viernes, 30 de septiembre de 2011

Crítica en "Razón y Fe" a "Tierra Desacostumbrada" de Jhumpa Lahiri.


Os incluyo, por si os interesa, algunas de las últimas críticas que he hecho para "Razón y Fe".

TIERRA DESACOSTUMBRADA, de Jhumpa Lahiri

Madrid, Ed Salamandra, 1ª edición, marzo de 2010, 348 págs.

Traducción de Eduardo Iriarte

Decía hace poco José A. González Sáinz, uno de los escritores de más enjundia que uno pueda hoy día echarse a los ojos, que cada vez que volvía de Venecia o Padua a Trieste, su hogar actual, ese aura de no reconocerse en el hogar que le esperaba, ese acercamiento a la frontera, a la tierra de ninguna parte, hacía del viaje de regreso a casa un tránsito a la serenidad: las luces templadas de Trieste le recordaban que era de aquel lugar lo mismo que podía ser de cualquier otro donde se encontrara consigo mismo. O eso, o como decía Max Aub, “uno es de donde hace el bachillerato”. Trieste es esa ciudad que no es ni italiana ni eslovena sino triestina, de Claudio Magris, de los que habitan el Café de San Marco, de quien se siente parte de ninguna parte.

Desde ahí podemos entender la cita que encabeza el extraordinario libro de Jhumpa Lahiri “Tierra Desacostumbrada” que recomendamos en esta ocasión (en espléndida traducción, nos consta, de Eduardo Iriarte). Es del Nathaniel Hawthorne, extraordinario cuentista norteamericano, vecino de Emerson y de Thoreau, cuyo nombre figura en la dedicatoria de la alegórica “Moby Dick” de Herman Melville. Hawthorne, niño desarraigado cuyo padre le prohibía salir de la habitación siquiera para comer a fin de evitar el pecado, difícilmente pudo sujetarse a tierra o ideal alguno. La cita dice así, y es toda una declaración de principios: "La naturaleza humana no dará fruto, si se planta una y otra vez, durante demasiadas generaciones, en la misma tierra agotada. Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada".

Jhumpa Lahiri es ella misma tierra desacostumbrada: hija de bengalíes que recalaron en Londres en busca de una vida mejor, cruzaron de nuevo el charco antes de que ella cumpliera dos años y fijaron residencia en Nueva York. Ya en su primer libro de relatos, El intérprete de emociones, Lahiri fijó su territorio narrativo y emocional: el difícil encuentro entre dos culturas tan distantes como la anglosajona y. la india. Este primer libro se llevó el Pulitzer , el PEN/Hemingway Award y el premio de la revista The New Yorker que se otorga al mejor debut literario del año.

Tierra desacostumbrada no es un libro más: es un libro maduro, y ello ni es poco ni es frecuente en la actualidad: no son datos banales esos 680.000 ejemplares vendidos, ser acreedor dell Premio Frank O’Connor, el Vallombrosa Von Rezzori o el hecho de haber sido elegido Mejor Libro del Año 2008 por The New York Times. Nadie intente encasillar su obra: Lahiri es refractaria a las clasificaciones; tanto ella como Salman Rushdie, Arundhati Roy, Vikram Seth, Kiran Desai, o Aravind Adiga huyen del exotismo como de la peste; han hecho de la hibridación un estilo que , lejos de ser “angloindio”, coagula la experiencia de la convivencia de una forma tan rica que es inclasificable: ahí está Lahiri.

La narrativa de Lahiri remueve una y otra vez las identidades culturales desde los afectos y las personas que sufren sus conflictos: ahí está es la diferencia. Sus familias acarrean como un pesado fardo en ocasiones esa doble identidad, la que recibieron de sus padres y la que han aprendido en la pubertad. La duda estriba en cuál de ellas ha de prevalecer. Lahiri siempre encuentra un punto sincrético que nace del sentido común de alguno de los personajes. En el primero de los cuentos, a mi juicio el que despliega mayor elegancia narrativa, Ruma y Adam reciben la visita del padre de ésta. El abuelo Dadu no sabe cómo explicarle a su hija y a su nieto Akash que, tras su viudedad, mantiene una nueva relación… Será Ruma quien tienda el puente con una extraordinaria delicadeza no exenta de fina ironía anglosajona. El final de este relato es excepcional.

