miércoles, 3 de enero de 2024

NOS VEMOS EL MIÉRCOLES 10 DE ENERO A LAS 18:30 PARA HABLAR DE "BELFONDO", DE JENN DÍAZ


05/08/2015 
RESEÑAS, TEMPORADA 2
Belfondo, de Jenn Díaz

Conocí a Jenn Díaz una calurosa y lenta tarde de verano. Me topé con ella por casualidad leyendo una entrevista que compartía con Milena Busquets. Me llamaron mucho la atención su corte de pelo pixie y sus enormes ojos marrones y, después, una vez me hube internado en la entrevista, me cautivó su forma de responder, pasional, visceral, llena de sentimiento… un poco como yo. Luego descubrí que ahora tiene 28 años y que es una de las plumas más destacadas de su generación. Y no lo pude evitar, y me puse a leer… Belfondo, su primera novela publicada.

Se trata de un libro cortito en el que existe un pueblo aislado en mitad de la nada que un amo ha rellenado con un elenco de almas llenas de inseguridades y miedos. Todos ellos trabajan del alba hasta el atardecer por ganarse el techo donde duermen y la comida de la que se alimentan. El amo lo controla todo, desde la educación que recibe cada uno, el trabajo que realizan y hasta los momentos de esparcimiento.

Los días son calcados unos de otros y la cotidianeidad se adueña no solo sobre los personajes, también sobre los lectores. De hecho, la sensación que tuve mientras leía la historia es que me había instalado en un pueblo medio vacío en pleno mes de agosto en el que los días son tórridos y la brisa abrasadora… hasta que alguien del pueblo piensa “fuera de estas fronteras quizá la cosa sea distinta”.

Y es a partir de aquí que surgen los cambios. Una pizca de brisa fresca sopla ligeramente en Belfondo. Los personajes que conocemos prácticamente uno a uno por capítulos despiertan de su letargo. Y no puedo evitar pensar que, en el fondo, en la sociedad que vivimos también hay un amo; y que nosotros también somos los habitantes de Belfondo. Y que quizá algún día podamos traspasar las fronteras en las que vivimos.

Pero para eso hay que ponerse de acuerdo, ser valiente y tomar decisiones… Este libro da para muchas interpretaciones… En fin, que lo leáis, y que cada uno de vosotros busque la suya.

“… Cuando veía a su marido salir por la puerta, encendía el fuego y hervía el arroz. Esa era la distancia que había desde la fábrica hasta la casa de la esquina de la calle Freblina: un arroz hervido”


Un pueblo a punto de estallar
'Belfondo', Jenn Díaz retrata una villa que esconde un mundo de frustraciones, deseos truncados, mentiras y secretos
Belfondo Jenn Diaz
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Manel Haro . Barcelona / @manelhc

Es posible que tengamos pocas referencias, ahora mismo, de Jenn Díaz puesto que estamos ante una primera novela y ante una joven autora que publica a los veintidós años. Todo gira en torno a Belfondo, un pueblo asfixiante y ficticio dominado por un dueño que un día decidió levantar una comunidad de la nada y ahora mantiene a sus habitantes atrapados como en una telaraña. Belfondo no existe, como tampoco existió Macondo, Comala o Yoknapatawpha, pero de forma muy natural, se integra a la perfección en esa geografía inventada de raíces hispanoamericanas. Probablemente Belfondo tenga más de Comala que de cualquier otro pueblo, pero el paraje de Jenn Díaz contiene la particularidad de un estilo propio fruto de estudiadas lecturas.

Podríamos decir que aquí está Faulkner , Onetti, Rulfo o García Márquez , pero también está Ana María Matute marcando esta pérdida de inocencia, ese paso forzado que dan algunos personajes adolescentes en la vida adulta: «Enseguida se puso nerviosa sabiendo que cuando una niña deja de ser niña, cuando pasa a ser mujer, cuando eso ocurre, previamente hay un hombre que se fija en ella y se dispone a arrancarle la adolescencia de un tirón.» Los personajes de Belfondo son seres que necesitan ser arrancados de la vida bajo el poder del dueño. Todo lo que tienen se lo deben a él y cuando el pueblo necesita algo, el dueño les da. Pero bajo esta primera capa de sana convivencia, se esconde un mundo de frustraciones, deseos truncados, aspiraciones irrealizables y una red de mentiras y secretos guardados que hacen de Belfondo una bomba de relojería a punto de estallar.

