NOS VEMOS EL MIÉRCOLES 7 DE FEBRERO A LAS 19.30 PARA HABLAR DE "LA PUERTA", DE MAGDA SZABO
UNA RESEÑA DE LA ESCRITORA TERESA AGUSTÍN
Magda
Szabó nace en Hungría en 1917 y vive en Budapest en el seno de una
familia burguesa y especial (su padre le hablaba en latín, según
cuenta en sus memorias).
Empezó a publicar después de la Segunda Guerra Mundial y fue represaliada
al igual que su marido, el escritor Tibor Sziobotica, por los
comunistas, aunque algunos años más tarde reanudó su obra y su
proyección. En 1987 publicó
La puerta, tal vez su novela más internacional, con la que ganó,
entre otros,
el Premio Femina.
Magda
Szabó murió el 19 de noviembre de 2008, unos días después de
terminar Nueve gatos y un perro. Intuía esa muerte, he escrito en
esa magia frágil, transparente de los grises asomada en un balcón
con la mirada doble; la de una niña que descubre a una escritora
magnífica y la de una mujer madura que aprende a despedirse de la
vida; esa que retiene el pasado con una mano y el presente con otra.
Hungría tendrá el sabor de Szabó, y mi mundo hilará su memoria
palabra a palabra. Mi vida con Magda, curiosamente, acaba de empezar.
El final en la literatura no existe.
(Teresa
Agustín es poeta y nació en Teruel en 1962. Empezó a publicar a
los
veinte
años en revistas como Turía y Andalán. Ha traducido, entre otros,
a Mar-
guerite
Duras. Hasta la fecha ha publicado los libros Dhuoda (Asociación
Cultu-
ral
Ana Abarca de Bolea, 1986), Cartas para una mujer (PuZ, 1993); La
tela que
tiembla
(Olifante, 1998); Hombre sentado en un jardín, con lirios, lilas y
dos ama-
polas
(Prames, 2004); Dos Pasillos (Huerga y Fierro, en prensa). Su obra
figura en
diferentes
antologías: Erotemas (Ayuntamiento de Zaragoza, 1980), Poemas a
viva
voz (IFC, 1988), Penúltimos poetas aragoneses (DPZ, col. Veruela,
1990),
Ellas
tienen la palabra. Dos décadas de poesía española (Hiperión,
1997), Muje-
res
de carne y verso: antología poética femenina en lengua española
del s. xx (La
Esfera
de los libros, 2001).
(NUEVE
GATOS Y UN PERRO entrevista sin preguntas).LA PUERTA, DE MAGDA SZABÓ
Siempre
giro la llave, pero nuestro destino es el de seguir luchando en vano.
Parece que a lo largo de esos años las estaciones no se sucedan, hay
nieve y el paisaje se retrata en grises, como si todo ocurriera entre
el otoño y el invierno, sólo por la nieve que Emerenc barre de vez
en cuando; por lo demás, el color del sitio es gris,como en un
eterno otoñal. Todas las vidas tienen una puerta, la llave puede
existir o no, puede encontrarse cerca o lejos, tal vez llega colgada
de nuestro cuello a la hora de nacer, como un regalo, o la nuestra,
la que nos corresponde, la que abre, está colgada de otro cuello y
pueda ser que no la merezcamos nunca, o que simple-mente, no la
encontremos jamás. ¿Hay algo más fascinante que una puerta cerrada
que lleva a una habitación propia, que contiene un
secreto?
Pensamos en lo que hay dentro, pero en realidad lo más fascinante es
el camino que lleva a la llave, esa otra, que contiene tu propio
silencio, que sin saberlo da forma a tus amnesias. Lo que se encierra
en ese cuarto también está fuera, soy yo misma. Mi herencia
material se hace polvo, se desvanece cuando finalmente la toco. Al
final de este libro hay otra puerta.
«nos
atendió durante más de veinte años, pero en los cinco primeros se
podía percibir, con la precisión de un instrumento de medición, la
distancia que ella marcaba en la relación. Yo tengo un carácter
abierto, me gusta hablar con la gente, incluso con desconocidos, pero
Emerenc limitaba la comunicación a lo estrictamente necesario».
Es
una historia real, como siempre retratada y mentida por la
literatura, es la vida de alguien anónimo como tantos, que recorre
un camino, topándose con unos y otros como tantas «colometas», sin
ser consciente de ello. En este barrio de maravillas las cosas
parecen detenidas en el tiempo y el universo transcurre
entre esas calles, es casi una obra teatral intimista donde la
narración se sitúa en un dilatado espacio de tiempo y donde suceden
en realidad pocas cosas, pero donde se sacude todo un universo. Es la
atracción entre dos mujeres, no es el retrato de un hombre y una
mujer, o dos hombres, son dos mujeres: la una inculta y viva en su
propio exilio interior, y la otra culta, una escritora, fascinada por
la libertad cautiva de la otra. Poco a poco la vieja colometa húngara
revienta el universo formal de la escritora. Lo cotidiano, que es lo
que se retrata, llega a resultar fascinante, no es sólo la historia
de una amistad, es también la relación entre dos generaciones, el
desencuentro, y la relación de poderes entre una criada y su señora.
una criada que tiene una puerta cerrada, que sabe manejar la llave de
la indiferencia, que no tiene horario. Tal vez es el empeño «de que
las personas más cercanas manifiesten el placer de volver a verme».
un empeño que nos obsesiona, es una verdadera historia de amor; lo
que parece que llega y no llega en realidad; «éramos amigas» lo
que parece que sí, que ya es, pero siempre hay algo que lo trastoca
y hay que volver a reconquistarlo. En el fondo se trata de sentir
siempre atracción por la otra, que no acaba de ser del todo nuestra,
sentir esa curiosidad, ese algo que hace que alguien siempre nos
parezca que está por descubrir, que siempre nos cuenta cosas que no
nos aburren, que nos mantienen alerta, aunque no tenga nuestros
gustos, ni podamos hablar en el mismo registro. Alguien «que no deja
entrar a nadie en su casa». un perro se convierte en el catalizador
de los afectos, él sólo reconoce a Emerenc como dueña y señora,
como madre y ella actúa como tal, castiga y premia, y lo hace como
sólo puede hacerlo alguien que se ha relacionado con la vida rozando
su dureza, nuestra vieja.
