sábado, 22 de agosto de 2009
Malcolm Lowry, "Bajo el volcán": vida y personalidad
Malcolm Lowry es uno de esos autores tan potentes que su biografía es capaz de devorar su literatura si se lo propone. Afortunadamente, las excelentes biografías de Douglas Day “Malcolm Lowry: una biografía” (FCE, 1973) y de Gordon Bowker “Perseguido por los demonios” (FCE, 1993) han asentado ese ciclón vital que arrasó la vida de Lowry.
Podría haber sido un maldito, uno de esos autores que arrastran una estela de extraños lectores, ávidos de sorprendentes textos que atesoran como flores raras ajenas a su tiempo literario, novedosas pero desarraigadas, hijas de épocas aún vírgenes. Los escritores malditos tiene sus sacerdocios, sus iniciados, sus secretistas y, como no, también sus exégetas malditos. Parecen condenados al mismo mal que Oscar Wilde atribuía a los clásicos “todo el mundo los cita pero nadie los lee”. Pero no es el caso de Lowry: afortunadamente.
La vida de Lowry amenazó con caer del lado de la leyenda, en cierto modo una tentación a la que él estuvo dispuesto a ceder con frecuencia. Un tipo extraño, siempre dispuesto a la caída, rastreador, explorador y tanteador de nuevas texturas literarias, arriesgado, pulcro en su hace literario, e hijo de la crisis de los treinta. “Bajo el volcán” es un monumento literario, quizá la mejor novela anglosajona del siglo XX, pero también es su mausoleo: en ella veremos el precipicio al que se asomó Lowry, y nos invitará a mirar en él.
El repertorio técnico de Lowry es inmenso: haremos referencia a todas las técnicas y estrategias narrativas que es capaz de desplegar, y que anticipan la novela latinoamericana, rescatan las de Joyce, Virginia Wolf o Elliot, recogen la siembra temática del siglo XIX y anticipan la floración técnica del XX.
Pero para entender “Bajo el volcán” hay que mirar a Lowry como una estrella cuyo fulgor va creciendo en tanto que la de su otro “yo”, el cónsul, se va apagando conforme la novela avanza. Hay que conocer a Lowry para llegar a los rincones de esta fascinante y compleja novela.
Malcolm es menor de los cuatro hijos que Arthur, un comerciante de algodón, puritano hasta el extremo, metodista y abstemio militante, tuvo con Evelyn. El padre hizo de la vida de su hijo un afán infatigable por no parecerse a su progenitor; Evelyn no suplió la frialdad paterna, vivió distante de su hijo, emocionalmente ausente, pero resulltaba sobreprotectora y asfixiante cuando estaba con él. A los siete años fue a parar a un internado. A los ocho tenía claro que quería ser todo lo que odiaran sus padres. A los veintiuno, en un brindis ue le solicita su padre en una reunión familiar, Malcolm levanta la copa y afirma que su infancia la vivió “ciego, tullido y constipado”.
Toda su vida transcurre en una huída: traspasa el hogar familiar y se embarca como marinero adolescente aún en un carguero, el SS Pyrrus, que le llevará rumbo a Shangay y Yokohama. La literatura de Conrad Ayken y de Norhald Grieg le ayudan a escapar del tedio y le abren las puertas de la aventura decimonónica.
Buscó primero en Conrad Aiken, excelente escritor pero poco recomendable compañía, ese padre que nunca encontró; encontró en Erskine, su editor, ese padre que puso en orden su obra pero no logró poner cordura en su vida. Halló en Jan Gabrial la mujer fatal cuyo amor tormentoso le llevó por senderos inhóspitos. Asentó su vida con Margerie Bonner, y rescató en ella la mujer serena y mártir que a punto estuvo de reconvertir esa caótica demencia vital en madurez serena. Conrad Aiken, el “ángel sombrío” puso la genialidad al filo de la navaja; Erskine, el “ángel luminoso” puso la estabilidad y el proyecto.
