lunes, 16 de abril de 2012

Material para "Antecedentes" de Julián Rodríguez, y traslado de la próxima sesión al 16 de mayo.




Os informamos que hemos tenido que cambiar, por razones laborales, la sesión del 9 de mayo hasta el próximo miércoles 16 de mayo

... Y que empezamos la lectura de Antecedentes de Julián Rodríguez, del que incluimos algunas críticas de interés.

Y un vídeo estupendo de la presentación de "Tríptico" y "Santos que yo te pinté" con Julián Rodríguez, Felix Romeo e Irene Antón en la Librería Portadres de Sueños, de Zaragoza

Un artículo de Marta Sanz en la Revista "Clarín"

Julián Rodríguez es, sin lugar a dudas, uno de los autores más interesantes del panorama actual en nuestro país. Ha escrito libros como Lo improbable, Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás o Cultivos: poemas, ficciones y textos autobiográficos —que él denomina “piezas de resistencia”— que cuestionan los límites entre los géneros sin hacer uso de las manidas estrategias de una vanguardia reciclada que es, en sí misma, un contrasentido, un oxímoron, una imposibilidad.Julián Rodríguez no es un autor after pop ni after dark; tampoco lo era cuando escribió Mujeres, manzanas y Nevada, sus dos primeras obras que ahora se fusionan en Antecedentes.
En Antecedentes, unos individuos aparecen prendidos a otros a través de sutiles hilvanes. Los hilvanes del amor y de la familia. Se trama una fina retícula que, sin embargo, exhibe su resistencia cuando nos arraiga a un lugar y hace que, en nuestros itinerarios, proyectos de vida, injertos y trasplantes, en las pruebas para arraigar en otro sitio, siempre aparezca en la piel la mácula del desclasamiento, no como estigma, sino como constatación de que es imposible perder la memoria: una memoria que es el tiempo y también el paisaje. Los antecedentes de este libro son comunes a todas las historias porque se sitúan en esa Historia donde todos somos uno y el mismo: un territorio de miseria; un campo donde se ha dejado de sembrar la hortaliza para cultivar maíz para los cerdos. El campo original, el pueblo, donde pinchan más las hambres de las que aún no nos hemos desprendido. Tampoco del pelo de la dehesa ni de esas anemias antiguas que no se pueden borrar con lejía o aguarrás. Pertenecemos a una generación que, por mucho que se disfrace y haga titánicos esfuerzos de amnesia y desinfección, aún no ha olvidado el peso del pueblo a sus espaldas. El pueblo no se entiende, en la propuesta de Rodríguez, como un locus amoenus de belleza, bondad y prosperidad. La Historia es, en este sentido, homogénea y sólo se enfoca de otra forma a través de la diferencia de clase: la pluralidad del relato histórico no estriba en la idiosincrasia del Spain is different. La Europa y el mundo recogidos en la segunda parte de este volumen (“Textos extranjeros”) cuenta también con unos antecedentes que siempre serán tristes para el obrero del campo, el trabajador manual, el operario de la fábrica, el excluido, el desplazado. Rodríguez está planteando una paradoja política descriptiva del estado de cosas: precisamente el más pobre, al que le quedan más residuos de tierra y de boñiga en el zapato, es el más propenso al ejercicio de un olvido que lo desinsecte y lo libere de su carga; un borrado del origen que lo desclase para poder ser una persona anónima —sin procedencia, sin genealogía, álbumes de fotos, pasado...— en un mundo que, en definitiva, no existe. Los pobres propenden a creer en la fábula del hombre hecho a sí mismo y los hombres hechos a sí mismos tachan a menudo sus antecedentes penales y el analfabetismo de las madres que los parieron. La memoria, lejos de ser una herramienta de aprendizaje para llevar a cabo las correcciones de la Historia y sus historias, es un trauma, un dolor, una enfermedad que Rodríguez practica sin el vaho embellecedor de la nostalgia...
Como Arthur Bispo do Rosário, artista conceptual y povera, que cosía, cortaba, formaba sus artefactos por las habitaciones del manicomio, también Julián Rodríguez practica el arte povera y conceptual, y es, a la vez, muy rancio y muy moderno: patatas y ceniza dentro de un cubo, un embarazo que obliga a echar la vista atrás más que hacia adelante, una mujer que se abriga bajo la manta y quizá muera, pueblos donde todos los niños son amigos porque no hay ningún amigo que sea de verdad, la indispensable dureza del corazón de unas mujeres que lo que sienten en el fondo es miedo al frío y a la soledad... Hay tres textos estremecedores que muestran un oído privilegiado para captar las endemias y las pandemias afectivas de las mujeres: “Muerte”, “Terquedad” y “Patchwork (Vacío)”
Julián Rodríguez es un letraherido al que no se le transparentan las tuercas de la impostura, los artificios del lector que escribe, los tristes e inconfesables resabios. Rodríguez saca a la luz sus referencias porque sabe que su escritura no necesita camuflarlas para justificarse a sí misma; los hilos que unen las voces de este autor con otras voces fructifican en él y esos antecedentes literarios no están atravesados por un aura miserable: hay un desgajamiento entre lo vital y lo literario que sirve quizá para apaciguar el dolor, aunque los nombres, como el lenguaje, vayan mutando a lo largo de la vida (Eliza, Lil, Nanna), mientras la cosa ( yo y los otros, eso, lo que se repite en todos y es a la vez lo uno y lo otro, lo diferente y lo único) permanezca casi inalterado.
Han pasado diez años desde la primera publicación de Mujeres, manzanas y de Nevada y ahora, cuando todo corre vertiginosamente, estas letras siguen teniendo algo de inclasificable, inquietante y ultramoderno. Quizá en esa extrañeza, en esa incertidumbre, reside su inmensa autenticidad, su limpieza cortante y su poder para remover al lector, incomodarlo, haciéndole entrar en un territorio reconocible en su ingratitud a través de un lenguaje que no se cifra en el confort de las frases hechas ni de una retórica literaria previsible. Contra la soberbia de los lectores, Rodríguez opone un discurso de exploración y de permanente aventura.
Publicado por Banda aparte en 00:02