Sin embargo, el gran acierto de la autora es que no se deja llevar por la necesidad de desbordar la tragedia, sino que se limita a presentarnos a cada uno de los personajes y nos muestra lo diferente que es lo que se ve desde fuera y lo que se siente por dentro. Ésta es la auténtica tragedia de Belfondo. Cuesta creer que estemos ante una primera novela , sobre todo viendo cómo Jenn Díaz domina el tiempo de la narración: no estamos ante un relato lineal, sino que damos vueltas a través de los personajes, avanzamos pero luego retrocedemos, adentrándonos en un ambiente en el que las horas y los minutos son demasiado relativos. Prometedor despegue el de Jenn Díaz, quien, de la mano de la editorial Principal de los Libros (y con traducción posterior al catalán en Amsterdam), acaba de poner la primera piedra para que dentro de treinta años se siga hablando de Belfondo.


Literatura
Jenn Díaz: «Tantas facilidades nos han complicado la vida»

CECILIA GARCÍA

Creada: 07.05.2011 22:08
Última actualización: 07.05.2011 22:08

–A sus 22 años acaba de publicar su primer libro, «Belfondo» (Principal de los libros). ¿Se considera un talento precoz?
–No lo sé. La gente cuando lee «Belfondo» dice que tengo mucho mérito, algo que la verdad me viene grande. Es mucho más sencillo: escribir es lo único que sé hacer, no sé si mejor o peor, pero, insisto, es lo único que sé hacer. Lo llevo pegado a la piel, no puedo resistir ni un día sin escribir.

–¿Se diría que tiene un mundo literario propio?
–No me corresponde a mí decirlo. Mi problema es que caigo una y otra vez en las mismas historias con algunas variaciones.

–¿Admite influencias?
–Claro, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Miguel Delibes, José Donoso, García Márquez... Todos estos escritores marcan mi creación literaria. También leo a Marguerite Duras, pero pertenece a otro alfabeto.

–Observo que lee a muchas mujeres... ¿Cree que existe la literatura femenina?
–La literatura femenina no sé, pero seguro que existe una literatura con sensibilidad femenina. Y eso no significa que tenga que ser escrita por una mujer. Por ejemplo, Alessandro Baricco es un escritor que hace una narrativa con una sensibilidad muy femenina.

–¿Cuál es el principal problema de su generación?
–Mire, la generación de mis padres apenas tenía oportunidades. Por contra, la mía tiene tantas que a veces no sabemos por dónde tirar, a qué dedicarnos. Y luego llegar a la madurez es muy decepcionante porque te das cuenta de que habrás hecho tres carreras, varios másters que en el fondo no sirven para nada por el excesivo paro que hay. La verdad es que tener tantas posibilidades para todo nos ha terminado por complicar la vida.

–Es, entonces, una generación desanimada.
– Desde que terminé «Belfondo» estoy en el paro. Mis compañeros de filología se buscan trabajos de camareros, repartidores... oficios muy respetables, pero lo cierto es que ellos están capacitados para otra cosa.

–¿Cree que hay una pérdida de valores?
–Absolutamente, pero no sólo en la juventud. Hemos perdido el respeto a todo. A mí los niños de cinco años me dan miedo: hablan con una falta de respeto a sus padres y a los desconocidos. Ahora las peleas entre adolescentes son frecuentes. Me da vergüenza que llamen «vieja» a una mujer que ni conocen. Estamos en la época del «todo vale». Es imprescindible una regeneración moral.

–¿Qué reto hay que abordar?
–Tenemos que ser un elemento estabilizador de la sociedad y encontrar un punto de comunión entre las distintas generaciones. Además, tenemos que reciclar los viejos valores.



