El próximo miércoles 26 de mayo a las 18.30h nos conectaremos desde el Centro Pignatelli por meet con Galder Reguera para hablar de "Libro de familia".
“Libro de familia”. Entrevista a Galder Reguera
en https://elportaluco.com/libro-de-familia-entrevista-a-galder-reguera/
17 septiembre, 2020
“Libro de familia” es uno de esos libros que ha tenido que buscar su espacio en el complejo contexto en el que vivimos. A pesar de la situación, la obra continúa creciendo gracias al boca a boca de los lectores, que enseguida empatizan con la búsqueda del autor de sus raíces. Una investigación, un retrato generacional y un emocionado relato que nos permite bucear en el álbum de fotos de Galder Reguera. Con él hablamos de la obra.
(c) Elena Blanco
¿Qué es “Libro de familia”?
Es la búsqueda de las raíces al llegar a una edad determinada, la cuarentena pasada, en la que te empiezas a preguntar por tu pasado y de dónde vienes.
“Mi padre murió el día en que mi madre le dijo que estaba embarazada de mí. Fue la Nochevieja de 1974”. Así comienza el libro.
Esa coincidencia me la habían contado siempre en casa. Pero con los relatos familiares sospechas. Quizá había sucedido el día anterior o dos días antes, y con el regresar a la historia, una y otra vez, se exageró. Pero no, en cuanto comencé a trabajar en el libro y recoger testimonios vi que muchos amigos y familiares recordaban que su última conversación con mi padre fue sobre el embarazo de mamá.
Quería empezar con esa frase porque es un terremoto. Además, tiene la potencia de la casualidad de los hechos. Y después narrar aquella Nochevieja, porque cualquier persona se puede sentir identificada. En todas las casas se celebra y suceden las mismas cosas. En todas las casas hay alguien que llega más tarde, hay un conato de rebelión para empezar a cenar, sobrevuela el mismo ambiente en la casa. Con ese primer capítulo, quería que diese la impresión de que podía pasar en cualquier familia.
¿Cómo nace la obra?
Me puse a trabajar en el libro de modo inesperado. Resultó que un primo mío, Peter Abels, hijo de la hermana de mi padre, me escribió por Facebook para conocernos. Quedamos y en aquel encuentro me habló de mi padre. Él tiene diez años más que yo y le pudo conocer. Me contaba anécdotas, cómo vivieron en su casa la muerte de mi padre… y me di cuenta de que no le escuchaba. No le hacía caso. Pensaba en otras cosas. Eso es algo que me ha pasado toda la vida: cuando me alguien me hablaba de mi padre, no prestaba mucha atención, porque yo tenía mi familia, con mi padrastro, al que quería mucho, y sentía que la figura de mi padre biológico interfería en mi familia. Además, no sabía nada de mi familia Reguera, que era evidente que no nos querían ni a mi hermano ni a mí.
Esa noche, tras hablar con Peter, mi hijo pequeño se desveló y me tumbé a su lado. No pude dormirme, y en esas horas de la madrugada en las que todo tiene más intensidad, me entró una tremenda angustia pensando que si yo me muriera mis hijos, por la edad que tenían, no me recordarían y lo terrible sería que rechazaran mi figura, ellos, que son lo más importante del mundo para mí. Me di cuenta de que había sido muy injusto toda la vida con mi padre, que me habría querido muchísimo y decidí cambiar eso y atender a la figura de mi padre y lo que para mí supuso ser un hijo póstumo. Y decidí hacerlo en forma de libro.
La parte sustancial del libro es la investigación que emprendes. Es casi una historia de detectives sobre tus propios orígenes.
Cuando investigas el pasado puedes descubrir cosas que no te interesa conocer. En el libro hay un momento en el que me planteo qué hacer si descubro algo sobre mi padre que pudiera hacer daño a la familia.”. Me interesaba mucho la tensión de los hechos con respecto a la vida, cómo afecta el relato a tu día a día. ¿Merece la pena una obra literaria que pueda causar dolor en tu entorno? Con el tema de la autoficción se suele plantear mucho ese dilema, si compensa una ruptura familiar para escribir un libro.
En el libro intentas sacar a la luz los secretos de familia que se intentan ocultar.
En realidad, no son secretos familiares. No cuento nada que mi familia haya preferido guardar en secreto, porque no tenemos nada que ocultar. Eso sí, cuando acabé el libro le di un boli rojo a mis padres y les dije que si querían cambiar o quitar cualquier cosa, que lo hiciesen con total libertad. Pero no porque sean secretos, sino por una cuestión de pudor. No quería contar nada que ellos no quisieran que estuviera en el libro.
A la vez que escribes, en el libro hablas de muchas situaciones dolorosas pero tu intención es evitar los reproches.
Sí, cuando cuentas una historia de este tipo, si empiezas con los reproches el lector se aleja. Al lector le estás involucrando en una historia que no le interesa. Tampoco quise contar lo que se contaban los Reguera unos de otros. No quería dar una imagen excesivamente negativa de esa parte de la familia. Solo cuento lo que me compete exclusivamente a mí.
Más que reproches lo que hay son algunas preguntas y ciertas conclusiones por mi parte. Yo no entiendo cómo la familia de mi padre desapareció y nunca quiso saber nada de mi hermano ni de mí, por ejemplo. Es algo que, por más que intento entender, no puedo. Y tiene importancia en la historia, porque determina cómo veía yo a mi padre, mi relación con mi propio apellido.
Las palabras tienen importancia, sobre todo para el resto de la sociedad. Tienes un padre presente y uno al que no conociste, algo que a veces no saben etiquetar.
Sí, es algo que me molestaba cuando era joven: que cuando yo hablaba de mi padrastro y lo llamara mi padre, alguien me matizara que no lo era en realidad. Es cierto que Javi no es mi padre biológico, pero la figura paterna va más allá. No lo era en el sentido biológico, pero sí en todos los demás sentidos. Hay toda una literatura sobre la figura del padrastro que a mí siempre me ha molestado. “Padrastro” es una palabra horrible. Para mí un padrastro es un trozo de carne al lado de la uña. Si yo le considero a Javi mi padre a quién le importa que le llame así y por qué tengo que decir que es mi padrastro. Yo luchaba mucho contra esto y me marcó en la juventud.
En el libro me refiero a él como Javi. Cuando empecé a escribir no quería volver loco al lector. Me costaba depurar el texto para no confundir al lector. Yo le llamo Javi pero no delante de terceras personas: ante ellas hablo de “mi padre”.
“Libro de familia” es una carta de amor a tu madre, Carmen Olabarri. Pintora y parte viva de nuestras Bellas Artes igual que Javi (Riaño). En tu libro se van filtrando nombres y anécdotas de nuestra cultura de forma periférica.
