domingo, 22 de agosto de 2010
Biografía de Vassili Grossman, por Robert Chandler
Biografía de Vassili Grossman, por Robert Chandler
"Vasili Semyonovich Grossman nació el 12 de diciembre de 1905 en Berdichev, una ciudad ucraniana que albergaba una de las comunidades judías más grandes de Europa. Sus padres eran judíos y le pusieron a su hijo el nombre de Iosif, pero este nombre claramente judío fue posteriormente rusificado y convertido en Vasili. La familia era acomodada y estaba asimilada. En algún momento de su temprana niñez, sus padres se separaron. Entre 1910 y 1912, el joven Grossman y su madre vivieron en Suiza, probablemente en Ginebra. Su madre, Yekaterina Savelievna, trabajaría más tarde como profesora de francés. Entre 1914 y 1919 asistió a la escuela secundaria en Kiev, y entre 1924 y 1929 estudió química en la Universidad Estatal de Moscú. Allí cobró conciencia de que su vocación era la literatura. Sin embargo, nunca perdió su interés en la ciencia; Viktor Shtrum, la figura central de Vida y destino y en muchos aspectos su autorretrato, es físico nuclear. (Primo Levi, otro gran testigo de la Shoah, trabajó como químico industrial. Como Grossman, es un maestro de la descripción precisa.)
Después de licenciarse, Grossman se trasladó a la región industrial de Donbass, en el este de Ucrania, para trabajar como inspector en una mina y profesor de química en un instituto médico. En 1932 regresó a Moscú, y en 1934 publicó “En el pueblo de Berdichev” –un cuento que le valió la admiración de Máximo Gorki, Mikhail Bulgakov e Isaac Babel– y una novela, ¡Buena suerte!, sobre los mineros de Donbass. En 1937, Grossman fue admitido entre los Escritores de la Unión Soviética. Su novela Stepan Kol’chugin fue posteriormente nominada al premio Stalin.
Los críticos con frecuencia dividen la vida de Grossman en dos partes. Tzvetan Todorov, por ejemplo, dice que “Grossman es el único ejemplo [...] de un escritor soviético establecido que cambió de parecer completamente. El esclavo que llevaba dentro murió, y surgió un hombre libre”. Pero es un error establecer una distinción tan clara entre el escritor “conformista” de los años treinta y cuarenta y el “disidente” que escribió Vida y destino y Todo fluye en los años cincuenta. ¡Buena suerte! puede parecer hoy sosa, pero en el pasado debió resultar sorprendente: en 1932 Gorki la criticó por su “naturalismo”, palabra en clave soviética que hacía referencia a la presentación de un exceso de realidad inaceptable. Al final de su informe, Gorki sugirió que el autor se preguntase: “¿Por qué escribo? ¿Qué verdad estoy confirmando? ¿Qué verdad quiero que triunfe?” Incluso entonces, esa actitud tan cínica con respecto a la verdad debió ser casi un anatema para Grossman. Resulta difícil, con todo, no quedar impresionado por la intuición de Gorki acerca de Grossman como hereje potencial. En 1961, una vez los manuscritos de Vida y destino ya habían sido confiscados, Grossman escribió a Jruchov: “He escrito en mi libro lo que creía, y sigo creyendo, que es la verdad. He escrito sólo lo que he pensado, sentido y sufrido.”
Grossman no fue un mártir; no obstante, mostró un valor considerable durante los años del Gran Terror. En 1938, cuando su segunda esposa, Olga Mikhailovna, fue detenida, Grossman adoptó a los dos hijos de su marido anterior, Boris Guber, que había sido detenido un año antes; de no ser por la acción de Grossman, los niños podrían haber sido mandados a un campo. Grossman escribió entonces a Nikolai Yezhov, el célebre director del NKDV, señalando que Olga era ahora su esposa y que no debía ser hecha responsable de su anterior marido, con el que había roto por completo; más tarde, ese mismo año, fue liberada. Un amigo de Grossman, Semyon Lipkin, comentó: “Todo esto podría parecer perfectamente normal, pero sólo un hombre muy valiente se hubiera atrevido a escribir una carta como ésa al principal verdugo del Estado.”
