viernes, 2 de febrero de 2024

Tenemos cita el miércoles 14 de febrero a las 18.30h para hablar de "La vida anterior de los delfines", novela de Kirmen Uribe.

 




Revista Mercurio

Alicia a través del espejo, o sobre La vida anterior de los delfines, de Kirmen Uribe

Escrito por Marcos Pereda el 14 marzo, 2022

Si ya con el título estaba convencido. Ese título precioso, Kirmen Uribe. La vida anterior de los delfines (Seix Barral, 2022).  Madre mía. Y luego la historia que lleva detrás, lo de las lamias, y los marineros, y ese canto entre ellas, y ese penar para ellos. Con estas cosas me emociono, porque pasé la infancia cerca de acantilados, y todavía huelo a salitre algunos días, cuando sopla fuerte del nordeste. Bueno, a veces el olorcillo es más acre, por aquello de las fábricas, pero pecatta minuta y pelillos a la mar.

 

Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) es uno de los escritores vascos más interesantes de la actualidad, de esos que no temen combinar en estrofas o párrafos las raíces con el mundo que vemos al encender la tele. Tiene varios premios, proyección internacional, lo han traducido (él mismo, primero, otros más tarde), da charlas y cursos en universidades de sitios raros. Más o menos. Vamos, que rostro reconocible.

 

Con estilo definido, además. La sutil línea que separa literatura, biografía, artefacto, non fiction. Llámenlo como les dé la gana, que yo para las etiquetas voy fatal. Lo hizo en Bilbao-New York-Bilbao, y lo repite ahora en este La vida anterior de los delfines. Solo que de aquella manera. Y mejor, oigan.

 

Sucede que la obra está dividida en dos partes, casi idénticas de extensión. La primera… pues lo que dijimos. Reflexión metaliteraria, a ratos cargando más al «meta» y otros al «literaria». El escritor que viaja hasta la Gran Manzana para escribir sobre una figura ya casi olvidada cuya memoria merece recuperarse. Rosika Schwimmer, que es tan personaje como el que más aquí, y representa un contrapunto reflexivo y evocador. Lo segundo por exótico, lo primero porque, mira tú las casualidades, aparece la obra en tiempos donde lo del pacifismo pues oye… En fin, para qué seguirles aburriendo con eso.

 

Sucede que a mí toda esta primera parte… Es cosa propia, ¿eh? Nueva York me fatiga a ratos, aunque nunca haya ido. Demasiada gente, demasiadas cosas para ver, demasiados museos, demasiadas escenas de pelis que saltan justo delante de ti. Yo es que soy de pueblo, ¿saben?, y nunca entro en establecimientos que no me dejen meter la boina. Vamos, que disfruto más con las partes de juventud y adolescencia (también hay) que con esa megaurbe despersonalizada que me cansa solo de pensar. Y luego el artefacto narrativo, el contar cómo se escribe para después escribir cómo se contó… funciona, pero ya sorprende menos que en el pasado. Entiéndame, Uribe lo hace divinamente, y te planta algunas metáforas brillantes así, paf, como un sopapo en el morro, y tiene ese juego de identidades lingüísticas que asoma sutilmente por los márgenes de las palabras… Que es el autor en expresión pura, vaya. Pero resulta familiar. Esas dos historias que discurren paralelas, ese investigar que se va desenredando poco a poco, esos descubrimientos casi casuales que brotan aquí y allá. La vida es así, como decían en la serie, pero también muchas novelas. Ah, muy logrados los capítulos del confinamiento, que es algo sobre lo que tengo curiosidad en cómo será incorporado a las narrativas de ficción (o de no-muy-ficción). No me refiero a tramas donde sea elemento clave, sino esas otras que tienen la suerte (o la desgracia) de transcurrir en primavera de 2020. Aquí se resuelve de forma elegante y sin exageraciones, que es el temor cara a otros libros menos sutiles…

 

Sucede que la segunda parte da un giro absoluto a todo lo anterior. Elemento metaliterario, sí, pero desde punto de vista ajeno. Y aquí la cosa empieza a ponerse más original, más interesante, porque la vida de los escritores es tan cojonuda (ejem), tan apasionante (ejem) y estamos tan embebidos en nosotros mismos (mira, esto es verdad) que muchas veces no vemos a dos pasos de nuestro fulgor. Y eso nos impide contemplar lo fútiles y a ratos, sí, ridículos que nos ponemos.

 

Tampoco es posible hablar alegremente de mímesis, porque la narración no es concomitante en ambas partes, sino que va avanzando. Y va avanzando, en buena medida, hacia parajes donde una u otra voz se encuentra más cómoda. Solo que esto se produce de forma tan sutil, tan lentamente, como cambian los tonos en la mar. Digamos que la mano invisible del autor es más invisible cuanto más invade. Y resulta acierto, claro. Entre otras cosas porque las dos voces son, efectivamente, dos. Que parece de Pero Grullo, oigan, pero no lo es, porque estoy cansado de ver novelas polifónicas donde todos hablan, piensan y actúan igual (o, como mucho, aparecen ridículamente disfrazados con un bigote y una nariz grotesca). Aquí no… aquí cada uno de los dos personajes razona de una manera, concede más o menos importancia a ciertas cosas y aborda lenguaje y estructura interna de forma particular. Así que bien.

 

Decía que cae más acertada esta segunda parte porque allí hay un punto de cinismo extraliterario, un mirar como se mira de vez en cuando a los escritores (que son generalmente tipos pomposos e inaguantables… lo sé porque conozco varios), que reconfigura y fija definitivamente necesidades y mundo real más allá de ese «presente inventado» en el que vive quien escribe una novela. Presente inventado que es profundamente ego(t)ista, huelga decirlo. Vamos, que hay mala leche aquí, aunque expresada de manera tan dulce, tan suave, que uno no teme caer en la tentación del sarcasmo y el señalar con dedo. Incluso, en un alarde osado, se cita cierta conversación donde una tercera persona reconduce al novelista sobre algunos errores en el libro. En el mismo libro que estamos leyendo, claro. Pero todo muy blandito, todo fluye. Es un poco como las raíces del árbol, que parecen una cosa pacífica, pero pueden romper hasta la carretera mejor montada, oigan.

 

(También el mcguffin, si se permite expresarlo así, de esta segunda parte me resulta más potente, pero es solo una querencia personal, así que no hagan mucho caso de ella).

 

Es ficción, claro. Ficción pura, por cuanto los narradores, ambos, transforman la primera persona en un ojo omnisciente que está allí donde no podía, que reproduce imágenes que no vio. Cabe la posibilidad del traslado, del conocimiento por mirada interpuesta, pero en tal caso únicamente aumentaría la sensación de irrealidad, por cuanto hablaríamos de un mundo construido, deconstruido y vuelto a montar más tarde. Por eso hay capas, y entre capas encuentras cosas bien ricas, como con la lasaña.

 

Sumen a eso algunos hallazgos gozosos para quien empezó a pasar páginas desconociéndolos. Esa relación entre abere y aberats, entre ganado y rico, en euskara, que no hace sino transportarnos a un tiempo donde la plutocracia olía a estiércol. Una metáfora con el arcoíris de gasóleo en la mar, tan poderosa. Imágenes de Nueva York vacía cuando lo del confinamiento (mira, aquí funciona mejor la gran urbe que una aldea).

 

Ahí radica la gracia del libro. En no tomarse demasiado en serio (que es la forma más seria en la que uno puede tomarse). En criticar de manera inclemente al demiurgo (si te molestan las críticas eres un demiurgo regular). En presentar, vaya, dos rostros de un paisaje que resulta ser idéntico, sí, pero también profundamente distinto.

 

En El Correo

Un libro cada semana: ‘La vida anterior de los delfines’ de Kirmen Uribe

Martes, 15 marzo 2022, 10:00

Para su cuarta novela, Kirmen Uribe construye una historia compleja que transcurre a lo largo de un siglo y en escenarios tan diferentes como el País Vasco, Hungría y Estados Unidos. El punto de arranque es el viaje a Nueva York de un escritor vasco (alter ego del propio Uribe, baste decir que su nombre en la novela es ‘Uri’) con su familia. Se instala allí porque ha ganado una beca de la Biblioteca Pública de la ciudad para investigar acerca de la vida de una pacifista y feminista húngara, candidata varias veces al Nobel de la Paz. El material de estudio será una colección enorme de cajas con materiales de todo tipo recogidos a lo largo de 40 años por otra mujer fascinada por esa figura sobre la que quería escribir un libro que nunca hizo.

