escritora necesita a una asistenta para resolver las demandas domésticas de su familia. El trabajo que realiza es una actividad intelectual, no le deja energía ni tiempo para cuidar de su casa. Es una mujer que, por educación y nivel social, encuentra normal contratar a alguien para que “barra” su casa:
Según la visión política de mi asistenta, el mundo estaba dividido en dos clases de personas: los que barren y los que no…” (pág. 132).
Las reglas del juego quedan establecidas rápidamente: la escritora, que debería situarse por encima de Emerenc, no sólo porque es el ama, si no porque tiene más educación y dinero, y por lo tanto mayor prestigio social, se ve relegada por la sirvienta.
Conciente de la desventaja objetiva, Emerenc busca un equilibrio. Ella no quiere relacionarse con su ama como si fuera inferior. La energía que despliega para demostrar su valía y lo bien provista que está de recursos para resolver los diferentes aspectos de su trabajo, será el motor de la novela.
Emerenc pretende imponerse y reivindicar, de esa manera, su dignidad y orgullo:
Si alguien le garantizaba que no éramos gente bulliciosa ni alcohólica, no descartaría la posibilidad. Me dejó estupefacta con todo eso: era la primera vez que alguien pedía nuestras referencias. “o lavo la ropa sucia de cualquiera”, concluyó Emerenc”. (pág. 14)
La estructura de La Puerta es una estructura redonda. La novela comienza con un sueño o pesadilla recurrente, y termina de la misma manera. Las imágenes que se repitan al principio no son interpretables para el lector: una puerta cerrada, el mundo inalcanzable atrás de esa puerta, angustia por abrir, incapacidad para hacerlo. Y un sentimiento de culpa que pesa como una lápida por no abrir.
Lentamente el lector irá conociendo las pautas para descifrar el sueño conforme se sumerja en la historia. Los símbolos se van cargando de significados. Y al final, cuando la escritora retoma la pesadilla con las mismas imágenes, podemos enriquecer el contenido: ella también tenía una puerta cerrada, escribir la novela es una suerte de exorcismo, una manera de abrir la cerradura y salir al mundo con la llave (libro) en la mano.
El núcleo de la narración es la relación entre la escritora y Emerenc. El espacio en donde se desarrolla la relación es en la calle, esos metros que separan una casa de la otra. La reina de esa calle es Emerenc, quien cuida de varios portales, retira la nieve, las hojas, el polvo. El fin de su tarea es la limpieza, su arma la pulcritud:
“…me la encontraba en la calle casi a diario…” (pág. 26).
Salimos a la calle y durante un tiempo caminamos juntas. Afuera se respiraba la fresca fragancia verde que había dejado la lluvia y, una vez más, me sentí envuelta en la magia del sexto canto de La Eneida mientras andábamos juntas en la densa penumbra y sorteábamos sombras fantasmales bajo la luna esquiva y argéntea”. (pág. 229).
Emerenc es invitada a franquear la puerta de la casa de su ama sin ningún pudor: la necesitan precisamente ahí. Ella no tiene nada que ocultar, vive con cierta comodidad, disfruta de algunos beneficios como un aparato de televisión, por ejemplo. Por esas razones la casa de la escritora será el otro escenario en donde se desarrolla la novela.
Frente a esta actitud abierta, el hermetismo de Emerenc es llamativo, no permite que nadie penetre en su reino. La pobreza suele ser discreta, pero en este caso es combativa. La puerta de su casa estará cerrada para el lector también.
Curiosamente, Emerenc que es tan celosa de su intimidad y la defiende hasta con las uñas de ojos extraños, está destinada por su trabajo a invadir territorio ajeno, incluso dominarlo:
Antes de que me dijera eso no sospechaba que ella conociera el contenido de mis armarios, pues siempre insistía que fuera yo quien guardara personalmente las cosas, ya que a ella le daba grima revolver trastos que no eran suyos. No obstante, y por lo visto, sabía perfectamente donde estaban mis cosas, aunque no las tocara. Emerenc no soportaba que se guardasen secretos delante de ella”. (pág. 50- 51).
Esta mujer que se encarga del aseo de algunas casas y de la calle del vecindario, también tiene una faceta maternal muy desarrollada: cuida de los enfermos. Emerenc es una madraza en todo el sentido de la palabra. Impone su presencia cuando hay dolor o necesidad. La primera vez que demuestra cariño por la escritora e intenta protegerla es cuando el marido de ésta es operado de gravedad. Es en esta ocasión cuando le habla de su trágico pasado: abre su corazón porque la otra la necesita.
Ninguna de las dos protagonistas tiene hijos. Ese detalle las iguala, comparten un vacío similar. Emerenc lo sublima entregando su tiempo a los demás cuando precisan ayuda. Su ama escribe y crea, de esa manera también ejerce su maternidad. Por eso se encuentran, son dos soledades que se cruzan en la calle de la vida.

