'La ciudad de los vivos': un crimen monstruoso en una Roma feroz
Nicola Lagioia escribe un lúcido y angustioso memorial de un delito que conmovió la sociedad italiana en 2016 y que desenmascara el lado oscuro y cómplice de la decadente capital
Por Rubén Amón
08/07/2022 - 05:00
Cuando Hannah Arendt aludía a la banalidad de mal, enfatizaba la categoría extrema del genocidio, pero también se refería a los crímenes que confrontan a un verdugo sin causa y a una víctima sin culpa. De ahí, acaso, arranca el estupor que produjo en Roma y en Italia la tortura y ejecución de Luca Varani, un buscavidas de 23 años convertido en la víctima sacrificial de la fiesta sanguinaria que se cobraron un par colegas alienados. Alineados por el alcohol. Y por la cocaína. Y, más todavía, estimulados por la banalidad del mal y por el aburrimiento. Se llamaban Marco Prato y Manuel Foffo. Veintitantos años. De buena familia. Íncubo y súcubo de la reencarnación del mal, hasta el extremo de que el general de los 'carabinieri' involucrado en la investigación, Giuseppe Donnarumma, no podía explicarse la matanza de marzo de 2016 sin reparar en la mediación del demonio.
Así se lo contaba al novelista Nicola Lagioia en su despacho. Y quien dice novelista dice más bien periodista, pues la reconstrucción del brutal asesinato tanto ha dado cuerpo a un 'bestseller', 'La ciudad de los vivos' (Penguin), como es el reflejo de un memorial híbrido que entremezcla la prosa trepidante, los testimonios ajenos, las reflexiones propias y la descripción de una sociedad enfermiza cuyas pulsiones extremas se describen en la eterna decadencia y abyección de Roma. Porque Roma es la protagonista atmosférica de la crónica negra, la cómplice necesaria de una ejecución que no se explica sin la maldad gratuita de los artífices y sin el hedor criminal de la capital 'tricolore'. No ya por la degradación de la ciudad misma, entre las basuras, la corrupción y el incivismo de los taxistas, sino porque la antigua sede del imperio se resiente de un pecado original al que dio cuerpo un aforismo de Giulio Andreotti: “No atribuyamos los problemas de Roma a los excesos de población. Cuando los romanos eran dos, uno asesinó al otro”, decía el patriarca democristiano.
Se refería a Rómulo y Remo. Al fratricidio embrionario. Y al linaje salvaje de ambos. Porque los crio una loba. Y porque la leche les inoculó una ferocidad que define la masacre de Luca Varani en el apartamento de Manuel Foffo. "No atribuyamos los problemas de Roma a los excesos de población. Cuando los romanos eran dos, uno asesinó al otro" Estremecen los detalles de la masacre. Y sorprende las excusas que trataron de aportar los verdugos, no ya echándose la culpa el uno al otro, sino exponiendo sus respectivas angustias e incertidumbres. Foffo aludía en el juicio a la discriminación con que lo trató su padre. Porque el favorito era su hermano. Y porque nunca se tomaron en serio la 'startup' con que el muchacho pretendía distanciarse del negocio familiar de la hostelería. Pretextos baratos, claro. Y excusas inmejorables para abandonarse a las drogas, al alcohol y a la promiscuidad de la noche. Es el contexto en que conoció a Marco Prato. Un tipo carismático y brillante cuyas crisis de identidad le condujeron a una tentativa de suicidio. Y cuya fama de fiestero en la comunidad gay de Roma predispuso la gestión de algunos locales de moda. Un fetichista era Prato. Un seductor. Y un monstruo. Así lo identificó la prensa. Y así lo evoca el relato de Nicola Lagioia en una reconstrucción del crimen y de su intrahistoria, muchas veces interpelando el histerismo de los medios informativos, la curiosidad obscena de la sociedad romana (e italiana), la maldición que destruye a todos los familiares involucrados y el descubrimiento hipócrita de la doble vida.
¿Quiénes somos realmente?, se pregunta Lagioia implícitamente. No quiere decir que cualquiera de nosotros podríamos implicarnos en un crimen monstruoso, pero la excepcionalidad de aquella matanza no contradice el enigma con que encubrimos nuestra existencia. Bastaría indagar en cualquiera de nuestras biografías y ejecutorias para delatar el lado oscuro. O para demostrar cuánto extraños somos para nuestros allegados. O cuánto extraños serían nuestros allegados si cualquiera de ellos fuera expuesto a una arbitraria investigación policial, periodística o inquisitorial. Luca Varani es un trágico ejemplo. El proceso judicial atravesó su intimidad. Y le hizo descubrir a su propia novia que se prostituía, que traficaba con drogas. Y que había frecuentado a sus propios asesinos. Llegó a organizársele un juicio paralelo y póstumo, como si los detalles escabrosos de su existencia clandestina dieran sentido a una ejecución inexplicable. Describe muy bien Lagioia la manera en que el crimen diabólico desquició a la sociedad italiana. No solo por el morbo y la proliferación de chacales mediáticos —expertos, testigos, periodistas, amigos, familiares—, sino porque se disparataron los debates paralelos. La extrema derecha criminalizó al movimiento gay, por ejemplo. Y se puso en juego el escarmiento de la pena de muerte. Y retumbaron los espectros de los mártires y de los gladiadores.
La sangre se purifica con la sangre en una ciudad hermosamente podrida. Así la descubrió Lagioia cuando recaló desde Bari. Una Roma caótica, vital, tremendamente cínica, incapaz de tomarse en serio su propia maldad. Una ciudad que existe desde hace 2.700 años. Que aloja la capital de la cristiandad. Que reúne el artificio retórico de la política italiana. Y que ha creado el “mundo del medio”, un lugar abstracto entre los vivos y los muertos donde se naturalizan el fraude, el tráfico de influencias, las mordidas, la extorsión, las cloacas, la superstición, la lujuria y la santurronería. Se ha atrevido Nicola Lagioia a desenmascarar la ciudad más enigmática de universo. Y, para hacerlo, ha utilizado a una especie de personaje fantasmal. Un turista holandés que aparece y desaparece en la narración. Y que sobrevuela el hedor y el sudor de una ciudad que desciende en su caída hacia el infierno, descubriendo que nunca termina de tocar fondo.
RESEÑA EN HUFFINGTON POST
Nicola Lagioia: "Los monstruos no existen, pero podemos hacer cosas monstruosas"
El escritor presenta 'La ciudad de los vivos', la crónica de un crudo asesinato en el caos de Roma.
