domingo, 24 de octubre de 2021

Nos vemos el jueves 4 de noviembre a las 18.30 para empezar el curso comentando "Las madiciones" de Claudia Piñeiro






Os adjuntamos estos vídeos y unas cuantas reseñas para trabajar en la sesión la novela "Las maldiciones", de Claudia Piñeiro.


EN EL PAIS

Hegel en el autobús

'Las maldiciones', de Claudia Piñeiro, es una novela política y moral sobre lo inmoral de personajes que viajan al abismo jugando perversamente con lo sagrado

Juan Cruz

Hay una escena decisiva en Las maldiciones (Alfaguara, 2017), la novela de la ¿pospolítica? de Claudia Piñeiro. Con el estilo que hace verosímil todas sus ficciones, la autora de Las viudas de los jueves introduce en este libro de maldades públicas una insólita conversación privada: una mujer que resulta ser maestra de filosofía se sienta en un autobús junto al protagonista, Román Sabaté, que forma parte del equipo de un político nuevo y en conflicto, Fernando Rovira. Sabaté huye de ese hombre y de una proposición al menos insólita: que le resuelva su problema de paternidad. Él es su amo, ¿qué hace? ¿Le obedece? Sabaté no sabe que el político es su amo, se lo descubre, usando a Hegel, la filósofa del autobús, y a partir de ahí, de la puesta en escena de la disyuntiva amo-esclavo, la novela adquiere un nuevo giro rabiosamente humano.


¿Y cómo llegó Hegel ahí? Se lo pregunté a Claudia Piñeiro cuando estuvo en Madrid, presentando la novela. En realidad, Hegel le llegó de la mano de Lacan, que estudió lo que el filósofo alemán dice de esa relación amo-esclavo. Ella no podía hacer que un chico, Sabaté, que no tenía ni idea de Hegel se pusiera a dilucidar ese dilema que lo atormentaba sin saber decirlo. Piñeiro es consciente de que ese error de atribuir a personajes palabras que no suenan como propias se comete a menudo en literatura. Y “ahí apareció esa profesora de colegio secundario, compañera casual de asiento en un viaje que hace Román Sabaté y que como buena profesora quiere enseñar y enseña aún fuera del aula”. Hegel estaba escondido en esa escena, “pero yo no fui consciente de ello hasta que la novela estaba más avanzada”.


“La escritura demanda una posición política”, dice la escritora, dramaturga y guionista de televisión argentina

Hasta entonces Las maldiciones era una novela política y desde ese momento en el que Hegel aparece en el autobús ya es una novela moral que te lleva al abismo de las oscuridades de las que son capaces los políticos para hundirse en la porquería dando la impresión de seguir impolutos. “Es una novela política donde la política es un protagonista más”, dice Piñeiro.


Otras novelas suyas son políticas, como la citada Las viudas de los jueves y como Betibú. “Miran el mundo con una posición política. En el sentido aristotélico: el hombre es un ser político. Pero en Las maldiciones, además, la política entra en acción expresamente, con sus virtudes y sus miserias”. En este caso, el político, al que se le asocian en Argentina paradigmas advenedizos, aunque tengan poco que ver con él, viene a salvar Buenos Aires y a salvar después su país. Y pronto adquiere la costumbre de poner su moral al servicio de sus ambiciones. En ese plano es en el que utiliza a Sabaté para un favor que implica a su esposa y que es difícil de contar sin hacer spoiler. Desde que Hegel se sienta en el autobús la novela es a la vez humana sin dejar de ser política, porque “da cuenta de personas que son políticos, de un partido político, de leyes, de alianzas, de estafas, de corrupción, de poder, de ambiciones y de sometimiento”. Porque “la escritura demanda una posición política”.


No es negra, es política la novela, pues aunque hay un asesinato decisivo nada más amanecer el libro, lo que la va marcando de veras es la ambición que nubla de vanidad el ejercicio de la política. Para hacer visible lo inmoral está la madre de Rovira, que representa, dice la autora, “el verdadero poder detrás del poder”. Es representante “aterrador” de ese oficio de tinieblas que consiste en manejar los hilos del corrompido. Es una novela moral sobre lo inmoral, de personajes que viajan al abismo jugando perversamente hasta con lo que parecería sagrado. Dice Claudia: “Para construir estos personajes necesitas que la trama los enfrente a abismos donde tengan que tomar decisiones y en esa acción nos cuenten quiénes son”. Fernando Rovira y Román Sabaté son esas figuras que se manejan como dice Hegel, amo y esclavo. “Esas bambalinas porque mi marido se ha movido en ese medio. Entonces sé de la política lo que todos ven en los noticieros, pero también lo que sólo se puede ver en bambalinas: las traiciones, las estafas, la falta de palabra, las alianzas, las lealtades y la deslealtades, las mentiras”.