«Emerenc
sostenía que la labor intelectual no era más que simple
holgazanería, casi comparable a trucos de magia barata», pensaba
que la «sociedad estaba dividida en dos, los que barrían y los que
ordenaban barrer», «odiaba la idea de poder y, con ella, a
cualquiera que lo ejerciera». nuestra sirvienta había sobrevivido a
ese destino que cruzó todos los mapas de Hungría. Hungría, dicho
«sin ningún transfondo de patriotismo sentimentalista» con una
Primera Guerra Mundial en la que salió derrotada de la
contienda.Para años después en una sucesión de proclamas
republicanas y comunistas el país fuera perdiendo territorios e
identidades, y luego la Segunda Guerra Mundial y un pueblo, que no
era fascista terminó al lado de Hitler y finalmente, invadido por
las tropas alemanas. Y luego llegaron las deportaciones de los judíos
húngaros y la persecuciones. Y luego las tropas soviéticas se
quedaron con el país y todo se tiñó de grises. Y Emerenc ayudaba a
los judíos, refugiaba a un alemán herido o a un ruso en su alcoba
secreta. Ella «prefería decidir por si sola», siempre animada por
un espíritu de lo solidario, de esos
que
hacen sobrevivir a los pueblos. Es la matrona que hace el caldo para
el vecino enfermo, es la que cocina para sus gatos, encerrados en una
habitación, la que mima al perro Viola, la que manifiesta su amor
haciendo comida y haciendo comer. «Ella no aceptaba ese país».
«Yo asumía el papel de robespierre, la representación de la
soberanía popular, a pesar de que a mí, personalmente, ese poder
pretendía quitarme de en medio censurando mi obra literaria y
obligándome a aislarme en un gueto privado,
junto
con mi marido ya bastante humillado hasta el punto de ver secada su
vena creativa». «Acorralada de ese modo, sólo me dejaban dos
opciones para borrarme del mapa: quitarme la vida o abandonar
el país. Pese a todo, logré mantenerme a flote, tan fuerte era mi
odio hacia mis perseguidores». Así era este país. Luego vino la
revolución del 56 y entró un poco de aíre fresco, era «la barraca
más alegre», o eso decían respecto a los otros países del Este.
Era el lado negativo lo que ella veía, era tal vez su dignidad lo
que dejaba aflorar su visión dramática de la vida y de la historia
que le había tocado vivir. Es esa visión oscura del ser humano que
acaba sacando lo peor de uno mismo y lo mejor, pero que no predispone
a la dulzura, o sólo se sabe de ella pasado el tiempo. Son los
supervivientes. El retrato de alguien que no pide nunca nada, que no
depende de nadie pero que es capaz de dar lo mejor de sí mismo y de
proteger a los demás marcando distancias e imponiendo carácter. Lo
puro, sin el edulcorante añadido de los buenos. Esa clase degente a
la que amas sin saberlo y que te enseña que «morir del todo no es
tan fácil», de los que aprendes una vez abierta la puerta de una
habitación que en el fondo no contiene más que polvo. Son los nueve
gatos encerrados en una habitación, que viven cautivos pero están
vivos. «Si Viola y esos gatos encontraran la libertad morirían». Y
mueren los nueve gatos y Viola, el perro, que muere en vida. Y
termina una novela. Y yo misma, que me acercaba sin saber a la
enfermedad, a la vejez, a la soledad y al desamparo. «Que yo era su
hija lo supe cuando los gatos y Emerenc ya no estaban».
Cuando
rompimos sus puertas y la «herencia se desvaneció». Cuando
la ausencia te descubre que el destino de los hombres es el de seguir
luchando en vano y «yo soy ya bastante mayor para sentir vergüenza
por el pasado». Los ojos de Emerenc eran azules, los míos ya no
recuerdo.
DEL TALLER DE LECTURA DE LILIANA ACOSTA
http://lilianacosta.com/la-puerta/
La Puerta
Magda
Szabó
Autora: Magda
Szabó
La
escritora húngara Magda Szabó, basa su relato en la relación que
mantuvo con su asistenta, Emerenc Szeredás, a lo largo de muchos
años. La novela tiene tintes autobiográficos, pero el interés
creativo de la autora se centra exclusivamente en un personaje que
fue determinante para ella. No nos enteramos de la faceta
profesional, familiar o íntima de la escritora. El lente se detiene
una y otra vez en Emerenc, en todo aquello que esa interesante mujer
pudo haber aportado en la vida de su patrona-amiga. Y viceversa.
El
relato está escrito en primera persona, el punto de vista le
corresponde a la escritora- personaje. No es necesariamente Magda
Szabó la que narra, es un personaje creado por ella, basado en ella,
y que no tiene nombre en la novela. Ese dato le permite ciertas
libertades literarias que ignoro si la autora se las tomó. Tampoco
es importante confirmarlo, toda obra literaria es, y será siempre,
ficción.
El
tema resulta original. Las historias de amor suelen ser historias de
parejas. No es fácil encontrar un tema femenino y doméstico y que
el desarrollo de éste se mantenga hermético respecto al mundo que
rodea a las protagonistas. A pesar de ello, a través de los
encuentros y desencuentros de las dos mujeres, surgirán sus mundos
diametralmente opuestos debido a sus propias historias.
