EN REVISTA "OTRA PARTE"
Nombre de perroÉlmer Mendoza
LITERATURA IBEROAMERICANA
Diajanida Hernández G.
“Yo quiero hacer una literatura de mi tiempo”. Ese deseo que ha expresado Élmer Mendoza (Culiacán, 1949) parece haberse cumplido. En sus libros ha retratado su tierra, su habla, su realidad: su tiempo. Y no solamente ha logrado apropiarse de un lugar (Sinaloa), de un presente violento y del lenguaje de la calle, sino también de una forma: el género negro.
Después de Balas de plata (2008) y La prueba del ácido (2010), Nombre de perro es la tercera novela que cuenta las andanzas del “Zurdo” Mendieta. En esta entrega, el detective se moverá entre las redes del narcotráfico para ayudar a Samantha Valdés, jefa del Cartel del Pacífico, a encontrar al asesino de su pareja. En el camino, Mendieta se enfrentará a los rastros del pasado: su hijo Jason y Susana Luján, la madre del joven; el detective volverá al embarazoso vaivén del amor y se enfrentará al rol de padre (es decir, el lector conocerá su lado más vulnerable y desconocido). De esta forma, el autor profundiza en la psicología de Mendieta y le agrega unas pinceladas que no se veían en las novelas anteriores, abonando esa relación que se establece entre los lectores y los personajes de sagas, en la que progresivamente, con cada entrega, se va conociendo un poco más al héroe.
Con Nombre de perro Mendoza también acentúa el trabajo con el lenguaje: de nuevo logra esa extraordinaria conjunción entre la norma culta del español y el habla callejera, y coloca aún más el peso de la narración en los diálogos. Pareciera que hay un intento de despojo, de ser más directo y ahorrativo en el uso de las descripciones. De hecho, el libro comienza en medio de una conversación entre dos de los personajes y ya en la primera página construye el ritmo y el tono que tendrá toda la novela e introduce en ellos al lector. El resultado es una narración vertiginosa, que no da tregua, con unas extraordinarias escenas de acción y una historia que nos mantendrá en vilo hasta la última línea.
La literatura de Mendoza está llena de humor y de una mirada sensible que retrata una realidad violenta y móvil. Su escritura es ritmo y oralidad: la historia de este libro será escuchada por los lectores. En Nombre de perro, el maestro decanta una forma y un estilo para hacer la literatura de su tiempo: esa que retrata una cotidianeidad terrible y se adentra en los efectos que generan la violencia, el crimen y la política, y que en México se ha dado en llamar narcoliteratura.
EN REVISTA "OTRO LUNES"
Nombre de perro, de Élmer Mendoza
Sobre la novela homónima
ANDERS ESCRIBANO JAKOBSON
BLOG LUZ EN LO NEGRO
Según palabras del Presidente de México, la “policía (es) incapaz, corrupta e impreparada”. Edgar Mendieta, el Zurdo, pertenece a la Policía Ministerial del Estado. Y trabaja en Culiacán, del estado de Sinaloa, lugar donde nació y vive. El Zurdo Mendieta a veces es incapaz, ya por razones externas, la mayoría, ya por razones internas, somos humanos; a veces es corrupto, las menos, pero a veces; y a veces no está preparado –pero no por falta de preparación– para lo que le va a venir, aunque lo vea venir, porque el elemento circunstancial, es decir, todo lo que le rodea es tan inestable como la nitroglicerina líquida, que en cualquier momento todo puede saltar por los aires, incluido él, incluso, él el primero.
Edgar Mendieta es un ser solitario, muy a su pesar, aunque más que solitario es un hombre que está solo y no es porque él lo quiera sino que es por lo que le pasa, por lo que le ocurre y que él no decide. La última novela donde aparece el Zurdo es Nombre de perro, que le vendría muy bien como apodo al mismo detective si no fuera porque es el apelativo del otro, del que se esconde y oculta, del que mata sin ser visto, del perseguido y demacrado, del agente invisible. Ya veremos.
Antes de Nombre de perro, Élmer Mendoza, su autor –cuyas iniciales son las mismas que las del personaje, y no sólo las iniciales sino que los mismos rasgos físicos también son muy parecidos o similares, ese pelo de asterisco…–, ha publicado otras dos: Balas de plata y La prueba del ácido. En las tres el protagonista es el Zurdo, aunque comparte su preponderancia con dos más: el contenido y el continente, o mejor, la droga y el lenguaje de la droga, o mejor aún, el narco y el habla, o todavía más, la lengua del narcotráfico, de los narcos y de los que los combaten, que al fin y al cabo y sin remedio no deja de ser la misma, es la misma y ya no sé si estamos hablando de palabras o de acciones y ya no distingo muy bien si son dos o uno o una, la misma lengua mexicana, la que hablan y en la que se entienden aunque no se entiendan, aun siendo la misma.
