lunes, 22 de abril de 2019

El miércoles 24 de abril a las 19.30 nos vemos con Monika Zgustová

Para hablar con la gran escritora y traductora checa de su libro "Vestidas para un baile en la nieve".





Añadimos unas reseñas y un vídeo sobre Monika Zgustova

Lara Siscar en Zenda libros

Monika Zgustová (o la nieve que respira)









Pensad en el frío. En la nieve. En lo más intenso de un aire como hielo en suspenso, más fluido, igual de cortante. Pensad en la estepa, el destierro, Siberia.
Lo que para la mayoría es poco más que una leyenda, las heladas extremas en las estepas del extremo del mundo, es para algunos su casa y fue para muchos su condena. Así como la evocación del frío siberiano resulta espeluznante, espeluznante es el relato de lo acontecido en sus campos y en sus pueblos. Se conoce como el otro Holocausto, resultado de la miseria de un gobierno que se creyó el más grande, fruto de la desviación de un líder que se encumbró a sí mismo en nombre de lo contrario, vergüenza de la locura de Stalin. Hasta 90 millones de personas pudieron morir en el archipiélago gulag. Una tragedia que alcanza condición literaria en el trabajo de Monika Zgustová, que actúa de recipiente de condensación del helado testimonio flotante de una decena de mujeres que, de viva voz o a través de sagrados restos como cartas y otros papeles, otorgan la materia prima que Zgustová comprime hasta obtener las gotas esenciales que definen uno de los episodios más terribles de la humanidad. Lo hace en Vestidas para un baile en la nieve, publicado por Galaxia Gutenberg. Un libro en el que esta checa afincada en Barcelona eriza el alma de la lectora sin necesidad de un ser hipersensible. Una selección de historias que comparten la aceptación de la catástrofe, la aniquilación de la expectativa, la adaptación a una nieve que invade el fuera y el dentro, que vigila. Una nieve perpetua que parece que respira.
"No se encuentran nunca más amigos como en el gulag, piensa alguna. No sería la misma si no hubiese estado en el gulag."
Este trabajo revive fragmentos de vidas de mujeres que por distintos caminos atravesaron la misma gran tragedia. Unas, detenidas mientras celebraban una fiesta y trasladadas en viajes de meses hasta el final del mundo vestidas como para un cóctel. Otras eran divas que pasaron a ser víctimas de la insatisfacción de hombres terciados que las humillaron con la intención de arrasar su condición humana. Las hubo que atacaron al sistema porque así las había moldeado el sistema mismo: “Nos educaron para que estuviéramos siempre dispuestos a sacrificarnos por el bien común. Como consecuencia, cuando cumplí diecinueve años, entre varios compañeros de clase formamos una organización terrorista clandestina con el fin de atentar contra Stalin y Beria”. Cada cual luchó contra el mal como pudo, si es que pudo, en una organización social en la que una pena de cinco años de trabajos forzados era despreciada como un castigo para niños. Un país y una época en la que la ciudadanía soviética estaba convencida de la relevancia de su misión histórica y de ser un ejemplo para el mundo. Tanto, que una mujer instruida, una médico, al morir Stalin gastó lo que no podía en enviar al funeral a su pequeña hija. Algunos nunca dudaron del líder ni de su modelo de arcadia comunista. El gulag, los castigos, el hambre, los campos de internamiento, el abandonar a su suerte a los suyos y la