lunes, 4 de noviembre de 2019

EL PRÓXIMO LUNES A LAS 19.00H EN EL CENTRO CÍVICO DELICIAS, CON MARTA SANZ Y SU LIBRO "RETABLO"

NOS VEMOS CON MARTA SANZ EL PRÓXIMO LUNES 11 DE NOVIEMBRE A LAS 19H
 (MEDIA HORA ANTES DE LO PREVISTO) EN EL CENTRO CÍVICO DELICIAS (ANTIGUO MERCADO DE PESCADOS)




Incluimos el dossier de prensa que publica Páginas de Espuma, acompañado de algunas reseñas relevantes.
Retablo de una sociedad 
Dos  cuentos en  un libro. Dos mundos enfrentados. Habitantes  de dos  universos  que están obligados a ocupar las mismas calles. Aquellos que siempre pasearon por ellas y aquellos que transitan de nuevas. La atmósfera castiza, tradicional, la personas de toda la  vida  frente  a  la  fauna  vintage,  hípster,  la  gente  de  moda.  La  pequeña  frutería  o mercería  frente  a  la  barbería  que  sirven  champán  o  la  galería  de  arte  de  objetos imposibles.  Las  ciudades  y  los  ciudadanos  de  los  países  evolucionan  bajo  las condiciones de  los fenómenos de gentrificación, de turismo desbordante o de outlet masivo comercial. Un tono satírico, esperpéntico, crítico cubre esta realidad en manos de Marta Sanz, una de las escritoras indispensables de la actual literatura española. 

Sinopsis 
En el primer cuento, «Extraños en un tres (versión  amarilla)»,  Ana  María  está cansada  de  que  su  hijo,  un  ludópata  en paro, gorronee y se gaste sus ahorros; por su parte, Matilde busca vengar la muerte de  su  fiel  mascota.  En  el  segundo, «Jaboncillos dos de mayo», los habitantes de un barrio de Madrid se rebelan contra la  invasión  de  los  hípsters  y  sus «mariconadas» (centros de yoga y pilates, restaurantes  de  comida  vegana  o internacional, lo vintage…). En ambos cuentos, ubicados en Malasaña, que podría ser cualquier  barrio  de  cualquier  ciudad,  se  nos  presenta  el  enfrentamiento  entre  dos realidades:  la  de  personas  que  defienden  lo  tradicional  y  se  resisten  a  aceptar  las tendencias  de  las  nuevas  generaciones,  la  evolución  de  la  sociedad.    Marta  Sanz  se interna en el género negro con frescura, humor ácido y un tono satírico.


Marta Sanz 
Marta Sanz nació en 1967 en Madrid. Es  Doctora  en  Literatura  Comparada por  la  Universidad  Complutense  y colaborada  habitual en los  periódicos El País, Público, Infolibre y la revista El Cultural  de  El  Mundo.  Su  amplia producción  literaria  se  compone  de novela,  ensayo  y  poesía.    Ganó  el premio Ojo Crítico de Narrativa (2001) por su novela Los mejores  tiempos; y los  premios  Tigre  Juan,  Premio Cálamo  y  Premio  Estado  Crítico  con Daniela Astor y la caja negra. Farándula obtuvo  el  Premio  Herralde  de  novela (2015).  Es  autora  de  los  ensayos  No tan  incendiario,  Éramos  mujeres jóvenes y Monstruas y centauras, y de los  poemarios  Perra  mentirosa  / Hardcore, Vintage, Cíngulo y estrella y La lección de anatomía. 

Fernando Vicente 
Fernando Vicente nación en 1963 en Madrid. Es  un  pintor  e  ilustrador  de  formación autodidacta  que  desde  1999  publica  en  El País.  Entre  los  volúmenes  que  recogen  su obra  están  Literatura  ilustrada  (2007), Portadas  (2010)  o  Fernando  Vicente  (2014), entre otras. Su labor como ilustrador incluye libros de público infantil y adulto como Peter Pan de J. M. Barrie (2006), Momo de Michael Ende (2008), Drácula de Bram Stoker (2014) o Poeta en Nueva York de Federico García Lorca (2017).
   

