DEL BLOG DE ANTÓN CASTRO
http://antoncastro.blogia.com/2018/070601-retrato-de-patricia-esteban-erles.php
Retrato de Patricia Esteban con sus miedos *
“Los cuentos que escribo nacen de miedos, que me asaltan indiscriminadamente, esté dormida o despierta”, me dijo Patricia Esteban Erlés, tras publicar los microcuentos de Azul ruso (Páginas de Espuma, 2010). En esa infancia que era más larga que la vida, tal como escribió Ana María Matute, Patricia percibió de mil formas el impacto de las sombras, los claroscuros donde se agazapa el pánico. Podía irrumpir en las películas de Narciso Ibáñez Serrador o en las de Alfred Hitchcock, a quien le rindió homenaje en Manderley en venta (suele decir que una de sus películas favoritas es Rebeca), en los tebeos de terror de sus hermanos, en las criaturas perturbadoras como Frankestein o Drácula, pero también a las que poblaban las películas inquietantes que tanto le atraían.
Tampoco fue ajena a esos libros, de aventuras y géneros híbridos, que andaban por casa y que abrían una puerta al más allá, a las zonas oscuras de la mente y del sueño. Leyó mucho y, poco a poco, abrazó un deseo: convertirse en escritora. Poseía un don. Esta mujer habituada a las tinieblas y a lo indecible tenía una gran facilidad para crear imágenes turbulentas, personajes desapacibles, auténticas y angustiosas pesadillas. En todos sus libros las hay, y en abundancia: los citados Manderley en venta (Tropo, 2008), que alude a esos textos sobre casas entre románticas y góticas pobladas de secretos, en los cuentos de Azul ruso (donde había homenajes a Julio Cortázar y a Silvina Campo, a la que define como “una maestra en el arte de relatar el secreto”) y en Casa de muñecas (Páginas de Espuma, 2010), ilustrado por Sara Morante, donde demostraba el absoluto dominio del microcuento y su admiración por Juan José Arreola y por esta obra maestra suya de lo breve: “La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones”; en ese libro desplegaba toda su imaginación y la presencia de la crueldad, el horror y la maldad con una paleta muy variada de registros. Patricia Esteban Erlés pertenece a ese grupo de virtuosos del género breve: José María Merino, Andrés Neuman, Fernando Iwasaki, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Francisco Ferrer Uriz y Ángel Olgoso, entre otros.
Patricia Esteban Erlés ganaba a finales de 2017 el premio de novela Dos Passos con su primera narración larga: Las madres negras (Galaxia Gutenberg, 2018), una de esas novelas de género, el terror y el misterio, de atmósfera gótica y ámbito cerrado, más o menos siniestro, uno de esos espacios donde habitan las sombras. Narra la vida en el convento de Santa Vela de un grupo de huérfanas, educadas por monjas, algunas tan indescriptibles, o terribles directamente, como Priscia, que se siente una mensajera de Dios en la tierra. Se lo toma tan a pecho que va más allá de la encomienda para convertirse en una criatura fanática que parece desdoblarse, en una vuelta de tuerca que trabaja muy bien Patricia Esteban, en el mismo demonio.
La novela es una exploración del dolor de crecer, del desamparo, del extrañamiento y de esa lucidez intuitiva, que desarma, de las niñas, capaces de cuestionar los dogmas, las leyes y la autoridad. Ha dicho Patricia Esteban que esta novela, ceñida y bellamente escrita (la autora, con sentido del juego, dice que disfruta del ‘palabreo’), nació del recuerdo de una visita al convento del Carmen, tan cerca del centro de su Zaragoza natal y tan alejado con sus rituales y sus hábitos. “Pensé en escribir una historia que me devorase como autora, que me atrajera cada día y me obligara a sumergirme en ella. Me ha encantado y me ha horrorizado vivir en Santa Vela. Me asusta la maldad que se complace en sí misma, que se retroalimenta y nunca tiene bastante”.
Además de ese universo, en el que ni respirar resulta fácil, Patricia Esteban Erlés se interna por otros territorios: los de la poesía y la fantasía. En Las madres negras hay espacio para el sueño, para las obsesiones y para lo maravilloso, como sucede con una criatura tan presente como Larah Corven, a la que le regalan un caballo y se queda viuda demasiado pronto. Explica Patricia Esteban: “Larah Corven es un trasunto de Sarah Winchester, víctima de una maldición que me chifla. Todos los indios muertos por culpa del rifle que patentó su esposo persiguieron a su familia y a ella misma, que intentó refugiarse en una mansión que iba ampliando con más y más habitaciones para esconderse de aquellos espectros malhumorados. Estuvo huyendo de puertas para adentro cuarenta años. Lo suyo fue una reforma infernal”.
Esta frase es una poética, una confesión y una de las regiones mentales donde brotan sus historias.
Patricia Esteban Erlés, escritora: "Me fascinan las sombras desde pequeña"
La zaragozana presenta mañana, en el Teatro Principal, a las 19.00, su novela Las madres negras (Galaxia Gutenberg), que ganó el premio Dos Passos.
Fue un lugar extraño. La felicidad estaba hecha de instantes que me deslumbraban y aún recuerdo. La tristeza y la oscuridad se adueñaban a veces de la casa y entonces yo quería crecer, dar una patada en el fondo y salir de la niñez porque me sentía indefensa. La infancia era, como dice Ana María Matute, más larga que la vida.
¿De dónde procede su forma de mirar, su curiosidad por la oscuridad, su gusto por el terror?
Me fascinan las sombras desde pequeña. La luz no es posible sin ellas. Embellecen el mundo de una forma inquietante. Siempre me han gustado las historias en las cuales el misterio y la oscuridad eran ingredientes fundamentales. Ayudó mucho que en mi infancia predominase el blanco y negro de una vieja televisión que se negaba a morir. Las historias de Ibáñez Serrador o Hitchcock, los cómics de terror de mis hermanos, las lecturas de libros para mayores que se abrían para mí como caserones prohibidos.
¿Qué le debe a criaturas como Frankestein o Drácula?
La fascinación por el monstruo. La conciencia de que a esas criaturas deformes y temibles las tejemos a medida en cada época los seres humanos. Nos asustan la inmortalidad y el poder o la inteligencia absolutos y nos inventamos seres que los encarnan y son malditos por ello.
¿Y a Alfred Hitchcock?