La
amistad que nace entre ellas obedece a un patrón afectivo típico de
dos enamorados. Amor y odio se combinan con intensidad, se ayudan y
se enfrentan, terminando por convertirse una en el espejo de la otra.
Las perspectivas psicológicas de ambas se enriquecen en un diálogo
intenso, agresivo, a veces demoledor.
El
origen de la relación entre las dos es un hecho concreto y práctico:
la escritora necesita a una asistenta para resolver las demandas
domésticas de su familia. El trabajo que realiza es una actividad
intelectual, no le deja energía ni tiempo para cuidar de su casa. Es
una mujer que, por educación y nivel social, encuentra normal
contratar a alguien para que “barra” su casa:
“Según
la visión política de mi asistenta, el mundo estaba dividido en dos
clases de personas: los que barren y los que no…” (pág. 132).
Las
reglas del juego quedan establecidas rápidamente: la escritora, que
debería situarse por encima de Emerenc, no sólo porque es el ama,
si no porque tiene más educación y dinero, y por lo tanto mayor
prestigio social, se ve relegada por la sirvienta.
Conciente
de la desventaja objetiva, Emerenc busca un equilibrio. Ella no
quiere relacionarse con su ama como si fuera inferior. La energía
que despliega para demostrar su valía y lo bien provista que está
de recursos para resolver los diferentes aspectos de su trabajo, será
el motor de la novela.
Emerenc pretende imponerse y reivindicar, de esa manera, su dignidad y orgullo:
Emerenc pretende imponerse y reivindicar, de esa manera, su dignidad y orgullo:
“Si
alguien le garantizaba que no éramos gente bulliciosa ni alcohólica,
no descartaría la posibilidad. Me dejó estupefacta con todo eso:
era la primera vez que alguien pedía nuestras referencias. “o lavo
la ropa sucia de cualquiera”, concluyó Emerenc”. (pág. 14)
La
estructura de La
Puerta es
una estructura redonda. La novela comienza con un sueño o pesadilla
recurrente, y termina de la misma manera. Las imágenes que se
repitan al principio no son interpretables para el lector: una puerta
cerrada, el mundo inalcanzable atrás de esa puerta, angustia por
abrir, incapacidad para hacerlo. Y un sentimiento de culpa que pesa
como una lápida por no abrir.
Lentamente
el lector irá conociendo las pautas para descifrar el sueño
conforme se sumerja en la historia. Los símbolos se van cargando de
significados. Y al final, cuando la escritora retoma la pesadilla con
las mismas imágenes, podemos enriquecer el contenido: ella también
tenía una puerta cerrada, escribir la novela es una suerte de
exorcismo, una manera de abrir la cerradura y salir al mundo con la
llave (libro) en la mano.
El
núcleo de la narración es la relación entre la escritora y
Emerenc. El espacio en donde se desarrolla la relación es en la
calle, esos metros que separan una casa de la otra. La reina de esa
calle es Emerenc, quien cuida de varios portales, retira la nieve,
las hojas, el polvo. El fin de su tarea es la limpieza, su arma la
pulcritud:
“…me
la encontraba en la calle casi a diario…” (pág. 26).
“Salimos
a la calle y durante un tiempo caminamos juntas. Afuera se respiraba
la fresca fragancia verde que había dejado la lluvia y, una vez más,
me sentí envuelta en la magia del sexto canto de La Eneida mientras
andábamos juntas en la densa penumbra y sorteábamos sombras
fantasmales bajo la luna esquiva y argéntea”. (pág. 229).
Emerenc
es invitada a franquear la puerta de la casa de su ama sin ningún
pudor: la necesitan precisamente ahí. Ella no tiene nada que
ocultar, vive con cierta comodidad, disfruta de algunos beneficios
como un aparato de televisión, por ejemplo. Por esas razones la casa
de la escritora será el otro escenario en donde se desarrolla la
novela.
Frente
a esta actitud abierta, el hermetismo de Emerenc es llamativo, no
permite que nadie penetre en su reino. La pobreza suele ser discreta,
pero en este caso es combativa. La puerta de su casa estará cerrada
para el lector también.
Curiosamente,
Emerenc que es tan celosa de su intimidad y la defiende hasta con las
uñas de ojos extraños, está destinada por su trabajo a invadir
territorio ajeno, incluso dominarlo:
“Antes
de que me dijera eso no sospechaba que ella conociera el contenido de
mis armarios, pues siempre insistía que fuera yo quien guardara
personalmente las cosas, ya que a ella le daba grima revolver trastos
que no eran suyos. No obstante, y por lo visto, sabía perfectamente
donde estaban mis cosas, aunque no las tocara. Emerenc no soportaba
que se guardasen secretos delante de ella”. (pág. 50- 51).
Esta
mujer que se encarga del aseo de algunas casas y de la calle del
vecindario, también tiene una faceta maternal muy desarrollada:
cuida de los enfermos. Emerenc es una madraza en todo el sentido de
la palabra. Impone su presencia cuando hay dolor o necesidad. La
primera vez que demuestra cariño por la escritora e intenta
protegerla es cuando el marido de ésta es operado de gravedad. Es en
esta ocasión cuando le habla de su trágico pasado: abre su corazón
porque la otra la necesita.
Ninguna
de las dos protagonistas tiene hijos. Ese detalle las iguala,
comparten un vacío similar. Emerenc lo sublima entregando su tiempo
a los demás cuando precisan ayuda. Su ama escribe y crea, de esa
manera también ejerce su maternidad. Por eso se encuentran, son dos
soledades que se cruzan en la calle de la vida.
FORMACIÓN VERSUS INTUICION:
La
educación de una persona que desarrolla su actividad en un mundo
intelectual, acostumbrada a moverse con categorías lógicas, será
confrontada con la inteligencia emocional de la asistenta, una mujer
que no se ha cultivada pero que tiene un gran sentido común.