Pero la naturaleza de Lowry pesaba demasiado. Tenía una tendencia irrefrenable a la oscuridad: el alcohol, el suicidio, el fracaso incluso el homicidio estuvieron jugando con él hasta el final. Adoraba todo aquello que fuera extraño y sorprendente: su pasión por el ukelele, la natación, el tenis de mesa, el golf, la lucha libre, el jazz y el charlestón contrastaban vivamente con otras pasiones como la violencia o el tequila. En cierta ocasión le fracturó el cráneo a Aiken jugando con la tapa de un inodoro. El descontrol y una inclinación a la esquizofrenia, agravada por los excesos alcohólicos, fue una dominante en su personalidad, al punto que puso en riesgo todo que tocaba. Una noche en que ingresó en un hospital en estado lamentable, viendo sus reacciones, el médico recomendó a Margerie Bonner “Déjelo, si no se mata él la matará a usted”.
Todo lo que deseó lo obtuvo pero fracasó y se deshizó en sus manos como las cenizas de un papel que tratamos de retomar de un cenicero. Así, tras perseguir infatigablemente a Jan Gabrial, una vez consiguió citarse con ella en Victoria Station tras sus respectivos viajes por Europa, él se retraso cuatro días: no encontró explicación alguna a su retraso. Su vida con Jan fue eso, como la de Ivonne en “Bajo el volcán”, un constante “¿Por qué no…?” Nunca había una respuesta al absurdo proceder, salvo la incapacidad más absoluta para gestionar sus propias emociones.
Malcolm sólo supo amar el mar, la música, el alcohol, los deportes, los barcos y la literatura, que había decidido incendiar con Jan Gabrial. La tensión entre ambos, en todos los sentidos era tal cuando se conocieron en Granada con Conrad Aiken por medio (el muy pervertido hizo actuar a su propia esposa como celestina entre Malcolm y ella con el secreto fin de beneficiársela juntos) éste escribió sin saberlo el título de la futura novela en su diario: “A la sombra del volcán y al sonido del repicar de los tacones de Nita (Jan Gabrial)…”
El primer borrador de la novela es ya una premonición: “Era el día de los muertos…”. Mientras Malcolm reescribe infatigable la novela en Canadá, tras su experiencia en Méjico, Jan le abandonará, volverá a vivir una “noche oscura” en Oaxaca, se incendiará su cabaña en Dollarton, perderá manuscritos, se rehabilitará y recaerá en el alcohol… Su vida no tuvo desperdicio.
En 1944 acaba el manuscrito por fin y lo publica en 1947 con notable éxito en EEUU, no tanto en Inglaterra.
Hasta el último de sus días, su vida no perdió el escalofrío. El 27 de junio de 1957 muere en extrañas circunstancias en su casa de White Cottage en Ripe (Inglaterra). Nadie supo nunca si se ahogó, se suicidó con barbitúricos o fue asesinado por Margerie. Ella tampoco supo explicar muy bien qué sucedió. Se llevó el secreto a la tumba.
El hombre que se casó con un “ça va, ça va” en lugar de un “sí quiero” en su boda, no podía terminar sus días de cualquier manera.
“Bajo el volcán” es el retrato más hermoso, duro y cruel de esa edad. Ivonne es Jan Gabrial, el cónsul esconde el fracaso de Lowry… La sobrecogedora atmósfera de esta novela no nos dejará indiferentes. El final de uno de sus cuentos, "In Le Havre" es el revelado más fiel del negativo sentimental de Lowry: "Tú sólo amas tu propia miseria" -podría ser su epitafio.
Una última sugerencia: déjese llevar por el libro; no intente dominarlo, es él quien manda.
Ignorante o intelectual, hay que leer Bajo el volcán, la obra enamora, desenamora, reenamora; al final según tu interpretación, tendras 3 orejas o ninguna, léanla.
ResponderEliminar