FORMACIÓN VERSUS INTUICION:

La educación de una persona que desarrolla su actividad en un mundo intelectual, acostumbrada a moverse con categorías lógicas, será confrontada con la inteligencia emocional de la asistenta, una mujer que no se ha cultivada pero que tiene un gran sentido común. Intuición y aprendizaje se baten como rivales a lo largo de novela, los dos extremos entablan una batalla que se resuelve en un honroso empate al final.
La primera vez que discuten acaloradamente por esta razón, es cuando Emerenc le ha dado de beber cerveza al perro. Para la escritora, la asistenta ha cometido una falta, perros y amos no se sientan juntos en la mesa, no beben lo mismo, no se sitúan en el mismo nivel: uno debe mantenerse a los pies del otro, moviendo la cola. Sin embargo Emerenc ha convertido al perro en su mejor amigo. Ella funciona distinto, ve las cosas de otra manera:
Y no me diga que porque almorzó conmigo como es debido, bien y de mi mano, va a morirse. Si eso de que Uds. hacen de tenerlo a dieta y darle de comer sólo e horarios restringidos y siempre en un plato, con lo que les gusta a estos comer de la mano de una, eso es matarlo de hambre”. Pág. 56).
Desde el punta de vista de los gustos adquiridos, también hay conflicto. Lo que la asistenta elige como un regalo especial, a la escritora le parece horroroso, feo, de mal gusto. Cuando Emerenc retira el Ulises de la biblioteca para colocar unas figuras vulgares, la escritora quiere explicarse. El diálogo que sigue intenta ilustrar las distancias que hay entre las dos:
“… Mi casa no es un museo del kitsch. ¿No ve que eso no es arte, que no es más que una simple y vulgar cursilería?…
– ¿Qué es kitsch? –preguntó-. ¿Qué significa esa palabra? Por favor, explíquemela.
Me costaba encontrar la fórmula adecuada para hacerle ver qué culpa tenía el pobre perrito para ser considerado un producto barato, feo y mal proporcionado. Que kitsch es algo falso, irreal, ideado para satisfacer sin más necesidades de placer baratas y superficiales; kitsch es el sustituto de valores verdaderos, sinónimo de falta de autenticidad y calidad.
– ¿Este perrito es entonces falso? –pregunó indignada-. ¿Y por qué si no le falta nada? ¿Acaso no tiene sus orejas, sus patas y su rabo? ¿Y esa cabeza de león de bronce que ha colocado Ud. sobre el archivero, y que todos sus invitados adoran y le dan golpecitos como idiotas, pero que es un león que no tiene ni cuello ni nada, solo la cabeza, y que cuando la golpean hacen como si llamaran a una puerta que no es más que un armario lleno de papeles? ¿De modo que un león que ni siquiera tiene cuerpo no es falso y un perro que se parece a un perro de verdad sí lo es?…” (pág. 97- 98).
Sobre el suicidio también tienen planteamientos diferentes. Emerenc ayuda a morirse a Polett:
“… al que quiera irse, hemos de dejar que se vaya” (116).
Para Emerenc el mundo de los afectos es amplio e implica ciertos compromisos y riesgos:
Lo que pasa es que, si queremos, también tenemos que saber matar”. (pág. 123).
La infancia en el campo la ha moldeado de una manera pragmática. A un animal herido se le sacrifica porque no sirve para el trabajo, exactamente lo que hicieron con su novilla: la mataron para que no sufra. En cambio para su ama, que es católica practicante, el suicidio es un desenlace que se debe evitar a cualquier pecio.
Al final de la novela se ven claramente estas diferencias que produce la educación: dejar morir a Emerenc es algo intolerable para su amiga, debe impedirlo a pesar de lo que esa actitud implique no respetar la voluntad de la enferma. “Lo correcto” determina la acción de una mujer educada.
El lenguaje que usan para expresarse las define como dos mujeres que vienen de mundos distintos. Cuando Emerenc le cuenta sus frustraciones, habla directamente:
“… no debe entregarse nunca a una pasión con toda su alma, porque eso lleva, antes o después pero infaliblemente, a la perdición. Los que lo hacen, termina mal siempre”. (pág. 162).
Para decir lo mismo, la escritora usa buscar referentes culturales:
Durante mis años de estudiante universitaria sentía una gran aversión hacia Schopenhauer. Más adelante la experiencia me enseñó a aceptar una de sus tesis: aquella que sostiene que toda relación afectiva os hace vulnerables ante el sufrimiento, y cuantos más lazos de este tipo establezcamos en esta vida, más flancos débiles tenemos”. (pág. 164).
