Este próximo miércoles 19 de septiembre nos encontraremos para empezar el curso con el escritor Use Lahoz, para comentar su libro "Los buenos amigos" y, en general, sobre su producción.
Unos avisos prácticos: esta sesión empezará a las 19h para que tengamos tiempo suficiente y, además, por si queréis que Use firme ejemplares.
Por otra parte, os comento que hemos tenido que cambiar una de las lecturas por falta de existencias: la espléndida novela "Claus y Lucas", de Agota Kristof, estaba agotada y la hemos reemplazado por "Río revuelto" de Joan Didion. Si conseguisteis un ejemplar de Claus y Lucas, conservadlo porque es una joya, una de esas grandes novelas que aún dará mucho que hablar...
Incluimos unos materiales para que conozcáis un poquito más a Use Lahoz y su obra:
Una excelente reseña de J. Ernesto Ayala-Dip para Babelia:
LIBROS
El realismo no está muerto
Use Lahoz vuelve con Los buenos amigos. Una historia al estilo de Balzac a la que no le sobra ni le falta nada.
En 2009 Use Lahoz publicó una novela que dejaba traslucir un futuro de novelista de fuste: Los Baldrich, una historia familiar en la estela de las novelas familiares conocidas como sagas. La obra funcionaba en líneas generales, pero adolecía de algunos errores que solo el afán de no repetirlos podría prometer otra novela, esta más redonda. Ahora retorna con Los buenos amigos.
Los buenos amigos tiene más de 600 páginas. A esta historia no le sobra ni le falta nada. Ello quiere decir que todo lo que se narra, lo que se explica y se describe es necesario a los efectos de la eficacia y el placer de su lectura. Use Lahoz ha escrito una novela redonda. Todo está pensado y puesto para que el relato consiga nuestro interés. Se trata de seguir su trama y sus avatares con ese encendido interés que nos procura una novela muy bien urdida y mejor acabada. En primer término, debo destacar la precisión narrativa de su voz omnisciente.
Todo lo que le faltó a Los Baldrich, esta lo tiene en la mejor tradición de la narrativa decimonónica. Una voz que nos guía, que nos expone la dimensión humana, psicológica y moral de sus personajes sin que tengamos que tomar partido por ninguno. Diría que Los buenos amigos es una novela de destinos desencontrados, a merced del azar o de decisiones equivocadas, víctimas de la codicia, la frustración o de los sentimientos más gestionados.
Los buenos amigos son varias novelas. Una novela de formación (o deformación), una novela sobre el paso del medio rural al urbano, una novela sobre la emigración del sur de España a Cataluña, sobre la ascensión social y sus costes humanos. Lahoz enfrenta dos modos de mirar el mundo, el de dos adultos que fueron niños en un orfelinato en la posguerra.
Su escritura es una voz. Omnisciente que deja que seamos nosotros quienes tengamos la última palabra.
Por momentos tuve la impresión de estar leyendo una novela de Balzac. Ese aire entre trágico y triste de los personajes balzacianos, tan llenos de ilusiones perdidas.
Lahoz demuestra que el realismo no está muerto. Que puede vivir con otras tendencias. Siempre que sea para contarnos lo que nos cuenta y como nos lo cuenta Lahoz.
Una entrevista a Use Lahoz (La estación azul - RNE 1, 11/12/16)
Use Lahoz hablando de "La estación perdida":
Una entrevista de Antón Castro para Heraldo:
Use Lahoz: "Me interesan los personajes con desarraigo emocional"
Use Lahoz es autor de valiosa novelas como ‘Los Baldrich’, ‘La estación perdida’ y ‘El año que me enamoré de todas’ (Premio Primavera). Nieto de aragoneses, pasó muchos veranos inolvidables en La Hoz de la Vieja (Teruel) o en los Monegros. Y en su caso, el pasado siempre vuelve.
-Leo en algún sitio que esta novela ‘Los buenos amigos’ podría cerrar una suerte de trilogía con ‘Los Baldrich’ y ‘La estación perdida’.
-Leo en algún sitio que esta novela ‘Los buenos amigos’ podría cerrar una suerte de trilogía con ‘Los Baldrich’ y ‘La estación perdida’.