Esa es la trama y ese abismo es el que da escalofríos. No es una novela negra, es una novela sobre la política de color negro.


EN LA NACION.AR

Reseña: Las maldiciones, de Claudia Piñeiro

Suspenso, misterio y política argentina

2 de julio de 2017

Felipe Fernández

PARA LA NACION

Durante cinco años Román Sabaté -el protagonista de Las maldiciones, la nueva novela de Claudia Piñeiro- trabajó para Fernando Rovira, líder de un partido político denominado Pragma y candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Un día abandona a su jefe y se lleva con él a Joaquín, el hijo de Rovira, que tiene apenas tres años.

El libro se ocupa de contar por qué Román toma esa decisión. Este muchacho, que no llega a los treinta, vino de Santa Fe y entró en Pragma casi de casualidad, luego de presentarse junto con un amigo a una entrevista en las oficinas de esa organización que apuesta a la "excelencia". Rovira, "un emprendedor inmobiliario de la zona norte del Gran Buenos Aires" que arrasó en las elecciones de intendente, es enemigo de la "vieja política que pone palos en la rueda a los que queremos trabajar por este país". Carece de "militancia previa" y de "condicionamientos ideológicos". Su eslogan es "lo importante es el hacer, para hacer un país mejor" y entre sus proyectos principales se halla la división de la provincia de Buenos Aires antes de las próximas elecciones.

El comienzo de Las maldiciones instala una sensación de suspenso y misterio que se demora en ser profundizado, porque antes debe exponerse un abundante caudal de información para la comprensión del argumento.

Luego de un "Pragma training" de dos semanas en una estancia, Román pasa a integrar el Grupo de Amigos de Pragma (GAP) y se le encomienda el puesto de personal trainer de Rovira. En realidad, este cargo excede el mero trabajo de entrenar físicamente a su jefe cada mañana e implica desempeñarse como "su secretario más privado", alguien de su extrema confianza.

Otro elemento que proyecta un enigma atractivo es el conocimiento inicial de que Lucrecia Bonara, la esposa de Rovira, fue asesinada un año antes de que Sabaté dejara Pragma y se llevara al hijo del matrimonio. Este crimen -nunca esclarecido del todo y atribuido supuestamente "a mafias que se oponían a la división de la provincia de Buenos Aires"- adquiere un matiz más perturbador cuando más adelante se revela quién es el verdadero padre del niño.

Román y Joaquín viajan a San Nicolás y se refugian en la casa de Adolfo, tío del joven. Adolfo es un veterano dirigente radical que idolatra a Raúl Alfonsín y encarna una visión idealizada de la "vieja política". Su figura sirve para remarcar la oposición entre ideología y pragmatismo, honestidad y corrupción, militancia y oportunismo.


Irene, una "bruja" especialista en equilibrar la energía y que resulta ser la madre de Rovira, le añade un toque de esoterismo a la intriga. La periodista Valentina Sureda (la "China"), que se hace amiga de Sabaté, aporta otro personaje secundario importante. Esta movilera de un programa de noticias le propone a una editorial escribir un libro titulado La maldición de Alsina sobre "la imposibilidad real e histórica para cualquiera que haya sido gobernador de la provincia de Buenos Aires de llegar a ser presidente de la República Argentina". A este tema -bastante independiente del núcleo central del argumento- se le dedican varios capítulos que hablan de la fundación de La Plata e incluyen unas entrevistas a Ricardo Alfonsín y a Eduardo Duhalde.

La novela va ganando ímpetu sin apuro, a medida que muestra cómo los principios éticos entran en conflicto con los intereses más mezquinos cuando éstos son estimulados por la ambición de poder. La cuestión de un dilema moral que deben enfrentar los personajes juega un papel significativo, al igual que en Las grietas de Jara. También, como en otras obras (Las viudas de los jueves, Elena sabe), la autora orienta la narración en torno a un tema de actualidad y combina la intriga con la observación social.