El cine es también una experiencia distinta para cada una de ellas: la escritora se deleita con las posibilidades técnicas de un arte que traduce el lenguaje literario a un lenguaje visual. La asistenta se desilusiona con los efectos especiales, no le gusta la manipulación de la realidad. Para ella es una demostración de lo kitsch, aunque no use el término: las cámaras falsean la realidad.
Sobre la religión también tienen discrepancias. Emerenc se alejó de la Iglesia cuando se sintió humillada en un reparto de ropa usada. Sin embargo, a su manera, practica la caridad cristiana con los necesitados del vecindario. No comprende la práctica rígida y sin alegría de la escritora, en donde sólo percibe el cumplimiento de las formas:
Por una religiosidad y una misericordia como las suyas, programadas exclusivamente para los domingos, yo no pagaría ni un céntimo. Sinceramente, verla tan desordenada y dejada en su casa, mientras mantiene los horarios de su actividad semanal con una rigurosidad casi obsesiva, me resulta odioso. Que los lunes a las tres, truene o llueva, haya que ir al dentista, y la vuelta en taxi, porque el transporte público le parece demasiado lento; que los jueves, pase lo que pase, no pueda faltar a la cita con la peluquera; que los miércoles, no puede ser otro día, la colada, y los jueves la plancha, aun cuando la ropa no haya secado. Los domingos y festivos, a misa; los martes sólo hablamos en inglés y los viernes, para no perder el hábito, practicamos el alemán. Y, en los momentos que no haya nada estrictamente programado, a sentase ante la máquina de escribir y a teclear sin siquiera levantar la cabeza”. (pág. 218).
Hay intolerancia en las dos partes, cada una desconoce las razones de la otra, cuando se juzgan se enfrentan, no intercambian, pero precisamente en ese enfrentamiento se van definiendo los personajes. Al señalar lo que no les gusta de la otra, dejan entrever lo que persiguen:
Me había hecho un retrato en el que me tildaba de hipócrita, esnob y formalista. Lo que ella no había comprendido era justamente eso: mediante las apariencias de una vida ordenada hasta el último detalle, yo intentaba conjurar la equívoca sensación de agonía que abrumaba permanentemente a mi marido”. (pág. 221).
Viola y los gatos representan el mundo salvaje que ama Emerenc. Prefiere relacionarse con ellos que con las personas de su entorno, se siente más libre, más natural. Es una demostración de su rechazo al mundo “civilizado”, a las normas culturales. Fue una niña maltratada en el pasado y eso deja huella, se percibe en Emerenc una gran desconfianza del ser humano. Sin embargo no tiene reparos en dar una paliza a Viola, o matar a sus gatos, sus compañeros incondicionales. Ante ellos ejerce su poder como ama absoluta.
Aquello más valioso que tenía Emerenc, los muebles heredados de los Grossmann, se los deja a su amiga. Y también le encarga su mayor deseo: eliminar a los gatos para que no sufran. Sin embargo los muebles se desmoronan por la carcoma y se convierten en polvo, y los gatos huyen. La mejor herencia será la que trasciende: la amistad, las cosas buenas que le enseñó, lo mucho que la quería.
Los acontecimientos que precipitan el final demuestran, una vez más, las realidades distintas de cada una. Emerenc enferma justo cuando la escritora no tiene tiempo para atenderla: una entrevista la aleja del rescate, a pesar de haber sido la que permitió el derribo de la puerta. El éxito de una es paralelo a la decadencia de la otra, y ese éxito le impide ayudar a su amiga. Como consecuencia se instala la culpa en la narradora, quien se responsabiliza por el final de su asistenta: el rescate no la dejó morir como ella quería, recluida, sola, y sin testigos de su deterioro.
Al entrar a “salvarla”, la pulcra Emerenc se muestra en un estado de suciedad y abandono humillante: quien cuidaba de todos no tenía a nadie que cuidara de ella. No los dejó entrar a su casa, salvo a la amiga escritora. Y ella le falló porque sus obligaciones se lo impidieron. Para exorcizar esa culpa, contará la historia y pedirá perdón públicamente a su amiga.
La monotonía de la vida que se percibe en La Puerta responde a la monotonía de una Hungría sometida al régimen comunista: no pasa nada. El vecindario es aburrido, la vida gris, sin cambios ni esperanzas.
El poder es autoritario, todo depende del gobierno. Si la escritora es censurada o premiada, se deberá a la voluntad del que manda. El resultado no parece responder únicamente a sus logros: el funcionario de turno decide en función de la política cultural impuesta desde arriba
Los textos se han tomado de la edición en español de Random House Mondadori. Traducción de Márta Komlósi.
 Publicado el junio 4, 2006