Y eso mismo es lo que le da su relevancia a las novelas de Mendoza y eso mismo las torna difíciles, porque no es fácil entrar en ellas, para poder hacerlo hay que empezar a entender esa lengua, como el que aprende un nuevo idioma y no sólo hay que entenderlo sino que después hay que hablarlo y hablarlo aún es algo más difícil y para hablarlo qué mejor enseñanza que entrar dentro de las tramas y sentirse uno más dentro de las novelas e intentar, eso sí, no saltar por los aires o no convertirse en colador, porque entonces ahí no más.
Balas de plata se publicó en 2008, en ella aparece por primera vez el Zurdo Mendieta, y, junto a él, Gris Toledo, proveniente de Tránsito, su compañera. También estarán el comandante Briseño, su jefe, que como jefe estará y no estará con él, o compañeros como Moisés Pineda, el de narcóticos, con su Lamborghini.
En esta novela el muerto, el primer muerto, es Bruno Canizales, personaje ambiguo que lo mismo se acuesta con ellas que con ellos –y no será el único en ser bisexual, ni en ésta ni en las siguientes–, muerto con una bala de plata. Y entre los sospechosos está la hija, Samantha Valdés, del jefe del Cártel del Pacífico, Marcelo Valdés. No sólo ella, también Paola Rodríguez, tan bella e inalcanzable que se mata a sí misma, o el bailarín Frank Aldana, al que van a buscar a Mazatlán. Y todo se enreda no sólo porque las muertes se multiplican, siendo algo habitual, y con las muertes, las mentiras y los tejemanejes, y los peligros, sino porque el Zurdo se enamora de la Goga, amiga de Samantha y de Mariana Kelly, la compañera de Samantha. Y cuando alguien se enamora deja de ver y de ahí el final.
Con La prueba del ácido, del 2010, el Zurdo vuelve a caer, esta vez en un enamoramiento a distancia, más platónico que sexual, ya que la enamorada es Mayra Cabral de Melo o Roxana, su nombre de bailarina de streeptease, con la que se encontró en sus vacaciones, y que meses después aparecerá muerta. Con ella su compañera en el club Alexa, Yhajaira, Yolanda Estrada, también asesinada. Y el Zurdo es el encargado de encontrar a su asesino. Un Zurdo del que descubrimos que su terapia con el doctor Parra viene de algo que le pasó cuando tenía ocho años con un cura, el cura Bardominos, al que luego le dieron piso. Para ello, uno de los personajes clave de la novela, el gringo Leo McGiver, traficante de armas, será el desvelador del secreto que afecta al hermano de Mendieta, Enrique. Pero todo esto es paralelo a las pesquisas sobre el asesinato de Roxana y que envuelven a ciertas alturas políticas y financieras de Culiacán. Y si hablamos de ambas también hablamos de narcos, aquí Samantha, muerto su padre, se hace cargo del Cártel del Pacífico, y frente a la guerra declarada por el Presidente de México, los muertos se empiezan a contar por decenas al día, y para ello las armas se muestran imprescindibles.
Acabamos con Nombre de perro, del 2012. Todo empieza con el acribillamiento en la consulta de un dentista, el doctor Manzo, y continuará con la muerte de algunos otros, pero aquí el asesinato en serie no es algo de un autor solitario como en otros lares, aquí tiene que ver con otro tipo de asesinos, que siempre van en grupo, en este caso el de la Tenia. Pero la trama paralela al final tiene mayor protagonismo, la del asesinato de la compañera de Samantha Valdés, Mariana Kelly, durante una reunión entre narcos para hacer frente a los ataques que vienen de la presidencia. Y será la propia Samantha la que pedirá al Zurdo que le devuelva algún que otro favor encontrando al asesino de Mariana.
Mientras la vida personal del Zurdo da un vuelco, se encuentra en los días previos a la llegada de Santa Clos con un hjio, clavado a él, Jason, y a la madre de éste, Susana, con la que sólo se acostó una vez, hará dieciocho años. Y de nuevo –y no es la primera vez y por distintas causas y razones y de distintas formas– el Zurdo Mendieta cae. Aunque esperemos que se vuelva a levantar –como hasta ahora– para la próxima.
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domingo, 1 de septiembre de 2013
Nombre de perro, de Elmer Mendoza
Nombre de perro es la tercera novela de una trilogía policiaca que tiene como protagonista a Edgar "El Zurdo" Mendieta, un policía bueno pero no tanto, pilo pero no tanto, sagaz aunque a ratos.
Como en toda novela policiaca clásica, acá hay un crimen, un misterio por resolver, piezas que faltan y un investigador tratando de armar el rompecabezas.
El autor es de Sinaloa, México, y la novela tiene como trasfondo la "guerra contra el narcotráfico" y la guerra entre carteles. Mucho se ha hablado de la "colombianización" de México, con sus secuestros, masacres, sicarios, amenazas a periodistas, etc. y esta novela podría leerse como un capítulo más de esa "colombianización" ya que acá hace 20 años tuvimos nuestra sicaresca antioqueña, con Rosario Tijeras, La virgen de los sicarios, El pelaíto que no duró nada, No nacimos pa semilla, y otras.
Sin embargo, más allá de una radiografía de la violencia urbana del norte de México, esta novela también tiene valor por su propuesta narrativa: diálogos de ritmo vertiginoso, sin guiones, con distintas voces separadas apenas por comas, al "estilo Saramago". Un lenguaje lleno de jerga local en el que un lector colombiano puede entender palabras como "órale" o " chingada" pero debe esforzarse para comprender otras 50 ó 100 que aparecen en el libro.
También hay historia de amor, sexo, balas. Podría perfectamente hacerse una película de esta novela muy urbana, muy contemporánea. Hay quienes dicen que un libro tiene la obligación de entretener, de no aburrir. Éste logra ese cometido.
Las frases:
El alcohol es el único consejero que todo lo resuelve con dados.
Tengo que llamar a Ortega para que me explique qué onda, ¿de qué habla un padre con su hijo, adónde lo invita, en qué lo orienta?
Espero que traigas los de corazoncitos, Brigitte, son los que mejor te quedan. Me puse los que me regalaste en mi cumple, Alaincito, o sea: nada.
Un hijo es un infierno, cabrón, te hace pagar todos tus pecados, los del pasado y los que vas a cometer dentro de cien años, pero sólo lo sabe el que lo tiene; y si son tres son tres infiernos, si no es que más.
Cuando las novedades son las mismas, no hay novedad; eso le pareció: doce cadáveres en diversos puntos del estado, el Ejército patrullando, la policía atemorizada, los políticos declarando que no se preocuparan, que sólo jugaban a los vaqueros y el país ardiendo. Se hará costumbre, y las costumbres no inducen a reflexionar.
En este tiempo todo es previsible, lo mismo la lluvia que una balacera o una boda.
¿Los que prohibieron furmar pensarían en esta situación? Deben haber sido personas muy seguras de sí mismas, expulsó una nube de su boca, ¿cómo vivirían esta circunstancia? A lo mejor es gente sola, o que se casó joven, o que sólo piensa en el cáncer y le importa un carajo momentos como este en que no sabes si la muerte de Supermán te ha afectado o es la ausencia del Llanero Solitario.
Un día quiero ser chef, otro modelo y al siguiente aeromoza, ¿y tú? Carpintero para tener un hijo Dios.
El jefe lleva cargas que sólo él sabe y hay días en que le cuesta soportarlas, pero para eso es el jefe, para ser duro, experto en sufrir en silencio y firme en sus decisiones.
Todo homicidio posee una historia que implica un misterio
Si un asesino habla demasiado quiere humillar, tiene miedo o es un cínico.
Toda venganza es absurda, pero la venganza por amor es una estupidez.
EN EL BLOG losdetectivesdeanapetrook.com
ÉLMER MENDOZA: “BALAS DE PLATA”, “LA PRUEBA DEL ÁCIDO”, “NOMBRE DE PERRO”, “BESAR AL DETECTIVE”, “ASESINATO EN EL PARQUE SINALOA”, “ELLA ENTRÓ POR LA VENTANA DEL BAÑO”.
A.Petrook
Edgar, “el Zurdo” Mendieta
Élmer Mendoza (Culiacán, México, 1949) es el autor de la serie de Édgar, “el Zurdo” Mendieta, seis novelas policiacas mexicanas que presentan de forma vertiginosa pero ágil, violenta pero divertida, y muy crítica y cínica, el inevitable contubernio entre gobierno, políticos, policías, empresarios, narcos, contrabandistas de armas, extranjeros, que existe en el mercado de la droga. Como detective de la Policía Ministerial de la ciudad de Culiacán, “el Zurdo” Mendieta vive otra forma de acercamiento con los narcos, como si hubieran unos menos malos y otros malísimos, con la violencia como una realidad tan permanente como el calor sinaloense.
“El Zurdo” es el protagonista de cinco novelas my negras o ¿narconovelas?: Balas de plata, (2008), La prueba del ácido (2010), Nombre de Perro (2012), Besar al detective (2015) y Asesinato en el Parque Sinaloa (2017), Ella entró por la ventana del baño (2021).
Las “hasta ahora” cinco novelas de “el Zurdo” Mendieta, describen una realidad de Sinaloa, del noroeste de la República Mexicana y de nuestro país. Un estado rico en recursos naturales, especialmente marítimos, con una muy importante producción agrícola y con puertos turísticos de gran belleza. Pero más famoso por el llamado “Cartel de Sinaloa”, por su líder Joaquín Guzmán Loera, “el Chapo Guzmán”, por los inimaginables recursos de los narcos que atraen y retan cualquier forma de poder y de control, con las consecuencias inevitables de lucha de bandas rivales, la corrupción y por la fracasada llamada “guerra contra el narcotráfico” emprendida por el gobierno federal, mal concebida y peor ejecutada.
El “Zurdo” Mendieta conoce mejor que nadie lo anterior; así como la intensa vida comercial, política, social y cultural de Culiacán, especialmente las mejores fondas y restaurantes para comer pescados y mariscos. Igual de solitario que de gregario, sueña con su Susana Luján y habla con su álter ego, siempre con un fondo musical de baladas, bandas y rock, y citando, al aire, a escritores o filósofos. Respetuoso y solidario con la agente Gris Toledo, con el Dr. Montaño, con su jefe Omar Jefe Briseño y con la fiel Ger.
La reproducción de los vertiginosos ambientes se sustenta en los igualmente vertiginosos pero también extraordinarios diálogos, con varios interlocutores, recurso que sólo un escritor con un gran oficio puede transcribir. Frases veloces que pueden parecer confusas hasta que nos acostumbrarnos a una escritura que es al mismo tiempo el medio y la fiel representación del lenguaje de una violencia, digamos, “muy caliente”.
Balas de plata
El abogado Bruno Canizales, hijo del político Hildegardo Canizales y miembro de una “Fraternidad Universal”, es asesinado. La investigación descubre que la bala que lo mató era de plata; que tenía relación con Samantha Valdés y con un bailarín Frank Aldana. Seguirán otras muertes con balas de plata y “encobijados”, pistas como dos zapatos, el chico de la bicicleta y muchos sospechosos que hacen que la investigación se vuelva difícil y confusa. Nos enteramos del pasado de Édgar y de los últimos días en un agradable entorno doméstico del creador de un imperio criminal, el ya anciano Marcelo Valdés, padre de la bellísima Samantha Valdés.
La prueba del ácido
La novela empieza con el asesinato de Mayra Cabral de Melo a la que le cortaron un pezón. Parecía brasileña, pero era mexicana, “taibolera” y con una belleza espectacular como para hacer que políticos, empresarios, el padre del presidente de Estados Unidos y todos los que la conocieron, se enamoraran de ella, incluyendo a un Edgar Mendieta “demasiado pendejo y todavía un poco honesto”, según le confiesa a Samantha Valdés, la heredera del narco imperio sinaloense, “un perro que le ladra a la luna”. Vendrán otros asesinatos y la aparición de personajes involucrados con el narcotráfico como Leo McGiver, el contrabandista de todo lo inimaginable, queriendo ascender a narcotraficante; los narcos Dionisio de la Vega, Richi Bernal; Gandi Olmedo, el coleccionista de guitarras y surtidor de hummers; el político, Luis Ángel Meraz; el agente del FBI Peter Connolly y otros “gringos: Wim Harrison, el General Mitchell, el agente Donadl Smak, el coronel William Ellroy y el millonario Adán Carrasco.
Nombre de perro
“…Jefe, nunca le he dicho, pero no sé rezar, ¿qué hacemos? Pásame el cuerno y toma tu pistola, vamos a salir, que esos cabrones sepan que hay placas, que no les tenemos miedo. ¿En serio? O sea que: nos la pelan. ¿Qué lenguaje es ese, agente Toledo? No pierdas la compostura y menos si vamos a morir…”
En su tercera novela Élmer Mendoza / Édgar, el Zurdo, Mendieta, ya es un “narcodetective”, cada vez conoce mejor a los narcos y no duda en tener cierto acercamiento con ellos, si le conviene. Nosotros lectores, también lo conocemos mejor, sabemos cuándo es él el que habla en los diálogos, entramos a su casa, disfrutamos la comida que le prepara Ger, acompañamos a sus colaboradores a las compras navideñas y disfrutamos la ironía en las descripciones de los arreglos y los jingles navideños omnipresentes en una ciudad con temperaturas de cuarenta grados centígrados y donde la violencia es la realidad cotidiana. Y ya no es ficción. En el México de ahora la violencia supera la ficción de Mendoza/Mendieta, son más aterradoras las noticias de asesinatos y enfrentamientos relacionados con el narcotráfico que la novela.
Nombre de perro es una novela de venganzas con varias historias que se irán encontrando hasta descubrir el crimen: asesinan a Mariana Kelly, la amante de Samantha Valdés. Un secretario de estado por recomendación del General Alvarado le solicita a Héctor Ugarte, quien padece de un cáncer terminal, se infiltre en una reunión de narcos que se va a realizar en Culiacán. Ugarte está casado con María Leyva y es padre de Francelia. Ugarte se apoya en otro narco el Turco Estrada. Aparece Susana Luján y Jasón, el hijo que tuvo con Édgar. El narco “Tenia Solium” que mata dentistas porque no le quitan el dolor de muelas y su hijo Valentillo son ejemplo de la desquiciada rivalidad de las bandas, en este caso con la banda de los Chúntaros.
Besar al detective
“Algunos pensaban que la guerra contra el narco había llegado a su fin, pero los muertos seguían apareciendo”.
Samantha Valdés ya es la “capisa”. Y en una emboscada es gravemente herida. Sus sicarios, Max Garcés, la hiena Wong y el hijo del “cacarizo” Long la protegen en el hospital Virgen Purísima de la ciudad de Culiacán donde está en calidad de detenida. Agentes policíacos de Culiacán, policías federales y el ejército vigilan. Samantha se entera que Frank Monge, el capo de Tijuana, “estaba detenido y según la Hiena Wong había pactado con el gobierno; incluso, aseguró que el plan era la detención de Valdés a toda costa y que, llegado el momento, el tijuanense declararía como testigo protegido. Más claro ni el agua: unos la querían muerta y otros tras las rejas”.
Afortunadamente Héctor Belascoarán Shayne, el experto de la PGR, llega desde México a asesorar (y a prevenir) al detective, Édgar, el “Zurdo” Mendieta. Sin su compañera Gris Toledo, quien está preparando su boda, el “Zurdo” estaba a cargo del caso de la emboscada a la capisa y del asesinato del “adivino” Leopoldo Gámez.
En una elegante oficina de la ciudad de México “una mano con tres dedos” había contratado a el “duende”: hay que matar a la capisa y al detective. En Culiacán, afuera del hospital, Ignacio Daut, el “piojo”, un conocido de la infancia de Mendieta, observaba a policías, federales y narcos cuando Samantha sale huyendo y provoca una balacera entre policías y narcos. El “piojo” presiente las intenciones del “duende”, lo mata y los sicarios de Samantha la meten en el Jetta de Mendieta. El comandante Briseño le ordena “te vas a esfumar. La Federal debe estar en tu casa y ya estás boletinado, tu foto está pasando a cada rato en la tele nacional”.
Su destitución como detective y saberse perseguido por la policía no es lo peor. Susana Luján, la madre de su hijo Jasón quien estaba estudiando para policía en Los Ángeles, le avisa que está desparecido, la última vez se le vio con una joven pelirroja. Samantha le da todo su apoyo y viaja a Los Ángeles. Ahí, se reúne con su hermano Ernesto, con el “piojo” Daut y con Susana. No piden recompensa pero alguien le manda besos tronados por el teléfono celular. Se le aparece la agente del FBI Win Morrison: “¿Viene a Los Ángeles y no me busca, señor Mendieta? Mi ayuda para encontrar a su hijo a cambio de que nos entregue a Samantha Valdés. ¿Qué haría, entregaría a Samantha Valdés después de todo su apoyo y prometerle fidelidad? Está cabrón”.
“Susana Luján le subió a la radio: No hay nada más difícil que vivir sin ti, sonó desgarrador el Buki, y el Zurdo trabado”.
Asesinato en el parque Sinaloa
“Maté al pendejo de tu novio. ¿Escuchó bien o eran los whiskies ingeridos? Me pidieron que te avisara. El pistolero había cerrado la puerta tras él y Larissa lo miró atentamente”.
Asesinato en el Parque Sinaloa de Elmer Mendoza empieza con el asesinato de “una mujer que tiene un novio estúpido y se convierte en amante de un narco poderoso”. El novio estúpido era hijo de Abel Sánchez, mentor y primera pareja del Édgar, el Zurdo, Mendieta. Lo habían matado en el Parque Sinaloa de la ciudad de Los Mochis. Mientras, en una de las casas del Grano Briz, el narco más importante de Los Mochis, está escondido el poderoso y famoso narcotraficante, “El Perro” Laveaga, “ Si Ya Saben Cómo Soy Para Qué Me Atrapan”, quien se había fugado del Penal de Barranca Plana. En su encierro, El Perro y el Grano beben whiskey, mandan a los sicarios, “cinco jóvenes dispuestos a morir por él, más el Minero y Valente”, por tacos o jóvenes prostitutas, hablan por teléfono con “Platino” y con “Titanio” y suspiran por sus mujeres. El perro Laveaga está intensamente “enculado” por la conductora de radio Daniela Ka, pero “Platino” le advierte, que esa relación pone en riesgo sus negociaciones con el gobierno.
Después de haber salvado de la muerte y de la cárcel, a “Titanio”, Samantha Valdés, la jefa de jefes, la gran capiza del cártel del Pacífico, Edgar Mendieta había tenido que renunciar. Sumido en una severa depresión alcohólica, Abel Sánchez lo busca para pedirle que busque al asesino de su hijo, por lo que Mendieta le dice a su comandante Briseño que lo restituya para encargarse de la investigación.
La llegada de Mendieta a Los Mochis con su fiel agente Gris Toledo hace que se pregunten:
“…¿está la Ministerial participando con la Marina y la Policía Federal en la búsqueda del Perro Laveaga?”.
Ella entró por la ventana del baño
“Hay días en que sería mejor ser transparente…”
“—Como lo oyes, entró por la ventana del baño…”
En Ella entró por la ventana del baño (2021) Edgar “el Zurdo” Mendieta trabaja en dos casos: como policía investiga el asesinato de un excomandante, perpetrado por un exmilitar que recién había sido liberado después de veintidos años de prisión. Por encargo de un hombre moribundo, busca a una bellísima pelirroja con la que el hombre había tenido un breve romance veinticuatro años atrás
“Hay días en que sería mejor ser transparente, pensó Gerardo Manrique, excomandante de la policía Ministerial del estado de Sinaloa, luego de escuchar una amenaza en su celular que le caló hasta los huesos: Estás muerto Manrique, muerto y enterrado, pinche policía lame bolas”.
Veintidos años atrás, el comandante Gerardo Manrique había arrestado a un militar, el capitán Sebastían Salcido, “el Siciliano”, cabecilla de un grupo de militares corruptos que controlaban el tráfico de cocaina de Vallarta a Arizona. Al salir de la cárcel veintidos años más tarde, encabezó un grupo de ex militares corruptos en la disputa por los territorios de la droga con la capiza del cártel del Pacífico Samantha Valdés. Al salir de prisión Sebastían Salcido mandó asesinar al hombre que lo había enviado a presión.
—Como lo oyes, entró por la ventana del baño.
En su cama del hospital Ángeles de Culiacán, esperando la muerte, Alejandro Favela de ochenta y seis años le pide a Mendieta un extraño favor: que localice a una mujer bellísima, pelirroja, que veinticuatro años antes entró al baño de su casa mientras él orinaba; esa noche él le había ofrecido que pasara la noche en su casa, y así se inició una relación de quince meses, los mejores de su vida. No sabía su nombre, cómo se llamaba, no sabía absolutamente nada de su vida.
Mendieta reflexionó:
“Es posible apreciar las fortalezas del más débil;… pero ¿qué se puede pensar de las debilidades del más fuerte? Sebastián Salcido quiere reunirse con la señora Davinia, ¿acaso es por la misma razón por la que Favela quiere tener un momento con la pelirroja?
Sebastián Salcido, alias el Siciliano, era quizá el rival más fuerte, impío y poderoso que había enfrentado en su carrera. Un auténtico hijo de la chingada. ¿Cómo se vence a un bato así?
Cuando comentan que estas batallas son más feroces que las de Medio Oriente tienen razón.
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14 ABRIL, 2013 XALBADOR GARCÍA RESEÑAS
Nombre de perro de Élmer Mendoza, una novela que raspa la garganta*
“¿Por qué no termine mi carrera? Ahorita estaría valiendo madre en otra parte”. La reflexión es de Edgar, “El Zurdo”, Mendieta, protagonista de la trilogía —hasta el momento— que inició con Balas de plata, le siguió La prueba del ácido y ahora continúa Nombre de perro. Con estas tres novelas, Élmer Mendoza ha logrado tejer una obra narrativa inquietante de tan seductora, lúcida de tan agreste, alucinante de tan vertiginosa.
8089621644_9da9601a09_oComo un afluente que se abre a cada momento, en cada una de ellas se nos va revelando quién es El Zurdo Mendieta: un tipo sensible que en algún momento estudió literatura, pero que no lo vuelve a hacer, como él mismo lo expresa; un policía de Culiacán que es testigo de cómo se va desmoronando la realidad; un agente con problemas psicológicos cuya raíz del caso remite a ciertos abusos infantiles por parte de un sacerdote, un conocedor de buenos vinos y amante de los mariscos y la gastronomía de altura, y por supuesto un apasionado del rock, pero que también disfruta de la tradición musical norteña: “soy un pobre venadito que habita la serranía”.
Es Zurdo como los pichers que se dice tienen ventaja sobre los diestros, zurdo como Valenzuela, zurdo como los mejores peloteros. Saludos a Babe Ruth. Pero tampoco hay que olvidar la historia familiar de Mendita, ligada a la guerrilla de Sinaloa en los años setenta, que hace del Zurdo una metáfora, aunque velada e incluso demasiado sutil, sobre un coqueteo ideológico con las corrientes de izquierda. Este nexo conlleva una mirada hacia el pasado mexicano reciente, vuelta atrás que Élmer ya nos había propuesto en Un asesino solitario, pero sobre todo en El amante de Janis Joplin.
Todo ello enmarcado en los cánones del género policiaco, siendo el más importante la develación del misterio que implica cualquier asesinato. Si en Balas de plata, El Zurdo tenía que resolver diversos homicidios que hacían guiños a la ficción de los hombres lobo y en La prueba del ácido los asesinatos tocaban las fibras más sensibles en cuanto a feminicidios se refiere, ahora en Nombre de perro los hechos parecen desbordarse hasta ponerle enfrente un reto donde venganza personal, redes del narco y crimen pasional se mezclan complicando el caso hasta las entrañas. Sea que tal vez en cada muerte se nos recuerda la absurda esterilidad de la vida, sea que al final todas las muertes son por amor, el misterio se agiganta en la novela. No hay que olvidar que hasta al diablo le gustan los cuentos hadas. Y es en este cruce de caminos, de pistas para develar el homicidio, donde la novela no teme profundizar sobre los claroscuros de la existencia, sobre los rincones que hermanan a todos los hombres, sobre esas tinieblas de sordidez, miedo y desdicha que apenas, si acaso, nos susurramos poco antes de dormir.
En Nombre de perro un agente de élite, tal vez compañero de aquel Elvis Alezcano, cuyo nombre clave es “Guitarra de Hendrix” y que aparece en Efecto tequila (otra obra de Élmer), en Nombre de perro, decía, un agente de élite reflexiona sobre su pasado: “Se miró en el espejo. Caviló que había tenido una vida especial, que había hecho bien su trabajo, que dejó pocas promesas sin cumplir; mas cuando quería pensar que estaba listo para irse, se lo impedía un sentimiento de profundo temor; se negaba a admitir que el fin es cuando te llega la hora”.
