sábado, 25 de junio de 2022

NOS VEMOS EL JUEVES 30 DE JUNIO A LAS 18:30H PARA HABLAR DE GIOVANNA RIVERO Y "TIERRA FRESCA DE SU TUMBA"

 










EN ALTAVOZCULTURAL.COM

Bolivia alberga un secreto literario de tamaño espacial. Universal, podríamos decir, añadiendo al merecido halago una espectacular realidad: la voz de Giovanna Rivero le pertenece a ella y, después, a todos nosotros, a sus lectores alrededor del globo. No son pocos, son legiones enteras que admiran profundamente la calidad de su prosa, el talento innato que traza sus sucesivas publicaciones.

Hace tiempo que hablar de Rivero se convirtió en las tertulias literarias en una melodía tan simplista como feroz: “una de las autoras latinoamericanas más importantes de su tiempo”. La figura de Giovanna Rivero es más que eso, con permiso. Su trascendencia avanza salvaje entre la selva de rankings, críticas, listas de geniales autoras contemporáneas, clasificaciones entre los más leídos… Nosotros, las personas que la disfrutamos, somos su herencia: tendremos el placer de mostrarles sus textos a nuestros nietos, como nuestros abuelos nos mostraron aquellos de renombre de su generación.

¿Pero cómo se llega a este hecho? ¿Cómo se logra la inmortalidad? Hoy vamos a descubrirlo empíricamente, mediante Tierra fresca de su tumba, porque no hay mayor prueba de amor hacia una pluma que leer sus frutos.

Editorial Candaya -gracias siempre por su labor, su generosidad y su pasión por la Literatura- nos entrega en mano este tesoro: un cofre a rebosar de tantas historias contenidas en seis cuentos que tal vez necesitemos, además de las pertinentes e inevitables relecturas, muchas, muchas de esas tertulias para poder exprimir cuantísimo reside en sus páginas.

Como decimos, son seis los títulos que conforman la obra, esta magnífica antología de autora que honra al Terror, a la Vida y a ese hilo de sangre que une ambos desde el horror más carnal, desde la difusión de sensaciones que tiene en la naturaleza su origen, su potentísimo ventilador. La hermosa atmósfera poética que envuelve la narrativa de Rivero es un maravilloso amortiguador para la poderosa colección de imágenes devastadoras que explosionan en nuestra mueca. Primer rasgo de inmortalidad: el dominio del qué y el dominio del cómo; fondo y forma, los dos en el mismo altar. Entremos, por favor.

LA MANSEDUMBRE

Historia de transformación en múltiples niveles de la quinceañera Elise Lowen. Ocho capítulos que cabalgan sobre los campos del pecado, la inocencia y el animalismo más gráfico. Manitoba es el epicentro de un entorno rural que alberga abuso, eco de deshonra y ausencia de justicia, abrochado todo ello por un apestoso hedor a religiosidad autoritaria y caprichosa. Elise, encarnación física y anímica de su abuela Anna, sufre en sus carnes el embiste del diablo. El exilio de los Lowen ante tal escándalo alcanzará en la distancia el ángulo suficiente para, despojados de la falsa protección del Pastor Jacob y sus contradictorios sentidos de moral y corrección, implantar un nuevo enfoque sobre el sacrificio, sobre la venganza, sobre la más llana humanidad: aquella que debe ser auspiciada por la Pachamama como elemento clave para el reparto de destinos.

El espejo en Leah Welkel, el legado de la abuela Anna y la representación más visceral de tantas otras mujeres, como las compañeras mencionadas igualmente mancilladas bajo el sobrio y eufemístico paraguas de la selectiva moralidad, dota de un fuerte carácter femenino al sentimiento expulsado y de un contundente sabor denunciatorio a un relato cuyos juegos estéticos entre lo real, lo soñado y lo animalizado desprenden una simbología riquísima y fresca, como abundante cascada de imágenes y referencias. El indio es el abrigo perfecto para el instinto saciado; la Pachamama es la verdadera Diosa de lo justo. Por la tierra y sus hijas.

PEZ, TORTUGA, BUITRE

La tierra, el mar y el aire reunidos en una voracidad imparable como respuesta a una desgracia natural. El naufragio fue la perdición de Elías Coronado, convertido en cuerpo quieto para la eternidad y masticado por el hambre. Porque la gran protagonista de este segundo corte de la precisa cirujana literaria que es Rivero es el Hambre, con mayúscula. Amador, el superviviente y ultimísimo compañero del devorado, vive ahora la vida post-muerte agujereado por la casera investigación de la madre del difunto a golpe de tortilla: el hambre como chantaje, soborno, incluso secuestro. Búsqueda de La Verdad en clave de mordisco.

Afuera todo es mar. Tras las puertas de la casita de la mujer todo se atisba marino, hondo, azulado. Leemos desde dentro, siempre desde dentro. Pareciera que la morada no es sino una isla en mitad del agua que ha tragado los restos del muchacho. El crecimiento de la marea entre recuerdos, flashbacks, mentiras piadosas y empujones de dientes contra la masa dorada y blanda es imparable. Regresa la venganza, el veneno intrínseco al alma rota. La supervivencia vs. el dolor materno. Y las consecuencias de cada uno de ellos. La lejana belleza que traslada la brisa desde las descripciones de Amador contrasta de manera sublime con el coloridamente detallado surtido de tortillas caseras. Qué delicia de duelo.

CUANDO LLUEVE PARECE HUMANO

Arrullada por una lírica estética excelsa y un marcado choque horizontal y vertical, esto es, cultural y generacional, la historia de la señora Keiko y su inquilina Emma nos expone ante el rostro del pasado, del misterio y la distorsión de la certeza en las sombras de la línea que separa deseos, anhelos y dudas. Heredado el título del haiku que, a modo de corazón, aparece inscrito en una de las primeras páginas, Japón se instala en Bolivia a través de las costumbres, la educación y los hábitos implícitos a la protagonista más longeva. El origami se revela como una técnica narrativa paralela.

