NOS VEMOS CON MARTA SANZ EL PRÓXIMO LUNES 11 DE NOVIEMBRE A LAS 19H
(MEDIA HORA ANTES DE LO PREVISTO) EN EL CENTRO CÍVICO DELICIAS (ANTIGUO MERCADO DE PESCADOS)
Incluimos el dossier de prensa que publica Páginas de Espuma, acompañado de algunas reseñas relevantes.
Retablo de una sociedad
Dos cuentos en un libro. Dos mundos enfrentados. Habitantes de dos universos que están obligados a ocupar las mismas calles. Aquellos que siempre pasearon por ellas y aquellos que transitan de nuevas. La atmósfera castiza, tradicional, la personas de toda la vida frente a la fauna vintage, hípster, la gente de moda. La pequeña frutería o mercería frente a la barbería que sirven champán o la galería de arte de objetos imposibles. Las ciudades y los ciudadanos de los países evolucionan bajo las condiciones de los fenómenos de gentrificación, de turismo desbordante o de outlet masivo comercial. Un tono satírico, esperpéntico, crítico cubre esta realidad en manos de Marta Sanz, una de las escritoras indispensables de la actual literatura española.
Sinopsis
En el primer cuento, «Extraños en un tres (versión amarilla)», Ana María está cansada de que su hijo, un ludópata en paro, gorronee y se gaste sus ahorros; por su parte, Matilde busca vengar la muerte de su fiel mascota. En el segundo, «Jaboncillos dos de mayo», los habitantes de un barrio de Madrid se rebelan contra la invasión de los hípsters y sus «mariconadas» (centros de yoga y pilates, restaurantes de comida vegana o internacional, lo vintage…). En ambos cuentos, ubicados en Malasaña, que podría ser cualquier barrio de cualquier ciudad, se nos presenta el enfrentamiento entre dos realidades: la de personas que defienden lo tradicional y se resisten a aceptar las tendencias de las nuevas generaciones, la evolución de la sociedad. Marta Sanz se interna en el género negro con frescura, humor ácido y un tono satírico.
Marta Sanz
Marta Sanz nació en 1967 en Madrid. Es Doctora en Literatura Comparada por la Universidad Complutense y colaborada habitual en los periódicos El País, Público, Infolibre y la revista El Cultural de El Mundo. Su amplia producción literaria se compone de novela, ensayo y poesía. Ganó el premio Ojo Crítico de Narrativa (2001) por su novela Los mejores tiempos; y los premios Tigre Juan, Premio Cálamo y Premio Estado Crítico con Daniela Astor y la caja negra. Farándula obtuvo el Premio Herralde de novela (2015). Es autora de los ensayos No tan incendiario, Éramos mujeres jóvenes y Monstruas y centauras, y de los poemarios Perra mentirosa / Hardcore, Vintage, Cíngulo y estrella y La lección de anatomía.
Fernando Vicente
Fernando Vicente nación en 1963 en Madrid. Es un pintor e ilustrador de formación autodidacta que desde 1999 publica en El País. Entre los volúmenes que recogen su obra están Literatura ilustrada (2007), Portadas (2010) o Fernando Vicente (2014), entre otras. Su labor como ilustrador incluye libros de público infantil y adulto como Peter Pan de J. M. Barrie (2006), Momo de Michael Ende (2008), Drácula de Bram Stoker (2014) o Poeta en Nueva York de Federico García Lorca (2017).
Entrevista
Retablo reúne dos relatos independientes, pero su lectura los cohesiona, integra y logra que un texto se refleje en otro, que convivan en un solo díptico. ¿Cómo ha sido construir este “retablo”?
