Introducción
"¿Puede una mujer gobernar a los musulmanes?", le pregunté al tendero al que voy, que es, como la mayoría de los tenderos de Marruecos, un verdadero "termómetro" de la opinión pública.
"¡Qué Dios nos ampare!", exclamó, ofuscado, a pesar de nuestra amistad. Sofocado por tan horrorosa idea, estuvo a punto de que se le cayera la media docena de huevos que acababa de coger.
"Qué Dios nos proteja de las catástrofes de estos tiempos", refunfuñó un cliente que estaba comprando aceitunas, amagando el gesto de escupir. Mi tendero es un maniático de la limpieza, y según él, ni siquiera el anatema justifica que se ensucie el suelo.
En ese momento otro cliente, un maestro al que conocía vagamente por haberme cruzado con él en donde venden el periódico, mientras acariciaba las hojas de su ramito de menta húmeda, antes de irse asestó un al-hadiz que él sabía letal: "¡No conocerá nunca la prosperidad el pueblo que confíe sus asuntos a una mujer!" (lam yaflah qaw-mun wallaw amrahum imra’a).
A nuestro alrededor se hizo el silencio, acababa de perder la partida. En una teocracia musulmana, un al-hadiz no es ninguna tontería. Las recopilaciones de al-hadices son unos documentos en los que se consignan minuciosas descripciones de lo que el Profeta dijo o hizo. Esas recopilaciones constituyen, junto con el Corán, el Libro revelado, tanto una fuente de las leyes, como una referencia y un marco para poder distinguir lo verdadero de lo falso, lo permitido de lo prohibido, la ética y los valores.
Me fui discretamente de la tienda sin añadir nada más. ¿Qué habría podido decir que sirviera de contrapeso a la fuerza de ese aforismo político tan implacable como popular?
A la par que turbada, vencida y furiosa, sentí de pronto la imperiosa necesidad de documentarme sobre ese al-hadiz, de buscar los textos en los que se mencionaba y de comprender mejor su asombroso poder sobre los modestos ciudadanos de un Estado moderno.
Una ojeada a las últimas estadísticas sobre las elecciones en Marruecos confirma las "profecías" del tendero. Si la Constitución otorga a las mujeres el derecho a elegir y ser elegidas, la real politik no les concede nada más que el primero. En las elecciones legislativas de 1977, seis millones y medio de electores, tres millones de los cuales eran mujeres, no dieron ninguna oportunidad a las ocho candidatas que se habían presentado. El día de la apertura del Parlamento, no había ninguna mujer, allí se volvieron a encontrar los hombres entre ellos, como en los cafés. Seis años después, en las elecciones municipales de 1983, 307 mujeres se atrevieron a presentarse candidatas, y cerca de tres millones y medio de electoras se movilizaron para dirigirse a las urnas. ¡Sólo consiguieron ser elegidas treinta y seis mujeres, frente a 65.602 hombres!
Interpretar la relación entre la participación masiva de mujeres electoras y el restringido número de elegidas como un signo de estancamiento y retraso iría en la dirección de los estereotipos habituales que se reservan al mundo árabe. Sería más agudo considerarlo como un reflejo de la intensidad de los conflictos, portadores de cambios, entre las aspiraciones de las mujeres que se toman en serio la Constitución de su país y las resistencias de los hombres, que suponen, a pesar de la legislación vigente, que el poder es necesariamente masculino. De ahí el interés de aclarar esas zonas oscuras de resistencias, esas mentalidades profundas, para apreciar el alcance simbólico, es decir, explosivo, de ese gesto, trivial fuera de aquí, del voto de una mujer. En ese sentido, mi chasco en una tienda de barrio no era simplemente simbólico; al poner en evidencia el comportamiento misógino de mis interlocutores, me indicaba la pista que debía seguir para comprenderlo mejor, la de los textos religiosos que todo el mundo conoce, pero que nadie profundiza realmente, si exceptuamos a los especialistas en la materia, los doctores en derecho canónico y los imames.