Cuando mis padres fueron a vivir a Ataun, a finales de los años setenta, fueron acogidos por Vicente Ameztoy. En su entorno estaba la gente de la revista Euskadi Sioux… y fueron un poco como nuestros tíos políticos. Muchas de las fotos que hemos usado en la promoción del libro están realizadas por Juan Luis Goenaga, por ejemplo, el padre de Bárbara Goenaga. Iba a ser el padrino de mi hermano, pero se rajó en el último momento en la iglesia porque le dio yuyu lo que decía el cura y se fue. En casa he escuchado esos nombres y los considero una extensión de la familia. Mis padres hacían cenas y, cuando había inauguraciones, nos llevaban con ellos de la mano. Nunca negaron esa parte de sí mismos, siempre combinaron vocación y familia.
Mis padres han criado cuatro niños y han desarrollado una carrera profesional y artística. Mi madre era profesora de instituto, madre y pintora, y podía con todo. Estoy rodeado de obras que creó cuando era pequeño.
Además de tu historia es una crónica generacional el libro.
Yo creo que sí porque en realidad fueron unos pioneros. Fueron los primeros que estuvieron en Bellas Artes, que antes era una escuela de artes y oficios. Es una generación que tuvo a sus hijos a una edad más o menos temprana y tuvieron que tirar con todo hacia delante.
En el libro hay un pequeño ajuste de cuentas porque creo que mi madre fue muy maltratada por galeristas y directores de museos. Mi madre llevó a su familia a su obra, la usó como tema de creación. Cuando una mujer hace esto, la lectura suele ser muy machista. ¿Una mujer pintando a sus hijos? Pero ella pintaba a sus hijos, primero porque se ocupaba de ellos, no tenía la oportunidad de irse un año a Roma con una beca artística. Y después porque estaba luchando por establecer a su familia. Es normal que en su obra se reflejara eso. Sin embargo, en aquel momento, el arte vasco se movía entre los parámetros de la lucha política o lo conceptual. Entre esos dos espacios, no había lugar para más discursos. Si los críticos del momento hubieran sido un poquito más avispados, habrían visto en su obra un potente discurso, pero no les daba.
En el libro te interrogas sobre quién eres tú y quién el personaje que plasmas en el libro, llegando a modificar cómo vives las experiencias.
Me interesa mucho eso, sí. Si escribes sobre tu vida, hay una tensión entre lo que escribes y la propia vida. Y cuando todo tu entorno sabe que estás escribiendo algo y que lo que digan puede salir en el libro, cambian. Es divertido e inquietante. Un amigo al que le conté una desavenencia con un familiar, me dijo en tono de broma: ¡que tenga cuidado, que le escribes un libro!
Como en toda aventura que se precie, los protagonistas cambian desde su comienzo. Al comienzo del libro desconoces quién es tu padre y al final te conviertes en él para entenderle. Hay un trasvase de información que tiene que ver con la genealogía, con lo que os une, los gustos comunes como la música. Unos lazos de los que al principio no eras totalmente consciente.
Totalmente. Y eso ha ido más allá del libro. Cuando hicimos la presentación vino un amigo, Aitor, vecino nuestro en Haro. Tenía una moto, una BMW preciosa, que me fascinaba. Cuando yo oía que la arrancaba, salía corriendo de casa de amama y me ponía en su puerta rogándole que me diera una vuelta. Yo soy motero por Aitor, gracias a él me gustan tanto las motos. Cuando vino a la presentación se lo conté. Y él me confesó que a él le sucedió lo mismo, pero con mi padre. Él se hizo motero por mi padre. Cuando mi padre salía de casa de amama con la Ossa, Aitor me decía que era él quien iba corriendo a la puerta de nuestra casa a pedir que le diera una vuelta.
Me pareció una historia maravillosa. De una manera indirecta, mi padre tiró la primera ficha del dominó para que yo acabase teniendo esa pasión por las motos. Me llegó de él, pero indirectamente, a través de un tercero. Lo mismo sucede con la música y otras cosas.
El libro me ha servido para reconciliarme con mi padre, darme cuenta de que estaba viviendo un conflicto que no es real. Tenía una distorsión sobre quién era y ahora estoy muy reconciliado con quién era.
El libro habla sobre las relaciones entre padres e hijos. Desde que eres padre te ha cambiado la perspectiva.
Una vez escuché a Buenafuente responder, cuando le preguntaban qué es lo que echaba más de menos de la infancia, que la sensación de que ha sido todo así siempre, de la seguridad del entorno. Cuando eres pequeño el mundo es fijo y cuando te haces mayor ese mundo se va disolviendo, todo va desapareciendo. La sensación que tienes de niño es que tus padres son fuertes y pueden con todo. Pero ellos en realidad también tienen sus inseguridades, seguro que también tenían ganas de llorar en momentos de crisis. Es un tema que me interesa mucho: cómo los padres protegen a sus hijos. En ese sentido, lo que emocionalmente más me costó de tratar en Libro de familia era los momentos más duros que tuvieron que pasar mamá y Javi para sacar la familia adelante. Saber de ellos y recordar lo felices que éramos sus hijos, me causaba mucho dolor.
La realidad influye en el libro. ¿Cómo influye el libro en la realidad? ¿Cómo afecta a la gente verse reflejado en él?
Me están pasando dos cosas desde que el libro está publicado. Por una parte, ha sido como mandar un mensaje: eh, aquí estoy, soy el hijo de Luis Reguera, quiero saber más de él. Desde que ha salido el libro, un montón de gente me ha regalado nuevas historias de mi padre, que desconocía. Por ejemplo, el día de la presentación, se me acercó un señor muy emocionado. Me contó que trabajaba con mi padre y en realidad era él quien debía haber hecho el trabajo que acabó costándole la vida a mi padre, que era él quién debía haber ido a San Salvador del Valle a cambiar la aguja del tocadiscos. Pero mi padre, que era su jefe, le dijo que descuidara y que se tomara la tarde libre, que aprovechara para estar con la familia. Ese hombre me dijo que se había acordado de mi padre todos los días de los últimos cuarenta años.
Lo mismo me ha pasado con familiares. Algunos con los que no había hablado nunca. Algún Reguera ha querido quedar conmigo para contarme su historia. En ese pequeño mundo familiar ha movido cosas y es algo que me gusta. Podía escribir un epílogo con la cantidad de cosas que me han pasado después de publicarlo.
Por otro lado, mi mayor temor era que el lector del libro no trascendiera la historia particular. Pero mucha gente se ha sentido identificada con lo que cuento. Me escriben cada semana dos o tres lectores compartiéndome su historia. Al final, las historias tienden a parecerse y recibir mensajes en los que la gente me dice que leer el libro les ha ayudado a comprender mejor a sus padres o sentirse orgullosos de lo diferentes que son sus familias me alegra mucho.
