domingo, 6 de septiembre de 2009

El México en que vive Firmin (1938)



En la foto, la "casona viejita" en la que se ambienta la novela.

México es, durante la década de los treinta un país creciente y estable que ha dejado atrás las asonadas militares bajo la presidencia del general Lázaro Cárdenas. En los años en que está ambientada la novela de Lowry, el país iba dejando atrás el ruido de sables y se iba moviendo a los acordes de las nuevas palabras: trabajo, tierra y libertad. Había caído la época del porfirismo (los años de Porfirio Díaz y los suyos) y la revolución se consolida en la “democracia bárbara” del PRI.

Al acabar la guerra, no pocos intelectuales españoles toman tierra en México para acabar allí sus días. Son años extraños: ellos esperan pasar algún tiempo pero ansían la derrota del Eje convencidos de que, a su derrumbe, seguirá el de Franco. No fue así. Hay un espléndido cuento de Max Aub “La verdadera muerte de Francisco Franco” en el que un camarero, cansado de los españoles que invaden su bar sin consumir apenas, hombres que no paran de decir que “de este año no pasa”, decide tomar la justicia por su mano y acabar con Franco para que los españoles se marchen de una vez...

Este es el mundo que vive Hugh, hermanastro del Cónsul: un espacio de ideales republicanos de igualdad, fraternidad, libertad y justicia. En este entorno encuentra su universo encardinado en el mundo cambiante Hugh; mientras tanto, el cónsul sólo haya refugio en el alcohol y en sus miedos.

Pero el cónsul tiene otros problemas de los que apenas se ocupa. En los años en que transcurre la novela, sin duda, el trabajo de Geoffrey Firmin debería abordar la nacionalización del petróleo puesto que el 18 de marzo de 1938, Lázaro Cárdenas había decretado la nacionalización y expropiación de las empresas petrolíferas que operaban en México. Esta decisión afectó de manera determinante al consorcio de la Anglo-Persian Oil Company, que hoy conocemos bajo el nombre de British Petroleum. Las empresas petrolíferas angloamericanas se conocían como “el cártel de las siete hermanas”, e iniciaron un bloqueo al petróleo mexicano que favoreció sin duda un oscuro acercamiento del régimen nazi con el fin de apropiarse del crudo centroamericano. Este reisgo fue tan elevado que el gobierno Roosevelt se vio obligado a intervenir sobre el gobierno cardenista para romper estos lazos que empezaban a constreñir y a dificultar las redes entre las democracias. Parece que el propio Himmler estaba conspirando en EEUU tras la turbia figura del magnate tejano William Rhodes Davis, de la dirección general de la petrolera Shell. Incluso parece que existen pruebas de que el tejano mantuvo esrechas relaciones con el viceconsul nazi en Cuernavaca Gerard Meier. Firmin debería haberse visto envuelto en estas redes conspiratorias, pero no parece interesarse por nada más que su amor perdido, su Edén desencantado y su copa vacía, signo de la decepción en que vive.

Sin embargo, este desencanto no podrá evitar un último encuentro con grupos de ultraderecha, opositores a Cárdenas, tan frecuentes en el país; no en vano, cristeros, ultras y fascistas declarados, eran frecuentes en el México de aquellos convulsos años.

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