martes, 11 de febrero de 2020

EL 19 DE FEBRERO A LAS 19.30H NOS VEMOS PARA COMENTAR "EL ÁNGEL DEL OLVIDO", DE MAJA HADERLAP



En EL PAÍS, RESEÑA DE JOSE Mª GUELBENZU
Los días de la gente minúscula

La austriaca Maja Haderlap narra la vida de una mujer de la minoría eslovena en un relato que intercala el horror del pasado y las dificultades de vivir en el presente
JOSÉ MARÍA GUELBENZU
27 MAY 2019 - 10:17 CEST

Carintia es uno de los nueve Bundesländer de Austria, situado al sur, lindante con Italia y Eslovenia. Esta novela se sitúa en Klagenfurt, una de las ocho regiones del Bundesland donde valles y lagos se esconden al pie de las montañas de los Alpes. Carintia ha pertenecido históricamente al Imperio Austrohúngaro, a la Yugoslavia de Tito y, finalmente, a Austria. En ella se habla alemán y esloveno, y es el lugar de nacimiento de la autora, una de las más apreciadas escritoras contemporáneas de la Europa Central.
La historia transcurre en un pequeño pueblo de la mano de una narradora que empieza a contar desde su infancia y se extiende a la adolescencia y la juventud, cuando termina sus estudios de dramaturgia en Viena. Comienza tras el final de la guerra con todas las heridas de la anexión aún sin cicatrizar. Carintia fue objeto de una feroz represalia nazi contra la que lucharon los partisanos (de lengua eslovena), lo que generó una situación conflictiva para estas gentes respecto de los de habla alemana (que habían asumido mayoritariamente la anexión al Reich). Una vez finalizada la ocupación, los partisanos fueron considerados comunistas por su ascendencia eslovena y mal vistos por la mayoría austriaca debido a la integración de Eslovenia en la Yugoslavia de Tito.
Los días de la gente minúscula
Los dos primeros tercios de esta novela, que toma el aspecto de una narración autobiográfica (y quizá lo sea en realidad), están escritos con un lenguaje muy rico y expresivo que transmite con emotiva y serena eficiencia la vida en aquel medio rural a través de la sensibilidad de una niña (luego adolescente y luego mujer, en el último tercio). Es una historia familiar de fragmentos y secuencias unidos por una misma voz; una historia llena de vida, de dureza y de valor cuya fuerza expresiva nos traslada a un mundo de supervivientes noqueados por la guerra reciente y que crea un cuadro en el que la memoria reciente es la que se ocupa de aunar el horror pasado y las dificultades de vivir en el presente.
La abuela de la protagonista logró salir con vida del campo de concentración de Ravensbrück. A través de ella y de otros personajes de la familia, el relato del horror se entrevera con las escenas del presente y muestra el vaivén de pasado a presente (muy bien expuesto) a través de las vicisitudes, sentimientos y vivencias de las gentes del lugar. El padre de la protagonista es un hombre atormentado, acomplejado, cariñoso y colérico: “La guerra es una pérfida cazadora de hombres. Un mínimo descuido, un breve instante en que se baja la guardia y la barca recoge sus redes, y mi padre se queda de pronto enganchado a un clavo de la memoria, se ve corriendo por su vida, intentando escapar al infinito poder de la parca”. La madre exige libertad, empuja a su hija hacia el estudio y la independencia y a la vez la envidia por ello. La abuela es la referencia vital y el ancla con la tierra.

Mientras que los dos primeros tercios (la mirada de la niña) poseen un valor narrativo dominante, donde la escritura se alza vigorosamente, en el último tercio esa niña ya crecida reflexiona más que narra, la especu­lación intelectual se impone al relato y la expresividad maravillosa y llena de verdad de la niña pierde algo de intensidad narrativa; pero este es un reparo menor porque el libro logra representar fielmente lo que su editor nos propone: ¿qué hace la Historia con mayúsculas con la vida de la gente minúscula?