La tierra se funde de manera impresionante con las dos mujeres en una sucesión de escenas trufadas de reflejos de tiempo, afloramiento de emociones y vínculo vital. Las relaciones humanas quedan desnudas ante la tremenda carga de luz que prevalece sobre la contextual oscuridad del paisaje. El ritmo es aquí considerablemente más pausado, alimentado por la milimétrica figura de Keiko, que maneja el tempo de acción soberanamente. Estamos ante un texto de gran belleza.

SOCORRO

El único título denominador directo del personaje central nos presenta a Socorro, enloquecida mujer que descarga desde su rol de tía de la voz narradora una cascada de drama familiar, obtusa realidad azotada por incontables tics forzadamente justificables y una gran cicatriz trágica que tiembla roja como una insoportable alerta cuando alguien la nombra. La clarividencia en la locura a pesar del pastoso proceso de corresponderla.

La riqueza descriptiva alcanza en este cuarto cuento una dimensión más panorámica, aupada por el recurso del dron volador. Dicha amplitud del escenario coincide con un mayor número de actores activos en el mismo: el número de personajes, así como la fortaleza de sus lazos, es más elevado y sugiere por momentos el prisma del personaje colectivo como un todo cerrado. Los puntos de fuga -Socorro, la mujer narradora y la figura recordada- son las claves de la vertebración de la acción entre un estupendo campo de secundarios muy bien perfilados, entre los que debemos destacar a la mamá -y hermana- de las coprotagonistas. El texto quizás más angustioso de todo el conjunto, amén de ausencia de una resolución explosiva que despeje lo agrio hacia una gloria superior por justicia, venganza o paz encontradas.

PIEL DE ASNO

Nadine Ayotchow es la ‘osa del góspel’ en Piel de asno, el relato más extenso -y agitado- del maravilloso compendio que estamos masticando. Es también único por otro motivo formal: la voz narrativa pertenece a la protagonista central de la historia, que se desdobla en presente -ante expertos clínicos y asideros religiosos- y pasado -como personaje dentro de su narración situada pretéritamente-. Cierto es que comparte foco en gran medida con el personaje de Dani, si bien consideramos que no le discute el eje decisivo de la trama -como sí hace el amado Joaquín en Hermano ciervo respecto de la mujer principal-.

El pestazo a alcohol, la expresiva detonación tribal y la abundante violencia -velada y descarnada- constituyen una atmósfera altamente vertiginosa: la supervivencia de Ayotchow es una consecuencia de azar, coraje, saber estar y, digamos, esa providencia que ella traduce en decisión deliberadamente divina. El fuego es una densa nube roja que colorea un largo porcentaje de las escenas rememoradas en el discurso de la superviviente. El otro gran elemento es el aire: el del góspel, el de la vida. La originalidad del testimonio es culminada por la originalidad del propio planteamiento textual y de la comunicación in situ del mejor ejemplo de renacimiento: la osa que respira profundo.

HERMANO CIERVO

Los límites de la experimentación biológica teñidos de sangre y dinero. ¿Qué recompensa puede sostener el constante afán de atravesar nuestro cuerpo con química y fatalidad? Ubicados en una cabaña tan lejana de su tierra natural como fría por la permanente asepsia y querencia por la evasión de riesgo alguno que lapide el experimento, Joaquín se somete al sospechoso A-Contrarreactivo con su amada como mano firme de apoyo, cuidado y comprensión. Afuera (qué importante es el binomio dentro-fuera en la narrativa espacial de Rivero) se mueve paralela la vida de un grupo de ciervos, tan ilustrativos en las diferentes fases del proceso.

El incipiente giro hacia la Ciencia Ficción es atajado por una cruda realidad amorosa: el interés común por salir adelante de cualquier situación. La figura de ella nos ofrece la tierra, el suelo, el ahora, el realismo más ajado. Asistimos a una de las escenas más demoledoras del conjunto de la obra en esa despedida entre supertrajes y cláusulas que ruedan bajo el torrente sanguíneo negro convertido en una gran X. Como si de una marca para encontrar el tesoro se tratara, el texto que hace de broche a Tierra fresca de su tumba es un fascinante viaje astrológico por los rincones de nuestra vulnerabilidad y su entrega a los otros. Nótese ese otros como un ellos y nosotros mixto.

Paladeamos las penúltimas monedas de valor precioso que se desprenden de esta obra que recoge la semántica del desplazamiento, del viaje, de la huida o de la distancia amplificada, y la sintaxis del arraigo, del origen, del punto cálido inicial, de la revelación primaria de lo vivo y lo presente. Giovanna Rivero construye desde una asombrosa verosimilitud y una tal vez indirecta semilla de moraleja, con una cierta recurrencia de la óptica psicológica y su tantas veces inoportuno binomio con la locura; siempre con la voz femenina -propia de personajes protagónicos o de la autora-narradora- como guía de los acontecimientos.

Debemos destacar en esta elocuencia un denso repertorio dedicado a la maternidad y sus tan diversos ápices; debemos señalar, además, y complementariamente a dicha voz, la importancia del silencio: los personajes fallecidos, las sombras, los recuerdos, las ausencias y los tormentos son una constante atronadora en el hilo argumental de esta colección que, tomados sus pedazos dos a dos, nos sugiere tres enfoques del concepto de desenlace: i) presente y rudimentaria justicia deseada; ii) rabioso abrazo del pasado herido; iii) futurible horror en las sospechosas manos de la ciencia.

