ALFONSO ANDRADE
CRÓNICAS CORUÑESAS
27 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.
Cuando estalló la Guerra Civil, Manuel abandonó una aldea «tan querida
como miserable en la que ni patatas había para comer». Cruzó el golfo de
Vizcaya en un bote de remos, y de Francia saltó a Buenos Aires. «Ilustre
analfabeto», como le gustaba bromear, se dejó la sangre para ganarse la vida
como camarero en un restaurante junto al río de la Plata, donde en
conversaciones con otros paisanos seguía soñando despierto con aquella aldea
querida y miserable. Su hija es universitaria.
En Argentina conocí a otros gallegos ejemplares que se partieron el
lomo para ganarse el pan, soportando las mayores adversidades. A uno de ellos
lo llegaron a meter en un horno unos panaderos envidiosos que no asumían la
competencia de un inmigrante. Y no lo asaron de milagro.
Son gallegos imprescindibles, héroes como la abuela Virtudes, la
protagonista del libro Virtudes (e misterios) con que mi compañero de La Voz de
Galicia Xesús Fraga acaba de ganar el Premio Nacional de Narrativa.
Esta novela, maravillosamente escrita y una buena idea para regalar
estas Navidades, da voz a la dignidad, a la decencia y al coraje con que
nuestros paisanos más humildes supieron abrirse camino en un mundo desconocido:
Londres en el caso de Virtudes.
Virtudes (e misterios) sigue el rumbo que trazaba Syd Field, maestro de
guionistas, cuando explicaba que la acción es el personaje. Y esto ya lo sabía
muy bien Dickens, porque qué sería de Oliver Twist sin Fagin o la señora
Bedwin, ¿no? Hay mucho del estilo de Dickens en Virtudes (incluido el humor),
pero esto no me sorprende lo más mínimo, porque comparto con Xesús Fraga la
suerte de que, de joven, me pusiesen en las manos Los papeles póstumos del Club
Pickwick.
En LIBRÚJULA
Xesús Fraga: “No se puede renunciar al pasado, hay que mirarlo para
entenderlo”
ENTREVISTAS
Hacía casi veinte años que el Premio Nacional de Narrativa no recaía en
una obra escrita originalmente en gallego. Lo ha logrado “Virtudes (y
misterios)” (Galaxia/Xordica), una historia familiar marcada por la emigración
en la que el autor sigue los pasos de su abuela Virtudes, emigrada desde su
Betanzos natal hasta Londres en 1961.
Texto: Javier Pintor Foto: Asís G. Ayerbe
Virtudes emigra a Londres cuando tiene 27 años y deja tres hijas en
Galicia, una de ellas Isabel, la madre de Xesús Fraga. El marido de Virtudes se
había marchado a Venezuela y de él apenas se volvió a saber. Su historia es la
de la clase trabajadora gallega que puso rumbo a Europa entre 1951 y 1975 en
busca de una vida mejor y a la que, en este caso, la cultura le abrió otros
horizontes.
Xesús Fraga es redactor de la sección de Cultura en La Voz de Galicia,
ha publicado tres libros anteriormente y ha traducido del gallego al castellano
a Nabokov, Jack Kerouac o Sylvia Plath. Es una persona tímida, introvertida y
reflexiva, que ha tenido que hacer un ejercicio mayúsculo de introspección para
escribir un relato muy personal en el que desvela algunas intimidades de su
historia familiar. Ese mismo tono íntimo domina nuestro encuentro, salpicado,
como en toda conversación con él, por notas de erudición, anécdotas asombrosas
y toques de fino humor.
¿Qué sentiste cuando recibiste la llamada del ministro comunicándote
el premio?
Llevaba unas horas de jornada laboral cuando recibo la llamada del
Ministerio de Cultura. Como ya se habían fallado todos los otros galardones de
ámbito cultural de este año, tuve la certeza de que había ganado el premio. Me
pareció un sueño pero que este sueño obedecía a una lógica por el trabajo bien
hecho. Me inundó un gran alivio, una euforia tranquila. Era la confirmación de
que tantos años dedicados a este libro, con una inversión emocional tan grande,
había merecido la pena. Me sentí un poco como Nadal después de un largo partido
lleno de tensión. Me liberé de tanta presión tirándome en la moqueta del
periódico con los brazos en cruz y las piernas abiertas. Había conseguido lo
que cualquier escritor anhela.
Esta historia te llevaba rondando desde hacía mucho tiempo, tanto
como corresponde a una historia que es la de tu propia vida. ¿Cuándo decides
que tienes que ponerte con ella?
Tuvo que ser la muerte de mi padre la que me situó ante el espejo y me
hizo consciente de la fragilidad de nuestras vidas y me dio el impulso
definitivo de la escritura. Tardé mucho tiempo en decidirme, pero todos estos
años de espera me sirvieron para reflexionar más hondamente sobre todas estas
vivencias familiares. Desde que me pongo con el proyecto definitivo me paso
cuatro o cinco años dándole forma, aunque la idea estaba en mi cabeza desde
mucho antes.
¿Desvelar algunos episodios incómodos de tu historia familiar fue un
freno durante el proceso creativo? En una ocasión te escuché contar que Julian
Barnes te había aconsejado que guardases la historia en un cajón y que la
publicases solo cuando ya no estuvieran vivas las personas de tu familia a las
que pudiera afectar lo narrado en este libro.
Yo tenía claro que era una historia que solo podía contar yo, que tenía
que tratar de contarla lo mejor posible. Me cargué seguramente con un exceso de
responsabilidad que paralizaba y me impedía seguir adelante. Era excesivamente
riguroso con lo que llevaba escrito. Esta fue una de las grandes dificultades
que tuve al empezar con este libro. Cuando hablaba con mi familia sobre los
avatares de su vida y me relataban algunos episodios para mí desconocidos de la
historia familiar, me daba cuenta de que el abandono y la ausencia de mi abuelo
habían creado un trauma profundo en la familia, sobre todo en mi madre y en mis
tías. Si yo escarbaba en esas heridas corría el riesgo de que se volviesen a
abrir. No quería causar un dolor gratuito a mi familia, ni hacer un ajuste de
cuentas ni juzgar a nadie. Tampoco quería hacer de mi abuela una heroína y de
mi abuelo un demonio. Yo solo pretendía entender lo que había pasado y contarlo
de la manera más sencilla y digna posible, sin caer en sensacionalismos ni en
sensiblerías. No se puede renunciar al pasado, hay que mirarlo para entenderlo.
En esta historia aparecen tus abuelos, tus padres, tus tías, junto
con una cantidad de personajes secundarios también fascinantes. También estás
tú mismo, pero el eje de la narración será tu abuela.
Realmente, ella fue el motor de la familia, ella fue la que dio el
impulso para que la familia saliese adelante. Mi abuela Virtudes asumió el rol
que se entendía que tenía que haber asumido mi abuelo. Emigra a Londres
pensando en la familia. Como es una presencia habitual en tu vida y además es
tu abuela, no eres consciente de sus posibilidades como personaje literario.
Ella tenía una mezcla de mal genio y sentido del humor que la convertía en una
persona irresistible. Cuando empiezo a tomar notas y a reflexionar sobre lo que
tengo entre manos, me doy cuenta de que era una mujer excepcional. Y entonces,
por derecho propio, sabes que tiene que asumir el protagonismo de la historia.
¿Cómo encaraste escribir una novela sobre la emigración siendo este
un tema tan presente en la literatura gallega?
La historia de la emigración está repleta de epopeyas, historias de
hombres hechos a sí mismos, de triunfadores y también de algún fracasado. Pero
yo quería incorporar al repertorio de la emigración un relato más doméstico,
basado en las emociones de esas mujeres que renunciaron a tantas cosas por
ayudar a su familia y se incorporaron a la vida de urbes tan grandes como
Londres. Ese fue el caso de mi abuela y de mis padres. La emigración gallega a
Europa, acontecida mayormente en los años sesenta y setenta del pasado siglo,
apenas estaba narrada. Me propuse hablar también de la emigración del retorno y
contar el desajuste con el que se encuentra el emigrante que retorna a su lugar
de origen y no encuentra la Arcadia con la que había soñado y que tantas veces
había recreado en su imaginación. La emigración, con todo lo dura que es y las
problemáticas que acarrea, tuvo sus ventajas y permitió reinventarse a muchas
personas. A mi abuela le dio unas oportunidades laborales que aquí no tenía.
Ella obtuvo un respeto por parte de sus patrones que aquí no alcanzó. Le dio la
oportunidad de volver a empezar y de llevar una vida digna. Mi madre, gracias a
la adquisición de otro idioma, pudo acceder a una cultura globalizada que la
reafirmó en su idea sobre el poder transformador de la cultura y de las artes.
Y todo esto me lo transmitió a mí. Para mi madre fue una llave de oro. También
están latentes las circunstancias de la siguiente generación emigrante, la de
los hijos de los emigrantes, que nacen con un pie en una cultura y otro pie en
la otra.
No sé si podemos decir que este libro es una novela, una historia
autobiográfica… ¿en qué molde genérico lo encuadrarías?
Cuando comencé este proyecto me planteé si escribir una novela o
utilizar otro género narrativo. La novela implicaba recrear, fabular, crear una
ficción a partir de hechos reales, lo que me daría más libertad creativa.
También pensé en una novela sin ficción que recorriese no solo esos años de mi
infancia londinense, sino todas las circunstancias que desembocaron en que yo
naciese allí. Una historia de tanta entidad y fuerza como esta requería un
registro más apegado a la realidad, así que finalmente se impuso este modelo.
Al principio del libro digo que no quiero inventar porque sería un falso
ejercicio de fabulación, pero luego admito que tiro de la memoria y eso también
es fabular.
¿La historia de tu familia ha quedado definitivamente cerrada
después de Virtudes…?
Como dijo Sean Connery, a quien mi familia conoció porque le limpiaba
la casa, “nunca digas nunca jamás”, aunque por ahora ya he contado lo que tenía
que contar. Quizás queden ángulos nuevos que varíen la historia familiar o
nuevos episodios que puedan cambiar mi perspectiva de los hechos y me hagan
replantear esta decisión. Hay historias maravillosas que tienen que ver con mi
fascinación por la ciudad de Londres que quizás deban esperar porque no quiero
escribir dos libros seguidos tan emparentados temáticamente. Desde la ficción
he pensado en otras historias que tienen que ver con la familia. El tema de la
familia es un entorno muy propicio para un narrador por ser un microcosmo donde
está reflejado en miniatura el mundo. Todos los temas de la literatura están
incluidos en una historia familiar. Muchos de nuestros libros favoritos tienen
que ver con la familia. Desde la Biblia, la historia de muchas familias, o la
Odisea. El comienzo de Virtudes (y misterios) es un homenaje a un libro para mí
fundamental, Léxico familiar de Natalia Ginzburg.
¿Cómo piensas que cambiará tu vida de escritor después de este
premio?
Por un lado, me abre perspectivas con las que no contaba. Ahora voy a
llegar a más lectores y me va a abrir puertas que antes estaban cerradas. Para
mí es la confirmación de que el esfuerzo ha valido la pena y de que hay un
camino que merece la pena explorar. Ahora tengo la garantía de afrontar con
garantías este camino. Si antes me atenazaba la responsabilidad de hablar de mi
familia, ahora tendré la responsabilidad de llevar el premio conmigo y lo que
eso supone. La literatura consiste en afrontar siempre nuevos retos.
