martes, 9 de junio de 2009

AZCONA Y EL RASTRO DE LA VIDA...





De Rafael Azcona podríamos estar hablando siglos, porque es tal la cantidad de manzanas que nos tiró del árbol de la vida para que las recogiéramos, que nos llevaría una eternidad abarcarlo.

Y lo peor es que no exagero un ápice.

Muchas veces, tras leer a Azcona o ver uno de sus guiones, me brota de las tripas una frase de mi abuela. Y ya me disculparéis el coloquialismo, pero se me escapa un "la madre que lo parió" que resume mejor que nada lo que siento por él. Porque deja tras de sí un reguero de vida que no hay quien pueda con él.

Si tratáramos de explicar quién era, nos llevaría otra eternidad… Era, simplemente, Azcona, un tipo de Logroño. Una ciudad, dice Azcona, donde hay más plazas de toros que hospitales.

¿Por qué hablar de un hombre apenas conocido, que ha permanecido al margen durante toda su vida de reconocimientos, fotos, reportajes, premios, etc.? Un hombre que durante su paso por esta tierra aspiró a ser amigo de sus amigos y buena persona, así, en general, y que se fue como vino, sin hacer ruido… Como si fuera de Logroño, sin más…

Apenas diremos de su curriculum, desconocido para la inmensa mayoría de los españoles de a pie, que ha sido el mayor creador de historias que ha parido este país: a él debemos la paternidad de guiones excepcionales como El Pisito, El cochecito, El verdugo, Plácido, El anacoreta, Ay Carmela, En brazos de la mujer madura, Belle époque, La lengua de las mariposas, La niña de tus ojos, Los girasoles ciegos...

Pero es que buena parte del cine español actual no hubiera sido el mismo sin Azcona; reconocen su herencia cineastas como Alex de la Iglesia en La Comunidad, el colectivo
La cuadrilla y sus Justino, asesino de la tercera edad o Matías, juez de línea, el Javier Fesser de Cándida, el Almodóvar de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, la pareja Javier Cámara y Candela Peña de Torremolinos 73 (Pablo Berger), las series TV de Nacho García Velilla: Siete Vidas, Aída… El inefable Manolito Gafotas de Elvira Lindo…

Y porque Azcona es el aderezo de un ensalada cinematográfica que no se podría entender sin él, y cuyos ingredientes son Fernando Fernán Gómez, Ricardo Muñoz Suay, Manuel Vicent, Juan Echanove, Pedro Oleá, Luis García Berlanga, José Luis García Sánchez, José Luis Cuerda, Bigas Luna, José Luis Borau, José Luis Sampedro, Pedro Almodóvar…

Azcona era, en sus propias palabras, poquita cosa: un poeta joven y provinciano, emigrado de Logroño, administrativo en una empresa, autodidacta y lector infatigable, que acabó curtiéndose en el mundo del cine porque ahí podía desplegar su gran pasión: contar historias dejando que los personajes las desplegaran en diálogos tan vivos e historias tan crudas y tiernas a la vez, que parecerían mentira si no fuera porque eran ciertas. A nadie se le ocurriría pensar tras ver un guión de Azcona hecho cine, que lo acaba de ver no ha sido verdad. Y si la realidad no se le asemeja, peor para la realidad.

Pero no fue un tipo fácil: “Yo no soy un literatucho de esos que mienten más que escriben; de esos que dicen que todas las mujeres son preciosas, que todos los atardeceres son poéticos y que todas las estaciones de tren son tristísimas; de esos que antes de la palabra “madre” escriben siempre la palabra santa” y que después del vocablo “cerdo” escriben “con perdón”...”

Azcona nunca fue un tipo ambicioso: completamente autodidacta y apartado del canon literario de la época, escribió l o que le pareció y como le pareció, creando escuela… La escuela de lo “azconiforme”. Podemos encontrar las primeras firmas de Azcona en artículos de Pueblo, La Codorniz y Arte y Hogar (insospechados artículos sobre decoración, de la que confesaba no tener ni puñetera idea); pero a Azcona le hizo grande La Codorniz, en la que decidió trabajar porque era la única publicación que no le llevaba “por el imperio hacia Dios”.

Su grupo de amigos eran aquellos que huyeron del clima engreído y pretencioso que se empezó a palpar en el Gijón de los cincuenta. Se fueron al Café Varela Ignacio Aldecoa, Josefina Aldecoa, Gloria Fuertes, Caballero Bonald, Antonio Mingote... Otros, se fueron al Comercial: los Eusebio García Luengo, Fernando Guillermo de Castro, también los hermanos Aldecoa, Jesús y Angel Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute... Fueron grupos sin ambiciones políticas ni académicas ni apenas editoriales, que destacaron a fuerza de calidad que no de meritocracia, de la que huían como de la peste. Detestaban los cenáculos posfalangistas que jugaban a dinamitar al régimen sin comprometerse más que en tertulias de café. Un ejemplo: en cierta ocasión, Dámaso Alonso estaba hablando mal de Franco allá por los sesenta en una de estas tertulias, y como viese que Bergamín no abría la boca –Bergamín era el más rojo de los que por allí pasaban- le preguntó “Bergamín ¿Y usted no dice nada del general?” y éste le espetó “Nunca hablo mal del señor en casa de sus criados”…

Azcona debutó con algún libro de poemas y alguna novela de calidad, completamente alejadas del canon y de las modas de la época, “novelas azconiformes” cuya escritura no daba para el pan diario, antes bien lo ganaba con novelas de western que firmaba con seudónimo. Pero decidió en un momento determinado dedicarse al guión “para librar al mundo de un mediocre novelista”. No necesita inventar mucho: basta con leer los periódicos, escuchar la radio o poner la oreja en la persiana del patio de vecindad para oír la voz de lo que pasa en la calle.

Mal que bien, es poesía de andar por casa. Recordad ese maravilloso aserto del machadiano Juan de Mairena cuando pide a un alumno que salga a la pizarra y escriba en lenguaje poético la frase “los eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa”; el chaval, con un sentido poético (y común) escribe “Lo que pasa en la calle”.

Eso es lo que Azcona eleva a arte: lo que pasa en la calle.

Y lo que pasa en la calle ya es bastante tremendo de por sí, máxime en aquella España de posguerra. Much@s de vosotr@s reconoceréis este paisaje vital.

Azcona se marchó sin hacer ruido en Madrid, un 24 de marzo de 2008. Había llegado a esta vida en Logroño un 24 de octubre de 1926, pero esto, en definitiva, es lo de menos en Azcona. Es lo que tienen los marcos: cuando el cuadro es tan hermoso, no hay quien repare en ellos.

Que disfrutéis de esta trágica, maravillosa, encantadora, áspera, tierna, amarga, dulce historia…

1 comentario:

  1. "Había llegado a esta vida en Logroño un 24 de octubre de 1926, pero esto, en definitiva, es lo de menos en Azcona"
    ¡No!, ¡Este es un dato esencial! Azcona está curtido por el humor riojano, el que da una sombría capital de provincias en los grises años de la posguerra.

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