Este retablo parte de la observación de la realidad. De una observación que quiere ser cárnica, analógica, enumerativa y barroca. Un contrapeso frente a la asepsia, lo líquido, lo light. Incluso frente a una espiritualidad que se confunde con la ligereza o la salud, se decanta, se mete en un bote y se comercializa. Me interesa el ruido, lo tangible, lo presente. Estoy harta de darle más protagonismo a las fantasmagorías y a la virtualidad que a lo que tenemos a un palmo de la nariz. Tal vez por esa razón, el estilo propuesto es satírico y excesivo, y el humor ácido: se mira críticamente una realidad mutante que nos está imponiendo de forma vertiginosa formas de vida que a veces nos resultan ajenas y, por lo menos a mí, me han hecho sentirme vieja de golpe. Con estos cuentos me rebelo y me defiendo contra mi envejecimiento prematuro. No hay una mirada nostálgica del pasado, sino una mirada crítica hacia el presente para ver si en el futuro nos va un poco mejor.
Aquí el género negro está al servicio de un deseo de denuncia política y social a través de la sátira. La homogeneización de nuestros barrios, la conllevada gentrificación de nuestras ciudades, la invasión turística o la metamorfosis de lo popular y castizo por lo “moderno” y hípster. Este aspecto tan fundamental de la lectura, ¿cómo se establece en la convivencia de ambos textos?
A partir de dos relatos que podrían estar produciéndose ahora mismo, aquí, en esta misma calle. Solo hay que abrir las ventanas para sentirse parte de ellos. Los relatos se producen de manera simultánea y están protagonizados por los personajes menos visibles de los binomios a los que aludes en tu pregunta: dos ancianas, a las que se describe por el contenido de sus botiquines y sus neveras, es decir, a las que se describe por sus alimentos y sus carencias, por el precio de sus necesidades físicas, y un anticuario que se alía con el dueño de un bar castizo y con una frutera para combatir la invasión de los ultracuerpos hipsters. Especies en extinción cuya mirada cristaliza en un lenguaje, castizo y pedante, que chirría frente a la lógica de las grandes
superficies comerciales, las franquicias de montaditos, las ópticas o las cafeterías cuquis. La suavidad homogénea y multinacional convierte nuestras ciudades en territorios descoloridos que se tiñen artificialmente con los pigmentos de los cup cakes. Me acuerdo de aquellas películas en blanco y negro que se coloreaban y lo único que se quedaba gris era el interior de las bocas de los actores: era muy inquietante. Por otro lado, los textos conviven porque de algún modo conversan con géneros clásicos a los que se pretende sacar de sus rutinas para que signifiquen otra cosa. Se produce una tensión permanente entre el homenaje y la parodia. La tragedia
y la farsa. Siempre me han interesado estas historias que suscitan preguntas por cómo están escritas, por cómo se subvierten los límites de lo previsible desde un punto de vista estilístico.
«Extraños en un tren (versión amarilla)» es un claro homenaje al clásico de Patricia Highsmith. ¿Cuánto hay de la gran dama del género negro en su incursión en dicho género?
Ojalá hubiera algo de Patricia Highsmith en los textos que escribo. Quiere haberlo, pero nunca se sabe... El listón está altísimo y yo lo único que procuro es leerla, interpretarla bien, para intentar metabolizar algo de su sensibilidad y de su inteligencia narrativas. Me encantaría haber heredado una pequeña partícula del ojo sucio de la señora Highsmith, que era una mirona extraordinaria con tendencia a ver la botella medio vacía y un sentido del humor muy negro. Ella subrayó esa idea lewiscarrolliana de que los conceptos del bien y el mal son relativos porque se vinculan con quién es el que manda. El mal es una cuestión de punto de vista, pero también un problema de tener el privilegio de ejercerlo impunemente llamándolo de otra forma. El mal a
menudo habita en el lenguaje y, en contraposición, algunas veces los relatos se filtran en la realidad y la transforman. De los textos de Patricia Highsmith me interesa su disección de las relaciones de poder y su capacidad para llevar al límite las historias. Para hablar desde otro sitio extrañando la normalidad y el sentido común, y legitimando ciertas monstruosidades que acaso no lo serían en otras circunstancias. De todos modos, me parece que he manchado con grasa de chorizo y grosera escatología la brizna de glamur que pudieran tener los personajes de Extraños en un tren.