Y será este personaje escurridizo, que se mueve como fantasma en la novela, quien vaya labrando un camino alterno que alimenta la trama con diversas vicisitudes, acontecimientos que le inyectan a la narración el ritmo tan singular como atractivo de las novelas de Mendoza. El lector queda paralizado frente a la página, se cuestiona, se lamenta, ¿qué sigue?, ¿y éste quién es?, ¿para dónde me llevas, Zurdo?, ¿otra vez a comer al Quijote?, ¿y las chelas? También de dolor se mata. Siguiendo el sello de identidad de la narrativa de Élmer, los discursos se imbrican. Entonces los diálogos se fusionan, las ideas nacen en la misma línea, provocando que en ocasiones no se les pueda fácilmente endosar una paternidad palpable (¿quién dijo esto?), el narrador es una voz en off que aparece y se oculta, y las conciencias, en forma de monólogo interior, no dejan de reclamar su espacio. Hasta la partitura de la melodía clásica de El bueno, el malo y el feo, compuesta por Ennio Morricone, se expone para agudizar el suspenso mientras se narra: “El diablo Urquidez y el Chóper Tarriba entraron al restaurante caminando como vaqueros”:
Se trata así de una riqueza en la prosa. El modo de narrar nos habla de un escritor que conoce perfectamente su oficio. No hay hilos sueltos, más bien la madeja se convierte en una marea descriptiva. Todos los discursos aparecen en un mismo nivel y se establece un diálogo fructífero que desemboca en una propuesta estética idónea para exponer el momento del país en el que se desarrolla la acción; es decir, una propuesta estética que da cuenta del caos que se padece actualmente en México por el conflicto del narcotráfico. Como telón de fondo, la lucha derivada de la venta de drogas está presente en las historias del Zurdo Mendieta. En Balas de plata el detective aún tuvo que lidiar con un capo todopoderoso, líder del Cártel de Pacífico, que había hecho un imperio, pero que al mismo tiempo construyó una ciudad y apoyó a los más necesitados de Culiacán.
Ya en La prueba del ácido el investigador es testigo de la venta ilegal de armas cuando el gobierno mexicano declara al narco una guerra absurda, irresponsable, perversa; guerra que ha provocado una orgía de violencia que no cesa y en la que hasta la fecha no hay visos de solución. Y En nombre de perro se muestran las diversas caras del conflicto que ya no se libra tan sólo en dos frentes —gobierno contra cárteles—, sino que la lucha se da también entre los propios narcotraficantes, dejando a la población civil presa de una balacera eterna, y con ello, la muerte, el propio concepto de la muerte se ha prostituido. Ha dejado de valer, y cuando la muerte no tiene valor, la vida —su contracara— también extravía su importancia.
En el prefacio a la novela autobiográfica La gran cruzada, del alemán Gustav Regler, Hemingway escribió: “La guerra civil española fue la etapa más feliz de nuestras vidas. Éramos enteramente felices porque cuando la gente moría parecía que su muerte tenía importancia y justificación”. Esto mismo nos ha sucedido en el país con la guerra del narco: la muerte se ha vuelto tan cotidiana, que la vida no significa ya nada. No es casualidad que luego de un cóctel de pulpo, camarón y harto chiltepín, El Zurdo Mendieta piense: “Cuando las novedades son las mismas, no hay novedad; eso le pareció: doce cadáveres en diversos puntos del estado, el Ejército patrullando, la policía atemorizada, los políticos declarando que no se preocuparan, que sólo jugaban a los vaqueros y el país ardiendo. Se hará costumbre, y las costumbres no inducen a reflexionar”.
Por eso también Samantha Valdez, la nueva líder del Cártel del Golfo, expresa: “Lo nuestro es un negocio, no una industria del crimen, si el presidente insiste todos los días en que es una guerra y ya varios mordieron el anzuelo, nosotros no lo haremos”. Es ella quien le pide al detective le ayude a esclarecer un crimen, el más doloroso de los crímenes porque ha muerto una mujer, y le dice: “Pierdes un hombre, Zurdo, y la vas pasando, escuchas canciones melosas y ya, pero perder una mujer es perder un pedazo de uno mismo, un pedazo muy grande”.
Y eso lo sabe muy bien Mendieta, El Zurdo, no por nada se enamoró de Susana Luján, mujer que cuando la vio por primera vez “había cuatro lunas. Una para cada capital del mundo”. Mujer con la que procreó a un hijo y que en esta nueva aventura le presenta al detective un reto inesperado, como se lo explica el perito Ortega: “Un hijo es un infierno, cabrón, te hace pagar todos tus pecados, los del pasado y los que vas a cometer durante cien años, pero sólo lo sabe el que lo tiene; y si son tres son tres infiernos, si no es que más. […] Y si le prestas el carro hay que darle para los condones, pinches muchachos no se conforman con agasajar, siempre quieren mojhar la brocha y les vale madre el pedo de los embarazos”.