10-05-2022/POR JAVIER PINTOR
EN JOTDOWN
ENTREVISTAS ARTE Y LETRAS LITERATURA
Xesús Fraga: «La base del gran estado del bienestar británico estaba en
mujeres gallegas, extremeñas, portuguesas…»
Escrito por Álvaro Corazón Rural
Fotografía David Airob
Xesús Fraga
Tras varias décadas trabajando en La Voz de Galicia, desde el
periodismo local al cultural universal, y escribiendo, Xesús Fraga (Londres,
1971) ha recibido el Premio Nacional de Narrativa por su quinta obra, escrita
originalmente en gallego, y la más íntima, la que trata la historia de su
familia. Virtudes (e misterios) es un libro que pone de manifiesto que el
género heroico, ya sea Marvel o el bélico, bien puede ser superado por las
peripecias de una trabajadora emigrante. En esta obra destaca la figura de
Virtudes, la abuela del autor, una mujer que, abandonada por su marido, tuvo
que marcharse a Inglaterra, no sin dificultades por la legislación machista del
franquismo, a trabajar como limpiadora para procurar la manutención de sus
hijos y, después, un futuro mejor a todos ellos.
Hemos vivido rodeados de esas mujeres de pelo corto con el lomo
doblado, a las que muchas veces se ha llamado despreciativamente marujas, y
ahora, con la perspectiva del tiempo, en narraciones como esta podemos aprender
el verdadero y más profundo significado del amor y el sacrificio que muchas
silenciosamente encarnaron. Un componente de nuestra sociedad y de nuestro
pasado que no puede ser ignorado ni castigado con nuestra indiferencia de
nuevos ricos en derechos.
Desde Rosalía, la emigración es un tema central en Galicia.
Pero el relato migratorio se ha ido matizando a la vez que iba
cambiando la emigración. No es lo mismo la de Rosalía en el XIX que la de hoy.
Ella hablaba de las viudas de vivos, mujeres cuyos maridos se iban y ellas se
quedaban encargadas de todo el trabajo, el de fuera y el doméstico en casa,
porque en esa época solo se iban los hombres. Ahora esa tendencia se ha
igualado y hay casos en los que se ha invertido, son ellas las que se van.
En Galicia, prácticamente todos tenemos de forma directa o indirecta
experiencia migratoria. Yo nací en Londres, mi abuelo emigró a Venezuela, un
hermano de bisabuela fue a Argentina, un hermano de mi abuelo paterno a
Francia, unos tíos de mi madre fueron a la República Dominicana. Todo esto en
el siglo XX.
Incluso en el caso de personas que no han emigrado, lo han vivido.
Aunque solo fuera por las nuevas ideas que se traían de fuera. La primera
discoteca que se abrió en Betanzos en el siglo XX fue de unos emigrantes que
estuvieron en Londres, vieron las discotecas y montaron lo mismo en su pueblo.
La gente que su familia no emigró iría a esa discoteca, de modo que también
guardaban una relación con el fenómeno.
Ahora hay una nueva emigración de doctorados, científicos, sanitarios,
pero sigue saliendo también una proporción considerable de trabajadores
manuales. Al mismo tiempo, somos un país de acogida. A Galicia llegan desde
argentinos a senegaleses. Galicia exporta emigrantes, pero necesita
inmigración.
Esto es importante porque nuestra experiencia histórica nos puede
ayudar a generar empatía con esa gente que está viniendo en condiciones muy
adversas. Por ejemplo, mi madre, cuando decidió ir a Londres con mi padre, se
lo pensó porque el Reino Unido no permitía la entrada de embarazadas. Ella lo
estaba de mí. Las mujeres no podían entrar ni embarazadas ni con hijos, los
tenían que dejar atrás con lo que supone de fractura familiar. Mi madre se
arriesgó y, cuando llegó a Inglaterra, le hicieron un examen médico, una
matrona le hizo una exploración. Debí esconderme muy bien entre los pliegues de
su cuerpo, porque no me encontraron y nací en el Reino Unido.
Por eso, ahora, cuando veo esas noticias de que ha llegado una patera
con cien personas y entre ellas hay varias mujeres embarazadas, tengo que
empatizar con ellas. Su situación es peor que la que enfrentaron mis padres,
pero es parecida. A lo mejor ellos huyen de una guerra y nuestros abuelos de
una posguerra, pero no olvidar tus circunstancias te ayuda a ver la situación
de los demás con otros ojos.
Cuentas en el libro que a ti tu madre te hablaba en inglés, incluso
cuando volvisteis de Inglaterra a Betanzos lo seguía haciendo. Yo cuando veo a
parejas de inmigrantes que entre ellos hablan en su lengua, pero a su hijo le
hablan en castellano, me da mucha pena. Parece como que hay una jerarquía de
culturas por una cuestión económica o de necesidad y no me parece bien.
Es un fenómeno complejo. Para entenderlo en el contexto de mi familia
hay que ver la situación de mi madre. Ella siempre quiso ser maestra,
disfrutaba en el colegio, en la escuela, siendo la ayudante de la maestra, pero
con 14 años le dijeron que ya no podía seguir. Como la familia no tenía medios,
tuvo que ponerse a trabajar. No había para pagarle libros, pensión y que
estudiara. Siempre estuvo frustrada por no haber cursado Magisterio y tenía un
hambre de cultura brutal que en la Galicia de entonces no podía satisfacer. Al
final, cuando se fue con su madre a Inglaterra, descubrió las bibliotecas
públicas, los conciertos, el teatro en el parque gratis, los museos… y abrazó
todo aquello como el paraíso.
Las carencias la habían marcado profundamente. Con sus primeros
ahorros, inmediatamente se compró fue una máquina de escribir. Entonces el
inglés para ella era una llave que abría muchas puertas. Permitía un acceso a
una cultura enorme, a leer muchos libros… Cuando yo nací, vio que el sistema
británico tenía un método de aprendizaje de lectura y escritura muy
desarrollado y me inculcó ese amor por los libros y la lectura, por ampliar tu
mundo. De esta manera, el inglés se convirtió en mi lengua vehicular. Cuando
volvimos, yo tenía cinco años, ella se situó de profesora de inglés, y seguía
manteniendo ese vínculo conmigo. Hay casos, conozco varios, de niños que sabían
alemán u otras lenguas y que, al volver, perdían por completo lo que habían
aprendido, que no es que pasase a un segundo plano, es que lo olvidaban
totalmente. Su cerebro lo formateaba.
En mi caso, ella insistió contra viento y marea, porque había mucha
presión social. La gente irrumpía en nuestras conversaciones para que no
hablásemos en inglés. Nos reñían. Al final llegamos a una situación de
diglosia, ella me hablaba en inglés y yo le contestaba en castellano para no
verme estigmatizado por la presión. Luego creces y maduras y te das cuenta de
que ese otro idioma es una riqueza que llevas incorporada de serie y que no
debes renunciar a tu identidad, que de hecho si lo haces te puede ser
perjudicial, porque yo luego he trabajado traduciendo libros del inglés.
Mencionas en el libro que venías de Londres a la última en música y
estética y en Betanzos eso no era tan cool, más bien despertabas algún recelo
entre los chavales de tu edad.
Hace unos años, uno de aquella época en una boda me confesó que cuando
iba al instituto todo de negro daba miedo. Yo eso no lo entendía, cómo
disfrutar de la música y reflejarlo en tu estilo podía generar ese tipo de
reacciones, pero también les pasó a los de La Movida, que vivían en una capital
como es Madrid y se encontraban con reacciones muy parecidas.
Incluso hoy. Antes les decían que eran putas y maricones y, ahora,
como eso no se puede decir, les dicen que eran elitistas y pijos, pero son los
mismos a los que les sigue molestando que hicieran lo que les dio la gana.
En mi caso fue una especie de epifanía muy similar a la de mi madre. Si
ella vio los museos y las bibliotecas, para mí Londres era los discos y los
grafitis. Ahí estaba todo a tu disposición.
Te marcó el documental Style Wars.
Sí, me lo grabó un amigo en VHS y yo a su vez hice copias y se lo
pasaba a mis amigos. Me había comprado un walkman y grababa los programas de
radio que pillaba en Inglaterra, que luego los escuchaba una y mil veces y me
compraba los discos de los artistas que me gustaban. Yo esto luego se lo
grababa a mis amigos en España en cintas de varios de, por ejemplo, ragamuffin;
material al que era muy difícil tener acceso si no vivías en una gran ciudad. A
los demás emigrados que volvían a casa en verano recuerdo que les asaltabas
para ver qué música habían traído.
Xesús Fraga
En tu libro, la parte de más peso es toda la relativa a tu abuela.
Una matriarca proveedora. Una mujer que se sacrificó por toda la familia. En
otra época esto igual no hubiese resultado tan interesante, porque estábamos
siempre rodeados de estas mujeres trabajadoras, pero ahora con el paso del
tiempo, lees una biografía como la de tu abuela y te das cuenta de que es una
superheroína.
Esto tiene que ver con que buena parte del trabajo que era femenino
estaba invisibilizado, sobre todo el doméstico, que tiene una carga de dignidad
y merece un respeto que no se puede obviar. Yo crecí con esa realidad, mi
abuela trabajaba limpiando hospitales y casas. A mí nunca se me ocurrió
minusvalorar lo que hacía. Además, luego creces y maduras y te das cuenta de lo
que significaba el trabajo que esas mujeres realizaron por sus familias. Mi
abuela se vio abandonada por su marido, con tres hijas pequeñas, una situación
muy complicada, y gracias a la emigración, aunque pagando el precio del
desarraigo, pudo sacar adelante a toda su familia. Soy consciente de que las
oportunidades de las que yo me he beneficiado se las debo a ella. Sería muy
ingrato por mi parte no reconocerlo, pensar que todo ha llegado caído del
cielo.
Cuando hablamos de que España ha pasado de ser una dictadura a un país
integrado en la UE, con todos sus defectos, que los tiene, pero homologable a
otras naciones europeas; hablamos de una historia de éxito colectivo. Hubo
gente que venía del campo y, con su trabajo, permitió que en dos generaciones
sus hijos o sus nietos pudieran ir a la universidad, como fue nuestro caso.
Estas personas venían de haber crecido en un mundo agrario en el que todavía
pervivían muchos aspectos medievales y con su trabajo dieron un salto
impresionante.
Luego, cuando se habla de que el estado del bienestar británico en los
años 60 era un ejemplo para todo el mundo, y que era digno de imitar y de
admirar, yo pienso que en la base de todo eso estaban mujeres como mi abuela,
que eran inmigrantes gallegas, extremeñas, portuguesas… que con su trabajo
sostenían ese sistema. Limpiaban en los hospitales, cocinaban… Mi padre fue
cocinero de hospital. Y mi madre y mi abuela trabajaban en residencias de
enfermeras, que cuando volvían del trabajo tenían la comida hecha, la cama
hecha, la ropa limpia, seca, planchada. Todo eso lo hacían las mujeres
emigrantes. Eran los cimientos de ese estado del bienestar, que como los
cimientos de los edificios, eran invisibles, pero eran las que lo estaban
sosteniendo.
Por eso creo que hay que hablar de ellas con la dignidad que se merece.
De hecho, con la ola neoliberal que vivió el Reino Unido en los 80, cuando se
cargaron el estado del bienestar, fue debido en buena medida a que eliminaron
estos puestos de trabajo. Si socavas la base, dejas a todo el edificio en una
situación de inestabilidad. Si antes para limpiar había veinte, dejaban cinco.
Un ejemplo muy claro también es la fusión de hospitales. En nuestro barrio,
Kensington, en 1980 había tres funcionando. Al acabar la década, solo quedaba
uno. El hospital donde yo nací, y donde había muerto Jimi Hendrix poco antes,
el St. Mary Abbot, lo reconvirtieron en una urbanización de lujo. Antes, tenía
un jardín y ahora todo eso está vallado con una garita de seguridad y no puedes
acceder si no eres residente. Supuestamente, un gran hospital asumió todas esas
funciones, pero en ese proceso muchos trabajos se convirtieron en redundantes y
muchos inmigrantes se vieron abocados a irse.
Me gustan las expresiones de tu abuela, como «estás wrong» o
«fucking merda».
Pasó treinta años allí, se le pegaron los modismos lingüísticos y los
llevó a su terreno. Hay que tener en cuenta que mi abuela se llamaba Virtudes,
pero en Inglaterra nadie la llamaba Virtudes, sino Betty. Había cambiado su
interlocución con la sociedad que la acogía y ella había fabricado su propia
versión del idioma, que le resultaba muy útil en todo tipo de escenarios. Al
final muchos idiomas o formas de hablar se forjan así. Se dice que incorporar
términos foráneos empobrece un idioma. Creo que cuando sustituyen términos más
precisos, puede ser, o cuando es por esnobismo, pero también es una realidad
humana, si estás en contacto con varias realidades lingüísticas es natural que
acabes fusionándolas.
Cuando erais niños en Londres os hacía gracia oírla hablar en
gallego.
Veníamos de un contexto sociológico en el que el gallego estaba
empezando a sacudirse el estigma de pobreza y de atraso. Nosotros no teníamos
una burguesía comercial que hubiese hecho del gallego su forma de expresión
preferente. En un momento, el gallego era como un residuo folclórico.
Muchísimas expresiones las ignorábamos y nos resultaban chocantes e incluso
hilarantes, no tanto por las expresiones en sí, sino por el contexto. Recuerdo
un chiste que había antiguamente en Santiago a raíz de que muchos gallegos
castellanohablantes de toda la vida, en la universidad se pasaban al gallego
cuando conocían una pareja que era la lengua que empleaba. Se decía que el
gallego era una enfermedad venérea [risas].
Tu abuela estaba marcada por el abandono de su marido. Un hombre que
se fue a Venezuela, en parte, porque no podía soportar ganar menos que su mujer
en Galicia, y pensaba que de allí volvería rico.
Posiblemente, en la España de esa época debía de estar muy mal visto
que el cabeza de familia ganase menos que la mujer, que tenía que cuidar la
casa. No sé si ganó más que él, pero mi abuelo era zapatero remendón y mi
abuela encadenó muchos más trabajos. Él se marchó, mantuvo el contacto durante
seis años, pero no llegó a mandar dinero nunca y la comunicación cada vez se
espaciaba más.
Ahí hubo dos figuraciones. Una, tu abuela que tras hablar con un
cura pensó que su marido se había vuelto bígamo y tendría otra familia en
América; dos, la tuya ahora de pensar que posiblemente si no volvía o daba
señales era porque estaba avergonzado por no haber sido capaz de ganar dinero.
Posiblemente, ambas cosas son compatibles, aunque hasta donde yo he
investigado creo que no hubo bigamia. Se debió ver atrapado en un agujero en el
que se había metido él solo y debió sentir la vergüenza de volver pobre después
de haberse marchado para ser rico.
Pero dejó a tu abuela casi en la indigencia después, por cierto, de
algo muy contemporáneo, una subida del alquiler.
Ella no paraba de trabajar y apenas podía sacar adelante a sus tres
hijas. Pensaba que si un día se ponía mala no tendría forma de pagar el
alquiler. De hecho, con gran sacrificio por su parte, una de las primeras
decisiones que tomó cuando ya estaba emigrada fue comprar un piso. Era un
cuarto sin ascensor, todo lo precario que quieras, pero para ella fue una
conquista radical, era un piso propio. Debió ser el primer escalón que subía y
que daba sentido a todo el esfuerzo que había hecho por irse.
Es curioso que tu bisabuelo y tu otro abuelo fuesen anticlericales,
llamasen cuervos a los curas, y hay esa escena tan berlanguiana que narras,
cuando uno estaba muriendo, que fueron seis curas a ver si lograban que se
confesase para darle la extremaunción, pero al estar los seis fumando dentro de
la habitación casi que lo estaban matando ellos. Sin embargo, luego, fuera de
España, cuando tu abuela estuvo en Inglaterra, fue vital para ella la red de
apoyo que suponía la iglesia católica romana allí.
La religión tenía una doble dimensión. Para mi abuela formaba parte de
su identidad espiritual y su paisaje emocional y vital. De hecho, mi madre es
católica devota y no creo que nunca se haya cuestionado su fe. Eso puede tener
un papel de bálsamo y estabilidad en una situación difícil. Luego hay una
dimensión colectiva con la gente con la que, fuera de tu país, compartes eso.
El escenario migratorio está presidido por la soledad y el desarraigo y la
religión ahí servía para crear vínculos con esa sociedad que has dejado atrás.
El primer trabajo que tuvo tu abuela al emigrar a Inglaterra fue en
condiciones de esclavitud.
Prácticamente la mataban de hambre. Era una familia británica que le
racionaba hasta las rodajas de patatas que comía, las contaban. Vivía con
ellos, lo hacía todo las 24 horas, y le limitaban la comida. Sobre todo los
hidratos, que es el combustible de los pobres. Mi abuela en Galicia era de
extracción humilde, infraalimentada, pero patatas nunca le habían faltado. Eso
es algo que nos conecta con los irlandeses. Trabajando ahí empezó a adelgazar,
a enfermar, y un domingo en misa otra mujer emigrante gallega vio su estado y le dijo que no podía seguir
en esa situación. Fueron a hablar con el cura, que era irlandés, y dijo que
había que sacarla de ahí. Ya no era solo que pasase hambre, es que estaba en
una situación muy delicada.
Ese cura le encontró trabajo en un hospital que gestionaba una
congregación de monjas francesas. Curiosamente, ese hospital, el Covent Garden,
ahora es un hotel de lujo. Cuando entró, la tuvieron en la cama un mes o seis
semanas por el estado de salud que traía de esa casa.
Es muy interesante la parte del carácter, que ella nunca expresase
emociones, aunque vosotros sabíais que os quería.
Lo asocio con que ella tuvo que crecer y desarrollarse en un contexto
económico en el que no te podías permitir dejar a la vista tus debilidades. Es
como el consejo que le daba Q a James Bond: «nunca dejes que te vean sangrar y
siempre ten un plan de escape». Eso de no dejar que te vean la sangre es lo
mismo que le pasaba a mi abuela. Siempre tenía una coraza, quizá un poco
brusca, malhumorada, pero era porque la vida no le había permitido el lujo de
ser amable y encantadora, porque siempre habrá alguien que se aproveche de eso
sobre todo si eres pobre. Pese a ese carácter, sé que se sentía muy orgullosa
de sus nietos.
Es curioso que no te dejase fumar, pero sí que te fueras a beber
cerveza con ella por Londres. Hay una escena muy curiosa en la que estáis los
dos en un bar de moda bebiendo, en la que me llama la atención cómo describes
la actitud hacia vosotros de los yuppies ingleses, dices «su tolerante
indiferencia».
Yo iba a beber pintas de cerveza con mi abuela siendo menor de edad.
Eso habla de la tolerancia con el alcohol que ha habido aquí siempre. Cuando
era niño ya nos daban vino dulce, vino Sansón, Kinito… vino con gaseosa.
Socialmente, estaba aceptado el alcohol para niños. Ahora parece inconcebible.
Sin embargo, mi abuela lo que veía que era malo era el tabaco, a una cerveza
tomada de vez en cuando como algo recreativo no le veía problema.
Lo de la tolerante indiferencia es algo que se ve mucho en Londres, que
se ha fundado sobre el comercio y el intercambio. Desde que los romanos se
establecieron a orillas del Támesis para comercializar con tribus vecinas, esa
ha sido una de las razones de ser de la ciudad, porque esa situación requiere
un espíritu de tolerancia. Allí también ha habido expulsión de los judíos en la
Edad Media, disturbios de toda clase, problemas raciales cuando llegaron los
jamaicanos a Notting Hill, pero no es extraño que Londres votase por abrumadora
mayoría en contra del Brexit y contra ese discurso antiinmigración.
Aquel día bebiendo cerveza ahí con mi abuela, pues estaban estos
empresarios tomando las suyas tranquilamente y nosotros, una abuela gallega con
un adolescente, no les molestábamos lo más mínimo. No había miradas censoras,
no se preguntaban qué hacíamos ahí ni por qué íbamos así vestidos. Iban a lo
suyo y nosotros a lo nuestro. A mí me resultaba muy reconfortante. Igual si
hubiésemos ido a un club de tories no nos hubiesen dejado entrar.
Sobre el carácter de tu abuela, hablas de que su desapego era tal
que parecía «un vacío de corte zen». Rechazaba de mala manera hasta los
regalos.
Ella nos lo compraba todo a los demás, siempre estaba pensando en cómo
mejorar tu vida. En cambio, para sí misma no compraba nada. Su austeridad era
monacal. Me fascina cómo asumió el rol de proveedora al ser abandonada por su
marido. Empezaba con ropa de cama y detalles así, pero luego cuando mi madre
empezó con la enseñanza le iba comprando libros, a mí me compró un ZX Spectrum
cuando tenía 12 años, a comienzos de los ochenta. Mis amigos españoles no lo
tenían y, luego, cuando fueron llegando a España, los tenían el hijo del
dentista, el hijo del ingeniero, pero no el hijo del albañil, como era mi caso.
Esto fue por mi abuela, porque ella, aunque figuraba como analfabeta en el
censo de Betanzos del año 35, tuvo la audacia de ver cuando llegó la informática
y los ordenadores personales que ese era el futuro. No quería que sus nietos se
quedasen atrás. Envolvió el ordenador en ropa, que luego se distribuyó entre la
familia, y por eso yo aprendí a programar en Basic. La vida no me llamó luego
por ahí, pero ella me posicionó por si acaso.
Otro detalle es que en las casas donde limpiaba tu abuela los
teléfonos tuvieran candado.
Ahí no puedes generalizar, no todo el mundo trataba a los inmigrantes
de la misma manera, pero sí que había casos donde la desconfianza presidía la
relación. También es verdad que sobre todo los gallegos tenían fama de ser muy
diligentes y honestos y luego la relación, aunque fuese asimétrica, llegó al
cariño y la incorporación a la esfera doméstica. Cuando mi abuela se
restableció en Betanzos en el 91, muchas familias le siguieron escribiendo y
mandando postales por su cumpleaños, en Navidad, le contaban cómo iban las
cosas, fotos de sus hijos y nietos…
Es interesante la ayuda que recibió tu abuela para poder irse de
España, porque necesitaba el consentimiento de su marido y este había
desparecido.
Es importante que sepamos de dónde venimos para poder valorar lo que
hemos logrado en todos estos años y seguir mejorando, como toda sociedad.
Pero para poder ingresar dinero en el banco, como Juan Carlos, tuvo
que tirar de testaferros.
Los bancos hacían mucho negocio con la divisas de los emigrantes.
Tenían oficinas para captar su dinero. Era una entrada de recursos en España
muy importante.
Hablas de un don Javier de la Banca Núñez que le hizo el favor.
Pudo haber un componente de solidaridad, de echar un mano a esta
persona que estaba en determinada situación para que pudiera emigrar, pero
también había un componente de negocio. Piensa que en Betanzos, en los años 70,
los betanceiros en Inglaterra eran el diez por ciento de la población. Eso no
solo era dinero, también se construían casas y eso tiraba de otros sectores
económicos.
Antes de emigrar, estuvo trabajando en la vendimia, en una fábrica
de quesos, en un bar de estación, de lavandera…
Lavando tenía sabañones en los dedos de la temperatura del agua.
Después no podía ni encender una cerilla. Ese trabajo era en un lavadero que
habían construido unos emigrantes retornados, los hermanos García Naveira, que
se marcharon en el XIX analfabetos y pobres a Argentina y allí se hicieron
ricos. A su retorno, desplegaron una actividad asistencial y benéfica en el
Betanzos de la época. Dos escuelas, en una estudió mi padre; en la otra mis
tías y yo mismo; un asilo que sigue funcionando; una residencia para
discapacitados; un parque que estuvo en ruina y ahora se está restaurando, y el
lavadero.
Tu madre quería trabajar en la central telefónica de Betanzos, pero no
pudo.
Como en muchas otras poblaciones, la intimidad de las comunicaciones no
era muy segura. Las personas que se encargaban de gestionar las llamadas sabían
quién llamaba a quién, a veces escuchaban, y esas informaciones son poder. Eso
te da la idea de que en la España de los 60 y 70 la intimidad no era la actual.
Quien trabajaba ahí lo gestionaba Acción Católica.
Como la Stasi.
Y muchas veces para un trabajo se necesitaba un certificado de buena
conducta que lo expedía la Guardia Civil o el párroco.
Me ha llamado la atención la escena en la que, cuando tu madre se
instala en el convento de Londres, las monjas le depilasen el bigote.
Tendrían que divertirse con algo. Una diversión inocente. Ella era como
un juguete. Cuando pones a personas a vivir en esas situaciones, igual que en
un cuartel del ejército, se dan esas dinámicas, como las novatadas, aunque esta
fuera un poco pueril. Mi madre nunca le había dado importancia a su aspecto
físico, nunca había sido coqueta, ni era consciente de la imagen que
proyectaba, y las monjas, aun siendo monjas, tenían rasgos de coquetería,
porque son personas, y quisieron ponerla más guapa. A ella no se le había
ocurrido en su vida.
Xesús Fraga
Te bautizaron como Jesús en Londres, pero como allí nadie se llama
como el hijo de Dios, tiraron por tu segundo nombre, Antonio, que se convirtió
en Tony. Ahora eres Xesús, tres nombres. Nominalmente tienes una triple
identidad.
Es un poco como le pasaba a mi abuela, que era Virtudes pero la
llamaban Betty. Tengo compañeros de trabajo que me llaman Suso. Mis amigos de
adolescencia y mi mujer me llaman con otro apodo. Debo tener unos seis nombres.
Son las formas de verme de los demás. Para algunos soy Tony, para otros Suso.
Somos lo que somos, pero también lo que los demás ven en nosotros. Si ese
nombre viene de la buena fe o del cariño, no me molesto en corregirlo o
enmendarlo. Hasta me parece divertido. Hay gente que se llama José y le
horroriza que le llamen Pepe, pero yo dejo esa libertad. Apelan a diferentes
versiones de uno mismo. Como Peter Parker y Spiderman [risas]. Yo soy Xesús,
pero puedo ser Tony en Inglaterra. La capacidad de moverte en diferentes
escenarios es como un superpoder, una ventaja que puedes aprovechar.
En La Voz hace años firmabas como Jesús ¿por qué diste el paso a
Xesús?
En el carné sigue siendo Jesús. Cuando empecé a publicar en gallego me
parecía lo coherente. Mi percepción del mundo no cambia por eso.
Creciste en Londres, volvisteis a Betanzos y, en lugar de verte
abrumado, te fascinó estar en plena naturaleza.
Al principio me maravillaba.
«Fiesta continua», dices.
Fui el primer nieto, la familia me daba mucho cariño, todo eran risas,
sol, luminosidad, playa… luego se produjeron desajustes por el idioma, falta de
intimidad, que la gente te impusiera su punto de vista sin dialogar, y la
experiencia se matizó.
En clase corregías el inglés al profesor y te decía que en España el
inglés se pronunciaba como él decía.
La comunicación era muy autoritaria en la educación, no había diálogo y
ni mucho menos podías debatir o refutar aunque tuvieras razón. Y el profesor
del que hablo era muy bueno, tenía mucha vocación y una gran habilidad
pedagógica para sacar partido a unos recursos muy básicos, había una falta de
medios abrumadora, pero era capaz de hacernos llegar su mensaje de forma muy
efectiva gracias a su imaginación. No obstante, al mismo tiempo, era un
contexto en el que un alumno nunca replicaba a un profesor. En vuestra
publicación leí una entrevista maravillosa a Nuccio Ordine que hablaba de esto,
decía que la autoridad del profesor no cae del cielo, sino que emana de su
conocimiento y del ejercicio de su oficio, es una autoridad que hay que
ganarse. En esa época, se ejercía desde la autoridad. No se podían permitir que
un alumno les llevase la contraria en el aula.
Aunque os volvierais a instalar en Betanzos, tu familia pensó en
volver a Londres. Sin embargo, un amigo etíope de la primera estancia os lo
desaconsejó.
Mi padre aquí estaba mucho en el paro, le costaba mantener un trabajo
fijo o estable en su sector. Además, mi madre echaba en falta la vida en una
gran ciudad, donde no hay que rendir cuentas a nadie por cómo vistes, ni por lo
que haces con tu dinero ni con quién te relacionas. La suma de todos los
factores les llevó a considerar su decisión de volver. Este amigo etíope que mi
madre había conocido allí, un exiliado socialista, fue la primera persona que
le habló de García Lorca, ella no sabía quién era. Trabajaba como contable y le
explicó detalladamente y de forma esclarecedora cuánto se había encarecido la
vida en Inglaterra. Sobre todo, les dijo que los trabajos que desempeñaban los
inmigrantes se los habían cargado, con lo que su situación iba a ser complicada
si decidían volver. Les desaconsejó el regreso, pero se ofrecía a ayudar en lo
que necesitasen si se animaban. Al final, vieron que era demasiado complicado y
no les compensaba.
Les recomendó quedarse en España, que acababa de ganar el PSOE, y
eso indicaba que había un futuro prometedor.
Sí, eso fue lo que les dijo. A mi padre le costó unos años
estabilizarse, se dio de alta como autónomo y se dedicó a hacer pequeñas
reformas hasta que fue encadenando y ya no le faltaba trabajo, porque era muy
cumplidor y muy pulcro. Muy exigente consigo mismo y no era caro.
Al final en la novela ocurre algo con el abuelo que había
desaparecido que es increíble, no lo desvelaremos, y luego llega un momento en
el que ves que tu abuela empieza a dejarlo todo arreglado porque ve que va a
morir.
Un día me llamó para ir al banco con ella. Entramos en la sucursal y
dijo: «este es mi nieto, quiero sacar un millón de pesetas para él». Me tuve
que llevar los billetes en el calzoncillo porque no me cabían, eran muchos.
Esto dice mucho de la relación de mi abuela con el dinero. Recuerdo que cuando
me mandaba libros y cómics desde Inglaterra, metía billetes entre las páginas y
los envolvía en papel de calco. Creía que así no los localizarían en Correos,
porque creía que tenían una máquina para detectarlos. Ese día no pensó en hacer
una transferencia, prefirió darme el dinero en mano. También habla de su
generosidad, con ese dinero y mis primeros sueldos di la entrada para un piso.
En ese momento, creo que percibía que estaba mayor y pensó en ir dejando esas
herencias en vida. Hay que ser muy responsable y muy austero para llegar a
ahorrar ese dinero y muy generoso para regalarlo.
Hay quien se pregunta por qué, pudiendo elegir una lengua
mayoritaria para proyectarte, como el castellano, e incluso el inglés, todavía
más extendida, te decidiste por el gallego para ser escritor.
Pues es una pregunta que nos hacen con bastante frecuencia. No sé si a
un islandés le hacen esta pregunta, pero su país tiene el diez por ciento de
habitantes de Galicia. Cuando eliges la lengua en la que escribes, muchas veces
no tienes en cuenta la comercialización de tu obra. Para mí fue muy importante
pasar cinco años como periodista en Lugo, estuve en contacto con muchos
escritores gallegos y eso me arrimó mucho al uso del gallego como lengua
literaria.
Con esto entramos en el juego de las centralidades y las periferias ¿El
castellano y el inglés, al tener más hablantes, deberían tener un papel central
en la creación literaria? Yo creo que no. Cualquier idioma es absolutamente
válido para escribir literatura en él, decir lo contrario nos llevaría a los
prejuicios raciales. Si dices que un idioma no vale para la literatura es como
decir que sus hablantes no valen.
Perciben el gallego como un nicho.
Espero que no sea un nicho de cementerio. Agustín Fernández Paz, un
gran escritor gallego de literatura juvenil, premio nacional, finalista del
Premio Andersen, que tiene muchos lectores y ha sido traducido a muchos
idiomas, decía que cuando uno elige el idioma en el que va a escribir está
trazando el meridiano cero de su mundo. No hay periferia, él está en el centro,
da igual el idioma en el que escriba. Es cierto que hay una serie de
condicionantes que influyen a la hora de llegar a tus lectores, pero eso ya no
es tu trabajo como escritor, tu trabajo es escribir.
¿Hay en España un desinterés deliberado hacia la escritura en
gallego?
Sí, pero a mí no me gustan los victimismos; no me gusta ir diciendo que
no nos hacen caso. A veces hay quien usa esa estrategia para tapar sus propias
carencias. Prefiero caer en la autoexigencia y pensar que es una cuestión de
calidad literaria, pero es cierto que no solo en el ámbito literario, también
en otros muchos, en España hemos vivido de espaldas unos a otros. Durante años
un gallego no podía ver la televisión autonómica catalana, vasca o andaluza,
cuando son públicas y las estamos pagando entre todos. A mí eso me parecía un
atraso. El contacto es una buena forma de conocernos, de estar en relación, de
que haya realidades compartidas, de que nos resulten próximas las culturas que
hay aquí. Incluso creo que el sistema educativo debería promover más el
conocimiento de las lenguas cooficiales.
Y hay también otra forma de verlo. Si te gusta el ribeiro y las
zamburiñas y bañarte en las islas Cíes ¿A qué viene esa alergia al idioma?
Galicia sí, su comida también, pero el idioma es «no me hables, que no te
entiendo» Cuando prácticamente con un poquito de voluntad que pongas nos
podemos entender sin ningún problema.
¿Qué opinas de una literatura híbrida, que pueda ser en varios
idiomas? En el caso del gallego y el castellano está cargado de significado
cuándo se usa una y otra, da más profundidad a una obra. En tu caso, serían
tres. De hecho, inglés, castellano y gallego están presentes en tu libro.
Creo que los personajes de un libro cuando se relacionan ponen en juego
una serie de habilidades y destrezas que tienen que ver con quiénes son y con
sus propias identidades. Tú no te manifiestas de la misma forma en tu entorno
íntimo y doméstico que en tu entorno laboral, eso pasa también con los idiomas.
No son cuestiones abstractas, ajenas a tu personalidad, están ahí dentro de ti
y tú haces uso según tus necesidades y apetencias. Si lo reflejas, creo que al
lector le llevas a determinados lugares, les arrimas a esa época y a ese
personaje. En mi caso, la versión en castellano de mi libro la he hecho yo,
aunque puede que haya palabras que a un castellanohablante le resulten lejanas…
Solo decir que algo «te presta» mucha gente no lo debe entender
bien, pero es una palabra que se usa en castellano en Galicia y es muy precisa,
porque yo no diría que sea exactamente gustar, es que algo te gusta pero con
unas pequeñas dosis de placer añadidas…
Sí, pero así acercamos a ese lector a esta cultura. Hacer una versión
asimilada o adaptada creo que le restaría interés al libro.
¿Hay un polo de atracción en ambos sentidos hacia la
homogeneización, el de castellano quiere que esté todo en castellano y el de
gallego lo quiere todo en gallego?
Es posible. No sabría decírtelo a ciencia cierta. Hay un hecho, el
castellano con sus variedades geográficas también tiene ese debate. Hay
lectores en Argentina que también quieren leer en su español, que es tan
español como el de España. Entonces ¿Es mejor una edición estandarizada y
consensuada de forma tácita o es mejor reflejar las diferencias que hay? La BBC
tuvo este debate hace unos años con respecto al acento de sus presentadores.
Tenían una estándar y hubo un movimiento en contra que decía que ni en Gales,
ni Escocia, ni en las Midlands se habla así. A los que la variedad nos parece
una riqueza nos gusta que eso se vea reflejado.
Fíjate que en el cine español la tendencia ha sido a que todos
hablen con un castellano neutro que no se parece al real, ni siquiera la gente
de Madrid habla así.
Además, en el Reino Unido las palabras que se eligen, los acentos y la
forma de pronunciar dice también mucho de la clase social de tu interlocutor,
aquí eso, quizá, históricamente, no se ha tenido tan en cuenta.
Me comenta un lector gallego que tu obra pasó desapercibida en
Galicia hasta recibir el premio nacional, y le gustaría saber si crees que el
mundo editorial gallego, dominado por Xerais y Galaxia, limita una crítica
opresiva sin interés comercial.
Yo siempre he publicado en gallego. Este libro salió en Galaxia y,
luego, en Xordica meses después. Creo que inicialmente tuvo una aceptación
bastante buena dentro de lo que es el mercado de venta de libros tanto en
Galicia como en España. En Galicia si vendes mil o mil quinientos ya se
considera un triunfo. Desde la irrupción del móvil y las plataformas, no es
ningún secreto que las tiradas de los libros son cada vez más pequeñas.
Creo que en el caso gallego, la crítica, con todo lo importante que es
en un sistema literario, no tiene una capacidad de prescripción con fuerza
comercial. Es decir, si un libro funciona, seguramente tenga que ver con otros
canales, como la popularidad de la persona que lo ha escrito, o también ese
fenómeno en el que los propios lectores se van comunicando unos a otros su
interés en un libro y eso hace que funcione.
¿Qué supuso recibir el Premio Nacional de Narrativa?
Pude comprar tiempo. Llevaba 25
años dedicados al periodismo. En los últimos años lo simultaneé con la
escritura de mis propios libros y con traducciones, y con mi vida personal, y
era muy cansado. El premio me ha permitido coger una excedencia y atender a la
repercusión del libro en presentaciones, coloquios, clubes de lectura. Sin el
premio no habría tenido la oportunidad de llegar a más gente. Aunque cuando
escribes no eres portavoz de nadie, ni siquiera lo eres a veces de ti mismo, sí
que creo que también ha servido para llamar la atención sobre la literatura en
gallego. Al menos para que se vea que hacía años que el premio no recaía sobre
un gallego.
¿Te ha defraudado o estás contento con la atención mediática
recibida tras ganarlo?
Le he mandado el libro a medios y muchos ni se molestan en contestar,
otros te dicen que van apurados, entre estos algunos después del premio se han
puesto en contacto, en cambio, otros siguen sin hacerme el más mínimo caso.
Como soy periodista, respeto escrupulosamente la libertad del periodista y su
medio, si ellos no lo consideran pertinente, sus motivos tendrán.
Lo que es cierto es que hay una inclinación en los medios por prestarle
atención a los hypes, o a lo que han escrito personas que ya son famosas, o si
despierta más interés el autor que su obra, o a libros que contienen un
discurso que por lo que sea le va bien a la actualidad y, sin embargo, por
criterios literarios poco espacio se dedica…
Se me escapan las dinámicas que hacen que un libro o un autor tenga más
o menos éxito. A veces por lo que te cuentan desde las editoriales y las
agencias hay factores literarios que para ellos mismos resultaban
imprevisibles, como la personalidad del autor, su forma de comunicarse o que el
libro trate un tema que en un determinado momento tenga una resonancia mayor
que la que hubiera tenido si hubiese aparecido unos años antes o después. A mí
este libro me llevó entre diez y doce años escribirlo. No sabía ni cuándo se
iba a publicar y ni siquiera si se iba a publicar. No tenía mucho sentido
preocuparse por el zeitgeist, o por si estaba de moda la autoficción o no.
Quería contar la historia de mi familia de la mejor forma posible, me llevó
mucho tiempo por mi vida laboral y familiar y, por qué no decirlo, porque
dudaba de mí mismo, de mis capacidades. Como consideraba que era la historia
más importante que iba a contar nunca, quizá me cargué en exceso con la
responsabilidad. Al final salió, no sé si en buen o mal momento, si ha tenido
más o menos repercusión, solo sé que me ha llevado a sitios donde no había
llegado.
Xosé Luís Méndez Ferrín decía hace unos meses en Luzes que ya no hay
grandes escritores gallegos en castellano, pero que hay dos tendencias muy
recientes: ignorar como escritores gallegos a aquellos que como tú reciben
galardones o tienen éxito con una obra traducida al castellano o a los
escritores que se pasan al castellano por ser directamente ignorados por el
sistema en Galicia.
Me imagino que estará pensando en Cela y en Torrente cuando habla de
grandes escritores. Puede que hoy no haya figuras equivalentes, pero el
panorama literario actual no es el mismo que cuando ellos publicaban. Extraer
esas conclusiones desde el presente cuando a lo mejor necesitarías el beneficio
de la perspectiva, a mí se me escapa por completo. Esto va por oleadas, hace
unos años Manuel Rivas y Suso de Toro eran prácticamente los únicos escritores
gallegos que se conocían fuera de Galicia, pero ahora también se habla de Berta
Dávila, de Ledicia Costas, de Pedro Feijoo… autores que escriben en gallego,
tienen reconocimiento en Galicia y una proyección fuera gracias a las
traducciones en castellano de sus libros. Para una lengua como el gallego ese
tipo de activos son siempre beneficiosos.
Estamos en una posición en la que nos interesa sumar. Los escritores
gallegos que escriben directamente en castellano y su obra tiene que ver con
Galicia a mí también me interesan. El hecho de elegir otra lengua para
expresarse entra dentro del terreno de la libertad creativa individual del
autor. No se me ocurriría por nada del mundo afeárselo. Luego, para tener
repercusión fuera, hay una serie de dinámicas que nada tienen que ver con el
acto de crear, sino con la editorial en la que publicas, el medio en el que
caes en gracia, tu capacidad para seducir, tu discurso…
Sobre la escena literaria gallega, dicen las malas lenguas que hay
tantos premios y tan pocos autores que con un simple cálculo se ve que cada
autor acabará ganándolos todos. Tú vas a premio por libro, por cierto….
No sé si has escuchado el dicho este de que cuando coinciden un
periodista y un dato, siempre hay un error. Con los números en la mano,
veríamos que hay muchos premios, pero muchos más autores. También hay otro
dicho malintencionado, que en Galicia se publican más libros de poesía que
poetas, lo que demuestra, por las ventas, que los poetas no se leen entre
ellos.
Es cierto que a veces se dice que el sistema de premios en Galicia
replica el famoso minifundio del campo. Hay muchos premios, algunos simbólicos.
Esto hace pensar que para algunos la forma más rápida de figurar sea crear un
premio. Se compra una figura de Sargadelos para entregar y ya está, pero, por
otro lado, los premios son una forma de dar estabilidad económica a los que se
dedican a esta actividad y permite su profesionalización. Puede que a veces
eches en falta imaginación, que hubiera premios en los que se hubiera dedicado
más tiempo a pensar en su sentido, no tantos y tan poco dotados, pero yo soy
muy diplomático, si alguien te reconoce y te quiere dar un premio, también es
bonito y hay que corresponder esa amabilidad. Además, mucho escritor necesita
el dinero y a lo mejor mil o tres mil euros de un pequeño premio le van a
ayudar a tirar hacia delante.
Aún así, creo que en Galicia se publica mucho sin premio, pero lo
cierto es que un libro en gallego aguantará más en un escaparate si tiene el
respaldo de un premio, aunque sea pequeño. Es una debilidad que tenemos, para
mantener un mínimo de apariencia de profesionalidad, dependemos de los premios
y de la capacidad de prescripción del sistema educativo.
Pero no te creas, también se dice sobre toda España que hay más
escritores que lectores, pero más editoriales que escritores…
Sí, pero lo que se ha llamado bibliodiversidad creo que es importante.
Gracias a eso se están publicando títulos de autores que de otra forma habría
sido imposible. Es cierto que hoy la tecnología permite abaratar gastos, como
en el punk. Puede que les cueste luego llegar al lector, pero hay ejemplos de
editoriales que trabajan conjuntamente en coediciones o en red y crean foros
para compartir sus problemas y recursos. Una especie de cooperativismo
editorial, mantienen su identidad y trabajan conjuntamente. Creo que es una
lección bonita y beneficiosa por lo que logran hacer llegar a las mesas de
novedades.
También has trabajado como traductor, incluso has llegado a entablar
amistad con algún autor, con Julian Barnes, concretamente, que no parece muy
fácil de conseguir.
Traduje al gallego Arthur and George y El sentido de un final y la
verdad es que la relación empezó por ahí. Al traducir el primero le planteé una
serie de dudas y mantuvimos el contacto y tenemos una relación que ha ido
profundizando en el tiempo. Ahora nos consideramos amigos. Tenemos puntos en
común, gustos literarios que nos aproximan. A él le interesa mucho la cocina,
que a mí también me atrae. Mantenemos un contacto fluido y regular, cuando voy
a Londres solemos comer juntos. Para mí es muy importante esa amistad, es un
escritor al que admiro, no creo que se me haya pegado nada de su talento
traduciéndole, pero modestamente sí que he podido aprender algo.
Estuve en la cena de su 70 cumpleaños que fue muy simbólica porque fue
en la que se celebró el referéndum del Brexit. Estábamos algunos de sus
traductores, sus editores, una representación nutrida de la edición europea, de
búlgaros a Jorge Herralde, y el encuentro estaba cargado de significado porque
no sabíamos que Reino Unido estaba a punto de separarse de Europa. Había un
moderado optimismo, pero Julian avisó que no nos confiásemos porque no estaba
ni mucho menos decidido.
Creo que la traducción es muy importante para todo autor. Es la forma
más lenta de la que puedes leer un libro, la más detallada y demorada. Ves cómo
funciona y puedes recomponer todas esas piezas en otra lengua siendo fiel al
espíritu de la obra. Quieras o no es un buen ejercicio como también lo es el
periodismo.
Como periodista de cultura qué márgenes de libertad tenías.
Como siempre he trabajado en el mismo medio no tengo posibilidad de
comparar. Creo que todos en nuestro trabajo aspiramos a una satisfacción
completa a la que nunca llegamos. Supongo que esto pasa en el periodismo, pero
también en la sanidad o en cualquier trabajo. Las propuestas que yo puedo hacer
en el periódico a veces no han tenido encaje, pero por muy diversos motivos. Me
podían decir que no lo veían porque era muy minoritario. Hay muchos factores,
sobre todo los intereses de tu público. Siempre he trabajado en prensa
generalista, que la leen tanto catedráticos como gente con una formación
básica. Tan válida me parece la lectura de uno como la de otra, yo lo que hago
es responder a los intereses de uno y de otro. Esto no es fácil y acota tu
campo de trabajo y tu capacidad de expresión.
También hay otra forma de verlo, a veces pones mucho empeño en un tema
determinado porque crees que es maravilloso y le va a interesar a mucha gente y
tiene un eco menor que el que esperabas. Esto lo puedes ver con las
herramientas que hay para medir el tráfico en la web. Trabajas con la libertad
de la gente que te lee y a veces hay un desajuste entre tus expectativas y lo
que le interesa a los lectores, sobre todo en el tema cultural, que siempre
tendrá menos repercusión que el deporte, la política o la economía. Sin
embargo, a veces te llega a alguien a darte las gracias por haber reseñado un
libro que no conocía, que se lo ha comprado y le ha encantado. Esto me ha
pasado con Anne Sexton, por ejemplo. Ahí te sientes muy reconfortado al haber
aplicado un pequeño grano de arena que ha hecho que la vida de esa persona se
enriquezca de alguna manera. Porque tú no trabajas para los autores, sino para
el público.
Xesús Fraga
EN EL DIARIO.ES
La historia de las voces bajas de la emigración gallega que le valió a
Xesús Fraga el Premio Nacional de Narrativa
'Virtudes (y misterios)' es la emocionante narración de las
experiencias de la familia del escritor, marcadas por la busca de una vida
mejor en otros países
— Xesús Fraga, galardonado con el Premio Nacional de Narrativa 2021
La habitación de Virtudes en Kensington Square era rectangular. Tres
metros de ancho por cuatro de largo. Dentro, una cama, una mesa de noche, un
viejo armario, una mesa redonda, una cocina portátil. Fuera, la inconmensurable
ciudad de Londres, donde fue a parar en 1961, emigrada desde su Betanzos natal.
Tenía 27 años, tres hijas que quedaron en Galicia y un hombre que había
marchado a Venezuela y del que apenas volvió a saber. Su historia, una entre
las del medio millón de gallegas y gallegos que pusieron rumbo a Europa entre
1951 y 1975 en busca de una vida mejor, es la historia de Virtudes (y
misterios) (Galaxia en el gallego original, Xórdica en castellano, 2020), la
novela con la que Xesús Fraga (Londres, 1971) ganó el último Premio Nacional de
Narrativa concedido por el Ministerio de Cultura.
Virtudes pasó 30 años en Inglaterra. Sus compañeras, y también las
patronas con las que tropezó, la rebautizaron: Betty. A ella, que había nacido
en una aldea de As Mariñas siete años antes de que se proclamara la II
República y había recogido lúpulo, oficiado de lavandera en el monumental
lavadero del río Mendo, embutido chorizos en el matadero de Montellos, dado
forma a la leche cuajada para elaborar quesos de bola, servido como camarera en
la cantina de la estación de tren. Siempre en Betanzos, lo que fuese necesario
para sacar adelante a las tres niñas que había tenido con el zapatero
Marcelino, quien en 1955 zarpara en dirección a uno de los presuntos Eldorados
de la emigración gallega, Venezuela.
“Son ya cuatro años en Venezuela, de sobra para confirmar que las
promesas de riqueza fácil eran solo eso, promesas cuya solidez desapareció en
cuanto puso pie en tierra”, escribe Fraga, periodista de profesión en La Voz de
Galicia y de cuyas herramientas –entrevista, multiperspectivismo, contraste de
fuentes, documentación, hemeroteca– se vale para trazar un libro que es además
la comprobación de su memoria. Porque la primera persona es el nudo en que
convergen las 362 páginas de la obra, un estudio literario sobre el trabajo y
la otra historia de Galicia. Al fin y al cabo, la de las voces bajas que
reivindicaba el indio Ranahit Guha: “Si las voces bajas de la historia han de
ser escuchadas […] eso solo se logrará interrumpiendo el hilo de la versión
dominante, rompiendo su argumento y enredando su trama”. Guha, que aún vive y
se encuentra a dos años de cumplir un siglo, reclamaba cortocircuitar la
“narratología burguesa” de la historia. Algo así consigue Fraga al disponer la
mirada doble la propia familia y contar la existencia de aquellos que subsisten
gracias a sus manos, nunca al trabajo ajeno. Las víctimas de la división
internacional del trabajo y el combustible con el que creció la Europa de los
Treinta Gloriosos. A la vez, expone un léxico familiar con aires de Natalia
Ginzburg: “Hay más en la olla” como divisa de quien conoció el hambre y vivió
al borde de ella.
Pero antes habían sucedido otros episodios. Su abuelo Marcelino había
atravesado el océano y había dejado atrás la familia. Nunca envió dinero. Había
ido espaciando la correspondencia y solo remitido algunas fotos, incluidas en
Virtudes (y misterios) como una pieza más de la narración, que mostraban
seriedad y un inédito bigote. El silencio se hizo total. El abandono se
consumó. Es entonces cuando Virtudes cambia la brújula y, descartada la idea de
viajar ella misma a Venezuela para reunirse con un hombre que ya no respondía a
sus cartas –el fantasma de que Marcelino había fundado otra familia en el
trópico la amenazaba–, coloca proa al norte. Parte hacia Londres, vía puerto de
Southampton, aconsejada por una vecina que había hecho lo mismo tiempo antes. La
emigración gallega a Europa, acontecida mayormente en los 60 y 70 del pasado
siglo, apenas estaba narrada. El propio Xesús Fraga lo había ensayado en un
volumen de relatos, A-Z (Xerais, 2003) y Xohana Torres, cuya poesía se
encuentra entre las cumbres de la literatura gallega contemporánea, en su única
novela, Adiós, María (1971). No mucho más.
Virtudes (y remedios) se adentra en ese territorio con una prosa clara
y una arquitectura bien trabada, en que la linealidad temporal es saboteada
pero sin que la lectora pierda pie. En la experiencia de Virtudes en Londres,
con todo, también se adivinan las diferencias entre las migraciones a América y
la Europa. Mientras las trabajadoras y trabajadores que embarcaban hacia
Argentina, Venezuela, Cuba o Brasil –millones de gallegos desde el siglo XIX–
perdían a menudo el contacto con el país natal, los que contribuyeron a la
acumulación de capital en la Europa central y del norte sí viajaban
periódicamente a Galicia. Fue el caso de la abuela del autor, cuyas travesías
entre las islas británicas y su Betanzos fueron constantes. Entre otras
razones, porque las hijas habían quedado en el pueblo a cargo de su madre. Una
de ellas fue Isabel, cuyo hijo es Fraga.
La trama del libro, que es la trama de las vidas de la clase
trabajadora gallega en los años de la paradójica eclosión económica de la
dictadura franquista, se va desplegando al tiempo que la descendencia de
Virtudes va construyendo sus propios caminos. Isabel marcha con su madre al
cumplir 18 años, vuelve a Galicia dos años después, conoce a su marido en
Betanzos y en 1970 la pareja regresa a Londres. El trabajo sigue siendo la
columna vertebral. Jornadas interminables, empleos múltiples –el padre de Fraga,
Tito, albañil; la madre, de vuelta en Galicia, profesora particular de inglés–,
y en el caso de Isabel una ansia por la cultura que, de alguna manera, recuerda
los obreros de La estética de la resistencia de Peter Weiss: el conocimiento
del arte y la literatura alimentará la liberación. O, por lo menos, a la
ampliación de los horizontes vitales. Pero en Virtudes (y misterios) no hay
mirada programática, lo que se cuenta es una historia, emocionante y a ras de
suelo, con esa “sensación contenida de desespero y determinación en la voz de
las mujeres” que Ranahit Guha echaba a faltar en la historia oficial, en su
caso de un levantamiento campesino en Telangana (India).
“A los sesenta no recibió la jubilación como una oportunidad para
descansar o dar por concluidos sus años londinenses, sino que celebró el poder
dedicarse por completo a sus clientes particulares”, cuenta Xesús Fraga sobre
su abuela Virtudes en las primeras páginas, “la impulsaba una voluntad de
hierro, el trazo que, junto con el mal genio –trazos emparentados–, mejor la
definía ante los demás, asombrados por su fuego inextinguible”. Porque es sobre
esa voluntad de hierro, ese fuego inextinguible, que informa las migraciones,
sobre lo que trata también, y quizás nuclearmente, Virtudes (y misterios).
Galicia
ESTE PERIODISTA ES AUTOR DE LA NOVELA ‘VIRTUDES (E MISTERIOS)’, PREMIO
BLANCO AMOR
Xesús Fraga: “Me gustaría que el libro fuera un homenaje a mi abuela y
a los emigrantes que pasaron dificultades”
‘Virtudes (e misterios)’, de editorial Galaxia, es la nueva novela de
Xesús Fraga. Escrita en gallego, al igual que sus anteriores creaciones
literarias, el pasado noviembre se hizo con el Premio Blanco Amor de Novela
2019 y recientemente fue presentada en la Diputación de Ourense y en el Liceo.
El confinamiento por el coronavirus obligó a posponer otros actos previstos.
“Me gustaría que el libro fuera un homenaje a mi abuela y a los emigrantes que
pasaron dificultades”, dice.
ELENA FERNÁNDEZ, VIGO
25/03/20 - 18:57
Poco hay tan identitario de Galicia como su lengua y su diáspora. Con
‘Virtudes (e misterios)’, un libro sobre la emigración y escrito en gallego, se
adentra el periodista Xesús Fraga en ese mágico, a la vez que traumático, mundo
de los expatriados. Una experiencia que le tocó vivir muy de cerca, incluso
como protagonista, y de la que entresaca aspectos positivos a la vez que
negativos. Con ella se hizo merecedor del Premio Blanco Amor de Novela 2019,
que le comporta una responsabilidad añadida: la de ver su nombre unido al de
tan insigne figura de las letras gallegas. La entrevista nos deja dos
sensaciones: un profundo cariño hacia Virtudes, en la que todos podemos ver
reflejadas en algo a nuestras abuelas, y un desasosiego: qué se esconde detrás
de ese abuelo. La historia quizá tenga continuidad en otro libro.
‘Virtudes (e misterios)’, de editorial Galaxia, obtuvo el Blanco Amor
el pasado noviembre y recientemente fue presentada por su autor en la
Diputación de Ourense y en el Liceo. El confinamiento por el coronavirus obligó
a posponer otros actos previstos. La versión en castellano, programada para
mayo o junio, espera en la editorial zaragozana Xordica a que pase la pandemia.
“Ahora imagino que también se retrasará”, asegura el autor.
Pregunta. ¿Qué fue lo que le motivó a escribir esta novela?
Respuesta. Yo nací en Londres y viví allí los primeros cinco años de mi
vida. Luego volví con mis padres para Betanzos, de donde es originaria mi
familia. Durante todo ese tiempo, viví entre la cultura española y la
británica. Mi madre hablaba en inglés, tenía muchos libros en inglés, mis
referentes y personajes eran también de la cultura británica, y como muchos
niños, hijos de emigrantes, fui creciendo entre dos culturas. La diferencia es
que, muchas veces, los hijos de emigrantes crecen en el país de acogida y
mantienen la cultura de los padres, en cambio, yo estaba otra vez de vuelta en
el país de mis padres, pero seguía en contacto con el país donde se
desarrollara la emigración. Ayudó el hecho de que mi abuela siguió viviendo en
Londres mucho tiempo.
Todas esas circunstancias influyeron o moldearon mi biografía, y ese
era el material con el que quería trabajar. Tratar de ver cómo la emigración
fue tan decisiva para mucha gente, a nivel general e individual; cómo influye
en lo que te conviertes, en tus referencias, en sus experiencias, en los
lugares que visitas. Todo eso influye en tu biografía y esa fue la motivación
última de tratar ese material desde el punto de vista literario.
P. Cuéntenos la historia. ¿Por qué emigró la abuela?
R. Mi abuela se vio obligada a emigrar porque su marido, que había
emigrado a Venezuela, no enviaba dinero, no quería volver ni tampoco que ella
se fuera para allá a reunirse con él. Ella trató de explicarle todo lo que
trabajaba, y que no le daba el dinero para mantener a tres hijas, a una madre y
pagar una casa alquilada... Llegó un momento en que perdieron la comunicación.
P. ¿Cómo le fue a Virtudes como emigrante en Londres? Hablamos de
una mujer sola en aquellos tiempos en una gran ciudad. ¿Cómo consiguió salir
adelante?
R. Mi abuela, como muchas otras mujeres de su generación, casi no tuvo
formación, ni escolarización, digamos que fue a la escuela lo básico, y tuvo
que ponerse a trabajar para ayudar a la familia. Se casó muy joven, con 19
años, y enseguida llegaron las tres hijas, mi madre y mis tías. Emigró ella
sola, las hijas quedaron con la abuela, o sea con mi bisabuela.
Fue una vecina con la que se cruzó en el camino la que le habló de otra
vecina que había emigrado a Londres. Por aquel momento era cuando empezaba la
emigración a Europa, y ella estaba tan desesperada que se fue para allá. En
aquellos años del franquismo las mujeres no podían tener un pasaporte sin
autorización del marido. Así que, con la ayuda de un funcionario, hubo que
falsificar, o ‘amañar’, los papeles para que pudiese salir. Se puso a trabajar
con una familia, pero al principio fue nefasto. Trabajaba muchísimo, pero la
señora de la casa era muy egoísta con las raciones. Entre el muchísimo trabajo
y la malnutrición, empezó a adelgazar. Hasta que un día, en misa, otras
emigrantes la vieron, hablaron con el cura y la sacaron de allí. Le buscaron
trabajo en un hospital que regentaban unas monjas, pero, cuando llegó, la
tuvieron en cama tres semanas para que se recuperase de la situación de
debilidad en la que se encontraba. Luego empezó a trabajar en una residencia
para enfermeras, en la limpieza y cocinando, y en un hospital. Al mismo tiempo
también tenía otros trabajos por su cuenta, limpiando oficinas o domicilios
privados. Eso le permitió convertirse en la proveedora de la familia.
La separación fue muy dura, tanto la del hombre como la de las hijas,
que también fue muy traumático. Pero ella pensó que si todo ese sacrificio
podía tener algún sentido era para que a su familia no le faltase de nada. Todo
el dinero que ganaba allá iba destinado a ese fin, a asegurarse de que a la
familia le fuese bien. Empezó a mandar muchas cosas, como hacían otros
emigrantes: ropa, objetos necesarios para uso doméstico, todo tipo de comidas
exóticas que había en Inglaterra…, y consiguió comprar una casa propia y que
mis tías y mi madre pudieran estudiar. Yo y mis primas somos la primera
generación de la familia que hemos ido a la universidad y soy consciente de
que, en buena medida, debemos ese privilegio al esfuerzo que hicieron tanto mi
madre como mi abuela.
Los inicios fueron muy duros, pero cumplió su propósito, que fue el de
suplir ese vacío que dejó el marido, tanto emocionalmente como en la familia.
P. ¿‘Virtudes (e misterios)’ pretende ser pues un homenaje a esa
abuela?
R. Sí, desde luego. Para mí la heroína en la vida real fue mi abuela.
Además del sacrificio que hizo y de la generosidad, tenía un humor genial,
podía ser muy brusca y muy arisca, porque tenía un genio muy fuerte, pero al
mismo tiempo era cariñosa y tenía muchísimo humor. Era uno de esos personajes
que supera la ficción. Yo siempre me sentí muy unido a ella, un poco también
porque yo estaba creciendo en ese contexto de la cultura británica y ella
estaba allá. Podíamos visitarla, nos acogía en su casa. Cuando llegué a la
adolescencia comencé a viajar yo solo a Londres. Me alojaba en su vivienda, un
cuarto pequeño que compartíamos, y recuerdo que ella me daba mucha libertad. Yo
andaba por Londres haciendo mis cosas y viendo a mis amigos, pero también
estaba tiempo con ella. Iba a limpiar casas u oficinas con ella y desarrollamos
una relación muy entrañable y muy próxima. Me gustaría que el libro, que es un
libro difícil y complejo, con muchas emociones y que me supuso un esfuerzo por
condensar la historia de mi familia, fuera entendido como un homenaje a ella y
al resto de las personas que en algún momento tuvieron que emigrar y que
pasaron por esas dificultades y emociones por las que pasó ella.
P. ¿Estamos pues ante un libro biográfico o autobiográfico?
R. La idea es hacer una novela sin ficciones, una novela de hechos
reales. Está tratado como una novela, como una pieza literaria, pero el
material es biográfico y autobiográfico. Además, me interesaba no solo contar
el punto de vista de los emigrantes, que creo que ya hay bastantes libros que
hablan de eso, sino cómo se ve este fenómeno desde la óptica de un niño,
observando a sus padres, a su familia. Ese crecer entre la cultura del país
emigrante y la cultura propia y cómo a veces se dan desajustes, pero también se
dan ventajas, como el poder vivir a caballo entre dos culturas. Quería destacar
ese punto de vista.
P. Por lo que cuenta, años después de recalar en Londres, Virtudes
vivía en una habitación. ¿No le daba el dinero para más, o todo lo que tenía lo
quería enviar a Galicia?
R. Ella lo que prefería era sacrificarse en su bienestar material a
cambio de poder seguir enviando cosas para la familia. No reservaba
absolutamente nada para ella. Todo lo que hacía, como las visitas a los
mercados, era para comprar cosas para las hijas, para la madre, para las
hermanas, para los nietos. Poco para ella, o nada, y todo para los demás. En
ese sentido, yo enmarco también su vivienda. Seguramente pensaría que para ella
le llegaría y que a cambio podía disponer de más dinero para seguir ayudando a
los demás.
P. En ese ir y venir de Londres del que habla, ¿nunca tuvo la
intención de quedarse a vivir allí?
R. Esa es una pregunta que me hice muchas veces. Cuando nos volvimos,
no era consciente de lo que estaba pasando. Una vez en España, cuando se desató
la crisis de los 70, mi padre no encontraba empleo, y ambos pensaron en volver
a Inglaterra, pero ya estaba Margaret Thatcher como primera ministra y en el
país empezaba el desmantelamiento del estado del bienestar, que significó que
muchos de esos trabajos que hacían los emigrantes desaparecieran. Al final, se
quedaron, pero yo siempre me hice esa pregunta: qué tipo de vida habría llevado
de haberme quedado en Inglaterra, qué tipo de amigos tendría, qué tipo de
gustos, de aficiones, de trabajo. Ahora soy periodista, pero de haberme quedado
allá no sé por qué hubiera optado. La literatura te permite explorar o
investigar en esa vida que pudiste llevar y no llevaste. De hecho, cuando
finalicé la carrera, durante un tiempo, estuve pensando en ir a Londres y hacer
vida allí, pero me ofrecieron prácticas en Radio Voz y acabé con un contrato
indefinido en el periódico ‘La Voz de Galicia’. Pero no descarto, como uno de
esos sueños, una de esas aspiraciones que algún día podrías llegar a cumplir,
el volver a ese lugar. No sé si es atraído por el hecho de haber nacido en él o
por otras implicaciones biográficas o culturales, pero siempre hay esa pulsión.
Creo que, de momento, resuelvo con la idea de que puedo estar con un pie en un
lugar y en otro, a lo mejor no físicamente, pero mantengo el contacto con
Londres, leo periódicos, traduzco libros de autores británicos, me gusta la
comida inglesa… Ese crecer entre las dos culturas sigue presente en mi vida
actual.
P. Y en ese sueño, ¿siempre aparece Londres como lugar de
referencia? ¿No piensa en recalar en otro país de Europa o del mundo para poder
saber cómo es la vida en esos lugares?
R. Sí, sí. Yo no soy un viajante consumado, pero conocí otros sitios:
Tánger, Praga, Polonia, Alemania… Pero no es lo mismo viajar por conocer, por
ampliar horizontes, que ir a Londres, que es como regresar a un lugar que
también forma parte de tu vida y con el que tienes un vínculo íntimo. Durante
el tiempo que vivió allá mi abuela, era como volver a casa. Yo llegaba e
inmediatamente recuperaba mi rutina; me sentía bien, cómodo y a gusto. Ahora
que voy con mi familia, con mi mujer y mis hijos, hay una parte turística, pero
sigue habiendo ese volver al lugar donde naciste y donde viviste los primeros
años de tu vida. Digamos que tiene una connotación diferente de cuando viajas a
lugares que a lo mejor, como es el caso de Nueva York, conoces mucho por el cine,
por la música y por la literatura, pero que tienen un componente de
descubrimiento que hace que sea una viaje con otras características. Eso no
quiere decir que cuando vas a Londres todo sea sabido o conocido, porque
siempre estás descubriendo cosas nuevas. Es una ciudad infinita. Los que viven
allí saben que hay muchos Londres dentro de la ciudad y que abarcarlos todos es
imposible.
P. Visto desde la distancia, como hijo de emigrantes, ¿qué cree que
le aportó la emigración a título individual y también a su familia?
R. Fue decisivo. En el lado bueno, le permitió a mi abuela poder
mantener y darle oportunidades a una familia que, de otro modo, no serían
posibles. Mi madre, que siempre quiso ser maestra y que aquí en Galicia no pudo
estudiar, una vez en Londres, aprendió el idioma y cuando volvió pudo dar
clases particulares en su casa. De alguna forma, el idioma que le dio la
emigración le permitió cumplir con su vocación. En mi caso, gracias a eso puedo
traducir y comunicarme en ese idioma. Por otra, mi madre tenía clarísimo que
una ciudad como Londres le ofrecía muchas llaves en el mundo de la cultura para
su crecimiento personal y profesional; las de todas esas puertas que abre el
estar con culturas de otro mundo, que son importantes y que te abren la mente.
La emigración te puede dar unas oportunidades laborales y un bienestar material
que, por las circunstancias que sean, tu país no te puede dar, como le está
pasando a muchos jóvenes hoy en día, que son una generación muy preparada pero
que aquí no encuentra empleos aceptables y tienen que seguir emigrando. Por
otro lado, también hay una connotación negativa, que es el hecho de la
separación. En este caso, no podemos olvidar que son situaciones dolorosas y
tristes, y que de algún modo acaban por influir en tu personalidad.
P. Puesto que hace referencia a esos jóvenes que tienen que dejar
Galicia para abrirse camino fuera, ¿qué siente cuando oye hablar de ejemplos
concretos?
R. Yo tengo una relación conflictiva con eso. Por una parte, pienso que
es bueno viajar, conocer otros lugares, poder trabajar en otros contextos.
Digamos que ese intercambio de ideas y de iniciativas al final enriquece, y
creo también que esas circunstancias producen un retorno beneficioso para la
sociedad, como la aportación de los emigrantes americanos, que luego hacían
casas de indianos y escuelas –en Betanzos tenemos los ejemplos de los hermanos
García Naveira, que hicieron escuelas como en la que estudié yo o mis padres– o
asilos, o lavaderos. Todas las iniciativas de tipo social que pusieron en
marcha los emigrantes conforman un retorno positivo para su sociedad, así como
las ideas muchas veces innovadoras que traen consigo. Lo que me da pena es que
esa situación se prolongue durante mucho tiempo. Gente muy buena, formada y con
talento, está bien que esté en el mundo, pero todo lo que ello pueda dar de
positivo siento que muchas veces no se esté aprovechando aquí.