Estamos ante una pieza artística de extrañísima -en tanto en cuanto genuina- hermosura; una obra brutal sobre juventud y muerte, mundos tan aparentemente alejados desde la cronología vital estática, tan fusionados en estas páginas de coordenadas góticas, latitudes sobrenaturales -o extraordinarias- y sinfonía eminentemente animal, compuesta por fauna relevante al nivel de los más definidos personajes. Tierra fresca de su tumba es, con su constatada infinitud, un libro definitivo.

Altavoz Cultural



EN LA VANGUARDIA

LARA GÓMEZ RUIZ

BARCELONA

22/11/2021

“Todo tiene potencia de ser relato. Las historias están en todas partes”, asegura Giovanna Rivero, quien se ha nutrido de algunas experiencias personales y de historias reales para escribir su nuevo libro de relatos Tierra fresca de sus tumbas (Candaya).

Rivero, cuyas obras aglutinan lo macabro, la ciencia ficción y el realismo más extremo, visitó Barcelona con motivo del Festival 42. Ahora, en una entrevista a La Vanguardia, ha confesado que este trabajo se empezó a gestar en 2015 a raíz de leer noticias sobre un caso de violación masiva en Manitoba, una colonia menonita de su Bolivia natal.

Cuando Rivero conoció un caso de violación masiva de la colonia manonita de Manitoba, supo que tenía que investigar más

“Me impactó brutalmente y supe que tenía que investigar más. No podía surgir un relato de mi imaginación, ya que en este caso tenía que entender la comunidad culturalmente. Esto me llevó a pensar mucho en cómo en Bolivia hemos estado familiarizados con la fotografía social de los menonitas viniendo a vender sus productos a la ciudad. Sin embargo, no ha habido a mi entender suficiente reflexión sobre quiénes son ellos realmente”, admite.

Con esta historia en mente acabó llegando a la conclusión de que “todos los personajes que crearía para este nuevo trabajo tendrían un elemento en común: su condición de extranjería […] Todos los cuentos tienen personajes que o por la violencia económica de un capitalismo que permea absolutamente todo, o por la violencia religiosa y la intolerancia han tenido que moverse de sus lugares”. Así, apunta que, “escribir este primer relato, La Mansedumbre, y documentarme para ello me hizo preguntarme qué es realmente una nación, y como esta pregunta nos llega a trastornar y a enfermar, ya que puede generar socialmente exclusiones terribles”.

“En este primer cuento, algunos menonitas abandonan la comunidad. De hecho, uso la palabra desertores porque quería expresar un corte violento. Un querer autoexiliarse de un lugar y una religión que te ha hecho daño y ha herido lo más profundo y digno de una adolescente. Por eso, quería usar ese término, porque en ese movimiento había algo más que el simplemente irse […] Los protagonistas del resto de historias también experimentan ese exilio doloroso, sí, pero no en esta medida tan brutal”.

De la migración nació también otro de los relatos, Cuando llueve parece humano. “Junto con el de La Mansedumbre, este cuento fue también el que me impulsó a seguir escribiendo. Me inspiré cuando empecé a recordar a algunas compañeras de escuela que eran hijas o nietas de japoneses que habían buscado en Bolivia un refugio durante la posguerra y la brutalidad de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki”, desvela.

Son varios los nexos que unen cada una de las píldoras de este conjunto. Sin embargo, Rivero destaca otro más allá del de la condición de migrantes de los personajes, previamente mencionado: “la muerte como un refugio y como un proceso de otra vitalidad […] Todos los relatos tienen un gran anclaje en lo que consensualmente llamamos realidad. Todos ellos tienen un referente que disparó algo en mí y a lo que yo fui envolviendo con mis propias estrategias narrativas y mis propias obsesiones”, reconoce.

Siguiendo con lo personal, señala que “cada vez que leo el cuento Hermano ciervo, regreso a un momento de mi vida muy duro, en el que estaba rodeada de esa Ítaca fría, rural, alejada del mundo urbano. Fue un momento de transformación interna, de comprensión de mi propia profesión. Tomé distancia de la academia y el cuento tiene como esa crítica implícita, o quizás explícita, a los procesos de una academia estadounidense que puede volverse muy elitista. El cuento en ese sentido tiene la impronta de mi crítica”.

Por otro lado, aborda otros temas como “la admiración hacia el poder de los animales por mantenerse físicamente dueños de ellos mismos y limpios. Si los humanos nos olvidamos por una semana, nos convertimos en unas bestias. Y entonces, quiere decir que lo que hace la civilización es tratar de suprimir en nosotros esa zona de bestia, de animal profundo y oloroso. Por ello, observar a un animal como dueño de él mismo es algo que me sorprende y para mí es una prueba de que nosotros nos hemos inventado un discurso de superioridad que nos permite un dominio injusto. Por ello, mi acercamiento a ellos en estas páginas tiene que ver con reconocer una suerte de hermandad utópica”.

Tras la promoción de este libro, Rivero asegura tener muchos planes. De hecho, confiesa estar escribiendo ya un nuevo libro en el que, avanza, “también habrá un ciervo, como lo hay en Tierra fresca de sus tumbas, y no puedo avanzar mucho más”. La escritora, que ha cosechado múltiples galardones, es autora de libros de cuentos como Para comerte mejor (Aristas Martínez, 2015) o y ha escrito novelas como Helena 2022 (La Hoguera, 2011) y 98 segundos sin sombra (Caballo de Troya, 2014), que fue llevada a la gran pantalla de la mano del cineasta boliviano Juan Pablo Richter.