En «Jaboncillos dos de mayo», como decíamos, el impacto de lo hípster y lo moderno provoca la rebelión de los vecinos de toda la vida, que recurren a actos vandálicos en defensa de la tradición. El enfrentamiento entre la tradición y la innovación ha existido siempre. ¿Cómo cree que afecta a la literatura y la cultura actual?
Creo que en este momento el arte más reaccionario es el que ha reducido el realismo a estrategia del bestseller clientelizando a las lectoras y a los lectores. También me parecen conservadores los movimientos artísticos que se mimetizan con la lógica neoliberal y asumen acríticamente, con un deslumbramiento paleto, el becerro de oro de las nuevas tecnologías sin responder a la pregunta sobre por qué los genios de Sillicon Valley no dejan a sus hijos usar las tabletas o los smartphones. Yo creo que las nuevas tecnologías son absolutamente fundamentales para el avance de la medicina,
de las comunicaciones, de la enseñanza, pero a la vez me parece que se está imponiendo un modo uniforme de pensamiento, literal y de alcance corto, bajo la máscara de la pluralidad. Me inquieta el mundo de las superficies deslizantes y los vínculos débiles. El mundo donde se confunde la opinión con el conocimiento. Tal vez a causa de esas inquietudes, en Jaboncillos Dos de mayo apelo, no tanto al género negro, como al de terror. La realidad, lo familiar, se convierte en un lugar extraño e inhabitable por efecto de violencias frente a las que poco a poco nos hemos ido inmunizando. Los hipersensibles personajes de un mundo analógico optan por la acción directa frente a la sutileza cotidiana de violencias económicas, educativas,
culturales, violencias de ocio y repostería, gustativas y olfativas, violencias laborales y publicitarias que nos llevan a necesitar cosas absurdas, violencias que poco a poco nos encorvan monstruosamente la espalda y que no parecen violencias porque se aplican con sutileza, corrección, un falso respeto, sin identificar nunca al “jefe de todo esto”. Violencias inmaculada concepción. Yo siento que, entre la maraña de voces y exabruptos, dentro de la fantasía de la libertad de opinión, estamos cada vez más amordazados y vigilados. Y la verdad es que siento un poco de miedo. Por eso, en Jaboncillos hay un homenaje bastante explícito a “Aceite de perro”, un cuento de Bierce. Bierce utilizó el horror como herramienta de denuncia política: no hay más que leer “Un suceso bajo el puente del Río Owl”. Con el homenaje al género no se pretende hacer una reverencia a una tradición paralizante, no se pretende caer en ninguna ortodoxia genérica, pero sí hay una llamada de atención frente a quienes creen que inventan el huevo cada día y nada de lo anterior sirve. Tengo la sensación de que vivimos en una especie de papanatismo futurista en el que solo se valora lo que genera dinero o se puede congelar en Instagram. Desde la ortopedia y el ciborg, la pose, se aspira a la felicidad. No estamos viviendo el Apocalipsis, pero sí nadamos en una papilla informe, demagógica, publicitaria e integrada, de pensamiento a corto plazo que dura lo que dura un tuit, un escándalo o un bulo. La literatura, la profundidad connotativa de los textos literarios, la necesidad de afrontar el reto de entender lo que no se entiende a la primera, la intrepidez, el compromiso personal que exige una buena lectura, es un espacio de resistencia frente a la superficialidad, la falta de atención y sentido crítico, la prisa mala.
No cabe duda de que las ilustraciones de Fernando Vicente han contribuido al enriquecimiento de dichas lecturas creando un registro que comparten palabra e imagen. ¿Cómo “ve” sus historias en color?
Maravillosas. Fernando le ha dado fuerza a las historias que ahora son más sensoriales. Los dibujos de Fernando Vicente hacen que la cultura nos sirva para ver mejor porque funden su conocimiento de la historia del arte, del cine y de la literatura con una capacidad de observación excepcional para amplificar el presente. Todo ello a través de un estilo técnicamente inmejorable, imaginativo, colorista, y caracterizado por un sentido del humor con el que me siento muy identificada. Retablo es tan de Fernando como mío porque sus dibujos matizan o añaden significado a mis textos. Le estoy muy agradecida por haberme leído y reinterpretado tan bien. Con generosidad y cariño y complicidad. Nadie podría haber ilustrado mejor estas historias. Y no sé si el verbo ilustrar es el más indicado porque insisto en que, para mí, Fernando Vicente ha sido un co‐autor. Genera sentido.