El desplazamiento de Grossman hacia la disidencia fue gradual. Durante los años de la guerra pareció no tener miedo ni de los alemanes ni del NKDV; en 1952, sin embargo, a medida que la campaña antijudía de Stalin ganaba en intensidad, Grossman aceptó firmar una carta oficial en la que se pedía el castigo más severo para los médicos judíos supuestamente implicados en un complot contra Stalin. Es posible que aquello fuera una aberración; como la mayor parte de la gente, actuaba inconsecuentemente. De hecho, Vida y destino es una enciclopedia de las complejidades de la vida bajo el totalitarismo, y nadie ha articulado mejor que Grossman lo difícil que le resulta a un individuo resistir sus presiones:
Pero una fuerza invisible lo aplastaba. Sentía su peso, su poder hipnótico; lo estaba obligando a pensar como quería, a escribir como le dictaba. Esa fuerza estaba en su interior; podía disolver su voluntad y hacer que su corazón dejara de latir [...] Sólo a la gente que nunca ha sentido una fuerza como esa en su interior puede sorprenderle que otros se rindan a ella. Los que la han sentido, por otro lado, se asombran de que un hombre pueda rebelarse contra ella aunque sea por un momento, con una súbita palabra de ira, un tímido gesto de protesta.
Grossman no trató de ocultarse sus propios defectos. Se reprobaba, por encima de todo, no haber logrado evacuar a su madre de Berdichev después de la invasión alemana en 1941.
También, no obstante, culpaba a su esposa, que no se llevaba bien con su madre. Poco antes de la guerra, Grossman había sugerido que invitaran a su madre a vivir con ellos en Moscú, y Olga había respondido que no disponían de espacio suficiente. En septiembre de 1941, Yekaterina Savelievna fue asesinada por los alemanes junto a los más de treinta mil judíos de Berdichev. Años más tarde, tras la muerte de Grossman, se encontró un sobre entre sus papeles; en él había dos cartas que había escrito a su madre muerta en 1950 y 1961, en el noveno y vigésimo aniversario de su fallecimiento, junto con dos fotografías. En la primera carta, Grossman escribe: “He intentado [...] cientos de veces imaginar cómo moriste, cómo caminaste para encontrarte con la muerte. He intentado imaginar a la persona que te mató. Fue la última persona que te vio. Sé que estuviste pensando en mí [...] durante todo este tiempo.” Una fotografía muestra a su madre con Vasili de niño; la otra, que Grossman le cogió a un oficial de las ss muerto, muestra centenares de cadáveres desnudos de mujeres y chicas en un inmenso agujero.
Grossman pudo haber considerado la guerra como una oportunidad para redimirse. Se ofreció voluntario como soldado raso a pesar de su mala salud. Destinado, sin embargo, a Estrella Roja, el periódico del Ejército Rojo, rápidamente se ganó los elogios como valeroso corresponsal de guerra. Cubrió todas las batallas principales desde la defensa de Moscú hasta la caída de Berlín, y sus artículos eran apreciados tanto por los soldados como por los generales. Grupos de soldados de primera línea se reunían mientras uno de ellos leía un ejemplar de Estrella Roja; el escritor Viktor Nekrasov, que sirvió en Stalingrado, recordaba que “los periódicos con artículos de Grossman y [Ilya] Ehrenburg eran leídos y releídos por nosotros hasta que quedaban hechos jirones”.