-No sé si cierra o no una trilogía, lo que es seguro es que es una consecuencia de las otras dos novelas. He pretendido que en ‘Los buenos amigos’ estuvieran todas las clases sociales, todos los sentimientos y todos los bandazos emocionales que nos concede la vida, y hacerlo en mi universo de siempre, en unos espacios (pueblos de Aragón, Barcelona) y tiempos (de los 50 a 1992) repetidos, porque ambos son de cambio.
-¿Cómo nace este libro, por qué le atraen tanto los personajes desarraigados?
-Nace de una imagen que vi hace unos años en un bar de Barcelona: una mujer arrodillada fregaba el suelo y dos hombres tras la barra la observaban en silencio. Me pareció anacrónica, fuera de época, y me pregunté qué podría haber entre ellos. Durante años fui tirando del hilo y me inventé unas vidas para ellos y para el que entraba en el bar, e imaginé el tenso reencuentro de dos viejos amigos. La lucha por la vida, la búsqueda de felicidad, son una obligación del ser humano. Hace poco presenté en París el último libro de mi admiradísimo Pisón…
-¿Se refiere a ‘La buena reputación’ (Seix Barral)?
Sí. Ignacio comentó que cuando la gente hablaba de novela histórica se centraba en las vidas de reyes importantes de tiempos remotos, y que a él no le gustaba eso, porque en todo caso le interesaría más cómo vivían los súbditos de un emperador que el propio emperador. Bien, estoy completamente de acuerdo. Al mismo tiempo, me interesan los personajes con desarraigo emocional, pueden ser ricos o pobres, pero si viven en guerra consigo mismo, mejor. Esos personajes, con conflictos emocionales, son a la postre los más interesantes para un escritor porque sabe que gracias a ellos la novela va a doler.
-Vayamos a sus parentescos con Aragón. ¿Qué supuso para usted La Hoz de la Vieja?
-La literatura es principalmente memoria. La experiencia es una de las herramientas que tiene el autor para crear una ficción. A mí los veranos fundacionales en el pueblo me han marcado profundamente. Tuve la suerte de asistir como observador externo a una realidad diferente y maravillosa en la que la nada se repartía. Yo me pasaba tres meses eternos en un mundo completamente opuesto (otro lenguaje -y otra lengua-, otros hábitos, otras comidas, otras costumbres, otros trabajos...) y, como cualquier niño, me pasaba el curso en el colegio de Barcelona deseando que llegara verano para volver con mis abuelos, mi bicicleta, mis amigos. No había nada que nos gustara más que ir al campo, y que nos dejaran ir a cosechar con los mayores, o ir a pastor, suponía un triunfo, la gran recompensa. Todo el que tenga un pueblo sabe que es una fuente de conocimiento impresionante y también de historias, porque las ausencias están muy vivas y se habla mucho y se recuerda mucho...
-En ‘Los buenos amigos’ también lo hace.
-En este caso reaparece Espalión, un pueblo inventado, que ya aparecía en La estación perdida, que yo ubico por los Monegros, más o menos, y que en realidad es una mezcla de varios pueblos que están en mi subconsciente y que aunque geográficamente estén alejados como la Hoz de la Vieja (Teruel) y La Almolda o Bujaraloz (Zaragoza) en mi imaginación se unen.
-Rescátenos algunos de sus mejores recuerdos, ¿en qué medida nace allí el fabulador?
-Son muchos recuerdos y, como es lógico, ganan los buenos. La memoria es muy hábil y al final acaba siendo un cuento que nos vamos contando a nosotros mismos como queremos, cortando por aquí, embelleciendo por allá. Sin embargo, por ejemplo, hay uno que es fundamental para esta novela, y es el incendio de un corral de mis abuelos. Nunca nadie supo qué pasó. Eran las fiestas de la Hoz, en agosto, y de pronto parece ser que desde la plaza, mientras tocaba la orquesta, se empezaron a divisar las llamas... Yo no me enteré de nada porque era pequeño y se ve que estaba dormidísimo, pero tengo muy viva la desolación que reinaba en casa y en el pueblo. Cuando escribes acudes a la memoria y un pequeño recuerdo como este puede resultar imprescindible. No obstante, los personajes de esta novela tienen una relación extraña con sus pueblos de origen: Sixto pretende borrarlo, pero Vicente acude al suyo en busca de amparo.