EN REVISTA DE LETRAS

Tierra fresca de su tumba

Con una prosa de aliento poético, la escritora boliviana Giovanna Rivero ahonda en el horror íntimo y la violencia que aqueja a los débiles en su último libro de relatos | Foto: Alexander Torres

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Anabel Gutiérrez León

 1 junio 2021

A veces, los libros guardan dentro de sí mismos la clave de su propia lectura. En el caso de los sobrecogedores cuentos que componen Tierra fresca de su tumba de Giovanna Rivero, podemos acercarnos como la señora Keiko lo hacía con las lecturas de su infancia: «los leía para temblar», porque esos breves poemas “lo dejaban a uno sin respiración”. Como estos seis relatos. La señora Keiko −un personaje al que la memoria lectora guardará con cariño− comprende que solo “alguien que ha vivido en el fondo de los tiempos” permite al lector reflejarse en los charcos que salen de su pluma. A juzgar por estos relatos, la de Giovanna conserva un aliento antiguo cuyo vaho se fija en la actualidad intemporal de las pasiones y el desasosiego humanos.

La precisión y belleza de la poesía japonesa −la que leía, aguantando la respiración, la señora Keiko− están presentes en estas historias, así como el acierto de su pulso al captar el punto exacto donde palpitan las heridas, esas que nos llenan de dudas, de amor, de miedo. Los cuentos que componen este volumen escarban en el accidentado y árido páramo de los tabúes más fieramente asentados en la psique social; indagan en torno a la fractura de los afectos y de la familia y de la identidad. El horror íntimo que subyace bajo estas historias, no obstante, es tratado con una compasión tan poética como firme y generosa; concisa, a la vez que tierna y aguda, es la voz que recorre experiencias al borde de un abismo existencial, pequeñas tragedias inmensas que no detienen al mundo; pero saben dejar el alma en vilo.

Mientras se carga sobre el demonio la responsabilidad de sucesivas violaciones a jóvenes pertenecientes a una secta religiosa vemos, en Mansedumbre, cómo Elise desde la ensoñada ignorancia de sus quince años va adquiriendo una intuitiva compresión de lo que ocurre a su alrededor. Pero ningún dios la asiste, ni explica, ni salva. Es el padre quien acude a otras deidades para consumar la justicia que los regentes de su fe no otorgan a su hija. En Pez, tortuga, buitre también es una madre la que inquiere y, acaso condena, en un ímpetu por saber los pormenores de la muerte de su vástago.

Los insondables pliegues del amor y el desamor materno se muestran, asimismo, en el maravilloso cuento Socorro, donde el infierno se levanta despacito cuando las cosas que no se dicen salen para inundarlo todo de su lava caliente; aunque sin hacer demasiado ruido. El dolor explota contenido y estridente en el llanto de la protagonista sobre los pechos enfermos de su tía loca. Llora mientras aprieta los dientes para no despertar a nadie más. Al contrario que Nadine, la locuaz narradora de Piel de asno, cuya voz ha sido tomada por una osa justiciera y redentora a quien solo la música ha podido dispensar del abandono, la soledad y los riesgos de una vida azarosa, de la orfandad, de la no pertenencia. Si es una osa quien redime a los hermanos de esta historia, hay otro animal que también cumple un papel emancipador. Ante el cadáver de un ciervo, conjura los sombríos augurios de un futuro incierto la protagonista de Hermano ciervo, un relato tan dulce como acre que quita cualquier pátina de idealismo a la migración académica, a la que muestra en su faceta más precaria, despojada de todo romanticismo bohemio o triunfalista.

El componente social y político es, de hecho, otro de los niveles de lectura que admiten estos relatos. Si bien no de forma subsidiaria ni condescendiente y bajo una alta exigencia literaria, los cuentos de Giovanna Rivero abordan temas como la violencia en todos sus niveles, la precariedad laboral y económica del migrante, el alcoholismo, la enfermedad, la soledad, la orfandad de padres y de hijos, la locura, la muerte. Estas son algunas de las líneas que cruzan estas historias, tratadas siempre con una mirada piadosa y lúcida, que sabe atender el desgarro individual sin escindirlo del contexto social que lo conjuga y, a veces, lo ahoga. En Tierra fresca de su tumba, vemos cómo opera la venganza de los débiles, las víctimas que se saben marginales e invisibles, personajes que no ignoran que la justicia no tendrá en cuenta sus historias, sus afrentas, las sucesivas pérdidas que han ido segando sus vidas. A pesar de ello, los protagonistas de estos relatos no han sido privados de misericordia ni de la valentía necesaria para actuar y reparar su daño.

Es lo que persiguen estos personajes, ya sea enseñando a las reclusas de una cárcel a hacer figuritas de origami o trasplantando la tierra del jardín para que respiren las semillas debajo de la tierra, como la señora Keiko; cantando góspel desde la garganta de una bestia, como Nadine; ofreciendo su cuerpo a la ciencia para salvar una tesis doctoral, como Joaquín; rallando las cartas de una baraja y luego lanzando una cuerda a la viga del techo, como el hijo de la tía Socorro; comiendo con avidez atrasada las empanadas de la madre de su compañero de naufragio, como Amador; o haciendo una ominosa ofrenda a tierra, como el padre de Elise.

“A flor de tierra, amante” pedía Juana de Ibarbourou que la enterrasen; así el tránsito sería más breve y más simple “la lucha de mi carne por volver hacia arriba” continuaba el poema. Ella sabía “que acaso nunca allá abajo mis manos/ podrán estarse quietas”, porque tierra y carne son cuerpo, abrigo, cobijo; pero también fosa, evasión, estorbo, impedimento, cierre. La tierra y la sangre son elementos que atraviesan toda la narrativa de Giovanna Rivero. Tierra y sangre hablan de raíces: identitarias, genéticas; son dos marcas que definen, dan nombre y asidero. Aquello que nos mueve y nos sujeta.