DE GUILLERMO ALTARES PARA EL PAIS

LOS MISTERIOS DE UNA VIDA

Con La puerta, una historia de amistad autobiográfica, Magda Szabó ganó Fémina 2003. Extraña y con hechizo, su edición húngara apareció dos años antes de la caída del muro de Berlín.
Sándor Márai no es la única sorpresa agradable que las letras húngaras han reservado a los lectores españoles en los últimos tiempos. Además de los autores consagrados, como Péter Esterházy, uno de los grandes novelistas europeos, o de los que todavía no han llegado al gran público, como Attila Bartis (traducido por Acantilado), pero cuyas propuestas literarias surgen llenas de fuerza, está Magda Szabó, escritora de 87 años que el año pasado ganó en Francia el Premio Femina a la mejor obra extranjera con La puerta, que acaba de editar Mondadori en una traducción de Marta Komlósi.
Szabó, la decana de la literatura magiar, es una escritora muy conocida y respetada en Hungría, que comenzó su carrera literaria poco después de la Segunda Guerra Mundial, pero que interrumpió la publicación de sus obras hasta los sesenta, después de los años más duros del comunismo húngaro. Nacida en 1917 en Debrecen, en el este del país, en una familia protestante, burguesa e ilustrada, su vida parece sacada de una novela de Márai o de una película de István Szabó: nació cuando se derrumbaba un imperio, y todo un mundo centroeuropeo, y sufrió los totalitarismos del siglo XX en un país especialmente marcado por la tragedia, que sólo comenzó a recuperar una cierta normalidad con el llamado socialismo gullash, la tímida apertura que siguió a la salvaje represión por los tanques soviéticos de la revolución de 1956.

