Hoy mi madre le dará un abrazo a la tuya en el funeral. Llorarán a moco tendido por los hijos caídos. Los viejos del barrio de Las Fuentes, que en los años ochenta pensaban que el baloncesto era un deporte de niñas, recordarán quizá a ese base del colegio Santo Domingo de Silos que atropellaba las zonas con su ímpetu y sus constantes ánimos a sus amigos y compañeros. Incombustible. Tenías un empuje ciclópeo y daba miedo defenderte. No es que fuéramos muy buenos... Más bien al contrario, éramos unos paquetes, Félix, pero lo dejábamos todo ya en el campo. Yo era el base del equipo del colegio Las Fuentes, el equipo contrario, el que salía a defenderte a cara de perro. Nuestros duelos al sol eran como un Athletic-Real Sociedad o un Liverpool-Everton, llenos de ilusión pubertosa. De aquellos años de Silos y Las Fuentes salieron Las Novias, Félix, De aquella generación era también (aunque de otro barrio) Nacho García-Velilla, Jota de Ixo Rai... Todos nos criamos pegándole al balón, alrededor de las mismas cervezas. Ninguno sospechaba que el amigo turbio de ebriedad literaria que tenía al lado, leía o escribía tanto.
El barrio de Las Fuentes fue en aquellos años el epicentro creativo de un montón de chavales que no teníamos más que imaginación, padres en paro, escasas oportunidades y unas infinitas ganas de hacer cosas nuevas. Las Fuentes era un Harlem blanco lleno de tribus inquietas y freaks entrañables.
Luego fui sabiendo de ti y admirando tu trabajo. Nos vimos en el estreno en Zaragoza de El Cartero y Pablo Neruda, de Michael Radford, allá por 1995. Estábamos sólo cinco personas en la sala ¿lo recuerdas? Tú habías ido con dos amigos, yo con Pilar. La sala vacía; la película , deliciosa; al lado, un remake de Parque Jurásico llenaba a rebosar la suya.
Y sin saber por qué, aunque lo cierto es que los amigos dicen de ti que descansabas poco y que no descansarías hasta haberlo leído todo, los años se te han ido a los ojos y te has apagado.
Todavía no nos hemos dado cuenta de la cantidad de manzanas, querido Félix, que has tirado del árbol para nosotros.
Tus amigos, Félix, te recordarán como la mejor persona que siempre tuvieron a su lado. Mis alumnos -algunos te conocían y sabían de ti- empiezan a pensar que este tipo del que les estoy hablando, además de ser un hombre extraordinariamente creativo, era maestro de literatura, dignidad y coraje.
Un abrazo, Félix, eterno. Y con la esperanza de que me esperes con una caña bien fría.
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