Consultar la literatura religiosa no es asunto fácil, en principio quedas anonadado ante la cantidad de volúmenes e, inmediatamente, comprendes por qué el musulmán medio no puede nunca saber tanto como un imam. El prestigioso compendio de al-hadices de Bujari, el Sahih (el Auténtico), consta de cuatro tomos con un oscuro comentario de un tal as‑Sindi, poco dispuesto a comunicar sus conocimientos. Ahora bien, sin un buen comentario, para un profano en la materia es muy difícil leer un texto religioso del siglo IX (Bujari murió en el año 256 del calendario musulmán, que comienza en el año 622), pues, para cada al-hadiz, es necesario descubrir la identidad del discípulo del Profeta que lo pronunció, en qué circunstancias y con qué intención lo dijo, así como la cadena de transmisores a quienes se lo pasó; y existen más al-hadices falsos que auténticos. Para cada al-hadiz, Bujari presenta los resultados de su investigación, si habla de X o de Y, es preciso descubrir de qué discípulo se trata, de qué batalla se habla, para poder dar un sentido al diálogo o a la escena que transcribe. Además, Bujari no ha tenido un solo comentador, hay decenas de ellos que ocupan decenas de volúmenes, así que no puede uno equivocarse: el más mínimo error sobre el comentador puede costarte varios meses de lectura.
¿Cómo descubrir al mejor? En primer lugar, es preciso ponerse en contacto con los máximos expertos en Fiqh (ciencia religiosa) que vivan en tu ciudad: según la deontología y las convenciones tradicionales, si quieres consultar a un alfaquí para informarte sobre las fuentes de un al-hadiz o de una azora coránica, él estará dispuesto a hacerlo. La ciencia es para compartirla, según el deseo del Profeta. Varios me recomendaron Fath al‑Bari, de ‘Asqalani (muerto en el año 852 de la Hégira, siglo XV): consta de diecisiete volúmenes que pueden consultarse en horario de biblioteca, lo que, dada la amplitud de la tarea y el tiempo de lectura más que limitada, sólo consigue desanimarte.
El maestro de la tienda tenía razón: el al-hadiz "No conocerá nunca la prosperidad el pueblo que confíe sus asuntos a una mujer" en el decimotercer volumen de los Sahih de Bujari, es decir, entre los que consideró auténticos tras una verdadera operación de selección rigurosa, de verificaciones y de contraverificaciones. Bujari es una de las referencias más respetadas desde hace doce siglos. Este al-hadiz es el argumento definitivo de quienes quieren excluir a las mujeres de lo político. Lo encontrarnos también en autoridades conocidas por su rigor científico, como Áhmed Bnu Hanbal, autor del Musnad, el fundador del Madhab hanbalí, una de las cuatro grandes escuelas en que se divide el mundo musulmán sunní.
Este al-hadiz es de tal importancia que es prácticamente imposible abordar la cuestión de los derechos políticos de la mujer sin referirse a él, debatirlo y tomar posición. Fuad Abd al‑Munim, por ejemplo, que hizo su tesis sobre El Principio de igualdad en Islam, publicada en 1976, en su capítulo dedicado a "El principio de igualdad en Islam y el problema de la mujer" repite todos los debates habidos en tomo a este al-hadiz desde el siglo IX, sin por ello elaborar a partir de ahí una reflexión personal y contemporánea de la cuestión. Cualquier tentativa de reflexión sobre el problema del estatuto político es devorada por el debate sobre este omnipresente y omnisciente al-hadiz.
Un reciente libro sobre Los derechos de la mujer en Islam, de Mohámmed Arafa, sostiene que no sólo la mujer no licite ningún derecho, sino que no existe en la historia política: "En los comienzos del Islam, la mujer musulmana no desempeñó ningún papel en los asuntos políticos, a pesar de todos los derechos que le dio el Islam, a menudo similares a los que concedía al hombre. En la reunión de la Saqifat Bani Sa'ida, en donde tuvo lugar la consulta entre los discípulos del Profeta para nombrar a su sucesor, no se menciona ningUna participación femenina. No tenemos constancia de su participación en la designación de los otros tres califas ortodoxos. La historia del Islam en su totalidad desconoce la participación de las mujeres junto a los hombres en la dirección de los asuntos del Estado, tanto en las decisiones políticas como en la planificación estratégica."
¿Qué hace el autor con Aixa, la mujer del Profeta, que dirigió la oposición armada contra el califa reinante entonces? No puede dejarla de lado sin perder su credibilidad, dado que se refiere a las primeras décadas del Islam. El Profeta murió en Medina un lunes, el 8 de junio del año 632. Su mujer Aixa, que entonces solo tenía 18 años, se dirigió al campo de batalla a los 42, al frente de un ejército que no aceptaba la legitimidad del cuarto califa ortodoxo, Ali. Esto sucedía en Basora el 4 de diciembre del año 656 (Yumada II del año 36). ¿Oponerse al califa e inducir a la población a la sedición y a la guerra civil no es participar en la vida política?