JENN DÍAZ: “ME LLAMAN NEORRURALISTA PORQUE MIS PERSONAJES SON LENTOS Y NO ESTÁN UBICADOS EN ESPACIOS URBANOS Y TECNOLÓGICOS”
30-04-2017
La escritora Jenn Díaz (Sant Feliu de Llobregat, Barcelona, 1988) ha firmado esta mañana en la 52 Fira del Llibre su obra de relatos cortos Vida Familiar, premiada el pasado mes de diciembre con el Mercè Rodoreda de cuentos y narraciones. Desde que con 22 años Díaz publicó su primera novela, Belfondo, la crítica la ha considerado un exponente destacado de la corriente neorruralista de la literatura española del siglo XXI. “Supongo que lo dicen por el contraste con la gente de mi generación que basa sus historias en lugares muy urbanos, tecnológicos, donde internet y los teléfonos tienen protagonismo. En cambio, mis novelas acostumbran a pasar en pueblecitos alejados del centro de la ciudad y de sus prisas. Los míos son personajes de monólogo interior, con una manera de comunicarse más lenta”, ha explicado la autora.

“Pero yo no hablo exactamente del campo, de los bosques”, matiza Díaz, “lo que pasa es que cuando no añado ningún punto de referencia, por el comportamiento de los personajes se tiende a pensar que es un lugar pequeño y al margen”.

Esta tendencia, piensa, le viene de sus vivencias en el pueblo extremeño de sus abuelos, Puebla de la Calzada. “Allí he pasado muchos veranos, Semanas Santas y Navidad con mis abuelos y la generación de mis abuelos. A pesar de no ser un pueblo pequeño, el ritmo que tienen es lento, también porque laboralmente miran hacia el campo. Como niña viví una libertad que en Sant Feliu no he tenido”, ha rememorado.

La nueva obra, Vida Familiar, se publicó a principios de 2017, pero “no existiría como libro si no fuera por el premio Mercè Rodoreda, puesto que ha sido escrito para presentarme a este galardón”. De esta escritura ad hoc, ha surgido el libro más autobiográfico de la autora: “Mientras que en el resto de novelas hablo de épocas que me han explicado o que he leído, los personajes de Vida Familiar viven mi realidad o la que he vivido en los últimos diez años: padres separados, madres con un luto y una culpabilidad muy actual,… En algunos casos son episodios autobiográficos; en otros intento esconderme, pero estoy”. Esta explicación permite entender la significación de la cita que ha elegido para abrir el volumen: “Todo aquello que sucede en mis relatos, me ha pasado, o me pasará”, de la escritora norteamericana Carson McCullers.

Escritura íntima y llena de costumbrismo

Como escritora, le ha marcado la lectura de Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, la italiana Natalia Ginzburg, y la norteamericana Carson McCullers. “De esta última ahora han sacado traducciones al catalán de sus novelas que son una maravilla”, asegura. Todas ellas han influido en su escritura “íntima, que habla del costumbrismo y del monólogo interior de todos mis personajes, es un razonamiento constante de reflexiones de los sentimientos, de los detalles más que de las grandes historias. Lo que me interesa siempre es el cómo, no el qué”, ha explicado.

A pesar de que compagina la literatura con varias tareas lingüísticas y colaboraciones periodísticas –en JotDown y El Periódico, entre otros-, suma ya cinco novelas con su firma. A Belfondo –traducido recientemente al catalán-, le siguieron El duelo y la fiesta, Mujer sin hijo, Es un decir y Mare i filla. “Soy muy disciplinada porque si trabajas en casa sin horarios marcados, se te pasan las horas. Mi día a día es intentar resolver los otros trabajos. Acostumbro a empezar las novelas en verano, cuando me relajo”, ha concluido.


‘Belfondo’, Jenn Díaz

Poco, de momento, nos tiene qué decir el nombre de Jenn Díaz puesto que estamos ante una primera novela y ante una joven autora que publica a los 22 años. De igual modo, a poco nos tiene que sonar este Belfondo, pueblo asfixiante y ficticio dominado por un amo que un día decidió levantar una comunidad de la nada y ahora mantiene a sus habitantes atrapados como en una tela de araña. Belfondo no existe, como tampoco existió Macondo, Comala o Yoknapatawpha, pero de forma muy natural, se integra a la perfección en esa geografía inventada de raíces hispanoamericanas.

Probablemente Belfondo tenga más de Comala que de cualquier otro pueblo, pero el paraje de Jenn Díaz contiene la particularidad de un estilo propio fruto de estudiadas lecturas. Podríamos decir que aquí está Faulkner, Onetti, Rulfo o García Márquez, pero también está Ana María Matute marcando esa pérdida de inocencia, ese paso forzado que hacen algunos personajes adolescentes a la vida adulta: «Enseguida se puso nerviosa sabiendo que cuando una niña deja de ser niña, cuando pasa a ser mujer, cuando eso ocurre, previamente hay un hombre que se fija en ella y se dispone a arrancarle la adolescencia de un tirón».