Entrevista 
Retablo  reúne  dos  relatos independientes,  pero  su lectura los  cohesiona, integra  y logra que un texto se refleje en otro, que convivan en un solo díptico. ¿Cómo ha sido construir este “retablo”?

 Este retablo parte de la observación de la realidad. De una observación que quiere ser cárnica,  analógica,  enumerativa  y  barroca.  Un  contrapeso  frente  a  la  asepsia,  lo líquido, lo light. Incluso frente a una espiritualidad que se confunde con la ligereza o la salud,  se  decanta,  se  mete  en  un  bote  y  se  comercializa.  Me  interesa  el  ruido,  lo tangible, lo presente. Estoy harta de darle más protagonismo a las fantasmagorías y a la virtualidad que a lo que  tenemos a un palmo de la nariz. Tal vez por esa  razón, el estilo  propuesto  es  satírico  y  excesivo,  y  el  humor  ácido:  se  mira  críticamente  una realidad mutante que nos está imponiendo de forma vertiginosa formas de vida que a veces nos resultan ajenas y, por lo menos a mí, me han hecho sentirme vieja de golpe. Con estos cuentos me rebelo y me defiendo contra mi envejecimiento prematuro. No hay una mirada nostálgica del pasado, sino una mirada crítica hacia el presente para ver si en el futuro nos va un poco mejor.  

Aquí  el  género  negro  está  al  servicio  de  un  deseo  de  denuncia  política  y  social  a través  de  la  sátira.  La  homogeneización  de  nuestros  barrios,  la  conllevada gentrificación  de  nuestras  ciudades,  la  invasión  turística  o  la  metamorfosis  de  lo popular  y  castizo  por  lo  “moderno”  y  hípster.  Este  aspecto  tan fundamental  de  la lectura, ¿cómo se establece en la convivencia de ambos textos? 

A  partir  de dos  relatos  que  podrían estar  produciéndose ahora mismo, aquí, en esta misma calle. Solo hay que abrir las ventanas para sentirse parte de ellos. Los relatos se producen  de  manera  simultánea  y  están  protagonizados  por  los  personajes  menos visibles  de  los  binomios  a  los  que  aludes en  tu  pregunta:  dos  ancianas,  a  las  que  se describe  por  el  contenido  de  sus  botiquines  y  sus  neveras,  es  decir,  a  las  que  se describe por sus alimentos y sus carencias, por el precio de sus necesidades  físicas, y un  anticuario  que  se  alía  con  el  dueño  de  un  bar  castizo  y  con  una  frutera  para combatir  la  invasión  de  los  ultracuerpos  hipsters.  Especies  en  extinción  cuya mirada cristaliza en un lenguaje, castizo y pedante, que chirría frente a la lógica de las grandes 
superficies  comerciales,  las  franquicias  de  montaditos,  las  ópticas  o  las  cafeterías cuquis.  La  suavidad  homogénea  y  multinacional  convierte  nuestras  ciudades  en territorios  descoloridos  que  se  tiñen  artificialmente  con  los  pigmentos  de  los  cup cakes.  Me  acuerdo  de  aquellas  películas  en  blanco  y  negro  que  se  coloreaban  y  lo único  que  se  quedaba  gris  era  el  interior  de  las  bocas  de  los  actores:  era  muy inquietante. Por otro lado, los  textos conviven porque de algún modo conversan con géneros clásicos a los que se pretende sacar de sus  rutinas para que signifiquen otra cosa. Se produce una tensión permanente entre el homenaje y la parodia. La tragedia 
y la farsa. Siempre me han interesado estas historias que suscitan preguntas por cómo están escritas, por cómo se subvierten los límites de lo previsible desde un punto de vista estilístico.  