Le debo la conciencia de que lo cotidiano encierra un lado inquietante muy poderoso.
¿Qué se le perdió en el interior del convento de su novela?
Me llaman la atención como espacios secretos, vedados al común de los mortales. De pequeña visité en una convivencia el convento de clausura de la Puerta del Carmen y me parecía que era un ser vivo dispuesto a engullir a las mocosas que se acercaran demasiado al torno.
En otro convento, Santa Vela, vive una monja, Priscia, que podría recordar al mismo demonio.
Es más bien alguien poseído por una forma de amor que la vacía y la vuelve un ser diabólico. Una groupie pasada de vueltas, capaz de hacer lo que le pida su ídolo.
¿Cómo viven las niñas allí dentro: Galia, Lavinia, Moira, que se ha muerto 22 veces, pero que solo recuerda tres?
Horrorizadas. Las imagino intentando abrir mucho los ojos para despertarse y dejar atrás una pesadilla demasiado larga. Los adultos sabemos fabricar muy bien ese tipo de sueños terroríficos.
¿Existen en la vida real las maldiciones como las de la novela?
La maldición es un motivo literario muy rentable, pero además persigue a determinados seres reales como si el dado siempre cayera del mismo fatídico lado para algunos.
Una niña, Mida, dice que Dios se le ha aparecido y que no existe. ¿Son ganas de provocar?
Es la inocencia del niño que ve desnudo al emperador. A veces cuesta mucho creer lo más evidente.
¿Para quién ha pensado una novela como esta, para que tipo de lector? ¿Qué le asusta a usted?
Pensé en escribir una historia que me devorase como autora, que me atrajera cada día y me obligara a sumergirme en ella. Me ha encantado y me ha horrorizado vivir en Santa Vela. Me asusta la maldad que se complace en sí misma, que se retroalimenta y nunca tiene bastante.
El jurado ha elogiado la calidad de la escritura. ¿Cuáles son sus preocupaciones con el lenguaje, el estilo y el arte de narrar?
Me gusta sentir que el lenguaje crea belleza e inquietud. Disfruto de la palabra cuando leo o escribo. Palabreo. Es un placer jugar con las frases, hacer surgir a un personaje que te atrapa. Intento que lo que cuento sea fluido y contenga a la vez un mundo propio del que el lector se sienta parte, que reconozca como próximo. Escribí esta novela confiando en el instinto. La historia, como en un cuento, estaba ahí esperando a que la desenterrara. Y eso hice.
¿Qué conlleva ganar este premio de novela Dos Passos?
Una alegría que no se acaba. Están surgiendo grandes cosas y a ratos me pregunto si todo esto es cierto. La realidad a veces es la novela menos verosímil de todas.
*Este texto se publicó en la revista ’Librújula’, que dirige Toni Iturbe. La foto es de Asís G. Ayerbe.
https://elasombrario.com/madres-negras-ninas-tullidas-monstruos-patricia-esteban-erles/
La escritora Patricia Esteban Erlés. Fotografía: Daniel Mordzinski.
Patricia Esteban Erlés, prolífica autora de cuentos, ha debutado en la novela con ‘Las madres negras’, título que ha logrado el IV Premio Dos Passos de Novela, concedido conjuntamente por la editorial Galaxia Gutenberg, la agencia literaria Dos Passos y Ámbito Cultural El Corte Inglés. Con resonancias de los grandes maestros y maestras del género gótico, el horror, lo fantástico…, Esteban Erlés ha construido un mundo cuyo epicentro es el tétrico y melancólico convento de Santa Vela, y lo ha poblado de madres negras, monjas crueles, niñas tullidas. “Los personajes crueles son necesarios; la literatura debe contarnos por entero, sin retoques favorecedores, sin eliminar las arrugas o las sombras del retrato. El ser humano es complejo, bueno y malo, luz y tiniebla”.
¿Qué crees que cambia este premio en tu carrera literaria?
Creo que el premio ha supuesto muchas cosas. La primera, que de alguna forma me ha hecho creer en que puedo narrar en una distancia más larga, contar una historia que hace tiempo andaba pidiendo permiso para salir y que necesitaba más páginas que un cuento, el género que había cultivado hasta que llegaron las madres negras a mi vida. Me ha dado mucha alegría que eligieran mi trabajo autores admirados y respetados que formaban el jurado, y entrar a formar parte de una agencia literaria reconocida. Por otra parte, el escaparate de la novela, en tanto género mayoritario, es más visible y estoy recibiendo muchas pequeñas alegrías diarias, invitaciones para presentar la novela en librerías y clubes de lectura, críticas positivas de lectores y colegas escritores que animan mucho.
Hasta ahora habías producido siempre relato corto. ¿Cómo cambia el proceso creativo?
No tengo conciencia de haber cambiado la manera de trabajar, de haber vivido otro proceso. La obsesión por la historia, el hecho de sumergirse tanto en un espacio ficticio, de observar cada movimiento de los personajes, de saber desde su interior lo que piensan o sienten, todo eso lo he vivido al escribir cuentos, y me ha vuelto a ocurrir con la novela. Creo que hay más parecidos; en ambos géneros me preocupa la atmósfera, el aire que se respira en cada página, la visibilidad de ese mundo que solo tú conoces cuando empiezas a escribir. Quizás haya una mayor libertad en el sentido de que la distancia es más larga y te dejas llevar en lugar de vigilar a cada momento la tensión narrativa.
La estructura del libro recuerda inevitablemente a ‘Crónicas marcianas’: distintos relatos enmarcados en un mismo mundo. ¿Cómo surgió ‘Las madres negras’? ¿Se escribió de forma lineal o combinando historias sueltas?
Surgió cuando encontré el cuartel general, el palacio del horror en el que debían confluir todas las historias de las que hablas. Llevaba tiempo imaginando niñas, “niñas tontas”, desvalidas y frágiles como los niños tontos de Ana María Matute. Venían, me hacían conocer parte de su vida y no sabía cómo hacer que se quedaran. Esas pequeñas chiquillas condenadas por el azar, por un destino cruel, tan diferentes y parecidas entre sí, pudieron regresar cuando me salió al paso la historia de la casa Winchester, esa mansión enloquecedora en la que la viuda del fabricante de rifles se encerró para huir de los espíritus de cada hombre muerto por el balazo de un arma de fuego. Los espectros de cada soldado, de cada indio asesinado la perseguían, según le dijo una médium, y Sarah Winchester se enclaustró en una casa que al principio solo tenía ocho habitaciones pero que fue agrandando para esconderse mejor de sus fantasmas a lo largo de 40 años. La historia es fascinante y entonces supe que debía usarla para edificar mi Santa Vela. No seguí un planteamiento lineal, preferí contar la vida previa de las niñas, su llegada al convento, para intentar que el componente azaroso de su encierro se advirtiera. Me parece que uno de los temas de la novela es el destino y su facilidad para atrapar a seres muy distintos, que nunca hubieran podido coincidir en el mismo lugar sin su ayuda.