aniquilación de los enemigos del pueblo, el apoyo a la delación, que nunca se cuestionaba porque era la base del sistema, fue para algunos más un camino torcido que una aberración cruel. Viviendo lo que vivieron, resulta difícil creerlo, pero así era. También está quien valoró la experiencia como el elemento esencial que la hizo como es. Y la amistad. La bandera de la amistad exacerbada y transformada en sentimiento de liberación y supervivencia. No se encuentran nunca más amigos como en el gulag, piensa alguna. No sería la misma si no hubiese estado en el gulag. El gulag convertido en un campo de pruebas de hasta dónde puede llegar la bondad.
"Allí donde el libro estaba prohibido y el papel apenas existía, una invisible red de seres esclavizados pero lúcidos se rebelaron contra el proceso de vaciado mental."
En Vestidas para un baile en la nieve también están presentes los fundamentos y los absurdos de la obra y los padecimientos de grandes poetas como Marina Tsvetáieva o Anna Ajmátova. Y de otras que, como la editora Olga Invinskaya y su hija Irina se convirtieron en la diana a la que disparar para dañar a otras luces, como la de Boris Pasternak. Y tantos seres más.
Y mujeres y hombres que estuvieron y vivieron para contarlo. Y así se sabe, porque lo cuenta Zgustová, que la cultura fue el clavo al rojo al que se agarraron muchos de los que lo vivieron. Memorizando poemas, recitando letras, construyendo historias en su cabeza, intercambiando saberes y anécdotas. Agarrándose a aquello que les apegaba sin remedio a su condición de seres humanos complejos. Allí donde el libro estaba prohibido y el papel apenas existía, una invisible red de seres esclavizados pero lúcidos se rebelaron contra el proceso de vaciado mental y, como antídoto a la insuperable destrucción del ánimo, echaron mano de lo bello y lo convirtieron, ahí sí, en lo más necesario del mundo. Nunca como entonces.
En EL PAIS
Artículo de Anna Caballé:
ENSAYO
La vida partida en dos
Monika Zgustova recupera los testimonios de nueve mujeres que sobrevivieron a los campos siberianos en 'Vestidas para un baile en la nieve'
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ANNA CABALLÉ
29 ENE 2018 - 12:19 CET
Un poeta tan idealista como Boris Pasternak estaba convencido de que el infierno en que se convirtió la URSS durante el gobierno de Stalin acabaría cediendo y el espíritu noble y creador del pueblo ruso, oculto y oscurecido, saldría de nuevo a la superficie (“acordaos entonces de mí”). No sé hasta qué punto podemos suscribir la profecía de Pasternak porque las consecuencias de los hechos son siempre inmensas y cuesta saber hasta dónde aquella violencia absurda y arbitraria adoptada por el estalinismo marcó la conciencia colectiva del país (aunque el libro de Svetlana Aleksiévich, El fin del 'homo sovieticus' ayuda mucho). En todo caso, el infierno tuvo su fin en los años ochenta. Y los campos de trabajo, creados en 1917 para someter a la población, campos desperdigados por todo el país como un archipiélago de islas feroces, fueron finalmente desmantelados. Para Solzhenitsyn siempre fue un deber moral rescatar y mantener viva la memoria de lo que ocurrió en la URSS, porque costó mucho que Occidente aceptara la tragedia en que la revolución bolchevique sumió a todas las Rusias: todavía hoy muchos jóvenes reaccionan con desprecio y hostilidad cuando se les habla del destrozo humano que significó el Gulag.