En ABC CULTURAL, RESEÑA DE MERCEDES MONMANY
«El ángel del olvido»: ¿Quién soy yo?, ¿A qué lugar pertenezco?
Maja Haderlap narra los problemas de identidad de la minoría eslovena en la región austriaca de Carintia
Mercedes Monmany
Actualizado:12/07/2019 01:18h
Maja Haderlap (Eisenkappel-Vellach 1961), perteneciente a la minoría eslovena de la región austriaca de Carintia, fronteriza con la antigua Yugoslavia, es la autora de un cautivador y poético libro, de cariz autobiográfico, «El ángel del olvido», que bucea en las raíces más dolorosas de su pequeña comunidad. Unas bolsas de cultura propia y de lengua diversa a la mayoritaria, en este caso el alemán, fuertemente conservadas en algunos lugares de la Europa central. En Austria, las bellas montañas de Carintia, albergan una comunidad de campesinos eslovenos desde la noche de los tiempos, que también es el caso de la comunidad germana del Banato, en Rumanía, rememorada de forma magistral por la premio Nobel Herta Müller. Unas sociedades rurales, de férreas identidades y de costumbres propias, encerradas en sí mismas, que marcarían a los suyos desde muy pequeños, con sus relatos, sus historias oídas, sus fantasmas de la guerra y sus obstinadas fidelidades a lo propio.
Espléndido libro de memorias narrado en sus inicios por una niña que siente adoración por su abuela, internada de joven en el campo de concentración de Ravensbrück, «El ángel del olvido» obtuvo importantes galardones como el premio Ingeborg Bachmann. En Griffen, Carintia, también nacería, en 1942, uno de los más grandes escritores de nuestros días, Peter Handke, cuya madre pertenecía a la minoría eslovena. A ella, tras su suicidio, le dedicaría su obra Desgracia impeorable. Handke aprendió el esloveno, al principio obligatoriamente, en la posguerra, pero luego por decisión propia. Frecuentando a menudo ese territorio de la infancia en obras como «La repetición», o en otras consideradas polémicas como «La noche del Morava», Handke también ha traducido a autores eslovenos.
Deber de la memoria
«El ángel del olvido» está habitado sobre todo por el desencanto. Por el sentimiento de haber sido olvidados como insignificantes apéndices de la historia general, o al sentirse claustrofóbicamente encerrados en un «mundo extranjero» en el seno del propio país: «Por culpa de esa frontera, que a ojos de la mayoría en nuestra región sólo puede ser una frontera nacional e idiomática, me veo obligada a explicarme e identificarme. ¿Quién soy yo, a qué lugar pertenezco, por qué escribo en esloveno o hablo alemán?».

Traducida de forma magnífica por José Aníbal Campos, esta obra profundiza en los laberintos angustiosos, muchas veces traumáticos, de la pertenencia. El deber de la memoria se inculca desde muy pronto. Las familias austriaco-eslovenas de la posguerra, como es el caso de la familia de la narradora, llevan de excursión desde pequeños a sus vástagos a «lugares de la peregrinación», ya sean la Virgen María en Brezje o los campos de Ravensbrück y Mathausen. Unos lugares que combinarán una profunda religiosidad con el pasado de lucha contra los nazis, donde los partisanos eslovenos llevaron a cabo una dura resistencia: «En nuestros valles, la guerra se retiró al bosque, convirtió en escenario de combates prados y cultivos, colinas y pendientes, laderas y arroyuelos».

En RADIO SEFARAD
“El ángel del olvido”, de Maja Haderlap, con J. Anibal Campos
“El ángel del olvido”, de Maja Haderlap, con J. Anibal Campos
SEFER: DE LIBROS Y AUTORES – La mirada de la protagonista de El ángel del olvido -niña, joven, mujer- nos acerca al dramático devenir de la minoría eslovena de Carintia en la historia de Austria y Europa, afirma su traductor José Anibal Campos, quien califica la novela de Maja Haderlap como “revolucionaria” pues, gracias a su publicación, “ha logrado transformar una sociedad”.
Haderlap señala Campos, en esta poética y autobiográfica novela, nos habla del “problema de las minorías, el bilingüismo, la memoria histórica…” temas actuales que nos acercan a la niña, a la abuela sobreviviente de Ravensbrück, al padre partisano, a héroes y malvados, y a una tierra -que marca vidas- escenario de uno de los escasos focos de resistencia al nazismo que existieron en esa Europa desangrada por la guerra.
El ángel del olvido. Periférica. “Austria, casi en la frontera con Yugoslavia. Arroyos, valles, prados… Un mundo rural, campesino, que se expresa en esloveno y apenas se defiende en alemán. La voz de una niña, una joven, una mujer (el tiempo pasa por estas fascinantes páginas) nos habla de un modo estremecedor pero también poético y familiar. Un padre y un abuelo partisanos que luchan contra los nazis, una abuela que es arrestada y sobrevive (aunque la marcará para siempre) al campo de concentración de Ravensbrück, una madre solitaria que huye de la realidad en su pequeño ciclomotor… Bosques, vacas, gallinas. Héroes anónimos, delatores, fronteras. Pocas veces se ha contado la vida y la muerte como aquí: con tanta capacidad de evocación y tanta lucidez. Con tanto humor y tanto respeto. ¿Qué hace la Historia en mayúsculas con la vida de la gente minúscula? Malgastada la palabra ética en otros ámbitos, aquí esa palabra confiere al texto un poder admirable: literatura llamada a perdurar”.