-¿Cómo definiría a Sixto y Vicente, amigos de jóvenes, alejados luego por una mujer?
-Son dos chavales huérfanos que se encuentran en un orfanato de Barcelona. Son niños, tienen esa edad, entre ocho y diez años, en la que es fácil idealizar al de al lado, que no es como es, sino como la mirada lo inventa.
-No vamos a contar toda la novela, ni siquiera desvelar demasiado… pero sí querríamos saber: ¿Qué es más poderoso: el amor o la amistad?
-Yo creo, como decían los griegos, que la amistad es de las mayores recompensas que te puede dar la vida. Ellos la llamaban "Philia", y recomendada tener entre tres y nueve amigos, no más, y tampoco menos. Por eso en esta novela son dos, porque así el conflicto está asegurado. Muchas veces los grandes amores vienen precedidos de una bonita amistad.
-¿Qué es lo que no se le perdona a un amigo?
-Esta pregunta es complicada... supongo que debe de haber muchas cosas, lo que está claro es que siendo como es una bonita recompensa, la amistad no conviene traicionarla.
-¿Cómo es Lucía, acaso el motor de la novela, o uno de sus estímulos principales?
-Lucía Barrachina es, junto a la francesa Cécile, mi personaje favorito en cuanto a la emotividad que transmite. Ellas dos viven la amistad más limpia de la novela. Lucía tiene un arco de transformación muy grande, y representa como ninguna la lucha por la vida, la luminosa y desnortada derrota de los perdedores. Cuando se da cuenta que el amor no es como lo imaginaba, se agarra a la amistad para seguir adelante.
-Sorprende la evolución de Sixto: ese acercamiento al cine del destape, ese viaje a una España no sé si sórdida o frívola.
-Vidal Surós, otro personaje del libro, le dice en un momento dado a Sixto que los negocios siempre hay que llevarlos a cabo en un país que esté creciendo económicamente. Surós es muy hábil, atento a las necesidades de la gente y a los cambios que venía experimentado este país desde los 50, que son muchos, y a todos los niveles: geográficos, demográficos, de mentalidad, de costumbres. Lo interesante para mí de este negocio de Sixto era como se enfrentaba y convivía su mujer, Ramona Duch, con él y con el aura de misterio que transmitían. La novela es literariamente ambiciosa por la cantidad de mundos contrapuestos que hay, la empresa, el pueblo, la publicidad, las comunas hippies, el orfanato, el hotel, el barrio chino, los curas progres y rojos de la transición, etc.
-¿Cuál es el tema del libro en el fondo: la ambigüedad moral o la fragilidad del ser humano?
-Para mí el gran tema de la novela es la lucha de clases, y en torno a él surgen todos los demás, la amistad traicionada, la imposibilidad de sostener sentimientos, la familia como cárcel o como amparo, etc. Para mí, lo más determinante de una historia, son los dilemas morales a los que se enfrentan los personajes.
-¿Concluye en ‘Los buenos amigos’ que, en el fondo, todos somos extranjeros ante los demás y quizá ante nosotros mismos?
-No sé si ante nosotros mismos, pero como le dice una de las monjas a Sixto, lo importante es dormir sin culpa. Él no lo conseguirá. Todo el mundo esconde algo, y eso no me parece grave, lo malo es querer saberlo todo del otro, porque conocer del todo a alguien es imposible.
-¿Por qué le interesa tanto la fatalidad?
-La fatalidad es un gran tema literario, García Márquez lo maneja magistralmente en una de mis lecturas fundacionales: ‘Crónica de una muerte anunciada’. Me interesa como me interesan los temas de las grandes novelas que me han impresionado, el amor, la familia, la guerra, el dinero... los temas son casi siempre los mismos... en este caso, si quería tratar el delicado destino humano, era inevitable que apareciera.
-De nuevo ha querido hacer como una novela canónica, de ecos decimonónicos. ¿Es ese estilo, ese formato, ese modo de contar tan flaubertiano donde se siente más cómodo?
