miércoles, 1 de noviembre de 2023

NOS VEMOS EL MIÉRCOLES 8 DE NOVIEMBRE A LAS 18:30H PARA HABLAR DE IRENE SOLÀ Y SU NOVELA "CATO YO Y LA MONTAÑA BAILA"


ENTREVISTA DE ALOMA RODRÍGUEZ A IRENE SOLÀ EN LETRAS LIBRES

Entrevista con Irene Solà: “Me interesa el folclore y lo que cuenta de cómo hemos mirado el mundo como grupo”
La novela más reciente de la escritora explora la oscuridad como un lugar de placer y refugio.
Por Aloma Rodríguez
9 octubre 2023

Irene Solà (Malla, 1990) publica Te di ojos y miraste tinieblas (Anagrama, 2023), su primer libro tras el éxito de Canto yo y la montaña baila. Te di ojos… transcurre en un único día y en un único espacio, que a su vez contienen siglos y lugares, y recorre una saga de mujeres presuntamente malditas a partir de un primer pacto con el diablo, cuya ruptura habría generado una falta que van heredando. Solà estuvo en Zaragoza para presentar la novela. 

¿DE DÓNDE VIENE EL INTERÉS POR ESTA HISTORIA DE LA SAGA DE MUJERES QUE TIENEN EL PACTO CON EL DIABLO QUE SE VA HEREDANDO?

Hay una semilla en este libro, una cosa que yo vi muy desde el principio que estaría allí, que es este pacto con el diablo. La idea del pacto con el diablo, que es una premisa de cuento y está en muchísimos cuentos del folclore catalán, pero también en muchas otras culturas y muchos otros contextos. Y luego hay toda una serie de temas en el libro, que de alguna manera estructuran o me llevan a concretar ciertos personajes y todo un paisaje, y toda esta casa, este día, y todas estas mujeres que viven allí dentro. Trabajé mucho temas de brujería, temas sobre todo de procesos judiciales por brujería, en relación con Canto yo y la montaña baila. En el caso de esta novela creo que hay menos de eso, si bien sí que es verdad que hay el pacto con el diablo, y luego hay una mujer a la que se asesina supuestamente por bruja, por haber encantado unos cerdos de la familia. Lo que me lleva a esta estructura de mujeres dentro de esta casa son distintas reflexiones alrededor de la subjetividad, alrededor de la voz, alrededor de la no objetividad de la historia familiar, la no objetividad de la historia en mayúsculas, y toda una serie de preguntas que básicamente son: ¿Quién ha decidido que forma parte de la historia y que no? ¿La historia de quién forma parte de la historia y que no? ¿La historia de quién es relevante y la de quién no? ¿Quién ha escrito o quién ha decidido qué hechos son importantes y quién protagoniza estos hechos? Al ir haciéndome preguntas alrededor de todo esto, y al ir trabajando temas de subjetividad y perspectiva, voy llegando a esta historia que está protagonizada por aquellas que no han protagonizado la gran mayoría de hechos históricos en mayúsculas, pero tampoco la gran mayoría de historias en minúsculas, y ya no solamente es que sean mujeres, es que además son mujeres viejas, es que además son mujeres fuera del canon o supuestamente abyectas, es que además son mujeres muertas, y un poco por eso en esta novela en vez de irnos a vivir aventuras, irnos a ver el mundo, irnos a hacer guerras, pues nos quedamos en casa, y toda la novela sucede en esta casa, y no salimos de esta casa salvo en el recuerdo. Quería plantear la casa como este lugar al que históricamente se ha relegado a las mujeres. 

¿EN QUÉ MEDIDA HAY UNA VOLUNTAD DE CAPTAR, INCLUSO DE DOCUMENTAR, LEYENDAS, DICHOS POPULARES, TODO ESE GUSTO POR LA ORALIDAD? PERO TAMBIÉN RITOS, ES CASI UNA ESPECIE DE CATÁLOGO DE MITOLOGÍA PAGANA POPULAR.  

A mí me interesan mucho las historias en general, me interesa contar historias, pero me interesa mucho que me cuenten historias, y entender el mundo a través de qué historias contamos, y cómo las contamos, y qué perspectivas, qué ideas, qué preconcepciones del mundo están allí escondidas o detrás de estas historias. Este interés está allí desde siempre y en el caso concreto de esta novela, la semilla, que es el pacto con el diablo, tiene que ver con todo esto. A mí me interesan mucho el folclore, la narrativa oral, las canciones, las leyendas, y creo que dentro de estos productos culturales, o dentro del folclore, dentro de las leyendas, hay como una especie de ADN de quiénes hemos sido, y de cómo hemos mirado el mundo como grupo, y de cómo hemos intentado entenderlo, y de cómo lo hemos imaginado. Al imaginarlo y contarlo, también lo hemos manipulado, también lo hemos afectado, y esta manera de mirar el mundo ha ido sobreviviendo dentro de estas historias y ha ido pasando de generación en generación y ha llegado hasta nosotros. No es neutro, no es simple, al revés, es complicadísimo, está muy cargado de muchas cosas, de nuestras virtudes, pero también de nuestras complicaciones. Es un material muy interesante con el que reflexionar sobre qué hemos heredado y qué piedras cargamos en la mochila. A mí me interesa mucho usar este material y trabajar con este material desde la contemporaneidad. Por eso para mí era muy importante que esta novela, que juega con el folclore, que juega con la historia, y se va atrás y adelante en el tiempo más de 400 años, que pasara en la contemporaneidad. Lo que estamos reflexionando es desde el ahora, con una mirada contemporánea, con una mirada crítica, con una mirada feminista, ponle el nombre que quieras, pero es muy desde el ahora. 

¿ES IMPORTANTE PARA TI LA DOCUMENTACIÓN? 

Para mí el proceso de escritura tiene mucho que ver con el aprendizaje, con la curiosidad. Tengo formación como artista, estudié bellas artes, y mi sensación es que trabajo desde metodologías del arte contemporáneo, y eso para mí significa que el proceso es tan o más importante que el resultado final. Cuando empiezo, no decido qué novela voy a escribir, lo que yo empiezo haciendo es intentar entender qué me interesa, y a qué ideas, a qué conceptos y temas les quiero dedicar los próximos meses y años de mi vida. Es un ir tirando hilos muy diversos, muy distintos, que tienen que ver con documentarse, que tienen que ver con ir a archivos, que tienen que ver con leer mucho, que tienen que ver con ver infinitas horas de vídeos de Youtube, que tienen que ver con ir a conocer gente que es experta en ciertas cosas, o gente que sabe cosas que yo no sé. Para mí todo este proceso no está separado del proceso de escritura, no es como si primero investigo y cuando ya lo sé todo me pongo a escribir: no, para mí van muy juntos. Uso muy a menudo la metáfora de la piscina: construyo una piscina y la voy llenando de agua, el agua es todo esto, y cuando hay un poquito de agua me tiro y nado, y nadar es escribir, pero nunca dejo de meterle más agua a esta piscina, porque también el hecho de escribir te lleva a lugares que no sabías que estaban allí, y de repente tienes ganas o necesidad de explorar en más direcciones. Es muy orgánico pero sí, hay una parte que a mí me interesa muchísimo, que tiene mucho que ver con aprender, con hacer preguntas, y hacerte preguntas, y con pasarlo bien. 

EN TUS LIBROS HAY UNA VOLUNTAD DE DISOLVER LOS LÍMITES ENTRE LO HUMANO Y TODO LO DEMÁS. POR EJEMPLO, EN ESTE LIBRO HAY MUCHAS ESCENAS DE SEXO ENTRE ANIMALES, TRATADO COMO SE TRATARÍA EL SEXO ENTRE HUMANOS. 

En este libro hay un personaje, Blanca, que está obsesionada con mirar y a través de sus ojos se nos van describiendo esto que tú dices: animales copulando. Estos gestos me permiten reflexionar sobre temas diversos. Y lo que estoy reflexionando en cada caso acostumbra a ser distinto. En Canto yo… el primer capítulo está escrito desde las nubes por una cuestión concreta. En el caso de este libro, hay en esta familia una supuesta maldición, supuestamente hay unas consecuencias del trato roto con el diablo, y estas supuestas consecuencias son que a todo el mundo de la familia Clavel le va a faltar algo. A Blanca lo que le falta es la lengua y, por lo tanto, el lenguaje. Blanca me permite reflexionar sobre el lenguaje y me permite reflexionar sobre todo lo que tiene que ver con lo que no es lenguaje o con lo que no es abstracto. A Blanca no le interesa en absoluto nada que no se pueda tocar y ver, no le interesa la abstracción y no le interesa lo que se pueda comunicar desde el lenguaje. Blanca es un personaje absolutamente físico. Lo que le interesa es la fisicalidad: está obsesionadísima con estos animales que están ahí como copulando. 

En el caso de Canto yo…, se empieza a describir desde la perspectiva de estas nubes que llegan a esta montaña en donde va a suceder todo, llegan mirando en picado desde arriba. Te presentan a un personaje que podría ser el héroe por excelencia: es un hombre relativamente joven, atractivo, inteligente, amante, padre de familia, poeta… Y lo que pasa es que en la segunda página estas nubes tiran un rayo que le cae al señor en la cabeza. Era un un poco decir: esta historia ya la sabemos, es la base de la mitad de la literatura y está muy bien, pero ya la sabemos. Lo que vamos a hacer en este libro es contar otras historias y mirar el mundo desde otros lugares. 

ANTES HEMOS HABLADO DE LA CASA, LOS LUGARES SON BASTANTE IMPORTANTES. LA ZONA GEOGRÁFICA ESTÁ DELIMITADA, PASA EN UN DÍA. LA LITERATURA ES TIEMPO, SOBRE TODO, PERO TAMBIÉN ESPACIO Y UN LUGAR. ¿CÓMO MANEJAS TÚ ESTAS DOS VARIABLES? 

Acaba dependiendo del proyecto y de qué esté explorando en cada proyecto distinto. Por lo que respecta al territorio, al espacio, lo importante para mí es contar una historia y utilizar esta historia y sus personajes para reflexionar sobre ciertos temas. Les construyo un contexto a los personajes y a la historia, un paisaje, un lugar en donde desarrollarse. Para mí en ningún caso ese espacio, ese lugar, es el tema de la novela. Hay muchos temas y eso no es el núcleo, no es el centro de lo que estoy escribiendo. 

En relación con el tiempo, en esta novela hay un juego muy evidente, que es esta idea de que sucede toda en un solo día. Y es una cosa que voy entendiendo a medida que voy trabajando en el proyecto, a medida que voy sumergiéndome en él . Esta novela es esto: una casa, un solo día, dentro del que caben cientos de días, cientos de recuerdos, cientos de historias. 

¿CÓMO SE RELACIONA ESTA NOVELA CON TUS OTROS LIBROS, CON LAS OTRAS NOVELAS? 

Cada libro es como un proyecto distinto, una exploración distinta, un juego distinto. Y hay unos intereses que pueden aparecer en todos. Es como que hay una misma persona detrás, haciéndose las preguntas o tirando de los hilos. Pero sí, de alguna manera entiendo mi trabajo, la exploración que yo voy haciendo como una constante como vital en la que van apareciendo estos distintos proyectos que van tomando forma y definiéndose. Una novela se termina, pero la intención de seguir explorando, de seguir aprendiendo, sigue allí, no se para porque ya se terminó una novela. 

TÚ VIENES DE BELLAS ARTES, ¿SIGUES POR ESE CAMINO? 

Ponme la etiqueta que quieras, pero déjame hacer lo que a mí me apetezca, ¿no? Considero que las novelas son proyectos artísticos. 

¿TIENES ESPECIAL INTERÉS POR EXPLORAR DESDE LA ESCRITURA CUALIDADES QUE A LO MEJOR SE ASOCIAN MÁS A LO VISUAL?

Es que yo no lo separo tanto. Por ejemplo, en Canto yo… había unos dibujos y me decían: “se nota que hiciste bellas artes porque hay esos dibujos”. Para mí en lo que se nota es en el proceso, en cómo yo desarrollo, concibo, trabajo en esta novela. Lo que tiene que ver con el arte está allá. 

LAS PROPIAS PROTAGONISTAS, ESTAS MUJERES A LAS QUE LES FALTA ALGO

Supuestamente. 

HAY UNA CIERTA ABYECCIÓN EN TODAS, O SEA, INCLUSO FEALDAD, AL MENOS DESDE FUERA, DESDE, DIGAMOS, VISIONES ESTÁNDARES. HAY UNA VOLUNTAD POR MIRAR LO CONSIDERADO FEO. LE OTORGAS, NO SÉ SI BELLEZA, PERO DESDE LUEGO SÍ ATENCIÓN. 