De hecho, Aixa desempeñó un papel fundamental en la vida de dos califas. Contribuyó a la desestabilización de Uzman, el tercer califa, al negarse a ayudarlo en el momento en que estaba sitiado en su propio domicilio por los rebeldes. Abandonó Medina al borde de la guerra civil para hacer la peregrinación a La Meca, a pesar de las protestas de muchos notables de su entorno. En cuanto a Ali, el cuarto califa, contribuyó a su caída al dirigir la oposición armada que no aceptaba su legitimidad. Los historiadores llamaron a ese enfrentamiento «la batalla del Camello», aludiendo al camello que montaba Aixa, evitando de esa manera ligar en la memoria de los musulmanes de a pie un nombre de mujer con el de una batalla. Aún así, no se puede borrar a Aixa de la historia del Islam, nuestro autor no puede omitirla: "Es cierto que Aixa combatió a Ali b. Abu Talib en la batalla del Camello [ ... ]. Pero ese acto individual de una discípula [ ... ] no puede ser reivindicado [para legitimar la participación de las mujeres en política], pues la vía de Alá y su Profeta es clara en este asunto. Además, no hay que olvidar que ese acto individual de Aixa fue considerado por los más importantes discípulos un error y condenado por las demás esposas del Profeta. Y, de todas formas, la propia Aixa lamentó su acción. Así pues, no está permitido reivindicar la experiencia, que fue considerada bid’a, de Aixa." La bid’a (innovación en Islam) es un error, una escandalosa violación de la tradición sagrada.
Otro historiador contemporáneo, Saíd al‑Afganí, eligió a Aixa como tema de una investigación que ha durado diez años, a fin de, según el autor, ilustrar al musulmán, a través de esa biografía, sobre una cuestión que ha ido ganando peso desde la modernización, a saber: la relación de la mujer con la política. Esta biografía de Aixa apareció por primera vez en 1946, con un título bien claro sobre su objetivo: Aixa y la política. A Saíd al Afganí debemos también la publicación de otros dos importantes textos sobre Aixa, que hasta aquí sólo existieron en forma de oscuros manuscritos. El primero es una antología de refutaciones y correcciones que Aixa aportó a diversos al-hadices que, según ella, fueron mal transmitidos por los discípulos. El segundo es un volumen especial Siyar an‑nubala, de ad‑Dehbi, dedicado a una biografía de Aixa, Al‑Afganí, al procurar la publicación de ambos documentos, ha contribuido indiscutiblemente, como historiador, a poner en claro la personalidad de Aixa. No obstante, su conclusión es que hay que impedir que las mujeres accedan al poder. Mujeres y política forman una combinación maléfica. Para él, el ejemplo de Aixa aboga contra la participación de las mujeres en el ejercicio del poder. Aixa prueba que «la mujer no fue creada para meter las narices (li tadusa ahfaha) en la política.» Según él, "se derramó la sangre de los musulmanes. Mataron a miles de discípulos del Profeta [ ... ] Sabios, héroes de las conquistas (futuhat) y destacados dirigentes perdieron la vid", todo ello por culpa de la intervención de Aixa en política. Ésta no es culpable únicamente de la sangre derramada en la batalla del Camello, que inició la escisión del mundo musulmán en dos (sunníes y shiíes) y que ella misma dirigió, sino de todas las pérdidas sufridas después en las sucesivas batallas. "Aquel día [el de la batalla de el Camello], murieron en unas horas 15.000 personas, según las estimaciones menos exageradas. Y más le vale [lector] ignorar lo que pasó después, en la batalla de Nahrain, en la de Siffin y en todas las demás batallas en las que volvimos nuestras armas contra nosotros mismos. [ ... ] Y pensar que, justo antes, Alá había unido las filas de los musulmanes y purificado de odio sus corazones."
Afganí está persuadido de que, si Aixa no hubiera intervenido en los asuntos públicos del Estado musulmán "la historia musulmana habría tomado la vía de la paz, del progreso y de la prosperidad". En su opinión, Alá quería dar una lección a los musulmanes, a través de la experiencia de Aixa: "Podría decirse que Alá creó a las mujeres para reproducir la raza, educar a las generaciones y dirigir los hogares, quiso damos una lección práctica que no pudiera olvidarse." "La batalla del Camello es un faro en la historia de los musulmanes», «sigue ahí, presente en los espíritus, para poner en guardia a los musulmanes cada vez que la corriente que quiere imitar ciegamente a las otras naciones, reivindicando para las mujeres derechos políticos, se manifiesta en ellos. El recuerdo de Aixa nos debe servir de meditación hoy más que nunca, éste no ceja de repetir al musulmán: ¡observad cómo aquella tentativa fracasó en el seno de nuestra historia musulmana! No vamos a repetirla absurdamente. No vamos a volver a derramar la sangre y a destruir otros hogares ... ¿Cómo podríamos hacer algo semejante con el ejemplo todavía tan vivo de Aixa?" La obligación que se arrogó Afganí de consagrar una buena parte de su vida a redactar una biografía llena de lecciones para el porvenir se vio recompensada por un éxito tal que fue reeditada en 1971 en Beirut.