«Extraños en un tren  (versión amarilla)» es un claro homenaje al clásico de Patricia Highsmith. ¿Cuánto hay de la gran dama del género negro en su incursión en dicho género? 

Ojalá  hubiera  algo  de  Patricia  Highsmith  en  los  textos  que  escribo.  Quiere  haberlo, pero  nunca  se  sabe...  El  listón  está  altísimo  y  yo  lo  único  que  procuro  es  leerla, interpretarla bien, para intentar metabolizar algo de su sensibilidad y de su inteligencia narrativas. Me encantaría  haber  heredado  una  pequeña  partícula del  ojo  sucio  de la señora  Highsmith,  que  era  una  mirona  extraordinaria  con  tendencia  a  ver  la  botella medio vacía y un sentido del humor muy negro. Ella subrayó esa idea lewiscarrolliana de que los conceptos del bien y el mal son relativos porque se vinculan con quién es el que manda. El mal es una cuestión de punto de vista, pero  también un problema de tener  el  privilegio  de  ejercerlo  impunemente  llamándolo  de  otra  forma.  El  mal  a 
menudo habita en el lenguaje y, en contraposición, algunas veces los relatos se filtran en  la  realidad  y  la  transforman.  De  los  textos  de  Patricia  Highsmith  me  interesa  su disección de las  relaciones de poder y  su capacidad para llevar al límite las historias. Para  hablar  desde  otro  sitio  extrañando  la  normalidad  y  el  sentido  común,  y legitimando ciertas monstruosidades que acaso no lo serían en otras circunstancias. De todos modos, me parece que he manchado con grasa de chorizo y grosera escatología la brizna de glamur que pudieran tener los personajes de Extraños en un tren. 
   
En «Jaboncillos dos de mayo», como decíamos, el impacto de lo hípster y lo moderno provoca la rebelión de los vecinos de toda la vida, que recurren a actos vandálicos en defensa  de  la  tradición.  El  enfrentamiento  entre  la  tradición  y  la  innovación  ha existido siempre. ¿Cómo cree que afecta a la literatura y la cultura actual? 