-Un escritor es su estilo: cómo cuenta una historia... Creo que la novela digamos realista tiene una capacidad de ensoñación deslumbrante. Pero en verdad no creo que sea un escritor tan decimonónico como me dicen. Creo además que esta novela tiene una estructura bastante arriesgada, y una mezcla de géneros... pero sí, mis influencias son variadas, pero dentro de la ficción auténticamente "realista", que considera la vida un material muy digno para ser novelado, y ahí están Pisón, Bolaño, Marsé, Eugenides, Flaubert...
-¿Por qué escribe Use Lahoz? ¿En qué medida la literatura es sinónimo de insatisfacción o de anhelo de perfección?
-La insatisfacción es el motor de la creatividad, una novela se escribe escribiéndola muchas veces, equivocados y corrigiendo, y creo que un escritor compite contra sí mismo y escribe para intentar hacerlo mejor en cada novela. Del mismo modo que la ficción, la lectura, me descubrió todos los comportamientos del ser humano y fue una educación imprescindible para mí, la escritura me sigue equilibrando y hace que tenga conciencia de todo ello.
Una entrevista de Javier Yuste para El Cultural:
Use Lahoz: "Intento entrar en la novela con una intención poética"
El escritor ofrece un fresco de la historia española reciente a través de las vivencias de dos amigos que se enamoran de la misma persona en Los buenos amigos (Destino).
Desde finales de los 50 hasta los Juegos Olímpicos de 1992. Este es el lapso de tiempo en el que se encuadra la nueva novela de Use Lahoz (Barcelona, 1976), Los buenos amigos (Destino). El escritor regresa a los ambientes y temas de anteriores obras como La estación perdida y Los Baldrich pero con una mayor ambición, la de cartografiar una época en la que nuestro país sufrió los mayores cambios sociales, políticos, económicos... En esta historia, Sixto Baladia, tras la muerte de sus padres, llega con ocho años a un orfanato de Barcelona desde su pueblo de Aragón. Allí conoce a Vicente Cástaras, que se convierte en su amigo y protector. Sin embargo entre ellos se interpondrá el amor por una mujer. Tan simple y tan complicado como eso.
Pregunta.- ¿Cuándo empezó a pergeñar esta novela?
Respuesta.- He estado escribiendo este libro alrededor de tres años. En 2013 había finalizado una novela, pero decidí no publicarla y empecé ésta. El punto de partida fue una imagen con la que me topé: una mujer arrodillada en un bar mientras friega el suelo y dos tipos en la barra mirándola en silencio, pero con un punto de lascivia, en pleno Jueves Santo, con una procesión en la tele. Esta escena la contemplé hace años, creo que en 2009, y me quedé pensando en ella durante mucho tiempo.
P.- ¿Por qué le pareció tan sugerente?
R.- Me pareció una imagen muy literaria y ya poco habitual de ver, con un punto sórdido pero a la vez muy realista. Me quedé pensando que tenía que haber algo entre esas tres personas. A partir de ahí, empecé a tirar del hilo. La novela comenzó a gestarse en mi cabeza, mentalmente le iba dando forma y estructura, inventaba un pasado para los personajes. La literatura surge del conflicto y, aunque quizá ahí no había nada, yo quise inventar uno: el reencuentro de dos amigos que en su día estuvieron enamorados de la misma persona; y a partir de ahí fueron surgiendo temas principales de la novela como la amistad truncada por el paso del tiempo, la lucha de clases, la infancia, la familia, la ambición, la fatalidad...
P.- ¿Tenía la mirada puesta en la novela decimonónica mientras escribía?
R.- Una vez que tuve en mi cabeza una estructura y una forma para estos personajes era inevitable acercarse a la novela decimonónica, con ese tono, con esa ambientación y con esas escenografías. Pero en ningún momento pensé en escribir una novela decimonónica, simplemente era inevitable. Como siempre, quería contar una historia lo más interesante posible, por medio de unos personajes que tuvieran su "arco de transformación" y que, ojalá, pudieran quedar en la memoria del lector. Nabokov decía que "la joven Emma Bovary no ha existido jamás, la novela Madame Bovary existirá siempre". Uno intenta (o más bien sueña) que las novelas puedan tener esa clase de verdad.
P.- Los personajes principales, Sixto y Vicente, son huérfanos… ¿Están obligados a buscar una familia?