El fondo atávico de estos cuentos, a la vez que la compasiva y desafiante mirada desde la que son atendidos estos personajes, nos hace pensar en Antígona, ese personaje trágico que desafió la Ley solo para cubrir de tierra el cuerpo de su hermano insepulto. En un gesto equiparable, los personajes de Giovanna escarban la tierra fresca para ejercer sus propios ritos y salvar −o condenar− sus espíritus de los fangos existenciales que los aquejan.


EN LIBROS-PROHIBIDOS.COM

Tierra fresca de su tumba — Giovanna Rivero

POR JENNIFER CAMACHO HACE 10 MESES 

Tirra fresca de su tumba recoge seis cuentos de la escritora boliviana Giovanna Rivero. Una muestra perfecta para iniciarse en el panorama actual de narradoras latinoamericanas.

Aunque bastante prolífica y premiada, Giovanna Rivero es casi una desconocida en nuestro país. En 2014, Caballo de Troya publicó su novela 98 segundos sin sombra, para nuestro pesar, ya agotada, y hasta 2020 no volvió a estar presente en nuestras librerías, con la edición de Para comerte mejor de Aristas Martínez. Tierra fresca de su tumba, que edita Candaya, es una muestra perfecta para iniciarse en el panorama actual de nuevas cuentistas latinoamericanas: su narrativa es fresca, engañosamente mundana, la realidad se trastoca y se vuelve espeluznante sin necesidad de recurrir a la imaginería típica de la literatura de terror.

El diablo se apodera de nuestras voluntades

«La mansedumbre» es el cuento que abre este compendio y que nos traslada a un escenario rural, una comunidad de menonitas de Manitoba, un ambiente opresivo y represor para una adolescente como Elsie Lowen, cuya violenta desgracia es achacada al diablo. Tras el suceso, los Lowen son desterrados de la comunidad, y enviados a Santa Cruz, una tierra lejana y extraña que deberán empezar a trabajar desde cero. El planteamiento de este relato me recuerda al drama experimentado por Nefer, la joven protagonista de Enero de Sara Gallardo, pues las dos se encuentran en el mismo punto de no retorno, aunque por distintos motivos. Sin embargo, el desenlace de este cuento es sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que los Lowen son pacifistas y extranjeros. Quizá el diablo se ha apoderado de las voluntades de todos los personajes, o puede que sea la Pachamama restableciendo el equilibrio natural de las cosas y bendiciendo a la familia de advenedizos.

De la misma forma, en «Pez, tortuga y buitre» los protagonistas parecen haber sido desprovistos de carácter y arrojo, sin duda, por encontrarse en una situación tan extrema. Esta segunda historia es el relato de un naufragio y de la muerte de un joven, un recuento que su madre exige, en todo detalle, al único superviviente de la catástrofe. Una atmósfera asfixiante, en plena mar y a la deriva; Amador, el marinero que cuenta la historia, parece ocultar un secreto sobre el fallecimiento de Elías, una incógnita que la madre está dispuesta a descubrir.

Bolivia es una enfermedad mental

Los migrantes que se llevan la tierra natal a cuestas son una constante en algunas de estas historias, especialmente patente en «Socorro» y «Piel de asno». En ambos cuentos, además, cobra mucha importancia la figura de la tía, enferma mental o alcohólica, que de alguna manera debe sustituir la figura materna, y que nos sumerge en la fantasía y lo imposible. En «Piel de asno», tía Anita se llevará a sus sobrinos a vivir cerca de una reserva de indios métis que iniciarán a los jóvenes en los misterios del mundo salvaje. Socorro es la tía que nadie cree, ni toma en cuenta, la mujer enferma e infantilizada. En este relato angustioso, Socorro, a quien se le inflan los pechos como si estuviera buscando a un lactante, es el receptáculo de las miserias y violencias de la familia, su memoria histórica.

La idea de que Bolivia es una enfermedad mental, que persigue y afecta a su progenie, aunque esté lejos de la tierra, que los condiciona y deforma, nos hace sentir extrañeza. Como si Bolivia fuera una ansiedad, no haberla experimentado es no poder comprenderla, observar desde fuera e intentar buscar la respuesta. Las historias de Giovanna Rivero nos dejan con la boca abierta porque nos somos capaces de pensar igual y adivinar el siguiente paso.

Tierra fresca de su tumba. Santa Cruz, Bolivia. Libros Prohibidos

La señora Keiko

El cuento más lírico y tradicional quizá sea «Cuando llueve parece humano». En este texto se nos cuenta la historia de la señora Keiko y su familia, que tras la Segunda Guerra Mundial abandona Japón para buscarse la vida en Bolivia. Keiko se nos presenta como una figura delicada, que ha tenido una vida dura, pero ha salido adelante. Imparte talleres de origami en la cárcel, cuida de su jardín y aloja a una joven inquilina estudiante de literatura por muy pocos pesos. Incluso le prepara la comida. Cuando la anciana ya nos ha seducido y nos imaginamos tomando un té en su casa y ayudándola a plantar en el jardín, Rivero suelta la bomba. Un juego donde nada es lo que parece.


La señora Keiko tomó la víbora colorada y la asentó con delicadeza sobre la palma de su mano derecha. Paseó en silencio con la víbora por entre las demás alumnas como si exhibiera un trofeo. Era un trofeo. Era la victoria de la constancia, la concentración mental y el dominio manual sobre la mediocridad y la prisa de lo fugaz, de lo que moría antes de respirar.

El ciervo sin final

Y para finalizar este estupendo recopilatorio, «Hermano ciervo» se vive como una historia sin final, que nos deja en un suspenso. Cuando más absortos estamos, la autora nos abandona a nuestra imaginación. Es un pequeño shock. En este cuento un experimento científico es esencial para acabar una tesis, y el autor de la misma presta su cuerpo como cobaya humana. Este texto casi se acerca al bodyhorror, pero es más onírico, más sutil.

