sábado, 19 de septiembre de 2009
TÉCNICAS NARRATIVAS EN "BAJO EL VOLCÁN"
“¿Le gusta ese jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”
Malcolm Lowry
“El fluir de la conciencia sería una variante del monólogo interior en la que aflora el inconsciente, yuxtaponiendo imágenes y pensamientos íntimos, sensaciones y recuerdos, tal como se presentan en la conciencia (Marchese, 1978). En este caso, la construcción lingüística es más desarticulada en el aspecto sintáctico y semántico. Las asociaciones faltas de lógica, los enunciados incompletos, las formulaciones incorrectas se justifican, entonces, por el hecho de que el monólogo inscripto en la corriente del fluir de la conciencia carece por completo de pretensiones intersubjetivas (Bobes, 1992). “
Bajo el volcán tiene un “ritmo fisiológico” o “vital” que mana de la vida interior y las relaciones vitales del personaje central, en una prosa que va descifrando las claves de un “desgarro” vital
En “oscuro como la tumba donde yace mi amigo”, Lowry explica de dónde nació la idea de “Bajo el volcán”: “Toda la historia surgió del incidente del viaje a Chapultepec. La empecé como una historia corta. Entonces se me ocurrió que nadie había escrito un libro sobre la embriaguez, cosa sobre la que yo era entonces una autoridad considerable, y así, mientras la versión más breve del libro estaba siendo devuelta por un editor tras otro, empecé a elaborar ese tema de la bebida, en mi vida y en mi libro también...”
El objetivo de Lowry es dejar que fluya la interioridad del personaje, sin cortapisas, sin que la lógica ni l sintaxis pesen más que el pensamiento aliviado de cualquier injerencia. Pero no es el pensamiento de un ser sano, sino el de un enfermo que está siendo devorado por su pasado, y por un presente que está repitiendo una historia trágica y que amenaza con devorarlo de nuevo. Geoffrey Firmin no persigue otra cosa que hallar lo que se esconde en su interior, la semilla de su fracaso y la flor de su rendición ante la vida. Toda la novela parece desplegarse desde un enorme hueco: el del alma de Firmin.
El primer capítulo nace de la boca de Laruelle, y brota de su pensamiento un año después del desastre. Laruelle está diciendo adiós a Cuernavaca y rememora los sucesos que desembocaron en la tragedia. El monólogo interior permite el retroceso vital. Desde el segundo capítulo, el regreso de Yvonne no hace sino hurgar en la conciencia de Geoffrey, pero la poderosa voz del cónsul no cede espacio a la intrusión de Yvonne, pese a que la relación podría predecir que ése y no otro iba a ser el eje de la historia. Firmin se hace dueño de la voz donde convergen todas las voces de la novela.
La historia de “Bajo el volcán”, concentrada en escasas horas del 2 de diciembre de 1938, se despliega en una progresión imparable a partir del cónsul. Desde ese punto narrativo, la figura de Firmin, el narrador va desplegando las vidas de Yvonne, Hugh, Laruelle y el propio Firmin. Las vidas de todos ellos son accesorios de la historia que Lowry quiere contar: la suya propia, envuelta en el fracaso del cónsul.
Contar esa historia en un tiempo narrativo de doce horas, muy superior al tiempo que el lector o lectora emplean en su lectura, hacen que la “duración” de la historia sea muy superior a la historia misma. La concentración temporal atrapa en su densidad al espacio exterior que rodea a los personajes, al punto que el espacio exterior, el “Bajo el volcán” de la noche mexicana, la atmósfera espesa y el aire turbio, la aspereza del desierto, la laxitud del tiempo y la soledad del entorno acaban siendo una metáfora del tiempo interior de Firmin y, por ende, del resto de sus satélites (al fin y al cabo, laruelle, Yvonne y Hugh no son más que eso).
Esta técnica de vincular tiempo interior denso y espacio exterior es precisamente el gran hallazgo técnico del Ulysses de Joyce.
Pero cuidado, no nos equivoquemos, si Joyce, como Pound, Woolf o Elliot buscaban con este procedimiento encontrar nuevos lenguajes que rompieran desde la subjetividad y hallaran nuevos rincones donde la lógica no interfiriera en la literatura (como lo había hecho en el naturalismo o el positivismo), Lowry no persigue sino contar su vida, su interioridad desde el caos mismo del que estaba hecha. Sólo esa ilógica inconexa, esa experiencia del desastre, pueden explicar la decisión final de Firmin, una decisión que sin embargo nace de su conciencia y tiene una perfecta coherencia con su subjetividad. Lowry tiene la lucidez de la ebriedad, esa enigmática chispa que desinhibe su alma y le lleva a La Barranca. La culpa por echar a perder un amor, la culpa por no ser capaz de dominar el caballo de su deseo de autodestrucción, la culpa por no saber amar, esa es la fuerza que impulsa a Firmin.
Por eso predica esa famosa frase
“¿Le gusta ese jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”
El próximo día hablaremos de “Bajo el volcán” como el descenso a los infiernos que es.
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