Intuición y aprendizaje se baten como rivales a lo largo de novela,
los dos extremos entablan una batalla que se resuelve en un honroso
empate al final.
La
primera vez que discuten acaloradamente por esta razón, es cuando
Emerenc le ha dado de beber cerveza al perro. Para la escritora, la
asistenta ha cometido una falta, perros y amos no se sientan juntos
en la mesa, no beben lo mismo, no se sitúan en el mismo nivel: uno
debe mantenerse a los pies del otro, moviendo la cola. Sin embargo
Emerenc ha convertido al perro en su mejor amigo. Ella funciona
distinto, ve las cosas de otra manera:
“Y
no me diga que porque almorzó conmigo como es debido, bien y de mi
mano, va a morirse. Si eso de que Uds. hacen de tenerlo a dieta y
darle de comer sólo e horarios restringidos y siempre en un plato,
con lo que les gusta a estos comer de la mano de una, eso es matarlo
de hambre”. Pág. 56).
Desde
el punta de vista de los gustos adquiridos, también hay conflicto.
Lo que la asistenta elige como un regalo especial, a la escritora le
parece horroroso, feo, de mal gusto. Cuando Emerenc retira el Ulises
de la biblioteca para colocar unas figuras vulgares, la escritora
quiere explicarse. El diálogo que sigue intenta ilustrar las
distancias que hay entre las dos:
“… Mi
casa no es un museo del kitsch. ¿No ve que eso no es arte, que no es
más que una simple y vulgar cursilería?…
– ¿Qué es kitsch? –preguntó-. ¿Qué significa esa palabra? Por favor, explíquemela.
Me costaba encontrar la fórmula adecuada para hacerle ver qué culpa tenía el pobre perrito para ser considerado un producto barato, feo y mal proporcionado. Que kitsch es algo falso, irreal, ideado para satisfacer sin más necesidades de placer baratas y superficiales; kitsch es el sustituto de valores verdaderos, sinónimo de falta de autenticidad y calidad.
– ¿Este perrito es entonces falso? –pregunó indignada-. ¿Y por qué si no le falta nada? ¿Acaso no tiene sus orejas, sus patas y su rabo? ¿Y esa cabeza de león de bronce que ha colocado Ud. sobre el archivero, y que todos sus invitados adoran y le dan golpecitos como idiotas, pero que es un león que no tiene ni cuello ni nada, solo la cabeza, y que cuando la golpean hacen como si llamaran a una puerta que no es más que un armario lleno de papeles? ¿De modo que un león que ni siquiera tiene cuerpo no es falso y un perro que se parece a un perro de verdad sí lo es?…” (pág. 97- 98).
– ¿Qué es kitsch? –preguntó-. ¿Qué significa esa palabra? Por favor, explíquemela.
Me costaba encontrar la fórmula adecuada para hacerle ver qué culpa tenía el pobre perrito para ser considerado un producto barato, feo y mal proporcionado. Que kitsch es algo falso, irreal, ideado para satisfacer sin más necesidades de placer baratas y superficiales; kitsch es el sustituto de valores verdaderos, sinónimo de falta de autenticidad y calidad.
– ¿Este perrito es entonces falso? –pregunó indignada-. ¿Y por qué si no le falta nada? ¿Acaso no tiene sus orejas, sus patas y su rabo? ¿Y esa cabeza de león de bronce que ha colocado Ud. sobre el archivero, y que todos sus invitados adoran y le dan golpecitos como idiotas, pero que es un león que no tiene ni cuello ni nada, solo la cabeza, y que cuando la golpean hacen como si llamaran a una puerta que no es más que un armario lleno de papeles? ¿De modo que un león que ni siquiera tiene cuerpo no es falso y un perro que se parece a un perro de verdad sí lo es?…” (pág. 97- 98).
Sobre
el suicidio también tienen planteamientos diferentes. Emerenc ayuda
a morirse a Polett:
“… al
que quiera irse, hemos de dejar que se vaya” (116).
Para
Emerenc el mundo de los afectos es amplio e implica ciertos
compromisos y riesgos:
“Lo
que pasa es que, si queremos, también tenemos que saber matar”.
(pág. 123).
La
infancia en el campo la ha moldeado de una manera pragmática. A un
animal herido se le sacrifica porque no sirve para el trabajo,
exactamente lo que hicieron con su novilla: la mataron para que no
sufra. En cambio para su ama, que es católica practicante, el
suicidio es un desenlace que se debe evitar a cualquier pecio.
Al
final de la novela se ven claramente estas diferencias que produce la
educación: dejar morir a Emerenc es algo intolerable para su amiga,
debe impedirlo a pesar de lo que esa actitud implique no respetar la
voluntad de la enferma. “Lo correcto” determina la acción de una
mujer educada.
El
lenguaje que usan para expresarse las define como dos mujeres que
vienen de mundos distintos. Cuando Emerenc le cuenta sus
frustraciones, habla directamente:
“… no
debe entregarse nunca a una pasión con toda su alma, porque eso
lleva, antes o después pero infaliblemente, a la perdición. Los que
lo hacen, termina mal siempre”. (pág. 162).
Para
decir lo mismo, la escritora usa buscar referentes culturales:
“Durante
mis años de estudiante universitaria sentía una gran aversión
hacia Schopenhauer. Más adelante la experiencia me enseñó a
aceptar una de sus tesis: aquella que sostiene que toda relación
afectiva os hace vulnerables ante el sufrimiento, y cuantos más
lazos de este tipo establezcamos en esta vida, más flancos débiles
tenemos”. (pág. 164).