Es curioso el manejo de algunas ideas recurrentes en los ocho relatos que vertebran este libro: En este primer cuento, una postal “perdida” (digamoslo así) entre la tierra removida del jardín que cuida Dadu, recorre el océano de incomunicación entre Ruma y su padre. Del mismo modo que unas fotografías de su madre desatarán la ira de Kaushik contra las hijastras de su padre en el séptimo cuento “Fin de año”. Los niños, desvinculados en muchos casos de los anclajes emocionales de los abuelos, son en los cuentos de Lahiri quienes muestran a los adultos la incapacidad para el diálogo: hasta en cuatro de los cuentos “Tierra desacostumbrada” “Sólo bondad” “Una elección de alojamiento” y “Fin de año” revelan de qué manera la tercera generación de bengalíes percibe el mundo de manera diferente a sus mayores, verificando la certera cita de Hawthorne: “Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada”

Hay en los cuentos de Tierra desacostumbrada un cierto halo trágico: sólo una de las parejas mixtas (la de Adam y Ruma, precisamente la del cuento que da título al libro) parece comprender la necesidad de aprender a vivir su propia vida. El resto, las de Paul y Sang, Roger y Sudha, Megan y Amit, Deborah y Prnab, Hema y Julian, no saben a ciencia cierta quién vive sus vidas: la incomunicación, los valores culturales en conflictos, los hijos, la sexualidad reprimida, la madurez, “las cosas de la vida” van sembrando la tierra que habitan de distancias, silencios e inconsistencias que el lector reconoce sin necesidad de darles nombre. Jhumpa Lahiri les hace vivir los conflictos de la sociedad que les acoge, pero no siempre son conscientes de que los nuevos valores están avivando otros latentes que un norteamericano anglosajón quizá viviera sin mayores quebraderos de cabeza: cómo afrontar matrimonios concertados, la sexualidad tras la viudedad, el fracaso vital, los hijos sobrevenidos de una nueva pareja, celebraciones ajenas a la tradición, el consumo de alcohol, una moda en la que ya no impera el sari o unos hábitos alimentarios donde el ritual celebrativo y el cuidado ya no tienen sentido. El cordero al curry, los bizcochos de miel, las hamburguesas, las kurtas, los saris, los vaqueros y el licor nutren una nueva identidad que separa abuelos y nietos tanto como el mismo océano.

Como vemos, los conflictos que presenta Lahiri aparentan no tener grandes dimensiones para la humanidad pero sí para el personaje, que es en definitiva quien ha de tomar las riendas de su vida; “Cuando creces en tu infancia como un inmigrante tú ya vas a ser siempre –o al menos yo lo era– muy consciente de lo que quiere decir o ha de significar el haber sido arrancado de tus raíces o el arracarte tú mismo de tus propias raíces” decía ella recientemente en una entrevista. Lahiri reconoce como frustrante la literatura segmentaria, esa que trata de representar archipiélagos culturales que nada tienen que ver con el mar vital que les rodea. Ella se siente profundamente norteamericana, de ahí que en sus cuentos la solución a los conflictos brote de alguna decisión sincrética, y ahí radica el verdadero interés ético de estas narraciones: la mediación reflexiva, la reflexión desde los propios contextos y la voluntad sincrética fluyen como una especie de “justicia poética”, aprovechando el término que la también norteamericana Martha Nussbaum acuñara años atrás.

Y a éste asunto quisiera hacer referencia para terminar esta recomendación: los mapas mentales con que los personajes resuelven sus conflictos son muy densos y complejos. Como lectores adivinamos parte, y Jhumpa Lahiri es una narradora lo suficientemente hábil como para sugerir el resto en un delicioso subtexto que el lector debe completar con su imaginación. No es una novela en la que se diga todo lo que sucede: exige que nuestra comprensión complete el resto. Esos mapas sincréticos con que algunos personajes atan los hilos de su nueva vida en búsqueda de la felicidad en tierra desacostumbrada, quizá respondan a la enigmática afirmación con que empieza el libro. Quizá sea eso, sincretismo y sentido común, lo necesario para que la tierra siga dando fruto.

JORGE SANZ BARAJAS.



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