En su obra se siente constantemente como telón de fondo ese terrible peso de la historia en la vida cotidiana. La puerta, una novela autobiográfica tan extraña como fascinante, no es una excepción. Publicada en 1987, dos años antes de la caída del comunismo en Europa, fue primero traducida al alemán y al inglés, aunque alcanzó su gran éxito internacional hace dos años en Francia. Comienza desvelando lo que parece su final -"es necesario que declare de una vez por todas que yo maté a Emerenc. Yo quería salvarla, no destruirla, pero eso no cambia nada", escribe la autora en el prólogo- y que narra la amistad, durante 20 años desde los sesenta, entre la propia Szabó y su criada Emerenc, un personaje misterioso que no deja que nadie cruce el umbral de la puerta de su casa.

La relación entre las dos mu

jeres se hace cada más densa, muchas veces difícil, y profunda hasta que la escritora va poco a poco conociendo los secretos que Emerenc, una mujer en apariencia ruda, casi salvaje, oculta. Como ocurre con todas las grandes novelas, intentar resumir su contenido en su trama es un esfuerzo inútil: La puerta es un libro sobre la amistad por encima de las barreras sociales, es una obra que oculta una reflexión sobre el dolor del siglo XX y sobre el misterio que encierra cualquier vida. Es una novela publicada cuando su autora tenía casi 70 años y esta veteranía se nota en el enorme oficio y sabiduría que encierra su escritura: en su capacidad para hacer avanzar la narración sin que se noten sus necesarias paradas, ni sus costuras, en su habilidad para ir desvelando poco a poco, sin trucos, sin abrumar al lector, los muchos secretos que oculta el libro.
Estaría muy bien que, al igual que ocurrió con El último encuentro, de Sándor Márai, este libro fuese el principio de una gran amistad entre los lectores españoles y la veterana novelista. La ampliación de la Unión Europea del 1 de mayo de 2004, con la entrada de diez países, entre ellos Hungría, desveló hasta qué punto la sociedad española ha estado desvinculada de los países del este y del centro de Europa. La proliferación y éxito en los últimos años de institutos Cervantes en ese viejo rincón del continente demuestra que el desinterés no es, en absoluto, compartido. Los avances políticos en una UE de 25 países, que muy pronto serán 27, requieren no sólo intensificar los contactos económicos, sino también los intercambios culturales. Llenar vacíos, como la ausencia de traducciones de una novelista tan importante como Magda Szabó, es siempre un paso adelante.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de abril de 2005