R.- En el caso de Sixto es innegable, tiene mucha prisa por ello. En el caso de Vicente no estoy tan seguro, porque se enfrentan a esa orfandad de manera distinta. La sociedad, las circunstancias, las procedencias, las cargas familiares y las fatalidades intervienen en el desarrollo de sus personalidades y esto es un rasgo de la novela realista que la diferencia de la costumbrista. A fin de cuentas, todos los personajes buscan la felicidad, como todo el mundo, porque están obligados a ello.
P.- ¿Por qué Sixto rechaza a la poca familia que le queda?
R.- Se avergüenza de ella. Sixto empieza a conocer otras cosas y empieza a relacionarse con otras personas, accede a un universo diferente. La novela incide también en la lucha de clases, y él rechaza todo lo que viene del pueblo, quiere cortar con ello. De hecho, ir al orfanato es una liberación para él. La familia, una cárcel.
P.- ¿La emigración es otro de los temas del libro?
R.- Pocas sociedades han experimentado tantos cambios en un siglo como la nuestra. En España los cambios sociales y económicos han sido increíbles, en cuestión de décadas podemos decir que se ha transformado todo: costumbres, hábitos, la vida cotidiana... El llamado progreso… Hace 60 años nuestro país era básicamente rural, ahora se ha olvidado el pueblo de manera asombrosa. Creo que de alguna manera es un error. En el pueblo está la esencia de la vida de mucha gente que salió de él para buscar oportunidades. Tengo suerte de haber tenido uno y de haber conocido tantas historias. La memoria es la entraña de la literatura. No obstante esto es invención, una novela, una mentira hecha de palabras, no un ensayo sociológico (mi colega Sergio del Molino lo ha explicado de manera estupenda en La España vacía, un libro muy necesario). Me interesa la ficción como herramienta de conocimiento construida a partir de la invención y de la capacidad fabuladora. También Nabokov, en su brillante curso de literatura europea, lo explicaba muy bien con aquella frase: "la literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo de un valle neandertal gritando "¡el lobo, el lobo!" con un enorme lobo gris pisándole los talones, la literatura nació el día en que un chico llegó gritando "¡el lobo, el lobo!" sin que le persiguiera ningún lobo".
P.- A pesar de los importantes cambios que experimenta el país, algunos personajes de la novela no tienen ningún tipo de interés en temas políticos…
R.- Pero sí que hay personajes muy comprometidos, como los amigos de Ramona o en esos curas tan sociales y utópicos. Lo que ocurre con Sixto y Vicente es que el país crece a la vez que los personajes. En un momento dado Vidal Surós le dice a Sixto que hay que emprender negocios siempre en un país que esté creciendo económicamente... Vidal le inculca a Sixto la ideología del dinero. En cambio Vicente solo se preocupa de la supervivencia. Cuando se trata se sobrevivir no hay ideología. ¿Cuánta gente en nuestro país no tiene ideología? Ambos, a su manera, luchan por la vida, que es de lo se trata.
P.- Introduce en la novela a una comuna hippie, ¿cómo era la convivencia de estos pelúos con los habitantes tan cerrados de pueblos del sur?
R.- Pienso que maravillosa y armónica, aunque quizá más por parte de la comuna que de los habitantes del pueblo. En la novela, la comuna representa un espacio real muy alejado y muy distinto de todos los demás lugares y escenografías. Y ese contrapunto lo consideraba muy interesante porque ponía en juego a personajes muy distintos. Curiosamente entre los personajes más alejados surge la amistad más limpia de la novela, Cécile y Lucía, tan carentes de orientación, tan inocentes, cada cual a su manera. Y curiosamente para Vicente todos son hostiles y propicios para delicadas derrotas.
P.- Barcelona es un personaje muy vivo. ¿Le costó recuperar para el libro la Barcelona de los años 60?
R.- Me gusta este tipo de novela de tradición realista, repleta de detalles. Escribir cuesta mucho y hacer reconocible una escenografía, con sus distintas "tonalidades", requiere su tiempo. Sin embargo, es muy estimulante investigar sobre ello, preguntar a algunas personas, recabar información… Barcelona es mi territorio en casi todas las novelas y me siento muy cómodo ahí. Los buenos amigos tiene el mismo universo de La estación perdida y Los Baldrich, mis anteriores novelas. Pero en realidad, la escenografía no me importa tanto como los conflictos, los dilemas morales a los que deben enfrentarse los personajes, siempre con sus contradicciones, sus temores y sus matices, que al fin y al cabo son lo más determinante de una historia.