DE LAURA FERRERO PARA ABC
«Pude haber venido de las tierras altas, o acaso de las bajas, no recuerdo de cuáles. Pude haber venido de la ciudad, pero de qué ciudad en qué país es algo que no alcanzo a comprender. Pude haber venido de las afueras de una ciudad de la que otros han venido o tal vez de una ciudad de la que sólo yo he venido. ¿Quién sabe? ¿Quién decide si llovía o brillaba el sol? ¿Quién recuerda?».
Estos versos pertenecen al poema de Mark Strand «Cualquier lugar podría ser un lugar» y sirvan para adentrarnos en este lugar real y concreto que siempre se llama Madrid pero cuyo nombre esconde un sinfín de ciudades imaginadas, soñadas, perdidas, deseadas.
«Retablo», de Marta Sanz, ilustrado por Fernando Vicente, y «La biblioteca de agua», de Clara Obligado. Valiéndose de su afilado sentido del humor y de su habitual manejo de la sátira, que recuerda a algunos de sus anteriores libros como «Black, black, black» o «Farándula», Sanz se sumerge en el lado más oscuro en «Retablo», libro que comprende dos historias que son un perverso homenaje al género negro, a la autora Patricia Highsmith en el caso del primer relato, «Extraños en un tren (versión amarilla)», y a un cuento de Ambrose Bierce en el segundo, «Jaboncillos dos de mayo».
Globalización
Ambos tienen un pie en el género del terror, pero son, esencialmente el retrato del centro de una ciudad, Madrid, de la colisión de dos mundos antagónicos, el de los supervivientes, y el de los nuevos inquilinos, terratenientes efímeros de Airbnb, tatuadores adictos al détox que hacen jabones naturales. «Retablo» da fe de los desastrosos efectos de la globalización, esa palabra gracias a la que el centro de Madrid puede parecerse al de Londres o el de Barcelona al de Berlín. Porque gracias a ese proceso de decoloración -colores que recuperan, por cierto, las espléndidas ilustraciones de Fernando Vicente-, el centro de Madrid, Malasaña, se ha quedado huérfano de esos bares de toda la vida, con sus altas barras de aluminio, sin torreznos y servilleteros metálicos con el «gracias por su visita» tatuado en un papel que bien podría ser de calcar.Con maestría, como la grandísima retratista social que es, Sanz recrea esta nueva invasión de los ultracuerpos que son las franquicias y denuncia la trágica y terrorífica extinción de los comercios tradicionales, sustituidos de golpe por la siniestra moda del cupcake. En «Retablo», los lugares de siempre se transforman en otros completamente distintos y dejan de pertenecernos para convertirse en algo ajeno. Y eso sí que da miedo.
Si Marta Sanz hace especial hincapié en el cambio y en la colisión de dos mundos, en «La biblioteca de agua», Clara Obligado se detiene en lo que permanece. Con ese libro, la escritora argentina cierra un ciclo de tres obras que comenzó con «El libro de los viajes equivocados» y siguió con «La muerte juega a los dados», una trilogía que desdibuja las fronteras entre el relato y la novela.
Flores de cristal
Para empezar a adentrarnos en este Madrid de Clara Obligado, citar primero a Joaquín Sabina: «Me siento más madrileño que el alcalde de Madrid, porque los que han nacido en Madrid no han podido soñarla. Lo bueno es llegar con la boina y la maleta de cartón, y a los cinco minutos ser de Madrid». Y traer a colación estos versos para remarcar que este precioso y elaborado libro, homenaje a Madrid que puede leerse en dos direcciones y posee, por tanto, dos experiencias lectoras completamente distintas, tiene mucho de Madrid soñado, de Madrid deseado. La estructura palíndroma de «La biblioteca de agua» funciona en un plano literal y simbólico, un viaje a la ciudad de hoy vista desde los orígenes y al revés. En todas estas historias existe un nexo en común: la presencia del agua en cualquiera de sus formas.