Los habrá que considerarán que estos cuentos no son terror propiamente, sino narraciones extrañas, diversas, quizá recurran por procedencia de la autora a categorizarlo como realismo mágico. Pero no es magia lo que desprenden las historias de Tierra fresca de su tumba, sino violencia, miedos, venganzas y castigos. Con Bolivia o las montañas canadienses de fondo, los personajes son los principales agentes, así como los muertos en sus tumbas olvidadas. Son unos cuentos magníficos y os animo a adentraros en ellos.

en EL DIARIO.ES

Materia, tierra y desarraigo: una lectura de 'Tierra fresca de su tumba', de Giovanna Rivero

No cabe en una reseña breve como esta delimitar el género, describirlo en profundidad o discutir si este “fantástico”– término predilecto desde que Borges y Bioy Casares empezaran a mapear la fantasía en América Latina – es más o menos “gótico”, o más o menos “nuevo”

Jesús Montoya


La crítica literaria suele proponer etiquetas en su tarea principal: desbrozar el corpus de la literatura contemporánea y sugerir las formas en que la misma resulta comprensible. No obstante, con más frecuencia – aunque esto no sea en sí mismo negativo –, esas etiquetas alcanzan más modestamente a servir de puente entre el mercado editorial y los lectores. Uno de estos marbetes, ahora, pasa por el llamado “nuevo gótico latinoamericano”, que describe una veta que ha ganado importancia en la narrativa latinoamericana que recupera en los últimos años motivos de la narrativa fantástica, el cine y la novela de terror, el weird y la ciencia ficción, en su vertiente más oscura o tenebrosa, una veta cultivada por un número relevante de autores y, llamativamente, autoras, que goza hoy día de una nueva visibilidad. En recientes estudios sobre el género, críticos como Justin Edwards y Fred Botting reflexionan sobre la globalización del gótico apuntando cómo este “modo” narrativo provee un lenguaje, en el mundo moderno globalizado, útil para expresar cambios que afectan implacablemente y de diversa forma a diferentes tradiciones y pueblos, de ahí su extraordinaria difusión. Los cambios sociales y culturales fruto de estos procesos globalizadores producirían nuevos terrores con frecuencia encarnados por versiones de viejos tropos góticos que, en cada proceso de adaptación/transculturación, establecen conexiones con tradiciones míticas y culturales diversas, en relación dialéctica con específicos procesos de modernización en cada caso. De ahí también que se haya acuñado el término “gótico andino” para celebrar esta literatura en países como Perú o Bolivia.

No cabe en una reseña breve como esta delimitar el género, describirlo en profundidad o discutir si este “fantástico”– término predilecto desde que Borges y Bioy Casares empezaran a mapear la fantasía en América Latina – es más o menos “gótico”, o más o menos “nuevo”. Baste apuntar que el modo en que el mismo está colonizando desde los márgenes la narrativa más mainstream tiene mucho que ver hoy no solo con cuestiones de oportunidad de mercado, sino con la necesidad de ensanchar las fronteras del realismo en nuestro siglo. A través de lo imaginativo y lo distópico, la literatura dibuja interrogantes que afectan a nuestro futuro como especie, en concomitancia con algunos planteamientos a cargo de los nuevos feminismos, ecologismos y poshumanismos teóricos. Mirada en perspectiva, la literatura latinoamericana de la segunda década del siglo XXI parece verse crecientemente interpelada por la complejidad de un presente en crisis ante el que debe postular, como apunta la catedrática Francisca Noguerol, “alguna forma de compromiso ético”. El cultivo de estos géneros por parte de algunas de las poéticas más exigentes quizás pueda leerse desde ahí. Si la modernidad había construido una sólida separación de la esfera de la cultura humana respecto de la naturaleza, concibiendo al ser humano como una especie autorizada a someter al planeta a su antojo, y eso había hecho nacer monstruos que bajo la aparente promesa de salvarnos nos llevarían a nuestro autoexterminio, la tarea del pensamiento estribaría – como afirmaba hace dos décadas el antropólogo Bruno Latour – en restablecer esas conexiones entre el mundo natural y la cultura para, así, “aminorar, desviar y regular la proliferación de los monstruos representando oficialmente su existencia” (Latour, 2007: 29-30). Este trabajo de representación de los monstruos que emergen en las grietas de un proyecto moderno/colonial, en su etapa global, que se derrumba, buscando superar la parálisis posmoderna e incorporando en la mirada un diálogo con el medio ambiente, podría ayudar a iluminar el malestar cultural del que parte el resurgir de esta corriente imaginativa – llámese gótica o fantástica– en la literatura de América Latina, una corriente que tiene en Giovanna Rivero (Montero, 1972) a una de sus mejores representantes. En Tierra fresca de su tumba (Candaya, 2020), la narradora boliviana explora esta veta con un lenguaje de poderoso aliento poético, en seis extensos y magistrales cuentos. En ellos reverberan ecos de la mejor tradición del gótico anglosajón (Lovecraft, Shelley, Poe, Hawthorne…), pero también del mejor fantástico (Quiroga, Arreola, Levrero...), e incluso del existencialismo (Bombal, Onetti, Rulfo…) hispanoamericanos, y a estos se suma también, en algunas de las ficciones, el influjo de la ciencia ficción.