 

Como en otras novelas anteriores, Uribe entremezcla la peripecia del narrador y su familia mientras se instalan en la ciudad, con la de las dos mujeres. No solo eso. También aparecen otros personajes: amigos, funcionarios de la Biblioteca, vecinos del pueblo del narrador, hasta el presidente Wilson. Y en una vuelta de tuerca más, cambia la voz narrativa para ir contando las cosas desde diferentes puntos de vista.

 

Pese a su carácter de poeta o quizá precisamente por ello, Uribe es un narrador con una notable capacidad para hipnotizar al lector con su relato novelístico. Un relato en el que ilumina algunas cosas y hace elipsis con otras, y en el que al usar varios puntos de vista permite al lector percibir cómo la mirada lo cambia todo, cómo el mismo hecho es diferente según la posición en la escena que uno tiene.

 

Entrevista en La Vanguardia

 

 FRANCESC PEIRÓN

NUEVA YORK. CORRESPONSAL

14/03/2022 07:00

En su primera novela, Bilbao-Nueva York-Bilbao , con la que ganó en el 2009 el premio Nacional de Literatura, Kirmen Uribe (Ondarroa, octubre de 1970) era un visitante de la Gran Manzana. En la cuarta, La vida anterior de los delfines ( Izurdeen aurreko bizitza , título original en euskera), que se publica este 16 de marzo en castellano (Seix Barral) y en catalán (Edicions 62), la ciudad de los rascacielos vuelve a gozar de protagonismo. Pero Uribe reside ahora en Manhattan. Aquí le trajo la memoria de Rosika Schwimmer.

 

¿Qué diría Rosika en estos tiempos bélicos en Europa?

 

Se llevaría las manos a la cabeza y diría que cometemos los mismos errores que en su época. Parece que no aprendemos las lecciones de la historia.

 

¿Quién era esta mujer?

 

Fue una feminista y pacifista húngara, judía, que luchó por el derecho al voto de la mujeres principios del siglo XX y por los derechos laborales.

 

Volaba alto.

 

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial quiso pararla.

 

Una utopía.

 

Las utopías ayudan a conseguir pequeñas cosas, a mejorar el mundo. Rosika Schwimmer habló con el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson para que mediara y lograra un alto el fuego. No lo consiguió.

 

Y no se desanimó.

 

Luego trató de convencer a Henry Ford, que era el hombre más rico del mundo, y entre los dos intentaron parar la guerra. No lo lograron, pero las ideas de Rosika sirvieron después para la creación de la ONU.

 

¿Era una adelantada?

 

Me encanta su idea de la república federal mundial en la que todas las naciones tuviesen un solo Estado. Esa idea loca puede ser que estuviera muy por delante de su época.

 

Ella cayó en el olvido.

 

Porque no convenía una figura que hablase tan abiertamente del pacifismo y el militarismo.

 

Las feministas la dejaron sola cuando Wilson la invitó a la Casa Blanca, y con Ford acabó mal.

 

Ford al principio era pacifista y, en sus escritos, se ve una posición sincera, pero a raíz de la relación con Rosika Schwimmer se volvió antisemita.

 

La sindicalista y el empresario, una extraña relación.

 

En lo que escribió Edith Wynner se cuenta que Rosika sabía de las prácticas empresariales de Ford, pero era una mujer muy práctica, quería parar la guerra y sabía que Ford podía financiar el barco de la paz.

 

Suena a ingenuidad.

 

Ya, ¿pero cuál es tu actitud, quedarte callado, no manifestarte contra la guerra, dejar que mueran millones de personas?

 

Ha citado a Edith Wynner.

 

Fue la secretaria personal de Rosika aquí en Nueva York. Cuando murió Rosika en 1948, en Nueva York, Edith empezó a escribir su biografía. Tardó 40 años, es un libro imposible, superborgiano.

 

No lo acabó.

 

Es tan específico como la vida misma. Borges alude al mapa más perfecto, que es del tamaño del mundo. Pues Edith quería escribir el libro del tamaño de la vida de Rosika, más de 10.000 páginas, 166 cajas.

 

Un legado al que tuvo acceso. ¿Qué ocurrió al abrir las cajas?

 

Que empecé a reflexionar sobre mi propio pasado, mi niñez, y pensé en ese niño rodeado de mujeres. Éramos niños de una familia de mujeres.

 

Los hombres estaban en la mar, en la pesca.

 

Ellas se quedaban en casa y, a su vez, eran muy progresistas.

 

Feminismo, su insumisión a la mili que le supuso ir a la cárcel, el conflicto vasco...

 

Aparece todo de manera personal. La agresividad, la masculinidad, la violencia nunca me han gustado. Es una visión mía, de lo que vivimos como familia, en un pueblo pequeño.

 

Si, porque es narrador y protagonista de su narración.

 

¿Por qué no? Ha sido la gran revolución del siglo XXI, el propio autor entra en la novela como un personaje más. Yo no me quedo fuera, también me mojo, salen cosas buenas y malas.

 

LECTURAS SUMERGIDAS

KIRMEN URIBE: “LOS HOMBRES DEBEMOS CAMINAR JUNTO A LAS MUJERES”

 

FOTO CABECERA POR RICKY DÁVILA / ARTÍCULO POR EMMA RODRÍGUEZ © 2022

El título de la nueva novela de Kirmen Uribe, La vida anterior de los delfines, tiene que ver con una leyenda vasca que habla de las personas que se enamoran de las lamias, seres mitológicos de aspecto similar al de las sirenas. Quienes entran en contacto con ellas sufren un cambio radical, “definitivo, irremediable”, acaban convirtiéndose en delfines. Esta leyenda, que otorga a la historia un cautivador cariz poético, que actúa como una especie de fondo “musical” que se va introduciendo en el relato, tiene mucho significado, pues alude a las transformaciones que sufren los migrantes, a los que la vida les cambia por completo cuando cruzan la frontera.

 

“Una vez emprendido el viaje, el camino se vuelve otro, muy diferente al imaginado, y los sueños que alimentaron nuestra partida quizá resulten tan fantasiosos como las propias lamias (…) Los migrantes desconocemos lo que nos deparará el futuro, pero sabemos bien que el pasado ya nunca será el mismo que fue”, leemos en las primeras páginas de una obra que habla de viajes, de huidas, de marchas forzosas, de búsquedas en otros lugares, lugares ajenos que representan tanto el desarraigo como la promesa.

 

Kirmen Uribe (Ondarroa, Bizkaia, 1970) desarrolla su narración en dos planos fundamentales: pasado y presente, ayer y hoy. Todo empieza con una investigación y con una beca de escritura concedida al autor por la Biblioteca Pública de Nueva York. Allí tuvo la oportunidad de abrir las cajas que guardan la trayectoria de Rosika Schwimmer, una valiente activista y feminista judía de origen húngaro, emigrada a Estados Unidos, del mismo modo que su biógrafa, Edith Wynner, gracias a la cual su historia sigue viva. El discurrir de esta aventura, que nos lleva a la convulsa Europa de la Primera Guerra Mundial, corre en paralelo al devenir de una familia vasca, la familia del propio escritor, a la que las circunstancias conducen a la capital estadounidense. Se trata de historias, de migrantes en cualquier tiempo y circunstancia. Mientras leemos tenemos la sensación de que lo que sucedió renace de algún modo para intensificar memorias, sentidos, emociones, convicciones, luchas que no deben caer en el olvido.

 

 

“Una vez me habitué a desempolvar los archivos de Rosika Schwimmer como parte esencial de la investigación, no tardé demasiado en advertir que aquellas cajas, además del pasado, contenían secretos del porvenir, y no precisamente del de ella, sino del mío, la vida pendiente, el tiempo por vivir”, escuchamos la voz del escritor mientras se adentra en un destino ajeno que tiene el poder de remover sus recuerdos, de agitar su conciencia, de fortalecer su identidad.

 

 

Uribe habla de lo acontecido en otra vida, pero lo que busca es hallar reflejos de circunstancias, de hechos, de ideas y cuestionamientos que le han constituido como persona, que han marcado su manera de ser, los pasos de su trayecto. “Yo crecí entre mujeres feministas de los años setenta. Siempre tuve la sensación de pertenecer a una familia diferente, eran mujeres laicas que se replantearon todo: la sociedad, las relaciones personales, la propia familia. Ser un niño diferente acarreaba mucha incomprensión, también soledad, ya que la sociedad aún no estaba preparada para asimilar los cambios que planteaban las mujeres que me ayudaron a crecer. / Para mi cuarta novela quería buscar un espejo en el que se reflejase aquella niñez tan especial…”, explica el autor en un texto titulado De Ondarroa a Nueva York, donde analiza las principales claves del proceso de escritura.

