domingo, 22 de agosto de 2010
Lectura de Vida y Destino, de Vassili Grossman: introducción y algunas claves de lectura
Espero que hayáis tenido un buen verano. Acabo de volver de un laaaaaargo viaje y retomo el blog para ayudaros en la lectura. Espero que os gustara "El alquimista impaciente" (prepararemos algunas explicaciones sobre novela policíaca, claves para la creación, etc) así como espero que os esté enganchando este extraordinario libro de Grossman.
Vida y destino es uno de esos libros condenados a ganar historia conforme pasa el tiempo. Su autor, Vassili Grossman murió sin haberlo visto publicado y posiblemente convencido de que no vería jamás la luz,. No en vano, el censor soviético que se encargó del informe preliminar le auguró que “no se publicaría n doscientos o trescientos años”. Se trata ciertamente de una obra tan extraordinaria como difícil, que no deja indiferente a ningún lector y que, en caso de abandonar su lectura, nunca será el hastío quien provoque apartar el grueso volumen de nuestras manos.
Georges Steiner, uno de los críticos más lúcidos de la contemporaneidad, dijo que “novelas como La rueda roja de Solzhenitsin y Vida y destino eclipsan todo lo tenido por ficción seria en Occidente al día de hoy”. Sin embargo, ¿Cómo es posible que un escritor de tal calado haya podido pasar desapercibido desde la primera edición? (en francés, hace más de treinta años…) Grossman es un escritor total, chejoviano, tolstoiano, de viejo cuño, que diseña una obra teniendo en la cabeza el molde formal de “Guerra y Paz”; de hecho era loa obra que imaginaba mientras recorría como corresponsal de guerra cada uno de los parajes que narra. El realismo que nutre la narración es tal que ha despertado las críticas de no pocos escritores, fue AnthonyBurgess quien despreció la escalofriante realidad narrativa de la muerte de un niño en una cámara de gas por su “falta de imaginación”… Quizá porque no alcanzó a comprender el carácter épico y ético de la narración de Grossman: para un hombre que ha visto tanto, tan duro y tan de cerca, convertirse en testigo no es una opción, es una necesidad vital; y la muerte carece de imaginación, qué se le va hacer.
Pero posiblemente quien más ha hecho por rescatar la memoria de Grossman ha sido el historiador Antony Beevor, autor de algunos de los libros de historia más vendidos en los últimos años (Berlín, 1945, la caída, El día D, La batalla de Creta, Stalingrado…) quien encontró en los archivos de la NKVD, el servicio secreto soviético, las notas tomadas por el corresponsal de guerra Vassili Grossman y publicó esos diarios hace unos pocos años.
En los años noventa aparecieron en inglés dos excelentes biografías sobre él: Vasily Grossman: The Genesis and Evolution of a Russian Heretic de Frank Ellis y The Bones of Berdichev de John y Carol Garrard. Es difícil hallar un texto tan enérgico y escalofriante sobre la cuestión judía como la carta de Anna Semyonovna, un relato perteneciente a Vida y destino, en el que una madre escribe a su hijo en un pueblo ocupado por los nazis. La última carta, una implacable obra representada por una sola mujer basada en esta carta, fue trasladada a la escena por Frederick Wiseman en París y Nueva York. Con notable éxito, una versión rusa fue estrenada en Moscú en diciembre de 2005.
Grossman no nos concede ningún rincón de paz en la lectura de Vida y Destino, nos remueve a cada paso, a la vuelta de cada hoja. Es imposible permanecer indiferente ante las pinturas de Stalingrado, los campos de concentración, Treblinka, las crueldades de los ejércitos en guerra (También el soviético, de quien no ocultaba atrocidades que le costaron innumerables problemas con la censura; el primero, la caída en olvido de esta inmensa novela). Grossman no ahora las críticas a Stalin en quien no confiaba en absoluto, al punto de mostrarlo como el heredero de Hitler en lo tocante al antisemitismo tras la batalla de Stalingrado. Fue el propio Stalin quien vetó innumerables veces a Grossman a cuanto galardón literario fue propuesto.
Os incluyo por su enorme interés un fragmento del artículo que Robert Chandler le dedicó a Grossman en la revista Prospect, luego traducido por Ramón González Férriz para Letras Libres.