Recuerdo que leí Nevada (Renacimiento, 2000), un poemario que contaba historias de personas que trataban de sobrevivir con la dignidad que siempre nos hace mejores. Recuerdo que el librito estaba recorrido, desde el primer poema, por el frío y te dejaba helada el alma. Pasaron unos años y lo siguiente que leí del autor fue Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (en la interesantísima editorial Caballo de Troya, en 2004). El impacto ocurrió desde el título. Y ya no pude soltarlo hasta que no acabé de leerlo. En realidad aún no he podido hacerlo. Siempre está ahí: una suerte de diario dividido en diez momentos, cada uno de los cuales pretendía constituir un relato real, creado a raíz de un artículo para una revista de arte, o a partir de un montón de fotos antiguas, o de algunos recuerdos de su pueblo: Ceclavín, en Cáceres. El título lo tomó prestado de una exposición del fotógrafo Daniel Guzmán. Siempre pienso que nuestra vida es eso: unas vacaciones más o menos baratas en la miseria de los demás. Pero lo más sorprendente del libro es el uso novedoso que hace del género (diario) y aun más del lenguaje. Algunos piensan que ya está todo inventado. Yo aún me encuentro con sorpresas como esta. Y el paso siguiente fue buscar sus libros anteriores. Ahí aparece Mujeres, manzanas (Editora Regional de Extremadura, 2000) un conjunto de historias de mujeres que, es cierto, trataban de sobrevivir con la dignidad que siempre nos hace mejores. Y, también es cierto, estaban atravesadas por el frío, que te dejaban helada el alma. Ahora, diez años después de esos dos primeros libros y cuando Julián Rodríguez es ya una referencia ineludible a la hora de analizar la narrativa española, aparece Antecedentes (Mondadori). En el prólogo escribe: Recuerdo que comencé este libro, ambos libros, el verano de 1997, pero fue un verano para mí infernal. Cuando dice ambos libros se refiere a Nevada y a Mujeres, manzanas. Continúa: La disposición de los textos de aquellos dos libros en esta nueva edición (…) obedece a un criterio que, hoy, me parece más cercano a lo que siempre deseé que fueran: un solo libro. Es cierto: los textos están dispuesto de manera diferente. Abrir con el relato “Muerte” es un acierto. Es uno de los relatos mejores. No sólo en el libro hay verso y prosa. También en algunos relatos, como en este “Muerte”, hay fragmentos de poemas que nos ayudan a comprender mejor a las protagonistas: Ramón Gaya, Luis Alberto de Cuenca, José Luis Piquero, aparecen en mayor o menor medida entre sus páginas.
El prólogo comienza así: Este libro fue un laboratorio. Cuando leí Unas vacaciones prestadas… lo primero que quise fue encontrar antecedentes. Porque Julián Rodríguez sabía qué quería hacer con el lenguaje y qué lo hacía diferente. No diría yo que Antecedentes sea un laboratorio donde fue pergeñando la voz que quería para sus libros posteriores. O sí. Los primeros libros son casi siempre un paso en la construcción de la obra. Y eso no les quita valor: a veces incluso son los más interesantes.
