jueves, 2 de julio de 2009
LO AZCONIFORME
Disculpad que no haya escrito en estos días: el final de curso me ha tenido, de nuevo envuelto en actas y papeles (y hay pocas cosas que odie más que leer lo que no me apetece)
Bueno, al grano, os cuento más cosas sobre Azcona:
El universo de los personajes azconianos:
Azcona tenía el don de hacer reír por no llorar, o de hacer llorar de risa, que no es lo mismo “pero es igual” dirían Tip y Coll.
Si hemos leído y disfrutado con “El Pisito”, habremos comprobado que cada momento hilarante tiene su envés, y que entre la risa y el llanto no hay otra frontera que la vida misma... Vamos, que por algo son las máscaras del teatro y que lo que hay que hacer es esconder el rostro real de la vida, que no es otra cosa que comer, reír y llorar.
Y es que en el telón de fondo de las obras de Azcona está pintada la ruina, con una lucidez aterradora, como la que sin duda tuvo en la mirada Jorge Manrique, Quevedo o Valle Inclán … La vida para Azcona era un laberinto cuyo final nos deja la sonrisa helada y nos invita a mirar hacia atrás y comprobar que las paredes del laberinto no eran sino nuestras emociones, imperfecciones, ficciones, defectos, pecados y virtudes que fueron entramando la suerte máxima a la que estábamos abocados. Llorar no fue sino la antesala de la carcajada, y reír era la puerta que daba paso al llanto, pero más allá no había nada, ni paraíso ni infierno, que dirigiera nuestras acciones... En ese instante, el personaje de Azcona se siente arrojado y abandonado... Y le da por reír.
Si es que antes no se había dedicado uno en exclusiva a reírse de sí mismo, deporte que Azcona practicaba a menudo, y a solazarse en las propias imperfecciones, los pecados que dan sentido a la vida:
“Que te dejen por imposible que es una de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida...”
Por eso, todos esos valores con que la “gente de bien”, la “gente de orden” trató de alicatar las paredes de su laberinto (honestidad, lealtad, patrotismo, heroísmo...) son las máscaras tras las que se esconde la cruda realidad que cada uno trata de esconder con mayor o menor arte: frente al heroísmo la pereza, frente al machismo, las miserias de la sexualidad ordinaria, frente a la fuerza la debilidad, frente a la plenitud la imperfección...
Por eso las novelas de Azcona no tienen moraleja ni lectura trascendente posible. Las palabras... Pues la verdad, tampoco mucho... El guión debe quedar disuelto en la película como el caldo en la paella...
Y los personajes deben quedar impregnados del caldo de la vida como los granos de arroz en la paella; van cogiendo sabor conforme la historia avanza... Azcona solía escribir y cocinar al mismo tiempo, y mientras preparaba la ensalada para los amigos con los que discutía el guión, decía “Esto va tomando incremento”... No se sabía si se refería a la ensalada o al guión pero lo mismo daba: o los dos o ninguno. Por eso los personajes de Azcona no son igual al principio que al final de la historia... Toman “incremento”, crecen, cogen sabor...
Esa fue precisamente la razón de la ruptura con Berlanga: en la “Escopeta Nacional”, los personajes no crecían y Azcona se dio cuenta de que aquellos personajes-tipo poco o nada tenían que ver con su universo creativo... Solución: cerrar su etapa con Berlanga. “
Y por eso mismo no hay narrador que pontifique, dirija o maquine: nunca hay que pensar por el personaje, y menos aún privar al lector-espectador de esa tarea..
Azcona era un escéptico:las cosas no tienen razón ni solución, a lo sum tienen salida; ¡como los problemas! Nunca le busque soluución a un problema, limítese a buscar la salida... Esa es la diferencia entre un rico y un pobre: el mundo del pobre sólo tiene una...a verdad, tampoco mucho... El guión debe quedar disuelto en la película como el caldo en la paella...
Y los personajes deben quedar impregnados del caldo de la vida como los granos de arroz en la paella; van cogiendo sabor conforme la historia avanza... Azcona solía escribir y cocinar al mismo tiempo, y mientras preparaba la ensalada para los amigos con los que discutía el guión, decía “Esto va tomando incremento”... No se sabía si se refería a la ensalada o al guión pero lo mismo daba: o los dos o ninguno. Por eso los personajes de Azcona no son igual al principio que al final de la historia... Toman “incremento”, crecen, cogen sabor...
Esa fue precisamente la razón de la ruptura con Berlanga: en la “Escopeta Nacional”, los personajes no crecían y Azcona se dio cuenta de que aquellos personajes-tipo poco o nada tenían que ver con su universo creativo... Solución: cerrar su etapa con Berlanga. “
Y por eso mismo no hay narrador que pontifique, dirija o maquine: nunca hay que pensar por el personaje, y menos aún privar al lector-espectador de esa tarea..