Los personajes de Belfondo son seres que necesitan ser arrancados de la vida bajo el poder del amo. Todo lo que tienen se lo deben a él y cuando el pueblo necesita algo, el amo se lo da. Pero bajo esa primera capa de sana convivencia, se esconde un mundo de frustraciones, deseos truncados, aspiraciones irrealizables y una red de mentiras y secretos guardados que hacen de Belfondo una bomba de relojería a punto de estallar. Sin embargo, el gran acierto de la autora es que no se deja llevar por la necesidad de desbordar la tragedia, sino que se limita a presentarnos a cada uno de los personajes y nos muestra lo diferente que es lo que se ve desde fuera y lo que se siente por dentro. Esa es la auténtica tragedia de Belfondo.

Cuesta creer que estemos ante una primera novela, sobre todo viendo cómo Jenn Díaz maneja el tiempo de la narración: no estamos ante un relato lineal, sino que damos vueltas a través de los personajes, avanzamos pero luego retrocedemos, adentrándonos en un ambiente donde las horas y los minutos son demasiado relativos. Prometedor despegue el de Jenn Díaz, que, de la mano de la editorial Principal de los Libros, acaba de poner la primera piedra para que dentro de treinta años se siga hablando de Belfondo.

Manel Haro

ENTREVISTA EN EPE.ES

Jenn Díaz: "Esta será mi última legislatura en la política institucional"
La autora, que se declara satisfecha de su labor como diputada por ERC, publica la novela epistolar 'Los posesivos'

Elena Hevia

Barcelona 22 MAR 2022 4:50
Hace siete años que Jenn Díaz (Sant Feliu de Llobregat, 1988) no traía una novela a las librerías y seis, de su colección de relatos Vida familiar. El plazo tiene que ver, claro, con su labor como diputada por Esquerra Republicana que la llevó a profundizar en temas sociales como la vidriosa relación de las mujeres con el poder, de la que surgió un punzante ensayo. Su nueva novela Los posesivos (Destino) coincide con su decisión de dejar la política activa.

P. ¿Siente que su trayectoria política ha impregnado su trabajo como novelista?

R. He trabajo mucho para que no sea así. La mayoría de los personajes de Los posesivos no siguen los valores que yo defiendo en la política institucional y el activismo feminista. Y está bien que así sea porque deben tomar su camino y no están ahí para defender mis tesis.


P. La novela sigue a dos hermanas, Agneta y Emma. La primera se ha divorciado y el tema de la obsolescencia del amor romántico y el modelo tradicional de pareja se diría el motor de la novela.

R. Sí, los personajes no actúan según mis valores, pero la novela es política en tanto que pone el foco en la vida doméstica y las relaciones personales, esa esfera que las derechas todavía consideran íntima y así perpetúan la trampa. En la obra he querido plantear diversos choques entre personajes de distintas generaciones sobre temas como el amor, el matrimonio y la convivencia. La idea es que la familia nuclear nos ha hecho organizarnos socialmente de una única manera y la generación de mi edad o la anterior empezamos a plantearnos que ese modelo no nos sirve y que debemos crear nuevos referentes.

P. ¿Hay alguna experiencias íntima detrás de la ficción?

R. Mi propia separación. Escribí esta novela después de divorciarme. El texto que escribe Agneta cuando llega a su nuevo piso de soltera es mi llegada a mi diminuto apartamento del Raval. Ahí están mis emociones y mis miedos. No es que me asusten los cambios pero vamos pasé de una vida más ordenada a otra más incierta. En la ficción, lo autobiográfico se detiene ahí, luego Agneta se va a lugares donde yo no he estado.

P. ¿Las mujeres estamos construyendo nuevos modelos respecto a nuestra identidad y a nuestras relaciones de pareja?

R. Las mujeres que hoy están en la treintena, como yo, somos herederas de circunstancias de las que es muy difícil desmarcarse, por eso mis personajes son tan contradictorios. Y es fácil tener muy claro un marco teórico pero primero tenemos que quitarnos la mochila para poder construir un nuevo marco social con un adversario que no quiere hacer ese cambio.