Creo que en este momento el arte más reaccionario es el que ha reducido el realismo a estrategia  del  bestseller  clientelizando  a  las  lectoras  y  a  los  lectores.  También  me parecen  conservadores  los  movimientos  artísticos  que  se  mimetizan  con  la  lógica neoliberal y asumen acríticamente, con un deslumbramiento paleto, el becerro de oro de  las  nuevas  tecnologías  sin  responder  a  la  pregunta  sobre  por  qué  los  genios  de Sillicon Valley no dejan a sus hijos usar las tabletas o los smartphones. Yo creo que las nuevas  tecnologías son absolutamente  fundamentales para el avance de la medicina, 
de  las  comunicaciones,  de  la  enseñanza,  pero  a  la  vez  me  parece  que  se  está imponiendo  un  modo  uniforme  de  pensamiento,  literal  y  de  alcance  corto,  bajo  la máscara  de  la  pluralidad.  Me  inquieta  el  mundo  de  las  superficies  deslizantes  y  los vínculos débiles. El mundo donde se confunde la opinión con el conocimiento. Tal vez a  causa  de  esas  inquietudes,  en  Jaboncillos  Dos  de  mayo  apelo,  no  tanto  al  género negro,  como al  de  terror.  La  realidad, lo  familiar,  se  convierte en  un lugar extraño e inhabitable  por  efecto  de  violencias  frente  a  las  que  poco  a  poco  nos  hemos  ido inmunizando.  Los  hipersensibles  personajes  de  un  mundo  analógico  optan  por  la acción  directa  frente  a  la  sutileza  cotidiana  de  violencias  económicas,  educativas, 
culturales, violencias de ocio y repostería, gustativas y olfativas, violencias laborales y publicitarias que nos llevan a necesitar cosas absurdas, violencias que poco a poco nos encorvan monstruosamente la espalda y que no parecen violencias porque se aplican con sutileza, corrección, un falso respeto, sin identificar nunca al “jefe de todo esto”. Violencias  inmaculada  concepción.  Yo  siento  que,  entre  la  maraña  de  voces  y exabruptos,  dentro  de  la  fantasía  de  la  libertad  de  opinión,  estamos  cada  vez  más amordazados  y  vigilados.  Y  la  verdad  es  que  siento  un  poco  de  miedo.  Por  eso,  en Jaboncillos  hay  un  homenaje  bastante  explícito  a  “Aceite  de  perro”,  un  cuento  de Bierce. Bierce utilizó el horror como herramienta de denuncia política: no hay más que leer  “Un  suceso  bajo  el  puente  del  Río  Owl”.  Con  el  homenaje  al  género  no  se pretende  hacer  una  reverencia  a  una  tradición  paralizante,  no  se  pretende  caer  en ninguna  ortodoxia  genérica,  pero  sí  hay  una  llamada  de  atención  frente  a  quienes creen que inventan el huevo cada día y nada de lo anterior sirve. Tengo la sensación de que vivimos en una especie de papanatismo  futurista en el que solo se valora lo que genera  dinero  o  se  puede  congelar  en  Instagram.  Desde  la  ortopedia  y  el  ciborg,  la pose, se aspira a la felicidad. No estamos viviendo el Apocalipsis, pero sí nadamos en una  papilla  informe,  demagógica,  publicitaria  e  integrada,  de  pensamiento  a  corto plazo  que  dura  lo  que  dura  un  tuit,  un  escándalo  o  un  bulo.  La  literatura,  la profundidad  connotativa  de  los  textos  literarios,  la  necesidad  de  afrontar  el  reto  de entender  lo  que  no  se  entiende  a  la  primera,  la  intrepidez,  el  compromiso  personal que exige una buena lectura, es un espacio de resistencia frente a la superficialidad, la falta de atención y sentido crítico, la prisa mala.  

No  cabe  duda  de  que  las  ilustraciones  de  Fernando  Vicente  han  contribuido  al enriquecimiento  de  dichas  lecturas  creando  un  registro  que  comparten  palabra  e imagen. ¿Cómo “ve” sus historias en color? 

Maravillosas. Fernando le ha dado fuerza a las historias que ahora son más sensoriales. Los dibujos de Fernando Vicente hacen que la cultura nos sirva para ver mejor porque funden  su  conocimiento  de  la  historia  del  arte,  del  cine  y  de  la  literatura  con  una capacidad de observación excepcional para amplificar el presente. Todo ello a  través de un estilo  técnicamente inmejorable, imaginativo, colorista, y caracterizado por un sentido del humor con el que me siento muy identificada. Retablo es tan de Fernando como mío porque sus dibujos matizan o añaden significado a mis textos. Le estoy muy agradecida por haberme leído y  reinterpretado  tan bien. Con generosidad y cariño y complicidad.  Nadie  podría  haber  ilustrado  mejor  estas  historias.  Y  no  sé  si  el  verbo ilustrar es el más indicado porque insisto en que, para mí, Fernando Vicente ha sido un co‐autor. Genera sentido. 


DE LAURA FERRERO PARA ABC

«Pude haber venido de las tierras altas, o acaso de las bajas, no recuerdo de cuáles. Pude haber venido de la ciudad, pero de qué ciudad en qué país es algo que no alcanzo a comprender. Pude haber venido de las afueras de una ciudad de la que otros han venido o tal vez de una ciudad de la que sólo yo he venido. ¿Quién sabe? ¿Quién decide si llovía o brillaba el sol? ¿Quién recuerda?».
Estos versos pertenecen al poema de Mark Strand «Cualquier lugar podría ser un lugar» y sirvan para adentrarnos en este lugar real y concreto que siempre se llama Madrid pero cuyo nombre esconde un sinfín de ciudades imaginadas, soñadas, perdidas, deseadas. 