¿Cuándo y a raíz de qué primera historia empezaste a imaginar este universo tan particular lleno?
La primera historia que surgió fue la de La Pequeña, una niña condenada a no crecer. Esta idea surgió de pronto. Qué pasaría si un personaje estuviera condenado a una infancia eterna, a no alcanzar nunca la edad adulta. Qué sería de alguien eternamente atrapado en el cuerpecito de una muñeca. La maldición del diferente, el trato que recibe quien sufre además una jugarreta de la naturaleza está detrás de este capítulo. La Pequeña es una criatura monstruosa para quienes la rodean y una especie de broma pesada que Priscia gasta a algunas familias que se acercan al orfanato a adoptar a una de las niñas.
¿Quiénes son ‘Las madres negras’? ¿Qué representa esta figura femenina?
Las madres negras son el símbolo de la vertiente más oscura de la religión, de cualquier sistema de creencias basado en el fanatismo y el abuso de poder. Son mujeres que siguen a una líder a la que solo guía el amor extremo a un dios y su obediencia ciega. Las madres negras son una especie de epidemia que se lleva por delante la razón, la alegría de vivir, el derecho de otras mujeres a su propia identidad, a su libertad, a aprender. Destruyen los libros que abarrotaban la biblioteca de Santa Vela para cercenar la posibilidad de que las niñas recluidas allí lean y aprendan a pensar, a rebelarse contra el poder establecido por ese mandamás terrible al que sirven con una fidelidad enfermiza. La blancura, la luz que representa Tilda como custodia de la cultura, de la belleza de la ficción, del valor del conocimiento, son mancilladas por Priscia y sus seguidoras, tan oscuras y equivocadas en su fe como las chicas que siguieron a Charles Manson y subieron al autobús pintado de negro para viajar gratis al infierno y darle un sentido a sus vidas.
¿Qué es para ti “lo extraño”?
La realidad. Es extraña, siniestra, maravillosa. Hay puntos de contacto entre lo que puede ocurrir y lo que en teoría no que siempre me sorprenden en el día a día, en lo más cotidiano. Percibo, quizás porque quiero imaginar que existen, pequeñas grietas en el mundo que nos rodea. Persigo esas historias inquietantes que hacen que me pregunte cosas, que no encuentre las respuestas.
¿Qué te atrae de las niñas tullidas, las monjas crueles y los monstruos en las torres?
Me atraen los vulnerables, los débiles, aquellos a los que la mirada ajena convierte en monstruos. Me gusta analizar el concepto de monstruosidad, su cambio en el tiempo. Me gusta llegar a la conclusión de que los monstruos son aquellos que miran al hombre elefante enjaulado, no el hombre elefante con su cabeza de nube de tormenta, tan bello en su dignidad. Los personajes crueles son necesarios, en el sentido de que creo que la literatura debe contarnos por entero, sin retoques favorecedores, sin eliminar las arrugas o las sombras del retrato. El ser humano es complejo, bueno y malo, luz y tiniebla. Si no contamos toda la historia, si no admitimos esa zona sombría y la plasmamos, ofrecemos solo una imagen sometida a un photoshop tranquilizador, claro, pero tramposo.
¿Por qué el Dios de la novela es tan humano: cruel, casi sádico y vengativo?
Porque necesitaba inventármelo, convertirlo en un personaje verosímil, en el fazedor universal de entuertos. Admiro a la gente que puede creer en él sin desfallecer, que le concede un poder y una sabiduría absolutos. Yo he tenido que crearlo a imagen y semejanza del hombre para conseguir explicarme su existencia. El dios que he imaginado es cualquiera que se ve condenado a un poder eterno, que a ratos se comporta como un jefe vitalicio al que nadie va a someter a una inspección de trabajo, al que ningún superior sancionará con un mes sin empleo y sueldo. Su naturaleza caprichosa, indolente, cruel, el hecho de que se enamore como un pobre mortal son características clonadas del ser humano. Ese dios se nos tiene que parecer por fuerza, en lo malo y en lo menos malo.
¿Está el convento de Santa Vela inspirado en algún lugar real?
En lo arquitectónico a la casa Winchester que mencionaba más arriba. Para reflejar el régimen tiránico y oscurantista, en la crueldad institucionalizada que gobierna su día a días me inspiré en el convento de las Magdalenas de Irlanda, un lugar espantoso en el que durante décadas se encerró a chicas descarriadas (o eso decían que eran) a las que se privó de libertad, de capacidad de decidir sobre su presente y su futuro. Se perdieron allá dentro varias generaciones de mujeres sometidas, que no volvieron a ver a sus familias ni salieron a la calle, si exceptuamos a unas pocas que lograron escapar. Las prisioneras debían purgar sus pecados, lavar sus sucias conciencias y esa metáfora logró convertirse en un negocio rentable para las monjas, ya que hacían que las muchachas lavaran sin descanso la ropa de hospitales y hoteles cercanos. Muchas de ellas pasaron allí toda su vida adulta y cuando se cerró la institución, a finales de los años ochenta, pasaron de allí a una residencia de ancianos. Siempre me ha impresionado que eso pudiera suceder en una época tan reciente, que llegara tan lejos la impunidad de esa orden religiosa en pleno siglo XX.
A medida que avanzan las páginas, tenía la sensación de que el convento era un personaje en sí mismo, con su propia historia trágica y su propia voz narrativa. ¿Es así?