Sin embargo, las voces del Gulag han sido mayoritariamente masculinas (Solzhenitsyn, Shalámov, Grossman), de modo que es un acierto la propuesta que hace nuestra escritora más eslava, Monika Zgustová, de buscar un cierto equilibrio recuperando los testimonios de nueve mujeres que sobrevivieron a los años de cautiverio en los campos siberianos. La escritora checo-española lo hizo de la mano de Shentalinski (el autor de Los archivos de la KGB) quien la puso en contacto con una asociación de antiguos presos del Gulag, zeks en el argot penitenciario. Los nombres de las nueve supervivientes nos son desconocidos, en su mayor parte, pero las historias responden a un patrón común que se abre con la detención inesperada y fortuita, casi siempre de noche y sin tiempo para coger un abrigo, algo de ropa interior, un libro. El arresto partía la vida de los detenidos en dos, porque la gente no solía regresar a sus casas de aquel tránsito impresionante, con parada obligatoria en la temible Lubianka, y cuya motivación muchas veces se ignoraba por completo: una frase, una carta, la sospecha interesada de un vecino, unos pocos rublos de estraperlo, ser la hija de alguien a quien el Estado quería castigar: eso ocurrió con los hijos de Ajmátova y Tsvetáieva, o con la desdichada Olga Ivínskaya, la amante de Pasternak y para muchos el gran amor de su vida. Llegó un momento (1937, el año de la terrible purga) que ya no se requería explicación. Tragar un poco más de aire era motivo suficiente para “una pena de niños”, es decir cinco o seis años en un campo ubicado en el círculo polar con temperaturas de -40 grados, porque lo normal eran las penas entre 15 y 30 años. Las familias quedaban destruidas.
 La vida partida en dos
Zgustová incluye el memorable testimonio de la hija de Olga Ivínskaya, Irina Emeliánova, también detenida y enviada a Siberia solo por ser hija de su madre. Irina vive ahora en París, pero mantiene vivo el momento en que se llevaron a Olga, por segunda vez (a la muerte de Pasternak). Al ser enviada de nuevo a Siberia, con cincuenta años, intentó suicidarse: no se veía con fuerzas para soportar otra vez aquel infierno, solo por haber amado a un poeta. Pero lo hizo, y cuando pudo volver a casa era ya una anciana enferma y definitivamente rota. El sufrimiento que transmiten los testimonios abruma y nos golpea en lo más hondo, como siempre lo hace la verdad. Pero es muy interesante la lectura que permiten sus recuerdos. Las nueve mujeres entrevistadas por Zgustová, admiten que aquella vida, pese a todo, tenía sus momentos de luz: ningún funcionario podía ocultar la belleza de un cielo rosado, la bondad de una mirada, el tímido sol que apuntaba en mayo iluminando la tundra después de meses de oscuridad. Las nueve mujeres cuentan cómo exploraron en su interior para encontrar las fuerzas de seguir viviendo. Y mencionan nombres que sí conocemos, como los recuerdos que Susanna Pechuro guarda de Lina Prokófiev, compañera de campo; o bien las poéticas cartas (pues la verdad estaba proscrita) -inéditas hasta donde yo sé- de la hija de Marina Tsvetáieva, condenada a perpetuidad en un campo de trabajo siberiano, dirigidas a Pasternak, quien procuraba sostenerla anímicamente desde Moscú: “Aquí las nubes, le dice Ariadna, a menudo parecen de tu puño y letra, de modo que el cielo es como una página de tus manuscritos”. Las siete largas y bellísimas cartas son, o fueron, propiedad de Ela Markman, compañera de campo de Ariadna Efrón Tsvetáieva, otra de las mujeres que bailaron en la nieve, como Susanna Pechuro.

