martes, 9 de febrero de 2021

El 24 de febrero nos vemos para comentar "Quédate este día y esta noche conmigo" de Belén Gopegui.

 




Quédate este día y esta noche conmigo
SANTOS SANZ VILLANUEVA
22 septiembre, 2017

Belén Gopegui. Random House. Barcelona, 2017. 186 páginas. 17,90 €. Ebook: 8,54 €

La obra de Belén Gopegui (Madrid, 1963) mantiene desde su arranque en 1993 con La escala de los mapas una absoluta coherencia. Se atiene sin escuchar los cantos de sirena del mercado a lo que su colega J. A. González Sainz denomina “una novela fuerte”, un relato que afronta los temas capitales del mundo, tanto en una dimensión social o política como moral.

Fiel a ese principio sigue Quédate este día y esta noche conmigo. Gopegui valora la incidencia de las nuevas tecnologías, la cibernética y la inteligencia artificial en la sociedad, y eleva a Google a la categoría de protagonista de la novela. Un joven, Mateo, y una mujer mayor, Olga, dirigen una petición de trabajo conjunta a la emblemática compañía de internet. El texto principal es el escrito de solicitud, concebido para influir con ese formulario atípico en el experto en interpretar currículos que la valore, quien, a su vez, emite un informe con sus observaciones en las que aprecia el carácter indisciplinado, no previsible, de los demandantes. El experto señala, además, que sus comentarios van dirigidos no a la empresa sino a un “ustedes” que implica tanto a la pareja como “a personas de ahí afuera”, a los lectores; es decir, por extensión, a la sociedad. La invención fabulada contiene el propósito de cooperación colectiva que siempre busca nuestra autora.

Gopegui dispone esta polifonía de voces y perspectivas como el soporte de una novela de ideas. La parte anecdótica tiene su interés, sobre todo por el proceso de una relación entre seres tan distintos (una matemática y empresaria de 62 años enferma y un ingeniero de 22 con un futuro todavía inédito), con afinidades y discrepancias, y por la carga dramática de la enfermedad terminal de la mujer, pero esa atípica historia de amor es la malla donde se encaja el debate de una gavilla de inquietudes actuales. En gran medida, el argumento, aunque posea el atractivo novelesco mínimo dicho, es una excusa, lo mismo que ocurre, por acudir a una tópica comparación, en La montaña mágica de Mann.

En la urdimbre de asuntos planteados de forma dialéctica están la construcción de la biografía desde la libertad, el peso de la probabilidad contra las estadísticas, el del valor del mérito frente a la perseverancia y el talento, la desigualdad social, el poder de la tecnificación robótica, el conocimiento, la familia, la felicidad o la monotonía de la existencia.

La diferencia de edad de Olga y Mateo, más que una sima generacional supone extender la problemática afrontada a todo el arco vital de nuestros días. Y de ahí procede la gran lección contemporánea que, a mi parecer, ofrece la novela. Este aviso es el de un desvalimiento generalizado, un estar en el mundo bajo amenazas difusas pero ciertas y concretas (no metafísicas), algo así como la posibilidad de perder el control de la vida, reiteradamente expresado en la inquietante pregunta de qué ocurrirá cuando un robot sepa que es una máquina.

Esta inquietante situación no da lugar a una jeremiada existencialista sino que el conjunto de la novela rezuma vitalismo, una auténtica afirmación de los valores terrenos, a pesar de las limitaciones materiales, los retos laborales, la desigualdad, etc., que funcionan como marco sociológico y, de paso, se denuncian. Un espíritu de lucha contra las dificultades impregna toda la obra. Los versos complementarios del de Hojas de hierba de Walt Whitman utilizado en el título corroboran el sentido positivo del texto: “y poseerás el origen de todos los poemas, / poseerás lo bueno de la tierra y del sol (aún quedan millones de soles )”.

Suele decir Gopegui que la literatura no refleja el mundo sino que lo representa y que la escritura sirve para construir realidad. Eso hace en su última novela. Construye realidad con unas ideas que adquieren una dimensión material desazonante. ¿Adónde vamos?, es la orwelliana pregunta que plantea sin ofrecer una respuesta simplista. A ello contribuye el considerable componente emocional, llamativo en una autora bastante analítica y fría, que da fuerza comunicativa a la historia. Estamos ante una novela exigente, que se arriesga al forjar una trama inventiva que resulta un punto forzada y suscita debates de algo ardua lectura. Pero la literatura seria no pretende el entretenimiento ni la complacencia del lector, sino que busca
despertarle y hacerle pensar.



BELÉN GOPEGUI
"El poder de Google no es democrático"
En "Público"

La escritora madrileña Belén Gopegui presenta 'Quédate este día y esta noche conmigo', un libro en el que reflexiona sobre la deshumanización tecnológica, la desigualdad social y la necesidad de reivindicar los afectos.
     