 

La novela de Uribe habla de una mujer que, en su época, fue vilipendiada por sus ideas, por su ferviente activismo en la lucha por los derechos civiles, al tiempo que rememora otras luchas más cercanas acaecidas en el entorno del escritor. Rosika Schwimmer es una figura absolutamente vigente que nos recuerda la importancia de la perseverancia y la resistencia ante las olas de regresión que están al acecho. Esta obra que va abriendo tantas ventanas, tantas capas de sentido, reivindica de fondo las corrientes de reivindicación, de protesta, de insumisión, que siempre van moviendo la Historia hacia adelante.

 

El feminismo en La vida anterior de los delfines es una poderosa linterna que ilumina lo que acontece, tanto en el ayer como en el hoy. Su fuerza se percibe en una entrega que mira hacia atrás y a la vez deja que la inmediatez se introduzca en sus páginas. Creación y vida; memoria e introspección; reflexión y emoción, se dan la mano en un libro que, a fin de cuentas, habla de ideales, del deseo de “cambiar el mundo”, un propósito que es, sin duda, una poderosa manera de resistir, de plantear batalla, desde el territorio de la ficción. Al respecto, en el intercambio de preguntas y respuestas mantenido con el autor, vía correo electrónico, este menciona lo que decía Susan Sontag de que “cualquier lucha perdida servirá de inspiración a otra” que se podrá ganar en el futuro.

 

– Mientras leía la novela me planteaba, como me ha sucedido otras veces, con otros libros, la manera en que muchas veces la literatura se adelanta a los acontecimientos o merodea en torno a temas y conflictos que están a punto de ocuparnos, de preocuparnos. En La vida anterior a los delfines se aborda la biografía, de una mujer, Rosika Schwimmer, que defendió hasta las últimas consecuencias el pacifismo, el antimilitarismo. Su tiempo fue el de la Primera Guerra Mundial. Ahora, con la guerra de Ucrania, el pacifismo, su defensa, ha vuelto al primer plano de la actualidad. ¿Qué opinas al respecto?

 

– Que la historia, en cierta manera, se repite. Aunque la sociedad cambie, la violencia, la guerra, siempre están ahí. Son la solución fácil. La Guerra aparece ya en las obras de Homero. La Iliada es la crónica de una guerra europea de hace miles de años. Aunque a mí me gusta más la Odisea, que es el viaje posterior a la guerra, el regreso, un regreso no directo, ni instantáneo, que se prolonga durante muchos años. Es como si Ulises no quisiera volver, como si dudara de cuál es su lugar en la tierra.

 

– En la época a la que nos traslada la novela, el camino del pacifismo, la búsqueda de la negociación, del diálogo, para parar la guerra, se veía ingenuo y resultaba incómodo para amplios sectores de la población. La protagonista se encontró con muchos seguidores, pero también con feroces detractores. En la actualidad quienes defienden la diplomacia, convencidos de que se podía haber evitado la guerra, también somos tachados de ingenuos. Ha pasado el tiempo, se supone que deberíamos haber aprendido del devenir histórico, pero…

 

– Así es. El pacifismo tuvo mucha fuerza en la sociedad estadounidense en la primera mitad del siglo XX. También en el mundo, no hay que olvidar la figura de Gandhi. Schwimmer fue candidata al Premio Nobel de la Paz. Pero poco después, durante la Guerra Fría, su figura no interesaba. Fueron unas décadas marcadas por el militarismo, con dos bloques que se armaron hasta los dientes. No fue hasta la Guerra de Vietnam, en los sesenta, cuando se volvió a pensar en el pacifismo, con figuras como John Lennon y Yoko Ono y su Imagine, con una letra tan revolucionaria y tan vigente.

 

– ¿Hasta qué punto la literatura puede ayudarnos a interpretar el presente, el mundo en el que vivimos? Pienso que, en medio del ruido, del caos informativo, una novela como esta puede añadir algo de luz, de comprensión, de perspectiva. ¿Estás de acuerdo?

 

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– Claro que sí. No hay más que leer Guerra y Paz, de Tolstói. La literatura va a los matices, te habla de las personas. El detalle del cometa de 1811 en la obra de Tolstói, por ejemplo. Fue un cometa de gran tamaño, visible, similar al Hale-Bopp, que nosotros conocimos. De repente aparece un cometa en el relato, este episodio es bellísimo, es como si fuera una señal de que todo va a cambiar, de que habrá otra vida después del conflicto. Estos detalles te los da solo la literatura. El discurso político trata de unir, o de desunir, en él muchas veces se fomentan la uniformidad y el odio. La literatura habla de las consecuencias de esos discursos en las personas, siempre va a lo particular. Porque los seres humanos somos únicos y diferentes, y de eso va la literatura, desde los inicios.

 

«EL PACIFISMO TUVO MUCHA FUERZA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX. ROSIKA SCHWIMMER FUE CANDIDATA AL PREMIO NOBEL DE LA PAZ. PERO DURANTE LA GUERRA FRÍA, SU FIGURA NO INTERESABA. FUERON DÉCADAS MARCADAS POR EL MILITARISMO, CON DOS BLOQUES QUE SE ARMARON HASTA LOS DIENTES», EXPLICA EL ESCRITOR.

 

– La vida anterior a los delfines es una novela que se lee con facilidad, a lo que contribuye el estilo directo, desnudo, pero es mucho más compleja de lo que parece por sus muchas capas de sentido, por todos los puentes que tiende, entre tiempos, espacios, circunstancias. Da la impresión de que su forma, su desarrollo, no fue algo premeditado, sino que se fue dando sobre la marcha. Bueno, en cierto modo, de ello se da cuenta en el discurrir de la narración; de hecho, un aspecto muy interesante del libro es que como lectores asistimos al proceso de su creación. ¿Puedes hablarme un poco de todo esto?

 

– Orham Pamuk habla del escritor naif y del sentimental. El primero escribe de manera casi natural, sin pensarlo mucho. El segundo, aunque parte de la intuición, construye cada paso del relato. Yo soy de los segundos. Me gusta mucho planificar cada detalle, ir construyendo la narración con diferentes niveles, con juegos de espejos, trabajando las transiciones. Aunque luego mis libros se lean fácilmente, hay mucho trabajo anterior detrás. Me gusta que el lector pueda leer el libro a diferentes niveles, que parta del superficial, claro está, pero que luego se vaya adentrando en todas las conexiones interiores. Tal vez en una segunda lectura se entienden mucho más las cosas.

 

– ¿De qué manera los acontecimientos vividos se fueron introduciendo en el relato? ¿La pandemia, el confinamiento, influyeron en el devenir de la historia que se estaba construyendo, contando?

 

– Por supuesto. La pandemia me dio el pretexto adecuado para cambiar de voz narrativa. Para pasar de la perspectiva de Uri a la de Nora tenía que haber un pretexto muy claro, de lo contrario el lector se preguntaría el porqué del cambio, se perdería. La pandemia fue la excusa perfecta. Uri pierde las ganas de escribir, está más centrado en otras cosas, le preocupa la situación emocional de sus hijos, y deja la novela. Será Nora la que seguirá con el relato, pero tendrá otra forma, la de una larga carta escrita a su mejor amiga, Maider. Durante la pandemia hubo mucho de eso, nos acordamos de gente que no veíamos desde hacía muchos años. Nora seguirá contando la historia de Schwimmer, pero desde otra perspectiva. Y veremos al autor desde fuera, con sus virtudes pero también con sus defectos, que los tenemos.

 

– Hay otro episodio, el del asesinato de George Floyd en 2021, que activa el movimiento Black Lives Matter, que entra en la historia, y conduce a reflexionar sobre el racismo latente en la sociedad estadounidense. ¿Consideras que la novela es un medio idóneo para narrar el presente, para pensarlo, para evitar que lo verdaderamente importante se pierda entre lo anecdótico, se diluya en el ruido, entre tanta mentira y manipulación?

 

– Lo creo. Ha habido una gran revolución en la literatura del siglo XXI. Mientras los políticos mienten, en la época de la posverdad, el escritor es el que cuenta la verdad. Ha sido una reacción que se ha vivido no solo en literatura, sino también en el arte o en el cine. La poeta Claudia Rankine, por ejemplo, cuenta “hechos» en sus poemas. Cuenta lo que ha vivido la comunidad afroamericana. Sin adornos. Pum. Esto es lo que hay. Pero lo hace, por otro lado, de una manera emocional, combinando hechos y emoción, los dos grandes paradigmas de la creación en el siglo XXI. Olvídate del “todo está dicho” borgiano. No, no todo está dicho, aún hay muchas cosas que contar, muchas historias y vivencias que han sido silenciadas.