Desde el mismo título, la materialidad de la tierra se vuelve protagonista en el libro: esa tierra fresca parece quererse la materia prima a partir de la cual articular todo un juego de metáforas que permiten explorar un sentido transversal. La tierra predomina en la poderosa imagen que aparece en la portada de la edición de Candaya: un buitre gobernando un camposanto, posado sobre un montón de tierra removida. Esa materialidad informe impregna todos los textos del volumen. Destacan sus cuentos por apelar a una extraordinaria sensorialidad. Rivero escribe con los cinco sentidos. La materia no solo se ve, sino que se masca, se exprime, se sorbe, se devora, se siente en la piel y en los huesos. El primero de los relatos, “Mansedumbre”, concluye frente a un montón de esa tierra, como el de la portada que acabamos de ver, pero comienza con la pregunta “¿Era caliente el líquido viscoso que te dejaron ahí? (…) ¿Era un líquido como la clara de un huevo?” (9). Desde la primera frase, pronunciada por el cínico personaje “pastor Jacob”, la fecundación contra natura se refiere como un fluido que se identifica con algo comestible. Pronto el relato revela su motivo: la violación de una serie de jóvenes y adolescentes en una comunidad religiosa que recuerda a las más de ciento cincuenta realmente ocurridas entre 2005 y 2009 en Manitoba, Bolivia. Un líquido viscoso que es semilla maldita, semilla que fertiliza la tierra en que devienen los cuerpos que somos, como el de Elise, una de las víctimas, integrante de esta secta menonita de origen alemán que vive en la total aculturación respecto del contexto que los rodea, de espaldas a la modernidad y en conflicto con la cultura de los pueblos originarios. La semilla también es, en el cuento, la palabra de un dios extranjero que ahoga las almas en una cultura de la opresión patriarcal. El cuento subraya, en su lenta progresión, cómo lo simbólico es la primera forma de lo carcelario: cómo, desde un determinado lenguaje, resulta imposible concebir los términos justicia o reparación. Por eso, será la tierra, la Pachamama, a la que rinde culto la cultura aymara, marginada en el universo que se nos dibuja y en las antípodas de la palabra de ese dios alemán, lo que restituya una posible justicia ajena a los códigos foráneos, devorando al violador, que deviene semilla, cerrándose un círculo.

En varios de los relatos de Rivero la tierra se convierte en un disolvente que deshace el imposible aislamiento de los seres humanos respecto del mundo material y natural, para, paradójicamente, devolver la visión a los personajes a menudo a través de su oscuridad. En la poética de Rivero, ambas, luz y oscuridad, se dan en “un mismo pliegue” (79). Así lo expresa la narradora de “Cuando llueve parece humano”, un cuento que pone en juego dos planos que acaban confluyendo en un final donde un pasado y un presente violentos se iluminan mutuamente. La tierra deviene también la metáfora para pensar cómo se relacionan cuerpos y territorios de modo complejo en las identidades globalizadas – o mejor, glocalizadas – del presente, donde se vuelve imposible el arraigo y toda pureza es borrada, pero también donde los cuerpos llevan consigo las marcas culturales que impiden que podamos escapar de una tierra que nos alcanza tarde o temprano, por muy lejos que vayamos. Todos los personajes de estos cuentos presentan vidas atravesadas de parte a parte por la migración física o por diferentes procesos de desterritorialización cultural. En el caso de “Cuando llueve parece humano”, Rivero toma como protagonista de su relato a la cultura japonesa, minoría que forma parte desde hace un siglo de la idiosincrasia boliviana. La cultura del lacónico haiku y del sutil origami encierra también sórdidos secretos si se está dispuesto a escarbar bajo tierra. Por eso, en este cuento la tierra también se revuelve, se desordena, como ocurría en la imagen de la portada del libro, como ocurría en el cuento anterior, como desordenadas están las raíces culturales de Keiko, la protagonista, quien bucea en sus recuerdos en el jardín de su casa en Santa Cruz, un jardín que la anciana se obstina en cuidar y abonar. La tierra aquí será el puente a la verdad de los cuerpos, como nos enseñó Rulfo. Así, si la señora Keiko deja pisotear a su hija “la grama nutrida con abono, los huesos de sus plantas” (75), cuando ya sepamos que lo terrible ha sucedido, leeremos cómo deseará cerrar los ojos y “aspirar el aroma” del “pelo mineral de la muchacha” (79), ser una con la tierra para, de algún modo, dejar atrás el dolor. El cuento propone una aterradora forma material – por contigüidad táctil –, más allá de lo simbólico, de recuperar la memoria. Su macabro final, que rompe el verosímil realista, puede pensarse acaso también como un modo de reconciliarse con los pecados que determinan la trayectoria errática de los personajes y, por ende, de los seres humanos.

