martes, 6 de julio de 2010
Aquí de nuevo...
Hola a tod@s; ya estamos aquí de nuevo. Disculpad este periodo de silencio pero el final de curso se me ha apoderado y no he dado abasto... Durante este mes he corregido, he atendido familias, he despejado mi despacho para que mi sustituta en la coordinación de ESO pueda disponer de él, he preparado las listas y los agrupamientos de clase del curso próximo, he preparado las vacaciones familiares... De hecho, mañana me voy de cocinero del campamento de mis hij@s durante una semana. Volveré a dar señales de vida del 15 al 20 de julio, y de ahí en adelante, quién sabe, porque estaré al otro lado del charco, entre Quebec y Washington... Ya os contaré, aunque espero que haya wifi por ahí y pueda escribir algo.
Recordad que este verano leíamos "El alquimista impaciente" de Lorenzo Silva y "Vida y Destino" de Vassily Grossman.
Voy a incorporar algunos materiales para empezar a leer a Lorenzo Silva y del 15 al 20 incluiré algunas cosas interesantes sobre técnica narrativa de la novela policiaca.
En primer lugar, os adjunto un interesante texto del profesor navarro Eduardo-Martín Larequi García (webmaster@lenguaensecundaria.com)
"Lorenzo Silva: El alquimista impaciente
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ganó con esta novela1 el Premio Nadal del año 2000, galardón al que ya se había aproximado pocos años antes con La flaqueza del bolchevique, que resultó finalista en la edición de 1997. Los protagonistas de El alquimista impaciente son dos guardias civiles, el sargento Rubén Bevilacqua y su ayudante, la guardia Virginia Chamorro. No son dos personajes desconocidos para los lectores, pues hicieron su aparición en El lejano país de los estanques, novela en la que se narra la investigación de un asesinato en la isla de Mallorca. En esta ocasión, los dos agentes, destinados en Madrid, en los servicios centrales de la Guardia Civil, se ocupan de identificar al responsable de la muerte de un ingeniero de una central nuclear cercana a la capital de España (el autor no da más precisiones, pero a tenor de los escenarios en que transcurre la acción, podemos aventurar que se trata de la central de Trillo, en Guadalajara).
El hecho de que una novela policíaca esté protagonizada por una pareja de investigado
res no es un rasgo especialmente original dentro del código de este género narrativo,
tanto en su vertiente literaria como en la cinematográfica. De hecho, podríamos decir
que constituye casi un tópico (recordemos el conocido ejemplo de Sherlock Holmes y el
doctor Watson, de los relatos de Conan Doyle, o, por no salirnos del ámbito español, el
caso del detective Carvalho y su ayudante Biscúter, de Vázquez Montalbán). Lo que ya
no es tan común en la literatura es que la pareja de investigadores sean un hombre y una
mujer, lo cual añade al interés derivado de la intriga una cierta tensión que contribuye a
la eficacia del relato y a captar la atención de los lectores. Hay que destacar, en cual
quier caso, que esta tensión sexual es muy leve, apenas sugerida, y siempre de forma
muy elegante. No puedo asegurar si este planteamiento será o no deliberado, pero cabe
considerarlo como una estrategia narrativa e incluso comercial; me arriesgaría a decir
que Lorenzo Silva lo hace así para “ponernos los dientes largos”; estoy seguro de que
veremos alguna escena más explícita de la convivencia entre Bevilacqua y Chamorro en
novelas posteriores de la serie (el autor ha declarado en alguna entrevista, y lo repite en
su web, que ésta no será la última).