Me interesa mucho la idea de la subjetividad y la idea de la perspectiva. Son supuestamente feas, bueno, depende de quién las mire y de con qué ojos las esté mirando. Y sí que se describen muchas veces como feas, pero si te fijas en cuándo se describen como feas, siempre es Margarida la que está diciendo que son feas, que son feas y que todas son feas. Tiene una mirada del mundo complicada, heredera de maneras de pensar y de maneras de hacer absolutamente patriarcales. Eso se junta con lo de que supuestamente están malditas, porque de nuevo hay algo de subjetividad allí. Evidentemente Joana sospecha y luego llega a creerse que hay una consecuencia del pacto con el diablo que es que a todo el mundo le va a faltar algo. A Blanca le falta la lengua, sí, pero que a Margarida le falte un cuarto de corazón, ¿cómo lo sabemos? O que a Dolça le falte una cola de cabra o que a Bartomeu lo que le falta sea el amor por una madre y a esa conclusión llega su propia madre. Depende de cómo te mires a ti mismo o depende de cómo mires a los demás siempre vas a poder considerar que les falta o te falta algo. Hay también mucha reflexión alrededor de qué heredamos tanto de nuestro contexto como de nuestra familia. Heredamos maneras de ver, maneras de pensar y creencias. Han heredado la creencia de que están malditos y de que a todos les falta algo. Y hasta llega un momento en el que como a Alexandra, que es la contemporánea, ya no saben lo que le falta, Margarida hace una lista de lo que le falta. Sobre lo feo, a mí ellas me parecen exageradamente estéticas. 

HAY UN JUEGO EN LA NOVELA CON EL TÍTULO TE DI OJOS Y ME MIRASTE TINIEBLAS. HAY UN JUEGO EN LA NOVELA CON LA OSCURIDAD. 

La novela plantea constantemente la oscuridad como un lugar de placer, como un lugar de refugio, como un lugar de libertad, como un lugar de posibilidades. Las tinieblas aquí acaban siendo un espacio de libertad para estas mujeres, de posibilidades al menos, de placer, de risa, un refugio también. A mí me interesaba también preguntar, bueno, un momento, pero ¿quién dijo que la oscuridad era mala? 

ES TENTADORA LA IDEA DE HABLAR DE TUS LIBROS DENTRO DE ESA TENDENCIA DE VUELTA A LO RURAL, POR LO ANCESTRAL, LAS TRADICIONES, LA HISTORIA, ¿CÓMO TE SITÚAS AHÍ? 

Hay diferentes temas que a mí me interesan y que esos temas se podrían desarrollar desde sitios muy distintos. El ejercicio que estoy haciendo allí se podría hacer desde un contexto que actualmente sea una ciudad, por ejemplo, y estaríamos haciendo el mismo ejercicio. Escribí las dos primeras novelas desde Londres y esta novela está escrita en gran parte desde Estados Unidos y moviéndome mucho por el mundo. Mi intención en los libros es que haya una mirada contemporánea, una mirada crítica que Londres me alimentó totalmente para poder escribir. Era importante no bucolizar, no poner en un pedestal ciertos espacios, al revés. Intentar entenderlos y mirarlos desde puntos de vista muy diversos. Y en el caso del Canto yo… hay, por ejemplo, este capítulo del dominguero, este turista que se va a la montaña a pasar un día y que no lo tratan bien y se enfada y tal y cual. Él nos desvela una de las cosas más tristes que se nos van a contar, pero lo hace sin darse cuenta de lo que está pasando. No conecta en ningún caso con lo que está pasando. Cuando iba a Barcelona a presentar el libro me decían, de broma, ¡cómo te pasas ahí con nosotros! De los de Barcelona, de los de la ciudad, y yo les decía: pero no me estoy riendo solamente de vosotros. Todos somos ese señor constantemente. Todos los turistas que vienen a Barcelona y se echan una foto aquí, sin conectar en ningún momento con la ciudad y con las consecuencias que su paso por esa ciudad puedan tener y usan la ciudad de fondo para sus selfies, igual que el turista está usando ese pueblo de fondo de su selfie. Es lo mismo, o sea, lo que estoy hablando es de ir por el mundo sin conectar en profundidad con lo que estamos viendo, sin entender o querer entender lo que está pasando a nuestro alrededor. 

ENTREVISTA EN LAMAREA.COM
Irene Solà: “Todo acto (y todo no acto) es político”
Irene Solà publica 'Canto yo y la montaña baila' (Anagrama), inicialmente publicada en catalán y premiada con el Premio de Literatura de la UE a Nuevos Talentos.

Rocío Niebla

Las montañas dan muchas alegrías. Oxigenan el cerebro cuando las andas y, si las lees, te llevas sorpresas. En este caso, Irene Solà (1990) escribe una novela, a retazos, de una montaña. Que es como decir que escribe de todo, porque hay miles de universos en ella. Hablan los animales que conviven con hombres, canta el rayo, se explican las brujas, se deprimen o ilusionan las familias que viven en ella, pasean los turistas… Canto yo y la montaña baila es como decir que el mundo gira en torno al catalán valle de Camprodon, o que el mundo acaba o empieza en él.

¿Por qué Camprodon, y no Aigüestortes, el Montseny o la Vall Fosca? ¿Tienes alguna conexión sentimental con la montaña?

El planteamiento que propongo en la novela, que es fijarme en un trozo de mundo para intentar mirarlo desde tantas perspectivas y maneras de entenderlo como me sea posible, e imaginar todas las capas de historia, anécdotas, vivencias que han tenido lugar ahí encima, se podría hacer sobre cualquier lugar, ciudad o montaña. Yo elegí el Ripollès porque lo conocía, pero no lo suficiente, porque tenía ganas de investigarlo y de pisarlo y porque diversas ideas o hechos que me interesaba tratar en la novela encajaban perfectamente con ese territorio, como por ejemplo la brujería, la retirada republicana, la fiesta del oso de Prats de Molló o las leyendas de las mujeres de agua.


¿El ser humano es igual en Calella -en el mar- que en los Pirineos? ¿Hay peculiaridades en la gente que vive en las montañas?

Creo que esta es una afirmación que me quedaría una poco grande, pero sí es verdad que en la novela procuro alejarme y hasta reírme de ideas romantizadas o bucólicas sobre las montañas o la gente que vive en ellas.

Con Canto jo i la muntanya balla ganó el Premi Llibres de Anagrama. Luego, Concha Cardeñoso lo tradujo al castellano [Canto yo y la montaña baila (Anagrama)]. El pasado mes de mayo recibió una llamada de Bélgica, de la Secretaría General de la Unión Europea, para anunciarle que le habían dado el Premio de Literatura de la UE a Nuevos Talentos. La primera novela en catalán que lo gana. ¿Cómo puede la Vall de Camprodon llegar tan lejos?  

Por un lado, tras el hecho de que una novela situada en la Vall de Camprodon y escrita en catalán haya ganado el premio de Literatura de la UE, lo primero que tengo que hacer es agradecer a toda la gente e instituciones que, antes que yo tan siquiera empezara a escribir, han estado luchando y han conseguido, entre muchas otras cosas, que el catalán se tuviera en cuenta en el premio y que el jurado que elige las obras, entendiera y leyera en catalán. En paralelo, creo que todas las historias son universales, y que tan universal es la historia de un señor o una señora que vive en Tulsa, en Estados Unidos (por poner un ejemplo), como la de un señor o señora que vive en Camprodon o en el barrio del Carmelo.

Usted es de Malla, un pueblo de la comarca de Osona, justo en medio de la Plana de Vic. Aunque ha vivido en Barcelona, Londres e incluso en Islandia. Viniendo de un pueblo con 273 habitantes, y como le pasa a alguno de sus personajes, ¿las ciudades le aturden?


He vivido la mayor parte de mi vida adulta en ciudades: Barcelona, Reykjavik, Brighton y Londres, y las ciudades me interesan profundamente. De hecho, esta novela está escrita precisamente desde Londres, donde viví muchos años y donde crecí, aprendí, escribí, disfruté y me alimenté de cultura como nunca. Un ¡hurra! también por las ciudades.

¿Le sorprende que le pregunten por qué escribe en catalán?

Sí, mucho.

¿Escribir en catalán es un acto político o en su caso es únicamente porque es su idioma materno?

Todo acto (y todo no acto) es político. Escribo en catalán porque es mi lengua, porque admiro profundamente la literatura que se ha escrito y se escribe en catalán y porque se puede escribir tan buena literatura en catalán como en cualquier otra lengua. Me alegra que el premio ratifique que tiene todo el sentido del mundo: que cada cual escriba en su lengua o en la lengua que elija.

¿Le ha preocupado alguna vez tener las condiciones materiales cubiertas para escribir y poder vivir de ello?

El mundo de la cultura está tan precarizado que nunca pensé poder vivir de escribir o de hacer arte y siempre tuve trabajos paralelos. Aunque ahora vivo mayoritariamente de mis proyectos, aún me cuesta creerlo. Intento estar agradecida y a la vez no dar nada por sentado.

¿Tienen las instituciones públicas que ayudar y salvaguardar a los jóvenes creadores? ¿Por qué es importante?

Sí, definitivamente. Porque la cultura es patrimonio de todos, porque se debería poder vivir de la cultura y porque sin cultura yo no sé qué nos queda.

¿Qué pueden aportar la literatura y, en general, el arte a la sociedad?

Muchas cosas, pero la primera tal vez sea el pensamiento.

“Es difícil componer versos y contemplar la virtud que se esconde en todas las cosas cuando los niños lloran con la estridencia de un cerdo desollado que te acelera el corazón aunque no quieras”. No se lo pregunto, se lo afirmo: las mujeres lo tenemos más difícil para dedicarnos a escribir. Y si eres madre, el premio gordo. ¿O no?

Esta frase que citas, de hecho, hace referencia al pensamiento de un padre de familia que precisamente se está alejando de casa para poder componer poesía tranquilamente, porque sabe que hay una mujer, su esposa, que se encargará de los niños. Yo no tengo hijos, pero espero que todo el pensamiento feminista que he y hemos desarrollado me sirva de muleta también en esa situación. Estoy de acuerdo en que vivimos en una sociedad machista, y que eso afecta a las mujeres a la hora de escribir, de ser madres y de conciliar, entre otras cosas, y de que todavía nos queda mucho trabajo que hacer. Pero quiero pensar que ya estamos dispuestos a hacer este trabajo.

Hay mujeres muy poderosas en su novela. Las brujas, por ejemplo, matronas que ayudan a dar vida o curanderas. Para escribir sobre ellas y los juicios leyó Orígens i evolució de la cacera de bruixes a Catalunya y Un judici de bruixes a la Catalunya del Barroc. ¿Qué sacó en claro?

Que todo lo que conservamos de esa inmensa y terrible cantidad de juicios por brujería que tuvieron lugar, en este caso, en Cataluña está escrito a mano por los hombres que acusaron, detuvieron, torturaron y luego asesinaron a estas mujeres.

¿Quiénes son las “dones d’aigua” en la mitología de la montaña catalana?

Son personajes femeninos (que no son exclusivos de la mitología catalana, aparecen con distintos nombres en muchos otros lugares), que se relacionan con el agua, con la noche, especialmente con la de San Juan. Se supone que son muy bellos y que tienen ciertos poderes. Una de las cosas que más me interesaba analizar y revertir de estas figuras es el hecho de que su historia casi siempre se nos cuenta desde una perspectiva y una mirada absolutamente masculina.

Cristina se entretiene en el valle recogiendo restos de la Guerra Civil: granadas, balas, revolver. La Guerra Civil cruzó la montaña, los republicanos huyeron a Francia a pie por ella. Hay un personaje que cree que “cuanto menos trato con la Guerra Civil mejor”. ¿Es partidaria de la memoria y la justicia, o de dejar las cosas como están?

Soy partidaria de la memoria y la justicia. Reales. Y creo que en el Estado español este es un viejo problema, y una herida no curada.


ENTREVISTA EN PIKARA MAGAZINE

“Quería imaginar el otro lado de las leyendas que nos han contado los hombres”
En la bellísima novela 'Canto jo i la muntanya balla' toman la palabra las brujas, las mujeres de agua y hasta la montaña misma. Hablamos con Irene Solà de relatos patriarcales, del valor del pensamiento mágico y de todos los caminitos que nos llevan a redescubrir el mundo, empezando por nuestros pueblos y por nuestros cuerpos.

Texto: June Fernández
ENTREVISTAFICCIONES
03/06/2020

Gracias a mi mala memoria, no retuve la sinopsis de la contraportada y me sumergí sin brújula en Canto yo y la montaña baila. A modo de adivinanza, empezamos a leer cada capítulo sin tener ni idea de quién es la voz que narra. Tardamos unas líneas, incluso unos párrafos, en entender: ah, vale, ahora hablan unas nubes gamberras, ahora una niña republicana muerta, ahora un oso que no es un oso, ahora unas setas (!). Y nos llevará varios capítulos seguir la línea argumental que trenzan esos monólogos de seres vivos y muertos, animales y humanos que habitan el Prepirineo catalán. Irene Solà (Malla, 1990) nos invita a jugar y a bailar con ella en una fiesta literaria de 188 páginas en la que se lo pasa pipa imaginándose qué siente una perra cuando ve a su compañera humana teniendo sexo con un vecino o cómo percibe un corzo recién independizado su primer contacto con el hombre. Asistimos a las distintas metamorfosis de la autora hasta reencarnarse incluso en una montaña que clama mesiánica sobre la fragilidad e irrelevancia de quienes la pisan.