Vestidas para un baile en la nieve es un cruce de biografía y autobiografía, pues es Zgustová quien se implica extraordinariamente en las historias contadas, les da una forma narrativa homogénea y las dota de la luz eslava que las historias requieren. Por momentos yo misma me he sentido parte de aquellas conversaciones transcurridas en 2008 y he sorbido un poco del té cargado y dulce que tanto gusta a los rusos. Incluso he probado una de sus galletas hechas con semilla de amapolas. Aquel mar de sufrimiento se ha convertido gracias a Monika Zgustová en un mar de memoria. Solzhenitsyn se sentiría satisfecho
En CULTURAMAS, Artículo de Ricardo Martínez Llorca
Vestidas para un baile en la nieve
Monika Zgustova
Galaxia Gutenberg

Barcelona, 2017

264 páginas
A cualquiera se le puede pasar por la imaginación que en este libro se nos escatima el síndrome de Estocolmo. El trabajo de Monika Zgustova sobre mujeres que sobrevivieron a los gulags versa, a la hora de la verdad, sobre aquello que puede inventar el hombre. Incluso en las peores situaciones, como del Doctor Zhivago cuando se veía invadido de melancolía, aparece la belleza. Un rasgo de belleza basta para salvar, siempre y cuando ese rasgo no se la excepción. Debe ser algo cotidiano y, a ser posible, algo compartido. Debe ser eso que inventó el ser humano que conoce como amistad, seguramente la mejor creación de nuestra especie. Que las mujeres a las que Zgustova entrevista mencionen con frecuencia que sin su paso por el gulag no hubieran conocido el significado de esa palabra, de ese sentimiento, que en cierta medida deben de estar agradecidas a la atroz experiencia, nos remite rápidamente a un caso de síndrome de Estocolmo. Solo que aquí no estamos tratando con una relación de pareja o un secuestro, con una experiencia escolar o familiar. Aquí de lo que se trata es de rescatar la vida por entero. Y si un estado basado en el principio del orden, y por tanto vengativo, les roba los años de juventud, hasta despellejarlas emocionalmente, es imprescindible encontrar un significado a todo eso. De lo contrario, la tentación inevitable será la del suicidio, la de concluir que esto que otros llaman vida, en tu caso es algo prescindible, basura.
De ahí que la amistad se cimente en las mejores cosas que el propio hombre ha creado. Como la poesía, o sobre todo como la poesía. Frente a lo increíble, a dejar morir a un hombre desnudo a cuarenta grados bajo cero, después de regarle con una manguera, solo pueden oponer la poesía, la visual, la que viene en pequeñas dosis a través de la naturaleza, o la que ellas componen con la memoria. Muchachas de diecisiete años, mujeres embarazadas, recién nacidas, hijas o amantes de algún ilustrado, porque parte de la guerra del régimen estalinista fue acabar con la cultura, la popular y la de alto riesgo, son acosada, ofendidas, humilladas y privadas de cualquier depósito de dignidad a fuerza de músculo, con máscaras de mugre, escupiéndolas y violándolas.
Pero ellas saben que la poesía tiene una hermana gemela, que se llama rebelión. Así pues, muchos de los casos que leemos, todos contados en primera persona, pues Zgustova deja que hablen las protagonistas sin interrumpir, suceden en la secuencia siguiente: rebelión – gulag – rebelión – traslado – rebelión – traslado… y así hasta que caiga muerto Stalin o algún dictador de medio pelo, encaprichado en desgraciar la vida de estas mujeres. Gente que frente al magnetismo del suicidio, que presencian a diario, se alimentan entre ellos con caldos de paciencia. Ser humano consiste en el esfuerzo de serlo en todo momento, confiesa una de ellas. La literatura, un libro, otra de las invenciones del hombre, o la narración oral, basta para salvar el final de un día, para compensar años y años de silencio obligado, de autohipnosis para no volverse loca. Eso que se llama esperanza, aquí contiene un tinte muy animal. Puede ser una trampa, pero si uno quiere torcerla a su favor, el empeño en mantenerla debe igualar al del mayor bruto con el que se encuentran. Porque lo que se niegan a perder es la voluntad. Y la esperanza es un gancho donde colgar esa idea, esa ilusión, la convicción de que vendrá lo mejor y que, mientras tanto, si uno quiere sobrevivir debe comportarse con humanidad. Es decir, ser amigo mientras piensas que esa que sufre es otra, que tú no soportarías la tortura. Aguantar y durar. Porque si uno no temiera ofender la humildad de esta gente, no solo sus amigos y su familia, sino que todo el mundo las necesita.
EN EL CULTURAL
Entrevista de Marta Ailouti
Monika Zgustova: "Mi lección de la historia ya la he dado"
La escritora, que reconoce que no escribirá más sobre el gulag, publica Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Gutenberg), el testimonio de nueve mujeres que vivieron en los campos de concentración soviéticos
MARTA AILOUTI | 27/09/2017 

Monika Zgustova

Cuando en septiembre de 2008 Monika Zgustova (Praga, 1957) tuvo la oportunidad de acudir a una reunión de antiguos presos del gulag en Moscú, le sorprendió ver el alto porcentaje de mujeres presentes. Desde entonces, la escritora se dedicó a viajar por la capital rusa, Londres y París para conocer de primera mano a las pocas supervivientes de los campos de concentración soviéticos. Un trabajo que, nueve años después, da vida a este Vestidas para un baile en la nieve, donde recoge los testimonios de nueve mujeres cultas que vivieron en el gulag. "No quería tener ninguna documentación más que sus testimonios", explica en una entrevista concedida a El Cultural. "Aunque evidentemente algo sí investigué el tema -matiza-, quería escribir una historia muy directa, que solo les perteneciera a ellas".