P.- ¿Y qué es lo que más le ha costado?
R.- Me gusta pensar que hay que entrar en la novela con una intención poética, aun dando por descontado las diferencias entre poesía y novela. La poesía aspira a decir lo imposible y por eso es el género mayor. La novela aspira a decir lo posible, a reflejar la vida. Sin embargo, para ambientar la novela y crear atmósferas hay que tener una intención poética. Por otro lado, para describir a los personajes la intención debe de ser casi científica. Decir esto así suena como si hablara de una teoría fácil, ¿no? Bueno, pues llevarlo a la práctica es lo complicado....
Pregunta.- ¿Cuándo empezó a pergeñar esta novela?
Respuesta.- He estado escribiendo este libro alrededor de tres años. En 2013 había finalizado una novela, pero decidí no publicarla y empecé ésta. El punto de partida fue una imagen con la que me topé: una mujer arrodillada en un bar mientras friega el suelo y dos tipos en la barra mirándola en silencio, pero con un punto de lascivia, en pleno Jueves Santo, con una procesión en la tele. Esta escena la contemplé hace años, creo que en 2009, y me quedé pensando en ella durante mucho tiempo.
P.- ¿Por qué le pareció tan sugerente?
R.- Me pareció una imagen muy literaria y ya poco habitual de ver, con un punto sórdido pero a la vez muy realista. Me quedé pensando que tenía que haber algo entre esas tres personas. A partir de ahí, empecé a tirar del hilo. La novela comenzó a gestarse en mi cabeza, mentalmente le iba dando forma y estructura, inventaba un pasado para los personajes. La literatura surge del conflicto y, aunque quizá ahí no había nada, yo quise inventar uno: el reencuentro de dos amigos que en su día estuvieron enamorados de la misma persona; y a partir de ahí fueron surgiendo temas principales de la novela como la amistad truncada por el paso del tiempo, la lucha de clases, la infancia, la familia, la ambición, la fatalidad...
P.- ¿Tenía la mirada puesta en la novela decimonónica mientras escribía?
R.- Una vez que tuve en mi cabeza una estructura y una forma para estos personajes era inevitable acercarse a la novela decimonónica, con ese tono, con esa ambientación y con esas escenografías. Pero en ningún momento pensé en escribir una novela decimonónica, simplemente era inevitable. Como siempre, quería contar una historia lo más interesante posible, por medio de unos personajes que tuvieran su "arco de transformación" y que, ojalá, pudieran quedar en la memoria del lector. Nabokov decía que "la joven Emma Bovary no ha existido jamás, la novela Madame Bovary existirá siempre". Uno intenta (o más bien sueña) que las novelas puedan tener esa clase de verdad.
P.- Los personajes principales, Sixto y Vicente, son huérfanos… ¿Están obligados a buscar una familia?
R.- En el caso de Sixto es innegable, tiene mucha prisa por ello. En el caso de Vicente no estoy tan seguro, porque se enfrentan a esa orfandad de manera distinta. La sociedad, las circunstancias, las procedencias, las cargas familiares y las fatalidades intervienen en el desarrollo de sus personalidades y esto es un rasgo de la novela realista que la diferencia de la costumbrista. A fin de cuentas, todos los personajes buscan la felicidad, como todo el mundo, porque están obligados a ello.
P.- ¿Por qué Sixto rechaza a la poca familia que le queda?
R.- Se avergüenza de ella. Sixto empieza a conocer otras cosas y empieza a relacionarse con otras personas, accede a un universo diferente. La novela incide también en la lucha de clases, y él rechaza todo lo que viene del pueblo, quiere cortar con ello. De hecho, ir al orfanato es una liberación para él. La familia, una cárcel.
P.- ¿La emigración es otro de los temas del libro?