P. ¿El adversario es el hombre?

R. Digamos que el sistema patriarcal. Ahora ya nos podemos divorciar, ser madres solteras, tener relaciones de todo tipo vivir en comunidades o en tribus, pero para llegar a esos sitios tenemos que desaprender los roles marcados.

P. ¿Es necesario ser disidente en ese terreno?

R. No. Ahora hay un tanto por ciento de mujeres que se están planteando si casarse, tener hijos, una familia nuclear y una hipoteca y a lo mejor la respuesta es que sí. Lo que se plantea el feminismo es que no siempre la respuesta tiene que ser que no, que tengas frente a ti todas las puertas abiertas, sin tener que verte obligada a hacer un camino distinto al de los hombres.

P. Respecto a la novela, ha elegido un modelo, la novela epistolar, que ya no está de moda. Por no estarlo, ya ni siquiera se escriben cartas.

R. Yo soy muy fan de las cartas. Mis dos novelas epistolares de cabecera son Nubosidad variable de Carmen Martin Gaite y La ciudad y la casa de Natalia Ginzburg. Tenía muchas ganas de escribir una.

P. ¿El título Los posesivos hace alusión a las relaciones de dependencia en las relaciones amorosas?

R. En primera instancia es eso. De las relaciones de poder y dependencia en la que se mueven los distintos personajes, pero también va de pronombres posesivos de cómo los objetos reflejan nuestros sentimientos y de cómo cambia la percepción cuando estos se transforman. Uno de los personajes dice: "esta era nuestra mesa y ahora de repente es tu mesa". Es esa sensación de extrañeza.

P. Con una trayectoria anterior en castellano, ¿escribir de nuevo una obra de ficción en catalán le convierte en una autora catalana?

R. He escrito esta novela en catalán porque nace de emociones que he sentido en catalán. Es mi lengua política pero también en la que actualmente tengo mis relaciones y vínculos más profundos. Pero si tuviera que escribir sobre el pueblo de mis abuelos me saldría en castellano. Yo misma me versiono al castellano.

P. ¿Tendremos que esperar siete años más para una nueva novela de Jenn Díaz?

R. No, porque esta será mi última legislatura. No me arrepiento de haberme presentado, ha sido muy positivo y trabajar un tiempo en la política institucional es algo que recomiendo a todo el mundo pero yo soy escritora y eso es lo que debo hacer.

ENTREVISTA EN DIARIO.ES
Los hombres de las novelas de Jenn Díaz siempre mueren
La escritora desciende a las catacumbas de los conflictos familiares entre generaciones en su última novela,
Madre e hija
(Destino, 2016)

Sofía Pérez Mendoza

2 de marzo de 2016 18:54h

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Jenn Díaz (Barcelona, 1988) vuelve a descender a las antípodas de las tensiones familiares en Madre e hija (Destino, 2016). Parece que, tras cinco novelas, la escritora ha hecho de este infierno de manual su particular universo creativo. Un mundo literario en el que los hombres son quienes son por la relación que tienen con las mujeres. “Me sirven como amantes, padres, hermanos o hijos, pero me estorban vivos para contar lo que quiero contar”.

Madre e hija habla de madres, de hijas y de madres que no lo son, como la escritora, a la que los críticos han colocado la etiqueta de heredera de Carmen Martín Gaite. Lo que tal vez no saben es que se compraba boinas y cuadernos para parecerse; que visitó su casa, conoció a su hermana y lloró un poco de la emoción. “Habría sido -reconoce- la típica fan de autógrafo”.


Su universo creativo está lleno de mujeres, ¿es una decisión consciente o la escritura le lleva por ahí?

Leo a mujeres que hablan sobre mujeres, me interesan las emociones de las mujeres y soy una mujer. Necesito volcar de algún modo toda esa información de lecturas, de vivencias y de historias a mi alrededor. No es consciente, no me lo planteo, pero ya me gusta ser la escritora que habla de mujeres. Para empezar porque creo que es un hueco literario.

¿Se ha ganado ese hueco?

Sí, aunque no lo exploto conscientemente, llevarlo a cabo me gusta. Me gusta utilizar personajes femeninos para contar lo que yo veo. Me parece difícil crear un personaje masculino creíble y real del mismo modo que sí puedo hacerlo con una mujer. No dudo de que eso lo ha podido sentir una mujer porque lo he sentido yo, lo ha sentido aquella... En cambio con un hombre no me siento igual de cómoda. Igual que antes los escritores escribían sobre mujeres sobre la base de las relaciones que tenían con ellas (hermanas, amante, madre...), así hago yo con ellos: me sirven como amante, marido, padre, hermano.

A esos personajes masculinos solo los conocemos desde la voz de las mujeres.

¡Y muertos! Eso sí que no es premeditado. En la anterior novela [Es un decir] me los cargaba a todos. No me lo propongo, pero es que no los necesito, me estorban vivos. Me sirven para contar una historia porque es indudable que el mundo de las mujeres está habitado por los hombres. Sería una tontería omitirlos, pero para mí ellos no son los importantes, no son protagonistas y no tengo la necesidad de crearlos con la misma intención e importancia. No acabo la novela diciendo “mídete un poco, Jenn”. ¿Por qué?

Aun muertos, los hombres siguen poniendo las normas en el mundo de las mujeres de su vida.

Sí, me interesaba mucho que un hombre sin existir físicamente en un espacio fuera el importante. En este caso, cuento la historia de cuatro mujeres que viven en una casa en la que el hombre, aunque muerto, media y de algún modo juzga: “ahora tú te has equivocado, y ahora tú, y ahora tú...” Creo que aunque vamos borrando su marca, seguimos mirándonos en un espejo masculino en el plano sexual, de comportamiento, en el trabajo. Intentamos, en definitiva, alcanzar un modelo de mujer impuesto por los hombres.

¿Y cuál es ese modelo de mujer?

El más convencional, el de la madre, la esposa. Pero ni siquiera ese modelo es suficiente. Siempre hay una grieta por la que se cuela alguna voz crítica, la del machismo social. Si eres madre, esposa y no trabajas, está mal; cuando entras en el mundo laboral, alguien te va a decir que descuidas la casa; cuando priorizas el trabajo sobre la familia, alguien también te lo va a reprochar. Nunca ningún modelo va a reunir todas las características para que sea el perfecto. Y si intentas reunir todo eso, vas a ser una esclava el resto de tu vida.

En esta novela intento contar que hay muchas formas de ser mujeres, pero que de todo el abanico la sociedad no va a aceptar ninguna. Lo mires por donde lo mires, siempre habrá alguien que encuentre un motivo para criticarte. Aunque yo en realidad lo único que quería era hablar de conflictos familiares en una casa poblada por mujeres, el mensaje final es: “no te mates, no importa como seas, como quieras llevarlo, que siempre habrá alguien que piensa que tienes que hacer todo lo contrario”.

Ironiza a menudo con ciertos roles femeninos (“con las mujeres ya se sabe”), ¿cree que el lector puede confundirse con esa voz?

El narrador omnisciente dice todo el rato frases tópicas sobre las mujeres, pero es cierto que he corrido el riesgo de que se confundiera con mi voz al ser un narrador cercano que parece un personaje más. Me planteé si por jugar con el machismo podía caer en hacer una novela que pareciera machista. Nadie me ha dicho nada de momento, pero creo que, a poco que la gente me conozca, no puede pensar que mi intención es machacar a los personajes femeninos.

¿Por qué ese narrador tan cercano y a la vez tan capaz de juzgar todo?

Quiero que mi estilo sea ese. Que te proporcione la cercanía de una primera persona, pero no estar obligada a hablar solo en boca de uno de los personajes. La novela la empecé en primera persona, hablaba Natalia [uno de los personajes]. Llevaba 30 páginas y la novela no fluía, no me podía volver loca escribiendo diez páginas al día porque había algo que no funcionaba. Desde Natalia no podía juzgar a Natalia ni a otros personajes. Estaba tan sujeta a Natalia que me iba a salir una novela cursi de amor. Ser cañera con los personajes solo me lo podía dar una tercera persona, pero no una tercera persona fría. Necesitaba ser una más y llamar a la madre mamá.

Hablando de madres, ¿le obsesiona la figura de la madre que tiene un hijo que no es suyo?

Al ser madrastra, una tiene la necesidad de justificarse y decirle al mundo que, a pesar de no ser tu hijo, a pesar de las connotaciones negativas de las palabras, a pesar de lo difícil que es cuidar a un niño que no es tuyo, hay un amor maternal. Y el amor maternal no tiene que ver con que se te hinche la barriga. Además de defenderlo viviéndolo y diciéndolo, tengo otro canal para vehiculizarlo y es creando personajes así.

