domingo, 1 de noviembre de 2009
"¿No oyes cómo rechina la tierra?" ALGUNAS CLAVES ESENCIALES PARA LEER "PEDRO PÁRAMO"
“¿No oyes como rechina la tierra?”
Leer a Rulfo no es tarea sencilla si se lee con los ojos de quien busca entretenimiento sin más. Entretenerse es “salir de uno mismo”, divertirse es literalmente “dividir” lo que uno es entre lo que “uno quisiera ser” -el cociente es la ilusión. Rulfo no exige nada especial, ni siquiera lectores. Escribía para ordenar las voces que pelaban por hacerse sitio en su memoria. Por eso no piensa especialmente en el lector o lectora, pero el gran problema es que ese lector o lectora no para de pensar en Rulfo desde que Pedro Páramo cae en sus manos.
“Pedro Páramo” es la voz prestada a sus muertos. Y hoy es uno de noviembre. Cómo hemos cambiado. La muerte, algo tan connatural, a fuerza de huir de ella, se convierte en mercancía de Halloween. En México, está tan agarrada al mundo de los vivos que no se puede distanciar de sus propias voces. Por la vida corre la muerte con vestidos feroces y colores atrevidos. Y grita.
Ruflo no hizo otra cosa que escucharla.
Empezaremos con este fragmento de una carta que Rulfo le escribe a su madre, fallecida cuando tenía diez años, mientras trabajaba como capataz en la fábrica de neumáticos Goodrich Euzkadi. :
“Mayecita:
Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas, por el día o por la noche, constantemente, como si no existiera el sol ni nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre es así e incansablemente, como si sólo hasta el día de su muerte pensaran descansar. Te estoy platicand lo que pasa con los obreros de esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz, que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado. Y sólo el pensamiento de que tú existes me quita esa tristeza y esa fea amargura. Ahora estoy creyendo que mi corazón es un pequeño globo inflado de orgullo y que es fácil que se desinfle, viendo aquí cosas que no calculaba que existieran. Quizá no te lo pueda explicar, pero más o menos se trata de que aquí en este mundo extraño, el hombre, es una máquina y la máquina está considerada como hombre.”
Hay varias cosas que tiraron con especial fuerza de ese hombre llamado Juan Rulfo, y que debemos saber antes de encarar la obra de Pedro Páramo.
La primera de ellas es la presencia constante de la muerte en su vida, una tonalidad dominante a la que se ajustan muchos de los acordes que van sonando en sus textos. La muerte le rondó desde que nació: a los seis años ve morir a su padre de un tiro en la nuca durante la revuelta de los cristeros, especialmente violenta en su Jalisco natal, y durante la que su familia, de condición acomodada, lo perdió todo. “Entonces viví en una zona de devastación. No sólo de devastación humana, sino devastación geográfica. Nunca encontré ni he encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la Revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica”. El mundo acaba de desmoronarse cuando a los diez años muere su madre y da con sus huesos en un orfanato. A los treinta y ocho años publica Pedro Páramo, un año después de su primera colección de cuentos El Llano en llamas. El resto es silencio. No tenemos una sola página publicada por Rulfo de ahí a su muerte, acaecida en 1986. Casi treinta años en blanco. “Escribir me produce una angustia tremenda. El papel en blanco es una cosa terrible”, confesión que a veces atenuaba con mentiras piadosas: “he trabajado en algunas historias cortas, no en ninguna novela, sino en cuentos que ya tengo terminados”. Nada fue dado a la prensa después del parto de Pedro Páramo.
En torno a la composición final de Pedro Páramo han circulado múltiples leyendas: varios escritores se han atribuido la misma tarea de componer sobre una mesa junto a un Rulfo desesperado, los fragmentos de que estaba hecha la novela ( Alatorre, Chumacero, Arreola...) nada sabemos en verdad de estas leyendas salvo algunas expertas indagaciones críticas. Sí somos conscientes de que escribir se le hacía muy cuesta arriba y de que cualquier circunstancia que le recordara el vacío de ser acababa siendo un obstáculo infranqueable.
Lo verdaderamente asombroso de Rulfo es su manera de componer el texto. Cualquier lector o lectora es capaz de componer la novela a su manera porque reproduce, como dice César Leante, una estructura muy similar al sueño: múltiples fragmentos de la memoria se superponen en nuestra lectura como los átomos del recuerdo se van solapando durante el sueño, de tal manera que los vamos organizando poco a poco tras la lectura a partir de las consignas de que está construido nuestro imaginario.
El tiempo en Rulfo es, como vemos, una dimensión que no está secuenciada sino que se deja dominar por nuestra imaginación, que es en realidad quien ordena de un modo u otro la realidad.
En cierto modo, a la historia le sucede lo mismo: si la miramos bien, no es sino la configuración de los acontecimientos de un modo más o menos ordenado en virtud de los criterios de su sujeto que escribe: la objetividad de lo que narra es una especie de pacto entre los lectores y el ojo que ve y cuenta esa realidad.
Pues bien, a ese ensamblaje de elementos desde nuestros imaginarios, a esa forma de alear fragmentos de la memoria de Rulfo, se le coloca la etiqueta de “realismo mágico”; la sucesión no existe: los muertos hablan, los vivos desaparecen, los ruidos extrañan, el tiempo real pierde estructura, los ecos hablan más que las voces, los acontecimientos suceden más de una vez, las personas de transforman en algo distinto a sí mismas y vuelven a la memoria en forma de voces opacas, aullidos, sonidos apagados, pasos tenues...
La novela Pedro Páramo está sembrada de silencios y sonidos apagados, prestad atención -como hacíamos cuando estábamos leyendo “El corazón de las tinieblas” de Conrad, recordad que cuando la tiniebla avanzaba, la novela desplazaba su eje hacia las sensaciones sonoras más que las visuales- prestad atención, decía, a ese código sonoro: los sonidos animales, la voces de los muertos, el rechinar de la tierra.
Rulfo supo escuchar aquello a lo que nadie puso oído. José Bergamín dijo en cierta ocasión: “hay que aprender a escuchar como quien oye llover: con la más profunda atención”. Las voces desencajadas del pasado encuentran las palabras que perdieron en ese medium que Rulfo supo ser. Se prestó a ser voz del silencio. Pedro Páramo es el impresionante eco de miles de fragmentos de un tiempo que se resistió a dejar de ser, un tiempo que buscó las grietas de la lógica y encontró en la novela los caminos para manifestarse. El aparente desorden no es más que el orden en que la muerte persigue vida.
Leed a Rulfo con otros ojos.
Como siempre, el existencialismo marcando una parte de la historia de la humanidad.
ResponderEliminarMe ha encantado el libro y he visto que también tiene su puntito de humor, ha sido un ir y venir, mientras un personaje suspira por lo que pudo haber sido y no fue, resuena el comentario desde un ataud a otro: que si hace frio, que si la madera del otro ha cedido por el peso y la antigüedad de la manera. Vamos, un "sin vivir"