R.- Pocas sociedades han experimentado tantos cambios en un siglo como la nuestra. En España los cambios sociales y económicos han sido increíbles, en cuestión de décadas podemos decir que se ha transformado todo: costumbres, hábitos, la vida cotidiana... El llamado progreso… Hace 60 años nuestro país era básicamente rural, ahora se ha olvidado el pueblo de manera asombrosa. Creo que de alguna manera es un error. En el pueblo está la esencia de la vida de mucha gente que salió de él para buscar oportunidades. Tengo suerte de haber tenido uno y de haber conocido tantas historias. La memoria es la entraña de la literatura. No obstante esto es invención, una novela, una mentira hecha de palabras, no un ensayo sociológico (mi colega Sergio del Molino lo ha explicado de manera estupenda en La España vacía, un libro muy necesario). Me interesa la ficción como herramienta de conocimiento construida a partir de la invención y de la capacidad fabuladora. También Nabokov, en su brillante curso de literatura europea, lo explicaba muy bien con aquella frase: "la literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo de un valle neandertal gritando "¡el lobo, el lobo!" con un enorme lobo gris pisándole los talones, la literatura nació el día en que un chico llegó gritando "¡el lobo, el lobo!" sin que le persiguiera ningún lobo".
P.- A pesar de los importantes cambios que experimenta el país, algunos personajes de la novela no tienen ningún tipo de interés en temas políticos…
R.- Pero sí que hay personajes muy comprometidos, como los amigos de Ramona o en esos curas tan sociales y utópicos. Lo que ocurre con Sixto y Vicente es que el país crece a la vez que los personajes. En un momento dado Vidal Surós le dice a Sixto que hay que emprender negocios siempre en un país que esté creciendo económicamente... Vidal le inculca a Sixto la ideología del dinero. En cambio Vicente solo se preocupa de la supervivencia. Cuando se trata se sobrevivir no hay ideología. ¿Cuánta gente en nuestro país no tiene ideología? Ambos, a su manera, luchan por la vida, que es de lo se trata.
P.- Introduce en la novela a una comuna hippie, ¿cómo era la convivencia de estos pelúos con los habitantes tan cerrados de pueblos del sur?
R.- Pienso que maravillosa y armónica, aunque quizá más por parte de la comuna que de los habitantes del pueblo. En la novela, la comuna representa un espacio real muy alejado y muy distinto de todos los demás lugares y escenografías. Y ese contrapunto lo consideraba muy interesante porque ponía en juego a personajes muy distintos. Curiosamente entre los personajes más alejados surge la amistad más limpia de la novela, Cécile y Lucía, tan carentes de orientación, tan inocentes, cada cual a su manera. Y curiosamente para Vicente todos son hostiles y propicios para delicadas derrotas.
P.- Barcelona es un personaje muy vivo. ¿Le costó recuperar para el libro la Barcelona de los años 60?
R.- Me gusta este tipo de novela de tradición realista, repleta de detalles. Escribir cuesta mucho y hacer reconocible una escenografía, con sus distintas "tonalidades", requiere su tiempo. Sin embargo, es muy estimulante investigar sobre ello, preguntar a algunas personas, recabar información… Barcelona es mi territorio en casi todas las novelas y me siento muy cómodo ahí. Los buenos amigos tiene el mismo universo de La estación perdida y Los Baldrich, mis anteriores novelas. Pero en realidad, la escenografía no me importa tanto como los conflictos, los dilemas morales a los que deben enfrentarse los personajes, siempre con sus contradicciones, sus temores y sus matices, que al fin y al cabo son lo más determinante de una historia.
P.- ¿Y qué es lo que más le ha costado?
R.- Me gusta pensar que hay que entrar en la novela con una intención poética, aun dando por descontado las diferencias entre poesía y novela. La poesía aspira a decir lo imposible y por eso es el género mayor. La novela aspira a decir lo posible, a reflejar la vida. Sin embargo, para ambientar la novela y crear atmósferas hay que tener una intención poética. Por otro lado, para describir a los personajes la intención debe de ser casi científica. Decir esto así suena como si hablara de una teoría fácil, ¿no? Bueno, pues llevarlo a la práctica es lo complicado....
Una reseña de Susana Gaviña para ABC:
Use Lahoz: «Sé que es arriesgado escribir sobre la felicidad»
El escritor realiza un retrato de su generación en el libro «El año en que me enamoré de todas», con el que acaba de obtener el Premio Primavera de Novela
Use Lahoz (Barcelona 1976) asegura que sus novelas siempre hablan de los mismo, «el amor, la amistad, el exilio, los viajes, la relación con la madre...., de gente normal y sencilla que tratan de conseguir su lugar en el mundo y su espacio de felicidad».