El
cine es también una experiencia distinta para cada una de ellas: la
escritora se deleita con las posibilidades técnicas de un arte que
traduce el lenguaje literario a un lenguaje visual. La asistenta se
desilusiona con los efectos especiales, no le gusta la manipulación
de la realidad. Para ella es una demostración de lo kitsch, aunque
no use el término: las cámaras falsean la realidad.
Sobre
la religión también tienen discrepancias. Emerenc se alejó de la
Iglesia cuando se sintió humillada en un reparto de ropa usada. Sin
embargo, a su manera, practica la caridad cristiana con los
necesitados del vecindario. No comprende la práctica rígida y sin
alegría de la escritora, en donde sólo percibe el cumplimiento de
las formas:
“Por
una religiosidad y una misericordia como las suyas, programadas
exclusivamente para los domingos, yo no pagaría ni un céntimo.
Sinceramente, verla tan desordenada y dejada en su casa, mientras
mantiene los horarios de su actividad semanal con una rigurosidad
casi obsesiva, me resulta odioso. Que los lunes a las tres, truene o
llueva, haya que ir al dentista, y la vuelta en taxi, porque el
transporte público le parece demasiado lento; que los jueves, pase
lo que pase, no pueda faltar a la cita con la peluquera; que los
miércoles, no puede ser otro día, la colada, y los jueves la
plancha, aun cuando la ropa no haya secado. Los domingos y festivos,
a misa; los martes sólo hablamos en inglés y los viernes, para no
perder el hábito, practicamos el alemán. Y, en los momentos que no
haya nada estrictamente programado, a sentase ante la máquina de
escribir y a teclear sin siquiera levantar la cabeza”. (pág. 218).
Hay
intolerancia en las dos partes, cada una desconoce las razones de la
otra, cuando se juzgan se enfrentan, no intercambian, pero
precisamente en ese enfrentamiento se van definiendo los personajes.
Al señalar lo que no les gusta de la otra, dejan entrever lo que
persiguen:
“Me
había hecho un retrato en el que me tildaba de hipócrita, esnob y
formalista. Lo que ella no había comprendido era justamente eso:
mediante las apariencias de una vida ordenada hasta el último
detalle, yo intentaba conjurar la equívoca sensación de agonía que
abrumaba permanentemente a mi marido”. (pág. 221).
Viola
y los gatos representan el mundo salvaje que ama Emerenc. Prefiere
relacionarse con ellos que con las personas de su entorno, se siente
más libre, más natural. Es una demostración de su rechazo al mundo
“civilizado”, a las normas culturales. Fue una niña maltratada
en el pasado y eso deja huella, se percibe en Emerenc una gran
desconfianza del ser humano. Sin embargo no tiene reparos en dar una
paliza a Viola, o matar a sus gatos, sus compañeros incondicionales.
Ante ellos ejerce su poder como ama absoluta.
Aquello
más valioso que tenía Emerenc, los muebles heredados de los
Grossmann, se los deja a su amiga. Y también le encarga su mayor
deseo: eliminar a los gatos para que no sufran. Sin embargo los
muebles se desmoronan por la carcoma y se convierten en polvo, y los
gatos huyen. La mejor herencia será la que trasciende: la amistad,
las cosas buenas que le enseñó, lo mucho que la quería.
Los
acontecimientos que precipitan el final demuestran, una vez más, las
realidades distintas de cada una. Emerenc enferma justo cuando la
escritora no tiene tiempo para atenderla: una entrevista la aleja del
rescate, a pesar de haber sido la que permitió el derribo de la
puerta. El éxito de una es paralelo a la decadencia de la otra, y
ese éxito le impide ayudar a su amiga. Como consecuencia se instala
la culpa en la narradora, quien se responsabiliza por el final de su
asistenta: el rescate no la dejó morir como ella quería, recluida,
sola, y sin testigos de su deterioro.
Al entrar a “salvarla”, la pulcra Emerenc se muestra en un estado de suciedad y abandono humillante: quien cuidaba de todos no tenía a nadie que cuidara de ella. No los dejó entrar a su casa, salvo a la amiga escritora. Y ella le falló porque sus obligaciones se lo impidieron. Para exorcizar esa culpa, contará la historia y pedirá perdón públicamente a su amiga.
Al entrar a “salvarla”, la pulcra Emerenc se muestra en un estado de suciedad y abandono humillante: quien cuidaba de todos no tenía a nadie que cuidara de ella. No los dejó entrar a su casa, salvo a la amiga escritora. Y ella le falló porque sus obligaciones se lo impidieron. Para exorcizar esa culpa, contará la historia y pedirá perdón públicamente a su amiga.
La
monotonía de la vida que se percibe en La
Puerta responde
a la monotonía de una Hungría sometida al régimen comunista: no
pasa nada. El vecindario es aburrido, la vida gris, sin cambios ni
esperanzas.
El
poder es autoritario, todo depende del gobierno. Si la escritora es
censurada o premiada, se deberá a la voluntad del que manda. El
resultado no parece responder únicamente a sus logros: el
funcionario de turno decide en función de la política cultural
impuesta desde arriba
Los
textos se han tomado de la edición en español de Random House
Mondadori. Traducción de Márta Komlósi.
Publicado el
junio 4, 2006
DE
GUILLERMO ALTARES PARA EL PAIS
LOS MISTERIOS DE UNA VIDA
Con La
puerta,
una historia de amistad autobiográfica, Magda Szabó ganó Fémina
2003. Extraña y con hechizo, su edición húngara apareció dos años
antes de la caída del muro de Berlín.
Sándor
Márai no es la única sorpresa agradable que las letras húngaras
han reservado a los lectores españoles en los últimos tiempos.
Además de los autores consagrados, como Péter Esterházy, uno de
los grandes novelistas europeos, o de los que todavía no han llegado
al gran público, como Attila Bartis (traducido por Acantilado), pero
cuyas propuestas literarias surgen llenas de fuerza, está Magda
Szabó, escritora de 87 años que el año pasado ganó en Francia el
Premio Femina a la mejor obra extranjera con La
puerta, que
acaba de editar Mondadori en una traducción de Marta Komlósi.