RREFLEXIONES SOBRE LA PUERTA , DE MAGDA SZABÓ

por Alberto Estevez | 21 Jun, 2016 | DestacadasLiteratura
En marzo de 2009, nuestro colega Alberto Estévez nos regaló este magnífico comentario sobre una novela extraordinaria. A punto de cumplirse un año de la muerte de Alberto, le rendimos nuestro afectuoso homenaje con el que iniciamos la sección “Mujeres en la literatura”
Beatriz García, Miguel Ángel Alonso,Gustavo Dessal
En 1954, Jacques Lacan hizo un breve comentario acerca de un aparato simple, en el que basta hacer girar un picaporte: una puerta. “Una puerta no es algo, les ruego que lo piensen, totalmente real. Considerarla así llevaría a extraños malentendidos. Si observan una puerta y concluyen que produce corrientes de aire, se la llevarán al desierto bajo el brazo, para refrescarse”. (Jacques Lacan. Seminario 2. El Yo en la teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Página 444. Editorial Paidos. Buenos Aires)
Retomará una serie de frases hechas alrededor de la puerta justamente para poder distanciarla de su condición de objeto real; una puerta, una puerta que se nos niega, o que por el contrario se nos ofrece, incluso en esta matización llegará a ofrecer una evidencia que resulta simple pero muy pertinente para lo que quiero mostrar: Lacan dirá que la puerta no cumple la misma función instrumental que la ventana.
Una puerta debe estar abierta o cerrada, y esto no es equivalente.
La puerta es, por naturaleza, del orden simbólico, y se abre a algo. Hay disimetría pues entre la apertura y el cierre: si la apertura de la puerta regula el acceso, el cierre lo obstaculiza. La puerta es un verdadero símbolo, el símbolo por excelencia, aquél en el cual siempre se reconocerá el paso del hombre a alguna parte, por la cruz que ella traza, entrecruzando el acceso y el cierre. Se trata de la relación del acceso y el cierre.
Este libro de Magda Szabó relata los avatares de la relación entre la autora de la novela y su señora de la limpieza, Emerenc Szeredás. La Puerta es real, por llevar la contraria a Lacan: en la casa de Emerenc, es la que da acceso a su habitación, o más bien habría que decir la que lo impide, ya que esta mujer prohíbe terminantemente que nadie penetre en su intimidad, salvo la propia escritora, bien avanzada la novela, en circunstancias muy particulares, ya que en la primera ocasión que la autora tiene la ocurrencia de sacudir el picaporte, recibe una furiosa reprimenda; la amenaza es tan desproporcionada que la autora teme la agresión física por parte de aquella mujer.
Pero esta anécdota le permite ir dibujando el carácter simbólico del objeto puerta, enseguida nos dirá que es una puerta que protege, protege de las miradas, incluso de la propia muerte.
Y nos toca a nosotros pensar en la escena. ¿Por qué se angustia tanto Emerenc, qué significa para ella que alguien pueda atravesar ese umbral? El celo con el cual cada uno de nosotros guardamos determinados aspectos, elementos, circunstancias de nuestras vidas no parece encajar con la reacción que muestra esta mujer. Hay algo del lado del exceso que nos lleva a valorar la escena de otra manera. También es así para la escritora, que escapa de allí aterrorizada pensando que Emerenc está medio chiflada, es víctima de una mente perturbada.
¿Es cierto esto? ¿Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que estamos ante una psicosis? Sea como fuere, lo que personalmente me ha causado gran admiración del relato es el material que Magda Szabó va eligiendo para dibujar una estructura psíquica tan compleja como resulta ésta. La sutileza en los detalles, reparar como ella hace en pequeñas cosas que ocurren y que podrían ser desestimadas o calificadas como simples manías o caprichos de Emerenc, no es así, y tiene efecto en el lector: es una valoración de dichos elementos como si estos, en realidad, fuesen claves a descifrar. Es consecuencia directa de haber demostrado una finura, como si de un clínico experimentado se tratase, en el análisis del carácter de su empleada.