Obligado revela un hecho sorprendente y que se aplica a los acontecimientos de estas historias: un científico japonés, Masaru Emoto, sostiene que el pensamiento influye sobre el agua, lo demuestra congelándola después de exponerla a diferentes emociones. Los recipientes que han estado en contacto con sentimientos negativos dibujan cristales deformes y los que lo han estado con positivos, tallan sorprendentes flores de cristal. Nuestras vidas son ríos, son agua, dice Obligado, pero somos asimismo pensamiento, de ahí que cada uno seamos responsable, en parte, de la forma de los cristales que dibuja. Y si el 70 por ciento de nuestro cuerpo es agua, es normal también, como les ocurre a los personajes de estos relatos, que acabemos tomando la forma de lo que amamos. La forma, por ejemplo, de una ciudad. De Madrid.
EDUARDO CRUZ ACILLONA EN |(HTTP://WWW.CRITICOESTADO.ES/)
Las ciudades, sostenía Manuel Vicent, también están en medio del campo. Será por eso que aquellas Soledades machadianas d eprincipios del siglo pasado se han instalado ya en el centro y la periferia de las grandes urbes, conformando un paisaje donde la nostalgia es diariamente atropellada por el cambio frenético, por el aquí y ahora, por el presente sin pasado ni futuro. Y son esos escenarios, o esas músicas de fondo si se prefiere, los que se muestran en este pequeño gran libro a través de dos relatos tan diferenciados y tan similares como la cara y la cruz de una misma moneda. El primero de ellos, “Extraños en un tren (versión amarilla)”, traslada el clásico de Patricia Highsmith a un edificio donde viven dos ancianas, cada una en su piso y cada una con sus vacíos y sus silencios interiores, y con sus problemas, los comunes y propios de la edad, y los particulares de sus solitarias vidas, donde una tiene un perro enfermo y la otra un hijo fagocitador de su entorno. Marta Sanz vuelve a mostrarnos su originalidad creativa abriendo el relato con una descripción de las dos ancianas partiendo del listado de medicamentos que consumen y de los alimentos que contienen sus respectivas neveras. Esa es, en síntesis, la realidad de las ancianas. Apoyándose en el género negro, la autora ofrece una salida liberadora a las dos protagonistas, consumidas por sus alrededores, arrolladas por sus circunstancias.
El segundo relato, “Jaboncillos Dos de mayo”, nos lleva a un castizo barrio invadido por la moda hipster. Dos mundos, dos formas de vida, que lejos de llegar a entenderse defienden su derecho de pertenencia. Transitando del género negro al del terror, vuelven aquí a enfrentarse la nostalgia y el vértigo, la tradición y la modernidad, las soledades de Machado y las bromas infinitas de Foster Wallace…
Son dos piezas de un retablo que pueden transcurrir en la misma calle del mismo barrio de una gran ciudad (Malasaña, en Madrid, es la explícita referencia de ellos), con personajes tan reales como los que nos cruzamos a diario camino del trabajo o del supermercado, con historias tan verídicas como las que escuchamos a nada que estemos mínimamente atentos a las conversaciones de los otros en el autobús o en la cafetería. Marta Sanz observa con agudeza y con mirada crítica y se aferra a la sátira para señalar, de manera incisa y crítica, la realidad más cercana. Sin metáforas, sin sesudos planteamientos filosóficos: la cotidiana realidad.
De trasfondo de ambos cuentos, la lucha por la supervivencia individual frente a la deriva colectiva; la búsqueda de la felicidad a costa de la no renuncia de lo ya conquistado; el aferrarse, en suma, a lo malo conquistado antes que a lo bueno que (dicen que) vendrá…
No puede terminar esta reseña sin dedicar una explícita y rendida referencia a las ilustraciones de Fernando Vicente, experimentado profesional que no sólo recrea aquí algunas de las imágenes de los cuentos sino que las enriquece, las dota de un sentido estético que aporta mayor valor si cabe al texto que estamos leyendo. Podríamos decir que las ilustraciones son una piel que se pega a la carne del texto para conformar un cuerpo íntegro, bello y muy sugerente. En ese sentido, aquí no hay una cara y una cruz, sino una conjunción de dos caras. Dos caras que te sonríen, te guiñan un ojo y te invitan a que las conozcas de cerca. Yo que tú me dejaba llevar.