Szabó,
la decana de la literatura magiar, es una escritora muy conocida y
respetada en Hungría, que comenzó su carrera literaria poco después
de la Segunda Guerra Mundial, pero que interrumpió la publicación
de sus obras hasta los sesenta, después de los años más duros del
comunismo húngaro. Nacida en 1917 en Debrecen, en el este del país,
en una familia protestante, burguesa e ilustrada, su vida parece
sacada de una novela de Márai o de una película de István Szabó:
nació cuando se derrumbaba un imperio, y todo un mundo
centroeuropeo, y sufrió los totalitarismos del siglo XX en un país
especialmente marcado por la tragedia, que sólo comenzó a recuperar
una cierta normalidad con el llamado socialismo
gullash, la
tímida apertura que siguió a la salvaje represión por los tanques
soviéticos de la revolución de 1956.
En
su obra se siente constantemente como telón de fondo ese terrible
peso de la historia en la vida cotidiana. La
puerta, una
novela autobiográfica tan extraña como fascinante, no es una
excepción. Publicada en 1987, dos años antes de la caída del
comunismo en Europa, fue primero traducida al alemán y al inglés,
aunque alcanzó su gran éxito internacional hace dos años en
Francia. Comienza desvelando lo que parece su final -"es
necesario que declare de una vez por todas que yo maté a Emerenc. Yo
quería salvarla, no destruirla, pero eso no cambia nada",
escribe la autora en el prólogo- y que narra la amistad, durante 20
años desde los sesenta, entre la propia Szabó y su criada Emerenc,
un personaje misterioso que no deja que nadie cruce el umbral de la
puerta de su casa.
La relación entre las dos mu
jeres
se hace cada más densa, muchas veces difícil, y profunda hasta que
la escritora va poco a poco conociendo los secretos que Emerenc, una
mujer en apariencia ruda, casi salvaje, oculta. Como ocurre con todas
las grandes novelas, intentar resumir su contenido en su trama es un
esfuerzo inútil: La
puerta es
un libro sobre la amistad por encima de las barreras sociales, es una
obra que oculta una reflexión sobre el dolor del siglo XX y sobre el
misterio que encierra cualquier vida. Es una novela publicada cuando
su autora tenía casi 70 años y esta veteranía se nota en el enorme
oficio y sabiduría que encierra su escritura: en su capacidad para
hacer avanzar la narración sin que se noten sus necesarias paradas,
ni sus costuras, en su habilidad para ir desvelando poco a poco, sin
trucos, sin abrumar al lector, los muchos secretos que oculta el
libro.
Estaría
muy bien que, al igual que ocurrió con El
último encuentro, de
Sándor Márai, este libro fuese el principio de una gran amistad
entre los lectores españoles y la veterana novelista. La ampliación
de la Unión Europea del 1 de mayo de 2004, con la entrada de diez
países, entre ellos Hungría, desveló hasta qué punto la sociedad
española ha estado desvinculada de los países del este y del centro
de Europa. La proliferación y éxito en los últimos años de
institutos Cervantes en ese viejo rincón del continente demuestra
que el desinterés no es, en absoluto, compartido. Los avances
políticos en una UE de 25 países, que muy pronto serán 27,
requieren no sólo intensificar los contactos económicos, sino
también los intercambios culturales. Llenar vacíos, como la
ausencia de traducciones de una novelista tan importante como Magda
Szabó, es siempre un paso adelante.
*
Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de
abril de 2005
RREFLEXIONES SOBRE LA PUERTA , DE MAGDA SZABÓ
por Alberto
Estevez |
21 Jun, 2016 | Destacadas, Literatura
En
marzo de 2009, nuestro colega Alberto Estévez nos regaló este
magnífico comentario sobre una novela extraordinaria. A punto de
cumplirse un año de la muerte de Alberto, le rendimos nuestro
afectuoso homenaje con el que iniciamos la sección “Mujeres en la
literatura”
Beatriz
García, Miguel Ángel Alonso,Gustavo Dessal
En
1954, Jacques Lacan hizo un breve comentario acerca de un aparato
simple, en el que basta hacer girar un picaporte: una puerta. “Una
puerta no es algo, les ruego que lo piensen, totalmente real.
Considerarla así llevaría a extraños malentendidos. Si
observan una puerta y concluyen que produce corrientes de aire, se la
llevarán al desierto bajo el brazo, para refrescarse”.
(Jacques Lacan. Seminario 2. El Yo en la teoría de Freud y en la
Técnica Psicoanalítica. Página 444. Editorial Paidos. Buenos
Aires)
Retomará
una serie de frases hechas alrededor de la puerta justamente para
poder distanciarla de su condición de objeto real; una puerta, una
puerta que se nos niega, o que por el contrario se nos ofrece,
incluso en esta matización llegará a ofrecer una evidencia que
resulta simple pero muy pertinente para lo que quiero mostrar: Lacan
dirá que la puerta no cumple la misma función instrumental que la
ventana.
Una
puerta debe estar abierta o cerrada, y esto no es equivalente.
La
puerta es, por naturaleza, del orden simbólico, y se abre a algo.
Hay disimetría pues entre la apertura y el cierre: si la apertura de
la puerta regula el acceso, el cierre lo obstaculiza. La puerta es un
verdadero símbolo, el símbolo por excelencia, aquél en el cual
siempre se reconocerá el paso del hombre a alguna parte, por la cruz
que ella traza, entrecruzando el acceso y el cierre. Se trata de la
relación del acceso y el cierre.
Este
libro de Magda Szabó relata los avatares de la relación entre la
autora de la novela y su señora de la limpieza, Emerenc Szeredás.
La Puerta es real, por llevar la contraria a Lacan: en la casa de
Emerenc, es la que da acceso a su habitación, o más bien habría
que decir la que lo impide, ya que esta mujer prohíbe
terminantemente que nadie penetre en su intimidad, salvo la propia
escritora, bien avanzada la novela, en circunstancias muy
particulares, ya que en la primera ocasión que la autora tiene la
ocurrencia de sacudir el picaporte, recibe una furiosa reprimenda; la
amenaza es tan desproporcionada que la autora teme la agresión
física por parte de aquella mujer.
Pero
esta anécdota le permite ir dibujando el carácter simbólico del
objeto puerta, enseguida nos dirá que es una puerta que protege,
protege de las miradas, incluso de la propia muerte.
Y
nos toca a nosotros pensar en la escena. ¿Por qué se angustia tanto
Emerenc, qué significa para ella que alguien pueda atravesar ese
umbral? El celo con el cual cada uno de nosotros guardamos
determinados aspectos, elementos, circunstancias de nuestras vidas no
parece encajar con la reacción que muestra esta mujer. Hay algo del
lado del exceso que nos lleva a valorar la escena de otra manera.
También es así para la escritora, que escapa de allí aterrorizada
pensando que Emerenc está medio chiflada, es víctima de una mente
perturbada.
¿Es
cierto esto? ¿Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que estamos
ante una psicosis? Sea como fuere, lo que personalmente me ha causado
gran admiración del relato es el material que Magda Szabó va
eligiendo para dibujar una estructura psíquica tan compleja como
resulta ésta. La sutileza en los detalles, reparar como ella hace en
pequeñas cosas que ocurren y que podrían ser desestimadas o
calificadas como simples manías o caprichos de Emerenc, no es así,
y tiene efecto en el lector: es una valoración de dichos elementos
como si estos, en realidad, fuesen claves a descifrar. Es
consecuencia directa de haber demostrado una finura, como si de un
clínico experimentado se tratase, en el análisis del carácter de
su empleada.
Con
una prosa envidiable, la vemos detenerse en hechos que para ella son
significativos: Emerenc no tiene cama, no se acuesta ni se tumba, ya
que eso le provocaba debilidad y un vértigo inaguantable. Por otro
lado, la autora percibe un obstáculo en la relación, que define de
la siguiente manera: Emerenc no dialoga, sentencia. Podemos decir que
está sostenida por la certeza. Algunos de estos hechos no provienen
de lo que Emerenc le cuenta, sino de la propia observación del
entorno, eso le lleva a decir que todo el mundo se fiaba de Emerenc,
pero Emerenc no se fiaba de nadie. Esto se hacía todavía más
extremo en el caso de la relación con los hombres; salvando alguna
excepción, con ellos había que estar muy alerta, cualquiera podría
ser el barbero, aquél desaprensivo que le robó todo. Emerenc con su
argumentación pretende convertir en evidente que partiendo de una
situación como esa, lógicamente se derive una consecuencia como la
siguiente: nunca más volvería a tocarla ningún hombre. Nos va
dejando datos que tienen todo el interés.
Son
20 años de relación, es mucho tiempo, y no ha sido un tiempo
perdido. La autora ha podido hacer acopio de la sabiduría que esta
mujer le ha ido transmitiendo, una sabiduría que es el saldo de lo
que ha sido una vida de supervivencia, sabiduría que se hacía
necesaria para conservar la vida en unas circunstancias en muchas
ocasiones catastróficas, y en alguna en concreto, verdaderamente
aterradora. Entonces, no debe resultarnos extraño que alguien que
pasa por eso enuncie frases del tipo “todos
estamos solos, queramos o no, aunque compartamos la vida con otro”
O también: “al
que quiera irse hemos de dejar que se vaya. Quien no se deja sacar
del agujero allí se queda”.
“Si
amamos también tenemos que saber matar”,
“Los
curas mienten, los doctores son ignorantes y codiciosos, los letrados
cínicos, los ingenieros ladrones, y los mafiosos abundan por
doquier”.
La
visión política de Emerenc merece un capítulo aparte, aunque yo en
esta exposición me limite a citarla porque me parece soberbia: “el
mundo se divide en dos clases de personas: los que barren y los que
no”
Pero
podemos diferenciar otro tipo de enseñanza más concreta, más
funcional para el caso, que la autora extrae y atañe directamente a
la posibilidad de relación con su empleada, como una guía que le
sirve para bien llevarse con ella y no poner en peligro el vínculo
que las une; un saber en consonancia con la verdad del sujeto, que
distribuye las posiciones de cada uno para afrontar el esperado buen
encuentro con el otro. En un primer momento, el hermetismo de la
autora no facilita, más bien impide que esto se produzca; primero
debe abrir su puerta para que la empleada abra la suya. Las pistas
para salir de esa situación las percibe cuando toma conciencia de
que Emerenc consigue hacer equivaler sus ausencias con la ruina,
hasta el punto de que la vida del matrimonio sin ella no funciona.
El
sacrificio que Emerenc realiza por el otro sólo se producirá si se
trata de existencias ruinosas, es la salvadora incondicional hasta la
locura, y cuando en los primeros momentos, comprobamos que la
relación que la autora tiene con ella no responde a ese molde, la
cosa no marcha. Es efectivamente cuando la autora le muestra algo de
su ruina yendo a su casa para decirle simplemente, tengo hambre,
cuando se produce el milagro. Emerenc no iba a olvidar dicho acto
jamás, y es en ese momento cuando empieza a quererla de verdad. No
quiero dejar de mencionar aquí la idea del marido, abundar en esto,
pues él también tomó conciencia de por dónde debe cruzar la
relación para que pueda darse. Es un personaje que, por otra parte,
pasa por la acción sin tener mucho que ver ni que aportar, sin
embargo aquí propone una vía muy lúcida para no perder la relación
con Emerenc: “vivir
en continua agonía para que acuda a salvarnos, es lo más
conveniente para su economía afectiva”
Y
así podemos entender mejor la clave de la relación de Emerenc con
su hija, porque así llama a la autora, aunque ella lo desconociera.
Magda debe permitir que Emerenc se convierta en la protagonista
principal de su vida: “a
mí me da todo o no quiero nada”.
Salvar
vidas: pobre Emerenc, que en una misma noche había visto cómo
delante de sus ojos se escapaban las vidas de sus dos hermanitos y de
su madre sin que pudiera, bloqueada por el espanto, hacer nada para
remediarlo. Como tampoco nada puede hacer, por mucho que se lo
reproche desde su moral cristiana, la autora, con la circunstancia
final de la vida de Emerenc. Destinos ligados, circunstancias
repetidas, vidas que se cruzan, sueños que se repiten. Sueos en los
que la puerta está cerrada impidiendo la salida, provocando la
impotencia de nuestra soñante. Y es que los que pierden son los que
se quedan.
Alberto
Estévez. Madrid. Viernes 13 de Marzo de 2009
DEL
BLOG “Mi estantería”
"La
presente obra no se ha escrito para Dios, conocedor de mis entrañas,
ni para las sobras, testigos de tantas horas de vigilia y de sueño;
dedico este libro a los hombres. He vivido con valentía hasta ahora
y espero morir así, con coraje, sin mentiras, y para ello es
necesario que declare de una vez por todas que yo maté a Emerenc. Yo
quería salvarla, no destruirla pero eso no cambia nada"
Intimismo
a voces
El
inquientante párrafo introductorio, extraído del prólogo que nos
brinda la autora revela un deseo incontenido de confesar una culpa,
un pesar arraigado en el pecho desde años. Una escritora- Magda-
presumiblemente Magda Szabó hace un recorrido de
veinte años de su vida- desde sus inicios como una prometedora
escritora que lucha por hacerse hueco en el panorama literario de su
país- lidiando con las visicitudes de la época en el periodo en el
que la acompañó Emerenc, una asistenta que
contrata para las tareas del hogar y con la que tendrá una relación
de amistad opuesta a todos los convencionalismos que damos por
sentados. El afecto de ambas mujeres es recíproco pero opaco, tanto
que parece ausente, tanto que resulta doloroso.
Del
mismo punto inicial a dos destinos opuestos
Tanto Magda como Emerenc proceden
del medio rural húngaro y ambas terminan en la capital desarrollando
su vida según sus aspiraciones. Emerenc es una
vigorosa anciana con nudos en las manos de tanto trabajar, de tanto
barrer las calles de nieve y Magda persigue
ambiciones intelectuales que Emerenc denosta por
alejarse de "lo real". La autora incidirá
en numerosas ocasiones en el origen común de ambas y en sus
diferencias al interpretar la vida. Emerenc impondrá
el ritmo de su relación marcándolo con tempos de ausencia
despectiva cuando se sienta insultada y omnipresencia eficaz en su
trabajo y en su apoyo anímico cuando sus "amos" pasen
por sus peores momentos y Magda tendrá el firme
deseo de corresponder a las atenciones de la asistenta sin llegar a
conseguirlo, Emerenc no cede en su hermetismo ni
muestra el más mínimo aprecio por Magda, al menos
no del modo que Magda espera. Magda sentirá
que esa mujer que a veces la desprecia, que se ha adueñado del
cariño de su perro Viola y que la provoca con sus continuos sermones
que ridiculizan las bases de su ética tiene un carácter tan
impenetrable como la puerta del umbral que da acceso al hogar de la
anciana y que nadie en la ciudad ha traspasado jamás.
Una
puerta hacia el final
¿Qué
esconde Emerenc tras la puerta? Magda será
la única que lo sabrá, a su debido tiempo, Emerenc la
dejará entrar como muestra de su afecto pero esta será la primera y
última vez que el umbral será traspasado por Magda, la
próxima vez que se vea obligada a hacerlo será después de tomar
una decisión que hará que tiemblen los cimientos de la relación
entre ambas y las consecuencias marcarán a Magda de
por vida.
Llevaba
años queriendo leer la obra de "una de las mejores
escritoras europeas de este siglo" y debo confesar que,
si bien mis expectativas eran altas, la lectura del libro las ha
superado con creces. Aparte de lo bien escrito que está y de la
perfecta creación de personajes con las que cuenta la trama, la
variedad de temas que se entrelazan con esta no dejan al lector
indiferente. La religión, el derecho al suicidio, los verdaderos
valores de la amistad, la traición, el a veces amargo sabor del
éxito y la responsabilidad ética como ser humano serán encauzadas
por un plantel de personajes secundarios al nivel de los principales
y sobre todo, a nivel de una historia conmovedora y cruda a dosis
iguales. No puedo más que recomendar encarecidamente el libro más
representativo de esta genial escritora húngara. Yo, por mi parte,
seguiré leyendo su obra con la esperanza de encontrar otra joya
equiparable a esta.
La
versión cinematográfica, rodada en inglés en 2012,
dirigida por Istvan
Szabó,
celebérrimo director húngaro que comparte apellido con la autora
aunque no parentesco y que cuenta con las participaciones de Martina
Gedeck en
el papel de Magda y
de Helen
Mirren en
el papel de Emerenc es
una reproducción fidedigna de la novela en la que el trabajo de las
actrices principales es el recurso más destacable, la película
adolece de un ritmo algo precipitado y la carencia de detalles
llamativos que aparecen en la novela y que son obviados en el
film. No obstante, el tráiler ofrece
una visión bastante aproximada de lo que encontraremos en la novela.


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