 

– ¿De qué manera un personaje como el de Rosika surgió en tu vida y en qué medida la transformó, abrió ventanas de reflexión, de búsqueda, de empatía?

 

– Los hombres debemos caminar junto a las mujeres en el camino de la igualdad. No solo es pensar ”yo no soy machista» y ya está. No, hay que ser muy autocríticos, deshacernos de los roles masculinos que nos han sido transmitidos durante muchas generaciones. En eso me ha ayudado la figura de Rosika, que me interesó también porque fue una adelantada a su tiempo, incomprendida, olvidada. No soy mucho de victorias épicas, no me atraen.

 

– Supongo que entre las grandes satisfacciones de esta novela está la de haber rescatado a un personaje olvidado, un personaje de gran fuerza que, sin embargo, permanecía oculto, y que, sin duda, es un gran referente del movimiento feminista y pacifista.

 

– Sí, pero no quería solo escribir una biografía, o una novela histórica, todo eso no me llena. Quería ir más allá. Hacer un experimento. Ver qué pasaba en mi mente cuando abría esas cajas, qué pensamientos me venían. Quería escribir una novela contemporánea, sobre nuestro tiempo, no solo hablar del pasado, sino de la importancia del pasado, del nexo entre generaciones. Ese era mi propósito, más que hablar solo de una persona.

 

– ¿Qué le ha aportado a Kirmen Uribe, a nivel personal, la historia de Rosika Schwimmer?

 

– Me ha llevado a Nueva York. He empezado una nueva vida gracias a ella. He aprendido de mí y de mi pasado. Y me ha dado un libro.

 

– Es mucho lo que abarca un personaje así. La novela se detiene en su relación, en torno al pacifismo, con el magnate Henry Ford, y se alude a su amistad con Einstein, quien la propuso al Premio Nobel. ¿Hubo algún momento en el que te sentiste desbordado con tanta información, con tantos archivos, detalles, ramificaciones?

 

– Claro. Siempre hay momentos así. Creo que era Vila Matas quien hablaba de perder teorías. En una investigación de este calado, uno tiene que olvidarse de muchas cosas, quedarse con los detalles esenciales, si no el lector se puede ver abrumado con tanta información. Una novela, estoy convencido, te tiene que enseñar algo que no sabías. En eso estoy de acuerdo. Pero la información no es lo más importante. Lo es más el personaje y su devenir dentro de la historia. Y para ello, con unos pocos detalles basta. Me tuve que olvidar de muchos datos y quedarme con lo esencial.

 

«NO QUERÍA SOLO ESCRIBIR UNA BIOGRAFÍA, O UNA NOVELA HISTÓRICA. QUERÍA IR MÁS ALLÁ. HACER UN EXPERIMENTO. VER QUÉ PASABA EN MI MENTE CUANDO ABRÍA ESAS CAJAS. QUERÍA ESCRIBIR UNA NOVELA SOBRE NUESTRO TIEMPO, HABLAR DE LA IMPORTANCIA DEL PASADO, DEL NEXO ENTRE GENERACIONES», DECLARA URIBE.

 

– “Los migrantes desconocemos lo que nos deparará el futuro, pero sabemos bien que el pasado ya nunca será el mismo que fue”, leemos muy al comienzo de una novela que habla de las dificultades de los migrantes. Si hay que buscar un gran tema en la novela yo diría que es este, el cambio, la profunda transformación que supone abandonar las raíces, integrarse en otra cultura, adquirir otra lengua…

 

– Es así. Es una novela sobre los migrantes, sobre el cambio, sobre el derecho a una segunda oportunidad.

 

– El tema de los migrantes es, por otra parte, uno de los grandes temas de nuestro tiempo. No podemos darle la espalda. Sabemos que cada vez será más crucial, que el proceso de cambio climático lo acentuará…

 

– Es cierto, aunque, por otra parte, siempre ha sido así. Siempre ha habido migraciones. Me acuerdo que en una visita que hice al Sahara me hablaron de la ceremonia del té, tan importante para ellos. Pues bien, aquellas hojas de té las traen desde China. Y eso ha sido así durante muchos siglos. La uniformización, la idea de un país puro, eso es muy reciente. Siempre ha habido desplazamientos de comunidades.

 

– La leyenda vasca de los delfines, tan poética, tiene que ver con todo esto. “A los migrantes nos cambia la vida cuando cruzamos la frontera”, señala el narrador. ¿Cómo se integró esa leyenda en la narración?

 

– Pues fue casi al final. Para mí el título es muy importante y encontrarlo es un proceso muy lento. El título original del proyecto que presenté a la Biblioteca era The Book She writes (El libro que ella escribe). Pero luego me acordé de esta leyenda vasca que cuenta que los delfines antes fueron personas y se convirtieron en delfines por amar a las lamias, una especie de sirenas. Me gustó esta idea para el título, el concepto de la metamorfosis, de como una decisión puede hacer cambiar tu vida. Una vez te vas a vivir a otro país todo cambia, tú mismo, y la percepción que tienes del lugar de donde procedes.

 

– La historia de los vascos que emigraron a Estados Unidos está presente, de fondo, en la novela. En cierto modo, por el planteamiento, por las alusiones, encuentro paralelismos con Días de Nevada de Bernardo Atxaga, donde también el escritor viaja a EEUU y se encuentra con sus recuerdos…

 

– Atxaga es siempre un gran referente. Pero para esta novela he tenido otras lecturas, por supuesto mi querido Sebald, y, por supuesto, Emmanuel Carrère, y también Sigrid Nunez, Valeria Luiselli, Edna O’Brien…

 

– La reivindicación de las lenguas minoritarias, más vulnerables, es fundamental en el libro, concretamente la defensa del euskera es otra de las líneas troncales de la novela.

 

– El euskera es muy importante en mi identidad. Escribir en euskera es ayudar a preservar la diversidad cultural del planeta, y por ello es un bien de todo el mundo, no solo de los vascos.

 

 

– Me pregunto hasta qué punto el personaje del escritor, Kirmen Uribe, sintió la necesidad de volver a su lengua, a sus raíces, a sus tradiciones, a sus recuerdos, precisamente por estar lejos. ¿La lejanía intensifica los resortes de la memoria, intensifica el sentido de pertenencia?

 

– La lejanía ayuda a ver las cosas de otra manera. Es buena la distancia para la reflexión. Y creativamente también es muy positiva. Velázquez no hubiera pintado Las Meninas si no hubiera pasado por Italia; tampoco Joyce hubiera escrito su Ulises si hubiera permanecido en Irlanda. A mí me ha venido muy bien, me siento mucho más creativo ahora, he aprendido mucho.

 

– La insumisión, la desobediencia civil, la lucha por la legalización del aborto en España, la alargada sombra de ETA… De todo esto se habla en la novela, cuya escritura actúa como un activador de lo vivido, de lo experimentado, de lo aprendido, de lo sentido.

 

– Cuento lo que he vivido y como lo he vivido. Es mi mundo.

 

– Aquí abro otra línea que me lleva a dibujar un camino trascendental en la novela: el de todas aquellas personas que no se resignan, que luchan, que activan los cambios sociales.

 

– Es lo que estamos viviendo ahora, después de la posmodernidad. Parecía que no merecía la pena luchar por nada, que todo se había conseguido. Pues no. Hay mucho que hacer aún. Yo no soy muy de echar la toalla. Hasta que me demuestren lo contrario, siempre lucho por mejorar las cosas.

 

– Otra de las particularidades de La vida anterior de los delfines es la de las voces narradoras. Como comentabas antes, la segunda parte de la novela, que en mi opinión gana en emotividad, es contada por Nora, la mujer del autor que está escribiendo sobre Rosika Schwimmer y que en un momento dado atraviesa por un bloqueo creativo. E incluso hay una parte final, más breve, en la que son los dos hijos de la pareja los que ofrecen su versión de lo que está aconteciendo. ¿Cómo surgió esta estructura?

 

– Esta estructura la tenía en mente desde el principio. Contar una historia con diferentes voces y perspectivas. Empezar con una voz cercana a la mía y luego ir poco a poco alejándome de mí mismo. La novela empieza con una voz masculina, hablando de una sufragista, de las abortistas de Bilbao, de mi tía… y en la segunda parte tenía que haber un cambio. Era necesario que el escritor hombre callara y diese la voz a su compañera, que la mujer contase la historia desde su perspectiva. Eso fue una especie de liberación. Dejar mi voz y ponerme en la piel de mi mujer, verme a mí mismo desde fuera… Y luego acabar con la voz de los niños. Son muy importantes en la novela. Ellos cuentan una escena que ocurre en el futuro, además, en el verano del 2022.