Por Uxía Prieto
El 6 de marzo de 2016 el escritor Nicola Lagioia (Bari, 1973) estaba pegado a la televisión en su apartamento de Roma, viendo las noticias que hablaban de un cruel asesinato que conmocionó a la ciudad entera. Manuel Foffo y Marco Prato, dos veinteañeros de buena familia, habían matado dos días antes a Luca Varani, de 23 años, a cuchilladas y martillazos después de tres días drogándose en un apartamento.
Lagioia se obsesionó con el homicidio y decidió investigar, hablar con los amigos, familiares y conocidos del entorno de los asesinos y las víctimas, además de cartearse con Manuel Foffo. Todo eso desembocó en La ciudad de los vivos, libro que acaba de llegar a España a través de Literatura Random House y que cuenta la historia del asesinato bajo la atmósfera de una ciudad sumida en el caos donde los turistas conviven con las ratas.
El escritor charla con El HuffPost a través de una videollamada, y confiesa que el interés por tratar de entender el crudo asesinado “nació inmediatamente”. “Apenas escuché en el telediario la noticia, pensé que era una cosa que me gustaría explorar, investigar. Por varios motivos, el primero por la violencia de este homicidio. Al final Roma es una ciudad tranquila, no hay homicidios así tan violentos como este, este parecía casi un asesinato ritual por cómo se llevó a cabo, por cómo se organizó, por cómo se hizo”, relata el autor.
Tampoco entendía la ausencia de un móvil del crimen, puesto que apenas se conocían entre ellos. Tal y como se narra en el libro, Prato y Foffo invitaron a casa del segundo a Luca Varani, que ejercía la prostitución, con el pretexto de darle dinero y drogas. “No había ningún motivo, ninguna ventaja que Manuel Foffo y Marco Prato podrían haber obtenido matando a un pobre chico que apenas conocían, en el caso de Prato, y que no conocían de nada, en el caso de Foffo, que no sabía quién era la persona a la que habían matado. Ni siquiera el nombre. Cuando el padre de Foffo le pregunta, ‘¿A quién habéis matado?’ en el momento en que Foffo le confiesa en el coche el asesinato, este le responde ‘no lo sé’ y en ese momento al padre y al hermano de Foffo les viene la sospecha de que es todo falso, que el hijo es un mitómano, también porque es más fácil imaginar que tu hijo es un mitómano que un asesino”, reflexiona sobre los hechos.
Ni Prato, conocido relaciones públicas de la noche gay romana, ni Foffo, habituado a empezar proyectos y no terminarlos, eran criminales. “Eran personas consideradas normales hasta el día anterior y aquí hay que preguntarse qué es la normalidad, que significa normal”, se plantea Lagioia, que cuenta que le impresionó que confesaron rápidamente pero que no parecían del todo conscientes de lo que habían hecho.
“No había un culpable al que ir a buscar porque ya se sabía quién era, pero ellos tenían una grandísima dificultad para tomar conciencia de lo que habían hecho. Por un lado sabían que habían matado a una persona, pero por otro es como si la información no se convirtiera nunca en conciencia. Cuando les preguntan cómo era posible que hubiera sucedido lo que sucedió, Foffo en un momento dice ‘Metedme en la cárcel, pero explicadme vosotros qué coño ha sucedido, porque yo no consigo entenderlo’. Habitualmente es al contrario, porque son los jueces o la fiscalía, los que preguntan al imputado lo que ha sucedido y él intenta huir de la justicia. Aquí ocurre lo contrario y por desgracia ellos son sinceros cuando dicen estas cosas. Es decir, ellos hablan como si hubiesen sido arrastrados por una fuerza superior que en un momento no llegaron a controlar, esto a mí me afectó mucho”, revela Lagioia.
“Ellos hablan como si hubiesen sido arrastrados por una fuerza superior que en un momento no llegaron a controlar”
El escritor, también director del Salón del libro de Turín y ganador del Premio Strega, no podía comprender cómo el asesinato podía haber sucedido a pocos barrios del suyo. “Es una cosa más personal pero es que si cojo la moto ahora y voy hasta casa de Manuel Foffo tardo 15 minutos, 20 si hay tráfico. Es como si detrás de mi casa hubiera caído un meteorito y yo hubiera salido a buscar qué ha sucedido. Yo pensaba, ‘¿cómo es posible que cerca de mi casa haya pasado una cosa así de increíble?’, y así comenzó todo”, cuenta sobre cómo empezó a investigar y a recabar cientos de testimonios para intentar contextualizar el asesinato.
Durante el primer año de trabajo, Lagioia no escribió “ni una línea”, leyó miles de documentos judiciales y se entrevistó con policías y decenas de personas, un proceso “más difícil que contarlo después”. “Conocí a los padres de Luca Varani, al padre de Manuel Foffo, los amigos de Marco Prato, los amigos de Foffo, los fiscales, los abogados…”, enumera el escritor. “Todas estas personas estaban marcadas por lo que había sucedido, a algunas la vida se les había puesto patas arriba, así que al principio para mí era difícil, yo me decía ‘quizás estos no quieren hablar, quizás están enfadados, quizás puedan pensar que yo soy, yo qué sé, uno que quiere aprovecharse’. La realidad es que desde el principio, aunque es verdad que había algunos más reticentes, la mayor parte de ellos tenían ganas de contar, ¿sabes por qué? Porque se quedaron muy tranquilos de que yo no fuera un periodista que tenía que escribir un texto para el día siguiente, ellos tenían miedo fundamentalmente de esto. Cuando yo les decía ‘Mira, no, quiero escribir un libro’, y me preguntaban ‘¿Cuándo sale, en cinco meses?’ y yo les respondía ‘Mira, no, igual sale dentro de cinco años’, en ese momento, se relajaban, les parecía extraño porque estaban más acostumbrados a los periodistas”, cuenta el autor, que para las primeras charlas no llevaba ni grabadora.
Lagioia confiesa que la investigación podría no haber terminado nunca y que se preguntaba repetidamente cuándo parar y comenzar a escribir. “Entendí que era suficiente, y esto lo cuento en el libro, el día que fui a llevar flores a la tumba de Luca Varani con sus padres. Fueron tan amables de invitarme a su casa, así que fuimos después de ir al cementerio, me ofrecieron un licor que hacen ellos, charlamos y en un momento la madre de Luca me dice ‘¿Quieres ver la habitación?’ Y me lleva a la habitación del hijo que, como ocurre en muchos de estos casos, se había quedado completamente idéntica, parecía que Luca podría volver de un momento a otro. Cuando entré en esa habitación me pareció entrar tan de lleno en la intimidad de esta historia, que era suficiente. Pensé: ’Ya está, basta, más profundamente que aquí no es justo que vaya”, revela el autor.