Entre medias, Zgustova publicó una novela ficticia basada en el testimonio de una de ellas, Valentina Íevleva, titulada La noche de Valia (Destino), y Las rosas de Stalin (Galaxia Gutenberg), sobre la hija del dictador soviético. No obstante, "creo que no escribiré nada más sobre el gulag", confiesa ahora al tiempo que avanza que su próximo trabajo tratará sobre la vida de Nabokov. "Mi lección de la historia ya la he dado. He escrito muchos libros sobre la historia reciente de la Europa del Este y creo que ahora me toca escribir sobre otras vivencias que no tengan tanto que ver con este tipo de terremotos".

Pregunta.- De vueltas con su último libro, en Vestidas para un baile en la nieve todas las personas que usted entrevistó eran mujeres cultas. De hecho, en el capítulo introductorio de la novela, afirma que la cultura ayudó a la gente a sobrevivir, ¿cómo influyó en sus vidas?
Respuesta.- Así lo vivieron ellas que eran presas políticas y mucho más cultas que las presas comunes. Ellas sabían además que estaban en el gulag injustamente. Esta conciencia les ayudó a superar su experiencia. La cultura, por su parte, les fortaleció. Algunas de ellas, por ejemplo, recitaban poemas enteros que habían aprendido en sus vidas a otros presos. Si no los recordaban, entonces componían versos nuevos ellas mismas que después memorizaban y compartían con el resto por las noches. Les cundía mucho más quedarse despiertas escuchando poesía o hablando de música que dormir y coger fuerzas para el trabajo del día siguiente porque se sentían humanas, sentían que podían tener, gracias a aquello, intereses más elevados, que iban más allá de solo comer, dormir y trabajar.

P.- De hecho una de ellas llega a afirmar que el hambre intelectual era peor que el hambre físico...
R.- Sí, realmente lo era. Se alimentaban más y mejor de la poesía y de la música. Aquello les llenaba mucho más que la comida en sí que era mala y además muy escasa. De hecho, comer era un acto más animal. Ellas necesitaban sentirse como un ser humano.

P.- ¿Y por qué decidió entrevistar solo a mujeres?
R.- De los hombres tenemos mucha más información. Tenemos, por ejemplo, una novela autobiográfica y tres tomos del Archipiélago Gulag, escritos por Solzhenitsyn. O los cuentos de Varlam Shalámov. Pero incluso yo quedé sorprendida por la presencia de mujeres en el gulag. Pensaba que era un tema más o menos dedicado a los hombres. No tenía ni idea de que una amplia capa de ellas fue a parar allí también, lo que me resultó muy chocante. Vestidas para un baile en la nieve está concebido como un homenaje para estas mujeres, por eso los capítulos llevan nombres de distintas heroínas mitológicas y bíblicas.

P.- Recuerda a esa otra parte de la historia de la que hablaba también Svetlana Aleksiévich en La guerra no tiene rostro de mujer...
R.- Exacto. De hecho, tuve la suerte de poder comentar este libro con Svetlana y de pedirle algún consejo. Yo sabía, por ejemplo, que a las mujeres las violaban en los campos de concentración soviéticos pero ellas no me lo contaban. Ella me dijo: "sí, ocurría y ellas no te lo van a decir". Entre otras cosas porque venían de una generación en la que estaba totalmente prohibido hablar de sexo y además lo vivían como una vergüenza. 

P.- ¿Y qué le recomendó?
R.- Que para tratar este tema lo mejor era dejar un silencio y que el lector se diera cuenta por sí mismo de que algo faltaba, de que había algo que ellas no estaban contando. Yo he intentado en el caso de algunas de ellas, sobre todo en el de la última entrevistada, dar a entender lo que ocurría y que, cuando llamaban a una mujer para que saliera de la casa, era generalmente para violarla. Así lo insinúo en un par de ocasiones, esperando que el lector lo perciba, porque más no puedo hacer, no puedo decir algo que ellas no me dijeron.