 

«PARECÍA QUE NO MERECÍA LA PENA LUCHAR POR NADA, QUE TODO SE HABÍA CONSEGUIDO. PUES NO. HAY MUCHO QUE HACER AÚN. YO NO SOY MUY DE ECHAR LA TOALLA. HASTA QUE ME DEMUESTREN LO CONTRARIO, SIEMPRE LUCHO POR MEJORAR LAS COSAS», SEÑALA EL AUTOR.

 

– ¿Te sientes cómodo en la autoficción? ¿Crees que La vida anterior de los delfines se puede incluir en esta etiqueta?

 

– La autoficción la probé hace años con Bilbao New York Bilbao, mi primera novela. Creo que esta es más biográfica, todo lo que se cuenta en la primera parte es verdad y el lector así lo lee. Luego, al cambiar de voz, de perspectiva, nos vamos adentrando más en la ficción. Es una novela que va de la no ficción a la ficción.

 

– Para terminar volvamos a Rosika Schwimmer. En un momento dado, en su época, tras tantos atropellos sufridos, se convirtió en un símbolo “para las nuevas generaciones idealistas”? ¿Crees que hoy podemos seguir creyendo en referentes similares? ¿En estos tiempos de descreimiento generalizado sigue habiendo lugar para el idealismo?

 

– Claro que sí, la utopía nos enseña a caminar. Ya lo decía Susan Sontag, cualquier lucha perdida servirá de inspiración a otra que ganará. Hemos avanzado en la igualdad, en los derechos de las minorías, de las identidades sexuales, en la defensa del planeta, porque ha habido muchas luchas perdidas anteriormente. El idealismo es vital, aún hay mucho trecho para conseguir una sociedad justa. Las utopías son necesarias en democracia, si no todo se estanca, empezamos a perder derechos, como ya está ocurriendo en países con gobernantes populistas y de extrema derecha.

 

Entrevista en Eldiario.es

Kirmen Uribe, escritor: “No era nada masculino de pequeño. Me daban miedo los hombres”

“'La vida anterior de los delfines' es una novela de un hombre que busca una nueva masculinidad, por eso hablo de las sufragistas, de mi madre y mis tías, de las abortistas de Bilbao o del acoso”, confiesa el autor

En la segunda parte de su nueva novela -'La vida anterior de los delfines'- Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) se abandona a sí mismo y a su protagonista, Uri, para dar voz a una mujer, Nora, quien se convierte en la narradora de la historia. “Lo que hago como autor es dejar que hable el escritor hombre y dar la voz a la mujer. ¿Por qué? Porque ese gesto es muy significativo, es decir 'vamos a perder privilegios y voy a dar la voz a las mujeres para que cuenten su versión de la historia'. Entonces, me meto en la piel de una mujer”, confiesa Uribe a este periódico.

 

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Según reconoce, la clave del proceso para lograr dar voz a una mujer es algo que siempre ha hecho: escuchar. “Me encanta escuchar a las mujeres y vivir con ellas, lo he hecho desde pequeñito. Siempre me han fascinado como personas. Son personas mucho más complejas que los hombres”, explica sentado en un hotel del centro de Bilbao días antes de participar en el Festival Internacional de las Letras de Bilbao Gutun Zuria.

 

En 'La vida anterior a los delfines' Uri, un trasunto del propio Kirmen Uribe, viaja con su familia hasta Nueva York para investigar a la histórica feminista y pacifista Rosika Schwimmer, que trató de parar la Primera Guerra Mundial hablando con Woodrow Wilson, el presidente de los EEUU. “La figura de Rosika Schwimmer es maravillosa, es increíble. Ella era sufragista húngara, la pilla la Primera Guerra Mundial en Londres y de Londres se va a Nueva York, donde quiere parar la guerra. Para eso, habla con el presidente Wilson, no lo convence, pero consigue hablar con él, con lo difícil que era. Luego, se las apaña para hablar con Henry Ford, el magnate del automovilismo, para que pare la guerra también y lo convence. Montan un barco de la paz muy utópico que trata de parar la guerra. No lo consiguieron, pero sus ideas se mantuvieron y ahora están muy vigentes. Entonces, aunque tú fracases en un momento dado, tus ideas duran para siempre, por eso ninguna lucha es en vano. Ahora mismo hay que seguir reivindicando la paz y el antimilitarismo, sin duda”, sentencia el escritor.

 

Su participación en el Festival Internacional de las Letras de Bilbao Gutun Zuria se basará en un encuentro entre usted y la escritora Sara Mesa bajo el título 'Géneros fluidos: de la ficción a la no ficción'. ¿De qué manera entrelaza la ficción y la no ficción en su obra?

 

Mi novela empieza siendo no ficción para acabar siendo ficción. Empieza con el proceso de investigación que Uri, un trasunto mío, hace en la Biblioteca de Nueva York sobre un personaje histórico silenciado llamado Rosika Schwimmer y, poco a poco, muestra cómo fue nuestra llegada a Nueva York y nuestro aclimatamiento en la ciudad con todas sus dificultades. En esa primera parte, también voy acordándome de pasajes de mi infancia. En la segunda parte, hay un cambio de voz y pasa de contar la historia Uri a hacerlo Nora, la compañera del protagonista. En ese punto, la novela ya se dirige a la ficción.

 

¿Cuánto de Kirmen hay en Uri?

 

Hay mucho de Kirmen en Uri, Uri es 100% Kirmen, pero Nora es 30% Kirmen, Maider es 20% Kirmen y Rosika es 10% Kirmen. Hago una especie de ejercicio de fluido de género en la novela porque paso de un personaje a otro y todos soy yo.

 

¿Cuántas vidas hay en una vida?

 

Muchísimas. Tenemos la percepción de que nuestros padres vivieron una única vida. En el caso de los míos, que venían del franquismo, de familias humildes que después prosperaron con el boom económico y consiguieron llevar a sus hijos a la universidad y darles estudios, vivieron una sola vida. En nuestro caso es diferente. Yo creo que cambiamos de vida cuando cambiamos de relación, de ciudad, de país e incluso cambiamos de vida cuando leemos un libro.

 

Migrar permite vivir más de una vida pero, ¿una persona que migra lo tiene más complicado para encontrar una paz interna al vivir entre dos mundos?

 

Yo creo que no. Una persona que vive en un entorno del que no ha salido nunca tal vez tenga una relación conflictiva con ese entorno, porque no se siente realizada o comprendida. A mí me gustan los personajes literarios que son incomprendidos, desplazados, silenciados... Siempre me han interesado. La novela también tiene un punto de eso. Mi familia y yo vamos a Nueva York, al principio estamos centrados en el futuro, queremos asentarnos en la ciudad, pero luego el pasado vuelve y el pasado nunca lo puedes dejar atrás, lo único que puedes hacer con el pasado es llevarte bien con él. Uri tiene una relación conflictiva con el pasado y Nora le ayuda a reencontrarse con él.

 

Siempre he tenido una manera de ser de marino, con un punto de desarraigo, y Nueva York me ha dado la posibilidad de mirarme a mí mismo y de mirar a Euskadi con mucha más tranquilidad

 

¿Cómo es esa relación conflictiva con el pasado?

 

Es sentirte diferente en un entorno difícil, en el que los demás no eran como tú en muchos sentidos. Yo siempre he tenido esa sensación de ser un poco isla al haber nacido dentro de una familia de mujeres muy progresistas y especiales que soñaban con un mundo diferente y mejor, a pesar de que la sociedad fuera mucho más lenta que ellas. Siempre he tenido la sensación de que mi madre iba 10 años por delante y la sociedad, poco a poco, iba dándole la razón. Siempre he tenido una manera de ser de marino, con un punto de desarraigo, y Nueva York me ha dado la posibilidad de mirarme a mí mismo y de mirar a Euskadi con mucha más tranquilidad.

 

¿Esa sociedad de la que habla que va un poco más lenta que las mujeres de su vida es la sociedad vasca?

 

No. La sociedad vasca no es la misma de los 70 o 80, aunque en aquella época también había gente muy movida y reivindicativa en todos los temas, la sexualidad, la identidad sexual, la igualdad o el antimilitarismo, pero es una sociedad que ha ido evolucionando y, en global, es muy solidaria y abierta. Es una sociedad que a mí me parece muy activa en temas como la ecología, las mujeres o los refugiados.