Hay mucha música en el libro. Toda una banda sonora de tu vida y de la de tu padre.
Somos una generación que nos hemos encerrado mucho a escuchar música en el cuarto. Si pienso en mi adolescencia, me veo con la portada de un vinilo en las manos, encerrado en mi cuarto, fumando y escuchando música. Mucha de esa música me llegó de mi padre, que era músico y tenía una tienda de vinilos. He ahí otra herencia indirecta, que no había sospechado. Musicalmente, tengo sus gustos, cuando no nos hemos conocido.
El libro se publica en febrero de 2020. No sé si le ha afectado la situación que vivimos.
Vamos por la tercera edición. El libro está funcionando por el boca a boca y espero que no sea un libro de temporada, sino que permanezca.
Pero sí que le ha afectado la pandemia. El libro salió a mediados de febrero e hicimos la presentación a principios de marzo en Barcelona. Diez días después llegó el confinamiento con las librerías cerradas durante meses. Yo lo pasé un poco mal, porque llevaba toda la vida esperando una oportunidad así. A mí me dicen hace dos años que voy a publicar con Seix Barral y no me lo creo. Y cuando lo consigo, me encuentro con este torpedo en la línea de flotación del mundo de la cultura. Pero tampoco merece la pena darle muchas vueltas. En lugar de en lo malo, me centro en lo bueno. La editorial me ha tratado genial y han estado muy pendientes de mí durante el confinamiento. No sé si podré devolverles tanto cariño.
¿Cómo vives el salto de trabajar con una gran editorial?
Estoy feliz. Las editoriales grandes suelen tener mala prensa, pero en mi caso toda la experiencia ha sido maravillosa. Desde el primer momento, Elena Ramírez, mi editora, me ha quitado presión. Se suele decir que las grandes editoriales lanzan novedades a ver si funcionan y si no, puerta al autor, pero en mi caso ha sido al revés. Eso lo he vivido en alguna pequeña, esa sensación de que te tiran al ruedo a ver qué tal lo haces y, si te pilla el toro, la responsabilidad es solo tuya. Y luego, además, vengo de Malpaso, que directamente no paga a los autores.
En Seix Barral acogieron el manuscrito con mucho cariño. Después, me ayudaron a mejorarlo con críticas en el momento que había que hacerlas. Yo creo que un buen editor es el que se compromete con el texto, el que no se dedica solo a elogiarte, sino que te acompaña en el proceso de revisión. Me enamoró un detalle de Elena Ramírez: en nuestro primer encuentro, elogió el texto, me explicó lo que le gustaba y por qué quería publicarlo. Sin embargo, cuando ya teníamos un acuerdo y me envió sus notas, había muchas críticas: a pasajes puntuales, a expresiones, a momentos en los que ella entendía que me iba de la historia. Recuerdo que en una nota al margen escribió algo asó como: “¡Eso no! ¡Me matas!”. Y era verdad, yo estaba pecando de hortera. Quizá otro autor se sintiera dañado en su ego, pero yo no. Me reí mucho, releí el pasaje y me di cuenta de que tenía toda la razón.
Ese proceso de revisión, con Elena y después con el resto del equipo de Seix Barral, me hizo sentirme muy seguro. Ellas recibieron mi manuscrito, pero el libro es nuestro, es un trabajo conjunto. Creo que por primera vez en todos mis años de autor, no me he sentido solo.
Da la sensación de que “Libro de familia” es el libro que habías nacido para contar. No sé si es mucha presión para abordar nuevos retos.
Un amigo escritor me mandó un mensaje hace unas semanas: “La has jodido, Galder, a ver qué coño escribes ahora”. Era un elogio a la bilbaina. No lo sé, no sé si es el libro de mi vida. Por ahora sí, claro, pero yo no me presiono pensando en el siguiente. Tengo un trabajo, y eso hace que tenga el privilegio de escribir lo que quiero, porque mi sustento está en otra parte.
Eso sí: envidio mucho a los autores que tienen tan claro a dónde quieren llegar a medio plazo, cuáles serán sus siguientes obras. Yo voy partido a partido.
¿Proyectos?
Tengo varias ideas. Tengo la idea latente de escribir una novela de tesis alguna vez. Algún día me pondré con ella. Creo que gran parte del conocimiento está en la literatura. Estudié filosofía para dejar de leer filosofía y llegar a la literatura. Como decía Cioran: el universo no se explica, se expresa.
EN HERALDO DE ARAGÓN
LITERATURA ESPAÑOLA
Galder Reguera, la familia como sistema asistemático
El autor de 'Libro de familia' cuenta la historia de su padre, que falleció de accidente el mismo día que su madre supo que estaba embarazada de él
NOTICIA
JORGE SANZ BARAJAS
Qué difícil es hablar profundo escribiendo sencillo. Galder Reguera se ha enfrentado a la ardua tarea de airear las buhardillas de la casa familiar en un bello relato que huele a piel y sabe a vida. Su padre falleció en accidente de tráfico el 31 de diciembre de 1974, el mismo día en que su madre le dijo que estaba embarazada. “Él es para mí el pasado que no tuve, y yo para él soy el futuro que se le negó”. Háganse cargo de la dura faena de narrar el duelo de una sombra, dar cuerpo a recuerdos que no tienes, contemplar sin afectación una foto, un disco, una palabra. Uno acaba por descubrir que la identidad no es cosa de apellidos, de consanguinidad, de herencias o filiaciones.
El exquisito trabajo de Galder Reguera se condensa en dos momentos del libro que hemos experimentado todos, pero G.R. los convierte en metáfora de la tarea literaria sin exceso de palabra. Dejar que lo habitual siga su curso hasta condensar una gota de licor literario sin apretar demasiado la mano que escribe, eso es literatura.
Dos momentos, decía. El abuelo de Galder manda al crío a la bodega a por un Muga del 84. A Galder le aterroriza ese espacio lóbrego y evita mirar atrás, pero sube despacio para no agitar la botella y estropear así el vino. Esa es la esencia de este libro: caminar despacio sin agitar el relato para que no se enturbie, dejar que la pasión mueva el corazón, pero no la mano, templar la letra para que grabe sin quemar. Porque hay quien escribe autobiografía para condenar a todos los demonios ajenos, hay quien trata de conjurar los propios usando el relato a modo de escalpelo y, por fin, quien escribe para dar cuerpo a las voces dormidas.
El segundo momento está cercano al final: el herrero que está construyendo la verja de la casa familiar en Mungia regala a Galder y a su primo Unai dos espadas que quedarán sepultadas bajo el jardín familiar al nivelar el terreno. A esa botella, memoria de la tierra fértil, como a esa espada, emblema de los sueños rotos, solo se llega por medio de la palabra. Los dos momentos cimentan los dos principios de este relato: el cuidado y el deseo.
Que sea fácil de leer no quiere decir que sea fácil de digerir. El lector tiene que olvidar la prisa en los zapatos y buscar serenidad para abordar cada una de las 79 secuencias. La estructura parece responder a un principio de necesidad: el material va llegando conforme la escritura avanza y Galder Reguera solventa este problema con el uso del presente con valor de pasado que actualiza el relato de manera continua. Esta estrategia pudiera plantear algún problema de ritmo, pero la sintaxis breve y concisa, ordenada y poderosa, avientan cualquier tentación.
Sin duda, el libro tiene un flanco débil si se lee mal: habrá quien critique algún cliché, quien diga que es otro más escribiendo sobre la muerte del padre… Error: este libro de Galder Reguera nos susurra que el verdadero libro de familia no es el que te da el registro sino el que uno escribe con su vida. Que La familia no es un punto de partida sino uno de llegada. Que no existe la familia: existe tu familia. Otra fragilidad que pudiera exponer el relato es esa tentación que llega con la vida mediada y la reciente paternidad. Sí. Todos pensamos cómo contarles a nuestros hijos cómo fue ese padre que ellos no conocieron como abuelo. Pero no todos los niños tienen dos padres, o tres abuelos. Galder Reguera escribe para contarnos cómo es la vida con un padre que no llegó, otro que vino más tarde y una madre que estuvo siempre.
Eso sí, aprendamos a tener cuidado y a cuidar: estamos mucho más cerca de lo que nos imaginamos. Aunque vivamos semiconfinados, nos pasamos la vida dándonos codazos emocionales. La vida hiere y sana a todos por igual, pero para desatar los nudos familiares es mejor dar voz y letra, porque la verdad no es más que un sumatorio aproximado hecho de curiosidad y consenso. Hay detalles en el libro que despertarían la curiosidad de un experto en pedagogía sistémica. Y no pocos. Por eso y por muchas cosas más, ‘Libro de familia’ no es una pieza más en el género de la autoficción: es engranaje.
EN "EL CULTURAL"
El sentimental 'Libro de familia' de Galder Reguera
NADAL SUAU
11 mayo, 2020
https://elcultural.com/el-sentimental-libro-de-familia-de-galder-reguera
En un pasaje de Libro de familia dedicado a reflexionar sobre las razones para escribirlo, Galder Reguera (Bilbao, 1975) confiesa que cree tener entre manos “una historia desde mi nacimiento”: se refiere a la muerte del padre en un accidente la Nochevieja de 1974, justo el día en que su madre supo que estaba embarazada por segunda vez. Cuarenta y cuatro años después, ese hijo será el narrador de esta no ficción que tiene mucho de quest, es decir, de biografía que muestra también la indagación llevada a cabo por el biógrafo.
Reguera reconstruye la historia de su familia, que presenta el mismo tipo de zonas luminosas, oscuras, cenagosas o pletóricas que las de casi cualquier otra. Los pasos que dará para desentrañar la identidad del padre muerto, y que salvo excepciones consisten en interrogar a quienes trataron con él, lo llevan a protagonizar momentos incómodos que el lector experimenta como tales de un modo perfectamente mundano: malos recuerdos, preguntas punzantes, reproches con nombre propio. Ese tipo de honradez que tanto predicamento tiene en las fajas. Uno de los problemas del libro estriba en cierto malentendido inicial: esa Nochevieja es menos una “historia” que una escena; más una set-piece que la garantía de un relato completo. Su onda expansiva novelística se revelará, poco a poco, menor de lo que invitaba a prever el eficaz arranque.
Aunque no hay historia personal que carezca de dignidad o belleza, tampoco la de estos personajes por los que sentiremos gran simpatía a lo largo de cuatrocientas páginas, no es menos cierto que los recovecos de la pequeña trama dinástica no parecen, por sí mismos, particularmente llamados a saltar la barrera de lo privado. Claro que tienen interés para los gozadores de historias “de interés humano” (apúntenme en la lista), y desde luego que brindamos por el valor de una madre viuda en los setenta o por la entereza moral de su tercer esposo, ese individuo admirable que se gana nuestro genuino afecto en cada aparición. Sin embargo, todas estas virtudes son todavía externas a lo literario. Convertir ese material en literatura requiere que el enfoque, el estilo y las preguntas planteadas provoquen un tipo de cortocircuito o reverberación que aquí no me parecen logrados.
El escritor tiene una prosa ágil que invita a leer y provoca una lograda sensación de fraternidad, pero no logra convertir en literatura un buen material humano
El autor no es ingenuo, sabe que lograr ese salto será la clave del éxito: su sencillez compositiva es deliberada y, en principio, muy oportuna. Lo sabemos por una página indirectamente programática en la que, hablando de la obra artística de su madre, recrimina a los críticos de los años ochenta que fueran incapaces de detectar en aquellas pinturas los temas universales y el “estilo propio” que poseían, más allá de su aparente carácter doméstico. He tenido muy presente este pasaje, porque es cierto que los críticos padecemos a menudo de miopía y condescendencia superficial: sin embargo, sigo creyendo que, cuando un libro recrea a dos padres, ello no implica automáticamente hablar sobre la paternidad, o no más allá de un sentido literal inherente a la anécdota.
Por eso, Libro de familia contiene apuntes valiosos (por ejemplo, sobre nuestra condición prehumana en el útero materno o las herencias culturales insospechadas), pero su otro problema es que hace preguntas previsibles y tiene demasiada prisa por responderlas mediante conclusiones cliché: “llanto desconsolado”, “banda sonora de su amor”, “guiños del destino”, “amor verdadero…”.
No me consientan ser injusto: la escritura de Reguera es mucho mejor que estos tópicos, tiene una prosa ágil que invita a leer y provoca una lograda sensación de fraternidad. Si los cito es porque sí creo que su núcleo y los nudos realmente esenciales del libro se resuelven en clave de lugar común. En vez de desordenar seriamente las convenciones de la institución familiar a partir de la supuesta (y relativa) “rareza” de los vínculos de sus protagonistas, Libro de familia acaba por devolver a su estilo y al lector a la casilla de salida: la consoladora normalidad de lo sentimental.
EL LIBRO DEL DÍA EN LA VANGUARDIA
Galder Reguera publica una estremecedora investigación sobre su progenitor, atropellado en Nochevieja
XAVI AYÉN
BARCELONA
Uno debe hacer un esfuerzo de profesionalidad para, al encontrase a Galder Reguera (Bilbao, 1975) tras leer su Libro de familia (Seix Barral) no abrazarlo y limitarse a entrevistarlo. Es tal el torrente de emociones que esta obra desencadena que habrá lectores que pasen a sentirlo casi como un miembro de su familia. Su libro es una cruda investigación sobre su padre biológico que se convierte en un retrato –y una reivindicación– de los vínculos sentimentales y familiares que justifican una vida. Empieza con esta frase demoledora: “Mi padre murió el día en que mi madre le dijo que estaba embarazada de mí”.
“Una vez un bertsolari me dijo que los versos tienen que transmitir emoción pero que el que los recita no debe sentirla, porque así es más fácil transmitirla –explica el autor, responsable de actividades de la fundación del Athletic de Bilbao–. Hubo momentos difíciles, como narrar el maltrato que sufrió mi madre, las palizas que le infligía su segundo marido. Yo, como autor, solo lloré una vez, cuando a mamá la despiden del colegio religioso por tener novio y ella decide irse con él, Javi, mi padre –no biológico– a París, a cumplir sus sueños de pintores, nos montan a los niños en un 127, y se arrepienten a medio camino y volvemos de madrugada, ellos entre llantos”.
El cúmulo de desgracias sufridas por su madre es impactante: primero la muerte de su marido, luego un segundo marido maltratador, luego un accidente que tiene otro hijo –el hermano mayor de Galder– con un boli que le entra por el ojo hasta el cerebro y lo sume en el coma... “Fue muy mala suerte en un período de tiempo muy corto. Pero también hubo un espectacular accidente de coche con muertos, del que salimos ilesos milagrosamente”.
El estriptis emocional de Reguera no responde a la imagen tópica del hombre vasco: “En la vida, no soy efusivo, me cuesta dar abrazos”
Desde luego, la apertura emocional del Reguera narrador no es la imagen tópica que uno tiene de un hombretón vasco. “En la vida real, soy poco efusivo, me cuesta dar abrazos, pero los vascos cuando nos abrimos nos abrimos. Aquí tenía que ser muy sincero en mis sentimientos, abrirme mucho, como si fuera una confesión de amigo a amigo, para que el lector sintiera lo que estoy sintiendo”. El resultado es una narración con muchos registros, a la vez reportaje, historia de amor, confesión sentimental, intriga, thriller con monstruo...
Y una presencia fantasmagórica que sobrevuela buena parte del relato, la de Bernardino Expósito, el hombre que chocó contra su padre. ¿No contactarán él o sus familiares con usted ahora? “Pensé que encontrarme con él tenía una gran potencia narrativa, pero me daba mucho miedo hacer daño, plantarme ante sus hijos, que no sabía hasta dónde conocen la historia, y decirles que su padre mató al mío”.
“En el fondo, uno escribe algo así para sentirse apoyado, como en una reunión de huérfanos anónimos, decir ‘hola, me llamo Galder y perdí a mi padre en Nochevieja’”. Son numerosas las muestras de afecto que va recibiendo en las presentaciones o por correo. “El otro día, me vino el tipo que trabajaba con mi padre en la tienda, cuya existencia desconocía: ‘Yo tenía que acompañarle en el coche el día en que se mató pero me dio permiso para irme a casa’, dijo”.
El proceso de descubrimiento del narrador – en el que “el lector me acompaña de la mano, a tiempo real”– produce paradojas como que “a veces son hechos luctuosos los que abren una puerta a la felicidad. Mi padre –el que me crió–, Javi, se enamoró de mi madre viéndola en la playa por su pelo corto, muy atrevido para la época, pero era el corte que ella se había hecho para disimular la agresión de su marido, que se lo había cortado con tijeras tras propinarle una paliza”.
La risa estentórea de Javier Gurruchaga me daba miedo de niño”
Junto a esas crueldades brutales, las más sutiles de los familiares: los que no ayudan económicamente ante la tragedia, los que se dejan de hablar, los que difunden mentiras... El conjunto es un retrato más personal e íntimo que sociológico, con escenas del ambiente bohemio que frecuentó su madre, junto a pintores, actores, fotógrafos... y hasta Javier Gurruchaga (“su estentórea risa me daba miedo de niño”).
El libro –con la banda sonora de los discos que vendía en su tienda el padre fallecido– refleja el hilo de amor que une a diferentes generaciones, incluidos los hijos del autor. Lo simboliza un abuelo con varias empresas “que creaba para dar trabajo a toda la familia, si tenía que instituir un puesto de trabajo deficitario para que alguien fuera sustentado, se hacía y ya está. La familia es un grupo de personas que se cuidan unas a otras”. De hecho, de algún modo, Reguera hace en Libro de familia aquello que dice que pintaba su madre: “Retratos de familia que reflejaban conceptos universales como la identidad, la maternidad (y paternidad), preguntas como quiénes somos (a nivel individual y como pueblo) y una decidida voluntad de encontrar un estilo propio”. Tal cual.
EN THE OBJECTIVE
Galder Reguera: “No he ocultado nada, porque no quería hacer trampas”
'Libro de familia' no es solo la reconstrucción de la historia familiar, es también un relato que se pregunta sobre las preguntas pendientes y sobre cómo formularlas
Galder Reguera no conoció a su padre. Éste murió en Barakaldo la noche en que su mujer le anunciaba que estaba esperando su segundo hijo. Galder nació ocho meses después. No fue, sin embargo, un niño huérfano. Javi, el tercer marido de su madre, ejerció de padre. Ahora, cuatro décadas más tarde, el escritor vasco va en busca de aquel hombre al que nunca conoció y con el que, sin embargo, comparte mucho, casi todo. Libro de familia (ed. Seix Barral) es solo la reconstrucción de la historia familiar, es el intento de descubrir la identidad de ese padre al que solo se conoció por fotos, pero también es un relato que se pregunta constantemente sobre los límites de la escritura, sobre la legitimidad de indagar en las vidas de otros, sobre las preguntas pendientes y sobre cómo formularlas.
En Libro de familia no solo buscas descubrir quién fue tu padre, te interrogas también sobre la legitimidad que tienes para indagar sobre tu familia, sobre cómo escribir sobre ella, sobre qué contar y qué no.
El libro surge como necesidad. Muy pronto surge la necesidad vital de escribirlo por las circunstancias que aquí cuento y me tiro a la piscina. En lugar de contarla de forma lineal, opto por contextualizar la historia, pues no quiero que el lector se sienta ajeno al libro y, menos aún, quiero que se pregunte por qué le cuento mi historia. Por ello, opto hablar de ese contexto que explica la razón por la cual decido narrar mi historia. Asimismo, quería que el lector me acompañara en el proceso de descubrimiento de algunas cosas y es en este proceso que aparece la metaliteratura y las preguntas a la que te refieres. Aparece también la duda de si yo, en realidad, lo que estoy haciendo es parasitar mi historia para contar una buena historia.
¿Eras consciente de que tu historia daba para un libro?
Claro, siempre fui consciente, ante todo, porque lo he vivido en primera persona, de que tenía una buena historia. El otro día contaba medio en serio y medio en broma que, cuando tenía unos dieciséis años y, junto a mis amigos, quería pavonearme delante de la chica que me gustaba, siempre contaba que había nacido después de que muriera mi padre, que falleció la misma noche en la que mi madre le dijo que estaba embarazada de mí. Cuando contaba esta historia, me convertía en el centro de las miradas y es que, como decía, sabía que tenía una buena historia a mis espaldas. La cuestión, sin embargo, era si escribía el libro para conocer a mi padre o si quería conocer a mi padre para escribir un libro. Este sentimiento estuvo presente durante el proceso de redacción de todo el todo el libro, preguntándome constantemente sobre el sufrimiento que podía causar y sobre la utilidad del texto. Como te puedes imaginar, no quería causar ningún daño y, por esta razón, cuando mi hermana me llama y me pide que deje de hacer preguntas a mamá porque le hace daño revivir el pasado, abandono momentáneamente el libro.
Y es que no se puede olvidar que la historia de uno siempre implica a terceras personas.
Yo creo que cualquier novela de carácter biográfico tiene que contar la historia del propio autor y hacerlo de forma honesta, sin engañar a los lectores. Entre las novelas de autoficción que he leído recientemente, más de una me ha decepcionado, pareciéndome incluso desagradables, porque me daba la impresión de que al autor no le correspondía narrar la historia que me estaba contando o que tergiversaba los hechos en beneficio de la novela. Escribiendo Libro de familia, mi mayor miedo era que el lector se preguntara por qué estaba yo contando esta historia. Para evitar esta circunstancia, he intentado ser muy explícito en mis razonamientos para, precisamente, evitar así la cuestión sobre mi legitimidad para contar mi historia familiar. Dicho esto, mientras escribía, la pregunta sobre hasta qué punto me pertenecía la historia que estaba escribiendo me ha perseguido, sobre todo, en ciertos momentos como cuando cuento los malos tratos que sufrió mi madre. Este es un tema que tenía que salir en el libro y es necesario que el lector comprenda la razón por la cual es necesario tratarlo.
Entre otros motivos, porque contarlos es una forma de denunciarlos, de no esconderlos tras la puerta de casa.
Estoy convencido de que, en el caso de los malos tratos, hay que revindicar a la víctima como una figura importante dentro del hecho público. No tiene que quedarse dentro de la esfera privada. El problema es que muchas veces no se habla de temas como el maltrato por la incomodidad que todavía hoy suscitan. No creo que cuente nada en el libro que no sea contables. Evidentemente, hay cosas y detalles que me guardo para mí. Cuento la experiencia de malos tratos que sufrió mi madre, sin ser excesivamente explícito en determinados episodios.
Es interesante cómo te planteas la posibilidad de ir a buscar al maltratador y rendirle cuentas.
Me lo planteo como hijo, pero también como escritor. Como narrador, sabía que podía tener una gran potencia narrativa la escena del hijo que, años después, se planta frente al maltratador de su madre y se encara. Sin embargo, como digo en el libro, no quería convocar al diablo; ni tan siquiera pongo su nombre, aunque sé como se llama y tengo su teléfono. Podría llamarlo ahora mismo, pero no es lo que quiero. Es cierto que, al inicio, tanto mis hermanos como yo tuvimos la tentación de ir a buscarlo, pero llegamos a la conclusión de que no nos aportaría nada. Al contrario, nos convertiríamos en lo que él era y entraríamos en un espiral de violencia totalmente absurda. Además, yo sería completamente incapaz de darle un guantazo a un hombre que ya tiene una edad, a pesar de todo lo que ha hecho.
Una de las preguntas claves del libro es qué es un padre, qué significa ser padre.
Si me hubieras hecho esta pregunta antes de escribir este libro, te habría contestado que un padre es aquel que está ahí. Sin embargo, escribiendo este libro me he dado cuenta de que la biología tiene su peso. Yo soy hijo de mi padre, ante todo, porque me parezco mucho a él. A pesar de morir antes de nacer yo, su persona estuvo siempre muy presente a través de vías indirectas. En el libro hablo de la importancia que tuvo la música para mí en este sentido: yo heredé sus discos y, con quince años, escuchaba la música que él escuchaba, como los Beatles o Pink Floyd. En Bilbao, vino a la presentación Aitor, que vivía en la puerta de al lado de nuestra casa de veraneo. Cuando yo era pequeño, mis primos y yo nos quedábamos esperando en la puerta a que saliera Aitor con su moto y le pedíamos que, por favor, nos diera una vuelta. Y él siempre lo hacía: me subía en su moto y dábamos una vuelta. El otro día, en Bilbao le confesé a Aitor que mi pasión por las motos la había heredado de él. Entonces, Aitor me confesó que él había heredado esa misma pasión de mi padre, en cuya moto se subía cuando era pequeño. Me pareció muy bonita esta historia, que revelaba, una vez más, que lo que yo soy está en cierta medida marcado por lo que fue mi padre.
Si bien es cierto que lo biológico tiene su peso, lo que se ver a través de Libro de familia es que hay muchas formas de ser padre y, por tanto, muchas definiciones de lo que significa un padre.
El problema aparece cuando decimos que la familia es esto o que un padre es esto otro, porque mucha gente se queda fuera, se queda excluido. Y esto pasa ya no solo a la de definir estos dos términos, sino con muchos otros. Por ejemplo, ¿qué entendemos por un “hombre”? Hasta hace nada, se asumía que un hombre es aquel que no llora, que es muy fuerte, que tiene una gran voz, que se dedica a un trabajo de verdad y de éxito… Si tú no cumples con estas características, te quedas fuera de la definición y te conviertes en un raro. Por esta razón es muy importante la pelea terminológica en la definición de conceptos como el de matrimonio o el de familia, que no deja de ser un grupo de personas que se considera como tal. A partir de aquí, dentro de familia cabe todo.
La dificultad es conseguir un consenso, pues, como sucede en el caso de la “familia”, son muchos los que abogan por una definición restrictiva en la que solo se contempla el padre, la madre y los hijos.
El consenso hay que lucharlo, porque la terminología es importante. Cuando Platón hablaba del ser humano se refería al varón griego. El extranjero era el bárbaro y la mujer no era considerada un ser humano. Y lo que tenemos que hacer es pelear para que, cuando se hable de ser humano, se aluda a todas las personas y no solo a un determinado grupo.
Volvamos a ese elemento biológico del que hablabas y a ese Galder niño que buscaba tener un parecido con su padre, al que nunca conoció.
Busqué mucho, a través de fotos, qué tenía yo de parecido con mi padre, sobre todo a partir del día en que mi tío me dijo que no era hijo de mi padre. Esa frase, de una crueldad innecesaria, me generó una duda enorme y recuerdo, con mucho sufrimiento, cuando, después de escuchar aquella frase de boca de mi tío, regresé a casa y miré con sospecha a mi madre. Ella siempre nos ha dado mucho amor y yo me sentía muy mal por sospechar de ella. Al mismo tiempo, me sentía completamente incapaz de contarle lo que me había dicho mi tío y preguntarle si era verdad. De hecho, no fue hasta hace poco, durante esas conversaciones que tuve para poder escribir el libro, cuando le conté lo que me había dicho mi tío y cómo aquella frase me generó una serie de dudas, que yo trataba de borrar buscando un parecido físico entre mi padre y yo.
Lo que vemos a través de tu relato, es que las familias pueden ser protectoras, pero también afligir mucho daño.
Sí, es verdad. La familia puede ser tu mayor protección, pero también la mayor fuente de dolor. Viendo la película Bohemiam Rapsody, le decía a mi mujer que, si tuviera un hijo como Freddy Mercury, lo adoraría y, entonces, ella me preguntaba qué pasaría si mi hijo fuera militar, torero o agente de bolsa. Pues no sé… Lo que quiero decir con esto es que la familia puede ser fuente de dolor, tú puedes triunfar a nivel laboral, pero puedes ser muy desgraciado a nivel personal porque tu familia te rechaza. Yo he crecido en medio de tres grupos familiares, los Olabarri, los Reguera y los Riaño. Cada uno de estos apellidos representan un tipo de familia distinto: los Reguera son la familia que te genera dolor, los Olabarri son aquella que te protege y los Riaño son aquellos que, con sus altos y sus bajos, terminan por estar siempre ahí.
Para escribir sobre esa familia tan cercana, ¿tuviste que distanciarte emocionalmente de ella?
Andoni Egaña, el gran versolari, dice que un verso tiene que transmitir un sentimiento que aquel que lo escribe no debe sentir. Así que esa distancia de la que hablas es imprescindible: si tú escribes desde el sentimiento, seguramente no consigas transmitir bien lo que quieres contar. Por esto, he intentado ser muy contenido a la hora de escribir, sobre todo cuando abordaba determinados episodios como el de la muerte de mi padre.
Galder Reguera: “No he ocultado nada, porque no quería hacer trampas” 2
n cuanto al episodio de la muerte de tu padre, ahí reconstruyes un hecho del que tú no fuiste testigo y, en cierto, modo debes recurrir a la ficción para poder narrarlo.
Todo escritor utiliza los recursos de la ficción desde el momento en que cuenta unas cosas y no otras. En el momento en que tú relacionas dos hechos y no un tercero ya estás estableciendo un relato, pero ¿es un relato de la verdad? ¿Qué es la verdad? Si hablamos de la verdad como la relación del relato con los hechos, debemos preguntarnos sobre qué hechos. ¿Todos los hechos? Ahora se habla mucho del relato sobre el conflicto vasco; bueno, si coges un libro que te cuenta solo la mitad del relato, no puedes decir que miente, pero solo cuenta una parte. Es necesario confrontarlo con otros hechos para tener supuestamente el conjunto del relato. Y digo supuestamente, porque ¿dónde ponemos el límite de dicho conjunto? En realidad, es imposible, pues, como en un relato de Borges, solo en el infinito habría la verdad. Personalmente, más que en su relación con los hechos, creo en la verdad como consenso, tal y como la define Richard Rorty. Para él, la verdad como representación es una metáfora gastada, mientras que la verdad como consenso es la que está realmente vigente. ¿Cuándo se estableció como verdad científica que la tierra era redonda? Cuando se establece un consenso fuerte, según el cual no es necesario volver a hablar del tema, porque no hay dudas acerca de ello. Es por este motivo que a los terraplanistas no se les tiene en cuenta, porque hacerlo significaría abrir en un debate sobre una verdad en torno a la cual hay un consenso general.
Sin embargo, a lo largo de la historia cambian las verdades como cambian los consensos.
Claro, en un momento histórico se asumían como verdades hechos o cuestiones que, con el tiempo, se han revelado como falsas. Sin embargo, funcionaban en su momento porque, por consenso, eran asumidas como verdades indiscutibles. Volviendo al libro, la verdad literaria reside en los hechos que cuentas. Creo que es esencial ser honrado y no ocultar hechos, aunque éstos puedan afectar a la narración. Yo no he ocultado nada, porque no quería hacer trampas. Cuando empecé a escribir Libro de familia, me di cuenta de que no podía ocultar, en beneficio de la narración, la existencia de Javi, que había ejercido de padre durante toda mi infancia. Omitir el dato me hubiera permitido construir un relato en torno al pobre niño huérfano, pero esa no era mi historia. Yo siempre he tenido un padre y tenía que decirlo. Por esto, en seguida que pude introduje a Javi en la narración.
En este sentido, hay algo de periodístico en tu libro, hay una voluntad de documentarlo todo.
Sí y, en efecto, el primero al que le enseñé el manuscrito fue Ander Izagirre, quien me ayudó muchísimo a la hora de pulir la parte más de reportaje del libro. Ander es un tipo brillante al que admiro muchísimo. Siempre digo que es el mejor de Euskadi, el número uno. Lo que pasa es que escribe sobre el Tour de Francia. Y ahí está su gran maestría: hacer un libro maravilloso sobre un tema que, por ejemplo, a mí no me interesa nada. Y, como te decía, Ander me ayudó a eliminar muchos de los datos que había en el libro. Tenía la necesidad de que el lector me creyera y, por esto, le abrumaba con datos, pero Ander me mostró que no era completamente necesarios darlos y me dijo una cosa muy interesante: “Si estuvieras acusando a alguien de un delito, tendrías que dar todos estos datos, porque funcionarían como pruebas del delito. Sin embargo, este no es tu caso”. Y tenía razón.
Galder Reguera, en busca de la familia perdida, en ABC.
El autor bilbaíno ha construido una novela que parte de un hecho real, trágico y autobiográfico: la muerte de su padre. El mérito de la narración es que trasciende todo ello
José María Pozuelo Yvancos
José María Pozuelo Yvancos
«Mi padre murió el día que mi madre le dijo que estaba embarazada de mí». Esta frase nuclear, marca de una tragedia, no solo se encuentra en el origen del libro, que trata de la búsqueda del padre, sino de un hueco que solo podrá llenarse escribiéndolo. Algún día habrá que trazar un mapa explicativo de por qué en pocos años ha habido tal acumulación de calidad de la prosa autobiográfica de la mano, entre otros, de Héctor Abad Faciolince, Rosa Montero, Menéndez Salmón, Manuel Vilas, Miguel A. Hernández Navarro, Elvira Lindo. Todos ellos parten de una muerte en su origen, y todos son una pesquisa en torno a ella.
Con El dolor de los demás, el libro de Galder Reguera (Bilbao, 1975) comparte el problema de una poética de la necesidad de escribir y la pregunta sobre la legitimidad de hacerlo. Con Ordesa de Manuel Vilas la idea compartida es que la familia de uno puede ser también la de los otros sin saberlo. De lo que no cabe duda es de que el de Galder Reguera figurará entre los mejores libros que pueden escribirse sobre la familia como necesidad y como destino, del que es inútil zafarse.
Felicidad narrativa
El desafío grande de este libro era que la trama verdadera que subyace, la aceptación de uno mismo como hijo, pueda permanecer incólume al hecho de la enorme suerte de casualidades novelescas que han ido propiciando el perfil de su historia familiar. Es tan poderosa la trama que parece una novela, pero no lo es. Y la historia desde su origen es tan personal que parece solo suya, pero tampoco lo es, porque los lectores la hacen en gran parte propia. Conseguir esto o no conseguirlo era la partida en la que este libro jugaba su principal baza. Para que se produzca este fenómeno de universalización de lo particular, de tal manera que la emoción personal de alguien sea compartida como si fuese propia, hay que ser muy buen escritor. Es lo que Galder Reguera logra en este libro, que juega toda su suerte en que las decisiones del narrador, que son la de la búsqueda de su identidad familiar, finalmente le exceden y felizmente le sobrepasan.
La familia es el lugar donde residen aquellos a quienes amas y te aman
Otro quicio fundamental del estilo del libro radica en haber equilibrado muy bien el foco. Podría haber sido una elegía, un planto, centrado solamente en una desgracia personal y no lo es. Resulta que finalmente el libro transpira felicidad narrativa, por ser la historia de un encuentro con su otro padre, Javi, y con su madre, Carmen, que construyen una de las historias de amor más emocionantes que puedan leerse hoy. Pero no de modo tonto, porque no se oculta la intransigencia de una burguesía pequeña, no faltan las monjas que no comprenden, o la intransigente familia paterna. En realidad, Galder Reguera ha huido de la idealización familiar como filiación de sangre, puesto que las más lacerantes condenas y reservas hacia Carmen han venido tanto de la familia política como de la propia.
Elipsis
Aunque por un momento, hacia la mitad del libro, la trama corre cierto peligro de perderse en menudencias familiares, logra salvarse al permitir que se muestre la importancia que tuvo en la historia de la sociedad española de la Transición la lucha de una generación que creíamos simplemente hippies y que supieron señalar la fundamental lección del libro: la familia es el lugar donde residen aquellos a quienes amas y te aman. Las demás son paginas de otro libro, no del libro de familia que Carmen y Javi escriben y que Galder finalmente transmite. Merece comentario la opción seguramente deliberada de una elipsis sobre los contextos políticos de la sociedad vasca del momento, limitada al control batasuno de la comunidad en la escena del lugareño del hacha.
El deslizamiento del foco en el tercio final del libro hacia la nueva familia proporciona magníficas páginas en las que emerge una sociedad como la española de los años setenta y ochenta, cuando todo comenzaba a ser distinto, pero porque gente con nombre concreto, Carmen y Javi, lucharon para que así fuera. Parecía que era el libro de Galder y su padre, y termino siendo el de la familia, por momentos feliz y por momentos desdichada, como decía el gran escritor ruso que eran.
EN LA CADENA SER
ESCUCHA LA ENTREVISTA EN LA CADENA SER
En 1974 un levantamiento militar devolvía la democracia a Portugal. Era la Revolución de los Claveles y tenía su propio himno Ese año, también se produjo uno de los discursos para la historia lo pronunciaba el presidente de los Estados Unidos. Dimitía Nixon por el caso Watergate. En nuestro país, el régimen franquista iniciaba su ocaso con el nombramiento reciente de Arias Navarro como presidente tras el atentado a Carrero Blanco
Mientras, un joven de 23 años, en Bilbao vivía su vida entre las incertidumbres del momento y sus pasiones: su pareja Carmen, su hijo Borja, su trabajo en la empresa familiar, su amor a la música y a canciones como esta. Una vida normal que encontró en la Nochevieja de 1974, la noticia de que sería padre por segunda vez. Sin embargo, sólo unas pocas horas después, un accidente de tráfico acababa con su vida y cualquier forma de futuro.
45 años después, aquel niño, llamado Galder Reguera y que nació en 1975, que se licenció en Filosofía y que hoy es el director de la Fundación Cultural del Athletic Club de Bilbao, es también escritor y acaba de publicar un libro sobre aquella relación que nunca existió, o como él explica bien en sus páginas: sobre “el pasado que no tuve o el futuro que a él se le negó".
En 'Hoy por Hoy', ha estado Galder Reguera para hablar de ese libro titulado 'El libro de la vida' y que se publica precisamente este miércoles. Un libro para el que mantuvo, tal y como explica, conversaciones "que jamás había tenido con mi madre", con preguntas como si hubiera abortado o cómo vivió los primeros meses de embarazo.
“Cuando tenía 23 años vi una película de 'Super 8' en la que salía mi padre y no es que solo me pareciera físicamente, es que teníamos los mismos gestos”, cuenta Galder sobre el momento en el que quiso conocer más sobre su progenitor. Hasta entonces, él convivía con la presencia de una figura paternal, Javi, a quien conoció su madre cuando él aún no había cumplido los cinco. "Nunca llegué a echar de menos esa figura de un padre", añade.
"Nuestra familia es un regalo de Dios que comenzó con un accidente”, cuenta Galder sobre la incomodidad que rodeaba a una familia en la que convivían su madre, su padre Javi y el recuerdo de su padre. "Hacía un razonamiento perverso de que si ese señor no se hubiera muerto, no hubiera conocido a mi padrastro, a quien yo quería mucho".
En cuanto a su madre, Carmen, la define como "una heroína", aunque reconocía que todavía no le había entregado el libro impreso. Eso sí, ella ya ha leído el manuscrito y lo explica: "Cuando leía la historia de la mujer, intentaba pensar que no era ella. Está escrito con una sensibilidad enorme”.
ESCUCHA LA ENTREVISTA EN EL OJO CRÍTICO RTVE
No hay comentarios:
Publicar un comentario