Ningún otro periodista escribía con la misma consideración por lo que Grossman llamaba la “despiadada verdad de la guerra”. Lo que escribía en sus cuadernos, sin embargo, era todavía más intransigente; muchos pasajes, en caso de haber sido vistos por el NKDV, le habrían costado la vida; algunos retrataban con dureza a importantes mandos, otros trataban asuntos tabú como la deserción y la colaboración con los alemanes. Los cuadernos están lleno de detalles sorprendentes: en una nota temprana se refiere al “olor habitual de la línea del frente, una mezcla entre el de la morgue y el de un herrero”.
Quizá temeroso de intimidar a la gente, Grossman nunca tomaba notas durante las entrevistas y se fiaba de su notable memoria. Era capaz de ganarse la confianza de personas de toda clase y condición: francotiradores, generales, pilotos de bombardero, soldados en un batallón penal soviético, campesinos, prisioneros alemanes o maestros que habían seguido trabajando culposamente en el territorio ocupado por los alemanes.
En 1943, tras la rendición alemana en Stalingrado, Grossman estaba con las primeras unidades del Ejército Rojo que liberaron Ucrania. Supo de Babi Yar, donde cien mil personas, la mayoría de ellas judías, fueron masacradas. Poco después, en Berdichev, conoció los detalles de la muerte de su madre. Su noticia “El viejo maestro” y el artículo “Ucrania sin judíos” se hallan entre los primeros testimonios de la Shoah en cualquier lengua. Y el vívido aunque sobrio artículo de Grossman “El infierno de Treblinka” (finales de 1944), primer artículo en cualquier lengua sobre un campo de la muerte nazi, fue vuelto a publicar y utilizado como testimonio en los juicios de Núremberg.
Grossman fue el primero en investigar la masacre de Ucrania, que marcó el principio de la Shoah, y los campos de la muerte en Polonia, que fueron su culminación. Las ss trataron de destruir todo rastro de Treblinka, pero Grossman entrevistó a campesinos locales y a los cuarenta supervivientes y reconstruyó el funcionamiento del campo. Escribe perspicazmente sobre el papel jugado por el engaño, sobre cómo los “psiquiatras de la muerte de las ss” lograban “confundir el entendimiento de la gente una vez más, espolvorearlo de esperanza [...] Las mujeres y los niños debían quitarse los zapatos [...] Debían dejar los calcetines en el interior de los zapatos [...] Ser ordenados [...] Para ir a los baños había que llevar los documentos, una toalla...”
La línea oficial soviética, con todo, fue que todas las nacionalidades habían sufrido por igual bajo Hitler. La recriminación habitual a los que hacían hincapié en el sufrimiento de los judíos era: “¡No dividáis a los muertos!” Reconocer que los judíos constituían la abrumadora mayoría de los muertos habría requerido reconocer que otras nacionalidades soviéticas –y especialmente los ucranianos– habían sido cómplices del genocidio; en cualquier caso, Stalin era antisemita. Entre 1943 y 1946, junto a Ilya Ehrenburg, Grossman trabajó para el comité judío antifascista en El libro negro, un testimonio documental de las masacres de judíos en suelo soviético y polaco. Nunca fue publicado.
La novela El pueblo inmortal (1943), al igual que Stepan Kol’chugin, fue nominada al premio Stalin pero vetada por Stalin a pesar de que el comité la había votado unánimemente. En el momento de la publicación, en 1952, de su novela relativamente ortodoxa Por una causa justa, otros miembros prominentes del comité judío antifascista habían sido detenidos o asesinados y una nueva oleada de purgas estaba a punto de empezar; de no ser por la muerte de Stalin en marzo de 1953, Grossman habría sido casi sin duda arrestado.
Durante los años siguientes, Grossman gozó del reconocimiento público. Recibió una prestigiosa condecoración, la Bandera Roja al Trabajo, y Por una causa justa volvió a ser publicada. Mientras tanto estaba trabajando en sus dos obras maestras, Vida y destino y Todo fluye, ninguna de las cuales sería publicada en Rusia hasta finales de los años ochenta. Pensada como una secuela de Por una causa justa, Vida y destino resulta mejor vista como una novela distinta que incluye muchos de sus personajes. Es importante no sólo como literatura, sino también como historia; no tenemos un retrato más completo de la Rusia estalinista. El poder de otros escritores disidentes –Shalamov, Solzhenitsin, Mandelstam– proviene de su condición de ajenos al sistema; el poder de Grossman proviene al menos en parte de su íntimo conocimiento de todos los niveles de la sociedad soviética. En Vida y destino, Grossman consigue lo que muchos otros escritores soviéticos intentaron y no lograron conseguir: un retrato de toda una era. Cada personaje, por vívido que sea su retrato, representa un grupo o una clase en particular y soporta un destino que ejemplifica a su clase: Shtrum, el intelectual judío; Getmanov, el cínico funcionario estalinista; Abarchuk y Krymov, dos de los miles de “viejos bolcheviques” detenidos en los años treinta; Novikov, el honorable oficial cuya capacidad fue reconocida sólo cuando los desastres de 1941 llevaron a las autoridades, al menos durante algunos años, a valorar la competencia militar por encima de la posesión de las credenciales de partido adecuadas. No hay nada estrambótico en la novela, estilística o estructuralmente. Pero pese al cuestionamiento moral y la herética igualación de comunismo y fascismo de Grossman, Vida y destino habría estado cerca de satisfacer la demanda de las autoridades de una épica verdaderamente soviética.
En octubre de 1960, en contra del consejo de dos de sus mejores amigos, Semyon Lipkin y Yekaterina Zabolotskaya, Grossman entregó el manuscrito de Vida y destino a los editores de Znamya. Era el momento cumbre del “deshielo” de Jruchov y Grossman creía que la novela podría ser publicada. Pero en febrero de 1961, tres agentes del KGB fueron a su apartamento para confiscar el manuscrito y todo el material relacionado, incluso el papel de carbón y las cintas de la máquina de escribir. Ningún otro libro, aparte de Archipiélago Gulag, fue considerado nunca tan peligroso. En muchos sentidos, Grossman parecía cooperar, llevando a los agentes del KGB hasta su primo y sus dos mecanógrafos para que pudieran confiscar el resto de copias del manuscrito. Lo que el KGB, sorprendentemente, no fue capaz de descubrir es que Grossman había hecho dos copias más; había dejado una con Semyon Lipkin y la otra con Lyolya Dominikina, un amigo de los tiempos de estudiante que no tenía ninguna relación con el mundo literario.
Mucha gente opina que Grossman fue locamente cándido al imaginar que Vida y destino podría haber sido publicada. Pero Igor Golomstock, el crítico, me ha hablado de las elevadas esperanzas albergadas, después de la denuncia de Stalin por parte de Jruchov en 1956, por muchas personas que se mostraban profundamente críticas con el régimen soviético pero que –como Grossman– habían vivido en su seno. Lipkin deja claro que Grossman sabía que podía ser detenido; en mi opinión, estaba harto de mentir, harto de transigir ante las caprichosas exigencias de las autoridades. No preveía que las autoridades pudieran dar el infrecuente paso de no detenerle a él sino a su novela.
Grossman siguió exigiendo que su novela fuera publicada. Posteriormente sería citado por Mikhail Suslov, principal ideólogo de los años de Jruchov y Brezhnov. Suslov repitió algo que Grossman ya había oído antes: que la novela no podría ser publicada durante doscientos o trescientos años. Al hacerlo, estaba reconociendo implícitamente la duradera importancia de la novela.
Temeroso de que la novela pudiera haberse perdido para siempre, Grossman cayó en una depresión. Pero no dejó de trabajar. Además de escribir La paz está con vosotros, el vívido relato de un viaje por Armenia, siguió revisando Todo fluye, una obra incluso más crítica con la sociedad soviética que Vida y destino. Grossman, con todo, sufría un cáncer de estómago; a última hora del 14 de septiembre, la víspera del decimotercer aniversario de la masacre de judíos en Berdichev, murió."
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