DE MARTA FERNÁNDEZ PARA EL PAÍS (CULTURA)
Cuentos contra la gentrificación Marta Sanz y Fernando Vicente aúnan esfuerzos en el díptico ilustrado 'Retablo' que alerta sobre el fin del centro de las ciudades tal y como lo conocíamos
Malasaña ha empezado a oler a cupcake y el anticuario Blas Zulueta no puede soportarlo. El centro de Madrid era “una irreductible aldea gala, un Brigadoon”, y hoy se parece más, dice, “a un parque temático, a un shopping center”. La culpa la tiene la gentrificación, esa maldición de la metrópoli que amenaza con convertir el mundo en un puñado de ciudades con aspecto de aeropuertos. “Me apetecía dar cuenta de la transformación que noto en mi barrio, y que se está dando en todas partes”. La que habla es Marta Sanz, que acaba de publicar un díptico ilustrado por Fernando Vicente, 'Retablo' (Páginas de Espuma), que, a su manera, presenta batalla contra el fin de muchas cosas, empezando por los bares, como diría Blas, uno de sus personajes, “como Dios manda”. Es decir, los que huelen a churros
“Mi elección es una elección militante. La grasa de los churros – grasa polimorfa, magnífica, excelente grasa sabrosa – dibuja estampados en la superficie de mi café”, relata el tal Blas. Blas es el protagonista de Jaboncillos Dos de Mayo, el segundo de los relatos incluidos en Retablo. Está enamorado de la frutera, una mujer que despacha a ritmo de AC/DC. Por las noches, Blas y Azucena, Paco y Wang, el hombre que susurra “¡Muelte a los hípsteles!”, realizan actos de sabotaje contra todo aquello que no les gusta de su barrio, porque “en lo que a nosotros respecta, se está acabando el mundo”.
Y efectivamente, así es. Un tipo de mundo se está acabando, y está naciendo otro, “en el que casi todo lo decimos en inglés” y en el que “las ciudades son espacios descoloridos”. Esto último lo opina Sanz, que se pone de parte de “los más desfavorecidos”, en el primero de los relatos, Extraños en un tren (versión amarilla). Las protagonistas son dos mujeres mayores que juega a intercambiar papeles como lo hicieron los personajes de la famosa novela de Patricia Highsmith que Alfred Hitchcock llevó al cine. “Mi intención es la expresar mi propia intertidumbre, mi propia incomodidad y contractura, que es la de alguien incapaz de aceptar los cambios, incapaz de adaptarse”, dice.
A todo le ve Marta Sanz el lado oscuro. “A lo que dejamos, y a lo que está viniendo”, y quizá por eso, dice, no ha podido evitar el tono satírico, cercano a sus novelas Farándula y Black, Black, Black, y el juego con el género: el negro, y el terror. “El primer relato es un homenaje a mi adorada Highsmith, y el otro, a Ambrose Bierce”, admite. El terror tiene que ver con el elemento extraño que lo nuevo imprime en el lugar conocido, es decir, todo aquello que trae la gentrificación, aquello que iguala los lugares y los convierte a la vez en algo ajeno y lejano, en sitios a los que no puede pertenecerse. Todo eso que “desdibuja la ciudad y me hace perder mis orígenes”, dice la escritora. Lo que provoca "el desarraigo" de los vecinos.
En cuanto a Fernando Vicente, el ilustrador encargado de dar vida, en lo visual, al díptico de Sanz, asegura que, si ella se inspiró en Highsmith, él lo hizo en Hitchcock, y a la vez, en el Madrid que se resiste a desaparecer. “Me fui a los alrededores de la Plaza del Dos de Mayo y los fotografié, desde la mirada del que habita el barrio”, dice. En vez de ponerse a llenar de parafina cerraduras de falsas mercerías y de hacer pintadas en centros de yoga, se diría que Sanz y Vicente hacen frente a la invasión con la palabra y el dibujo. “No vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras nuestro territorio es invadido por seres y costumbres alienígenas”, dice Blas. Y se diría, también, que habla en nombre de ambos.