En Las maldiciones, Piñeiro acude a un par de vueltas de tuerca algo desmesuradas para intensificar el suspenso y subrayar las argucias manipuladoras de Rovira. Si la aplicación de este recurso consolida o debilita el propósito de la trama, dependerá del gusto del lector. Lo cierto es que debe lidiar con las dificultades que supone desarrollar un thriller político en un país como la Argentina de los últimos años, donde la realidad en ese terreno suele superar a las ficciones.


EN REVISTA ZENDALIBROS

Claudia Piñeiro: «La maldición de hoy es el tiempo»

19 Nov 2017/JESÚS FERNÁNDEZ ÚBEDA  / Claudia Piñeiro

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Claudia Piñeiro: «La maldición de hoy es el tiempo»

Zenda conversa con la escritora argentina a propósito de su última novela, Las maldiciones (Alfaguara, 2017).


Claudia Piñeiro (Burzaco, Buenos Aires, 1960) ronda por la España de su padre y de sus abuelos maternos para presentar su última novela, Las maldiciones (Alfaguara, 2017). El libro rezuma pesimismo, desengaño y desconfianza. Funciona como advertencia contra los gurús de discurso hueco, contra los apóstoles de esa nueva política de poco libro y mucho photocall y/o tuit. Sus personajes nos cuentan la entrada y la huida del joven Román Sabaté en un mundo impío e implacable, donde el fin, que siempre es el dinero, siempre justifica los medios —en este caso, esotéricos—. La obra ha sido un superventas en su país, y no son pocos quienes apuntan que en uno de los protagonistas, Fernando Rovira, se deja entrever Mauricio Macri —Zenda omite la pregunta tras el enésimo desmentido de la autora—. Antes de empezar, la escritora nos cuenta que, en Argentina, ahora se está planteando prohibir las carreras de galgos, por eso de la violencia en los entrenamientos, etcétera.




Comenzamos:


P: Señora Piñeiro, ¿cuál es la maldición del hombre de hoy?


R: Cuando escribí esta novela, se la mandé a mi maestro, Guillermo Saccomanno, y me dijo: «Nuestra maldición son los políticos». Claro, nosotros vivimos en Argentina. Quizá ustedes, en España, hoy dirían lo mismo. Creo que las maldiciones son individuales. Yo te podría decir que la maldición de hoy es el tiempo, a qué se dedica, a qué no. 


P: ¿Cuál es, entonces, su maldición?


R: Algunos me dicen que mi maldición es no saber decir «no». Hago demasiadas cosas y termino con problemas físicos, mal humor, etcétera, y como el tiempo es escaso, no se estira, se producen algunos problemas. Te digo físico porque tuve hace dos años una trombosis cerebral, que no necesariamente tiene que ver con esto, pero me dicen que sí. Hice tratamientos para poder decir «no», aceptar unas cosas, otras no…, el ritmo de vida no ayudaba. La realidad es que la trombosis me dio en una feria del libro en la que tenía que hacer siete presentaciones, y en un día que tuve que hacer tres presentaciones de tres personas diferentes. 



"La maldición está muy en la punta de la lengua, y bendecir se escamotea un poco."

P: ¿Es más fácil maldecir o bendecir?


R: Para el hombre de hoy, maldecir. Las redes te lo demuestran inmediatamente. Con qué rapidez alguien dice algo y salen todos a criticar, a maldecir, a decir cosas horribles, y no es tan fácil que salgan a valorar, ¿no? La maldición está muy en la punta de la lengua, y lo otro se escamotea un poco: «no sé si lo voy a decir, si se lo merece…», y terminas no diciéndolo. En cambio, el perjurio, decir algo negativo rápidamente está avalado por todo el mundo. 


P: ¿Es la política un ecosistema ideal para las maldiciones?


R: Sí. Yo no pensé las maldiciones en la política y luego vino la historia; yo tenía un conflicto entre dos personajes, Fernando Rovira y Román Sabaté. Eran el jefe y el empleado, el maestro y el aprendiz, o el líder político y el asistente, como terminó siendo. Era una relación de poder de amo y esclavo, al estilo hegeliano, donde el que manda le termina diciendo, después de un tiempo, para y por qué lo tomó y cuál es el sacrificio que debe hacer por él y por el partido político. Me pareció que el mundo de la política era el mundo más adecuado para eso, porque esta relación de poder se da mucho. En Argentina, quizá pase también en España, conocemos a algún político más joven, que no tiene tanta trayectoria, y un día lo escuchas diciendo determinada cosa que va totalmente fuera de lo que hubiera dicho en otro momento, y piensas: «¿pero te pidieron que dijeras eso, o lo dices porque lo piensas?». 