Con una prosa envidiable, la vemos detenerse en hechos que para ella son significativos: Emerenc no tiene cama, no se acuesta ni se tumba, ya que eso le provocaba debilidad y un vértigo inaguantable. Por otro lado, la autora percibe un obstáculo en la relación, que define de la siguiente manera: Emerenc no dialoga, sentencia. Podemos decir que está sostenida por la certeza. Algunos de estos hechos no provienen de lo que Emerenc le cuenta, sino de la propia observación del entorno, eso le lleva a decir que todo el mundo se fiaba de Emerenc, pero Emerenc no se fiaba de nadie. Esto se hacía todavía más extremo en el caso de la relación con los hombres; salvando alguna excepción, con ellos había que estar muy alerta, cualquiera podría ser el barbero, aquél desaprensivo que le robó todo. Emerenc con su argumentación pretende convertir en evidente que partiendo de una situación como esa, lógicamente se derive una consecuencia como la siguiente: nunca más volvería a tocarla ningún hombre. Nos va dejando datos que tienen todo el interés.
Son 20 años de relación, es mucho tiempo, y no ha sido un tiempo perdido. La autora ha podido hacer acopio de la sabiduría que esta mujer le ha ido transmitiendo, una sabiduría que es el saldo de lo que ha sido una vida de supervivencia, sabiduría que se hacía necesaria para conservar la vida en unas circunstancias en muchas ocasiones catastróficas, y en alguna en concreto, verdaderamente aterradora. Entonces, no debe resultarnos extraño que alguien que pasa por eso enuncie frases del tipo “todos estamos solos, queramos o no, aunque compartamos la vida con otro” O también: “al que quiera irse hemos de dejar que se vaya. Quien no se deja sacar del agujero allí se queda”. “Si amamos también tenemos que saber matar”, “Los curas mienten, los doctores son ignorantes y codiciosos, los letrados cínicos, los ingenieros ladrones, y los mafiosos abundan por doquier”.
La visión política de Emerenc merece un capítulo aparte, aunque yo en esta exposición me limite a citarla porque me parece soberbia: “el mundo se divide en dos clases de personas: los que barren y los que no
Pero podemos diferenciar otro tipo de enseñanza más concreta, más funcional para el caso, que la autora extrae y atañe directamente a la posibilidad de relación con su empleada, como una guía que le sirve para bien llevarse con ella y no poner en peligro el vínculo que las une; un saber en consonancia con la verdad del sujeto, que distribuye las posiciones de cada uno para afrontar el esperado buen encuentro con el otro. En un primer momento, el hermetismo de la autora no facilita, más bien impide que esto se produzca; primero debe abrir su puerta para que la empleada abra la suya. Las pistas para salir de esa situación las percibe cuando toma conciencia de que Emerenc consigue hacer equivaler sus ausencias con la ruina, hasta el punto de que la vida del matrimonio sin ella no funciona.
El sacrificio que Emerenc realiza por el otro sólo se producirá si se trata de existencias ruinosas, es la salvadora incondicional hasta la locura, y cuando en los primeros momentos, comprobamos que la relación que la autora tiene con ella no responde a ese molde, la cosa no marcha. Es efectivamente cuando la autora le muestra algo de su ruina yendo a su casa para decirle simplemente, tengo hambre, cuando se produce el milagro. Emerenc no iba a olvidar dicho acto jamás, y es en ese momento cuando empieza a quererla de verdad. No quiero dejar de mencionar aquí la idea del marido, abundar en esto, pues él también tomó conciencia de por dónde debe cruzar la relación para que pueda darse. Es un personaje que, por otra parte, pasa por la acción sin tener mucho que ver ni que aportar, sin embargo aquí propone una vía muy lúcida para no perder la relación con Emerenc: “vivir en continua agonía para que acuda a salvarnos, es lo más conveniente para su economía afectiva
Y así podemos entender mejor la clave de la relación de Emerenc con su hija, porque así llama a la autora, aunque ella lo desconociera. Magda debe permitir que Emerenc se convierta en la protagonista principal de su vida: “a mí me da todo o no quiero nada”.
Salvar vidas: pobre Emerenc, que en una misma noche había visto cómo delante de sus ojos se escapaban las vidas de sus dos hermanitos y de su madre sin que pudiera, bloqueada por el espanto, hacer nada para remediarlo. Como tampoco nada puede hacer, por mucho que se lo reproche desde su moral cristiana, la autora, con la circunstancia final de la vida de Emerenc. Destinos ligados, circunstancias repetidas, vidas que se cruzan, sueños que se repiten. Sueos en los que la puerta está cerrada impidiendo la salida, provocando la impotencia de nuestra soñante. Y es que los que pierden son los que se quedan.
Alberto Estévez. Madrid. Viernes 13 de Marzo de 2009