Muy bien visto, sí. Me he preguntado siempre qué dirían las cosas y las casas si tuvieran voz, cómo sería esa voz. Manderley podría habernos contado muchas cosas, muchos secretos, de su amada Rebecca. Ese animismo, que tan bien cultiva Shirley Jackson en sus novelas, me parece muy inspirador. Quería tirar de la frase “Si las paredes hablaran…”, quitarle el condicional, los puntos suspensivos, hacer que la casa, como depositaria de tantos secretos, contar su desazón, su soledad, su cansancio. La casa tiene un pasado, otra historia previa a la llegada de las madres negras. Es una especie de cementerio indio, como el que había bajo la casa que compra la familia de “Cementerio de animales” de Stephen King. Un lugar en el que no puede habitar mucho tiempo la esperanza, condenado al horror.
¿Cuánta herencia del género gótico tiene tu literatura?
Me atrae mucho el efecto estético, el ropaje siempre favorecedor para contar algunas historias de lo gótico. Es misterioso, fotogénico, tiene una gran carga metafórica, el fondo oscuro, claustrofóbico del género se trasluce en determinados elementos y personajes. Creo que ahí termina mi herencia gótica, me interesa narrar historias que en muchos casos no tienen una raíz relacionada con ese género. Es una cuestión externa, más bien, basada en lecturas y en el poder evocador que detecto en su imaginería, lo que me lleva a introducir elementos relacionados con la novela o el cuento gótico.
Lo gótico, el terror, la fantasía heredera de autores como Poe, Lovecraft… ¿Se sigue leyendo hoy en día?
Yo sigo releyendo a Poe, no renuncio a todo lo que he aprendido de su visión del ser humano, de la locura como monstruo interno que te persigue allá donde vaya, del mundo como lugar tenebroso. Vuelvo con frecuencia a un cuento, William Wilson, que es mi favorito, una lección magistral sobre el tema del doble donde, a pesar del final tramposo, siempre encuentro algo nuevo. Es un cuento inagotable, lleno de recovecos, de detalles que se van captando poco a poco. El horror de saber que hay alguien en el mundo que desafía tu individualidad, que te destrona como ser único está perfectamente trazado en esas 20 páginas en las que incluso las iniciales del nombre, esa W, juegan con el tema de la duplicidad, de la repetición indeseada. Poe tira del hilo, imagina que la voz de la conciencia nos habla y nos acosa en la figura de alguien que se nos parece pero es infinitamente mejor que nosotros.
Antes de comenzar la novela haces referencia a Ray Bradbury y Shirley Jackson. ¿Qué autores “de género” te inspiran?
Siempre que leo un párrafo de Bradbury deseo ponerme a escribir enseguida. Me fascina su poder para utilizar el lenguaje, la plasticidad de sus cuentos, esa creación de mundos singulares que tiene su origen en una intuición de las posibilidades que brinda la palabra. Poe, ya lo he comentado, es casi un padre tutelar, el autor que sentó las bases del cuento como género moderno, como espacio para la inquietud, el desasosiego del ser humano que parte de la propia vida cotidiana y sus misterios. Shirley Jackson es una autora formidable, su cuento La lotería es una lección de narrativa, cruel y perfecto, una antifábula de la sociedad americana, con su visión deformada de la buena vecindad y esas raíces casi míticas en el tratamiento del sacrificio ritual. De los autores españoles me fascina la obra de Cristina Fernández Cubas, que transita con mucha naturalidad de un lado al otro del espejo. Es una sabia en la creación de atmósferas y de personajes inquietantes. Me gusta mucho que me inquiete lo que leo.
¿Crees en eso que llaman “literatura de género”, separada de la literatura más apegada a la realidad y generalmente denostada por crítica y academia?
No, cuando se utiliza para relegarla a un desván perdido, a un cuarto lleno de trastos. Creo que la literatura lo es sin necesidad de etiquetas y que en ocasiones estas reducen la entidad de piezas de calidad indudable simplemente porque contienen determinados elementos formales. Yo no me planteo como autora ni como lectora esos límites, no mando a ningún libro a la sección de “tallas raras”. Esa clasificación es casi la construcción de un gueto al que parecen abocadas determinadas obras.
https://www.culturamas.es/blog/2018/02/23/las-madres-negras-de-patricia-esteban-erles/
Por Ricardo Martínez Llorca
Las madres negras
Patricia Esteban Erlés
Galaxia Gutenberg
Barcelona, 2018
216 páginas
El mundo ha sido o ha podido ser un cuento de ciencia ficción en el que nos hemos sumergido como si se tratara de la realidad. Ese efecto lo producen ciertas creaciones literarias, como las de la religión. Borges, que elaboró listas y antologías de relatos fantásticos, se quejaba de no poder introducir nunca al creador de la mayor fantasía de todas, a quien fuera que inventara a Dios. Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972) sabe que la literatura es un espacio donde uno es más libre que en las charlas de café, y no digamos ya que en las oraciones dictadas en público. Y así es como recoge el invento de Dios y lo introduce en una novela de corte gótico, oscuro, decimonónico, gaélico. La ambientación sucede en tiempo de caballos y gramófonos, de rifles y calesas, pero no se trata de un relato histórico. Aunque se apoye en una época, algo indeterminada, lo que se impone es el margen que nos da salirnos del tiempo. Si Dios existe y se puede enamorar, eso es algo que sucederá en cualquier época. En este caso, lo hará de la tercera hija, la más bella, de una casa donde no hay padre y las hermanas mayores sienten celos cainitas. Es la Cenicienta, sí, pero también es Zeus en alguna de sus formas, de las que no revelaremos nada, desahogando su humanidad contra los mortales. Y también habrá un Pulgarcito y un Edipo, un niño al que esconden para evitar que sucedan los malos augurios. Todo es mito y cuento de hadas, muy oscuro, como en el Antiguo Testamento.
Pero ¿cómo hemos llegado hasta allí? Porque el libro está dividido en tres partes y de la que hemos comenzado hablando es la tercera, la más narrativa en un sentido de continuidad: a medida que pasa la novela, el pulso de Esteban Erlés es menos digresivo y capaz de mantener el aliento durante más minutos. La obra comienza con un coro sucesivo, en el que la voz narradora sigue a distintas personas, y a una casa, a chicas que ingresan o son forzadas a ingresar en una mansión maldita. Se habla de su pasado, de cómo el nacer de una u otra manera, en el seno de una u otra familia marcará el destino. Así como se habla de los temperamentos a la hora de afrontarlo, desde la sumisión a la rebeldía. Las madres negras es como se conoce a las monjas guardianes de la mansión, que también tiene voz en el relato. Su origen surge de una decisión de una viuda adinerada, que crea un engendro con pretensiones sociales, pero también de venganza. Se siente maltratada y así este orfanato resulta ser un caldero de infelicidad. Queda el recurso a comunicarse con los muertos, tal vez un consuelo de la imaginación para las niñas que allí habitan.