 

Tiene una obra para niños, 'Ez naiz ilehoria, eta ze?' ('No soy rubia y ¿qué?'), en ella cuenta la historia de Amira, una chica marroquí a la que le cuesta hacer amigos en Vitoria. ¿Por qué es importante mostrar esas realidades a los niños desde que son pequeños?

 

Porque así van asimilando nuevas ideas. Me acuerdo que yo no era nada masculino cuando era pequeño y a mí me daban miedo los hombres, cómo gritaban y se movían, todos esos roles desastrosos que nos han impuesto, y la novela también tira por ahí, es una novela de un hombre que busca una nueva masculinidad, por eso en la novela hablo de las sufragistas, de mi madre y mis tías, de las abortistas de Bilbao o de la juventud de Nora en los 90, en un mundo en el que el acoso era casi normal. En la segunda parte de la novela, lo que hago como autor es dejar que hable el escritor hombre y dar la voz a la mujer. ¿Por qué? Porque ese gesto ya es muy significativo, es decir 'vamos a perder privilegios y voy a dar la voz a las mujeres para que cuenten su versión de la historia'. Entonces, me meto en la piel de una mujer. Este libro es la historia de un hombre que quiere ser otro.

 

¿Cómo es el proceso de meterse en la piel de una mujer?

 

Es escuchar. Lo que he hecho siempre, la verdad. Me encanta escuchar a las mujeres y vivir con ellas, lo he hecho desde pequeñito. Siempre me han fascinado como personas. Son personas mucho más complejas que los hombres, que tienen como una coraza difícil de traspasar, son orgullosos y violentos, aunque es lo que nos han enseñado también, pero creo que las mujeres son mucho más complejas, más abiertas a los sentimientos y al afecto y eso es lo que me mueve, el afecto.

 

¿Cómo deberían ser esas nuevas masculinidades de las que habla?

 

Hombres que saben compartir, que saben escuchar, que son conscientes de todo el machismo que ha habido durante siglos y del rol que tienen ahora para abrir la puerta a una sociedad diferente.

 

Es una novela de un hombre que busca una nueva masculinidad, por eso en ella hablo de las sufragistas, de mi madre y mis tías, de las abortistas de Bilbao o de la juventud de Nora en los 90, en un mundo en el que el acoso era casi normal

 

Su personaje investiga sobre la histórica feminista y pacifista Rosika Schwimmer que intenta evitar la Primera Guerra Mundial hablando con Woodrow Wilson, el presidente de los EEUU y defiende la palabra frente a cualquier acto de violencia. ¿Se puede conseguir que la palabra combata la violencia en los tiempos que corren?

 

La figura de Rosika Schwimmer es maravillosa, es increíble. Ella era sufragista húngara, la pilla la Primera Guerra Mundial en Londres y de Londres se va a Nueva York, donde quiere parar la guerra. Para eso habla con el presidente Wilson, no lo convence, pero consigue hablar con él, con lo difícil que era. Luego, se las apaña para hablar con Henry Ford, el magnate del automovilismo, para que pare la guerra también y lo convence. Montan un barco de la paz muy utópico que trata de parar la guerra. No lo consiguieron, pero sus ideas se mantuvieron y ahora están muy vigentes. Entonces, aunque tú fracases en un momento dado, tus ideas duran para siempre, por eso ninguna lucha es en vano. Ahora mismo hay que seguir reivindicando la paz y el antimilitarismo, sin duda.

 

¿Con qué mensaje quiere que se quede el lector tras leer la novela?

 

Quiero que el lector se quede con que es un libro muy honesto, bello, pero con pasajes muy duros de la vida, y que es un libro que trata de ser no convencional, con una narrativa muy acorde al siglo XXI, con una forma muy diferente.

 

Entrevista en Desbandada

Kirmen Uribe, un escritor vasco por Alemania

24. OCTUBRE 2023 POR REVISTA DESBANDADA

Conversación con el escritor en el Instituto Cervantes de Berlín. Aunque trata fundamentalmente de su vida como novelista, este artículo guarda una sorpresa para los amantes de la poesía, en euskera y en castellano.

Kirmen es un nombre poco frecuente, incluso en euskera. El autor de Bilbao-New York-Bilbao, y de La vida anterior de los delfines, nos explica que es uno de estos nombres laicos que salieron en la transición, sin una correspondencia religiosa, como Mikel (Miguel), Joseba (José) o Koldo (Luis). En esa época se recuperaron nombres como Aitor o Kirmen. Pasó algo parecido en catalán. Nos cuenta además que su propio éxito como escritor contribuyó a hacer más popular el nombre. Así comienza nuestra conversación con el autor vasco, en la Biblioteca del Instituto Cervantes de Berlín, donde hicimos algunas fotos, porque poco después iba a presentar la traducción al alemán de su última novela, traducción publicada por Berlin Verlag.

 

¿Cómo te podrías presentar para la comunidad hispanohablante que no te conoce, incluso para la comunidad comunidad vasca que hay en Alemania?

 

Bueno, yo soy un escritor en euskera con una visión universal del arte y de la vida. Nací en un pueblo pequeño pesquero, Ondárroa, mi padre era marino. Yo creo que tengo esa alma marina, entonces. Me siento muy vinculado a la lengua vasca, que es mi lengua madre. Me gusta su sonoridad, me gusta incluso estéticamente, pero siempre he querido salir fuera y estar en conexión con escritores de todo el mundo: un escritor vasco que ahora mismo vive en Nueva York pero sigue escribiendo en euskera. Yo creo que escribir en euskera es una manera de aportar a la diversidad del planeta. Yo lo veo así.

 

Vives en Nueva York, tienes familia, y das clase en la Universidad de Nueva York en un máster de escritura. ¿Lo haces en inglés?

 

No, en español. En la Universidad de Nueva York hay un máster escritura en inglés, y hay un máster de escritura en español. Hay varias universidades que lo tienen, no muchas, las más prestigiosas: hay en Iowa, en Texas, no sé si en Austin.

 

Justamente la de Austen la lleva Cristina Rivera Garza. Estuvo aquí en el Instituto Cervantes de Berlín, le hicimos una entrevista.

 

Entonces mi vida es trilingüe, digamos: yo nací en euskera y me crié en esa lengua, y siento especial vinculación a ella porque escribo en ella también, ¿no?, pero vivo en Nueva York, no vivo en el ámbito, digamos, de la lengua, sino que vivo fuera, ¿no?

 

¿Para qué has venido a Alemania?

 

Bueno, después de esta presentación en el Instituto Cervantes de Berlín voy a Hamburgo, tengo un acto con el traductor de  mi última novela al alemán, que es es Stefan Kutzenberger en el Instituto Cervantes de Hamburgo. Luego me voy a la Feria del Libro de Frankfurt, tenemos un evento organizado por la por la Dirección General del libro, dentro de la Presidencia española de la Unión Europea. Y más tarde a Bremen, al festival GlobalE, y en el Instituto Cervantes. Entonces he venido a Alemania a presentar la traducción de mi última novela, que es La vida anterior de los delfines, publicada por Berlín Verlag.

 

¿Se ha traducido desde el euskera?

 

No, se ha traducido desde el castellano. Yo procuro siempre que mis traducciones sean hechas desde el euskera, si es posible, pero hay traducciones que se hacen desde el castellano, y tampoco pasa nada porque yo participo de la traducción al castellano, que no sé si es traducción o es más bien es casi casi un original, ¿no? Mientras escribo la novela, estoy también escribiendo la traducción al mismo tiempo.

 

Tú traduces al castellano.

 

Sí, junto con José Maria Sansi, un gran escritor vasco, que me ayuda, pero sí, me gusta escribir las dos versiones y escribirlas casi casi al unísono.

 

Te lo pregunto porque en Alemania en general, y en Berlín en concreto, últimamente se la ha dado bastante relevancia al tema de la traducción y la importancia de los traductores en la difusión de la literatura, como agentes activos dentro del proceso. La Latinale, en la que tú participaste hace años, en 2005,en las últimas dos ediciones, ha dado especial relevancia a los traductores, que eran parte del proceso de selección de los poetas invitados, y en las presentaciones lo hacían emparejados, traductor y autor. También lo hace un pequeño festival de poesía llamado Festival Siesta. Por eso la traducción está cobrando una fuerza y una relevancia en todo el proceso de difusión literaria que antes yo creo que no tenía.