La presentación del sargento y la guardia es escueta y funcional, y la narración apenas
se demora en la descripción de las características físicas de los personajes. La ausencia
de referentes “visuales” tal vez se deba al hecho de que la historia está contada en primera persona (el narrador-protagonista es el propio sargento), circunstancia que haría poco verosímil la presencia de autorretratos explícitos. La mayor parte de las escasas prosopografías de la novela corresponden a la guardia Chamorro, mujer reservada, sensata y de carácter firme, con un interesante toque feminista, virtudes que acompañan a un aspecto físico algo anguloso y hasta rudo, pero muy atractivo. Esta última cualidad se pone de manifiesto en un par de episodios (el primero tiene lugar en los ambientes de diversión de la Costa del Sol; el segundo, en un selecto restaurante madrileño), en los que la guardia se maquilla y se viste con ropas elegantes para acceder a ambientes que, de otro modo, estarían vedados a su investigación. La belleza de Chamorro supera así el valor puramente decorativo y se convierte en un elemento funcional de la trama, tal como ya ocurría en El lejano país de los estanques (en aquella ocasión, con playas nudistas incluidas). El sex-appeal del personaje no es ajeno a los tópicos del género (se me ocurren ahora los ejemplos de Los ángeles de Charlie, en mujeres, y del infatigable James Bond, en hombres) y es probable que el autor sea consciente de ello, porque no abusa de la capacidad seductora del personaje e incluso se permite alguna deliberada hipérbole al respecto (por ejemplo, en el episodio en el que la madame de un muy selecto servicio de señoritas de compañía sugiere a Chamorro que puede encontrar trabajo en su gremio si se decide a abandonar la Benemérita).
El personaje de Chamorro se define básicamente a partir de la mirada de su superior,
quien a menudo realiza observaciones, reflexiones o juicios, casi siempre admirativos,
sobre el comportamiento, las capacidades y las actitudes de su subordinada. Tal enfoque
no carece de interés para el lector, porque amplía la perspectiva narrativa y da mayor
profundidad al retrato psicológico del sargento. Ahora bien, en mi opinión este trata
miento no es del todo convincente, porque da como resultado un personaje limitado, pobre, menos “jugoso” de lo que prometía (y menos todavía para alguien que haya leído
El lejano país de los estanques, novela en la que Chamorro destacaba con mayor fuerza
y brío). En más de una ocasión, el personaje de Chamorro resulta demasiado desdibuja
do, y sufre un claro desequilibrio con respecto a su jefe, a cuyo lado parece más comparsa o figurante que verdadera co-protagonista.
Mucha mayor entidad y una imagen más certera y perdurable consigue el personaje protagonista, el sargento Rubén Bevilacqua, pues no en vano toda la trama se presenta a través de sus observaciones y de su testimonio2. Digamos en primer lugar que estamos ante un investigador atípico, y que su singularidad comienza por su insólito apellido, el cual da lugar a innumerables confusiones, alguna de ellas de indudable comicidad. Desde luego, el lector que firma esta reseña no estaba acostumbrado a tratar con agentes de la autoridad como el que ahora nos ocupa: culto, licenciado en Psicología, poco o nada militarista, escéptico con la disciplina y la autoridad, y de talante civilizado, democrático y aun progresista. Sería injusto afirmar que es inverosímil acumular tantas cualidades en un sargento de la Guardia Civil, pero no que en algunas ocasiones pueda parecerle al lector un personaje excesivamente idealizado. Admito, no obstante, que este escrúpulo tiene que ver más con el posible referente del personaje (es decir, los guardias civiles reales), que con la recreación que de ellos lleva a cabo el autor3, la cual, por otra parte, se halla en la mejor tradición del género. En efecto, Bevilacqua corresponde al modelo del investigador “cerebral” tantas veces inmortalizado en las novelas policíacas. Sus métodos se basan en la observación, la deducción, la tenacidad, el trabajo en equipo y el conocimiento de las turbias motivaciones del espíritu humano. De su labor queda casi totalmente excluida la violencia (excepto en una escena, hacia el final de la novela), aunque no las técnicas de intimidación que supongo forman parte inevitable de los interrogatorios policiales; incluso en la aplicación de éstas, el lector se identifica con el proceder del agente, pues sólo las utiliza sobre criminales indeseables o plutócratas corruptos.Antes hemos invocado a Conan Doyle, pero habría que destacar que el protagonista de la novela de Lorenzo Silva está más cerca de los héroes de la novela “negra” contemporánea (de Hammett y Chandler para acá), que del modelo de los detectives del relato policial clásico (Sherlock Holmes, el padre Brown, Hércules Poirot). El hecho de que Bevilacqua sea un agente de una organización sometida a la disciplina militar no significa que también se trate de un policía complaciente y servil con la autoridad establecida, de un robot incapaz de la menor independencia de criterio; muy al contrario, su inteligencia, su experiencia y el consiguiente conocimiento de las formas más oscuras de ejercicio del poder económico y político (cuya eficacia y amplitud corruptora ya comprobamos en El lejano país de los estanques) le proporcionan esa capacidad de distanciamiento, ese talante escéptico y a veces sarcástico, típico de los héroes de la novela policíaca moderna.