A partir de ahí, cuenta, comenzó a escribir, algo que le resultó mucho más fácil que en otros trabajos gracias a toda la preparación que llevaba acumulando desde hacía un año. La historia salía sola. Lo que no fue tan fácil fue la correspondencia con Manuel Foffo, el único protagonista de la historia que queda vivo ya que Marco Prato se suicidó en prisión. “Manuel no me parecía una persona consciente de lo que había sucedido. Me ha mandado tantas cartas y muchas eran contradictorias. En una parecía arrepentido y en la siguiente decía que era inocente y que él no tenía culpa de nada porque había sido manipulado por Marco Prato. En otra decía que estaba reflexionado sobre lo que había hecho y en la siguiente me decía que él, como estaba completamente drogado, no era capaz de saber cómo había cometido el homicidio”, explica Lagioia, que revela que también tuvo reacciones dispares cuando se publicó La ciudad de los vivos.
“Me decía que había leído el libro y le había hecho sufrir, pero había sido importante recorrer lo que había sucedido. Después decía que yo había sido muy duro con él, que él era inocente y que yo había exagerado. Me parece una persona que todavía no ha entendido lo que ha sucedido. Comprendo que es difícil entender que un chico primero estaba vivo y ahora está muerto por tu culpa. Creo que esto es tan doloroso para él que en ciertos momentos prefiere imaginar que no tiene ninguna culpa o que la culpa es de la cocaína o de Marco Prato”, cuenta el autor.
“Apenas hablan de Luca Varani. Hablan muchísimo de su vida, de que han sido poco afortunados, de cómo han sido manipulados el uno por el otro, hablan de que su vida ahora está destruida, pero de la víctima poco. Tienen un problema de narcisismo.”
Lagioia cree que Foffo “sigue metabolizando lo que sucedió” y considera que tanto él como Prato tienen “un problema de narcisismo”. “Me parece que ellos son muy conscientes del hecho de haber cometido un acto que les ha destruido la vida, pero poco conscientes de la víctima, apenas hablan de Luca Varani. Hablan muchísimo de su vida, de que han sido poco afortunados, de cómo han sido manipulados el uno por el otro, hablan de que su vida ahora está destruida, pero de la víctima poco”, añade.
¿Son monstruos?
Desde que se conoció el asesinato y durante todo el proceso judicial, los ciudadanos se hicieron varias veces la misma pregunta: ¿son monstruos? “Somos todos seres humanos. Creo que los monstruos no existen y que quizás podemos hacer cosas monstruosas, somos capaces de hacerlo, pero no somos monstruos”, responde el escritor.
″¿Entonces por qué dibujamos a estas personas cómo monstruos? Creo, y quizás me equivoco, que esto sucede por dos motivos: si ellos son monstruos y pertenecen a una especie diferente a la que pertenecemos nosotros, si no tienen dos piernas, dos brazos y una cabeza como la nuestra, entonces nosotros no seremos nunca capaces de cometer actos barbáricos. Es la conciencia preventiva. Otro motivo por el que los definimos como monstruos es porque pensamos que si los definimos como seres humanos reduciríamos su culpa. En realidad no es así, en el sentido de que, que ellos sean personas como nosotros y que sean capaces de cosas buenas no quiere decir que su culpa se reduzca, su culpa sigue siendo gravísima”, añade Lagioia.
Para él, “el problema es que somos personas contradictorias”. “Una persona que trata bien a su prójimo, puede en una situación concreta matarlo. Los grandes criminales quieren a sus hijos, a sus amigos, son muy generosos en algunas situaciones pero luego no tienen escrúpulos para cometer asesinatos. Esto forma parte de nuestra complejidad, somos criaturas complejas, no somos unidimensionales. Estos dos son dos asesinos, pero son dos seres humanos”, reflexiona.
“Si ellos son monstruos y pertenecen a una especie diferente a la que pertenecemos nosotros, si no tienen dos piernas, dos brazos y una cabeza como la nuestra, entonces nosotros no seremos nunca capaces de cometer actos barbáricos”
Tanto Prato como Foffo tenía problemas consigo mismos. El primero estaba dolido con su madre, que nunca fue a verlo a la cárcel, porque no aceptaba su homosexualidad y había intentado suicidarse en varias ocasiones. El segundo se sentía la oveja negra de la familia, que su padre prefería a su hermano mayor y estaba más preocupado de que los italianos pensaran que era homosexual que de que fuera un asesino. En la novela se trazan perfiles psicológicos de ambos, pero nada explica el asesinato.
“Seguramente es verdad que tenían problemas con la familia, ¿pero cuántos de nosotros no los tenemos? ¿Quién no ha luchado para independizarse de sus padres? ¿O ha podido tener conflictos? Y esto vale en lo referente a la familia pero también para las drogas. Ellos se ponen hasta arriba de cocaína, probablemente si no hubieran tomado tanta no se habrían puesto tan violentos, esto importa. Pero no basta para explicar esto, porque teniendo en cuenta el consumo de cocaína, entonces habría 20 mil o 30 mil homicidios al día. Cada uno de estos elementos tiene un rol en lo que pasó, pero ninguno es suficiente para explicarlo”, sentencia el autor.
Roma, un personaje más
Los hechos se desarrollan en un período el que Roma estaba sumida en un caos absoluto: sin alcalde, con toda una administración investigada por corrupción y aplastada por montones de basura. Agujeros en las carreteras, autobuses en llamas, jabalíes en el centro de la ciudad y una plaga de ratas son la tónica habitual, y Lagoia lo plasma en el libro, en el que el asesinato de Luca Varani es el pozo más fondo de la degradación de la capital.
“No creo que Roma sea culpable, porque es una ciudad bastante tranquila. Hay pocos homicidios cada año. Si la comparas con otras capitales es menos violenta que París, Londres o Bruselas. Roma no es responsable pero crea ese tipo de personalidades. Hay un modo de ser un fracaso, que es típicamente romano”, señala el autor. “La ciudad da una huella importante en este libro por la atmósfera que rodea todo y por cómo sucede”, reflexiona el escritor, que señala que personajes como Álex Tiburtina, son “clásicos romanos que podrían haber salido de una novela de Pasolini”.
Lagioia, que vive en Roma después de pasar un año en Turín y “sufrir una nostalgia terrible”, cree que la ciudad puede renacer pero también piensa que vendrán cosas peores. “La ciudad renacerá porque en sus 2700 años de vida ha muerto y renacido muchas veces. Las ciudades van por ciclos y en los últimos años ha estado en un momento de caos, y el hecho de que la ciudad fuera un desorden, hacía que fuera una ciudad vital, llena de cosas que sucedían, de inspiración”, añade revelando que cree qua a la capital italiana le falta “una clase política y una clase dirigente que tengan una visión clara para el futuro”.