El libro se estructura en tres partes que se inician con algunos de los mejores textos: la primera parte comienza con “Muerte”, una historia de tres mujeres que coinciden en un punto de Extremadura mientras una de ellas lee un poema de Ramón Gaya que le evoca instantáneas nítidas de su pasado, la segunda barre la entrada de un bar y la tercera, su madre, aparece a veces por la ventana de este apremiándole en su trabajo. En Julián Rodríguez siempre tiene un espacio el arte, la literatura alimenta a los personajes. En el relato “Palabras”, la protagonista vive de la caridad de los otros: Algunos sólo les regalaban palabras./ Ya son una ayuda, pensaba ella. La gente no sabe cuánto aprecio las palabras./ Más que dinero, se decía también, porque así podía pagar con la misma moneda.
Los personajes del primer relato aparecerán en otros: a veces vislumbrados con breves trazos que nos evocan otras páginas, a veces más claramente. Yo creo que hay mucho de estas mujeres en algunos personajes de sus libros posteriores, de todos sus libros. La pareja de “Navidad” también me es familiar. No sólo ella, también él. La relación con su madre y con su hermano, tan especial, tan cercana. Las fotos de familia también abundan en estas historias. La familia siempre está presente. Hay mucho deAntecedentes en Cultivos (Mondadori, 2008), su último libro hasta ahora.
La segunda parte, con el subtítulo “Textos extranjeros”, se abre con “Virtud”. Aunque la historia no ocurra en España, podría trasladarse tal cual a Extremadura o a Andalucía. Es el relato que debía leerse en todas las escuelas de zonas rurales para ir conociendo algo de su pasado, en ocasiones, no demasiado lejano. Las jóvenes de un pueblo perdido que desde los trece años esperan la llegada del hombre que las saque de sus casas. Hay algo de mítico y atávico en “Virtud”, el relato con el que comenzaba Mujeres, manzanas. Los poemas más narrativos del libro, hablo por ejemplo, de “Maximilian Kolbe”, se leen con solución de continuidad. Es la otra cara de la virtud, allí donde el frío tomaba su nombre. Las guerras aparecen en el libro. Son parte de la historia del siglo XX y todo está enlazado. En la guerra todos somos diferentes, parece pensar Julián Rodríguez. Algunos están a la altura y otros no.
La tercera parte del libro comienza con “Pietá”. Piedad es el nombre de dos de las mujeres que aparecían en “Muerte”, la madre y la hija del bar. Pietá es otra forma de Muerte. Sus relaciones con el mundo, con los hombres, no las hacen felices. Los gorriones que asomaban cada mañana a la puerta eran menos huérfanos que ella y sus hijos. El relato “Desconcierto” es la autobiografía de una mujer que tampoco fue demasiado querida por los suyos. En realidad, las mujeres del libro no son felices porque no son queridas. Ni por sus familias ni por sus parejas. Eran tiempos también de otras necesidades:Desayunar un café con leche era entonces un lujo. Ella encontraba consuelo, aunque también desconcierto, en las palabras que leía o en el paisaje, o en lo que le decía un maestro en la escuela.
Y otro de los mejores relatos del libro es el que lo cierra, “Manzanas.”, que nace o toma forma a partir de “Historia de G.”, el poema de José Luis Piquero. José Luis Piquero y Julián Rodríguez son dos de los autores que prefiero actualmente. Me gusta encontrarlos a ambos en un libro que quiero: Antecedentes, el retrato de mujeres que nos helarán el alma, el retrato de mujeres que ya todos conocemos. Era necesario un libro así.
(Publicado en el número 86 de la revista Clarín).