P. Para tratar de revertir esa situación a la que hace referencia,
la Administración gallega está poniendo en marcha programas de retorno con
incentivos para la creación de empresas y concede becas (BEME) a jóvenes
talentos de la emigración gallega para que desarrollen su futuro profesional en
Galicia. ¿Cómo lo valora? ¿Piensa que una iniciativa de estas características
puede dar los frutos esperados?
R. No conozco con detalle esos programas, no fui beneficiario de ellos
ni conozco a nadie que directamente tenga esa experiencia, pero creo que todas
las iniciativas que contribuyan a aprovechar el potencial de la gente que está
emigrada, que pueda contribuir al desarrollo del país, me parece bueno. Creo
que hay muchos gallegos repartidos por el mundo que pueden aportar mucho a
Galicia. Y canalizar eso me parece importante, sobre todo desde la evidencia y
la realidad de que la emigración históricamente tuvo un peso importante para
nosotros y para el país, y que sigue siendo una realidad por los descendientes
de emigrantes. Así que darle la espalda a esa realidad, o ignorarla, o no
tratar de buscar los puntos positivos que tiene me parecería un error. Las iniciativas
que se puedan dar me parecen muy interesantes.
P. Volviendo al libro. La foto de portada muestra a una señora con
dos chicas. ¿Es una foto familiar?
R. Sí, la persona que ocupa el protagonismo es mi abuela, acompañada de
mi madre y una de mis tías. La foto se la envió mi abuela al abuelo cuando
emigró, algo que se hacía con frecuencia. En las cartas iban imágenes que eran
una prueba de cómo iba creciendo y evolucionando la familia. Es un testimonio
gráfico y directo de lo que supuso la marcha del abuelo. En sus rostros se
puede interpretar cómo están viviendo la situación, porque para ellas fue muy
dura.
P. La novela le valió obtener el premio Blanco Amor 2019. ¿Qué
supone para usted este premio? ¿Qué le sugiere la figura de Blanco Amor?
R. Para mí fue importante, porque fue un libro en el que estuve
trabajando muchos años y lo rehice varias veces. Tuve que confrontar cómo
quería contar esa historia. Fue un proceso que tuvo muchas dudas, muchas
incertidumbres, y tuve que tirar muchas páginas a la papelera. Cuando acabé y
lo mandé fue como un mensaje tirado al mar. Pero el hecho de que al final
obtuviera el premio, es una confirmación de que esa decisión y que la forma de
contar la historia fue la correcta. O que por lo menos convenció al jurado.
Respecto a Blanco Amor, es una figura referencial para la literatura gallega.
Él también fue emigrante y conoció esa realidad. La calidad de su obra es
indiscutible. ‘A esmorga’, ‘Os biobardos’, ‘La Catedral y el niño’, son libros
maravillosos de Blanco Amor y para mí es una responsabilidad añadida el que, a
través del premio, mi nombre tenga un vínculo, aunque sea mínimo, con esta
figura.
‘Virtudes (e misterios)’ é, cando menos, unha desas novelas peculiares
nas que a ficción parece deixarlle paso ao relato veraz e contrastado sen por
iso perder a súa capacidade de entretemento que é, á postre, unha das
finalidades de calquera novela. Esa mistura entre realidade e ficción, aínda
que sería máis correcto falar de “realidade ficcionada”, valeulle a Xesús Fraga
a concesión dun premio da categoría do Blanco Amor. E iso xa é dicir moito.
A pesar do título, que parece centrar a nosa atención nun dos
personaxes principais da trama, a avoa do protagonista, o certo é que a
historia esténdese ao longo de tres xeracións dunha mesma familia que se viron
marcadas por un elemento común: a emigración. De primeiras, por parte dun avó
que marcha a Venezuela e que desaparece por completo das súas vidas; despois,
por parte da súa dona, Virtudes, que ve en Londres a mellor oportunidade de
progreso e de alicerzar un futuro que se lle escapa no entorno inmediato. Máis
tarde, Virtudes verase acompañada pola súa filla maior e, co tempo, verá nacer
ao seu neto, o relator da historia, á beira do Támesis. Asistimos, xa que logo,
a toda unha saga familiar que se espalla ao longo da segunda metade do século
pasado e os primeiros anos do actual, e que mesmo garda para o final unha
sorpresa que, de non ser pola veracidade dos feitos, mesmo parecería algo
novelesca de máis.
Destacaría dous elementos que considero esenciais dentro da trama. O
primeiro é o papel da muller galega como verdadeiro celme familiar. A cotío
vémolo dende a perspectiva das “viúvas de homes vivos”, que dicía Rosalía; aquí
vémolo ademais, dende o outro lado. A afouteza de Virtudes e de Isabel, a súa
filla, soportan o peso da narración con resignación e bravura. O segundo sería
a evolución da sociedade betanceira en todo este tempo; a bisbarra da Cidade
dos Cabaleiros e, en menor escala, A Coruña, son o centro neurálxico no que as
personaxes desenvolven as súas vidas. Mesmo no que lle dan pulo ás súas arelas,
incluso cando estas se perfilan dende alén da fronteira. O retorno ás veces
soñado, que se pode transformar nunha realidade moi distinta da imaxinada,
debúxase a través do contraste entre as dúas sociedades, a británica e máis a
betanceira, con meridiana claridade.
Nesta novela, que mesmo poderiamos chamar hiperrealista, o que fai o
autor vén sendo, no fondo, un recoñecemento a ese enorme corpus de familias
galegas que comparten algunha galla na emigración, centrándose na que mellor
coñece, a europea. Pero Xesús Fraga, amais de escritor e tradutor, é tamén
xornalista. E iso déixase notar dunha maneira moi clara ao longo de todo o
relato. Esa linguaxe directa e sen adobíos, ese coidado polos detalles máis
nimios, esa visión global aínda falando de miudezas, ese xeito de enfatizar e
contrastar os datos, denotan un amplo dominio dos recursos xornalísticos ata o
punto de que poderiamos considerar o libro coma unha longuísima reportaxe. E a
pesar das grandes diferencias que hai entre ambas as dúas linguaxes, a
literaria e a puramente informativa, consegue acadar un equilibrio que non
sempre é doado e co que fai da lectura algo ameno e, por momentos,
transcendente.
NARRATIVA. 'ARTES & LETRAS'
La estirpe de emigrantes y sus enigmas de Xesús Fraga
La editorial zaragozana Xordica publica la novela familiar 'Virtudes (y
sus misterios)' del escritor, traductor y periodista de 'La Voz de Galicia'
ANTÓN CASTRO
NOTICIA
JUEVES, 19 NOVIEMBRE 2020, 08:18
Xesús Fraga publica en Xordica la historia de su familia.La edición tan
cuidada de Xordica, con portada de Alberto Gamón.Xordica.
La emigración es una constante en la narrativa gallega del siglo XIX y
XX, desde Castelao, Dieste o Xavier Alcalá, y también asoma a la literatura del
siglo en algunos contadores de historias. Uno de ellos, quizá de los más
persistentes, es el periodista y escritor Xesús Fraga (Londres, 1971). Lo había
hecho en ‘Galegos en Londres’ y lo ha vuelto a hacer, con otra intensidad y
ambición, en la que ya puede considerarse la novela de su familia y de su
existencia: ‘Virtudes (y otros misterios)’. La edición original del libro en
gallego mereció el premio Blanco Amor de novela en 2019; ahora, Xordica, en
versión y recreación del autor, la incorpora a su catálogo. Chusé Raúl Usón es
muy fiel a sus autores de cabecera –José Luis Melero, Fernando Sanmartín,
Severino Pallaruelo, Ismael Grasa, Cristina Grande y Chesús Yuste– pero también
sabe mirar las periferias: edita al asturiano Xuan Bello, al vasco Bernardo
Atxaga y ahora a Xesús.
Xesús Fraga estaba obsesionado con la narración de su abuela Virtudes,
una mujer de carácter, con gran coraje y personalidad, que se puso el mundo por
montera; su marido Marcelino se marchó a mediados los años 50 a Venezuela –que
estaba de moda y lo estuvo muchos años: a Cela le encargaron ‘La catira’– y
anduvo por allá sin dar señales de vida: unas pocas cartas, nunca llegó nada de
dinero para colaborar en el mantenimiento de sus tres hijas, y luego un
silencio pesado. Años de plomo y suspicacia. Un sacerdote arrojó una sombra en
la familia: si no escribía era más que probable que tuviese otra familia, como
le sucedió al padre de María Moliner. Este relato en realidad, sería el segundo
capítulo del libro, porque el primero es la historia de Virtudes, en Londres,
yendo y viniendo a España y haciéndose un sitio, trabajando en diversas casas e
incluso en hospitales.
Xesús Fraga hace una reconstrucción minuciosa y detallada del carácter
de la abuela, de su forma de ver el mundo, de su sabiduría popular, de su
terquedad de Mamá Grande y de esa facilidad tan espontánea que tienen algunos
gallegos para adueñarse de la tierra extraña, sin dejar de tener melancolía o
morriña por la suya. El narrador también se suma al desarrollo de los hechos:
nació en Londres y vivió allí hasta 1976, y le sacó mucho partido. Era un
perfecto inglesito.
En la novela hay muchas cosas. Con una cierta libertad cronológica, el
escritor cuenta los orígenes de sus padres, su noviazgo y su marcha a Londres.
Allí, el padre, Antonio o Tony, alternó varios trabajos para sobrevivir con su
pasión por la historia y los museos, adonde solía llevar a su hijo único. La
historia de la madre, Isabel, es espléndida: como su madre Virtudes, era todo
determinación. Emprendedora, obstinada, con un sueño entre ceja y ceja. Quería
estudiar, y lo hizo al principio en varios colegios de monja, y quería ser
maestra. Aprendió a escribir a máquina e incluso llevó en sus primeros años de
casada en Londres un diario donde hablaba de la maternidad y de algunas rarezas
de su único hijo.
Lo que dicen las fotos
En 1976, la familia volvió a Galicia y se instaló en Betanzos. A partir
de ahí, aunque ya lo había ido haciendo, Fraga cuenta la vida campesina, las
romerías, las fiestas, indaga en los oficios y en los secretos de familia, que
era de entrada el origen o la pregunta que le llevó a investigar, hablar con la
parentela y vecinos, desempolvar un portentoso álbum de la memoria, que tiene
de todo desde una sólida construcción de los personajes y que contiene, como ha
escrito Martínez de Pisón, "una epopeya de mujeres".
El libro, sin perder nunca su condición de friso de familia, con todos
sus contextos y los enigmas a los que alude el título, incorpora una jugosa
colección de fotos, que Fraga detalla, y dialoga con ellas,, porque esas
instantáneas le dicen muchas cosas. "Empecé a escribir en busca de
respuestas y acabo sin ellas (…) Los misterios permanecen igual que las
virtudes de los que ya no nos acompañan", escribe Fraga, tras su viaje de
casi una década.
Nadie lo diría porque en su novela está todo: el éxodo, el amor a la
tierra y a la lengua, rasgos de carácter coral, crónicas de matrimonios,
incertidumbres, la dicotomía ciudad-campo y, también, también, un puñado de
entierros. Una novela estimulante que atrapa y emociona y que es una intensa
lección de vida y literatura.
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