“Una cosa buena de Roma es que puedes hacer cualquier cosa. Te puedes esconder tranquilamente que nadie irá a buscarte, y eso es precioso”
A pesar del caos que se transmite en cada página de la novela, Lagioia valora que “es una ciudad en la que te sientes muy libre y en la que es muy difícil sentirse solo”. “Decía Marcello Mastroianni en La dolce vita que Roma le gustaba porque era como una jungla en la que es fácil esconderse. Una cosa buena de Roma es que puedes hacer cualquier cosa. Te puedes esconder tranquilamente que nadie irá a buscarte, y eso es precioso. Es una ciudad que en 2700 años ha visto tanto de todo que no se escandaliza por nada ni se sorprende por nada”, reflexiona el escritor desde su casa en pleno corazón de la ciudad.
Y cierra la conversación con una anécdota que refleja el carácter de la ciudad: “Recuerdo hace unos años que los Rolling Stones hicieron un concierto en el Circo Massimo. Ese día estaba en el Pigneto —un barrio romano— tomando algo con unos amigos y pasa un tipo en una moto y dice: ‘¿Chicos os venís al Circo Massimo?’ Y responde el otro, ‘¿pero por qué? ¿Qué están haciendo en el Circo Massimo?’ ‘Yo qué sé, hay cuatro que están tocando’. Los Rolling Stone se habían convertido en cuatro que tocan. Esto no sucede en otro sitio. Esta capacidad de relativizar todo es verdaderamente interesante”.
RESEÑA EN ZENDALIBROS
La ciudad de los vivos, de Nicola Lagioia
29 Jul 2022/SILVIA @MIENTRASLEOS / Nicola Lagioia
En el año 2016, Manuel Foffo y Marco Prato, dos jóvenes romanos, mataron a Luca Varani, saltando así a las noticias y convulsionando a una ciudad que no comprendía lo que había sucedido. Nicola Lagioia se adentra en ese misterio en una novela de pulso escalofriante en la que se habla más de los verdugos que de las víctimas porque, como el mismo autor expresa, a todos nos resulta más fácil ponernos en el papel de víctima y pensar en la pesadilla de ser atacado de alguna manera. Articula por tanto su novela en girar el miedo a que te suceda y convertirlo en el miedo a ser el ejecutor, y para ello nos presenta a dos jóvenes que no parecen diferenciarse de cualquier otro, con problemas de relación con su familia, que no difieren esencialmente de las de nadie y que hacen pensar al lector en que realmente cualquiera puede cometer el asesinato, ya que seguramente esos dos jóvenes jamás hubieran pensado que iban a ser protagonistas de su propia noticia. El autor ficciona unos hechos conocidos en los que Marco y Manuel se conocen por personas en común y quedan en una fiesta en la que se produce una relación entre ellos que parece van a repetir en un segundo encuentro pese a los azares de la primera. Será entonces cuando inviten a Luca, este de los suburbios y con carencias económicas, también gracias a una tercera persona que usa de sus servicios, y acaben con su vida. Y es esta ficción la que resulta atronadora para el lector que lee desde los asesinos y no desde la víctima o la policía, ni siquiera desde un familiar, como cualquiera puede llegar a realizar algo así. Explora de este modo el límite que la mayor parte de nosotros vemos como una barrera infranqueable pero que puede tener agujeros por los que se cuela la duda, el mal, la posibilidad. Una posibilidad que parece convertirse en real incluso en la propia ciudad de Roma, ese lugar idílico que se presenta aquí con una decadencia fea que impregna las calles a partir de un mísero ratón, un lugar sin gobernante pero con dos papas. Una ambientación convertida en personaje, en mundo, en sociedad y suciedad que sirve como causa y consecuencia del hecho central de la historia. Y es precisamente la capacidad del autor para no dejar al lector olvidar la veracidad de los hechos presentados la que convierte la historia en pesadilla. Porque cada detalle, cada mota, cada vocablo, están destinados a que los lectores sepan que toda la novela es, en esencia, real.
"Dicen que el trabajo de un escritor es convertir lo sucedido en algo verosímil, pero esta vez el autor ha ido más allá"
Dicen que el trabajo de un escritor es convertir lo sucedido en algo verosímil, pero esta vez el autor ha ido más allá. Tras una labor de investigación exhaustiva se esconde algo más profundo, que es la eterna pregunta que se hacen los familiares de las víctimas: ¿por qué? Y la respuesta de una sociedad contemporánea a esa pregunta nos la deja el autor en la novela, desde la que nos mira a los ojos y nos dice: «¿Y por qué no?, ¿por qué tiene que haber un motivo?, ¿por qué lo necesitas?«. Y es que quizás la necesidad del motivo sea una manera de mantenernos lejos de los asesinos, pero esa no es la intención del autor, que bombardea con frases concisas y miradas frontales a lo largo de una trama que se vuelve incómoda en la misma medida que imposible de soltar. Pero lo realmente llamativo, con lo que el lector se queda una vez finalizado el libro, es con la sensación que el autor ha conseguido meterle bajo la piel, que es esa doble lectura de la que hablaba al principio y que bien podría resumirse diciendo «líbrame del mal». Sea como sea y a uno u otro lado.
Autor: Nicola Lagioia. Traductor: Xavier González Rovira. Título: La ciudad de los vivos. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
RESEÑA EN EL BLOG LA MEDICINA DE TONGOY
Una aproximación a “La ciudad de los vivos” de Nicola Lagioia
Resulta sorprendente la facilidad con la que jóvenes heterosexuales italianos que por lo general no beben, no se drogan y no tienen relaciones homosexuales, se encuentran, repentinamente, cuando ellos no querían, no querían, no querían, con una copa en la mano, con raya en la mesa y con una boca en la polla.
Pues bien, a novela la Lagioia es un relato pormenorizado de esto y poco más.
También hay un crimen, cierto. De hecho, hay varios. Uno lo comenten los protagonistas, otro el autor. Mientras en primero muere alguien, en el otro se viola la intimidad de dos personas hasta un punto que supera con mucho aceptable. Sé que no es lo mismo, pero una cosa es el ejercicio de tratar de entender los motivos por los que dos seres humanos torturan y matan a un inocente cuando drogas y el alcohol proporcionan la excusa perfecta para satisfacer la perversa curiosidad de saber qué se siente al matar, y otra muy diferente el ejercicio de, amparándose en periodismo de investigación o la satisfacción personal, exponer una intimidad con la única intención —no cabe interpretarlo de otra forma— de acabar con su dignidad como justo castigo.
Me explico.
En esta novela, dividida en seis partes, se puede encontrar de todo: la primera, y hasta cierto momento de la segunda, en las que se relatan cronológica y detalladamente los hechos, o la cuarta, en que se detalla el crimen, son ejercicios que podríamos considerar brillantes, tanto por su calidad literaria, o valor periodístico como porque a mí, que a priori me importaba un cuerno esta historia, me anclaron al libro como hacía tres o cuatro días que no me ocurría. Sin embargo, la tercera parte (y algún otro fragmento, ya que en la quinta y sexta se mezcla un poco de todo), dan al traste con lo que hasta ese momento se las podía dar de ejemplar.