El jurado del Premi Anagrama que recibió en 2019 el original en català, Canto jo i la muntanya balla, elogió la “irreverencia y atrevimiento” con que Solà combina las referencias a tradiciones y cuentos populares con “un planteamiento literario moderno”. Esta licenciada en Bellas Artes y máster en Literatura, Cine y Cultura Visual ha sido anteriormente premiada y becada por una producción que a veces toma forma de exposición o de instalación artística, y otras de poesía (Bèstia) o novela (Els dics). Solà define Canto jo i la montanya balla como una obra de arte, no tanto porque incluya ilustraciones y poemas sino por su metodología: “No me siento a escribir un argumento y unos personajes sino que me pregunto qué quiero aprender, qué quiero descubrir, qué quiero preguntar y preguntarme con este nuevo proyecto”, nos explica por videollamada, y comprobamos que su presencia es tan luminosa como su literatura.

La imaginación, la originalidad y la belleza en la prosa poética de Solà ha sido alabada con entusiasmo por la crítica literaria española. Cada reseña pone el foco en uno o dos temas de un libro caleidoscopio: el vínculo del ser humano con la naturaleza, la historia de amor marcado por la tragedia y la redención, la memoria de la retirada de las tropas republicanas durante la Guerra Civil… Para quien firma estas líneas, incapaz de quitarse las gafas violetas, los elementos más interesantes tienen una clara lectura feminista: la caza de brujas; la revisión de una mitología machista; el idilio de una mujer con un vecino mucho más joven que ella; el ambiente íntimo y mamífero de un parto en casa asistido por mujeres…


«Y Blanca se entrega a la mujer que sabe de partos como si fuera una madre. Luego Blanca se desnuda. Eso es, eso es, como los animales. ¿Cómo te llamas, animalito? Y Blanca dice: Blanca. ¿Dónde aprendiste de partos?, le pregunta y gime. Ayudando a parir a las vacas, dice la mujer. Y tuve dos hijos. La primera, como una espiga, que no había forma de que saliera. El segundo, como una rana, que salió solo.»

“La novela va de muchas cosas”, me confirma Solà. “Lo que quería hacer era coger un trozo de mundo y mirarlo desde tantas perspectivas como fuera posible, relacionarme con él desde tantas maneras de vivir, de mirar, de entender y de explicar. Para mí ese es el tema central”. Señala como segundo ingrediente vertebrador “la reflexión sobre cómo se cuentan las historias, quién nos cuenta las historias, a quién les pertenecen, qué poder tiene el que cuenta una historia sobre los que son contados dentro de ella”. En la bibliografía que cita al final todos los autores son varones, pero su propósito es precisamente aportar otro relato.

Es por eso que en el libro los personajes más interesantes son los femeninos. Dice que no fue intencionado, pero lo atribuye al hartazgo ante los personajes femeninos “aburridos y planos” que abundan en la literatura masculina.

«Eulàlia les dijo que al macho cabrío se le había puesto el culo muy fino muy fino, como el de un niño de pecho, por lo mucho que se lo habíamos besado, y que tenía el miembro frío como un carámbano; y a mí me dio una risa que no podía parar y me colgaron por reírme tanto.»

«Todas las historias son mentira. Óyeme. Todas las historias que cuentan. Las que dicen que somos malas. Mentira. Las que dicen que somos buenas y bonitas como la plata y que todos los hombres se encaprichan tanto que se tirarían a las lagunas. Mentira. Las que dicen que somos un misterio misterioso, mentira. Mentirosos son la mayoría de los hombres. Los hombres que se inventan cuentos y los que los cuentan. Los que nos recortan y nos comprimen y nos embuten dentro de las palabras para que seamos como la historia que quieren contar, con la moralidad que quieren contar».

De hecho, el proceso creativo partió de su interés por investigar en torno a dos personajes mitológicos que han sido narrados desde perspectivas patriarcales y androcéntricas: las brujas y las mujeres de agua. Respecto a las primeras, descubrió que los textos que documentan los procesos judiciales por brujería en Catalunya “fueron escritos a mano por los mismos señores que cogieron a estas mujeres, las torturaron y luego las asesinaron”. “Sí, nos ha llegado su historia, ¿pero a través de qué voz, de qué mirada y literalmente de qué puño? Yo soy optimista, creo que el agua corre, se escapa y no se puede parar todo, que nos llegaron conocimientos, pero había una intención terrible de exterminar maneras de mirar, de hacer, de ser, con un claro sesgo de género”, abunda.

En el caso de las mujeres de agua —similares a las lamiak de la mitología vasca— la leyenda catalana también se cuenta desde la vivencia del hombre que se acerca a un río atraído por unos cantos, encuentra a una bella mujer, se enamora de ella y se casan. “Ella le dice: ‘Nunca digas en alto que soy una mujer de agua’. Viven juntos, tienen hijos, un día el señor se enfada mucho, le dice: ‘Tenías que ser una mujer de agua’, y la mujer de agua desaparece y él nunca la vuelve a ver. Pero no sabemos qué hace la mujer de agua antes de que el señor llegara, no sabemos qué siente, no sabemos adónde va cuando se marcha… Quería imaginar el otro lado. Así empiezo. A medida que voy rascando, abriendo puertas, siguiendo caminitos de ideas, voy construyendo la historia que quiero contar, los personajes y la estructura”, abunda.

También hay una alusión recurrente a eso que no entendemos pero que sí entendemos. ¿Querías hacer un alegato a favor del pensamiento mágico, tan proscrito por el pensamiento occidental patriarcal?
A mí me interesa muchísimo el pensamiento mágico, los cuentos y las historias. Parto de la base de que todo lo que sabemos de la Historia, todo lo que se nos ha intentado vender como La Verdad, en mayúscula, se nos ha ido transmitiendo con mochilas y cargas ideológicas detrás. Todas sabemos que las historias las escriben los que vencen y los libros los escriben los que son publicados, los que tienen la voz, que han sido mayoritariamente hombres. Los cuentos, las canciones y los conocimientos orales están cargados de información valiosa, hay verdades, se pueden oler cosas que la gente ha ido transmitiendo, maneras de pensar, de hablar, maneras de entender el mundo.

Leí tu novela justo después del ensayo Tierra de Mujeres, en el que la escritora y veterinaria de campo María Sánchez critica la preminencia de voces forasteras y reivindica que las mujeres rurales tienen voz. Tú no eres de Camprodon, ¿cómo ha sido tu relación con ese territorio que eliges contar?
Tienes que pensar que yo no solo no soy de esa comarca sino que escribí este libro ¡desde Londres! Es donde vivía en ese momento, pero casi cada mes volvía a Barcelona y pasaba días ahí. Es la zona del Prepirineo más cercana a donde crecí, he ido de excursión, tengo amigos que viven ahí y los padres de mi compañero tienen casa. He hecho mucha investigación sobre el terreno, he pasado ahí temporadas hablando con la gente, he trabado amistad con uno de los hombres que lleva el Museo de la Retirada… Cuando presenté el libro en Camprodón, la gente me preguntó dos cosas: “¿Pero tú de qué casa eres?” y “¿cómo es que te has interesado por este pueblo?”. Mi primera novela estaba situada en el paisaje de mi infancia y adolescencia. Para esta segunda me interesaba moverme, ir a investigar a otro lugar. Me interesaba el ejercicio de imaginar un lugar cubierto por todas las cosas que han pasado ahí, desde hitos históricos (como la retirada de las tropas republicanas) a las pequeñas vivencias del día a día. Lo que estoy haciendo al escribir la novela es hilvanar esas capas, ir arrancándolas, ir entendiéndolas todas a la vez, pero cada una con su propio contexto.

Es un territorio fronterizo…
Es una frontera extraña, complicada, política, porque se cambió. Elegí ese trocito de mundo porque pasaban muchas cosas que me interesaban, como la retirada republicana: aún puedes pasear por esa montaña y arrancar literalmente del suelo una granada o una cantimplora. Y estaba esta cosa de la lengua, de que al otro lado de la frontera siguen hablando catalán, o la fiesta del oso, que es una de las fiestas más antiguas que se conservan, y más salvajes.

«Empezará el movimiento otra vez. El desastre. El siguiente comienzo. El enésimo final. Y vosotros moriréis. Porque no hay nada que dure mucho. Y nadie se acordará del nombre de vuestros hijos».

En el microuniverso que construye Solà hay brujas, mujeres de agua, espíritus en los bosques y en las casas, y hay mucha vida después de la muerte.

En tu libro hay dolor y tragedia pero se imponen la vitalidad y la belleza…
Creo que predomina una energía vital, porque muestra que no es más cruel la muerte que la vida, y que después de la muerte todo sigue adelante. Cuando dejamos de mirar el mundo desde una perspectiva únicamente humana, ciertas cosas que nos parecen muy graves se relativizan. En el primer capítulo se muere un señor al que le cae un rayo en la cabeza, arriba en la montaña, y eso es terrible para ese señor y para su familia. Pero para el resto, para la montaña, para los corzos, para las setas, es muy irrelevante. Dos minutos después de que haya muerto, todo continúa. Creo que este optimismo cruel está muy presente.

¿Sería muy facilón y hortera definir tu novela como realismo mágico catalán?
[Ríe] Me encanta y me hace reír. Huyo de las etiquetas, incluso cuando me preguntan si soy escritora o artista. Con el libro alguna gente le pone la etiqueta de nature writing y yo no se la pondría. No le pondría ninguna, vaya, pero el realismo mágico me interesa, me reconozco como lectora. Viene de un contexto determinado y de un momento determinado, por lo que no me la quedaría, pero me interesan mucho desde Gabriel García Márquez y Juan Rulfo hasta Toni Morrison.

Me da pena no haber leído la novela original porque la lengua es un elemento muy central en la identidad del pueblo e imagino que has jugado mucho con el catalán también.
Sí, la lengua forma parte de esa investigación. Cada personaje usa un catalán relativamente distinto. El de las brujas es un catalán muy antiguo y usé muchas frases de los manuscritos. El capítulo de la fiesta del oso está escrito con catalán del Vallespir, que tiene una sonoridad y unas palabras muy diferentes. Pedí a un escritor en catalán con DNI francés, Joan-Lluís Lluís, que me repasase el texto. Cuando hablan personas de Camprodon hay expresiones muy concretas de la zona, camufladas como guiños para sus habitantes. El capítulo de la niña republicana está escrito en castellano, porque me inspiré en un personaje real de Aragón, una niña que se llamaba Alicia, de familia castellanohablante. Me interesaba mucho que hubiera otra lengua precisamernte porque cada lengua es una manera distinta de dar nombre a las cosas y de organizar todos esos nombres para poder contar el mundo. Por eso también hay otro capítulo escrito en verso y otro a base de dibujos, que también son otras maneras de explicar el mundo.

Precisamente te iba a preguntar por el capítulo que incluye poemas. Me resultó desconcertante porque no me quedó claro cuánto había de ironía en las disertaciones y las poesías de Hilari, que incluyen el verso que da título al libro.
Es un personaje al que quiero mucho y al que defendería pero es verdad que lo trato con ironía. Yo no pienso para nada lo que él dice sobre la poesía ni firmaría esos poemas. Fue muy divertido porque me dejé poseer por Hilari para escribirlos. Es un personaje tocado por la desgracia más absoluta, la tragedia de una muerte joven, y yo quería traerle la libertad, la tranquilidad, la relativización de la que hablaba antes. Sobrevive con alegría a su propia muerte habitando esas montañas, como también hacen la palomita (la niña republicana) y las brujas.

«Aprendí a colocarme de forma que su ir y venir me rozase y me encendiera. Mi cuerpo es un buen cuerpo. Un cuerpo que aprende deprisa. Un cuerpo que se acostumbra enseguida y sabe buscar caminos. Y sabía aprovechar las embestidas, cerrar los ojos, concentrarme y atrapar el placer así, tal como venía, pequeñito, flojito, como una gota de agua que se cuela por un agujerito, y batirlo y batirlo y hacerlo crecer, y meterlo en el reguero. Y claro que procuraba yo llevar el placer como un silencio».

Me ha resultado muy interesante cómo abordas la violencia machista y la búsqueda del placer a través del personaje de Sió, la madre de Hilari.
Quería imaginarme un personaje de mujer redondo, con todas las capas, sobre todo en cuanto a su relación con el amor, el sexo y la maternidad. De niña escuché más de una vez a las mujeres mayores expresar que nunca habían disfrutado del sexo, que era una cosa de los hombres, que ellas tenían que hacer, pero de la que nunca habían formado parte. Cuando escribes tienes un gran poder y una gran responsabilidad. [Ríe] Tú eliges lo que les pasa, lo que les das y lo que les quitas. Me interesaba mucho darle esa oportunidad de encontrar el caminito para el disfrute de su propio cuerpo. Tiene un marido guapísimo, pero no sabe quererla o no quiere quererla. Cuando él muere, ella se queda tiraba arriba en la montaña con dos niños: los quiere, pero no quería esa vida y no siempre sabe quererles. A veces me preguntan: “¿Qué personaje eres tú?”. Y yo siempre digo que no podría haber escrito ninguno si no pudiera entenderlos a todos. A Sió quería imaginarla como una mujer contemporánea, como tú o como yo, pero en esa situación de muy poca elección, muy poco margen para la libertad, para el placer y la diversión. Por eso está tan enfadada y tiene derecho a estarlo, a decir: “A mí me engañaron”.