Azcona era un escéptico:las cosas no tienen razón ni solución, a lo sumo tienen salida; ¡como los problemas! Nunca le busque soluución a un problema, limítese a buscar la salida... Esa es la diferencia entre un rico y un pobre: el mundo del pobre sólo tiene una...
Y porque era un escéptico, no se fiaba ni siquiera de la fuerza suprema (¡Dios mío, qué acabo de decir!) del universo: cada vez que aparece el amor en una novela de Azcona, estamos en la antesala de la crisis.
Los suyos son siempre condenadamente imperfectos: amores desconfiados, desengañados, desarraigados, efímeros, pasajeros, egoístas, resignados...
La incapacidad como constante azconiana:
Hay un sólo mundo en Azcona, el de los personajes incapacitados: todos estamos ahí, sólo tenemos que buscar en que orden de la vida lo somos.
Al mundo de la incapacidad se entra por la puerta del desarraigo: todos viven fuera de su hogar y compartiendo miserias de realquilado, y todos sin remisión esperan ese futuro amable que nunca llega...
Pero también se entra por la puerta del trabajo : operario de funeraria, verdugo, administrativos alienados, vendedores de productos inauditos, organilleros, bohemios, poetastros...
O de la derrota: laboral, familiar, amorosa, física, ética, vital... Hay que adaptarse a perder o, en todo caso, aceptar que para empatarle el partido a la vida hay que dejar atrás la dignidad.
En el mundo de la incapacidad, a los personajes azconianos les toca lidiar con el egoísmo en sus múltiples facetas: insolidaridad, incomunicación,maniqueísmo, ritualismo, machismo, cobardía, resignación...
Su universo está poblado por seres sin rumbo ante un horizonte desolador, personajes que se hunden pero saben darle la vuelta a esa caída y encuentran en los placeres de la comida una vía de escape (recordad el atracón de cefalópodo o la obsesión con picar algo en El Pisito) personajes que desembocan en los males del siglo: incomunicación, insolidaridad, derrota, dignidad, desamor, fracaso, exclusión, desamparo, desacralización de la muerte.
En ese punto de no retorno, ante el dolor de saberse perdido, la única tabla de salvación es la burla y la caricatura...Azcona la aborda con crudeza pero no con crueldad... Todo lo contrario, opta por tratar con inmensa ternura esa tozuda manía que tienen algunas personas por parecer normales, cuando él busca todo lo contrario: el negativo de la búsqueda de la “normalidad” es la gente corriente, sin gota de heroísmo, gente de belleza arrugada, de lucidez borde, de desengaño agudo, de final infeliz pero divertido, de esa ironía que es la tumba de la resignación... Resume todo esto un chiste de EL Roto: un grupo de cadáveres yace en una trinchera y uno le dice a otro “tranquilo compañero, los derrotados somos invencibles”.
Lejos de la simplificación, el mérito del trabajo de Azcona es esto mismo: poblar sus novelas y guiones de personajes que forman parte de un caleidoscopio y que han sido arrojados al mundo sin manual de instrucciones, plagado de hombres sufrientes, burlados, condenados todos, rebeldes, escépticos, ilusos, europeos, pobres, paralíticos, muertos de risa, muertos de pena, muertos del todo, verdugos, condenados a muerte,tiernos, egoístas, repelentes, anacoretas, tontos, bajitos, listísimos. Nos hacen reír... Hasta que descubrimos que estamos también ahí nosotros, en toda o en algún momento de nuestra vida: Azcona nos desnuda con infinita ternura.
Y en Azcona está una España entera: conviven los supervivientes de una sociedad depauperada, una generación de hogares asolados por la guerra, abuelos que perdieron la guerra, y si la ganaron, perdieron familia y amigos; en ese batiburrillo coral emergen los hijos que traicionaron la memoria de sus padres para adaptarse al régimen, los hijos que aprendieron a callar, y comienzan a asomar la nariz los sietos que descubren la historia de los abuelos, perdidos aún en una historia que no termina de aflorar... Es la España del “Cuéntame” que quizá no tenga orden pero sí mucho concierto.
Y, pásmate, todo esto lo consigue sin grandes palabras, acciones heroicas, finales felices ni seres esforzados.
Azcona es el único escritor que conozco que supo escribir la palabra VIDA con minúsculas.
Y supo hacerlo siendo un imposible, con desacato, con biofilia,
Qué más se puede pedir que ser un buen caldo para la paella de la vida...
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