ENTREVISTA RECIENTE A MARTA SANZ PARA "EL CULTURAL"
Marta Sanz. Ilustración: Ulises
Tras recibir el premio de los Libreros, Marta Sanz (1967) celebra mayo con otro libro de cuentos, Retablo (Páginas de Espuma) y con Tsunami, la colección de textos autobiográcos feministas que coordina para Sexto Piso.
¿Qué libro tiene entre manos?
Opus Gelber de la gran Leila Guerriero.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
Nada.
¿Con qué personaje le gustaría tomar un café mañana?
Con Zeno, el narrador de la novela de Svevo.
¿Recuerda el primer libro que leyó?
Los cuentos de los Grimm ilustrados por María Pascual.
¿Cuáles son sus hábitos de lectura: es de tableta, de papel, lee por la mañana, por la noche…?
Leo en papel por la tarde en mi sofá. De viaje, siempre. Excepcionalmente en libro electrónico.
Cuéntenos alguna experiencia cultural que cambiara su manera de ver la vida.
Ignacio Pastor y yo montamos una revista, Ni hablar. Conocimos a gente generosa. Entendimos el sistema de redes que sustenta el campo cultural.
En Retablo, su último libro de relatos, víctimas y verdugos se confunden. ¿Hay más grises de lo que creemos?
Las reglas del juego se ceban con los débiles. Resulta difícil no proyectar esa violencia en la cotidianidad pervirtiendo el signicado de palabras y desdibujando sus límites. De todas formas, los verdaderos culpables del primer relato son la precariedad laboral y la soledad.
¿Sigue creyendo que la creación puede cambiar las cosas?
Soy pesimista de pensamiento, pero optimista de voluntad. Literatura y arte son performativos. Incluso cuando una construcción cultural es asertiva con el statu quo, acomete una acción para que nada cambie.
El segundo cuento denuncia desde el humor negro la gentricación de las ciudades…
El humor negro subraya cómo la globalización borra señas de identidad y memoria. El color de los cupcakes es un espejismo que encubre ciudades descoloridas.
El libro rinde homenaje a Highsmith. ¿Qué tiene el género negro para que le guste tanto?
Las formas de la seducción reejan una violencia política publicitada como normalidad. En el negro cohabitan paradójicamente el éxito comercial y la posibilidad de denuncia.
Celebraron el Día del libro regalando uno de cuentos. ¿cuál le hubiera gustado que le regalasen, y por qué?
Una rubia imponente de Dorothy Parker. Por su ternura y crueldad.
¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo?
Me gusta esa situación incómoda de no saber si me toman el pelo o me descubren formas nuevas de interpretar lo real.
¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?
Tengo obras de mi padre, poeta visual, con títulos como La religión es el apio del pueblo. Paula Bonet, Carrascosa y Fernando Vicente me acompañan. Bacon aún no ha llegado.
¿Qué música escucha en casa?
Antes cantaba. Ahora, como Nabokov, escucho poca música. Prokóev. Las bandas sonoras de Herrmann.
¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?
No estoy segura de que la crítica tenga finalidad didáctica para quienes escribimos. Sí es fundamental para preservar la salud semántica de las comunidades.
¿Cuál es la película que ha visto más veces?
La bella durmiente de Disney. Mi abuela me llevaba al Imperial y yo volvía a casa llena de piojos.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
No me gusta la España de Abascal, Casado y Rivera. Me gusta esa España que podría ser mejor y está en los versos de Vallejo o Antonio Machado.
Déjenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.
Que los países dejen de funcionar como empresas y se realice una reforma fiscal que desdiga la teoría del goteo: si ganan unos pocos, no ganamos todos. Esa reinterpretación ideológica dignicaría los ocios culturales y el concepto de cultura.
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