P: Una de las máximas de Pragma, el partido de Fernando Rovira, es la de «decirle al votante lo que el votante quiere oír». Es el pan nuestro de cada día, ¿verdad?


R: Parece que en eso se convirtió el discurso político. La novela trabaja mucho sobre el discurso político, el anterior, en el que a veces había piezas de literatura, contenido, ideología, peso específico, y hoy son frases armadas desde el marketing.




P: El partido se llama Pragma.


R: Por lo pragmático, justamente. Parecería que todo lo que se dice es para conseguir que se vote a ese partido, y luego ya veremos lo que hacemos. En otras épocas, había miradas más hacia el futuro. Otra vez hablamos del tiempo: estas cosas que te permiten pensar en no sé cuántos años, «cuando no sea presidente de este país, pero, de todos modos, quiero que pasen tales cosas para los ciudadanos»… El tiempo acorta esa distancia y hace que tengas que buscar otro tipo de discursos. 


"Ahora hay que buscar las otras certezas: qué fue lo que pasó a Santiago Maldonado, cómo murió, si estaba implicada o no la gendarmería en esa muerte…"

P: La China, la periodista de la novela, afirma: «La muerte tiene la certeza que nunca tendrá la política: hay un cadáver».


R: Escribí hace poco, sobre Santiago Maldonado, un texto que hablaba de la «certeza del cadáver». Ahora hay que buscar las otras certezas: qué fue lo que pasó, cómo murió, si estaba implicada o no la gendarmería en esa muerte…, pero el cadáver cambia en ese sentido: hay una certeza, un cadáver, y cuando le hagan la autopsia, tendremos otras certezas. Todo lo demás es incierto. 


P: ¿Están en peligro de muerte las ideologías?


R: Depende a lo que llamemos ideología. A lo mejor lo que hacen estos partidos también es ideología. Lo práctico también es una ideología, pero de otro tipo: no se va a recursos que tienen que ver con la filosofía política, con un pensamiento más elevado, si quieres, pero el marketing no deja de ser una ideología para mí. Si te refieres a si están muertas las ideologías en cuanto a pensamiento, creo que no, son ciclos: en este momento, las ideologías pragmáticas están en la cresta de la ola y las otras pasaron abajo, pero eso no quiere decir que, dentro de unos años, no vuelvan a resurgir. 


P: Adolfo, el tío de Román, dice que «si sos radical podés tener manceba, amante, dos familias, ponerle un piso a tu chica si te da el cuero, ir de putas, pero divorciarte, nunca. Los peronistas sí». ¿Puede explicar esto a un lector español?


R: Nosotros tuvimos un presidente, Menem, que se divorció de su mujer y la echó de la casa presidencial, la puso en la guardia, la sacó con los hijos y la echó de la casa. Eso es impensable en el Partido Radical, que son más conservadores, tienen más en cuenta ciertas apariencias. No lo digo como juicio de valor, sino como descripción. En cambio, en la vida política argentina, los peronistas han tenido escándalos con sus mujeres tremendos: desde la mujer de Menem, hasta una diputada que al marido le tiró todo por la ventana, toda la ropa, y el marido abajo atajaba la ropa, delante de los vecinos. Eso no hace que un peronista no te vote en las próximas elecciones; en el Partido Radical, está peor visto. 




P: ¿Dónde ha quedado esa «pasión argentina» de la que habla Adolfo?


R: Creo que está aletargada, dormida, no que no esté necesariamente. Gente que lo ha vivido y gente joven ve discursos de Alfonsín, recitando de memoria el preámbulo de la Constitución, y siente verdadera emoción, se le pone la piel de gallina. No es que esa pasión muriera, sino que está hibernando. 



"Muchos otros presidentes han tenido cerca videntes, tarotistas, gente que los ayuda como a pasar esos momentos de incertidumbre, de soledad. Pero el fundamental ha sido, me parece, este brujo que tuvo Perón."