Asistimos a la sucesión de monstruos interiores y exteriores, desde las hermanas siamesas a las enfermas de pulmón y al sadismo que conlleva el haber sobrevivido a la peste. Para en una segunda parte centrarnos en menos gente, pero con un empuje más narrativo en cada secuencia. Se nos presenta a las monjas, que comparten vocación y desesperación. Su destino, en este caso, está ligado al Dios destructor, al tirano. A poco sensible que sea el lector, pasará un mal rato conviviendo con la injusticia de lo divino, frente a lo sagrado que debería ser lo humano. Estamos en un mundo de monstruos individuales que consienten la aparición de monstruos sociales. Esteban Erlés solo nos permite ver una parte del cuadro, asomarnos a lo peor. O es así, o la otra parte es igual de perniciosa. Como podemos intuir en las terribles relaciones filiales que apenas quedan enunciadas. Y con todo este material, llegamos a una situación cuyo desenlace, de contener algo bueno, costará un alto precio. Pero eso es algo que no debemos mentar en una reseña. Y mucho menos cuando el destino, cuya mayor parte no está en nuestras manos, es el tema de la novela que nos lleva a un mundo que sería de hadas de no saber que han existido centros de internamiento con una fisonomía así de espantosa, sin Dios o con un Dios malnacido. En este caso, con un dios que comulga con mitos, leyendas, religiones y cuentos de hadas, si es que existe alguna diferencia entre todos estos géneros.
https://lamarinaplaza.com/2018/08/05/letras-en-los-bolsillos-vii-las-madres-negras-de-patricia-esteban-erles-la-infancia-como-lugar-para-las-desgracias/
Letras en los bolsillos (VII): “Las madres negras”, de Patricia Esteban Erlés, la infancia como lugar para las desgracias
JOSÉ ÁNGEL DE DIOS GARCÍA.
“Mida conoce bien el sótano de Santa Vela, el hueco de las castigadas al que iba a parar con frecuencia desde el principio, cuando empezó a decirle a todo el mundo lo que Dios acababa de confesarle sin saber que era tan grave, más asustada que desafiante, esperando que alguien la contradijera. Pero las madres se miraban entre ellas y corrían a apartarla del resto. La hermana Priscia ordenó que la bajaran al sótano cuando se puso a gritar en medio de la capilla que Dios no existía, rabiosa porque nadie la escuchaba.”
En el convento de Santa Vela vive recluido un grupo de niñas huérfanas, víctimas de destinos oscuros y malhadados. Quienes las han llevado hasta allí para buscarles un futuro mejor ignoran que el convento está regido por la hermana Priscia, una mujer que solo entiende la entrega a Dios desde el fanatismo ideológico y el castigo del cuerpo y del alma. Ese universo cerrado parece obedecer en todo a la hermana Priscia hasta que una de las niñas, de nombre Mida, anuncia que Dios se le ha aparecido para decirle que Él no existe.
Este es el argumento que Patricia Esteban Erlés ha desarrollado con maestría en su novela “Las madres negras” (Galaxia Gutenberg), obra ganadora del IV Premio Dos Passos a la mejor novela.
Patricia tiene un don para la escritura, eso es indudable, de ahí que el lector no se sorprenderá cuando descubra que, una vez finalizado el primer párrafo, se vea irremediablemente atrapado por su forma de escribir, por la belleza de su prosa, por lo exquisito de la disposición de la oscuridad que ha diseminado por sus páginas y que impregna cada una de sus palabras.
Mida, hija de una bruja y un lobo; Moira, la niña que muere de vez en cuando; las siamesas Lavinilea; la hermana Priscia, la encarnación de la oscuridad; Dios, como antítesis de lo que se supone que debería ser y más humano de lo que nunca soñó; Pola, la belleza verdosa; Coro la tullida; el convento de Santa Vela, un no-lugar con forma de una antigua mansión reconvertida en un orfanato, el fabricante de muñecas… La novela está plagada de vidas representadas en distintos personajes, todos ellos perfectamente perfilados, todos interesantes, todos tan desgraciados como inolvidables.
Patricia se vale de estos personajes para hablarnos de la oscuridad que se oculta en algunas infancias, de los anhelos que nos embargan cuando somos niños, de nuestros miedos infantiles, de los fanatismos religiosos, de los sometimientos sufridos por la mujer, de la opresión, del ostracismo, de la batalla entre el bien y el mal, del poder mal entendido, y lo hace por medio de unos capítulos emocionantes de marcado aire gótico que pueden ser leídos como elegantes cuentos independientes, pero que en conjunto alcanzan unas cotas de genialidad y cohesión deslumbrantes.
Una lectura absorbente, brillante, tormentosa, pulcra, desgarradora que se desplaza por entre los infinitos claroscuros del alma humana.
“Las madres negras son el abuso de poder, el amor obsesivo hacia una idea que puede causar la desgracia en cualquier sociedad. Son mujeres que se entregan en cuerpo y alma a algo sin pensar en el mal que provoca su entrega”.
-¿Quién es Patricia Esteban Erlés?
-Una adicta al café y las historias. Una profesora de la escuela pública convencida de que la educación debe ser un derecho inalienable porque es el pilar de una sociedad fuerte.
-¿De dónde surge esa pasión por las letras?
De la certeza de que la vida es más divertida si contamos o nos cuentan historias. Desde pequeña me ha fascinado esa posibilidad de suspensión de la vida real gracias a la ficción. Todavía me pasa, la mejor forma de captar mi atención es contarme una historia. De ahí a practicar la narración hay un paso. Primero escuchamos cuentos, luego leemos libros, de pronto queremos o necesitamos escribirlos porque los personajes y sus andanzas se nos acumulan dentro.
-¿Cuándo fue consciente de querer dedicarse a la literatura?