Mientras en sus dos libros anteriores, «Los Baldrich» (2009) y «La estación perdida» (2011) abordaba historias de una mayor crudeza y generacionalmente muy distantes, «tienen más que ver con la memoria histórica», Lahoz se ha sumergido ahora en una novela romántica en la que retrata las vivencias de su propia generación.
Es por eso que «El año en que me enamoré de todas» (Espasa),con el que acaba de ganar el Premio Primavera de Novela, le ha resultado su trabajo más difícil. «Porque por primera vez he utilizado la primera persona», indica, y porque el autor ha vertido en él algunas de sus experiencias y desnudado parte de su alma. Más de lo que el propio Lahoz se atreve a confesar. «Como dice Machado, yo he escrito lo que he perdido», reconoce.
Un viaje hacia la madurez
La historia está protagonizada por Sylvain Saury (periodista como Lahoz) que deja París para instalarse durante un año en Madrid donde vive Heike, su exnovia alemana a la que no ha logrado olvidar tras su separación. En ese viaje buscará respuestas a muchas preguntas y será también el tránsito definitivo, y necesario, de la juventud a la madurez.
El descubrimiento de un manuscrito, en el que el escritor vuelve a demostrar su talento para retratar sagas familiares, en esta ocasión dedicada al negocio de la repostería -«tenía que buscar algo tradicional y artesanal como la escritura»- le abrirá a Sylvain nuevas perspectivas. «También me ha servido para rendir un homenaje a la literatura, porque la vida sin leer es un aburrimiento».
«La vida se divide entre los que arriesgan y los que no»Pero «El año en que me enamoré de todas» es sobre todo un libro luminoso, una novela de amor habitada por personajes luchadores y valientes que a pesar de las adversidades siguen adelante. «La vida se divide entre los que arriesgan y los que no. Una apuesta que, en los tiempos que corren, llama la atención. «Sé que es arriesgado escribir sobre la felicidad pero la inercia de la historia me ha llevado a ser optimista».
El libro es también un homenaje a Madrid, ciudad en la que Lahoz (que ahora vive en París), se instaló durante varios años. «Aquí fui muy feliz. Sylvain llega con una mano delante y otra detrás, yo lo hice con las dos detrás -se ríe- pero me lo pasé muy bien. Es una ciudad donde pueden pasar muchas casualidades. Aquí todo el mundo viene con sus sueños y se instala».
Una generación sin identidad
Como el protagonista, el escritor hizo las maletas y se marchó a Francia, donde reside en la actualidad y donde ha escrito sus novelas. «Me fui para encontrar mi sitio pero todavía no lo he encontrado», confiesa.
«Me fui a París para encontrar mi sitio pero no lo he encontrado»«El año en que me enamoré de todas» nos muestra la radiografía de una generación situada a las puertas de la treintena «que es víctima de una sobrepreparación. Hemos tenido tantas oportunidades que no sabemos dónde está nuestro sitio. Hemos podido estudiar, viajar... Esto ha provocado que los jóvenes dejemos de identificarnos con un lugar. No sabes cuál es nuestro sitio. Tanta flexibilidad -subrya- puede generarte un trauma».
En la novela se aborda también la precariedad laboral, una situación hoy más vigente que nunca entre los jóvenes. «Vivimos un momento muy complicado para el periodismo, para la cultura, para los jóvenes...Es una barbaridad», exclama el escritor que considera a «la cultura» como un bote de salvación para «salir de la crisis porque está a favor del individuo, la banca no. La cultura también es educación, y solo con ella se puede salir de esta crisis moral y de valores».
Volver al drama
En cuanto a su fortuna a la hora de recibir premios, además del Primavera, dotado con 100.000 euros, fue nombrado Nuevo Talento FNAC en 2009 por «Los Baldrich» y recibió el premio Ojo Crítico de Narrativa en 2012 por «La estación perdida», Lahoz intenta restarle importancia. «Es efímero. Yo trabajo todos los días para hacerlo lo mejor posible, para crecer». Lo único eterno: «La amistad».
Lahoz ya tiene en mente su próximo proyecto en el que tiene muy claro una cosa: «Volveré al drama porque sufro menos.».


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