A través de los ojos de Bevilacqua y de los vericuetos de la investigación criminal que
protagoniza, el lector no sólo descubre la identidad de los criminales —condición sine
qua non de toda novela del género—, sino que también tiene la oportunidad de entrar en
los infiernos de la droga y la prostitución, asistir a sucios manejos empresariales y conocer las estrategias de los grupos de presión económicos y mediáticos. Con todo ello Lorenzo Silva dibuja un certero y ácido retrato de nuestra sociedad actual, dominada por el culto al dinero y al poder que éste proporciona. No es, en cualquier caso, un retrato tan amargo como pudiera parecer, ya que frente a la corrupción, la ambición desmedida, los vicios inconfesables o el señoritismo más repulsivo se alza la perspectiva del propio autor, quien no ha dudado en convertir a algunos personajes —no sólo Bevilacqua y Chamorro, sino otros inolvidables secundarios, como el joven y desbordado juez que instruye el caso, el eficaz comandante Pereira y los demás agentes de la Guardia Civil que aparecen a lo largo de la trama— en verdaderos adalides de la honestidad, la dignidad profesional y hasta el civismo. Quizás sea este el aspecto donde los militares de Lorenzo Silva resultan más prototípicos y tal vez increíbles o incluso incómodos para ciertos lectores. No obstante, no deja de ser refrescante la mirada que nos propone el autor madrileño, una mirada esperanzada y positiva, capaz de afirmar, entre tanta imagen de individualismo nihilista como pulula por la novela española contemporánea, la importancia de ciertas virtudes —el sentido del deber, el valor del trabajo bien hecho, la capacidad de afecto y compasión por las víctimas— encarnadas por hombres y mujeres entregados al servicio de sus conciudadanos."
Y aquí va una pequeña semblanza de Lorenzo Silva:
"No es fácil realizar una presentación de un escritor tan aplaudido por el público como
Lorenzo Silva, un autor reconocido por la crítica, que ha conseguido alguno de los más
prestigiosos premios de narrativa en castellano, como son el Nadal ( obtenido en 2000 por El
alquimista impaciente) , el premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España por El lejano país de los estanques, o el premio Primavera de novela en 2004 por Carta Blanca. Un autor que ha sido
traducido al menos a seis idiomas y que ha visto llevadas al cine algunas de sus obras.
En los minutos de los que disponemos, y sin tratar de ser exhaustivos, vamos a intentar
una aproximación a su ya importante obra publicada, una obra muy diversa en sus planteamientos:
un total de veinte libros, a pesar de la juventud de su autor.
Intentaremos buscar las claves de su narrativa al tiempo que realizamos una clasificación
de sus novelas, aunque sé que puedo estar convirtiéndome en una víctima más de esa manía
clasificatoria que caracteriza a aquellos que nos dedicamos a la enseñanza, un ejercicio peligroso por la limitación que conlleva.
No quiero pasar por alto que el mismo Lorenzo Silva ofrece su propia clasificación en su
página web y que ese instrumento ofrece al lector y al estudioso una valiosa información sobre su biografía, reseñas, argumentos y críticas de su obra. Él nos disculpará que nosotros intentemos la nuestra ajustándonos a criterios diferentes, aunque los resultados no van a diferir excesivamente de los suyos. El criterio en que nos vamos a basar nosotros es el género al que pertenece cada uno de sus libros. En este sentido podemos establecer cuatro grupos de obras, que denominaremos novela policial, novela de guerra, novela juvenil y novela agenérica. En el primero de ellos, el de novela policial, incluimos, como es lógico pensar, aquellas protagonizadas por esa pareja de la Guardia Civil que ya resulta familiar a sus lectores, la formada por el sargento Rubén Bevilacqua y la guardia o cabo Virginia Chamorro. Estamos hablando de títulos como La niebla y la doncella, El lejano país de los estanques, El alquimista impaciente y Nadie vale más que otro, volumen este último constituido por cuatro relatos cortos. En un trabajo titulado “Todo por la patria, Lorenzo Silva y su contextualización en la novela policiaca española”, publicado en la revista Espéculo de la Universidad Complutense de Madrid, el profesor Salvador Oropesa sitúa las novelas de Bevilacqua y Chamorro dentro de cierta tradición detectivesca española, autóctona y original y señala como el antecedente más genuino la serie del guardia Plinio de Francisco García Pavón, quién también obtuvo el premio Nadal por Las hermanas coloradas. Oropesa señala como la característica principal de Bevilacqua el hecho de pertenecer a la clase media-baja y el de prodigar opiniones sobre la sociedad española que contempla, al mismo tiempo que ofrece un respeto por la víctima como parte de una sociedad desfavorecida. Añade que la inclusión de la guardia Chamorro representa a la nueva mujer española, a la que nadie regala nada y se tiene que abrir camino por sí misma (ni siquiera le vale la ayuda de su padre, coronel de infantería de marina).
