Cuando Buzzati escribió “El Desierto de los Tártaros”, allá por 1940, Europa empezaba a plegarse a las duras leyes de la violencia. Él está lejos, muy lejos, se encuentra en el desierto de Abisinia como enviado especial de El Corriere de la Sera. Esa lejanía domará la desazón que transmite la novela que vamos a leer, pero no la aquieta. La experiencia del árido e implacable desierto africano acabó sin duda de cuajar la soledad experimentada en los Alpes Dolomitas a cuyo pie se hallaba su casa. Montaña, desierto, metáforas de un horizonte indescifrable, sin meta, sin camino, porque todo es camino a ninguna parte en el desierto. Algo habrá de esas largas caminatas camino de casa, entrada la noche, dejando atrás la redacción plagada de urgencias que se quedarían en mero papel a la mañana siguiente. Buzzati es, como Walter Benjamín, como Italo Calvino, un flâneur que vaga sin rumbo por la ciudad, que huye de los mapas, de circular en sentido alguno, que espera dejarse sorprender por lo que pueda surgir en cualquier recodo... Pero nunca llega nada.
Pero ¿quién era Dino Buzzati? Sabemos que había nacido en 1906, allí donde el siglo doblaba la espalda, en la propiedad familiar de San Pellegrino, cerca de Belluno, al pie de los Dolomitas. Era hijo de un profesor de Derecho Internacional, y su madre fue la última descendiente de una familia aristocrática veneciana; ambos iniciaron al joven Dino en todo aquello de debiera vivir un joven de clase acomodada: en su formación se entremezcla la pintura (fue un extraordinario dibujante), la música (compuso libretos de ópera para Berio, Chailly, Malipiero... Era un notable intérprete de violín y piano...) la literatura, el teatro y, desde 1920 en que subió por primera vez a los Dolomitas, la montaña.
De hecho, la soledad y la aridez de las cumbre alpinas engranan en buena medida las atmósferas de sus novelas. Bàrnabo delle montagne, aparece en 1933, y dos años más tarde Il segreto del Bosco Vecchio: la áspera montaña y la estruendosa soledad son la vena cava de su imaginario sentimental en aquellos momentos, antes de conocer el desierto.
Buzzati fue hombre de más de una vocación: en realidad, la dominante era la pintura: “He sido víctima de un cruel equívoco. Soy un pintor que, por afición, por períodos más o menos prolongados, he hecho de escritor y de periodista.” Pero la vocación que calzó las botas y le llevó al Norte, (más allá del horizonte cercado de I Dolomiti, más allá del desierto, más allá...) fue la milicia: en 1928, con el título de subteniente bajo el brazo y un montón de preguntas en la cabeza, Buzzati concluye sus estudios de derecho y comienza una larga carrera como corresponsal político en el Corriere della Sera y Il Popolo de Lombardia, donde destacará no sólo como crítico teatral, y articulista sino, sobre todo, como ilustrador.
La novela que vamos a leer se gestó en los largos paseos de vuelta a casa desde la redacción del periódico bien entrada la noche, en la soledad de la milicia, en el sinsentido de la guerra, y acabó de pergeñarse en el profundo desierto africano de Abisinia, donde estuvo destinado como corresponsal de guerra en 1939. Podemos imaginar a Buzzati con el manuscrito en el macuto, bajo el tórrido sol, como Joseph Conrad abrazaba en los rápidos los ríos africanos el manuscrito de La locura de Almayer como el único tesoro que daba sentido a aquel periplo inútil. Se trata de un western mágico que recuerda a Kafka –algo que desazonaba por incierto al propio Buzzati, quien tuvo que cargar con aquella losa de “kafkiano” de la que hablaremos-, a Beckett, a Conrad, a Bernhard... No era muy diestro Buzzati en crear personajes, siempre estaban atravesados de abundante material autobiográfico como veremos, pero Giovanni Drogo, el protagonista de esta historia, crece y crece a lo largo de ella, aunque nunca tenga muy claro hacia dónde... “hay una víspera, la de una enorme batalla, temida y esperada. El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres” diría Borges de esta novela, una de sus favoritas. A pesar de las dificultades que su adaptación al cine entrañaba, fue llevada a cabo con éxito en una estimable producción internacional de Valerio Zurlini en 1976.
Dino Buzzati murió en 1972. Se le reconoce como uno de los mejores narradores del siglo XX y precisamente por ello apenas se le lee (es una de las paradojas de la literatura, una de tantas...) Entender a Buzatti no es difícil; leerle, menos aún. Buzzati es cada una de las páginas de sus libros, está en ellas como el árbol en las hojas. Pero no se le puede entender si no se mira en su conjunto creativo: su pintura, sus comics, los libretos para óperas, las obras de teatro... Estamos ante un creador integral que se resiste a que se le encasille en escuela, clave u operatoria artística alguna: se escapa a cualquier clasificación porque es, sencillamente, buzzatiano.
Me está cautivando el taller y eso que acaba de empezar. Por cierto ¿Por qué tanto calzado?
ResponderEliminarA mi también me parece un reto. Yo, caigo en la cuenta de que leo los libros "consumiéndolos".
ResponderEliminarAsí que si "aprendo a saborearlos", va a ser estupendo.
Gracias a Jorge por su querer compartir su saber y ampliarnos horizontes.
Me sumo a la pregunta de Lourdes. ¿Es para que nos pongamos en las zapatillas del escritor?
Jeje, es una invitación a "descalzarnos" para leer, a quitarnos señas y prejuicios para meternos en los zapatos de otr@s, equivocarnos de zapato, etc...
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