DEL BLOG “Mi estantería”

"La presente obra no se ha escrito para Dios, conocedor de mis entrañas, ni para las sobras, testigos de tantas horas de vigilia y de sueño; dedico este libro a los hombres. He vivido con valentía hasta ahora y espero morir así, con coraje, sin mentiras, y para ello es necesario que declare de una vez por todas que yo maté a Emerenc. Yo quería salvarla, no destruirla pero eso no cambia nada"

Intimismo a voces

El inquientante párrafo introductorio, extraído del prólogo que nos brinda la autora revela un deseo incontenido de confesar una culpa, un pesar arraigado en el pecho desde años. Una escritora- Magda- presumiblemente Magda Szabó hace un recorrido de veinte años de su vida- desde sus inicios como una prometedora escritora que lucha por hacerse hueco en el panorama literario de su país- lidiando con las visicitudes de la época en el periodo en el que la acompañó Emerenc, una asistenta que contrata para las tareas del hogar y con la que tendrá una relación de amistad opuesta a todos los convencionalismos que damos por sentados. El afecto de ambas mujeres es recíproco pero opaco, tanto que parece ausente, tanto que resulta doloroso.

Del mismo punto inicial a dos destinos opuestos

Tanto Magda como Emerenc proceden del medio rural húngaro y ambas terminan en la capital desarrollando su vida según sus aspiraciones. Emerenc es una vigorosa anciana con nudos en las manos de tanto trabajar, de tanto barrer las calles de nieve y Magda persigue ambiciones intelectuales que Emerenc denosta por alejarse de "lo real". La autora incidirá en numerosas ocasiones en el origen común de ambas y en sus diferencias al interpretar la vida. Emerenc impondrá el ritmo de su relación marcándolo con tempos de ausencia despectiva cuando se sienta insultada y omnipresencia eficaz en su trabajo y en su apoyo anímico cuando sus "amos" pasen por sus peores momentos y Magda tendrá el firme deseo de corresponder a las atenciones de la asistenta sin llegar a conseguirlo, Emerenc no cede en su hermetismo ni muestra el más mínimo aprecio por Magda, al menos no del modo que Magda espera. Magda sentirá que esa mujer que a veces la desprecia, que se ha adueñado del cariño de su perro Viola y que la provoca con sus continuos sermones que ridiculizan las bases de su ética tiene un carácter tan impenetrable como la puerta del umbral que da acceso al hogar de la anciana y que nadie en la ciudad ha traspasado jamás.

Una puerta hacia el final

¿Qué esconde Emerenc tras la puerta? Magda será la única que lo sabrá, a su debido tiempo, Emerenc la dejará entrar como muestra de su afecto pero esta será la primera y última vez que el umbral será traspasado por Magda, la próxima vez que se vea obligada a hacerlo será después de tomar una decisión que hará que tiemblen los cimientos de la relación entre ambas y las consecuencias marcarán a Magda de por vida.

Llevaba años queriendo leer la obra de "una de las mejores escritoras europeas de este siglo" y debo confesar que, si bien mis expectativas eran altas, la lectura del libro las ha superado con creces. Aparte de lo bien escrito que está y de la perfecta creación de personajes con las que cuenta la trama, la variedad de temas que se entrelazan con esta no dejan al lector indiferente. La religión, el derecho al suicidio, los verdaderos valores de la amistad, la traición, el a veces amargo sabor del éxito y la responsabilidad ética como ser humano serán encauzadas por un plantel de personajes secundarios al nivel de los principales y sobre todo, a nivel de una historia conmovedora y cruda a dosis iguales. No puedo más que recomendar encarecidamente el libro más representativo de esta genial escritora húngara. Yo, por mi parte, seguiré leyendo su obra con la esperanza de encontrar otra joya equiparable a esta.
La versión cinematográfica, rodada en inglés  en 2012, dirigida por Istvan Szabó, celebérrimo director húngaro que comparte apellido con la autora aunque no parentesco y que cuenta con las participaciones de Martina Gedeck en el papel de Magda y de Helen Mirren en el papel de Emerenc es una reproducción fidedigna de la novela en la que el trabajo de las actrices principales es el recurso más destacable, la película adolece de un ritmo algo precipitado y la carencia de detalles llamativos que aparecen en la novela y que son obviados en el film. No obstante, el tráiler ofrece una visión bastante aproximada de lo que encontraremos en la novela.







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