«Retablo», de Marta Sanz, ilustrado por Fernando Vicente, y «La biblioteca de agua», de Clara Obligado. Valiéndose de su afilado sentido del humor y de su habitual manejo de la sátira, que recuerda a algunos de sus anteriores libros como «Black, black, black» o «Farándula», Sanz se sumerge en el lado más oscuro en «Retablo», libro que comprende dos historias que son un perverso homenaje al género negro, a la autora Patricia Highsmith en el caso del primer relato, «Extraños en un tren (versión amarilla)», y a un cuento de Ambrose Bierce en el segundo, «Jaboncillos dos de mayo».
Globalización
Ambos tienen un pie en el género del terror, pero son, esencialmente el retrato del centro de una ciudad, Madrid, de la colisión de dos mundos antagónicos, el de los supervivientes, y el de los nuevos inquilinos, terratenientes efímeros de Airbnb, tatuadores adictos al détox que hacen jabones naturales. «Retablo» da fe de los desastrosos efectos de la globalización, esa palabra gracias a la que el centro de Madrid puede parecerse al de Londres o el de Barcelona al de Berlín. Porque gracias a ese proceso de decoloración -colores que recuperan, por cierto, las espléndidas ilustraciones de Fernando Vicente-, el centro de Madrid, Malasaña, se ha quedado huérfano de esos bares de toda la vida, con sus altas barras de aluminio, sin torreznos y servilleteros metálicos con el «gracias por su visita» tatuado en un papel que bien podría ser de calcar.Con maestría, como la grandísima retratista social que es, Sanz recrea esta nueva invasión de los ultracuerpos que son las franquicias y denuncia la trágica y terrorífica extinción de los comercios tradicionales, sustituidos de golpe por la siniestra moda del cupcake. En «Retablo», los lugares de siempre se transforman en otros completamente distintos y dejan de pertenecernos para convertirse en algo ajeno. Y eso sí que da miedo.

Si Marta Sanz hace especial hincapié en el cambio y en la colisión de dos mundos, en «La biblioteca de agua», Clara Obligado se detiene en lo que permanece. Con ese libro, la escritora argentina cierra un ciclo de tres obras que comenzó con «El libro de los viajes equivocados» y siguió con «La muerte juega a los dados», una trilogía que desdibuja las fronteras entre el relato y la novela.

Flores de cristal
Para empezar a adentrarnos en este Madrid de Clara Obligado, citar primero a Joaquín Sabina: «Me siento más madrileño que el alcalde de Madrid, porque los que han nacido en Madrid no han podido soñarla. Lo bueno es llegar con la boina y la maleta de cartón, y a los cinco minutos ser de Madrid». Y traer a colación estos versos para remarcar que este precioso y elaborado libro, homenaje a Madrid que puede leerse en dos direcciones y posee, por tanto, dos experiencias lectoras completamente distintas, tiene mucho de Madrid soñado, de Madrid deseado. La estructura palíndroma de «La biblioteca de agua» funciona en un plano literal y simbólico, un viaje a la ciudad de hoy vista desde los orígenes y al revés. En todas estas historias existe un nexo en común: la presencia del agua en cualquiera de sus formas.
Obligado revela un hecho sorprendente y que se aplica a los acontecimientos de estas historias: un científico japonés, Masaru Emoto, sostiene que el pensamiento influye sobre el agua, lo demuestra congelándola después de exponerla a diferentes emociones. Los recipientes que han estado en contacto con sentimientos negativos dibujan cristales deformes y los que lo han estado con positivos, tallan sorprendentes flores de cristal. Nuestras vidas son ríos, son agua, dice Obligado, pero somos asimismo pensamiento, de ahí que cada uno seamos responsable, en parte, de la forma de los cristales que dibuja. Y si el 70 por ciento de nuestro cuerpo es agua, es normal también, como les ocurre a los personajes de estos relatos, que acabemos tomando la forma de lo que amamos. La forma, por ejemplo, de una ciudad. De Madrid.



EDUARDO CRUZ ACILLONA EN |(HTTP://WWW.CRITICOESTADO.ES/) 

Las ciudades, sostenía Manuel Vicent, también están en medio del campo. Será por eso que aquellas Soledades machadianas d eprincipios del siglo pasado se han instalado ya en el centro y la periferia de las grandes urbes, conformando un paisaje donde la nostalgia es diariamente atropellada por el cambio frenético, por el aquí y ahora, por el presente sin pasado ni futuro. Y son esos escenarios, o esas músicas de fondo si se prefiere, los que se muestran en este pequeño gran libro a través de dos relatos tan diferenciados y tan similares como la cara y la cruz de una misma moneda. El primero de ellos, “Extraños en un tren (versión amarilla)”, traslada el clásico de Patricia Highsmith a un edificio donde viven dos ancianas, cada una en su piso y cada una con sus vacíos y sus silencios interiores, y con sus problemas, los comunes y propios de la edad, y los particulares de sus solitarias vidas, donde una tiene un perro enfermo y la otra un hijo fagocitador de su entorno. Marta Sanz vuelve a mostrarnos su originalidad creativa abriendo el relato con una descripción de las dos ancianas partiendo del listado de medicamentos que consumen y de los alimentos que contienen sus respectivas neveras. Esa es, en síntesis, la realidad de las ancianas. Apoyándose en el género negro, la autora ofrece una salida liberadora a las dos protagonistas, consumidas por sus alrededores, arrolladas por sus circunstancias.

El segundo relato, “Jaboncillos Dos de mayo”, nos lleva a un castizo barrio invadido por la moda hipster. Dos mundos, dos formas de vida, que lejos de llegar a entenderse defienden su derecho de pertenencia. Transitando del género negro al del terror, vuelven aquí a enfrentarse la nostalgia y el vértigo, la tradición y la modernidad, las soledades de Machado y las bromas infinitas de Foster Wallace…
Son dos piezas de un retablo que pueden transcurrir en la misma calle del mismo barrio de una gran ciudad (Malasaña, en Madrid, es la explícita referencia de ellos), con personajes tan reales como los que nos cruzamos a diario camino del trabajo o del supermercado, con historias tan verídicas como las que escuchamos a nada que estemos mínimamente atentos a las conversaciones de los otros en el autobús o en la cafetería. Marta Sanz observa con agudeza y con mirada crítica y se aferra a la sátira para señalar, de manera incisa y crítica, la realidad más cercana. Sin metáforas, sin sesudos planteamientos filosóficos: la cotidiana realidad.

De trasfondo de ambos cuentos, la lucha por la supervivencia individual frente a la deriva colectiva; la búsqueda de la felicidad a costa de la no renuncia de lo ya conquistado; el aferrarse, en suma, a lo malo conquistado antes que a lo bueno que (dicen que) vendrá…

No puede terminar esta reseña sin dedicar una explícita y rendida referencia a las ilustraciones de Fernando Vicente, experimentado profesional que no sólo recrea aquí algunas de las imágenes de los cuentos sino que las enriquece, las dota de un sentido estético que aporta mayor valor si cabe al texto que estamos leyendo. Podríamos decir que las ilustraciones son una piel que se pega a la carne del texto para conformar un cuerpo íntegro, bello y muy sugerente. En ese sentido, aquí no hay una cara y una cruz, sino una conjunción de dos caras. Dos caras que te sonríen, te guiñan un ojo y te invitan a que las conozcas de cerca. Yo que tú me dejaba llevar.