MADRID20/09/2017 21:59 ACTUALIZADO: 21/09/2017 11:37JUAN LOSA @jotalosa
Vuelve Gopegui. Vuelven sus novelas-dique; historias con las que ganar un poco de tiempo y armarnos de sentido para entender mejor lo que duele. Vuelve con Quédate este día y esta noche conmigo (Literatura Random House), título que apela y necesita del otro. Epígrafe suplicante que nos habla de intimidad, pero también de un “afuera” nada acogedor, un “afuera” robótico y deshumanizado al que Gopegui planta cara a base de vínculos.

A esa apuesta por el calor de los cuidados y la intimidad contrapone la autora una distopía logarítmica que encarna el buscador de buscadores, el ojo que todo lo lee —también estas líneas, andaremos con cuidado—: Google. “Intentamos poner freno a un poder [político] que más o menos, aunque yo no lo crea del todo, en teoría es democrático, y en cambio a Google no le ponemos ningún tipo de freno, y este sí que no es democrático porque no lo hemos elegido, ni se ha presentado a nada”, lamenta la escritora.

"Google trabaja con material sensible que nos pertenece directamente"
Es a ese poder omnipresente al que Gopegui inquiere a través de Mateo y Olga; él un joven postulante para trabajar en Google, ella una empresaria retirada que echará una mano al bisoño candidato en la redacción de una insólita solicitud de empleo. De ese vínculo intergeneracional y de esa misiva remitida a un peculiar interlocutor corporativo surgirá el poso contrahegemónico de la novela, evidenciando que algo falla en nuestra sociedad cuando damos vía libre a un invento tan intrusivo como el que nos ocupa: “Google forma parte de nuestro día a día más que un adulterio, un adulterio te puede ocupar cuatro tardes al mes, pero Google está presente casi todo el día y apenas lo tratamos en la narrativa”.

Ni que decir tiene que Gopegui aboga por atajar el problema desde la colectividad: “Creo que debemos organizarnos para frenar el poder de estas corporaciones que afectan a nuestra vida diaria. Google está trabajando con material sensible que nos pertenece directamente, está trabajando con el pensamiento y la inteligencia, estos recursos no se pueden dejar en manos de cuatro empresarios”.

"Pensaba que la red nos iba a enseñar a ser más un enjambre que un puñado de individuos aislados”
Una oportunidad perdida. La Red de redes y su puerta de entrada vía Google, pese a sus nobles y variadas propuestas cooperativas, ha derivado en un sálvese quien pueda cibernético, un ámbito de autopromoción desaforada y debate obtuso. “Yo pensaba que la red nos iba a entrelazar de alguna forma, nos iba a enseñar a ser más un enjambre que un puñado de individuos aislados, pero al final está ocurriendo lo contrario”, explica la autora de Lo real, para quien el nuevo espacio público que se abre ante nuestras pantallas fomenta un aislamiento cada vez más preocupante. “Desde mi punto de vista nos hace más solitarios. Me gusta la imagen de una letra en un palabra; no somos átomos sueltos, somos sólo dentro de algo que significa más de lo que significa una persona sola”.

Así las cosas, podemos apelar a la responsabilidad social y a un intento regulatorio de determinadas prácticas empresariales vinculadas a Internet, pero sobre todo podemos y debemos apelar a la literatura: “La literatura siempre está reflexionando sobre cómo se producen nuestros miedos y nuestros deseos, de esta forma terminas por encontrar el impulso necesario para oponer resistencia a aquellos que te quieren oponer unos miedos y unos deseos que no son los tuyos”.

https://elcuadernodigital.com/2017/10/02/quedate-este-dia-y-esta-noche-conmigo/

POR XANDRU FERNÁNDEZ
OCTUBRE, 2017

Hubo una época, no muy lejana, en que aún se pensaba que Internet revolucionaría las convenciones narrativas. Se reconoce esa tensión teórica en un puñado de novelas repletas de correos electrónicos transcritos con tipografía Courier New. Hasta ahí llegó la broma. De ese modo aprendimos que la imaginación del novelista no es que emprenda el vuelo al anochecer, sino que se limita a arrastrarse de madrugada buscando cómo ofrecer una banal apariencia de sofisticación: lejos de catapultarnos a un futuro de posibilidades inéditas, Internet nos hizo redescubrir la novela epistolar.

En el fondo, lo que nos muestran todos esos pastiches juguetones es la pujanza del programa realista en la narrativa contemporánea: docenas de novelistas supuestamente críticos y experimentados cayendo en la trampa de la imitación objetual, llenando escenas de café con portátiles y teléfonos móviles y empleándose a fondo en elegir nicks ingeniosos para sus personajes. Para ser una revolución, dejó mucho que desear. Se diría que una instancia tan aparentemente novedosa e intrusiva como Internet habría debido afectar no solo al aburrido mundo de los muebles de escritorio sino, más acusadamente, a las mediaciones entre las personas, a sus horizontes de expectativas, a su manera de entender la temporalidad y la mortalidad. Y que todo eso, de algún modo, debería notarse en la novela contemporánea.