A Lagioia, una suerte de Carrere italiano bastante más comedido que el francés, le proponen que haga seguimiento y posterior reportaje de este crimen prácticamente el mismo día que sale a la luz. Movido por cuestiones personales (intuimos que paralelismos) que en un principio no desvela —porque ante todo el misterio, y porque al fin y al cabo de lo que se trata es de dosificar y alimentar una intriga que de otra forma no se sostiene cuatrocientas páginas— acepta el caso, que al final desemboca en este libro, libro para el que no duda en recurrir a todos cuantos trucos sean necesarios, el “yo mismo” entre ellos (1), pero también el de desnudar, literal y metafóricamente, a los culpables.
Durante cuatro años Lagioia investiga investiga investiga. Según sus propias palabras, la «reconstrucción es el fruto de un largo proceso de documentación que incluye documentos judiciales con informes periciales, escuchas telefónicas, sentencias ya definitivas, documentos de audio y de vídeo, declaraciones oficiales y entrevistas».
Pero entrevistas a quién.
Puesto que tanto los autores de crimen como sus familiares resultan prácticamente inaccesibles —fuera de programas de televisión, a los que recurren ninguneando a los cientos de periodistas anónimos que cubren el caso, entre los que se encuentra el sádico Lagioia—, como son inaccesibles, decía, no le queda otra opción que recurrir a las redes sociales. Pues bien, el capítulo tres de ese libro, que no se llama Coro porque sí, es exactamente eso: cuatrocientos chavales y no tan chavales destrozando la intimidad de los acusados, con los que no se tiene ninguna compasión. Llegamos a saberlo todo de ellos: si vienen o van, si fueron o no fueron, si bebieron y qué, si fumaron y qué, si eran pasivos o activos, si cuanto pagaban por mamada, si cuanto cobraban por mamada, si la disfrutaban, si no; si robaban, si procrastinaban, si trabajaban y en qué y cómo y por qué. Si lo que sea. Como si todo valiese, quizá porque todo vale. Como si el filtro fuese cosa del lector; como si el periodismo fuese únicamente preguntar, transcribir y puntear, lo que sea, cualquier cosa, aunque el entrevistado no tenga absolutamente nada que decir:
«ANTONELLA ZANETTI [una perfecta desconocida]: Esa mañana me topé con Luca Varani [la víctima]. Lo conozco desde hace años, íbamos juntos al colegio. Me encontraba con él cuando iba a trabajar, porque solíamos tomar el mismo transporte. Esa mañana nos vimos en el bar de la estación La Storta-Formello. Yo me tomé un café, él se compró un paquete de cigarrillos. Estuvimos charlando un rato, le pregunté qué tal estaba. «Bien», me contestó. Luego montamos en el mismo tren. Yo me senté donde suelo ponerme, mientras que él se fue al compartimento de arriba, donde están los enchufes porque tenía que recargar el móvil. Entre Appiano y Valle Aurelia, un cuarto de hora después, se asomó a las escaleras y me hizo señas. Me acerqué. Me pidió información para llegar a Tiburtina. No entendí bien si tenía que ir justo a la estación o simplemente a la zona. Luego nos despedimos, nos deseamos un buen fin de semana y no nos volvimos a ver».
Íbamos juntos al colegio. Nos vimos en un tren. No nos volvimos a ver. Me pregunto por qué lo llaman periodismo cuando quieren decir basura. Pero bueno, es lo que hay. Y lo más triste es que lo hay durante cien, doscientas páginas. Sin filtros, insisto. Lo que sea. Todo vale que por algo me lo he currado, parece decir Lagioia. Lo importante ocupa medio libro, el resto es cotilleo: qué se pone o qué se quita o si mete o es metido. Lagioia no es periodista. Lagioia es un voyeur con lápiz.
«Si se nos observa con un microscopio o por el ojo de la cerradura —dijo Marco [Prato, uno de los asesinos]—, todos tenemos un lado oscuro más o menos moral, más o menos aceptable. El mío, simplemente, ha salido a la superficie. Sí, me drogaba, pero no en exceso. Sí, tenía sexo, pero como cualquier otro treintañero. Las peticiones más extremas, las más raras, venían de los hombres de quienes me rodeaba, me las sacaban ellos. He sufrido mucha violencia para complacer a varones heterosexuales de los que me prendaba y que me hacían sentir femenina. Es obvio que, cuando se hacen de dominio público, a la conciencia colectiva esos detalles picantes le sirven para señalar con el dedo en vez de mirarse al espejo. La condena pública nos satisface porque nos mantiene alejados de nuestros monstruos, nos hace sentir íntimamente más normales. Convencido como estoy de que la normalidad es un concepto abstracto, yo eliminaría las tres primeras letras de la palabra «perversión». Son todas versiones diferentes de humanidad, distintos matices de individualidad, a veces vividas con sufrimiento.»
Ya termino. Perdonen la extensión.
Honestamente, no sé qué sentido tiene este libro si al final el autor se limita a la mera exposición de miserias. Si el centro, real y metafórico, lo marcan detalles escabrosos que tuvieron lugar semanas, meses o años antes de unos hechos que, probablemente, solo encuentren explicación en la cosificación de la que es victima el ser humano en tanto que individualismo y tal. Personalmente dudo mucho que el nivel de deshumanización que demuestran estos dos personajes con este asesinato tenga mucho que ver con aquello a lo que más atención presta Lagioia, esto es, su sexualidad o el consumo de drogas o alcohol.
Ojalá fuera todo tan sencillo; tan fácil de identificar.
RESEÑA EN THE OBJECTIVE
Nicola Lagioia captura en su crónica la noche en que Roma esnifó a sus hijos
Fue un crimen que conmocionó a Italia: el hijo adoptivo de unos vendedores ambulantes fue apuñalado cien veces por dos chicos de clase alta
Albert Gómez
@kadmonidas
Publicado: 11/02/2022 • 04:45
¿Qué puede suceder entre tres muchachos romanos en una espiral destructiva de tres días con más de mil quinientos euros de cocaína esnifados? ¿Se agrava la situación en el caso de haber dobles vidas o identidades sexuales confusas? ¿Qué lleva a alguien a trazar arabescos con un cuchillo sobre la piel de un prostituto?