Una presentación de Julián Rodríguez en la revista "Tríptico"

Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres 1968) es el director literario de la exquisita editorial Periférica y el autor de una obra ya considerable cuya periodización es propuesta por el propio autor desde la solapa de sus libros. Su obra comprende "Antecedentes", que reúne relatos y poemas hasta 2000; las ficciones de Lo improbable (2001), La sombra y la penumbra (2002) yNinguna necesidad (2006; Premio Ojo Crítico de Narrativa); Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (2004; Premio Nuevo Talento FNAC) y Cultivos (2008), que son sus textos de "no ficción"; y un ciclo denominado "Piezas breves" cuyas dos primeras entregas son estos Tríptico ySantos que yo te pinté bellamente editados por la madrileña Errata Naturae.

El primero reúne tres relatos cuyo argumento consiste en variaciones de la voz femenina; tres mujeres que podrían ser una sola monologan en un ámbito vaciado de referencias concretas pero atravesado por los que son los temas principales de la obra de Rodríguez: el transcurso del tiempo, la precariedad de la memoria y las poblaciones rurales españolas y la convivencia desapasionada en ellas con los fantasmas de la Guerra Civil. Y sobre todo el programa de su autor, que éste explicita en varios pasajes y que a menudo parece poseer mayor importancia que la historia narrada que le sirve de sostén; ese programa es el de un minimalismo que el autor prefiere llamar "conceptismo" y que consiste en la práctica de la "escritura lacónica" (42) resultante de dos estrategias diametralmente opuestas: el "vaciado" mediante el uso recurrente de la elipsis y de otras figuras retóricas como el zeugma, la anfibología y la paronomasia, y el "llenado" a través del uso extensivo de la cita. En Tríptico los autores citados o aludidos de forma explícita son Garcilaso de la Vega, Franz Kafka, Baltasar Gracián, The Cure, Marguerite Duras y Bertolt Brecht; en Santos que yo te pinté, Gesualdo Bufalino, John Cage, Peter Handke, Juan de Palafox y Mendoza, Bernardo Fontova y Los Planetas.

El recurso a la cita otorga a la obra de Rodríguez un carácter casi ensayístico (además de probar, por el caso de que el catálogo de Periférica no fuera suficiente, cuán buen lector es); su laconismo, por contra, lo acerca a cierta poesía contemporánea. La vinculación con la poesía es particularmente evidente en Santos que yo te pinté, que aparentemente es el monólogo de un personaje que pendula hacia atrás y hacia adelante en la memoria contándole a su hermano una historia amorosa fallida pero que en realidad es otro ejercicio poético de una "voz"; el hallazgo de esa voz sirve mejor de justificación al texto que la historia contada, de la que el lector apenas sabe algo cuando el libro ha terminado. Al igual que en el caso de cierta poesía, la eficacia del texto depende estrechamente de que el lector acepte dejarse conducir a la deriva de "una memoria que iba deshilachándose" (25) de cada uno de cuyos hilos el narrador extrae una historia; si el lector lo hace, el resultado es extraordinario, ya que Rodríguez es un escritor singularmente dotado, capaz de evocar de una forma carente de un énfasis melodramático dramas personales y carencias afectivas que están en el fondo de cierta literatura complaciente (con la que la obra de Rodríguez no comparte nada) y capaz también de que esa evocación sea transparentemente política.

La singularidad de su propuesta y la seriedad con la que Julián Rodríguez escoge el camino menos transitado hacen que, naturalmente, su literatura no sea fácil para el lector, pero también lo convierten en un escritor único y necesario. No es improbable que el interés por parte del autor de explicitar todas las referencias y guiños en sus textos (una tendencia particularmente evidente en Antecedentes) dificulte el tipo de malinterpretaciones y atribuciones erróneas por parte del lector que multiplican los sentidos de los textos y los convierten en productivos, pero también es probable que el lector se vea compelido a disculpar esos excesos en nombre de la radicalidad de la propuesta de Julián Rodriguez.

Al comienzo de la que ya es una producción notable, en el relato de Mujeres, manzanas (2000) "Juventud", recogido ahora en Antecedentes, Rodríguez escribió que "las vidas vulgares y las vidas interesantes siempre se parecen entre sí" (98); sin embargo, los escritores vulgares no se parecen en nada a los interesantes. Julián Rodríguez es evidentemente de estos últimos.

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