Pero, ¿en qué fuentes de la historia musulmana ha podido leer que Aixa, aquella mujer que «no tiene igual entre las mujeres y los hombres de su siglo», según los testimonios de sus contemporáneos, fue una asesina y una sediciosa? ¿De qué autores ha extraído la información según la cual Aixa es responsable de la sangre derramada en el mundo musulmán desde el 4 de diciembre del 656? Y, sobre todo, ¿qué fuentes de la historia religiosa han proporcionado los argumentos que le permiten generalizar, pasar del caso Aixa al de todas las demás mujeres, despojando de este modo a millones de ciudadanas de sus derechos políticos? ¿En qué páginas de nuestra historia musulmana, tan aburridamente documentada, ha encontrado, como historiador y experto, los elementos que le permiten excluir de la vida pública a las mujeres, relegarlas al hogar y reducirlas al silencioso papel de espectadoras?
Afganí se ha servido de los grandes nombres de la literatura religiosa musulmana, especialmente de Tabari, uno de los monumentos más inatacables de dicha literatura: "Este autor, que goza entre los historiadores de una reputación sin igual, es de una probidad y honestidad incontestables, es una referencia fundamental para todos aquellos que lo sucedieron en el oficio de historiador." Los trece volúmenes del Tarij de Tabari son, efectivamente, una referencia y un deslumbrante fresco para todos los que quieren conocer los primeros pasos del Islam. Pero, en la página 5, se advierte al lector que Tabari no emprendió la escritura de su Tarij (historia) sino para completar su Tafsir (comentario, explicación del Corán), que comprendía no menos de 30.000 páginas al inicio. Su obra sobre la historia es un resumen de su Tafsir, que terminó reduciendo a treinta volúmenes. i Inmensa tarea la de aquel o aquella que quiera volver a las fuentes! Así pues, armada de una vehemente voluntad de conocimiento, leí a Tabari , y demás autores, especialmente a b. Hisham, autor de la Sira, la biografía del Profeta, b. Saad, autor de los al‑Tabaqat al‑kubra (Las clases elevadas), b. Hayyar, autor del al-Isaba, el repertorio de biografías de los discípulos, las recopilaciones de al-hadices de Bujari y Nisai... y ello, para comprender y esclarecer el misterio de esa misoginia que se ven obligadas a afrontar las mujeres musulmanas en 1986.
El Profeta del Islam es uno de los personajes históricos mejor conocidos de nuestra historia. Disponemos de una inmensa información sobre él, detalles sobre cómo dirigía las expediciones, pero también miríadas de descripciones sobre su vida privada, cómo se comportaba con sus mujeres, sus enredos cotidianos, sus preferencias en materia de comidas, lo que le hacía reír, lo que lo irritaba, etc. Deformar su personalidad es imposible en un país musulmán en donde la educación religiosa comienza en párvulos. Un experto musulmán puede afirmar, no obstante, que el profeta Muhammad excluía a las mujeres de la vida pública y las relegaba al hogar, pero es preciso que ejerza una inaudita violencia sobre Muhammad, pues es un personaje histórico sobre el que poseemos innumerables documentos. La pregunta, por tanto, es la siguiente: ¿en qué medida podemos violentar los textos sagrados?