En La Ciudad de los Vivos (Literatura Random House, 2022) el escritor italiano da la respuesta a todas estas preguntas de un modo muy literario pero a ritmo de puro true crime, con el resultado final de una obra magnífica en el descenso al pozo humano que solo puede compararse con similares proyectos como A sangre fría de Truman Capote. Pero mientras el americano se inmiscuía en un ambiente rural aquí encontramos que el autor italiano es incapaz de separar el crimen de las propias dinámicas de la ciudad de Roma, por lo que paralelamente la ciudad se convierte en protagonista clamando su decadencia.
Los pasajes psicogeográficos de Roma, o incluso políticos al ejemplarizar la situación de muchos alcaldes de grandes ciudades de referencia internacional, son el bálsamo para una historia complicada de tragar. Dos chavales de clase alta mataron de una forma muy cruel a un prostituto de clase baja, algunos llevaban dobles vidas que sus parientes no sospecharon, había varias adicciones de por medio y, además, el choque político y social entre las víctimas polarizó la sociedad italiana.
Era muy difícil aclarar el caso y por ello Lagioia emplea un largo recorrido que va a ser adaptado en forma de serie para Sky TV. Por ello indaga en la construcción de identidades y orientaciones sexuales tanto como gestiona la comunicación con los familiares.
Asistirá al festival BCNegra 2022 para presentar la traducción al castellano de la crónica y participará en una mesa el viernes 11 de febrero a las 18: ‘Tlön, J.L. Borges’ junto a Cruz Morcillo moderada por el periodista Miquel Molina.
Nos sentamos para hablar con Lagoia y empezamos charlando de los aspectos más logísticos de un proyecto así. Hubo una primera fase de casi dos años de quedar con gente, gestionar el recuerdo de gente devastada, algo que se hacia difícil pero humano, con la ventaja que a veces parecía que hablar sirve para exorcizar. Luego necesitó dos años más para ordenar el material que efectivamente tiene una estructura más cercana a la crónica que a la novela negra: «Dar orden a algo que no lo tiene forma parte del trabajo del escritor».
En la novela quedan cristalinos sus motivos para obsesionarse con el crimen y me sabe mal volver a preguntar lo que ya ha explicado perfectamente: la rabia de juventud con sus padres lo llevaron a cometer imprudencias que, solo por azar, no terminaron de forma horrenda. Esa empatía con la juventud furiosa es la del autor, pero también podría ser un elemento generacional de la trama pues gran parte pivota sobre las relaciones millenial con los progenitores. El libro en este sentido es como un terremoto a cámara muy lenta que permite ver como se destruye segundo a segundo la imagen que los padres tienen formada de su descendencia.
Como poco a poco la conversación deriva hacia el tema del mal es hora de hacerle la pregunta: ¿por qué mete al demonio de por medio en una historia tan humana? Al inicio pensé que era un componente demasiado tentador para los romanos, luego recordé que también hubo esos visos en algunos casos macabros españoles. Lagioia incluyó los comentarios sobre la posibilidad de posesión porque quien se lo dijo fue precisamente un coronel de la policía.
Añade: «Conviene hacer una lectura darwiniana de la posesión. Durante milenios la violencia fue una garantía para la supervivencia. Es como si ese mal se hubiera quedado dentro. Cuando nos enfadamos, si somos sinceros, podemos ver que cuesta controlarse y que no somos amos de nuestras acciones emotivas. Hablar de posesiones es una puerta abierta para reconocer históricamente la existencia del mal para poder dominarlo».
Hay un aspecto de la crónica que me resulta obsesivo: la negativa de la joven pareja del asesinado a aceptar que su pareja era prostituto y que así conseguía el dinero para cenas y regalos. Es inevitable preguntarle qué piensa que rumiará esa chica cuando lea su libro y, por ende, todos los afectados. «Al escribir se asumen riesgos. He pensado mucho en Marta». A continuación me explica que el único de los asesinos que sigue con vida tuvo reacciones contradictorias: en una carta dolorosa se vio reflejado y en la otra furiosa opinaba que lo había culpabilizado demasiado. Los amigos del otro implicado afirmaron encontrar destellos del mundo que habitaban entonces.
Un último elemento de la trama me parecía también generacional: la atención a la construcción de sus masculinidades y orientaciones sexuales. No había ese detalle en Truman Capote. Choca de forma frontal y dramática el aparente progresismo interior con todos los prejuicios sobre la homosexualidad compartidos por los afectados. Nicola precisa el asunto: «También me fascinaba que a Manuel le preocupara más parecer homosexual delante de toda Italia que un asesino. Eso sucedía en la Italia del orgullo de 2016. Queda mucho por hacer».
La Ciudad de los Vivos se presenta pues como un viaje sin retorno. Primero a una Roma que se muere ahogada en la basura del ser un escaparate turístico. Segundo al abismo cruel en el que caen las máscaras familiares y las amistades, donde el amor se convierte en chantaje. Esa duda es la que siembra el autor y deja un malestar con sabor a true crime que perdura al cerrar el libro
ENTREVISTA DE ENRIC GONZÁLEZ A NICOLA LAGIOGIA EN "LA NOCHE MÁS NEGRA"
ENTREVISTA EN LIBRÚJULA
La mirada literaria al asesinato de Luca Varani
ENTREVISTAS
El escritor italiano Nicola Lagioia narra en “La ciudad de los vivos” la historia de no ficción del homicidio del joven romano Luca Varani.
Texto: Susana PICOS
Luca Varani era un joven de 23 años, hijo de un vendedor ambulante de la periferia de la ciudad de Roma, que la madrugada del 4 al 5 de marzo de 2016 fue asesinado en un piso por dos jóvenes de buena familia que tras varios días de fiesta con drogas y alcohol le llamaron para participar en un trío sexual. Lo torturaron y lo mataron golpeándolo con un martillo y al día siguiente se entregaron a la policía. Esta noticia que convulsionó la sociedad romana, hizo mella en el periodista y escritor Nicola Lagioia que quiso entender cómo dos jóvenes llegan a cometer tal atrocidad.
El resultado ha sido la novela La ciudad de los vivos que publica en España Literatura Random House, donde Lagioia, ganador del Premio Strega y director del Salón del Libro de Turín, ha escrito una historia literaria basada en hechos reales que nos plantea varios interrogantes sobre nuestra sociedad y nuestros valores como seres humanos.
Vd escribe sobre un hecho real: el asesinato de Luca Varani. ¿Qué es lo que le lleva a descartar la crónica para embarcarse en una novela?
La ciudad de los vivos es un libro de difícil clasificación. Podríamos decir que es una novela; una obra literaria que renuncia a la ficción. La obra literaria a diferencia del reportaje te permite indagar, por su estructura dramatúrgica y por el lenguaje, en el componente emotivo del homicidio. La implicación emocional de la voz del narrador posibilita entrar en la vida de los personajes para no solo explicar el qué sino también entender el porqué.
¿Cuántos años estuvo trabajando en este caso?
Estuve cuatro años dedicado a este libro. En ese tiempo escribí, leí las actas judiciales…y también conocí a las personas de este caso, por ejemplo, a los familiares de Luca Varani, la víctima, o por correspondencia al propio Manuel Foffo.
¿Llegó a comprender el porqué del asesinato?
El libro no pretende en ningún caso dar respuestas definitivas a lo que sucedió, más bien lanzo hipótesis. Una buena obra literaria no debe dar respuestas definitivas sino plantear las preguntas adecuadas para que después el lector en plena libertad pueda interpretar lo que sucedió. Yo intento dar algunas hipótesis sin contar con un 100% de certidumbre sobre lo que les pudo pasar a los asesinos por la cabeza. Lo que sí está claro es que si no se hubieran conocido nada de esto habría pasado. No son dos criminales profesionales ni tienen antecedentes policiales. Son dos personas, y ahí viene seguramente uno de los aspectos más inquietantes de este caso, normales o que se consideran normales. De hecho, ellos mismos se sorprenden. Si una semana antes les hubieran dicho lo que iba a suceder no se lo hubieran creído.
¿Cuáles fueron los detonantes de esta tragedia?
El primer aspecto fue el de conocerse, que resultó ser fatal. Entre ellos se creó una relación muy íntima que sacó de cada uno lo peor. Jugaron con fuego, arriesgaron mucho y se metieron noche tras noche en una situación cada vez más peligrosa Fueron muy imprudentes durante días. A pesar de ser dos personas muy diferentes: tendríamos a un Marco Pratto brillante, histriónico, y a Manuel Foffo quizá más tímido y taciturno, les une el hecho de que ambos son bastante racistas y están bastante solos y, sobre todo, son narcisistas. Tienen interés en sí mismos; les cuesta reconocer a los demás, piensan constantemente en sus propios problemas y dificultades. La soledad en la que están, de alguna manera, es consecuencia de ese narcisismo desesperado. Si a eso le añadimos las drogas, el hecho de que ninguno de los dos sabe qué hacer con su vida ni con su futuro, el resultado es una combinación de elementos que por sí solos no serían suficientes para llegar a cometer un homicidio, pero todos juntos acaban desencadenando en el asesinato de Luca.
En un momento dado en la novela dice que no son monstruos, que han hecho una monstruosidad.
Básicamente nadie es un monstruo, somos todos humanos. Sí que es cierto que cuando hay algún hecho muy grave, como cuando alguien se mancha las manos en un acto tan terrible, tendemos a decir que son monstruos. Es como para determinar que son una especie distinta, como si no tuvieran ni cabeza ni dos brazos ni dos piernas. No pueden ser como nosotros porque han hecho algo horrible. Somos criaturas complejas, como tales, Pratto y Foffo pueden tener puntualmente sus sentimientos, querer a las personas que les rodean y mostrarse amables y simpáticos si hace falta y también cometer un acto terrible. Todo esto puede convivir en un mismo ser humano porque somos complejos, somos contradictorios. Retomando la primera pregunta es lo que también la literatura intenta capturar a la hora de explicar episodios trágicos
Habla del miedo que tenemos de ser víctimas por azar, como le ha pasado a Luca Varani, pero ¿podríamos ser verdugos?
Es muy difícil que lleguemos a ser asesinos. De hecho, es de lo más improbable. Yo nunca pensaría algo así. Ahora bien, sin necesidad de llegar a ser asesinos, por el simple hecho de existir nos equivocamos, cometemos errores, podemos hacer daño a los demás y eso sin evocar episodios extremos como los que se narran en este libro. Vivimos en un clima cultural que nos hace casi imposible admitir que nosotros somos capaces de hacer mal a los demás. El mundo actual es muy polarizado: somos víctimas o somos verdugos y en medio parece que no haya nada cuando es en medio justamente donde se encuentra la humanidad. Somos frágiles, somos contradictorios, somos complejos. Causamos mal y, a veces, ese mal que causamos puede ser porque queremos o a veces puede ser por superficialidad. Si lo admitiésemos de una vez tendríamos una visión más realista de quiénes somos. Si nos imaginamos puros y buenos, y que nunca nos equivocamos, estamos eludiendo que el que mata también forma parte de nuestra especie. Si somos conscientes de que podemos hacer mal, seguramente cuando lo hagamos nos daremos cuenta y admitiéndolo podremos quizás controlarlo un poco más. Somos imperfectos y esa, quizás, es la idea que nos tendríamos que quedar.
Cuando en la novela se descubre que Luca Varani tiene un lado oscuro, que no es ese chico bueno que tiene novia y trabaja en un taller, alguna gente considera que a lo mejor se merecía lo que le ha ocurrido. ¿Hay víctimas de primera y segunda categoría?
No. Varani no deja de ser una persona inocente que entra en ese piso en el momento equivocado y sin sospechar nada de lo que le va a ocurrir a pesar de tener esa doble vida. En cambio, los que pasaron antes que él por el piso ya sospecharon y vieron algo raro en Marco y Manuel. Es cierto que hubo gente que conectó el hecho de que se prostituyese con lo que le ocurrió porque eso les consuela, así piensan que no murió por el azar sino porque se prostituía y se engañan pensando que “como nosotros no nos prostituimos no nos va a pasar nunca una cosa igual.” Pero no va por aquí la cosa, simplemente fue un hecho de muy mala suerte y eso nos puede pasar a todos, lo que obviamente nos da mucho miedo
La ciudad de Roma es también protagonista de la novela. Nos presenta una Roma caótica, sucia, corrupta. ¿Ese ambiente puede propiciar que se produzcan casos como este?
Roma es caótica, sucia, pero también es maravillosa. Es de los lugares donde hay mayor concentración de arte en menor espacio. Convive lo más bonito con lo más feo. Si nos fijamos desde un punto de vista estadístico no deja de ser una ciudad relativamente tranquila en cuanto a homicidios. El número de asesinatos respecto al número de habitantes al año son pocos comparados con otras capitales más violentas como podrían ser Bruselas, Londres o París. Roma no influye para que ocurran actos terribles, pero sí influye en el carácter de las personas, en la manera cómo se relacionan, cómo se comportan, cómo actúan. En los personajes de Marco, Foffo y Alex sí que se nota un poco la huella de la ciudad, se respira que los personajes son típicamente romanos.
Nos cuenta que Roma es una de las ciudades donde el paso del tiempo es más evidente porque en cualquier rincón se puede encontrar un objeto artístico que nos lleva a otra civilización, a una cultura que no existe, pero ¿el ciudadano romano es consciente de ese paso del tiempo?