No quiero desaprovechar la oportunidad de hablar de ello porque creo que es un papel que la literatura ha explorado muy poco y me veo con el deber personal y moral de ocuparme. Con las madrastras hay que hacer un trabajo de lavado de cara y de crear personajes que sean capaces de amar a los hijos de otras mujeres como si fueran hijos propios. Eso es una constante es mi vida, y como reflejo de mi vida, en mi literatura.

¿A qué se refiere con la necesidad de justificarse?

Cuando dices que eres madrastra, el mundo piensa automáticamente que odias a tu hijastro, que lo vas a tratar mal, que vas a luchar con la madre, que vas a intentar ocupar un hueco que no es el tuyo... Antes, la madrastra siempre ocupaba el espacio de la madre muerta porque el divorcio no se permitía, así que había una sustitución real. Eras la única mujer en la vida de esa niña o niño. Hoy no sustituyes sino que convives, que es mucho más difícil. Hay una lucha de posición que es agotadora. Yo educo a esta niña, pero no soy la madre; la riño, pero no tanto como la madre; la quiero, pero no como una madre... Nadie te exige que estés, pero tu estás. Y hay momentos en los que te exigen que desaparezcas. Si yo me como los marrones, ¿por qué no lo bueno? Qué mierda si solo puedo madrugar para llevarla al cole un día normal y el día que se va de colonias, un día especial, me tengo que quedar en mi casa.

¿Es una forma de vivir bajo las normas de otros?

No es una norma explícita, sino la consecuencia de llegar la segunda. Es decir, cuando tú llegas hay una vida que ya está montada. Es verdad que la están desmontando, pero hay restos de eso: una hija, unos gastos, una historia familiar. Hay una serie de cosas que debes aceptar y que son de la vida anterior de dos personas que no eres tú. Te riges por normas, por leyes y por maneras de actuar que no son las tuyas, pero que por supuesto has elegido y aceptado. De todas formas, una cosa es aceptarlo porque te has enamorado y otra comértelo día a día. Todo eso acaba saliendo por alguna parte, en este caso en los personajes.

¿Sufre escribiendo?

Sufro muchísimo. Normalmente empiezo la novela lenta. Escribo las primeras 50 páginas muy despacio, me desentiendo, hago otras cosas... Pero llega un momento que me obsesiono y tengo que acabarla y escribo diez páginas al día, lo cual me supone mucho estrés. La corrección es lo que más me trastorna y más tiempo me supone. Lo paso fatal, estoy deseando que la novela la coja un editor y un corrector, me digan qué tengo que cambiar y cambiarlo si me parece bien. Sufro todo el tiempo pero me encanta hacerlo. Es una mezcla entre sufrir y sentir un placer inmenso, una cosa muy rara.

Cuando vuelve sobre sus personajes, ¿qué piensa de ellas?

Que son una mierda. Hay días que pienso: “he hecho un novelón, esto gana algún premio fijo”. A la semana siguiente pienso que mi novela no le va a interesar ni a mi madre que me quiere, que ni siquiera me la van a publicar. Y a la siguiente que voy a hacer historia y mis herederos vivirán de mí [risas]. Esa inseguridad es un rollazo porque te hace no estar nunca satisfecha con tu trabajo.

¿Qué les dice a los que le toman como la heredera de Carmen Martín Gaite o Ana María Matute?

Que ojalá tengan razón, que Dios les escuche. Ya en serio. Me lo tomo como creo que hay que tomárselo porque aquí cada uno tiene su trabajo. Yo tengo que crear un libro, mi editora tiene que publicarlo, y los críticos literarios tienen que situarme en un panorama actual desbordante con una cantidad de novedades que los libreros no pueden asumir. Tienen que enmarcarme para focalizar en un público concreto. ¿Cómo me pueden situar? Guiándolos. ¿Y cómo se les puede guiar? Comparándome con otros. Me comparan con quienes han creado conflictos familiares de cierta época, que son las autoras que yo he leído. Porque, evidentemente, si tú las lees hay algo que filtras, asimilas y vuelcas. Quien dice que soy la heredera lo dice porque necesita dar unas coordenadas al lector. Como sé que eso es en su justa medida lo que se está haciendo, no me lo creo. Vivo más tranquila.

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