No sólo el texto sagrado ha sido manipulado siempre, sino que su manipulación es una de las características estructurales del ejercicio del poder en las sociedades musulmanas. Como todo poder, ya desde el siglo VII, sólo se justificaba por lo religioso, las posturas políticas y los intereses económicos fomentaron la invención de al-hadices falsos. El falso al-hadiz es un testimonio que alega que el Profeta dijo esto o hizo aquello, lo que permite, a la vez, legitimar tal hecho o tal actitud. Según las coyunturas, los problemas y las presiones políticas, los depositarios del discurso religioso enjambraban al-hadices que legitimaban ciertos privilegios que venían muy bien a sus detentadores; hasta tal punto que, desde las primeras generaciones, los expertos vieron la necesidad de crear una ciencia de detección de al-hadices inventados. El imam hanbalí, Ibn Qayyim al-Jawziya, intentó enumerar algunos para hacer la demostración de una técnica de detección de falsos al-hadices, que se basa en el análisis de su contenido. Buen número de ellos tienen que ver con lo chusco y no sólo con la estrategia política: el Profeta habría aconsejado a un hombre estéril que comiera huevos y cebollas, habría dicho que el creyente debe comer golosinas, que mirar un rostro hermoso era una manera de orar, etc. Veremos, a través del caso de Bujari, uno de los fundadores, en el siglo IX, de la ciencia del Isnad (la cadena de transmisión de al-hadices desde el Profeta), cómo los musulmanes desarrollaron esa ciencia de detección de al-hadices falsos, que se asemeja a la técnica de la entrevista y al trabajo de campo (lo que haría empalidecer de envidia a los antropólogos de fines del siglo XIX). Todo lo cual nos permite constatar que el período contemporáneo no constituye una excepción cuando se trata de travestir los privilegios y los intereses en la tradición del Profeta.
Sabía que el viaje en el tiempo al que me disponía no estaba exento de riesgos. No se viaja a las fuentes para beber, sino para otras celebraciones más misteriosas, como todo lo que hace referencia a la memoria, y "toda celebración de un misterio —nos dice Genet— es peligrosa, está prohibida, pero cuando tiene lugar es una fiesta."
Recordar, deslizarse, sobre todo hacia el pasado, es en nuestros días una actividad altamente vigilada. Especialmente para las mujeres musulmanas. El pasaporte aún no es un derecho. Recordar, como los actos de magia negra, sólo actúa sobre el presente. Y ello por una manipulación estricta de su contrario: el tiempo de los muertos, de los ausentes, el tiempo del silencio, que puede decirlo todo. El pasado adormecido puede animar el presente, ésa es la virtud del recuerdo. Los brujos lo saben, los imames también.
Cabalgar por la memoria sin guardianes ni guías. Tomar los senderos, no los prohibidos, eso sería infantil, sino los amenos, los agradables, los poco frecuentados y aún poco explorados, tal vez porque el poder no haya tenido interés en ellos. ¿Demorarse, a merced de la lectura, en las praderas vastísimas de la memoria musulmana, que es la mía, es un pecado? ¿El Corán no quiere decir, según Lisân al‑‘arab (La lengua de los árabes, prestigioso diccionario), "leer", sin más? Pero, ¿se puede leer «sin más» un texto en el que la política y lo sagrado se unen, se funden y confunden hasta el extremo de no distinguirse? No es sólo el presente lo que imames y políticos quieren gestionar para asegurar nuestra felicidad de musulmanes, sino sobre todo el pasado, que está estrechamente vigilado y totalmente gestionado para todos, para hombres y mujeres. De hecho, lo vigilado y gestionado es la memoria‑historia. Nadie ha conseguido hasta el presente prohibir el acceso a la memoria‑recuerdo. Ésta escapa, como escapan los besos de los adolescentes a los censores que, además, no conocen su sabor. La memoria‑recuerdo es un amanecer gozoso, habla la lengua de las libertades y las alegrías. Nos habla de un Profeta‑amante, que predicó en pleno desierto una lengua extraña a su madre‑tribu y a su padre‑sable. Nos habla de un Profeta que decía cosas insensatas: no violencia e igualdad. Hablaba a una aristocracia ferozmente orgullosa y ebria de tiro al arco.
Este libro no es un libro de historia. La historia sigue siendo una lengua de grupo, un relato de parada que se prende con alfileres bajo cubiertas de oro y que se exhibe en los rituales de autocongratulación. Este libro quiere ser un relato‑recuerdo. Un deslizarse hacia los lugares en que la memoria flaquea, los datos se oscurecen y los acontecimientos se difuminan lentamente, como en los sueños que nos dan fuerza.
Este libro‑navío no remonta los siglos sino para extraer de ellos un extraordinario alimento que hace crecer las alas y permite que nos deslicemos hacia nuevos astros, hacia la época a la vez lejana y próxima del principio de la Hégira, en la que el Profeta podía ser amante y dirigente hostil a las jerarquías, y las mujeres, compañeras indiscutidas de una revolución que hacía de la mezquita un lugar abierto, y del hogar un templo de contestación, tenían su sitio.
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