viernes, 13 de febrero de 2009
SCIASCIA, BUZZATI, DOS FORMAS DE ENTENDER EL PODER...
Estamos asistiendo al fenómeno editorial Roberto Saviano: tiene la particularidad de que hacía mucho tiempo que un escritor no se condenaba a la clandestinidad más absoluta por sus palabras. Ni siquiera los versos satánicos de Rushdie provocaron una condena tan implacable como la de Saviano por explicar los entresijos de la mafia. Porque mientras otros mantuvieron al enemigo denunciado más allá de las fronteras políticas o religiosas, a Saviano le acosa un enemigo transfronterizo, imperceptible, invisible e implacable.
Decía recientemente Eugenio Sánchez Bravo, citando al propio Sciascia, que a la mafia le sucede como al propio ser de Gorgias: 1º. No existe. 2º. Si existiese no podría ser pensado. 3º. Si pudiese ser pensado no podría ser expresado.
Por eso, Saviano nunca sabrá de dónde le llegará la bala. La mafia, que no existe en realidad, tiene tantos brazos como deseos tenga el poder. Y el poder, como todos sabemos, tiene su matriz en un deseo ilimitado, en un perpetuo deseo de deseo. No tiene ser porque se devoraría a sí mismo en caso de tenerlo. Es la única bestia que se alimenta precisamente de su propia hambre, y que sólo encuentra sentido en la constante búsqueda de otras hambres de las que alimentarse.
Precisamente por ello la mafia crece allá donde el poder encuentra túneles secretos desde donde alimentar a sus criaturas, y mafioso es todo aquel que bebe el agua corrupta de esos túneles. La hermandad de la corrupción crece tanto como el secreto de pertenecer a ella. Mafioso es todo aquel que responde a la llamada de esa hermandad, para hablar o para callar, por acto u omisión; mafioso puede ser el santo y el diablo, el rico y el pobre, el blanco y el negro… La mafia no conoce más religión que la comunión de ambiciones que crecerá tanto como crezcan sus túneles y se protegerá tanto como alcancen sus brazos. Por eso el mafioso puede adoptar cualquier doctrina (religiosa, política, social…) y está allá donde nadie se imagina que ha llegado, porque ese –caso de tener un ser- sería su ser: llegar.
Sciascia citó alguna vez una anécdota chocante en la que un político italiano daba un mitín rodeado de mafiosos, y afirma ante la multitud "hasta ahora no he sido capaz de saber qué es la mafia, ni si existe; y puedo juraros, con perfecta conciencia de católico y ciudadano, que no he conocido a un mafioso en mi vida" a lo que un asistente replicó entre la carcajada general : "¿Y esos que están con usted, qué son, seminaristas?"
Pues bien: aquí tenemos la cara y la cruz del poder: Buzzati, apartando al hombre a la frontera, dejándolo secar en su soledad, podando todas las ramas que pudieran atrapar un aire falso, secando las raíces que pudieran alimentarle de un pasado ilusorio (familia, mujeres, ambiciones, etc…) Sciascia mostrando un grupo de hombres que han “llegado”, que muestra un desprecio absoluto por todo lo que ha sido alcanzado desde la sociedad, a la que consideran enemiga profunda y antítesis de la “hermandad” (Fraternità). Así habla un viejo capo mafioso "El pueblo, la democracia... son bellos inventos: cosas inventadas en sobremesa por gente que sabe poner una palabra en el culo de otra y todas las palabras en el culo de la humanidad..."
Sciascia es siciliano, Buzzati del Véneto; uno habla de los resortes del poder, otro de cómo salir de ellos… Este juego entre uno y otro, como las blancas y las negras de un tablero de ajedrez, nos puede dar un curioso juego de lectura complementaria.
Decía San Ignacio en los ejercicios espirituales: “El todo modo… para hallar la voluntad divina”; como todas las citas, quizá haya tenido demasiadas interpretaciones cualificadas…
He empezado a leer el libro de Buzzati y estoy totalmente atrapada. Me parece impresionate. Lo encontré en la editorial Gadir, me lo encargaron en la librería "Los portadores de sueños". Creo que merece la pena.
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