-No he querido nunca dedicarme a la literatura de forma exclusiva, más bien la he necesitado siempre como componente básico de mi vida. Leer es un placer adictivo, escribir también. Si luego además ganas un concurso que te permite publicar y puedes extender el alcance de la escritura a otros campos de tu vida es estupendo. A mí me hace muy feliz mi profesión de docente de Lengua y Literatura, gracias a la cual puedo seguir pensando en autores, obras, disfrutando textos, etc., y transmitiendo a los alumnos y alumnas la necesidad de valorar la literatura como patrimonio inmaterial y la lengua como un instrumento de expresión que puede ayudarles mucho en su vida cotidiana, no solo académica.
-¿Cuáles diría que son sus referentes a la hora de escribir?
-Es un surtido, una caja de galletas muy variada. Me gustan muchos autores y autoras, he aprendido mucho leyendo y pensando sus libros. Pero por decirte los más influyentes, destacaría a algunas escritoras por su mirada personalísima, el carácter inconfundible que saben imprimir en sus obras. La perversidad delicada de Silvina Ocampo, el fantástico cotidiano de Cristina Fernández Cubas o Mariana Enríquez, la ternura lírica de Ana María Matute, la mirada inquietante de Shirley Jackson… Eso sin desdeñar la omnipresencia de Poe, porque sus cuentos son un catálogo imprescindible de motivos del género fantástico, que es donde yo me siento más cómoda como narradora. Me gustan los escritores y escritoras que se cuestionan la solidez de la realidad, que le ven las grietas, que encuentran el ángulo del horror. Me fascinan los fantasmas, las casas encantadas, los muertos que regresan, los objetos que parecen respirar. Siento a menudo que no pisamos una tierra firme en el mundo real y me alivia leer que otros lo han pensado antes que yo.
-¿Cómo se compone la historia en tu mente? ¿Cuál es tu proceso creativo?
-No existe un patrón definido. Me dejo llevar por impulsos poco racionales. De pronto una imagen, algo que alguien me cuenta, un documental, una película, puede sugerirme una especie de hilo conductor, una sinfonía imprecisa, la atmósfera de una historia que luego debo concretar. Es como si oyeras una melodía y quisieras extenderla, darle forma, sentido, a partir de una primera impresión, de ese momento de revelación que ha supuesto escucharla. En el caso de Las madres negras, por ejemplo, leer un prólogo a una novela de Shirley Jackson sobre casas encantadas hizo que tomara forma en mi mente toda una historia que iba y venía, que no acababa de concretarse.
-¿Escribes para ti o pensando en la persona que estará al otro lado de esas páginas?
-Escribo para mí, como lectora a la que me gusta complacer con historias de su gusto. Pero es cierto que cuando detectas que hay un determinado público, un lector coral que busca esas mismas historias, descubres un placer nuevo, una forma de comunicación que da muchas alegría.
-¿Cuáles son las constantes de tu obra?
-La perplejidad ante una realidad que no deja de parecerme inquietante. Las relaciones extrañas entre seres humanos, la monstruosidad, la infancia como lugar muchas veces desgraciado. Eso desde el punto de vista temático. Me obsesiona la forma también, el manejo del lenguaje, la precisión y la belleza que nos permite plasmar. Siempre me he emborrachado de palabras y me gusta seguir haciéndolo al escribir.
-Si pudieras echar la vista atrás y mirar a los ojos a la Patricia Esteban Erlés que daba sus primeros pasos como escritora, ¿qué le dirías? ¿Cómo has evolucionado a lo largo de estos años?
-Le diría que estoy muy contenta de que un día decidiera empezar a luchar por aquello que siempre la había fascinado, en lugar de soñar que empezaba a luchar, dejándolo para el día siguiente. Le diría que ha tenido suerte, un factor siempre importante, pero que ha ido trabajando bien, poco a poco, escribiendo siempre aquello que quería escribir, sin precipitarse. Le diría que ha hecho lo correcto, cuando abandonó aquella novela de 300 páginas porque no la estaba contando convencida. Luego la animaría a seguir buscando con honestidad las historias con las que puede tener una relación estable y un final feliz, sin dejarse llevar por modas ni por presiones externas.
-¿Es el cuento el género lógico a trabajar antes de embarcarse en una novela?
-El cuento es un género superior que a mí me ha enseñado a leer con admiración y respeto. Un buen cuento es una lección comprimida de literatura y te permite practicar la precisión, la atmósfera, la capacidad de sugerir de las palabras y el silencio. No creo que sea un género menor del que se salte a la novela, creo que son juegos distintos, apasionantes ambos, que como autora me apetece compaginar. La brevedad del cuento no puede interpretarse como simplicidad, el relato no es la bici con ruedines que te quitas para lanzarte a pasear en novela. Aprendo de cada género porque ambos te enriquecen. El cuento exige una mayor concentración de elementos, la novela te brinda fluidez.
-Fantasía, realidad, ambas se dan la mano en tus obras, ¿cómo entiendes tú esa simbiosis, cuánto se necesitan la una a la otra para conformar una buena historia?
-Como te he ido comentando en alguna otra pregunta a mí la realidad me parece muy fantástica. Pasan cosas sorprendentes, nunca acabas de controlarla, no es una dimensión dócil. Siempre existe un factor dominado por lo imprevisible, lo asombroso, lo raro. Me gusta ese límite, esa intersección de lo real y lo que no lo es. Por eso me adentro tantas veces en el territorio donde no estamos a salvo de que ocurran sucesos o aparezcan personajes desconcertantes.
-¿Quienes son las madres negras?
-Son una especie de plaga de insectos oscuros que se apoderan de un lugar, de un mundo mucho más blanco. Las madres negras son el abuso de poder, el amor obsesivo hacia una idea que puede causar la desgracia en cualquier sociedad. Son mujeres que se entregan en cuerpo y alma a algo sin pensar en el mal que provoca su entrega. Las pensé como metáfora del poder ejercido desde la soberbia, el egoísmo, la falta de valores. Hay unas madres blancas en la novela que representan su antítesis, las mujeres que aman la cultura y la custodian y difunden entre otras mujeres, pero las negras vencen en esta partida de ajedrez.
-El espíritu de Shirley Jackson o Daphne du Maurier parece estar presente en Las madres negras pero, ¿cómo surge la obra?