DE MARTA FERNÁNDEZ PARA EL PAÍS (CULTURA)

Cuentos contra la gentrificación Marta Sanz y Fernando Vicente aúnan esfuerzos en el díptico ilustrado 'Retablo' que alerta sobre el fin del centro de las ciudades tal y como lo conocíamos

Malasaña ha empezado a oler a cupcake y el anticuario Blas Zulueta no puede soportarlo. El centro de Madrid era “una irreductible aldea gala, un Brigadoon”, y hoy se parece más, dice, “a un parque temático, a un shopping center”. La culpa la tiene la gentrificación, esa maldición de la metrópoli que amenaza con convertir el mundo en un puñado de ciudades con aspecto de aeropuertos. “Me apetecía dar cuenta de la transformación que noto en mi barrio, y que se está dando en todas partes”. La que habla es Marta Sanz, que acaba de publicar un díptico ilustrado por Fernando Vicente, 'Retablo' (Páginas de Espuma), que, a su manera, presenta batalla contra el fin de muchas cosas, empezando por los bares, como diría Blas, uno de sus personajes, “como Dios manda”. Es decir, los que huelen a churros

“Mi elección es una elección militante. La grasa de los churros – grasa polimorfa, magnífica, excelente grasa sabrosa – dibuja estampados en la superficie de mi café”, relata el tal Blas. Blas es el protagonista de Jaboncillos Dos de Mayo, el segundo de los relatos incluidos en Retablo. Está enamorado de la frutera, una mujer que despacha a ritmo de AC/DC. Por las noches, Blas y Azucena, Paco y Wang, el hombre que susurra “¡Muelte a los hípsteles!”, realizan actos de sabotaje contra todo aquello que no les gusta de su barrio, porque “en lo que a nosotros respecta, se está acabando el mundo”.

Y efectivamente, así es. Un tipo de mundo se está acabando, y está naciendo otro, “en el que casi todo lo decimos en inglés” y en el que “las ciudades son espacios descoloridos”. Esto último lo opina Sanz, que se pone de parte de “los más desfavorecidos”, en el primero de los relatos, Extraños en un tren (versión amarilla). Las protagonistas son dos mujeres mayores que juega a intercambiar papeles como lo hicieron los personajes de la famosa novela de Patricia Highsmith que Alfred Hitchcock llevó al cine. “Mi intención es la expresar mi propia intertidumbre, mi propia incomodidad y contractura, que es la de alguien incapaz de aceptar los cambios, incapaz de adaptarse”, dice.
A todo le ve Marta Sanz el lado oscuro. “A lo que dejamos, y a lo que está viniendo”, y quizá por eso, dice, no ha podido evitar el tono satírico, cercano a sus novelas Farándula y Black, Black, Black, y el juego con el género: el negro, y el terror. “El primer relato es un homenaje a mi adorada Highsmith, y el otro, a Ambrose Bierce”, admite. El terror tiene que ver con el elemento extraño que lo nuevo imprime en el lugar conocido, es decir, todo aquello que trae la gentrificación, aquello que iguala los lugares y los convierte a la vez en algo ajeno y lejano, en sitios a los que no puede pertenecerse. Todo eso que “desdibuja la ciudad y me hace perder mis orígenes”, dice la escritora. Lo que provoca "el desarraigo" de los vecinos.

En cuanto a Fernando Vicente, el ilustrador encargado de dar vida, en lo visual, al díptico de Sanz, asegura que, si ella se inspiró en Highsmith, él lo hizo en Hitchcock, y a la vez, en el Madrid que se resiste a desaparecer. “Me fui a los alrededores de la Plaza del Dos de Mayo y los fotografié, desde la mirada del que habita el barrio”, dice. En vez de ponerse a llenar de parafina cerraduras de falsas mercerías y de hacer pintadas en centros de yoga, se diría que Sanz y Vicente hacen frente a la invasión con la palabra y el dibujo. “No vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras nuestro territorio es invadido por seres y costumbres alienígenas”, dice Blas. Y se diría, también, que habla en nombre de ambos.