“Grossman escribió en una ocasión que el único libro que podía leer durante los combates en las calles de Stalingrado fue Guerra y paz; su elección de un título de resonancias similares casi reta al lector a comparar ambas novelas. Vida y destino resiste bien la comparación. La evocación de Grossman de Stalingrado es al menos tan vívida como la evocación de Tolstoi de Austerlitz. Como Tolstoi, Grossman adopta muchos puntos de vista: desde el del soldado raso hasta el del historiador o el filósofo. Las reflexiones generales de Grossman son más interesantes y variadas que las de Tolstoi. En ocasiones su fuerza se halla menos en la imaginación que en la lenta y deliberativa lógica; la singular idea de que los estados totalitarios operan con los mismos principios que la física moderna, que ambas cosas están más preocupadas por las probabilidades que por la causa y el efecto, más por vastos conjuntos que por personas o partículas individuales, recorre la novela por completo. En ocasiones la lógica y la poesía se combinan; la imagen de Stalin arrebatando de manos de Hitler la espada del antisemitismo en Stalingrado es una coda a la idea de que el nazismo y el estalinismo son esencialmente el mismo fenómeno.
Grossman expresa sus propias creencias con la mayor franqueza por medio de una tesis en favor de una “amabilidad sin sentido” escrita por un personaje llamado Ikonnikov, un antiguo tolstoiano que recientemente había presenciado la masacre de veinte mil judíos. Antes de condenarse a sí mismo a muerte al negarse a trabajar en la construcción de una cámara de gas, Ikonnikov acude a un sacerdote italiano y le pregunta en una acuciante mezcla de italiano, francés y alemán: “Que dois-je faire, mio padre, nous travaillon dans una Vernichtungslager” (“¿Qué debo hacer, padre mío? Estamos trabajando en un campo de la muerte”.) Grossman es capaz de muchas clases de poesía, desde la elocuencia denunciadora hasta el lenguaje parloteado, roto, de Ikonnikov; sólo se entrega a la poesía, no obstante, cuando el lenguaje más ordinario deja de ser adecuado.
Sólo en un aspecto, quizá, es Grossman eclipsado por Tolstoi: carece de la habilidad de Tolstoi para evocar la riqueza, la plenitud de la vida. No hay nada en Vida y destino que iguale el retrato que Tolstoi hace de la joven Natasha Rostova. Grossman, con todo, escribe sobre uno de los períodos más oscuros de la historia europea, y el tono general de su novela es, correspondientemente, sombrío. Sin embargo, Grossman no carece de amor, fe y esperanza; incluso hay una especie de optimismo en su creencia de que nunca nos es imposible obrar moralmente y humanamente, incluso en un campo de trabajo soviético o nazi. Y esta sutil comprensión de la culpa, la inseguridad y la duplicidad, del dolor y la complejidad de la elección moral da a su obra un valor duradero.
Esta sutileza de la comprensión moral es una de las muchas cualidades que vinculan a Grossman con un escritor que trabajaba en una escala completamente distinta: Anton Chejov. Muchos capítulos de Vida y destino son como cuentos de Chejov. Hay una ironía chejoviana en el capítulo sobre Klimov, un joven soldado en Stalingrado que durante un bombardeo se ve obligado a ocultarse en un cráter durante varias horas. Pensando que está tendido junto a un camarada ruso y sintiendo una inusitada necesidad de calor humano, este dotado asesino le da la mano a un soldado alemán que se ha refugiado en el mismo cráter. Sólo cuando cesa el bombardeo los dos soldados se percatan de su error compartido; salen trepando en silencio, ambos temerosos de ser vistos por un superior y acusados de colaboración.
Así como buena parte de Vida y destino puede ser leída como una serie de miniaturas, también los cuentos de Chejov –en opinión de Grossman-– pueden ser leídos como una sola narración épica. El tributo que un personaje de Grossman rinde a Chejov es una declaración de las esperanzas y creencias de Grossman: “Chejov metió a Rusia en nuestras conciencias en toda su vastedad [...] Dijo, dejemos a Dios –y todas esas grandes ideas progresistas– a un lado. Empecemos con el hombre; seamos amables y atentos con el hombre individual, sea un obispo, un campesino, un magnate de la industria, un prisionero en las islas Sajalin o el camarero de un restaurante. Empecemos con respeto, compasión y amor por el individuo o no llegaremos a ninguna parte.”