Pero que nadie se confunda, Nombre de perro no es una novela sobre el narco, más bien se trata de una obra que, como todas las buenas novelas, rastrea las pasiones y los dolores humanos bajo el velo del misterio. Es una novela que sangra y cautiva, que raspa la garganta y apuntala la conciencia, una novela que duele y hermana porque, al igual que El Zurdo Mendieta, quienes hemos deambulado por los pasillos del dolor, sabemos “que la soledad mata más que el cáncer”.
*Texto leído en la presentación de la novela Nombre de perro en la ciudad de San Luis Potosí
EN EL PAÍS
EL PAÍS EN LA FIL DE GUADALAJARA 2012
Élmer Mendoza: “La narcoliteratura no es oportunista”
El autor de 'Nombre de perro' defiende el compromiso social del género y arremete contra la guerra de Calderón
L. PRADOS
Guadalajara (México) - 26 NOV 2012 - 20:44 CET
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Elmer Mendoza.
Elmer Mendoza.
SAÚL RUIZ
El Zurdo Mendieta ha vuelto. El detective tiene esta vez que resolver el caso de una mujer que busca venganza por la muerte de su amante y para ello deberá sumergirse en la guerra contra el narco, esa tragedia diaria de la realidad mexicana en los últimos seis años que como dice su creador, el escritor Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), solo ha servido para “crear enconos inconcebibles y exacerbar la violencia de las bandas”. Mendoza presentó el domingo por la noche en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara su última novela, Nombre de perro (Tusquets), llamado a ser otro hito de la narcoliteratura, un género del que es padre por derecho propio.
Travieso, de hablar suave y actitud inocente, Mendoza rechaza que la narcoliteratura se esté convirtiendo en un género para oportunistas. Al contrario, para el autor de Balas de plata y La prueba del ácido, se trata de novelas que restituyen la verdad en toda su complejidad social. “Es una estética de la violencia que se está dando en el cine y la música pero también en la ópera, la danza, las artes plásticas y el teatro. Es todo un movimiento, no es oportunismo. Es como descubrir una veta de metales: habrá quien saque las mejores pepitas y quienes solo rasquen. Me gusta la palabra narcoliteratura porque los que estamos comprometidos con este registro estético de novela social tenemos las pelotas para escribir sobre ello porque crecimos allí y sabemos de qué hablamos”.
Acaba el sexenio del presidente Felipe Calderón con su reguero de más 60.000 muertos asociados al combate contra el crimen organizado. El próximo sábado, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) volverá al poder de la mano de Enrique Peña Nieto. El novelista no perdona los llamados “daños colaterales” de la etapa que termina: “Comparto la indignación de los 50 millones de mexicanos sometidos a la angustia de ver al Ejército en sus calles. En mi ciudad jamás había estallado una bomba y más de 60 policías fueron asesinados. La guerra contra el narco creó terror y una atmósfera de desconfianza. Dicen que la van ganando, pero la guerra no afectó a las actividades principales de las bandas. Todos tenemos la esperanza de que se acabe esta guerra, por eso voté al PRI, porque queremos recorrer las calles sin ir mirándonos la espalda”.
Hombre del norte, de la frontera, Mendoza se explaya contra la guerra de Calderón. “Alteró mi mundo, se rompieron los códigos. En el norte estábamos acostumbrados a los traficantes. Los sicarios son siempre indeseables, siempre están fuera de sí. Los narcos quieren que se les note, que las chicas guapas se fijen en ellos, quieren convertirse en héroes. El sicario siempre mira de abajo arriba, no tiene esa opción”. Y también contra la lacerante desigualdad de México: “Tenemos casi 60 millones de pobres. La pobreza es la mayor derrota de un país. Nuestros jóvenes no tienen sueños. Cuando pregunto a mis alumnos donde quieren estar dentro de 50 años no lo saben, no tienen proyecto de vida”.
Élmer Mendoza iba para ingeniero y empezó a publicar tarde, a los 50 años, pero desde los 28 supo que sería escritor y empezó a estudiar Literatura en la UNAM. “Siempre fui un acomplejado para arriba”, dice riéndose de sí mismo. “Era feo, pero era el único de mis amigos que se atrevía a hablarle a la chica que nos gustaba y si me ponía a entrenar para atleta pensaba en ir a los Juegos Olímpicos. Si no fuera escritor, me hubiera gustado ser científico y ganar el premio Nobel”. Cuando empezó a escribir no pensaba dedicarse a la violencia. Su primer proyecto literario tenía que ver con la guerrilla, pero su ilusión era y es crear una novela de ciencia ficción. “He hecho siete intentos y he fracasado, pero la tengo que hacer”.
¿Tiene ya la trama? “Sería una novela de anticipación del futuro. Ocurre en Culiacán dentro de cien años. No hay comida ni agua y miles de autos se acumulan en el centro de la ciudad. Hay acaparadores de alimentos, controladores de la escasez y un proyecto científico para reducir la talla de la gente…, pero no me sale”, concluye entre bromas.
Edgar el zurdo Mendieta vuelve con una nueva historia, con su picaresca, su sarcasmo y su habla popular, pero sobre todo vuelve el estilo de Elmer Mendoza. “Un autor no depende de las tramas pero sí de un estilo, y cuando agarras uno no puedes dejarlo. Yo creo que lo conseguí”.
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