-Ambos son grandes escritoras de “casas”. Esto tiene su importancia, porque reflejan en sus obras la relevancia de lo doméstico en la vida de las mujeres. Tradicionalmente la mujer se ha visto relegada a la vida de madre y esposa. La casa es un monstruo tentacular que le ha robado espacio, visibilidad, oportunidades. Esa anulación de la mujer en favor del servicio a los demás se ve muy bien en los relatos de Shirley Jackson, que estaba casada con un autor, hoy prácticamente olvidado, y era ama de casa y madre de familia. Ella debía escribir entre tarea y tarea, aprendió a convertir su propia problemática en materia literaria, en eje de su estilo y sus obsesiones. Ella creía, como yo, que las casas están vivas. Las hay bondadosas y malvadas, hay casas enfermas y casas donde no queda otro remedio que ser feliz.
Esta misma consideración de la casa como personaje activo es la que encontramos en Daphne du Maurier y su Manderley, que es una especie de animal de compañía fiel que le guarda lealtad a su ama por los siglos de los siglos. De niña vi Rebecca y se convirtió para siempre en una de mis películas de referencia. Encontré en la biblioteca de un tío mío el libro, el verano en que cumplí catorce años, y lo leí, absolutamente fascinada por esa configuración orgánica, perversa, de la mansión. En Las madres negras el edificio es un homenaje a la casa Winchester y a Manderley, solo que además el edificio habla, cuenta su historia en primera persona.
-Cada uno de los personajes tiene su propia voz y su propia esencia, ¿fue complicado crear y manejar un elenco tan caleidoscópico?
-No, en realidad hablaron sin que hiciera falta mucho esfuerzo. De alguna forma creo que los personajes tienen entre sí un aire de familia. Muchas de las voces infantiles pertenecen a las diferentes, las raras, las monstruos de su entorno. Niña peligrosas, defectuosas, niñas condenadas por un rasgo concreto que las define. Cuando hablan los adultos (o el propio Dios) también hay puntos de común que los vinculan. Son muchas veces el brazo ejecutor del destino de las niñas, los que deciden, imponiendo ideas equivocadas o egoístas.
-Uno de los muchos detalles que me han gustado de la obra (al margen de hacer al convento de Santa Vela un ente consciente de lo que en él habita) es el de ser despojado del nombre y este es sustituido por otro vacío, hueco… Ese despojarte de tu nombre, ¿lleva implícito el ser anulado como persona? ¿Que te despojen de tu alma? ¿De dónde sacaste esa idea?
-Lo has visto muy bien. Quitarle a alguien alguno de los atributos que lo singularizan es anularlo, implica su desaparición como ser único. En los campos de concentración el nombre era sustituido por un número tatuado y también se rapaba la cabeza de los prisioneros. De pronto no te llamas como te llamabas y tu imagen es otra, mucho más frágil y vulnerable, más fea. Son tácticas de crueldad muy inteligentes y eficaces que se han venido practicando desde hace tiempo y que lograr un sometimiento simbólico desde que se aplican.
-Otra protagonista, siempre presente, es la oscuridad. ¿Cómo opera? ¿Por qué está siempre rondándonos?
La oscuridad es un elemento metafórico sencillo y muy resultón. Quería reflejar la falta de vida, de esperanza, de claridad, que rezuma Santa vela y quienes la habitan. Es un mecanismo que enseguida contagia valores negativos, asociados desde siempre a lo negro. En este libro podría decirse que el mal es un animal oscuro que ronda cada estancia y persigue a los personajes en forma de amenaza, de enfermedad, de muerte o separación de los suyos. El mal es una idea sinestésicamente conectada con la negrura.
-Esta obra resultó ganadora en el IV Premio Dos Passos a la Primera Novela, pero no es tu primer galardón. ¿Cómo afectan los premios a la hora de escribir? ¿Y a la hora de abrirte camino en el mundo editorial?
-Los premios son palmadas en la espalda que a mí me ayudan a seguir adelante y que a mí, personalmente, me ayudaron a empezar. No conocía a nadie en el mundo literario y que mis primeros premios implicaran la publicación del libro de cuentos hizo que accediera a una editorial y que mi trabajo fuera conocido por otra, la editorial del cuento en España, Páginas de Espuma, que es la que actualmente publica mis relatos. Ganar el Dos Passos además hizo que entrara directamente en una gran agencia literaria que trabaja para conseguir traducciones o venta de derechos de mis novelas a partir de ahora, además de que Las madres negras fue publicada en un gran sello, como es Galaxia Gutenberg. Los premios ayudan a dar pasos que enfilan la trayectoria y ayudan a mejorar tu visibilidad en el mercado editorial. No pienso en ellos al escribir, la verdad. Primero escribo y luego pienso en qué hacer con el resultado, es entonces cuando aparecen los concursos como posibilidad, entre otras.
-¿Cómo ves el panorama literario actual en nuestro país?
-Veo que hay una gran oferta de libros para todos los gustos, pero sobre todo se potencian géneros de consumo rápido, los McBig, libros que lees y olvidas a toda velocidad, desde las grandes editoriales. Me preocupa que se le dé tan poca visibilidad a la literatura que implica reflexión, a esas obras que necesitan una digestión más larga. Por eso me refugio a menudo en las editoriales independientes que mantienen un catálogo valiente, lleno de joyas que merece la pena descubrir.
-¿Qué estás leyendo en estos momentos?
-Acabo “Crónica de un final: 1917-1918”, publicado por Páginas de Espuma, que es un libro lleno de documentos personales de los últimos zares y sus allegados y que ofrece un testimonio valiosísimo sobre la caída de los Romanov. Disfruto también de la lectura de “Tiempos de swing” de Zadie Smith, editado en Salamandra.
-¿En qué estás trabajando ahora?
-Ahora mismo en mi segunda novela y en el germen de la tercera. Estoy escribiendo una novela sobre los desaparecidos, esas personas que un día no regresan a su casa y que es uno de los grandes motivos del terror moderno. La siguiente será casi con toda seguridad una nouvelle sobre las últimas semanas de vida de una gran estrella del Hollywood dorado.
PATRICIA ESTEBAN ERLÉS (Zaragoza, 1972) es profesora y columnista en Heraldo de Aragón. Ha publicado hasta el momento tres libros de cuentos. El primero de ellos, Manderley en venta (2008), obtuvo el Premio de Narración Breve de la Universidad de Zaragoza en 2007 y fue seleccionado en el V Premio Setenil, como uno de los diez mejores libros de relatos editados en España en el año 2008. Su segundo libro, Abierto para fantoches (2008), ganó el XXII Premio de Narrativa Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal. En 2010 publica su tercer libro de cuentos, Azul ruso (Páginas de Espuma), que también estuvo seleccionado como uno de los candidatos al Premio Setenil.