P: ¿Es el argentino un pueblo que cree en la magia, con «dirigentes que creen en la magia o se aprovechan de que el pueblo crea en ella», como escribe La China en los apuntes de La maldición de Alsina?


R: Uno de nuestros líderes más importantes, Perón, que es como fundacional, ha tenido varios brujos. Entre ellos, el peor brujo de nuestra historia, López Rega, que es quien inventó la Triple A. La Triple A es el organismo que mataba gente con el gobierno peronista y después durante la dictadura. Eso lo manejaba un tipo que hacía esoterismo. No es que nosotros decíamos que es brujo: él declaraba que hacía esoterismo, y tiene libros escritos sobre astrología, que no los puedes ni leer, de lo descabellados que son, que hablan de la magia y de distintas fuerzas esotéricas que hay en el universo, etcétera. Este tipo fue la persona más importante de Argentina. Fíjate cuánto ha podido influir la brujería en Argentina. Muchos otros presidentes han tenido cerca videntes, tarotistas, gente que los ayuda como a pasar esos momentos de incertidumbre, de soledad. Pero el fundamental ha sido, me parece, este brujo que tuvo Perón y que ha sido calamitoso en nuestra historia. Me parece que, hoy, los líderes tienen otros personajes que no calificamos de brujos, entre comillas, pero cumplen esa función: el meditador, el gurú de no sé qué, el que lo ayuda a respirar… Ojalá eso sea serio, pero también hay mucha chantada. Incluso los asesores de marketing pueden encajar en esto. Como dice Lévi-Strauss, que lo uso en la novela: si la tribu cree que la magia funciona, la magia va a funcionar. No por la magia, sino por la creencia. 


P: ¿Qué hay detrás de la división de la provincia de Buenos Aires?


R: La novela se llama Las maldiciones porque habla de las maldiciones de todos nosotros, qué maldiciones tenemos, pero también porque hay una maldición histórica en Argentina que dice que ningún gobernador de la provincia de Buenos Aires será presidente de la República. Eso también, históricamente, hay en otros países. En Perú hay una maldición que dice que un alcalde de Lima no puede llegar a presidente. Rovira, que es un empresario que, como manejaba bien una empresa, cree que podrá mejorar bien un país, entonces se dedica a la política y tiene un proyecto que lo explica y lo vende a los ciudadanos con argumentos lógicos y entendibles, pero, en realidad, lo que lo lleva a plantear ese proyecto es el interés personal. Y quería que ese interés personal no tuviera que ver con la corrupción, que ya es el lugar común, ha dejado de ser sorprendente. Quería algo que estuviera, incluso, por encima de la corrupción. Como el tipo es supersticioso, nos encaja esta ley. 




P: ¿Cuánto simbolismo hay en el personaje de Lucrecia, la esposa de Rovira?


R: Es muy importante ese personaje a pesar de que casi no se le ve ni se sabe de él. Hay un muerto, como en casi todas mis novelas, pero nadie se pregunta quién lo mató y por qué. En la política, cuando aparece un muerto, parece que la pregunta no es quién lo mató y por qué, no es buscar la verdad, sino entender si me conviene o no que se sepa quién lo mató, y si me conviene o no que aparezca este muerto. Lucrecia, que está muerta en una circunstancia un poco extraña, rápidamente se dice «la mató tal» y la cosa queda ahí, la política pasa por un costado, hasta que viene el asesor de marketing. 


"Los jóvenes de hoy tendrían que estar siendo educados para tener pensamiento crítico, interesarse por determinadas cosas, para poder discernir qué le gusta o no de lo que le plantea determinado político."

P: Finalmente, ¿cree que la política volverá a ilusionar (importante) con argumentos?


R: Creo que sí. Creo que esto es un periodo. Me parece que el próximo periodo debe tener más argumentos ideológicos y de peso. Ahora, para que suceda eso, en este momento debieran estarse educando ciudadanos jóvenes que después reclamen eso, y no sé si esta política de hoy va a querer educar a los jóvenes de esta manera. O sea, los jóvenes de hoy tendrían que estar siendo educados para tener pensamiento crítico, interesarse por determinadas cosas, para poder discernir qué le gusta o no de lo que le plantea determinado político, y no sé cuánto harán los políticos de hoy por generar ese tipo de pensamiento en los jóvenes. Ojalá se den cuenta y se vayan educando solos (risas).



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