 

Sí, claro, la traducción es muy importante. Traducir está a la par de escribir.

 

Para nosotros, en Europa, es evidente, con tantos idiomas en el mismo continente. ¿En Estados Unidos es tan evidente?

 

Cada vez más, cada vez más. Jennifer Croft, que es la traductora de Olga Tokarczuk, está trabajando mucho en tratar de dignificar el trabajo de los traductores, bueno, las traductoras, porque son mayoría mujeres. Hay traductoras que han trabajado mucho para darle valor a la traducción. Jennifer Croft dice que el nombre del traductor tiene que aparecer en la portada, y que si no, ella no publica. Tiene una posición muy activista por la traducción. Yo creo que ahora mismo en Estados Unidos se traduce bastante más de lo que se traducía antes.

 

De hecho, hay un premio muy reconocido a las traducciones, un libro tuyo recibió un premio. Recientemente la traducción de un libro de cuentos de una autora argentina que vive en Berlín, Samanta Schweblin, recibió ese premio.

 

Sí, hay dos premios, el PEN Award for Poetry in Translation, en 2007 quedó finalista la traducción de este libro de poemas, Mientras tanto dame la mano. Y luego está también el premio nacional, el National Book Awards, es como el gran premio, se da a obras de ficción, obras de poesía y obra traducida.

 

Estaría bien que hubiera algo parecido en español. Bueno, vamos a tu obra más en concreto. Tienes una obra poco extensa, aunque llevas escribiendo más de veinte años.

 

Mi primer libro de poemas es del 2001, que es este. 

 

Que fue el primero que recibió un premio en el País Vasco.

 

Sí, el premio de la crítica, pero enseguida fue traducido al español, luego al inglés en Estados Unidos, y también al francés. Fue un libro que me dio mucho. Es un libro mágico. Se acogió muy bien por parte de crítica y lectores, tuvo m uy buena aceptación. Lectores que no leían poesía empezaron a leer este libro. Luego ya vino mi primera novela, que fue BilbaoNewYorkBilbao, que ganó el Premio Nacional y se ha traducido a muchísimas lenguas. Para mí fue un comienzo un poco abrumador: primer libro de poemas, publicado en Visor, luego traducido también al inglés, que tiene este premio en inglés, mis poemas salen Newyorker y en otras revistas, también en Estados Unidos. Luego ya mi primera novela, y me dan el Premio Nacional ¡Imagínate, qué comienzo! Me sacó de mí mismo, digamos, ¿no? Si tuve esa sensación de “¿Y ahora qué hago?”, ¿no? Después de estos dos libros que tanta vida tuvieron, me dije, “Ahora empieza la verdadera carrera del escritor”. Empecé a escribir otra serie de novelas.

 

Pero tú escribías poesía.

 

Sí, y sigo escribiendo poesía también.

 

Ibaia. Poema del libro Bitartean heldu eskutik, leído por el autor. Grabado para revista Desbandada en el Instituto Cervantes de Berlín, octubre de 2023.

El río (Ibaia). Poema del libro Mientras tanto dame la mano, leído por el autor. Grabado para revista Desbandada en el Instituto Cervantes de Berlín, octubre de 2023.

¿Cómo te defines para ti mismo?

 

Yo, escritor.

 

Ni novelista, ni narrador, ni poeta.

 

No, pero yo creo que sobre todo soy novelista. Me gusta la novela, me gustan las estructuras novelescas. Si un un poemario es una escultura, pues una novela es la catedral. Sí, sí.

 

La pregunta tiene un poco que ver con algo que dices en alguna entrevista sobre el lector. ¿Cómo concibes este lector que lee tus novelas? ¿Qué esperas? ¿Qué tipo de lectura o qué recepción esperas que tenga tu novela? Porque tampoco es una novela lineal, no tiene una estructura tradicional, la compone una multiplicidad de textos.

 

 

Sí, eso es. En mi obra siempre trato de trabajar dos temas. Primero, el contenido suelen ser historias no contadas o personajes más o menos marginales: personajes silenciados, voces silenciadas, gente en tránsito, muchas son mujeres, migrantes, gente que perdió la guerra, niños que salieron de su país, niños refugiados. Me interesan estas historias, digamos, de gente que no ha sido escuchada. Y luego, por otro lado, me gusta trabajar muchísimo la forma de las novelas. Bilbao-New York-Bilbao es la non-novela, porque no existe en realidad. Lo que se cuenta es que el escritor va en un vuelo de Bilbao a Nueva York, está pensando en la novela que está escribiendo, está leyendo los materiales de la novela, todo el proceso de investigación, se ven las novelas que lee, las películas que ve en el propio vuelo… Por supuesto está la memoria: se acuerda de su padre, de su abuelo, de su madre, de su propia familia. Pero la novela en sí que está escribiendo no aparece. Entonces es el propio lector el que tiene que imaginarse qué novela está escribiendo. ¿Y eso por qué lo hago? Porque creo en un lector inteligente, un lector creativo, creo en un lector activo activo. Entonces, es el propio lector el que se imagina la novela, y cada uno se imagina su propia novela. Luego, la segunda novela es una novela totalmente rota, tiene la forma de una caja que uno encuentra y en la caja hay fotos, hay objetos que uno no reconoce al principio. Uno abre la caja y no reconoce esos objetos, ni esas fotos, quiénes son. Pero, con el tiempo, va un poco descubriendo los personajes, esclareciendo todos los hilos que unen todos estos personajes, los hilos invisibles, ¿no? La tercera novela es una investigación sobre una mujer que yo conocí ya mayor.

 

¿Tú la conociste, o sea, es algo autobiográfico?

 

Sí, Karmele Urresti, sí, la conocí.

 

La historia es increíble y, de hecho, se va a hacer una película.

 

La conocí en el País Vasco. Entonces, de repente, pues te das cuenta que tiene una gran historia detrás, y cuando ella muere, no antes, aunque siempre me habían hablado de ella, me interesé por su historia. Empecé a investigar en diferentes archivos, hablando con la familia, etc. Me enteré que era una exiliada de la Guerra Civil, que luego se metió en los servicios secretos de Estados Unidos, etcétera. Tiene una gran historia detrás.

 

Dos exilios diferentes en Venezuela.

 

El propio autor dentro de la novela va descubriendo cosas, el narrador no es omnisciente, no sabe nada de aquella persona. A medida que va descubriendo cosas, va contando cosas, está a la altura del lector, porque tampoco sabe nada, y a mí eso me encanta, que estén el autor y el lector al mismo nivel. No es que yo me sé todo y te cuento, sino que yo voy descubriendo con el lector lo que le pasó a esta señora.

 

¿Y la última novela, La vida anterior de los delfines, la que se ha traducido ahora al alemán?

 

Es una novela escrita utilizando tres puntos de vista diferentes. Tiene tres partes. La primera parte es la novela en sí, la segunda parte es una carta, muy larga, y la tercera parte es un vídeo de estos de tiktok. Cuenta un poco mi propia historia, cómo voy a Nueva York, cómo me dan la Beca Cullman de la Biblioteca Pública de Nueva York, cómo empiezo a investigar sobre una sufragista húngara muy interesante, pacifista y, a medida que voy abriendo esos documentos y voy leyendo esos documentos, pues hago un ejercicio de memoria de lo que fue el País Vasco en los 80 y en los 90, pero de repente en la pandemia todo ese proceso se detiene, y es mi mujer la que empieza a contar. Entonces hay un cambio de perspectiva: la primera parte es la del propio escritor que va contando su vida, y luego en la segunda parte es la mujer que ve al escritor.

 

O sea que hay dos narradores.

 

Hay tres narradores, la última parte está contada por los hijos. Cada parte es un narrador diferente y una forma diferente: la primera parte es una novela y la segunda parte es una carta larguísima que le escribe mi mujer a su mejor amiga, ¿no? Pero, claro, es ficción. Es ficción porque yo no soy ella, ¿me entiendes? Pero me gusta verme desde fuera, yo creo que es un ejercicio que tendríamos que hacer todos los varones, vernos desde fuera. ¿Cómo somos desde fuera? Entonces, en toda esta segunda parte se ve al escritor con todas sus miserias y virtudes que en la primera parte están disimuladas.

 

He leído que tu madre tuvo también un proceso, digamos, ideológico específico, que pasó de unas posiciones más o menos religiosas a posiciones políticas de izquierda, más vinculadas al feminismo, y que tú te criaste en este entorno. ¿Qué relación tienes con los procesos y los movimientos feministas?