En 2012 publicó Casa de Muñecas (Páginas de Espuma), su primer libro de microrrelatos, ilustrado por Sara Morante. Varios de sus cuentos han sido antologados en volúmenes temáticos como Vivo o muerto (2008), Perturbaciones (2009) y 22 escarabajos (Páginas de Espuma, 2009), y en antologías como Pequeñas Resistencias 5. Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2010) y Madrid Negro(Siruela, 2016).
En Aragon Digital, de Laura Hevia González-Nicolas
Patricia Esteban Erlés es profesora, columnista y escritora Patricia Esteban Erlés es profesora, columnista y escritora
Zaragoza.- Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972) es profesora y columnista. También escritora, aunque asegura que "no a tiempo completo". Hasta el momento, ha publicado tres libros de cuentos, que han recibido diferentes premios a nivel nacional.
Ahora, ha dado el salto a la novela. Un paso hacia adelante que, explica, conlleva trabajar de forma diferente, administrar mejor el tiempo y la historia. "Las madres negras" ha sido galardonada por el IV Premio Dos Passos, escogida entre 630 originales procedentes de España y Latinoamérica.
Se trata de una historia de tintes góticos sobre la lucha del bien y el mal. La protagonista es Mida, una huérfana que acaba recluida en el convento de Santa Vela, un extraño edificio sobre el que pesa una maldición. Su historia se entremezcla con la de otras niñas y mujeres confinadas en distintas épocas, y también con la de Priscia, la madre negra que conversa con Dios y cumple cada uno de sus oscuros mandatos.
"Las madres negras" saltará al mercado en 2018, hasta entonces, Patricia dice que quiere disfrutar del momento para luego continuar con algunos proyectos que ya tiene en marcha.
Pregunta.- ¿Qué historia se esconde tras "Las madres negras"?
Respuesta.- Es una novela breve en la que, a partir de una trama que sucede en un orfanato con unas niñas que están ahí contra su voluntad con unas monjas malvadas, he tratado de trazar una metáfora de cualquier sociedad y de cualquier mundo o universo donde prevalezca el poder y se utilice mal.
En 2012 publicó Casa de Muñecas, su primer libro de microrrelatos En 2012 publicó Casa de Muñecas, su primer libro de microrrelatos
Habla un poco de la lucha del bien contra el mal. Hay personajes que tienen que ver con los símbolos del bien; otros, del mal. Se observa cómo surgen e influyen en los demás, también cómo acaban apoderándose de muchas cosas que no les pertenecen.
P.- Los miembros del jurado destacaron que su novela surgía de una "fusión extraña del gótico, el terror, la poesía oscura y el cuento infantil reescrito para adultos". ¿Qué opina de esta valoración?
R.- Me parece muy bonito y acertado, me he enmarcado esas palabra (ríe). Me gusta mucho la literatura gótica y creo que si hay componentes de esos tintes. La casa, que es un convento medio victoriano, tiene mucho de gótico. Creo que hay muchas historias dentro de la novela que se pueden con personajes infantiles, con monstruos. La belleza de lo siniestro.
P.- Es su primera novela, hasta ahora solo había escrito cuentos, pequeños relatos. ¿Cuál es la diferencia principal? ¿Se trabaja de forma diferente?
R.- Sí, es diferente. En el cuento se toma más aire y tienes que terminar de respirar en siete u ocho páginas; en la novela, consiste en distribuir mejor el ritmo. Tienes que intentar no apresurarte, no terminar antes de tiempo, tienes más espacio para describir, para hablar de los personajes. Ganas por un parte, pero cuando llevas cuatro libros de relatos cuesta cambiar el chip porque parece que vas programada para escribir de una determinada manera.
P.- La novela se publica en enero del próximo año. ¿Cómo afronta ese momento?
R.- Estoy muy contenta, ya preparando cómo va a ser. Quiero buscar la manera de hacer una fiesta más que una presentación, rodeada de gente que se ha alegrado mucho, con lectores que ya tenía de los libros de cuentos. También estoy meditando en todo lo que conlleva acceder siempre a un púbico mayoritario, con una editorial a nivel nacional y con un género como la novela que tiene muchos seguidores.
P.- Me gusta hablar de las musas de cada escritor, ¿de dónde son las suyas?
R.- De todas las cosas que me obsesionan, tanto de la realidad como de la Literatura. Los que escribimos somos obsesivos. Hay temas que me fascinan como le holocausto nazi, de hecho, hay referentes en la novela; también temas como la monstruosidad, aparecen seres considerados monstruos.
También recurro a otros autores. Por ejemplo, Poe es un referente en el tema de la locura, Shirley Jackson es en la que me he mirado para escribir este libro, porque siempre ha hablado de casas encantadas.
P.- Tiene cierta predilección por lo oscuro. ¿No le atrae escribir algo más amable?
R.- Me gusta mucho lo oscuro porque desde ahí también se puede explicar la claridad. Pero, en algunas ocasiones, me gusta probarme. En los libros de relatos sí que aparecen cuentos más realistas que tratan de un modo menos siniestro, de un modo más claro la realidad.
La novela llegará a las librerías en 2018 La novela llegará a las librerías en 2018
P.- Casi se puede decir que se cierra ahora una etapa. ¿Qué nuevos proyectos tiene en mente?
R.- De momento, disfrutar mucho esto, que llevará tiempo. Y luego seguir escribiendo la novela con la que estaba, que ya tengo el primer borrado claro. Además, quiero terminar un libro de cuentos que tengo a medias.
P.- ¿Tiene algún proyecto que quiere hacer sí o sí? Una historia que siempre haya querido contar…
R.- Casi todas las veces que me pongo a escribir me pasa esto. Pienso: "si no lo escribo no voy a ser feliz". Pero, concretamente, hay una novela que tengo medio abandonada que me gustaría acabarla por no tener esa sensación de proyecto inacabado.
P.- Como escritora, ¿cómo ve el sector de la literatura actual en Aragón?
R.- Bueno, yo soy profesora que escribo en mis ratos libres, no a tiempo completo. La verdad es que creo que hay mucha gente buena, mucha gente con ganas de hacer cosas, gente muy joven interesada. Sí, creo que es un buen momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario