miércoles, 20 de mayo de 2009
¿Por qué son así los personajes de Mientras agonizo?
¿Por qué son así los personajes de Mientras Agonizo? Vamos a tratar de explicar este aspecto para enmarcar de esa manera y guiar en la medida de lo posible su lectura. Faulkner es extraordinario, pero necesita atención y muuuuuucha paciencia. Pensad que Faulkner escribe desde su propia experiencia vital, sobre la que vamos a ofrecer algunos datos que os permitirán entender Mientras agonizo.
Por cierto, ésta es la mesa en la que trabajaba Bill Faulkner en su casa de Rowan Oak de la que hablamos acontinuación y que explica algunas cosas interesantes de esta obra.
Explicamos el por qué:
Tiene que ver esta cuestión con el ritmo de la prosa de Mientras agonizo, una novela que es atemporal, está fuera de los márgenes del tiempo; los personajes de Faulkner de esta novela están abocados al fracaso desde que empiezan a brotar en la narración. Comparten su viaje como si fueran héroes de Homero, pero saben que no tienen salida, y que la vida se les escapa de las manos como quien trata de atrapar el agua de un charco. La vida para ellos no es un torrente porque no viene de ninguna parte ni va a ningún lado, es una vida estancada por la que pasan sin pena ni gloria. La vida para ellos es un absurdo y hablar de ella es hablar de algo absurdo, porque apenas hay nada que decir. Dice Faulkner al respecto: “En aquel entonces aprendí que las palabras carecen de sentido, que las palabras nunca encajan, sin importar lo que pretenden expresar [...] Yo sabía que no era porque eran unos mocosos sino porque teníamos que comunicarnos con palabras que colgaban de las bocas como las arañas de una viga, bamboleándose, retorciéndose y girando sin encontrarse”.
Mientras agonizo es a la cultura norteamericana lo que el Ulises de Joyce es a la británica: una Odisea en los estrechos márgenes del camino entre Alabama y Tennessee, un camino lóbrego en un inmenso sinsentido acompañando un féretro con el que están “recorriendo mundo”.
Pero ¿Cómo es el mundo de Faulkner? Dice André Malraux: "El mundo de Faulkner es un mundo en que el hombre no existe sino aplastado. No hay "hombre" de Faulkner, ni valores, ni siquiera psicología, a pesar de los monólogos interiores de sus primeros libros. Pero hay un destino alzado, único, detrás de todos estos seres diferentes y similares, como la muerte detrás de 'una sala' de incurables... Una fuerza sorda, a veces épica, se desata en él desde que logra confrontar a uno de sus personajes y lo irreparable. Y quizás lo irreparable es su único tema verdadero, tal vez no se trata jamás para él sino de llegar a aplastar al hombre. No me extrañaría en absoluto que él pensara a menudo sus escenas antes de imaginar a sus personajes, que la obra fuera para él, no una historia cuyo desenvolvimiento determina situaciones trágicas, sino más bien, a la inversa, que ella naciera del drama, de la oposición o del aplastamiento de personajes desconocidos y que la imaginación no sirviera sino para llevar lógicamente a los personajes a una situación concebida de antemano... No se trata de esa lucha contra sus propios valores, de esa pasión de fatalidad por la que casi todos los grandes artistas desde Baudelaire a Nietzsche, semiciego que canta a la luz, expresan el elemento esencial de ellos mismos; se trata de un estado psicológico sobre el que reposa casi todo el arte trágico, y que no ha sido estudiado jamás, porque no recurre a la estética: la fascinación".
Aunque no lo reconociera, en los personajes de Faulkner hay una extraña fascinación por sus antepasados. Durante un tiempo anduvo cribando en su árbol genealógico que le llevó a remontarse a la historia de la familia hasta doscientos años atrás, en Inverness, Escocia. Se descubrió descendiente de los Falconers, entre los que no menudearon episodios violentos, homicidios, crímenes no resueltos, suicidios y duelos. Dice de sí mismo y sus ancestros: “Interesarse por la genealogía en el siglo XIX es perder el tiempo. Particularmente en América, donde sólo tiene importancia lo que uno puede coger y llevar encima, y donde todos tenemos antepasados comuns y la única casa de la que podemos decir que con seguridad procedemos es la prisión londinense de Old Bailey. Y sin embargo el hombre que asegura no interesarse por sus antepasados es sólo un poco menos vanidoso que aquel que se refiere a ellos con el menor pretexto”
No sabemos si Faulkner heredó de sus antepasados la pasión por el crimen, pero si por relatar los instintos más telúricos en sus relatos. Nadie en su mundo sabía de su profesión, los habitantes de Oxford, la ciudad donde residió durante largo tiempo, apenas sabían de aquel ciudadano huraño y esquivo que se ganaba la vida dios sabía cómo. Tampoco despertaba demasiada curiosidad. En Oxford es difícil encontrar huellas de Faulkner. Sólo un cartel en un callejón, con el título “Faulkner Alley” le recuerda: allí dejaba atado su caballo. Una ciudad perfecta para que le dejaran en paz: sus libros no se vendían allí, acaso en el drugstore había algún ejemplar de sus novelas, casi por equivocación... En Oxford “Todo lo que carezca de ilustraciones y cueste más de cincuenta céntimos no tiene nada que hacer. Él es un buen hombre y quizá consiga, por amistad, vender en el curso de tres o cuatro años algunos ejemplares de mis libros, sobre todo porque aquí entre la gente corre el rumor de que soy escritor.”
Son los personajes de Faulkner trasunto de sus propias huídas, que no fueron pocas. Faulkner se cansó de ser un hombre casado a las pocas semanas de su matrimonio con Estelle, pasó por todos los oficios que un hombre pueda imaginar, trabajó en guiones que no consideraba dignos de su pluma... No acababa de entender cómo Hemingway había caído tres veces en el error del matrimonio si con una a él le había bastado. Los únicos momentos de su vida en los que parece volver a creer en algo terreno fueron sus desfogues últimos con Meta Carpenter, una relación extramatrimonial que se mantuvo incluso cuando ella se casó con un ricachón judío y volvieron por piernas del palacete que habitaban en Frankfurt, aterrorizados por la represión nacionalsocialista: Meta volvió a caer en los brazos de Faulkner, al parecer, un tipo con una sensualidad desbordante para las mujeres. Sus personajes son así, ásperos, sensuales, derrotados pero invencibles, huidizos, encallecidos por la vida, vacíos de esperanza, insolentes, desagradecidos, ebrios...
La amenaza ronda a los personajes de Faulkner como rondaba su propia vida: empeñó todos su bienes habidos y por venir en una casa en la que compartir su felicidad con la hermosa Estelle Oldham -la hija de los vecinos con la que jugaba a menudo, unos cuantos años menor que él- y esa casa rezumaba incertidumbre.
Aún hoy esa casa tiene un aire inquietante, extraño, silencioso, amenazante; lo malo es que incluso las casas en el sur son reflejo de un tiempo que se empeña en no correr, en detenerse, en morder a quien quiere escapar de allí “Es lo malo de este país: todas las cosas, incluso el tiempo, todo dura demasiado. Como nuestros ríos, así es nuestra tierra: tenebrosa, lenta, impetuosa; ella forja la vida de los hombres a su propia imagen lenta, espesa y hostil”. Faulkner bautizó aquella casa con el nombre de The Rowan Oak (podéis localizar cientos de fotografías en internet de esta casa), después de haber leído el libro de Frazer, La rama dorada; en el libro hay brujas que la segunda noche de mayo hechizan al ganado y roban la leche, por lo que había que conjurarse contra ellas con ramas y astillas del Rowan Tree (una especie de serbal) sobre la puerta de la cuadra de las vacas.
Y por último, el gran compañero de Estelle y Bill, como lo fue de Scott Fitzgerald y Zelda, y de tantos otros escritores que se perdieron en el crack-up (un apasionante ensayo de Francis Scott Fitzgerald sobre la destrucción del mundo de entreguerras): el alcohol. Entre Estelle y Bill son frecuentes las escenas de rencor y desorden etílico “póngase un escarabajo en alcohol, y se obtendrá un escarabeo; póngase a un hombre de Missisippi en alcohol y se obtendrá un caballero”. Acabó frecuentando burdeles (la leyenda dice que murió borracho en uno de ellos, la versión oficial asegura que murió de una caída de caballo que acabó por complicarse) El caso es que el descontrol se hizo dueño de su vida: llegó una noche a dormirse apoyado sobre un radiador, y las quemaduras le dejaron unas secuelas que no acabaron de curarse nunca. Sus héroes tienen ahí otras batallas que librar:
Incluso el procedimiento que seguía Faulkner para escribir clava de tal manera a los personajes en la tierra que deja escaso margen a la decisión, a sus palabras. Lo atina con intuición de gran escritor Malraux: parece que Faulkner pensaba primero las escenas y luego las poblaba. Los personajes van a la deriva de la escena que deben habitar, nada les pertenece pero ellos si parecen agarrados a la tierra que sustenta la escena. Son un árbol, una planta más de Yoknapatawpha. En todo caso, son aves de paso, quizá incluso molesten en un mundo que probablemente existiría mucho mejor sin ellos. Aquí hay otro trasunto del propio Faulkner, y es que él, asocial hasta la médula, detestaba las visitas. En cierta ocasión, una revista le ofreció 5000 dólares por una entrevista y él les ofreció la misma cantidad si desistían de hacérsela. “Constituye toda mi ambición desaparecer de la historia contemporánea como un hombre con intimidad y no ser nadie, salir de ella sin dejar huellas, sin otros restos que mi obra impresa... Es mi propósito, y para ello no escamotearé esfuerzos, que la suma y la historia de mi vida se reduzcan, en mi necrología y mi epitafio, a lo siguiente: hizo libros y se murió”. Arisco hasta la médula, tras ganar el Premio Nobel, rechazó una invitación del presidente John Fitzgerald Kennedy y esposa: a su invitación repuso: “Díganle ustedes que, a mi edad, uno es demasiado viejo para viajar tan lejos solamente para cenar con unos extraños”. Por eso adoraba vivir en Oxford, porque nadie le molestaba ni le visitaba: “Me he enterrado adrede en esta pequeña, casi primitiva ciudad ajena al mundo, para aislarme, para que los periodistas no me adviertan y no se acuerden de mí”. Y tampoco visitaba a nadie, de hecho, su adorado Thomas Mann, con quien se carteó con cierta frecuencia, vivía no lejos de él, en Hollywood, y nunca fue a verle.
En cuanto al estilo de la novela, sigue un hilo coral en que cada personaje traba la historia desde su perspectiva como si se tratara de un ditirambo clásico, un pesonaje que habla y un coro que le contesta. Es un lenguaje rico en imágenes sensoriales que genera atmósferas de cierta podredumbre vital, algún autor lo ha definido como “miasmático”, pero con una precisión verbal que nos transporta a donde quiere, cuando quiere y como quiere, como un verdadero maestro. Es capaz de hacernos sentir la pesada respiración de la noche en el Sur sentados a la luz del candil en el porche de la casa: “La noche era calurosa, la oscuridad plena del canto de cigarras volantonas... Había luna en aquella noche. En el túnel negro-plata de los cedros volaban las luciérnagas como cándidos alfilerazos. Los cedros eran negros y afilados y contra el cielo parecían una silueta de papel; el césped inclinado tenía un brillo mate cual pátina de plata. En algún lugar chillaba un chotacabras, infatigable, cuyo sonido vibraba lastimoso sobre los insectos... Él podía sentir el olor de la madreselva que subía por la pendiente de plata, y oía al chotacabras, claro, tierno, quejumbroso, infatigable”. Hay algo de arena movediza en su lenguaje, que nos atrapa, nos enreda y nos arroja al fondo del texto sin permitirnos respirar; hay una consistencia espesa en su texto que nos mantiene en vilo y nos desasosiega. Cada personaje tiene su destino heroico en Mientras agonizo: Anse debe llevar a enterrar a su esposa y el fúnebre cortejo recorrerá “medio mundo” (Alabama y Tenessee, cuarenta millas); la carreta chirría, Cash se ha roto una pierna, las mulas se pierden en el río... Y Anse sólo piensa en la dentadura postiza que debe conseguir en cuanto llegue a la ciudad.
El ritmo de la prosa de Faulkner es atemporal, apenas sucede nada, apenas pasa nada, todo parece predeterminado y la lucha contra el tiempo está perdida de antemano, es imposible, es inútil: “Generación tras generación los hombres despiertan y gritan de júbilo, luchan, lloran y, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, ya no existen. Qué importa, si yo ante Dios tampoco soy más que una mota de polvo”.
Leer a Faulkner es leer la crisis de una generación perdida. Se les acabaron las palabras, y algunos herederos llegaron al silencio más absoluto. Beckett hizo del silencio una profesión teatral, John Cage reflexiona sobre el silencio en una pieza musical titulada 4’33” en la que el intérprete se sienta ante el piano ese tiempo sin tocar una tecla, Melville había escrito hacía tiempo su Bartleby, el español Vila-Matas relata en “Suicidios ejemplares” casos de escritores que callaron para siempre... Faulkner empieza matando las palabras en la boca misma de los personajes. La vida comenzaba a ser un sinsentido, como acabarían comprobando poco tiempo después, en la Gran Guerra.
Me está cautivando la lectura de este libro. Me obliga a ponerme en la piel de cada personaje, pues cada uno de ellos se erige como un consumado narrador.
ResponderEliminarA pesar de lo que dice sobre las palabras (carecen de sentido... no encajan...)creo que sabe jugar con ellas maravillosamente, sobre todo cuando describe el entorno físico.
Disfruto cuando lo leo recreándome con cada personaje sin preocuparme por como se desarrolla la historia, siento que quizá esto sea lo que menos importe dando prioridad a como viven la situación cada uno de ellos y como la describen.
Siempre aprendiendo.
Desde la primera página me ha atrapado la lectura a pesar de lo duro que es el libro. me parece muy interesante ver cómo a pesar de que no hace ninguna descripción de los personajes, los vamos conociendo muy bien a través de sus pensamientos: deseos y preocupaciones. Nunca por sus sentimientos que no se muestran en ningún momento y sin embargo creo que se trasluce que querían a la madre y el enorme cambio acontece en la familia tras su muerte.
ResponderEliminarUn libro MUY INTERESANTE que nunca habría leído sin el taller.
¿ Es el día 3 el próximo encuentro? ¿No hay concurso? Faulkner da mucho juego para ello.
Marigel