Eso me recuerda un poco a la historia del pez que no sabe qué es el agua porque está sumergido en ella. Es cierto que cuando llevas un tiempo viviendo en Roma te acostumbras, y a lo mejor no te das cuenta que estás pasando a diario por un museo al aire libre, pero Roma tiene un carácter fuerte y eso se percibe. Se dice de Roma que es la ciudad eterna, pero yo en cambio pienso lo contrario. No hay ciudad como Roma que te transmita precisamente el paso del tiempo, en el sentido de que nada es eterno, que todos estamos de paso y que todo es transitorio, que nadie está en el centro del universo básicamente porque el centro del universo no existe. Este mensaje solo lo pueden transmitir ciudades con una historia tan larga y tan antigua a las espaldas como Roma, por la que han pasado emperadores, papas, dictadores. Es interesante que esta ciudad, con esta atmósfera donde se sabe que nada es eterno y todo se termina, coexista con la Ciudad del Vaticano, donde la cuestión de la eternidad es fundamental.
En la novela aparecen muchísimas voces que van complementando la historia, ¿fue una decisión del yo periodista o del yo escritor?
Del yo escritor. Hay una vertiente de cronista en la organización de la información, pero la novela se estructura de forma muy literaria.
La historia es muy dramática, pero incluye algunos toques de humor, por ejemplo cuando los carabinieri van a buscar el cuerpo y se equivocan de puerta en el bloque, ¿no le preocupó restar dramatismo o banalizar la historia?
De alguna manera todo se puede llegar a banalizar, incluso la historia más excepcional si no se explica bien puede caer en la banalidad. Pero esto no ocurre cuando tú sientes dentro la historia, cuando puedes incluso ponerte en lugar de los protagonistas. La atención al detalle y la implicación emotiva es fundamental en literatura.
En la novela hay un personaje, un turista holandés que no tiene que ver con la trama principal, pero con el que empieza el libro y lo termina, ¿por qué tanto protagonismo?
Necesitaba una mirada externa sobre la ciudad. No solo quería reflejarla desde dentro sino también desde fuera, y además quería que esa mirada fuera la de un depredador. Y justamente ese turista holandés es un depredador y también un verdugo. Ese es el segundo motivo: quería poner enfrente dos tipos de verdugo. El turista holandés es consciente del mal que está haciendo, es un pedófilo. Marco Pratto y Manuel Fofoo podrían ser una nueva especie de culpables, porque no son conscientes de lo que hacen hasta que no llegan a hacerlo. No eluden la justicia ni actúan a escondidas, de hecho, al día siguiente se entregan a la policía y son incapaces de explicar porqué han asesinado. Esa falta de conciencia hace que todo sea más inquietante.
¿En la novela se hace justicia?
Habría que hablar de sobre qué entendemos por justicia. Si entendemos por justicia que se castigue a los culpables del homicidio, entonces sí que ha habido justicia, porque uno está en la cárcel condenado a 30 años y el otro, Marco Pratto, se suicidó. Si esta justicia es suficiente, si es una solución efectiva, seguramente tendríamos dudas. Por ejemplo, las tres familias nunca llegaron a comunicarse. El padre de Luca Varani ha lamentado que no le llamaran para pedirle perdón. Yo tampoco voy a entrar a juzgar esto ni mucho menos, porque realmente hace falta mucho valor para levantar el teléfono y llamar. Pensemos que esa familia también ha perdido a un hijo. Las tres familias han sido golpeadas por la tragedia y acaban quedando solas.
RESEÑA EN EL PERIODICO DE ESPAÑA (EPE)
Algo huele a podrido en Roma
En ‘La ciudad de los vivos’, Nicola Lagioia reconstruye uno de los crímenes más mediáticos de la sociedad italiana
Marta Marne
El sábado 6 de marzo de 2016 Manuel Foffo sale de su casa poco después de las siete de la mañana. Ha quedado con algunos miembros de su familia para asistir al entierro del tío Rodolfo. Tras un buen rato en la carretera, el padre de Manuel presiente que algo no va bien. Ha pasado algo, su hijo no es el mismo de siempre. Le pregunta por qué no respondió a sus llamadas cuando quiso avisarle de la muerte de su tío. Este le dice que iba de coca hasta las cejas. Su padre no da crédito. ¿Cómo pudiste caer tan bajo?, le interpela. A lo que Manuel le dice que ha caído todavía más bajo, porque ha matado a alguien con la ayuda de otra persona.
Este es el arranque de La ciudad de los vivos de Nicola Lagioia (Literatura Random House, 2022); un true crime que nos cuenta la historia de cómo Manuel y Marco se convirtieron en dos de los asesinos más famosos de Italia. El libro se divide en seis partes. La crónica de lo sucedido se concentra en las partes uno, dos y cuatro. Si en la primera y la segunda se nos narran los acontecimientos posteriores al descubrimiento del asesinato de Luca Varani a manos de Manuel y Marco, en la cuarta se reproducen los días previos y el crimen en sí.
Todo este relato está basado en documentación judicial, sentencias en firme, declaraciones oficiales y entrevistas. Algunos de los sucesos narrados en La ciudad de los vivos son de una crudeza tal que como lectores debemos hacer el ejercicio de no olvidar que nos encontramos ante una obra de no ficción. No frivolizar, no confundir con una invención. Las otras tres partes se centran, en esencia, en dos elementos. El primero, el proceso de escritura de Nicola Lagioia. Cómo se enfrenta al caso, sus obsesiones, las implicaciones que tiene esta historia para él. Ahí juega un papel fundamental su relación de amor con la ciudad de Roma. Tanto es así que transmite la sensación de que todo esto no habría podido suceder en otro lugar. Y pegado a ese romanticismo también está la dureza del retrato de la sociedad italiana.
A lo largo de las páginas veremos que se desprende un molesto tufo a homofobia y misoginia. Todo lo que se percibe como femenino o como algún tipo de masculinidad poco canónica es susceptible de ser castigado.
El segundo aspecto, que encontramos sobre todo en la tercera parte, serían las declaraciones aleatorias de aquellos que se relacionaron en algún momento con los asesinos. Recoger las opiniones de personas que no tienen que ver con el caso, que en ocasiones apenas conocían a Manuel y Marco, puede parecer un tanto irresponsable. No obstante, debemos recordar que estos acontecimientos sucedieron en 2016. No existe ya un solo crimen susceptible de convertirse en un circo de feria. Las tertulias en los programas de televisión y la desinformación asociada a las redes sociales, llevan en muchas ocasiones a dar por válidos este tipo de testimonios tan poco fiables. Pero que, nos guste o no, influyen en el desarrollo de las investigaciones policiales. El juicio mediático llega a determinar el transcurso del procedimiento legal. Y sea acertado o no, esta obra recoge la importancia de las cloacas que configuran la imagen que construimos entre todos de un presunto criminal.
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