Nosotros añadiremos que las novelas de la serie de la que hablamos se caracterizan por ofrecer el lado oculto de la sociedad española contemporánea, quizá su lado menos amable, a
pesar de la imagen de progreso y modernidad que ofrecen los medios de comunicación. El autor
nos descubre en confidencia que detrás del decorado opulento del turismo o de las finanzas se
esconde una sociedad desagradable y corrupta. “La vida es mugre, cosas a medias y gente que no sabe estar a la altura”, llega a confesar el sargento Bevilacqua, un personaje caracterizado por su desconfianza hacia el género humano y una gran dosis de ironía. El lector, sin embargo, se siente cómodo a su lado porque nunca se siente traicionado por él, ni como personaje ni como narrador equisciente. No oculta sus descubrimientos si no es el tiempo imprescindible y, lejos de conocerlo todo de antemano, sabe tanto como el lector y sufre y razona con él. Dentro de este mismo apartado incluimos novelas como Noviembre sin violetas o La isla del fin de la suerte porque presentan también una trama detectivesca. Podemos establecer una coincidencia entre todas y es la aparición de un narrador en primera persona, aunque no es menos cierto que difieren en el grado de implicación del narrador en la historia. En el caso de Noviembre sin violetas, Juan Galba ejerce un papel de detective por voluntad propia, movido solamente por el afán de venganza. Es un personaje no exento de vileza que no duda en ejecutar a la culpable Lucrecia cuando se agolpa sobre él el peso de los recuerdos. En La isla del fin de la suerte, por el contrario, Ismael aborda su labor investigadora casi como un juego. Su actitud se adapta así al carácter de divertimento que el autor quiso dar a esta novela construida en clave paródica y que fue creciendo como un experimento interactivo a través de las opiniones de los lectores en Internet.
El segundo grupo lo constituyen las novelas de guerra. En él incluimos esencialmente dos
títulos: El nombre de los nuestros, y Carta blanca. A ellos podemos unir el libro de viajes Del Rif al Yebala, que se nutre de la documentación que el autor ha recabado para construir las citadas novelas. Tanto El nombre de los nuestros como Carta blanca sitúan la acción en un momento histórico por el que Lorenzo Silva siente especial atracción, la guerra de Africa, si bien la segunda se extiende en el tiempo hasta la guerra civil, con la toma de Badajoz por las tropas franquistas. Pero es, en efecto, la guerra de África el acontecimiento que cobra mayor importancia en los dos relatos y al fin se convierte en auténtico protagonista. El autor nos introduce con crudeza en el sufrimiento de un conflicto bélico de estas características. Aunque el foco narrativo se sitúe del lado del ejército español no se advierte en las novelas una postura maniquea. Si alguien, en todo caso, sale malparado no lo serán las tropas rifeñas, sino unas autoridades españolas, con el rey al frente, empecinadas en continuar una guerra sin sentido. En el primero de los libros la óptica es soportada por el personaje del sargento Molina, que puede ser considerado un alter ego del abuelo del autor, Lorenzo Silva Molina, sargento del ejército español en África. Un narrador omnisciente
en ambas novelas nos presenta a unos personajes que son víctimas de una situación a la que es ha llevado el destino (en el caso de El nombre de los nuestros) o su propia voluntad ( en el caso de Juan Faura en Carta blanca). En los dos relatos nos encontramos con la denominada trama trágica (según la clasificación de Norman Friedman) que conduce a la mayor parte de los personajes a la muerte. Tanto en una novela como en otra se trata de relatos muy bien documentados, hecho que les concede una gran verosimilitud. A ellos también contribuye una sólida construcción de los personajes, una característica que constituye una de las constantes de la obra de Lorenzo Silva. Personajes redondos, creíbles, que tienen en la fuerza del diálogo su principal argumento.
El tercero de los grupos lo constituyen las novelas juveniles, es decir, las novelas
destinadas a lectores jóvenes o, como gustan de nombrarlas otros autores, a lectores de todas las edades. Este conjunto estaría integrado en primer lugar por la que el propio autor denomina Trilogía de Getafe, constituida por las novelas Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia, La lluvia de París y El cazador del desierto . Las tres coinciden en que están protagonizadas por una misma chica, Laura, que ejerce el papel de narradora, y a quien acompañan sus amigas y confidentes Irene y Silvia. Tres adolescentes que, como el autor, viven en Getafe, y sobre las que basculan, alternativamente, cada una de estas tres novelas. A esta serie podemos añadir la novela titulada Los amores lunáticos, aunque el protagonista en este caso sea un muchacho, Pablo Nava, y resida en Carabanchel. En las novelas juveniles de Lorenzo Silva, en contra de lo que pudiera esperarse, pierde peso la anécdota en favor de la construcción psicológica de los personajes. Da la impresión de que el autor opta por contemplar el mundo desde la perspectiva del joven que fue o, por decirlo con sus propias palabras, del hombre que no ha sido capaz de sacudirse de encima a ese déspota adolescente que todos llevamos dentro. Los personajes se asoman por vez primera al sentimiento amoroso y descubren un mundo que los marcará en adelante (de forma más significativa en el caso de Pablo Nava). En este sentido podemos calificarlas como novelas de iniciación y por ello mismo el diálogo entre los personajes o entre el personaje-narrador y el lector (en teoría también un adolescente como ellos) cobra tanta importancia. La explicación de su conducta, la aparición de los sentimientos, la visión particular del mundo hacen que la acción se diluya en una trama sutil que soporta el andamiaje de la narración, pero que al contrario que en
otras novelas juveniles al uso no constituye la principal razón de ser de la novela. A pesar de ello, la narración no se resiente porque el autor dosifica convenientemente la intriga, trenza los acontecimientos de forma que no permite que la atención del lector decaiga. La crítica es unánime al señalar esta característica de Lorenzo Silva como uno de sus mayores logros como novelista.
Para concluir, señalaré como integrantes del último grupo una serie de novelas que no se
someten a los cánones de ningún género (exceptuando quizá La sustancia interior al de novela
histórica). Por ello las denomino novelas agenéricas. Incluyo aquí, aparte de la ya mencionada y del libro de relatos El déspota adolescente, las obras El ángel oculto, El urinario y La flaqueza del bolchevique. Estos tres últimos títulos conforman la que el autor nombra como laxa trilogía. Merece la pena llamar la atención sobre ellas, porque desde mi modesto punto de vista muestran al mejor Lorenzo Silva. Posiblemente en esa no sujeción a normas genéricas de ningún tipo resida la causa de encontrarnos ante sus mayores hallazgos narrativos y literarios. Los personajes aparecen ante el lector como seres cercanos y extremadamente creíbles en sus aspiraciones, pero también en sus miserias y en sus frustraciones. En sus sufrimientos, al fin. Ya no nos encontramos ante el perspicaz Rubén Bevilacqua, ni ante los heroicos Juan Faura o el sargento Molina. Los protagonistas de la trilogía son entes que el mismo autor califica de antihéroes. Los tres trabajan en un mundo, el de las finanzas, que no provoca en ellos otra cosa que desasosiego, lo cual podría interpretarse como una metáfora de los tiempos y de la sociedad en que vivimos. El novelista
disecciona ante nuestros ojos unas almas llenas de altos, pero también de bajos instintos, a lo que contribuye la fuerza de los diálogos y la franqueza de la voz del narrador. Al fin comprendemos que Lorenzo Silva ha conseguido lo que solo un auténtico novelista es capaz de hacer, por más que algunos acusen a este género de moverse en la pura y vacía ficción: ayudarnos a nosotros mismos a reconocer nuestras propias debilidades. En definitiva, a conocernos mejor"
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