Varios de los cuentos, en la tradición de un gótico que cabe leer iluminado desde el poshumanismo y la ecocrítica, involucran a animales, incluso en los mismos títulos. En estos cuentos los animales no se humanizan, no son representaciones de fuerzas sobrenaturales, no se desnaturalizan ni tampoco forman parte del decorado: son presencias inquietantes que tienen un enorme peso simbólico y colaboran en la transformación psicológica de los personajes. “Hermano ciervo”, “Piel de Asno” o “Pez, tortuga, buitre” son ejemplos de ello. Este último tiene como protagonista a Amador, un marinero salvadoreño que se enrola en un barco pesquero para huir de la Mara Salvatrucha: de nuevo, una subjetividad en tránsito ahora en un relato anfibio, entre la tierra y el agua. La narración principia en un diálogo entre Amador y la madre de Elías Coronado, su joven compañero mexicano de naufragio, muerto trágicamente en alta mar. Amador aparece sentado en la cocina de la madre de su “hermano de naufragio” para presentarle sus respetos. Las tibias tortillas que ella le ofrece contrastan con el hambre, la sed y las penurias que vivieron en su propia carne y que Amador cuenta en su relato, una y mil veces reproducido por los medios de masa, versión que Rivero también nos entrega. Pero el cuento nos habla del contraste entre los hechos y ese juego de versiones que funda y enmascara la realidad. A cada bocado de esas tortillas, redondas como una hostia – en la tradición cristiana, el cuerpo sacrificado de Cristo–, Rivero obliga a su personaje a atravesar las máscaras en pos de la verdad de la que fue testigo y que pasa por la rotura de los compartimentos estancos que articulan las ficciones que construimos, ficciones que nos secuestran bajo la aparente promesa de salvarnos de la sinrazón o el caos. Por eso, Amador parece aflojar la resistencia a recordar al final del cuento, para reconocerse al fin en las metonimias de un espacio y un tiempo acuáticos que parece no poder abandonar. Amador comulga, así, por medio de esas tortillas, con la verdad del cuerpo de su amigo muerto, que se impone a todas las ficciones: “soy pez, soy tortuga, soy agua, soy red, soy buitre” (50). El desiderátum final expresado por este personaje, ser uno con el mundo animal o natural, en el fondo, resulta vía de salvación y, a la vez, castigo, en Nadine Ayotchow, la protagonista del cuento “Piel de Asno”. Este relato involucra la cultura indígena norteamericana, la tradición cultural del gótico europeo, el weird americano y diferentes referencias bolivianas y latinoamericanas, referencias que se cruzan en los complejos orígenes de los migrantes adolescentes protagonistas. Nadine, narradora en primera persona, cantante de góspel en un templo religioso, relata a toro pasado cómo en compañía de su hermano David escapa por la gélida geografía canadiense de una infancia terrible y un futuro incierto hasta llegar a esa comunidad religiosa. El cuento propone una reflexión sobre la errancia, sobre el maltrato, sobre los hilos precarios que mantienen unida a la familia o nos convierten en comunidad, sobre el modo en que la violencia, los cruces culturales y los encuentros azarosos constituyen a los individuos a lo largo de sucesivas migraciones. “Piel de Asno” insinúa también el influjo de lo mágico-mitológico, pues el contexto de la confesión que da formato al texto resulta una investigación conducente a gestionar un fenómeno sobrenatural: la hibridación entre ser humano y animal. La violencia biopolítica es, sobre todo, el tema central de “Hermano ciervo”, un aterrador relato slipstream donde, quizás, lo de menos sea el componente científico. El relato muestra la precariedad de la vida de una pareja de jóvenes migrantes bolivianos vinculados con la academia estadounidense, perdidos en el duro invierno de Ithaca, en el Estado de Nueva York, localidad donde se erige la prestigiosa Universidad de Cornell. Ambos discuten sobre la posibilidad del retorno al país de origen o la de permanecer allí, sin que ninguna de las dos opciones se abra en el horizonte como una solución para sus vidas, al tiempo que él participa como conejillo de Indias en un peligroso estudio farmacológico. En este magistral relato de desamor, de un poderoso lirismo, un ciervo muerto a balazos mancha con su sangre la nieve y la tierra frente a la ventana de la casa junto al lago Cayuga que habita la pareja. Dejado descomponer durante días a la intemperie, el animal resulta una presencia que da pie a toda una serie de reflexiones que harán progresar la trama hasta su final abierto y cruel, donde la muerte se asume y naturaliza como algo tolerable en la experimentación médica, máxime si quienes participan en ella son sujetos migrantes. Por último, también “Socorro” – el que quizás sea, junto con el anterior, el mejor relato del libro – se halla protagonizado por una académica afincada en los Estados Unidos, esta vez sí aparentemente exitosa, que retorna a la provincia de Santa Cruz en compañía de sus hijos y su marido para reunirse con la familia boliviana. El relato explora el territorio de la locura; la idea de la familia como enfermedad colectiva; los motivos del incesto, de la culpa y su silencio; la ineficaz represión química del dolor emocional cada vez más común en nuestras sociedades, y la imposibilidad de tomar distancia respecto del pasado y la tierra de origen. De nuevo, el cuerpo femenino y sus fluidos – en este caso, la leche generada como efecto secundario del consumo de fármacos y la violencia biopolítica sobre la mujer– será la imagen simbólica que permitirá bucear en un oscuro secreto familiar. En el cuento, en el que Rivero construye un universo de extraordinaria densidad poética, brilla especialmente el inquietante y magnético personaje de Socorro, nombre propio que remite al angustioso grito que reclama un lugar en medio de la noche, a pesar del éxito aparente que parece haber alcanzado la protagonista, en una lejanía imposible de la tierra donde nació y de los muertos que aún aguardan allí. Socorro es, a fin de cuentas, el espejo negro que devuelve la imagen de nuestros propios miedos.

Asesinas inesperadas, cadáveres que aguardan para abrazarnos bajo la tierra, magia negra, enterramientos en vida, violaciones en serie, tumbas, naufragios, pájaros de mal agüero, híbridos entre ser humano y animal, locas lúcidas, experimentos médicos más allá de los límites éticos, caníbales y suicidas pueblan estos seis oscuros relatos llenos de lirismo. Seis cuentos que dibujan un universo entre lo local y lo global, más rural que urbano, en el que Rivero, escritora de origen boliviano y residente en los Estados Unidos, inscribe un fructífero diálogo con las tradiciones globales, continentales y nacionales. En todos ellos, Bolivia y América Latina, lejos de desaparecer, forman parte esencial del modo en que los personajes experimentan su desarraigo. Libros como este, de Rivero, dan muestra de cómo la narrativa latinoamericana está escribiendo un capítulo de enorme interés en los últimos años de la mano de sus autoras. Giovanna Rivero es ya una de las voces más importantes de la literatura de su país y con Tierra fresca de su tumba se consagra como una de las cuentistas más a tener en cuenta de la actual literatura en español.


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