P.- Otro factor importante, que se repite en todos los testimonios, además de la importancia de la cultura en la supervivencia, es la amistad...
R.- Sí. De hecho, hay una cosa que me pareció increíble. La mayoría de ellas me confesó que si tuvieran otra vida les gustaría volver a tener la experiencia del gulag. Durante mucho tiempo no supe cómo interpretar aquello. Luego me di cuenta de que aquello había supuesto una experiencia tan intensa que, después de tal crueldad y horror, un poco de cariño se convertía en algo enorme. Son unas sensaciones tan fuertes que en la vida normal somos incapaces de entender. Y aquello fue lo que, una vez en libertad, echaron de menos.

P.- ¿Y la belleza?
R.- La belleza te humaniza y te alimenta. Los grandes sabios de los gulag, como los chamanes, que eran también presos políticos, aconsejaban a las jóvenes presas que se fijaran mucho en lo que tenían alrededor. La nieve, los árboles, el cielo, las puestas del sol e incluso en lo que normalmente concebimos como fealdad. Si se mira bien en cualquier parte se pueden encontrar rincones hermosos.

P.- Cuenta en su libro que, como método de tortura, a estas mujeres les hacían levantar un muro y derribarlo al día siguiente para volverlo a construir después. "La mayor tortura de todas las que he vivido -dice una de ellas al recordarlo- consistía en la inutilidad de un trabajo sobrehumano".
R.- A mí también me llamó la atención muchísimo. La peor tortura de todas es que tengas que hacer un trabajo inútil. Un trabajo duro, durísimo, hacerlo y al día siguiente deshacerlo. Y así siempre. La tortura de Sísifo, ¿no?

P.- ¿Qué cosas le impactaron más a usted?
R.- En realidad, todos los testimonios desde el principio. Recuerdo que la primera mujer que entrevisté estaba muy agradecida de compartir todo aquello conmigo. Su experiencia no era lo peor, pero también resultaba fuerte aquella imagen: la de una chica joven a la que detienen con su vestido de baile, mientras trata de celebrar la defensa de la tesis de su hermana. Para ella, me dijo, estaba la experiencia del gulag, que era la más fuerte que había experimentado, y lo demás ya eran los restos. Como la cotidianidad, lo previsible, los hijos, el trabajo o el marido. La aventura, el cariño y el peligro real fue el gulag. Aquella señora era muy optimista.

P.- ¿Y qué pasó cuándo salieron de los campos?
R.- Pensaron que la vida en libertad, la vida de la gente normal que no experimentó todo aquello, era una vida superficial y llena de cosas superfluas como ir a cenar a restaurantes, pasar horas charlando en el café, ir al cine, a un club de jazz, tomar una copa... A todas les parecía que aquello era una pérdida de tiempo total. Después del gulag todas dedicaron la vida a lo más importante, a los valores absolutos de la vida. Al trabajo que realmente las llenara. 

P.- ¿Por ejemplo?
R.- Una de ellas empezó a estudiar a los cuarenta años cibernética y se convirtió en una de las especialistas más grandes de su país. De hecho, fue enviada para representar a la Unión Soviética en los congresos internacionales. Otra, influenciada por un novio que murió en la cárcel, estudió historia y se dedicó a la disidencia el resto de sus años. Una de ellas no pudo rehacer su vida ni estudiar, pero dedicó cada rato libre que tenía a la lectura de grandes clásicos. Tenía la casa tan llena de libros en todas partes que casi no podías ni caminar... El otro valor era la familia. Pero algunas se dieron cuenta de que sus propios hijos no entendían su experiencia y se recluyeron en la compañía de otras expresas del gulag. La última frase de este libro dice que lo más importante de esta vida es que te entiendan. Es lo que pensaron todas. La compresión la encontraron con la gente que también habían estado en aquellos campos. Muchas de ellas se casaron con hombres que habían sido prisioneros o tenían amigas que también lo eran. El mundo fuera de este ámbito les resultó ajeno para siempre. 

Y un video con la presentación del libro "Vestidas para un baile en la nieve", de Monika Zgustova, junto a la escritora Anna Caballé, el jueves 19 de octubre de 2017 en la Librería Laie en Barcelona



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