Vida y destino podría quizá ser considerada una épica chejoviana sobre la naturaleza humana; como cualquier gran épica, en ocasiones hace añicos su propio marco. En el tren hacia un campo de la muerte, Sofya Osipovna Levinton, una doctora de mediana edad sin hijos, “adopta” a David, un niño pequeño al que Grossman ha dado un buen número de sus recuerdos de infancia, así como el día de su aniversario: el 12 de diciembre. Negándose a abandonar a David o al pueblo judío con el que ahora se identifica por primera vez, Sofya sacrifica su vida al no responder cuando un oficial alemán ordena a los doctores presentes que se identifiquen. Sofya y David están entre la muchedumbre que se ve empujada hacia la cámara de gas. David muere en primer lugar y Sofya siente su cuerpo hundiéndose entre sus brazos. El capítulo termina: “Ese niño, con su ligero cuerpo de pájaro, se marchó antes que ella. ‘Me he convertido en una madre’, pensó ella. Fue su último pensamiento. Su corazón, con todo, todavía contenía vida: se contrajo, le dolió y sintió pena por todos vosotros, vivos y muertos; Sofya Osipovna sintió una oleada de náusea. Se apretó contra David, ahora un muñeco; se murió, una muñeca.”
Como dijo en una carta a Ilya Ehrenburg acerca de El libro negro, Grossman sentía que su obligación moral era hablar en nombre de los muertos, “en nombre de los que yacen en la tierra”. También se sentía sostenido por los muertos; creía que su fuerza podría ayudarle a completar su deber con los vivos. Esto resulta evidente en la cautelosamente optimista conclusión de la historia de Viktor Shtrum. Después de, inusitadamente, traicionar a hombres que sabe que son inocentes solamente porque no puede soportar la idea de perder algunos nuevos privilegios, Shtrum expresa la esperanza de que su madre muerta le ayude a actuar mejor en la próxima ocasión; sus últimas palabras en la novela son: “Entonces, ya veremos [...] Quizá tenga la fortaleza necesaria. Tu fortaleza, madre...”
Los sentimientos de Grossman son revelados aun con mayor claridad en la carta que escribió a su madre en el vigésimo aniversario de su muerte: “Yo soy tú, querida madre, y mientras yo viva, tú también lo harás. Cuando muera tú seguirás viviendo en este libro que te he dedicado y cuyo destino está estrechamente atado a tu destino.” Su percepción de que la vida de su madre continuaba en el libro parece que le hizo sentir que Vida y destino era un ser vivo. Su carta a Jruchov termina con un desafío: “No hay sentido ni verdad en mi actual situación, en mi libertad física mientras el libro al que he dedicado mi vida está en la cárcel. Pues yo lo escribí, y no lo he repudiado y no lo estoy repudiando [...] Pido libertad para mi libro.”
John Garrard ha escrito acerca de lo que él llama “dos heridas abiertas” en relación con Grossman. La primera es la cultura del silencio que existe hasta el día de hoy en el antiguo territorio soviético acerca de la colaboración de parte de la población local en las muertes de los judíos soviéticos. La segunda tiene que ver con la batalla de Stalingrado. En el muro que lleva al famoso mausoleo de Stalingrado, un soldado alemán expresa en grandes letras de granito: “Nos están atacando de nuevo. ¿Pueden ser mortales?” En el interior del mausoleo las palabras de respuesta de un soldado del Ejército Rojo aparecen cubiertas de oro: “Sí, somos mortales, y pocos de nosotros sobrevivieron, pero todos cumplimos nuestro deber ante la Santa Madre Rusia.” Aunque estas palabras están tomadas de “En la línea de la campaña principal”, un artículo publicado por primera vez por Grossman en Estrella Roja y reimpreso en el Pravda, los diseñadores del memorial no reconocieron a Grossman como su autor. Los guías del monumento siguen afirmando que no saben quién escribió esas palabras.
Mientras se construía el memorial, Grossman murió en la oscuridad. El memorial fue empezado en 1959 y terminado en 1967; Vida y destino fue “detenida” en 1961 y Grossman murió en 1964. Fue como si las autoridades optaran por enfrentarse a Grossman dividiéndole en dos figuras separadas: un judío disidente cuya obra debía ser silenciada, y una “voz del pueblo soviético” cuyas palabras serían grabadas en grandes letras siempre y cuando no se mencionara su nombre. Grossman probablemente se habría encogido de hombros ante esa omisión; lo que le habría disgustado más habría sido la renuencia de la gente a escuchar lo que él había dicho “en nombre de los que yacen en la tierra”.
Publicado originalmente en Prospect, © Robert Chandler
Una obra maestra, para mi gusto. Mejor que "Todo fluye", aunque éste último es más sencillo para los que no leen tanto.
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