EN EL BLOG  
El ángel del olvido. Maja Haderlap
Despertar. La curiosidad de la mirada infantil —cuando el mundo alrededor está alborotado y los significados últimos aún no se han posado por entero sobre los gestos y los objetos cercanos—, protagoniza el inicio de El ángel del olvido, deteniéndose en olores, tactos, emociones: las mujeres enlutadas, las historias en las cocinas de leña, los baldes con comida para los cerdos, las fotografías en blanco y negro escondidas en cajas, el tiempo que lo marca el cuidado de animales y campos de cereales, el crujido de los rosarios en los velatorios y los ataúdes junto a las ventanas, los tazones blancos donde beber una leche fuerte y amarilla, el olor a humo en las despensas, el bosque como frontera; una mirada primera que no es la nostalgia por un pasado remoto, sino la sorpresa por cómo aparece poco a poco ante nosotros aquello que permanecía soterrado o invisible, uniendo a todos esas emociones propias de la niñez la muerte, el amor, el dolor, la crueldad, la identidad y la memoria. Y en ese mundo que se revela ante la mirada de la niña, la figura de la abuela como guía y mito. Dice la niña —dice Haderlap—: Apenas echa a andar, la sigo. Ella es mi abeja reina y yo soy su zángano. Tengo pegado a la nariz el olor de sus vestidos, un olor a leche y a humo, el aliento de hierbas amargas adherido a su delantal. Ella comienza su danza y yo imito su baile. Ajusto mis pasos, más cortos, a los suyos, llevados a remolque, me pongo a zumbar una tierna melodía hecha de preguntas, mientras ella entona el bajo continuo. La ternura de las primeras páginas, la ternura de la mirada infantil, el amor por las cosas sencillas —las caricias de la abuela, la relación con la naturaleza, los juegos, los encuentros con los vecinos un lenguaje secreto—, es un camino que pronto se adentra en un territorio ignoto. La abuela será quien dé a la niña las primeras pistas sobre un pasado cercano y desconocido y le hable a la niña de la frontera cercana, de la guerra donde tantos vecinos del valle murieron o desaparecieron o regresaron de lejanos campos de concentración, de los partisanos, como su padre y su abuelo, que se ocultaron en el bosque para luchar, del horror y la crueldad de los alemanes y la policía austriaca, de las cicatrices que llevan todos los supervivientes —y ahí, en esas cicatrices, el dolor del padre que arrasa por momentos con la placidez familiar—. El mundo se abrirá poco a poco ante la mirada infantil y la niña empezará a entender términos como frontera o identidad; entonces, El ángel del olvido se muestra como aprendizaje y como un intento de comprender y ahondar en las propias raíces, de ese mundo que era invisible a los ojos de la niña y que se distinguirá con mayor nitidez a medida que la niña se haga adulta, comprendiendo mejor la extraña maquinaria del corazón de los hombres.
Fronteras y memoria. La importancia de las diferentes fronteras en El ángel del olvido: la tierra de la infancia, un valle austríaco cerca de la Eslovenia de la era yugoslava y que influye en los habitantes del valle —austríacos que hablan en esloveno y, por tanto, se siente extraños a ambos lados de la frontera—; el tiempo, que pasa de la pureza infantil a la revelación de un mundo y un lenguaje secretos, la niña que se convierte en adulta y en cada nuevo paso una imagen que se completa; la memoria propia, que empieza con los gestos y las historias de la abuela, los lloros escondidos de la madre, los ataques de pánico del padre, y la memoria ajena que hunde sus raíces en una guerra desconocida e influye en el sentir de la niña y la mujer; la vida, la celebración de la vida en los gestos cotidianos, en las conversaciones de la cocina, en los encuentros en otras tierra, y la asunción de la muerte también con sus gestos cotidianos en los rosarios, las noches en vela, las mortajas y los ataúdes abiertos, en su dolor y la ausencia; en fin, la frontera entre la niñez y la edad adulta, donde las relaciones se trastocan y ya no está la pureza inicial y nos separamos de aquel mundo que nos acogía y contenía para buscar nuevos caminos. La narradora —la niña, la mujer que cruza El ángel del olvido—, en esa línea invisible que separa espacios y tiempos, la carga de llevar las historias del valle sobre sí misma, la búsqueda de una identidad y una voz propia entre tantas voces —y qué hacer para llegar a una voz natural y real que haga justicia con quien somos y con nuestras raíces—. Dice la mujer, —dice Haderlap—: Las barreras de protección que intento levantar entre mi persona y mi familia se vienen debajo de nuevo. Por un momento temo la irrupción impetuosa del pasado, que entra arrollándome del todo, temo desaparecer bajo su enorme peso. Decido entonces llevar a la escritura todos esos fragmentos, lo dinamitado, lo recordado, lo narrado, todo lo presente y lo ausente, hacer un nuevo boceto de mí misma a partir de la memoria, trazarme con la escritura un cuerpo hecho de aire y contemplación, de aromas y olores, de voces y ruidos, de cosas pasadas, soñadas, de rastros. Podría así recuperar lo irreversible, corroborar que ha regresado bajo un ropaje nuevo, transformándose y transformándome. Podría así ensamblar otra vez lo separado, lo barrido hacia un lado y que pueda entreverse lo que está debajo. Podría rodear lo que ha sido con un cuerpo invisible, un cuerpo que lo selle y someta. Y eso hace Maja Haderlap, un camino.
Camino circular y el retorno de lo idéntico. Un camino que parece plácido en los primeros pasos de la niña tras la abuela pero en el que esperan agazapados los recuerdos de la guerra y su brutalidad, las heridas y las grietas en la comunidad —grietas que se agrandan dejando ver el miedo y el horror vividos—, un camino peligroso porque equivale a dejarse llevar por tantas sombras y tantos recuerdos ajenos, el impulso de los otros que puede hacer zozobrar la propia historia. Y es ahí donde Haderlap, en la llegada al mundo adulto, decide separarse de aquella tierra y tomar un desvío que le permita respirar, tomar distancia con la vida conocida, adentrarse en otros caminos que, como afluentes, le devolverán con el tiempo a la senda principal. Estalla otra guerra cerca de la frontera, y los supervivientes de la anterior se quedan mundos y extrañados del regreso de la violencia, distintos nombres pero idéntica barbarie, el reflejo del pasado en el presente. Vuelve la guerra, entre ausencias.
Es un trabajo arduo el de Maja Haderlap, erigirse como recopiladora de las historias de su familia y vecinos, de la tierra de su infancia, que no se pierda su voz entre el caudal de las ajenas. Haderlap pasa de lo pequeño y personal, aquello que la sorprendía de niña, al lento descubrimiento de un pasado devastador y la reflexión sobre la identidad y la memoria. Qué nos acerca y contiene y qué nos enfrenta, qué hacemos con nuestros recuerdos y los recuerdos de quienes nos precedieron, cómo salvarnos entre tantas pasiones intrusas, cómo rescatar los objetos de la infancia, la casa que fue derruida o los gestos de amor y dolor, dónde la frontera entre la persona y la comunidad. Tengo dudas de usar la palabra poético por las connotaciones peyorativas que a veces acarrea, pero así definiría la escritura fragmentada de Haderlap que habla de lo cotidiano para llegar a lo universal: un largo y valioso poema.
La abuela sólo se encomienda a ciertos signos insólitos del cielo, y sabe interpretarlos. Cree en la Cuaresma y en el 8 de mayo, día en acude a misa cada año para dar las gracias por el fin de la época nazi. Cree en las palabras que apelan a la voluntad, no al oído humano. Afirma que las palabras disponen de un poder enorme, que son capaces de hechizar los objetos y curar a las personas, que un pan al que se le ha hablado, un pan dotado y provisto de plegarias, puede ayudar en la enfermedad y en la miseria. A su hijo mayor lo mordió una serpiente, cuenta la abuela. La herida se resistía a sanar, y los médicos ya no sabían qué hacer con él. Entonces ella fue a ver al viejo Rastočnik para que éste le hiciera al pan un conjuro contra el veneno de las serpientes. Pero Rastočnik se negó, pues temía fortalecer con ello la ojeriza del veneno. Así que la abuela se fue a la paisana Želodec, que le bendijo el pan. «Tú, animal venenoso, retira tu veneno de esa persona», pidió Želodec al espíritu de la serpiente. «No conjuro su carne, no conjuro su sangre, sino el espasmo terrible», fueron las palabras con las que aquella mujer consagró el pan. Sólo después de que su hijo comiera cada día un trozo de aquel pan y rezara un padrenuestro, sin decir amén al final, pudo curarse. El veneno se había retirado de él. Y la palabra se hizo pan y habitó en él cada vez que ensalivaba la palabra sanadora. El pan hablado, la palabra devorada.
¿Cómo podría atraer hacia mí el escenario de mi infancia? ¿Cómo visualizar sus formas? ¿Debería acaso empezar admitiendo que ese valle ha sido diseñado como un callejón sin salida del paisaje, un lugar en el que caminos y carreteras desembocan en un punto muerto? ¿Debería decir que su aspecto es el de un calcetín apretujado entre colinas que lo mantienen abierto por su parte superior? ¿Confirmar que todas las laderas descienden para quedar atascadas en el fondo del desfiladero, delimitado por un arroyo y una carretera, y que el foso intenta ganar un poco de amplitud a tal estrechez, por lo que en algunos puntos hasta consigue apoltronarse entre los llanos cojines de unos prados y unos campos de cultivo? Esos prados, sin embargo, han de adaptarse pronto a la nueva angostura, plegarse a la siguiente cuesta empinada. Toda vastedad ha huido de este paisaje.
Maja Haderlap. El ángel del olvido. Traducción de José Aníbal Campos. Editorial Periférica.


Carintia es un estado federado (bundesland) situado en el sur de Austria. Posee una importante minoría eslovena. Como ocurre con gran parte de las naciones de la gran Península de los Balcanes, la histortia de Carintia es larga, compleja y no exenta de violencia. Con la anexión de Austria por parte de Alemania en 1938, acto de guerra consumado con el beneplácito de gran parte de las autoridades y la población austríaca, se abrió para Carintia un periodo particularmente doloroso y difícil porque en la lucha contra el invasor jugó un papel muy importante el movimiento partisano decisivamente apoyado por las fuerzas comunistas de Eslovenia que al término de la II Guerra Mundial se hicieron con el poder tanto en la propia Eslovenia como en la serie de naciones integradas en la entonces recién creada Yugoslavia.
Al igual que ocurría al mismo tiempo en la Francia ocupada, cada acción bélica o de sabotaje llevada a cabo por los partisanos provocaba una brutal represión dirigida sobre todo contra la población civil y en especial contra las familias de los presuntos autores del hecho. Esa represión daba motivo a una escalada de represalias no menos cruentas y que provocaban castigos aun peores perpetrados por agentes de la Gestapo con ayuda de la policía local.
De todo ello habla la presente novela. El aspecto más destacable de la misma es el cuidado que pone la narradora en el transcurso del largo, desconcertante y muchas veces difícil proceso de conocimiento por parte de una niña que no vivió los peores y más traumáticos sucesos ocurridos durante la guerra, pero de los que poco a poco, y según crezca, se irá haciendo consciente, siendo cada vez más capaz de asumir como propio el entramado de odios, resentimientos y afán de venganza que todavía condicionan a los habitantes de Eisenkappel-Vellach, la aldea natal de una autora que no oculta en ningún momento que está utilizando su propia biografía como material literario.
Instintivamente, y porque intuye que sus padres están todavía demasiado condicionados por el pasado, la niña se pone del lado de la abuela, una verdadera fuerza de la naturaleza que si fue capaz de sobrevivir a las miserias y horrores de la guerra ahora, en plena posguerra, continúa mostrándose muy por encima de las circunstancias.
Poco a poco, y según vaya creciendo, la narradora irá conociendo la actuación y el grado de implicación de sus familiares y vecinos en unos hechos cuyo recuerdo todavía les tortura y condiciona sus vidas.
Como todo testimonio de primera mano, El ángel del olivido (una entidad celestial a la que acuden los habitantes de Eisenkappel igual que en otras latitudes se venera al Cristo de la buena muerte) aporta una visión personal y emocionada de uno de los muchos rincones olvidados de la Europa actual.

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