En Quédate este día y esta noche conmigo, Belén Gopegui prescinde de ambientaciones high-tech y recurre a escenarios y objetos tan poco contaminados por las nuevas tecnologías de la información que casi parecen de museo: la biblioteca pública, el bar de extrarradio, el bloque de cinco pisos de un barrio obrero. Los personajes, muy pocos, hablan entre sí delante de unos botellines de cerveza, se prestan libros, no juegan al póquer virtual sino al rasca-y-gana. Y, sin embargo, no hay una sola de sus conversaciones que no esté atravesada por la presencia y la vigilancia de Internet. De hecho, digámoslo ya, la novela está construida como un largo discurso en segunda persona cuyo destinatario es Google.

¿Qué lenguaje es el apropiado para hacer de Google un personaje? Gopegui recurre a un modelo canónico que es fruto, a su vez, de una reflexión similar en condiciones históricas muy diferentes: el lenguaje religioso. Por la función que cumple en la sociedad actual, es más fácil dirigirse a Google como si fuera una divinidad que haciendo de él una simple institución o un simple objeto. Se impone la segunda persona, mezclando el registro reverencial con el gesto desafiante. Y, puesto que la novela no es el monólogo de un perturbado, esa segunda persona se justifica en el contexto de una solicitud de empleo. Los autores de la solicitud que Google deberá evaluar son dos: Mateo, que tiene veintidós años y vive con sus padres, y Olga, una empresaria jubilada de sesenta y dos. La solicitud está concebida como un texto que pueda pasar los filtros de Google pero, al mismo tiempo, como un manifiesto que tal vez provoque alguna reacción en el cerebro corporativo de la bestia. Por supuesto, saben que quien leerá el texto será un becario o una becaria, y en unas ocasiones se dirigen a esta figura, en otras directamente a la marca registrada.

“Alguien pide trabajo. Pedir, solicitar, rogar, suplicar se mueven en un campo semántico parecido”. Los demandantes de empleo se convierten así en suplicantes, y adoptan frente al posible empleador la actitud del creyente pero, a la vez, la del relapso, pues la solicitud, la súplica, se convierte en seguida en acusación y queja. Acusación y queja que el empleador desdeñaría fácilmente pero que, al mismo tiempo, podría interesarle por su condición de gesto inesperado y a la vez desesperado: “Mateo y Olga son una mota de polvo contra un río, y el río eres tú”, Google, pero por lo mismo son una mota de polvo incómoda: “Quizá piensas en tentar a Mateo, sobornarle”. Frente a la presunta omnipotencia de Google, Mateo y Olga oponen resistencia: “Algunas personas dicen que en el error subsiste una resistencia, una voluntad de no encajar”. Es inevitable que comparezca aquí la figura de la criatura que se rebela frente a su creador, el error de programación que desvela la iniquidad del programador. Todo el tiempo planea sobre la novela la conocida imagen de Kierkegaard en La enfermedad mortal: “Supongamos que un autor cometiera una errata y que esta llegara a tener conciencia de que era una errata. Entre paréntesis digamos que en realidad quizá no fuera una errata, sino algo que mirándolo todo desde muy alto formaba parte de la narración íntegra. La cosa es que esa errata se declaraba en rebeldía contra el autor y movida por el odio le prohibía terminantemente que la corrigiese, diciéndole como en un loco desafío: ¡No, no quiero que se me tache, aquí estaré siempre como un testigo de cargo contra ti, como un testigo fehaciente de que eres un autor mediocre!”.

Ese voltaje retórico, que Gopegui toma prestado de la retórica religiosa, no pasaría de mero recurso estilístico si no viniera reforzado por un amperaje materialista. A fin de cuentas, Google es creación humana, como lo era la criatura de Frankenstein. No hay esperanza de redención alguna, ni tampoco es suficiente con que la errata se resista conscientemente a ser absorbida por el relato del que se ha escapado. Aunque hay ocasiones en que la voz narrativa amenaza con caer en el sentimentalismo (“Tú nunca conocerás esa dulzura, Google. Tú eres tu voluntad o no eres nada”), esa amenaza nunca llega a cumplirse en forma de exaltación del misterio humano frente al carácter descarnado de la máquina o algo semejante. Más bien se apunta a que esa relación inédita de la especie humana con una creación suya no puede saldarse con un reconocimiento mutuo ni puede, tampoco, ser reconducida dentro de los moldes narrativos habituales. Se apunta a que el desenlace, si lo hay, será gestual y quedará necesariamente fuera de los márgenes de la novela: “Estimado Google, no hay ningún desenlace sorprendente en esta historia. Los desenlaces, como bien sabes, no existen”.

 

 

 Y una amplia entrevista en la CADENA SER acerca de este libro

 

 

 


 



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