Comentamos lo distinto que se vive el confinamiento lejos de las ciudades, en pueblos como el suyo, en las que no hay ni calles, sino huertos y bosques. Le leo una cita de la socióloga Saskia Saasen en una entrevista en eldiario.es en torno a la crisis de la covid-19: “Quizá los pueblitos que existen por todo el mundo serán los que nos permitan sobrevivir”. María Bastarós cita Canto yo y la montaña baila -y también Tierra de Mujeres– en un artículo en eldiario.es escrito antes de la pandemia, en el que ironiza sobre el éxito del nature writing mientras nos asomamos a una distopía climática: “(…) mientras la España despoblada sigue vaciándose y sus representantes políticos son amenazados por grupos de ultraderecha, los ansiosos ocupantes de impagables zulos urbanos sueñan con una entelequia campestre por la que muy pocos se atreven a optar: bien por inmovilismo, por necesidad de hiperconexión o, simplemente, por la consciencia del desconocimiento que esconde nuestra abstracción romántica de lo rural”.

«No me extraña que la gente aquí arriba sea más buena, más auténtica, más humana, si respiran este aire todos los días. Y beben agua de este río. Y contemplan todos los días la belleza de estas montañas mitológicas, tan hermosas que duele en el alma. (…) Qué pintoresco. Me muero de hambre, y el viejo tuerto me ha tratado fatal, pero me gana la belleza. La vida y la muerte. (…) Qué trágica es la vida aquí arriba».

Solà ironiza sobre esa abstracción romántica a través del monólogo de un dominguero que contempla Camprodon como si fuera una postal al tiempo que demuestra una nula sensibilidad hacia el luto de sus habitantes por la muerte de Hilari. “En realidad no es tanto una crítica a la gente de ciudad que va al campo sino al hecho de viajar sin querer entender cómo afecta nuestra presencia a ese sitio”, matiza la escritora. “Es un problema que pasa en Barcelona todo el día; es una ciudad que no puede absorber todo ese turismo. Y lo hacemos todos cuando viajamos por el mundo, vamos a pasarlo bien y a sacar la foto”.

Confieso que me sentí interpelada, pero me identifiqué también con el relato de la madre lesbiana que decide volver a vivir a Camprodon, del que huyó en cuanto cumplió 18 años, porque “esos pueblos pequeños, raquíticos y vacíos, sin discotecas ni museos que no fueran del puñetero románico” le pesaban “como una losa, como una vaca en brazos”. ¿También en tu caso, como dice ella, la cabra tira al monte?
Sí. Crecí hasta los 18 en un pueblo de 200 habitantes. Al lado de una ciudad de 50.000, a donde iba al colegio y al instituto. A los 18 me marché a Barcelona, luego a Londres, a Nueva York. Yo tenía la sensación de que las historias de verdad pasaban en ciudades grandes, y muy lejos del campo, de la granja de mi padre, que es payés. En Londres podía ir cada tarde a una exposición distinta sin encontrarme a la misma gente. Fui muy feliz. Vivir un tiempo en Islandia me hizo un click, porque ahí se sienten tranquilamente orgullosos de sus paisajes, de sus leyendas, de su folclore. Me di cuenta al marcharme tan lejos y mirar atrás que el sitio del que venía me interesaba. Y que está cubierto de historias que quiero contar, que se pueden contar desde perspectivas feministas, desde miradas críticas. Para entender mejor todo.



Entrevista con Irene Solà

“Todas las historias tienen una voz”

Extra-Terrestre / PANÓPTICO / Septiembre de 2023
Valeria Villalobos Guízar
Solà vivía en la capital inglesa cuando escribió su primera novela, Los diques (2017), traducida al castellano por Paula Meiss y galardonada con el Premio Documenta en Barcelona. Dos años después, publicó Canto yo y la montaña baila, traducida al español por Concha Cardeñoso, laureada con el Premio Llibres Anagrama, el Premio Núvol, el Premio de Literatura de la Unión Europea, el Premio Cálamo Otra Mirada, y llevada al teatro. Es asimismo autora del libro de poemas Bestia (2012), condecorado con el Premio Amadeu Oller. En septiembre de 2023 llegará a las librerías su tercera novela: Te di ojos y miraste las tinieblas.

Ricardo Piglia decía que todos los autores tienen un mito fundacional sobre cómo se volvieron escritores, ¿cuál es el tuyo?
Mi interés por las historias, por lo que en inglés llaman el storytelling, siempre ha estado allí, desde que tengo memoria, pero ha tomado formas distintas. Estudié Bellas Artes, luego hice un máster en Islandia, en la Universidad de las Artes, después hice uno en Literatura, Cine y Cultura Visual en Inglaterra. Y me pasó una cosa graciosa: al hacer el primer máster tuve acceso a todos los talleres, a todo el material, a todas las cámaras y estudios que yo quisiera. Un día mientras hacía el segundo —mucho más teórico—, fui a la universidad y pedí que me prestaran una cámara para hacer obras de video, y se tardaron como tres semanas en dármela. Cuando la recogí, vi que era una cámara muy pequeñita, con muy poca calidad; como la que usaría mi tía durante las navidades. En ese momento, viviendo en una habitación diminuta en Brighton, sin acceso a un estudio, me di cuenta de que realmente con un papel, un lápiz y un poco de imaginación podía hacer lo que yo quisiera. No había límites para lo que podía construir. En ese contexto empecé a darle forma a lo que luego sería mi primera novela: Los diques.

¿Qué es la escritura para ti? ¿La consideras una labor solitaria o colectiva?
Para mí la escritura tiene mucho que ver con el aprendizaje, la diversión, la investigación, la curiosidad, la exploración. Busco en ella poder hacer preguntas, aprender y disfrutar en el proceso. Considero el trabajo literario como colectivo e invididual a la vez. Creo que tiene algo de solitario el sentarte tú sola, meterte en el mundo que estás construyendo y trabajar en él cada día, contigo misma. Pero también tiene algo de colectivo a muchos niveles. No escribirías lo que escribes si no vivieras aquí y no estuvieras rodeada de historias, de personas. Mi proceso literario tiene mucho que ver con ir a conocer a gente que sabe cosas que yo no sé o que ha vivido cosas que a mí no me han tocado; con conocer en profundidad otras maneras de ver y entender el mundo. Para mí, escribir tiene que ver con relacionarse, con alimentarse de todo lo que a una la rodea. Escribir no es solamente teclear letras en un ordenador o dibujarlas en un papel, es desarrollar ideas. Y para mí hay goce, entre muchas otras cosas, pero hay goce en todas estas partes.

¿De quiénes aprendiste el oficio de escribir?
Creo que he aprendido algo de cada autor que he leído, de una manera u otra. Por ejemplo, de Salinger aprendí la irreverencia; tal vez también de Cristina Morales. De Ali Smith, el poder escribir desde un lugar muy reflexivo, muy inteligente. De Mariana Enriquez aprendí a escribir sobre lo que a una le interesa profundamente, a una y a nadie más que a una. De Toni Morrison o de Faulkner o de Virginia Woolf aprendí tantas cosas que no puedo decirte una solamente.

¿Cuál es tu relación con los conceptos “técnica” e “inspiración”?
Explicar el proceso de escritura propio no es sencillo, tiene algo de intangible, de único. Es diferente para cada persona que escribe o que desarrolla proyectos creativos. Es cambiante también. Pero para mí tiene mucho que ver, por un lado, con el instinto, la intuición, la confianza, el estómago. Y por otro, con el trabajo duro, la constancia, la exigencia. Con esta cosa más mental. Tal vez te diría que la inspiración forma parte del primer bloque; la técnica, del segundo.

¿Cuáles son los mayores retos que has encontrado tanto al escribir poesía como al desarrollar tus novelas?
No siento haber encontrado grandes retos o dificultades; aunque eso no quiere decir que no hayan existido momentos en los que surgen dudas, caminos que parecen cortados o una sensación de estancamiento. Pero uno de mis grandes aprendizajes en el proceso de escritura ha sido el de aprender a escuchar al proyecto y a no tener prisa. A suplir sus necesidades y darle el tiempo y el espacio que pida. Entender que todos los días –aunque puede no parecerlo– son necesarios para llegar a construir y a entender el libro.

¿Qué crees que hace a un(a) novelista un(a) buen(a) novelista?
No te diré qué hace a un buen novelista, pero te diré qué me hace a mí disfrutar de una novela: que esté escrita desde un lugar muy propio, desde un lugar de interés muy profundo, un lugar conectado con quien escribe y donde el autor o la autora se sienta muy libre. Un lugar en el que haya puesto toda la carne en la sartén y desde el que se note que estaba creyendo en ese proyecto.

Tu obra ha sido escrita en catalán, ¿por qué has tomado esa decisión? ¿Cómo se diferencia tu relación con el catalán de tu relación con el español?
Para mí no es una decisión. Es un gesto absolutamente natural. Nunca me pasó por la cabeza escribir en ninguna otra lengua. Y este hecho para mí tiene mucha fuerza, porque significa que siempre creí que el catalán es una lengua tan increíble como cualquier otra para escribir literatura contemporánea; para que fuera leída desde todo el mundo. El catalán es mi lengua materna. El español es una lengua que aprendí en la escuela.

En Canto yo y la montaña baila hay voces de animales, de setas y hasta de placas tectónicas; en Los diques hay también una mirada que va más allá de lo humano; haces un acercamiento al ciclo del agua, por ejemplo. ¿Qué te interesa de la descentralización de la mirada y la voz humana?
Hay algo muy primordial en mi interés por la perspectiva. En todos mis proyectos está la reflexión alrededor del hecho de que todos percibimos el mundo de manera distinta. Todas las historias tienen una voz, una mirada concreta, unas preconcepciones del mundo, unas intenciones. No existe la voz neutral, ni una historia objetiva. Aunque estemos en la misma habitación, aunque estemos viviendo el mismo evento o estemos delante de las mismas cosas, todos las entendemos, las percibimos, las recordamos, las sentimos de distinta forma. Y si añades perspectivas no humanas, esto se vuelve aun más grande. 
El hecho de añadir todas estas perspectivas en el caso de Canto yo… me permitía reflexionar y trabajar alrededor de distintos temas que de otra forma tal vez no hubiera podido trabajar. Por ejemplo, la idea de la muerte. Si yo trabajo la muerte desde una perspectiva solamente humana, la muerte es el final, es algo trágico. Sin embargo si me sitúo en otros lugares y miro la muerte no solo desde la perspectiva humana, desde la de aquel que muere y ya no puede contar nada más, o de aquel que ve a alguien morir y no sabe adónde va o qué pasa después, una no se queda únicamente con la pérdida. 
Otra cosa que forma parte de mi escritura, y que está también relacionada con las perspectivas, es mi interés por el origen de las historias. Siempre hay alguien contándonos una historia con intenciones e intereses detrás. Tengo unas ganas constantes de hacerme preguntas sobre las voces que nos cuentan las historias: quién ha podido narrar su relato y quién no; qué voces han escrito o han dejado plasmada su visión del mundo y cuáles no; qué voces hemos elegido y cuáles hemos obviado. Mis libros y mis novelas reflexionan constantemente alrededor de estas preguntas.

Algunos autores como Ursula K. Le Guin o Mariana Enriquez, a quien mencionabas, dicen que la literatura con componentes de fantasía es comúnmente menospreciada; sobre todo cuando se le compara con otro tipo de literaturas consideradas “más sofisticadas”, como el realismo o la no-ficción. En tu literatura hay espacio para la magia, para las narraciones orales del folclore catalán y sus misterios. ¿Por qué te parece importante darle espacio a este tipo de relatos?
Es en la ficción, en las historias, donde habita gran parte de la magia que nos rodea. A mí me empujan a escribir unas ganas de entender cómo funciona la narrativa, de entender los hilos detrás del tapiz, de jugar con su elasticidad infinita y absoluta. Hay algo de la magia que me interesa mucho. En Te di ojos y miraste las tinieblas hay un pacto con el demonio. A mí me interesa el pacto con el lector. Aquel que escucha o lee una historia, o que ve una película o una obra de teatro, hace un pacto con quien la construye. La persona que recibe el relato apagará sus sensores de incredulidad y en vez de decir: “Esto no me lo creo. Esto no tiene ninguna lógica. Esto no existe”, se sumergirá en la ficción para creer lo increíble e imaginará y sentirá y formará parte de esa historia, aunque sea una mágica, fantástica o una realista, yo no creo que haya tanta diferencia. La línea que separa la realidad de la ficción es fina y a la vez un territorio lleno de posibilidades. Esa línea es de mi interés. En el solo gesto de narrar un acontecimiento ya estamos manipulándolo y cambiándolo: ya estamos ficcionalizándolo. Estamos eligiendo ciertas partes y otras no; o describiendo ese acontecimiento desde unas ciertas perspectivas y otras no. 
Ahora, me interesan las historias folclóricas por distintas razones, pero te diré dos: por un lado, hay algo en su narrativa oral que tiene que ver con el goce de que alguien te cuente un cuento, que te deje participar y sumergirte en la historia. Por otro, estas narraciones son lo que yo nombro una serie de ADN: dicen quiénes hemos sido y cómo hemos mirado al mundo en colectivo desde hace muchos años; cómo hemos intentado explicarnos el universo y lo hemos narrado para tratar de entenderlo. Estas historias, con nuestras ganas de entender el mundo y a nosotros mismos, que cargan nuestras virtudes y nuestras faltas, han ido pasando de generación en generación, sobreviviendo hasta llegar a nosotros hoy y decirnos aún algo de nuestra contemporaneidad.

RESEÑA EN BLOG LEER ES VIVIR DOS VECES

Reseña de Canto yo y la montaña baila de Irene Solà

Una bellísima novela donde el estilo de la autora florece entre unos personajes únicos

No se te hace raro que te hable una seta. Así me recomendaron este libro mis corsarios favoritos. Y creo que es un buen resumen de Canto yo y la montaña baila que ha publicado Irene Solà y con el que ha revolucionado el panorama narrativo nacional (con permiso de la gran Andrea Andreu y su Panza de burro, próxima reseña en este blog).

Canto yo y la montaña baila es una continua sorpresa, un maravilloso sobresalto de casi doscientas páginas ambientada en una zona de los Pirineos entre Camprodom y Prats de Molló. Sus protagonistas distribuyen sus existencias, más felices, más desgraciadas o más resignadas a través de capítulos donde todos los protagonistas de la novela tienen voz. Los rayos tienen voz y saben el mal que hacen cuando lo hacen. Las leyendas participan de la fiesta de la imaginación, y lo hacen de tal manera que resulta indiferente si lo que leemos es verdad o ficción: siempre terminan conmoviendo. O interrogándonos. El contexto montañoso, montañero y, por lo tanto, rural es un alegato a la tranquilidad y la relativa importancia de la frenética urbe donde aspectos tan dispares como el tiempo, “el tiempo también tiene otra consistencia aquí arriba. Es como si las horas no pesaran lo mismo. Como si los días no duraran lo mismo, ni tuvieran el mismo color ni el mismo gusto. Aquí el tiempo es diferente, tiene otro valor”, o las pasiones “las pasiones también son más crudas aquí arriba. Más desnudas. Más auténticas. Aquí arriba la vida y la muerte, la vida y la muerte y el instinto y la violencia están presentes a cada paso. Todos los demás nos hemos olvidado de la trascendencia de la vida. Los de ciudad vivimos rebajados con agua. Pero aquí, aquí se vive todos los días. Cuando empieza el buen tiempo, aunque sea un buen tiempo delgaducho y poco convencido de primavera que empieza a asomar, necesito subir a la montaña al menos una vez al mes”, se viven de diferente forma.

Irene Solà se nutre de algunas leyendas, mitos y cuentos de la zona para tejer una madeja de ilusiones, perdones, amores imposibles, relaciones verdaderas, proyectos inacabados, errores fatales y aciertos menores donde el narrador va cambiando de cuerpo a medida que avanza la historia. Rayos, ciervos, fantasmas incluso setas toman la palabra para dar forma a una experiencia lectora infinita. A través de todos estos protagonistas, el lector consigue ir relativizando su importancia en detrimento de la naturaleza, sus tiempos y sus leyes, por ejemplo, el testimonio de la montaña nos da una idea de lo efímera que es nuestra vida, “cómo moríais mientras nosotras nos levantábamos en el aire. Arriba. Toneladas de roca y tierra, de granito, gneis y calcita. Nos levantamos hacia el cielo, desde las profundidades. Con toda la tenacidad, con toda la paciencia, con toda la lentitud, con todo el destrozo. Nos levantaba un empuje oscuro, una fuerza bruta nos mandaba hacia arriba, la roca se retorcía, la tierra se sobreponía, se amontonaba, se doblaba, estallaba”.

Irene Solà firma una deslumbrante novela que recoge, con el aire de atemporalidad de los cuentos, los mitos y leyendas del Pirineo catalán. La autora deslumbra con un talento diferente, valiente y libérrimo para volver a pintar las paredes de la literatura en catalán: una novela con la fuerza de las raíces y con la potencia de la magia: hacia el futuro a través de la lo heredado, hacia la renovación a partir del folclore, de lo vernáculo, de las tradiciones. Todo lo que existe tiene algo que decir en esta estupenda novela. Me ha encantado el capítulo de la perra Lluna, me parece conmovedor y me ha dejado mal sabor de boca el lío de personajes, porque la madeja que va tejiendo Irene Solà en ocasiones deja vacíos que llenará en capítulos posteriores, pero en el momento el lío frena y aleja de la lectura. Pero continuarás, porque es importante llegar al final y entender el mensaje de la autora: no debemos darnos tanta importancia, cualquier día nos parte un rayo, pero al siguiente las flores van a seguir creciendo.

ENTREVISTA A IRENE SOLÀ EN ZENDALIBROS

Irene Solà: «En la vida las cosas no están ordenadas, no tienen un sentido ni esconden una metáfora»
13 Nov 2021/ADRIÁN VIÉITEZ  /  Irene Solà

Es difícil leer a Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990) empleando las herramientas que nos proporciona la industria editorial: es una autora joven sin demasiada presencia en redes sociales, aparentemente desapegada de los motivos generacionales y que practica una literatura sin demasiados asideros, enraizada alrededor de una noción del cuento que sabe merodear por los vértices del drama familiar, de lo mágico y del naturalismo. Las dos novelas que ha escrito hasta la fecha, Los diques y Canto yo y la montaña baila, traducidas al castellano en orden inverso al de su publicación original en catalán —Los diques ha sido editada por Anagrama este 2021, Canto yo… lo fue en 2019—, constituyen ante todo un posicionamiento estético frente a aquello que es contado. El juego marca la pauta de una tensión abrupta entre lo íntimo y lo universal, lo privado y lo público; un espacio ambiguo en el que Irene Solà se maneja con soltura y pone su imaginación al servicio de la realidad material contemporánea. Sus dos libros se anuncian como dos esferas perfectas, aunque derramadas: la implacabilidad de sus formas no limita el carácter expansivo de sus contenidos, expandidos mucho más allá del espacio que una novela puede abarcar; más allá del espacio que una persona, de hecho, abarca.


***

En Canto yo y la montaña baila, el mundo rural se encontraba ya en el núcleo de la novela; sin embargo, en Los diques todavía se produce un ligero extrañamiento a través del personaje de Ada, que regresa a su pueblo tras pasar unos años en Londres y poco a poco se reencuentra con las violencias y dinámicas propias de ese entorno. Me gustaría que me hablases acerca de cómo se ha ido modelando, antes y durante la escritura de estas dos novelas, tu propia relación con lo rural.

—Yo crecí en Malla, un pueblo barcelonés de 260 habitantes; mi padre es payés, se dedica a la ganadería. Pero siempre digo que, más allá de haberme criado en el contexto de la masía, mi interés por la literatura, el arte o el cine nació cuando era muy pequeña. Tenía la sensación, durante aquellos años, de que quería marcharme de allí, irme a grandes ciudades, a Nueva York, Londres, Barcelona. Sentía que las historias de verdad, las historias verdaderamente interesantes y capaces de conectar con todo el mundo estaban en ellas. Así que me fui de Malla a los 18: viví mucho tiempo en Barcelona, pasé unos meses en Reyjkiavik y después seis años en Inglaterra. Creo que fue en ese proceso de marcharme —y concedo mucha importancia a mi estancia en Islandia en este sentido— cuando giré la mirada y me dije que quizá lo que me interesaba era contar historias desde el sitio del que venía; pensar y analizar esas violencias que mencionas, esos choques que se dan en el contexto de lo rural. También empecé a darme cuenta de que se podía escribir literatura contemporánea desde esos lugares.


Es curioso: finalmente escribí los dos libros viviendo en Londres. En medio de aquella gran ciudad a la que anhelaba marcharme para poder entender el mundo y después contarlo no hice más que darme cuenta de que no tenía que hacer nada de eso para hacer literatura contemporánea o contar las cosas que a mí me interesan. Los diques está ambientada en los paisajes y el contexto de mi infancia y mi adolescencia. Es cierto que nunca se nombra el pueblo en el que se desarrolla la acción, pero podría tratarse de Malla perfectamente: estamos en la comarca de Osona, delante de todos esos paisajes que yo había digerido y habitado desde niña. En Canto yo y la montaña baila no es así, en ella me subo al Pirineo Catalán, una zona que no conocía en profundidad. Era un espacio que me interesaba, en el que había estado y sobre el que quería investigar. Es cierto que en ambos casos se trata el asunto de lo rural —aunque yo prefiero decir que se trata de espacios que están fuera de grandes ciudades—, pero la manera de vivir en uno y otro no son para nada similares, las formas de dedicarse a la ganadería tampoco son parecidas… En el caso de Canto yo… no partía de un paisaje que conociese en profundidad, como sí sucedía en Los diques, así que empecé a subir allí muy a menudo, a investigar y hablar con gente, a caminar los paisajes en los que quería ubicar la novela.

—Ese recorrido al que haces referencia en relación a los espacios entre una novela y otra quizá pueda trasladarse también al ámbito de sus personajes, me explico: en Los diques, más allá de los paralelismos entre tu experiencia y la de Ada, ese personaje te sirve como anclaje narrativo a través del que mirar —no en vano, Ada también escribe historias relacionadas con su entorno y con personajes que conoce, sean inventadas o no—, y también intuyo que la miríada de personajes que manejas en esa novela puede aproximarse en mayor o menor medida a unos modos de ser que tú ya dominabas —pienso en el payés Vicenç Ballador a raíz de lo que me explicabas de tu padre, etc.—. Sin embargo, en la medida en que existe una mayor distancia entre los paisajes de Canto yo y la montaña baila y tú, me pregunto si también sentiste ese extrañamiento a la hora de construir a sus personajes.

—No sabría qué decirte. Cuando lanzamos la novela en catalán, algunos periodistas me preguntaban si Ada era un correlato de mí misma; estábamos en un momento en el que mucha gente se adentraba en formatos de no ficción o autoficción, la pregunta venía muy hecha. Siempre he respondido que no, pero es cierto que se dan ciertos paralelismos entre nosotras y que a mí Ada me sirve para un montón de cosas, fundamentalmente para dar vueltas a una serie de ideas alrededor del storytelling, de la narrativa y las historias. Me sirve para preguntarme de quién son las historias, a quién pertenecen o qué poder tiene el que escribe una historia sobre aquel otro que es escrito dentro de ella. A través de Ada pienso en el alcance de lo que vendría a ser la voz del autor, también en la finísima frontera entre realidad y ficción. Yo, en cierta medida, también juego a coger cosas de la realidad y después reconstruirla, igual que Ada. Todo esto, sin embargo, desde la conciencia de que no somos la misma persona, de que el libro no trata sobre mí sino acerca de lo que uno puede hacer con las historias, qué es lo que pasa antes y después de que las contemos.


"Siento una atracción fuerte hacia las historias. También hacia las palabras, hacia las maneras de decir. Me gusta mucho contar historias, pero también escucharlas, leerlas; que me cuenten cuentos, leyendas..."
Mi sensación respecto a Canto yo y la montaña baila es que sucede otra cosa. Los periodistas, una vez más, me preguntan: «de todos los personajes de la novela, ¿cuál eres tú?» Mi respuesta es que, en cierta medida, yo soy todos, porque para construir cada mirada y cada voz he tenido que encontrar una pequeña puerta de acceso que no deja de ser mía: hay algo de mí en las nubes, hay algo de mí en el corzo. He tenido que entrar en ellos, pasando primero por mí, para poder mirar desde sus ojos o para poder entender cómo viven y cómo se relacionan con la montaña, con su entorno. Es curioso: en apariencia puede parecer que mi proximidad con Ada es mayor que la que pueda tener con cualquier personaje de Canto yo…, pero quizá por esa cercanía que ya venía dada puede ser el personaje que menos tenga de mí misma, porque no he necesitado buscar esa puerta de acceso, no he tenido que emplear algo mío para construirla a ella.


—Antes comentabas que, cuando te marchaste de Malla, lo hiciste con la idea de escribir acerca de grandes ciudades, pero finalmente no necesitaste cruzar ese proceso: tanto tus dos novelas como Bestia —su único poemario editado— están muy ligados a la tradición oral, algo que intuyo que aterrizó en tu vida previamente a la formación literaria. Me pregunto si existió un hiato entre tu primer contacto con la literatura a través de la tradición oral y tu regreso a ella después de un periodo de formación académica.

—Todo lo que yo escribí desde Londres fueron estas dos novelas, aunque también te diré que cuando empecé a viajar escribía, pero también estaba terminando mis estudios en Bellas Artes, con lo que dedicaba mucho tiempo a la producción audiovisual, no solo pensaba en la escritura. Pero no, nunca escribí nada sobre Londres, ni Nueva York, ni nada parecido. Siempre digo que es bastante probable que las ciudades hayan dejado un poso en mí que en algún momento recogeré, del mismo modo que recogí el poso que habían dejado todos mis años en Malla. En relación a la tradición oral, yo siento una atracción fuerte hacia las historias. También hacia las palabras, hacia las maneras de decir. Me gusta mucho contar historias, pero también escucharlas, leerlas; que me cuenten cuentos, leyendas… Todo eso me ha atraído desde que tengo uso de razón, pero también te digo que la lectura me apasionó rápido, a una edad temprana, con lo que no tengo la sensación de que mi fascinación por la tradición oral y por la literatura vayan por separado; al contrario, creo que siempre han ido de la mano. De lo que sí me he ido dando cuenta progresivamente es de que lo folclórico me interesa con un grado de profundidad que hace que yo quiera que forme parte de lo que escribo; es un rastro que remite a cómo hemos mirado el mundo a lo largo de los siglos, cómo hemos colocado magia o imaginación sobre ciertos territorios.

Antes te explicaba que mi paso por Islandia fue muy importante para mí, y en este sentido lo fue especialmente. Estuve en Reyjkiavik unos meses, en un contexto de Erasmus, y fue una experiencia que me impactó mucho: estábamos en una universidad pequeña, delante del mar, una universidad en la que podíamos quedarnos a dormir. Básicamente éramos un grupo de estudiantes internacionales de Bellas Artes, junto a un puñado de estudiantes islandeses, encerrados en una universidad y trabajando cada cuál en sus proyectos, mirando películas, pasando el rato juntos. Empezamos a viajar mucho: cuando no hacía demasiado frío, alquilábamos coches y dábamos toda la vuelta a la isla. En Islandia, el folclore está muy presente; cada piedra esconde un elfo, un enano, un gigante o un fantasma. Cuando viajábamos, me apasionaba que mis amigos islandeses me contaran historias y leyendas del país; me gustaba mucho la manera en que lo hacían, llenos de desenfado, con un aspecto de contemporaneidad que le daba mucho sentido al territorio. Fue por ahí cuando yo empecé a pensar en que ese tipo de historias también existían en el sitio del que yo venía. Diría que Islandia me quitó la vergüenza que pudiese tener al respecto, la preocupación acerca de si jugar con la tradición oral no era un asunto contemporáneo.

—Hablabas de tu formación audiovisual, algo que creo que está muy presente en la concepción formal de tus novelas, de estructura muy secuenciada, construidas a partir de escenas breves que, al enlazarse unas con otras, van formando una especie de genealogía de lo que sucede. En un primer acercamiento, uno puede tener la sensación de que tanto Los diques como Canto yo y la montaña baila están como esparcidas, pero imagino que trabajarás con una suerte de núcleo o punto de partida desde el que improvisar, encontrar nuevos espacios e historias, nuevos personajes…

—Sí, creo que mi manera de trabajar tiene mucho que ver con mi formación como artista. Algunos periodistas han hecho referencia a mi formación al ver las fotografías que se intercalan con el texto de Los diques o los dibujos que aparecen en Canto yo…, pero yo pienso que es en mi manera de trabajar donde se manifiesta realmente. Creo que escribo empleando metodologías propias del arte, es decir: cuando empiezo una novela no he decidido qué es exactamente lo que voy a escribir, tampoco qué va a suceder ni qué personajes van a aparecer. No he decidido cómo va a empezar ni cómo va a terminar, sino que arranco desde una serie de preguntas que me interesa hacerme en cada momento, pensando a qué temas e ideas me apetece dedicar mi tiempo y energías durante los siguientes meses, los siguientes años.

En el momento de la escritura de Los diques estaba entusiasmada, enamorada del hecho de narrar, quería explorar todo esto de lo que te hablaba antes en relación al alcance de las historias que nos contamos. En el caso de Canto yo y la montaña baila creo que mis intereses habían variado un poco, aunque también profundicé en algunas semillas que ya había plantado en la novela anterior. Empiezo leyendo mucho, construyendo piscinas de información. Voy acumulando archivo a medida que avanzo, tomo muchas notas, guardo todo el material que leo y las imágenes que voy hallando y me acercan de algún modo a la novela. Una vez dentro de esos procesos de investigación y búsqueda descubro temas nuevos, ideas nuevas, historias nuevas que no imaginaba que pudiese encontrar, y poco a poco se va aclarando cuál es la manera en que quiero transmitir todas las ideas con las que voy trabajando: ahí construyo los personajes, la historia, etc.

Otra cosa que me interesa mucho es el concepto del juego, aunque entendido como una cosa muy seria. El juego como idea bebe mucho del arte contemporáneo; se mezcla un trabajo exhaustivo con un espacio para pasarlo muy bien. Busco cierto factor sorpresa en las novelas, no tenerlo todo controlado, que aparezcan caminos no previstos. En cualquier caso, está claro que en el fondo soy yo la que toma las decisiones y ambas novelas incluyen un esfuerzo para —pese a esa apariencia de dispersión que mencionas— llegar a un puerto, por decirlo de alguna manera, para que tengan la forma que, a medida que avanzo, decido que tienen que tener. En el caso de Canto yo y la montaña baila es fácil verlo a través de la historia, digamos, principal, de la familia que sufre dos muertes violentas en la montaña. Esa historia cruza todo el libro y, durante la escritura, yo me la imaginaba como si fuese una vena, un río subterráneo. Las voces de todo el mundo construían una montaña y por debajo de ella pasaba ese río que era la historia de Domènec, Sió, Mia e Hilari; en algunos capítulos el río es ancho y lo ocupa todo, en otros apenas se escucha de fondo o se contempla desde lejos, pero siempre está presente.

En Los diques, el juego va por otra parte, porque mi intención era pensar acerca de cómo construimos las historias y qué esperamos de ellas. Buscaba discutir la estructura clásica de introducción, nudo y desenlace, en cierto sentido emulando la narrativa intermitente de la vida propia. Decidí escoger un trocito de la vida de los personajes, un verano que no es el principio ni el final de nada, sino una parte más. A esta novela le puse el título pronto porque ya partía de esa idea de que en la vida las cosas no están ordenadas, no tienen un sentido ni esconden una metáfora o una moraleja; más bien todo sucede a la vez, pasando como un montón de agua sucia y caótica. Lo que hacemos cuando contamos historias es coger toda esa agua y ordenarla un poco, darle forma, proporcionarle una estructura: colocarle diques, presas, construir canales para poder leerlas y sentirnos algo más tranquilos pensando que todo tiene un sentido.

—Leyendo Los diques pensaba mucho en la manera en que estudias las relaciones interpersonales, en tu compromiso a la hora de explorar cómo el contexto rural moldea las formas que tenemos de interactuar con el otro. Se da, por un lado, un tipo específico de amabilidad, y por otro se pone en marcha un mecanismo reactivo ante lo extraño: en esta novela se explicita en el pasaje en el que un ciclista, haciendo su ruta dominical, entorpece el trabajo de Vincenç Ballador; en Canto yo y la montaña baila, en el capítulo narrado desde la perspectiva de un turista barcelonés que llega al pueblo para encontrarse una reacción bastante hostil. 

—Esas dos escenas me interesaban mucho a la hora de pensar la manera en que nos relacionamos con el espacio, con el territorio y con la propia idea de naturaleza. Estos personajes resultaban muy dúctiles porque todos hemos sido turistas en algún momento, extraños en un lugar con otros códigos. Quería explorar esa noción antropocentrista, muy presente en Canto yo y la montaña baila, de que en ocasiones visitamos un lugar e inmediatamente nos otorgamos a nosotros mismos el sentido de esos espacios, nos colocamos en el centro. Es lo que le sucede al turista en el libro. Es cierto que se trata de un capítulo muy irónico en el que cargo fuerte contra ese tipo de figura, pero no es que me ría en específico del señor de Barcelona que sube a la montaña. Cuando presentaba el libro en la ciudad, algunas personas me decían: «¡Cómo te has pasado con nosotros al escribir a este señor!», y yo les respondía que ese señor también encarnaba a las hordas de turistas que ocupan la propia Barcelona y la tratan como un decorado para sus fotos. Lo que buscaba era pensar qué es lo que sucede cuando viajamos y, en lugar de conectar con lo que tenemos delante, lo vemos como una suerte de escena de la que estamos desvinculados; no interactuamos con las personas que habitan ese espacio, no tenemos en cuenta cuál puede ser el impacto de nuestro paso por él.

La escena del ciclista es un buen ejemplo de lo que te comentaba antes en relación a las semillas que planté en Los diques para profundizar después en Canto yo y la montaña baila: en ella buscaba narrar la misma escena —con el mismo paisaje, la misma mañana de domingo, el mismo camino rural— vista desde dos puntos de vista muy distintos, ambos con la sensación absoluta de tener la razón y de ser el sentido de la existencia de ese camino. El ciclista, para su disfrute dominical; el payés, para su trabajo de cada día. Me interesaba llevar al lector a ambos lados, hacerle comprender primero la mirada del ciclista y después girar la moneda, hacer comprensible también al otro lado. En ese caso el juego se reducía a dos perspectivas en conflicto, pero podríamos añadir la de un gato salvaje que viviese en esa parte del camino, a un corzo o al jabalí al que un día atropellarán en ese mismo lugar. Tirando hacia atrás, no dejaríamos de encontrarnos a personas que en el pasado atravesaron esa ruta, que ya pensaron que ese camino era suyo.

—Más allá de las relaciones entre la persona local y la foránea, otra cosa que veo con claridad en ambas novelas —y de manera especialmente nuclear en Los diques— es un interés por entender las maneras en que estos espacios habilitan el acceso al cariño y a la ternura. Aunque Canto yo y la montaña baila era un libro, en cierto modo, marcado por la tragedia, también está salpicado por pequeños momentos en los que los personajes comparten algo, como esa escena hacia el final en la que Mia y Oriol conversan largamente en la cocina. En Los diques los ejemplos son muchos, pero pienso en el capítulo que dedicas a relatar cómo se enamoraron los personajes de Iván y Nàdia cuando eran adolescentes; sucede así en muchos casos: identificas un foco de cariño y rastreas con cuidado su trayecto hasta llegar a sus orígenes.

—Claro, claro, a ver: cuando hablo de mi interés por las historias puedo sonar teórica o fría, pero en el fondo se trata de esto de lo que tú hablas, lo que hago con mis ganas de aprender e investigar es aplicarlas en este tipo de territorios. El capítulo en el que Nàdia e Iván se conocen no deja de ser el capítulo en el que Ada nos cuenta cómo se conocieron Nàdia e Iván, y de hecho Nàdia se enfada mucho con ella, le dice: «¡Qué haces con mi historia! ¡Tú no la puedes contar, no es tuya!» Siempre digo que para mí el hecho de escribir, o al menos en relación a la novela, me gusta porque me permite dos cosas: por una parte, el disfrute de construir y contar historias, de manejar las sutilezas del enamoramiento de dos personas jóvenes, los matices del cariño o el amor; por otra, reflexionar sobre la propia naturaleza de esas historias y su alcance. Cuando Nàdia se enfada con Ada por escribir su historia de amor con Iván se abre una vía para pensar acerca de la propiedad de las historias, es decir, sobre cómo se ve modificada una historia si la cuenta otra persona, si acaso existen tantas historias como sujetos susceptibles de narrarlas. Digamos que en Canto yo y la montaña baila buscaba llevar eso al extremo, dejar claro que no es posible que un corzo cuente una historia de la misma manera en que lo haría una nube, un fantasma o un hombre de setenta años.


—En ambas novelas se da también un equilibrio bastante delicado en relación a los personajes y su temporalidad. Cuando presentas a un personaje lo haces, dentro de la cosmología particular de Canto yo y la montaña baila, siendo consciente de su caducidad. La muerte se plantea como un horizonte naturalizado, pero tratas de evitar que, frente a la eternidad de las piedras y las montañas, la mortalidad de los vivos no sea un pretexto para no prestarles atención. Pienso en el personaje de Hilari, por ejemplo: está marcado por la tragedia pero igualmente le dedicas mucho espacio, transcribes sus poemas y le das voz incluso después de su muerte; lo tratas con mucho cuidado pese a ser, al mismo tiempo, en cierto modo violenta con él.

—Todo lo que comentas son ideas que yo buscaba trabajar en la novela y que tienen que ver con el hecho de empezar a ver el mundo desde una gran pluralidad de perspectivas, no todas ellas humanas, y darme cuenta rápido de que eso me permitía relativizar una serie de conceptos humanamente comprendidos de una manera específica. El de la muerte, tradicionalmente ligado a lo trágico, lo terrible y lo definitivo, era uno de ellos. El caso de Domènec me sirve para plantear esto: su muerte es a priori trágica, es un hombre joven con hijos todavía muy pequeños. Sin embargo, es trágica para él, su mujer y como mucho sus hijos, dentro de la conciencia que puedan tener —de hecho, escribo algo así como que son los niños sin padre más felices que hubo nunca, como si no les doliera lo suficiente que su padre hubiese muerto—. Es trágica para ellos, pero no para el resto. Un minuto, un segundo después de que el rayo parta a Domènec, todo sigue igual. Por suerte, nada se para. En ocasiones he hablado de la idea de un optimismo cruel, pero es así: ese señor se muere y por suerte todo continúa, los corzos siguen comiendo y la hierba sigue creciendo.

También me interesaba, como mencionas, jugar con que ciertos personajes estuviesen al otro lado y pudiesen hablar de su propia muerte, reírse de ella o acaso poetizarla, como hace Hilari. Me gustaba la idea de hacer que las mujeres asesinadas por brujería pudiesen hablar y contar su experiencia de todo aquello; que las torturas, los juicios y las ejecuciones no supusiesen el final de sus historias y éstas se extendiesen a través de sus voces hasta el presente, que ellas pudiesen seguir riéndose y habitando esos espacios. Me llama la atención que digas que soy dura con el personaje de Hilari, porque no tengo para nada esa sensación. Fue un personaje muy divertido de escribir, aunque eso sí: siempre digo que las opiniones que Hilari tiene sobre la poesía no son ni mucho menos mis opiniones y que los poemas que escribe Hilari no son ni mucho menos mis poemas. Me gustó meterme en la piel de ese payés poeta, alocado, joven y muerto que escribe a su madre y a su hermana, y también disfruté mucho escribiendo esos poemas a través de él, siempre desde esa luz u optimismo propios de su juventud.

Pasa algo parecido con el capítulo narrado por Palomita, quizá uno de los más delicados a la hora de la escritura, porque buscaba hablar de las brigadas republicanas en la Guerra Civil y hacerlo desde la perspectiva de una niña que murió entonces; quería que ella misma pudiese contarnos todo eso, hablar de la guerra y de su propia muerte y hacerlo con el punto de inocencia propio de la infancia que es capaz de relativizar y naturalizar eventos de esa dureza y esa envergadura, esa inocencia que hace que a los adultos nos golpee con más fuerza la idea de que tales acontecimientos tuviesen lugar entonces y sigan teniendo lugar a día de hoy.

—Precisamente en la escena del ciclista de Los diques a la que antes nos referíamos, Vicenç Ballador está en el tractor con su hija y le dice algo así como que se siente muy orgulloso de ella y que es una suerte para él haber tenido dos hijos tan mundanos, tan mediocres. Pensaba, mientras me contabas esto último, que pese al volumen de acontecimientos trágicos que acogen ambos libros, uno no se queda con la sensación de que sean novelas trágicas. Puede que guarde relación con lo que comentabas sobre el capítulo de Palomita y el asunto de ser justo con la voz del personaje, de narrar no partiendo del acontecimiento sino de la impresión que el personaje tiene sobre él. 

—También me interesaba mucho reflexionar acerca de cómo se puede narrar una tragedia, pensar qué cuentas y cómo lo cuentas, qué intentas provocar en el lector con lo que estás contando… Como autora, tú eliges las historias que vas a narrar y también la forma en que las narras, y del mismo modo te haces cargo de lo que estás poniendo sobre la mesa para que el otro, el lector, reflexione. Yo prefiero no masticarlo todo, no forzar a nadie a tener que sentir unas cosas concretas o a tener que pensar de una manera determinada; lo que me interesa es simplemente invitar a hacer una reflexión en común. En el caso de Palomita, por ejemplo, la intención es clara y es dura. El tema del que hablamos tiene una gravedad importante. Como —relativamente— ha pasado poco tiempo, algunas bombas y granadas todavía descansan en esa montaña, hay gente viva que recuerda haberlo vivido todo y yo quiero hablar de todo eso, la intención es meternos ahí. Pero en la voz de Palomita cabe tanto lo más terrible como las truchas que nadan en el río y su relación con su hermano Hilari. Considero importante, en este sentido, la manera en que tratas a los personajes: la historia de Palomita podría contarse también desde la oscuridad más absoluta, y esto remite de nuevo a lo que te decía antes de que las historias simplemente están aquí y pueden ser contadas de muchas maneras distintas. Cómo decides contarlas es una decisión importante. Qué decides incluir y qué no también lo es. Cada cosa que escribes y la manera en que la escribes es el reflejo de una decisión que tomas como autor en relación con los personajes, y creo que hay una responsabilidad importante en todo ello.


RESEÑA EN INFOLIBRE

 No debería leerse esta novela como un drama neorrural o literatura ecologista, modas con fecha de caducidad, pues es una narración excelente que va más allá de etiquetas
 Esta novela obtuvo el Premio Llibres Anagrama 2019, destinado a obras en catalán, y acaba de recibir el European Union Prize for Literature para voces nuevas

Fernando Valls
22 de mayo de 2020 06:00h

"Lo universal es lo local sin fronteras."
Miguel Torga

Esta novela obtuvo el Premio Llibres Anagrama 2019, destinado a obras en catalán, y acaba de recibir el European Union Prize for Literature para voces nuevas, que se concede por países, entre ellos España, en sus cuatro lenguas oficiales. Se otorga desde el 2009 y en las convocatorias anteriores lo habían ganado Raquel Martínez-Gómez, por la novela Sombras de unicornio (Algaida, 2007); Cristian Crusat, con su libro de cuentos Breve teoría del viaje y el desierto (Pre-textos, 2011) y Jesús Carrasco, con su novela Intemperie (Seix Barral, 2013), la que más éxito alcanzó en España de todas ellas. Es, por tanto, el primer libro en lengua catalana que lo obtiene. Martínez-Gómez y Solà comparten, además, el haber estudiado en la Universidad de Sussex, en el Reino Unido, y Carrasco y Solà, el ocuparse del mundo rural.

Irene Solà tiene 30 años y aunque haya nacido en Malla, un pequeño pueblo cerca de Vic, ha estudiado en Barcelona, Islandia, donde hizo un Erasmus, e Inglaterra, país en el que ha cursado un máster sobre arte y literatura. Hasta ahora había publicado un libro de poemas y una novela, que siento no conocer. El título de su nueva obra proviene del último verso del "Poema para mí, Hilari", uno de los protagonistas, el cual remeda el "Canto a mí mismo", de Walt Whitman.

En el título se anuncia que, a diferencia de lo que creyeron los románticos sobre la imposibilidad del decir, el lenguaje todo lo puede, pues, con el canto, con la literatura, podemos llegar a mover montañas. La cita inicial es del escritor islandés Halldór Laxness, poco conocido en España a pesar de haber sido premio Nobel en 1955 y que uno de sus libros, La base atómica (1948), se encuentre en el prestigioso catálogo de Cátedra, o que otro de ellos, Gente independiente (1934), de donde procede la cita que anticipa el tono y la atmósfera de nuestra novela, lo haya publicado Turner. Con todo, no está de más recordar que en la segunda mitad del siglo XX a Laxness lo editó en España Aguilar, Destino y Plaza & Janés, y que su novela Paraíso reclamado (1960) fue acogida en dos colecciones populares: la Biblioteca General Salvat y Los premios Nobel de Orbis.

Canto yo y la montaña baila, de hermoso título, aparece dividida en cuatro partes: la primera y la última se componen de cuatro capítulos, respectivamente, mientras que las dos restantes tienen cinco cada una. En la versión original, el último capítulo de la segunda parte aparece escrito en castellano, la lengua de Eva, el personaje que allí habla, y sus páginas se inspiran en una célebre foto de la guerra, en la que luego nos detendremos. Estamos ante una narración coral en la que cada capítulo es contado por una voz distinta, una novela polifónica como lo era La caída de Madrid (2000), de Rafael Chirbes, por solo citar otro relato que se vale de esa técnica.

El caso es que la autora le proporciona voz a todos los seres que pueblan las montañas, sean humanos (Sió, Agustí, un innominado excursionista, Hilari, Eva, Neus, Oriol, Cristina, Jaume y Mia), elementos de la naturaleza (las nubes, como hizo Aristófanes, una seta, las montañas, un corzo, una perra o un oso) o —digamos— seres mitológicos (brujas y mujeres de agua o encantadas, una de las segundas nos cuenta que en la tercera parte, el nacimiento de Bruna, la hija de Blanca, a quien llaman ternerín).

Entre las personas, la naturaleza y los animales se producen choques violentos. Así, por ejemplo, Jaume, de la familia de los gigantes, cuyo padre es medio hombre y medio gigante, mientras que su madre es giganta y mujer de agua, causa dos muertes sin querer, por puro azar, aunque el accidente de caza nos llegue a través del relato del corzo. Este animal reaparece a lo largo de la novela en varios momentos importantes, bien se trate del mismo, bien de un corzo diferente en las distintas ocasiones. La perspectiva de las nubes al narrar es cenital, mientras que la seta utiliza el contrapicado, como la misma autora ha comentado en la entrevista que le hizo Gemma Marchena (Última hora, 22/XI/2019). Todas esas voces se valen de diversos registros del catalán, algo que solo puede apreciarse en la versión original.

Siendo una narración coral, la familia de Domènec, el campesino poeta (su mujer Sió aparece como una madre coraje, con sus hijos Hilari y Mia, el abuelo Ton, la casa de Matavaques y la perra Lluna) que carga con dos muertes trágicas, ambas producto del azar, asume un protagonismo mayor, pues su presencia se extiende a lo largo de la obra hasta formar parte importante de su esqueleto, ya que empieza la narración con la muerte del padre de la familia y acaba con el reencuentro de Mia con Jaume, su antiguo amor, responsable de la muerte de su hermano. Creo que en lo dicho hasta ahora aparecen ya los temas del libro: los ciclos de la vida, la amistad y el amor, el rencor y el odio, la soledad, el protagonismo de la naturaleza y de los animales que pueblan el bosque, de los fantasmas que rondan a los personajes, el peso de la Historia y los viejos relatos orales que han perdurado; la vida y la muerte, en suma. Pero, en lo que respecta a esta última, es Sió quien la padece más, pues su madre falleció al nacer ella; a su marido lo partió un rayo; en la noche en que se puso de parto de Mia, su padre y su tía Carme murieron axfisiados por el tufo del brasero; y su hijo murió en un accidente de caza.

No menos importante resulta el espacio en que transcurre la acción, el valle de Camprodón, con los Pirineos y la frontera francesa a mano. Y, sin embargo, no sabemos cómo se llama el pequeño pueblo de 200 vecinos, junto al río Ritort, donde habitan los personajes principales, pero sí el nombre de sus masías y el lugar que estas ocupan en el pueblo, de abajo arriba: Can Grill (pertenece a Oriol y su madre), Matavaques, Cam Prim (donde viven Agustí y Neus con sus hijas Cristina y Carla), la casa de Rei y encima de todas ellas, el pueblo propiamente dicho.


La familia Gracia Bamala en Prats de Molló, frontera francesa con España, en invierno de 1939. La imagen fue publicada por primera vez en la revista L'Illustration en febrero de ese año.

De igual modo pesan los ecos de la Guerra Civil, de la desbandada de los republicanos en su camino hacia el exilio, con los objetos y armas que tuvieron que abandonar, pero también el hartazgo que entre algunos personajes pruducen los recuerdos de la contienda, como ocurre en el caso de Cristina: "La Guerra Civil, qué aburrimiento" (p. 151). En un capítulo memorable, inspirado en la célebre foto de la familia Gracia Bamala (en la que se ve al padre, la niña y los dos hijos), aparece la guerra vista a través de los ojos de Eva, Palomita, a quien Hilari le dedica uno de sus poemas. Sabemos que, en realidad, la chica se llamaba Alicia, tenía 6 años y había perdido una pierna en el bombardeo de la aviación italiana sobre Monzón, donde murió su madre, mientras que uno de sus hermanos, Amadeo, perdió parte de una pierna.

Aparecen, además, varias reflexiones sobre la memoria, sobre los recuerdos: así, en este sentido, Sió nos previene contra las trampas de la memoria y confiesa que Domènec, su marido, "no me quería lo suficiente, como todos los hombres, que nunca quieren lo suficiente"; Neus comenta lo que le dijo su marido cuando Sió empezó a perder el juicio: "a veces, para sobrevivir, hay que echar tierra a los recuerdos, pero que el que ha sufrido mucho siembre echa demasiada tierra"; y, por último, Núria desea que Jaume, con quien trabaja en un bar, le cuente más secretos, pero este, tras varias confesiones, piensa que "no conviene abrir la puerta de los recuerdos, no trae nada bueno" (pp. 34, 123, 124 y 168).

El capítulo segundo aparece narrado por una bruja, quien nos habla entre risas de sus amigas, de los aquelarres y de las historias que cuentan y en las que ellas mismas aparecen como personajes, según ocurre en las aventis de Juan Marsé. En él se incluyen, además, dos relatos intercalados que nos refiere la bruja Eulàlia: la historia de las princesas cristianas que huyeron a caballo con sus enamorados moros para acabar congelados y convertidos en las montañas que se observan al fondo, junto con la historia de la encantada que, estando presa, logró fugarse, dejándolos sin saber para qué sirve la raíz de la acedera. De la alusión a un mantel blanco al final de ese capítulo surge el siguiente, dándole título y desentrañando los avatares de su historia. El titulado "Las trompetas" podría leerse como un poema en prosa. El séptimo capítulo posee la particularidad de representar la mirada de alguien ajeno al territorio, de un excursionista procedente de Barcelona que cae en casi todos los tópicos posibles y parece apreciar solo lo que le resulta exótico. Y en el noveno, que narra Eva, esta se hermana con Hilari, pues no en vano ambos aparecen como víctimas.

Ya en la tercera parte de la obra, Neus, a petición de Mia, consigue que el fantasma o espíritu que habita en Matavaques abandone la casa, pero además narra el cuento de la Reina de las Nieves, que podría leerse como un microrrelato intercalado. Al final, se alude a "un joven de pelo oscuro con un bastón", quien tomará la voz más adelante, en "El miedo". La primera y la última página del capítulo (pp. 125 y 135), narrado por Oriol, cuyo "accidente" se cuenta, están llenas de juegos con el lenguaje, de repeticiones y de variaciones de palabras y de los tiempos verbales. Pero, además, se inicia la historia del –digamos— triángulo amoroso que ocupa una parte importante del tramo final de la novela, de las relaciones de Mia con Oriol y Jaume, dos "hombres rotos". Más adelante, el primero se transforma en el segundo ante los ojos de Mia. Mientras que por la perra Lluna conoceremos la intimidad amorosa de Mia y Oriol, los olores que desprenden sus cuerpos.

Cristina nos cuenta la fiesta del oso y sus relaciones con Alícia, su pareja, y con Mia, además de su voyeurismo juvenil, en la cuarta parte. En los dos últimos capítulos de la novela, narrados por Jaume y Mia, respectivamente, en cierta forma se hace balance, se redondea la historia de la familia de Domènec, con el reencuentro final de ambos personajes, en busca –se dice— de su identidad. Antes, conocemos a los clientes del bar donde Jaume trabaja, completando así ese microcosmos, el espacio en que se desarrolla la narración. Y se intercalan tres nuevas historias, hasta componer un total de seis en el conjunto de la novela: la del herrero mendigo, trotamundos, quien resultó ser Nuestro Señor Cristo y convirtió al herrero del pueblo en un oso; la del origen de Jaume, un muñeco de nieve que acabó siendo un niño; y la del fantasma que le dio por apagar las luces de Matavaques.

Habría que destacar, asimismo, el autorretrato de Sió, los retratos del abuelo Ton y de Rei, quizá sea este último el personaje más antipático del libro, junto al bisabuelo de Neus y a Moi, a quien Jaume está a punto de matar, en el episodio más violento de la novela. A ninguno de estos tres seres poco dados al afecto les cede la voz. Destaca el tono reivindicativo, crítico, de algunos personajes femeninos, tales como Cristina; o de un animal, como el oso. Y debe resaltarse también la presencia de la risa en las brujas y los duendecillos del bosque, del humor a lo largo de todo el libro (lo he apreciado en las pp. 16, 19, 21, 22, 51, 150, 166 y 178).


En la novela desempeñan un papel importante los relatos orales, las leyendas y tradiciones, protagonizadas por brujas o por las mujeres del agua (pp. 24, 37, 165 y 180), que son como las janas leonesas que encontramos en la narrativa de José María Merino, y la fiesta del oso en Prats de Molló, que cuenta Cristina; aparte de la presencia y las voces de los muertos. La autora ha querido sumarse a una tradición de la literatura catalana, de la que se siente continuadora: desde el Canigó, de Verdaguer, libro que Sió guardaba en la cómoda, hasta las obras más recientes de Pep Coll (Muntanyes maleïdes, 1993) y Joan-Lluís Lluís (El dia de l'ós, 2004), aunque también confiesa haberse documentado en los estudios de Pau Castell Granados y Jaume Crosas sobre las persecuciones de brujas en los siglos XV y XVII.

Se trata de una novela que pone de manifiesto la relación que mantienen las historias y el territorio, si bien es a través del lenguaje, de las variaciones y juegos de palabras que despliega (pp. 13, 19, 39, 71, 125, 139, 164, 186 y 188) y, en menor medida, de lo visual, cómo nos empapamos de una realidad compleja (véase, al respecto, el comienzo de la tercera parte, narrado por la tierra, en que imágenes y texto se complementan), al mismo tiempo que subraya lo mágico y legendario que tiene la vida, sus misterios y enigmas. La cubierta de las dos ediciones de la novela, la catalana y la castellana, algo distintas, anticipan la lucha por la existencia de unos animales con aire de prehistóricos, entre la nieve, el incipiente bosque y las montañas nevadas.

La traducción suena bien y, en general, resulta muy correcta, pero se cuela algún catalanismo (parar quietos, en vez de estarse quietos, p. 36; amorrarse, por acercarse, pp. 37 y 115; muy poco a poco, en lugar de muy despacio (p. 177); e incluso a veces se complica la vida al cambiar de registro y ante una frase como: vine, que arrencarem les males herbes (p. 179), que se traduciría por: ven, que arrancaremos las malas hierbas, opta por: ven, vamos a escardar [las malas hierbas] (p. 181). En otro caso, resulta justificado para mantener la rima que se pretende, como ocurre cuando traduce: Hi havia una vegada un ferrer rabiüt, pelut, forçut ..., por Había una vez un herrero geniudo, peludo, forzudo... (p. 164), donde geniudo viene del catalán geniut (con mucho genio), que si bien no está en el original, cumple su función. No es un libro fácil de traducir y el hecho de que Concha Cardeñoso haya buscado soluciones para mantener el ritmo, tan marcado a veces, es una muestra del trabajo bien hecho, pues la prosa suena al igual que un original.

No debería leerse esta novela como si se tratara de un drama neorrural ni como literatura ecologista, modas del día con fecha de caducidad, pues estamos ante una narración excelente que va más allá de ocasionales etiquetas, de esas que –al igual que Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepulveda— atesoran un no sé qué, unas historias, una prosa y unas existencias entrelazadas que no se olvidan y, por ello, me parece que seguirá leyéndose siempre.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.


RESEÑA EN PÁGINA 12
Irene Solà: "El feminismo forma parte de mis intereses como escritora"
La joven escritora catalana expresa una voz original en "Canto yo y la montaña", novela que pone el foco en la Guerra Civil Española y que incluye un capítulo escrito por un grupo de mujeres asesinadas por "brujas".
Silvina Friera
Por Silvina Friera
4 de mayo de 2022 - 00:21

La escritora catalana Irene Solà lleva la poesía en su sangre de narradora con dos novelas de una belleza extraordinaria: Los diques (Alto Pogo) y Canto yo y la montaña baila (Anagrama), que presentó en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires junto con Mariana Enriquez. Las voces y las palabras, la música que genera esta poeta y narradora cuyo apellido significa “un lugar soleado”, combinan tristezas y melancolías. “Me interesa mucho la poesía y el lenguaje, la manera de decir y las posibilidades de las palabras y la imaginación”, cuenta esta joven escritora que nació en Malla, un pequeño pueblo de Cataluña de 260 habitantes que dejó a los 18 años para estudiar en Barcelona. Después vivió en Reikiavik (Islandia) y más tarde se instaló en Brighton y Londres, hasta que decidió volver a ese pueblo en donde nació hace 31 años.

Solà vivía en Londres cuando escribió Los diques (2017), con la que ganó el premio Documenta y fue traducida al castellano por Paula Meiss, y Canto yo y la montaña baila (2019), novela que cosechó tres reconocimientos: el Premio Llibres Anagrama, el Premio Núvol y el Premio Cálamo Otra Mirada, y fue traducida por Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. “En Londres descubrí que escribir era lo que quería hacer”, reconoce la escritora que estudió Bellas Artes en la Universidad de Barcelona y Cine y Cultura Visual en la Universidad de Sussex y es autora del libro de poemas Bestia, publicado en 2012. Hace cinco años surgió la idea de escribir Canto yo y la montaña baila, una novela polifónica y con altas dosis de poesía que despliega 18 voces humanas y no humanas. Solà consigue que hablen hasta las placas tectónicas, los hongos y los corzos (un animal parecido al ciervo) porque narrar para ella es como un prodigio literario donde todas las voces están permitidas y solo se necesita descentrar la mirada y volver a preguntarse sobre cómo escuchar las vibraciones del paisaje y su gente.

En su segunda novela decidió situarse en el Pirineo Catalán para ahondar en la historia de una familia que sufre dos muertes violentas. “Quería escribir desde la perspectiva de todos aquellos que forman parte de ese lugar, de todos aquellos que viven o que pasaron por allí, ya sean humanos, animales o setas”, revela la escritora catalana a Página/12. Mientras avanzaba en la escritura de Canto yo y la montaña baila se preguntó “¿qué poder tiene aquel que escribe una historia por encima de aquellos que son escritos en la historia? ¿quién ha podido contar su propia historia y quién no? ¿qué voces han sobrevivido y han llegado hasta nosotros? ¿qué voces hemos escuchado y qué ideas y concepciones del mundo hemos heredado? ¿qué voces han sido negligidas?”. Un interrogante sutil hilvana conexiones entre las novelas; es el hilo de ciertas cuestiones acerca de dónde vienen las historias y a quiénes pertenecen.

Malla es más parecido al pueblo de Los diques, novela en la que narra la historia de Ada, una joven que regresa después de haber estado un tiempo lejos de su casa. El paisaje de los Pirineos Catalanes visualmente es muy distinto. “Yo tuve que viajar y hacer investigación sobre el terreno. Creo que era Faulkner que decía que un escritor bebe de tres fuentes cuando escribe: de lo que le ha pasado, de lo que imagina y de lo que le ha pasado a otros y les roba. En Los diques todo el libro reflexiona sobre qué es de Ada, qué es de la imaginación y qué es de los otros y Ada les roba", explica la escritora. "Lo que me preocupa, me interesa y me llama la atención lo investigo; voy llenando una piscina de conocimientos, de información, y voy usando todo eso para construir los personajes. Me ha pasado que algún periodista me ha preguntado ¿quién eres de los 18? Y mi respuesta siempre es yo no soy ninguno, pero a la vez hay algo de mí, una puertecita por donde pude meterme dentro de ellos. Aunque estemos hablando de una seta, de un temporal o de placas tectónicas. Tuve que encontrar esas puertecitas para meterme dentro de estas voces y de esas miradas”.

No es invención de la escritora catalana que uno de los personajes, Cristina, una adolescente de 14 años, encuentre una granada en la montaña. “Quería hablar de la Guerra Civil Española y de la retirada republicana por esas montañas porque es una marca de la historia que aún está allí", plantea Solà. "Si te paseas por el Pirineo aún puedes encontrar granadas, pistolas, balas, cantimploras, latas de comida vacías. De hecho trabajé mucho con Lluís Bassaganya, un gran experto de la retirada republicana que se ha pasado toda su vida con un detector de metales buscando estas cosas. Él tiene cientos de pistolas y granadas y acaba de abrir un museo en Camprodon con el material que ha acumulado. Me interesaba mucho esta idea de la historia dejando rastros físicos en el territorio. La historia de un montón de gente que tuvo que huir de la España franquista en un viaje que fue terrible, muy largo y muy duro, y que no se terminaba al cruzar la frontera porque no encontraron ni un lugar seguro ni acogedor”.

“Hombres repugnantes que matan lo que no se comen. Hombres que lo quieren todo, que se adueñan de todo”, dice el Oso, una de las voces de Canto yo y la montaña baila. “No sé si usaría la palabra animalización, pero me interesa preguntarme por la manera en que los humanos tenemos de mirar, de entender y hasta de clasificar lo que nos rodea. En el arte contemporáneo y en la teoría académica hay una línea de pensamiento que se llama animal studies, que reflexiona alrededor de la mirada con la que los humanos, a quienes nos llaman animales humanos, miramos a los animales, a quienes llaman animales no humanos. En nuestra manera de mirar a los demás estamos diciendo mucho de nosotros mismos”, advierte la escritora catalana.

“Mi escritura parte de una mirada crítica hacia el mundo, una mirada feminista, una mirada contemporánea”, afirma Solà y recuerda que el segundo capítulo de Canto yo y la montaña baila está escrito desde la voz de un grupo de mujeres fantasmas, a quienes asesinaron por brujas. “Para trabajar este capítulo estuve leyendo procesos judiciales por brujería y esos documentos conservados están escritos de puño y letra por unos señores que las torturaron y asesinaron. No hay transcripción femenina y su versión de los hechos está perdida porque las mataron. Eso no se puede recuperar. Mi intención es reflexionar sobre qué ha llegado a nosotros y qué no. El feminismo forma parte de mis intereses como escritora”, concluye Solà.
 

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