ENTREVISTA RECIENTE A MARTA SANZ PARA "EL CULTURAL"
Marta Sanz. Ilustración: Ulises
Tras recibir el premio de los Libreros, Marta Sanz (1967) celebra mayo con otro libro de cuentos, Retablo (Páginas de Espuma) y con Tsunami, la colección de textos autobiográcos feministas que coordina para Sexto Piso.

¿Qué libro tiene entre manos? 
Opus Gelber de la gran Leila Guerriero.

¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
 Nada.

¿Con qué personaje le gustaría tomar un café mañana? 
Con Zeno, el narrador de la novela de Svevo.

¿Recuerda el primer libro que leyó? 
Los cuentos de los Grimm ilustrados por María Pascual.

¿Cuáles son sus hábitos de lectura: es de tableta, de papel, lee por la mañana, por la noche…? 
Leo en papel por la tarde en mi sofá. De viaje, siempre. Excepcionalmente en libro electrónico. 

Cuéntenos alguna experiencia cultural que cambiara su manera de ver la vida. 
Ignacio Pastor y yo montamos una revista, Ni hablar. Conocimos a gente generosa. Entendimos el sistema de redes que sustenta el campo cultural.

En Retablo, su último libro de relatos, víctimas y verdugos se confunden. ¿Hay más grises de lo que creemos? 
Las reglas del juego se ceban con los débiles. Resulta difícil no proyectar esa violencia en la cotidianidad pervirtiendo el signicado de palabras y desdibujando sus límites. De todas formas, los verdaderos culpables del primer relato son la precariedad laboral y la soledad. 

¿Sigue creyendo que la creación puede cambiar las cosas?
 Soy pesimista de pensamiento, pero optimista de voluntad. Literatura y arte son performativos. Incluso cuando una construcción cultural es asertiva con el statu quo, acomete una acción para que nada cambie.

El segundo cuento denuncia desde el humor negro la gentricación de las ciudades… 
El humor negro subraya cómo la globalización borra señas de identidad y memoria. El color de los cupcakes es un espejismo que encubre ciudades descoloridas.

El libro rinde homenaje a Highsmith. ¿Qué tiene el género negro para que le guste tanto? 
Las formas de la seducción reejan una violencia política publicitada como normalidad. En el negro cohabitan paradójicamente el éxito comercial y la posibilidad de denuncia.

Celebraron el Día del libro regalando uno de cuentos. ¿cuál le hubiera gustado que le regalasen, y por qué? 
Una rubia imponente de Dorothy Parker. Por su ternura y crueldad.

¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo? 
Me gusta esa situación incómoda de no saber si me toman el pelo o me descubren formas nuevas de interpretar lo real.

¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa? 
Tengo obras de mi padre, poeta visual, con títulos como La religión es el apio del pueblo. Paula Bonet, Carrascosa y Fernando Vicente me acompañan. Bacon aún no ha llegado.

¿Qué música escucha en casa? 
Antes cantaba. Ahora, como Nabokov, escucho poca música. Prokóev. Las bandas sonoras de Herrmann.

¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo? 
No estoy segura de que la crítica tenga finalidad didáctica para quienes escribimos. Sí es fundamental para preservar la salud semántica de las comunidades.

¿Cuál es la película que ha visto más veces? 
La bella durmiente de Disney. Mi abuela me llevaba al Imperial y yo volvía a casa llena de piojos.

¿Le gusta España? Denos sus razones.
 No me gusta la España de Abascal, Casado y Rivera. Me gusta esa España que podría ser mejor y está en los versos de Vallejo o Antonio Machado.

Déjenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.
 Que los países dejen de funcionar como empresas y se realice una reforma  fiscal que desdiga la teoría del goteo: si ganan unos pocos, no ganamos todos. Esa reinterpretación ideológica dignicaría los ocios culturales y el concepto de cultura.



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