 

La novela parte de ahí parte de ahí, de contar mi relación con el feminismo y con las mujeres activistas. Yo quería contar un poco mi infancia. Las mujeres que pasaron de un cristianismo de base a posiciones más de izquierdas.

 

Hay que entender el cristianismo específico del País Vasco.

 

Sí, de base en los años 60 y 70, ¿no? Luego se volvieron trotskistas. Yo me crié en ese mundo, sobre todo de mujeres, amigas, trotskistas que eran feministas también pero que tenía una visión escéptica también del bloque socialista detrás del telón de acero. Eran muy críticas, con el socialismo real. Mujeres liberales de la época. Entonces, a mí me me educaron así, de una manera muy libre. Siempre me decían que era libre para decidir qué quería ser, cómo quería pensar, me educaron en el respeto hacia la gente que piensa diferente. El primer impulso de la novela era ese, contar esa infancia, pero yo quería contarla con un espejo en Estados Unidos. Empecé a buscar un personaje que fuese feminista o artista mujer, y me encontré con Rosika Schwimmer. Está todo el archivo en la Biblioteca pública de Nueva York, me dieron la beca y pude investigar sobre ella. Rosika es sufragista, es de la primera ola del feminismo. Mi madre y mis tías serían la segunda ola. Rosike tenía unas fuertes convicciones pacifistas y trató de parar la Primera Guerra Mundial. Yo soy profundamente pacifista también, empecé a verme en ese personaje. También la vida de las mujeres en los 90 principios del del siglo XXI, hay como una tercera ola que aparece en la novela y termina ya con los niños en la época del Me too, digamos no. Sí, aparecen diferentes olas del feminismo en el mismo libro. La primera parte es narrada por el escritor varón, y en la segunda parte el escritor varón calla, y es la mujer la que la que “termina” la novela.

 

 

Esto me da pie a plantearte la última pregunta. Hace algún tiempo hicimos una entrevista a una escritora, también vizcaína, Irati Elorrieta, ella tiene una novela que transcurre en Berlín, Luces de invierno.

 

Sí, claro, Irati Elorrieta, sí, sí. Le dieron un premio también, el Premio Euskadi.

 

Sí, publicó en Gutenberg. En la entrevista ella habla de lo que significa ser una escritora en euskera en Berlín. Explica que es la única que habla en euskera en su vida. ¿Qué significa ser un escritor en euskera en Nueva York, en un entorno donde ese idioma no existe?

 

Yo creo que te hace más consciente de tu propia lengua. Te hace meterte más en tu propia lengua. Es lo que le pasó a Joyce cuando estuvo en París y allí escribió Ulises. Él salió de Dublín para escribir la novela de Dublín. Tal vez haga falta eso, tal vez haga falta una especie de exilio autoimpuesto para realmente tener una distancia, para poder reflexionar sobre de dónde vienes, sobre tu país, sobre tu lengua. Yo creo que ayuda muchísimo. Yo en Nueva York escribo mucho más, reflexiono mucho más, porque estás como fuera. Me da mucho. La distancia me ayuda mucho a reflexionar, a situarme, a ser yo mismo, realmente. Desplazado eres tú mismo.

 

Un poco contradictorio.

 

Yo no lo veo contradictorio.

 

Pierdes tus referentes físicos y culturales, y, sin embargo, refuerzas tu identidad. No, no escuchas el euskera en la calle. No ves los colores del paisaje.

 

No, pero ya los tengo. Ya los tengo metidos.

 

El mar.

 

No me importa, ¿sabes?, porque tu propia comunidad es como una familia. Las familias te dan mucho cariño, pero también tratan de dirigirte, de llevarte por el “buen camino”. Entonces, estar fuera de la familia, que tú amas por otro lado, te posibilita aprender otras cosas, ver las cosas de otra manera. Un poco huir de los prejuicios y de los complejos también. Entonces, bueno, yo creo que es positivo. En mi caso está siendo positivo, por lo menos.

 

Bueno, te agradezco mucho esta conversación, y espero que tengas mucho éxito con tu novela en Alemania. Y que te vaya muy bien en esta ronda alemana, en Hamburgo, el Frankfurt y en Bremen.

 

El éxito se basa en el encuentro, en el encuentro con otras personas. El éxito es el diálogo, para mí.

 

En ELNACIONAL.CAT

 

Kirmen Uribe: "Tenemos que hacer un replanteamiento total de lo que es ser un hombre"

Adrià Puertolas

Foto: Montse Giralt

Barcelona. Martes, 17 de mayo de 2022. 05:30

Actualizado: Martes, 17 de mayo de 2022. 08:30

Tiempo de lectura: 7 minutos

Kirmen Uribe: "Tenemos que hacer un replanteamiento total de lo que es ser un hombre"

 

Kirmen Uribe: "Tenemos que hacer un replanteamiento total de lo que es ser un hombre"

La vida de la sufragista húngara Rosike Schwimmer y la de un escritor que se traslada a Nueva York para investigar sobre su vida. Sobre estos dos pilares está construida La vida anterior dels dofins (Edicions 62), la nueva novela del escritor vasco y Premio Nacional de Literatura Kirmen Uribe (Ondarroa, Vizcaya, 1970). Uribe la ha escrito gracias a una beca de la Biblioteca de Nueva York, que le ha permitido acceder a un archivo de más de 150 cajas con documentos sobre la vida de Schwimmer. El libro se desarrolla a través un juego de espejos entre identidades diferentes, entre la voz femenina y la masculina, entre el presente y el pasado. El autor dice que es un libro de un hombre que busca una nueva masculinidad, pero por sus páginas también desfilan la experiencia de migrar, el valor del pacifismo y la distancia como forma de reconciliarse con las raíces. "Los hombres tenemos que perder espacio y privilegios ahora", afirma convencido.

 

Entrevista KIRMEN URIBE - Foto: Montse Giralt

Foto: Montse Giralt

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¿Cómo llegas a la vida de Rosike Schwimmer?

Me la encuentro por casualidad. Como todos los novelistas soy muy de buscar historias, tanto cuando hablo con alguien como en las bibliotecas o los archivos. Y esta vez fue por Internet. Estaba buscando historias de mujeres migrantes y de repente entré en los archivos de la biblioteca de Nueva York y me encontré con 176 cajas de documentos que contenían una vida, la de Rosike Schwimer.

 

¿Quién era ella?

Era una sufragista y pacifista húngara de principios del siglo XX que fue a Nueva York a vivir e intentó detener la Primera Guerra Mundial. Lo que más me llamó la atención, sin embargo, era que su amiga y secretaría había estado durante 40 años tratando de escribir su biografía y nunca la acabó. Y cuando lo supe dije: ¡qué historia! Entonces pedí la beca Cullman de la biblioteca de Nueva York para poder investigarla. En la novela no sólo quería hablar de Rosike sino también de todo lo que le pasa a un autor cuando descubre un tesoro como este. Y eso es lo que se explica.

 

Schwimmer es un personaje fascinante, rompe absolutamente con los moldes de la época.

SÍ, es una figura sobre todo muy valiente. Ella ya desde pequeña era muy diferente. Su madre la llevaba al teatro y a conciertos cuando entonces nadie lo hacía, cuando a los niños se los dejaba en casa. Fue una de las primeras mujeres en estudiar economía en Hungría y después empezó a trabajar y se implicó en el movimiento obrero y feminista. Siempre decía lo que pensaba y eso la llevó a Budapest, a Londres, donde le engancha la Primera Guerra Mundial, y finalmente a los Estados Unidos. Allí, empeñada en detener la guerra, hace muchos intentos de convencer al presidente Wilson e incluso colabora con Henry Ford. Con Ford monta una aventura completamente utópica que es un viaje transatlántico en barco para intentar promover la paz. Esta iniciativa fracasará pero su lucha no.

 

Se están escribiendo historias basadas en hechos reales para explicar lo que ha vivido cualquier identidad silenciada o comunidad que se haya visto oprimida

 

¿Porque te interesa recuperar vidas olvidadas como la de la Rosike para hacer ficción?

En el siglo XXI hay un gran cambio en la ficción, un cambio salvaje: se pasa de autores que se inventaban historias o mundos imaginarios a explicar historias reales, a explicar hechos que antes habían sido silenciados. Ahora mismo, autores como Emanuel Carrère en Francia, Sirio Husvedt en los Estados Unidos o Chimamanda Ngozi Adichie en África explican historias reales. Es una cosa que está pasando en todo el mundo con cualquier identidad silenciada o comunidad que se haya visto oprimida. Se están escribiendo historias basadas en hechos reales para explicar lo que han vivido.

 

Hablas, pues, de revisar el criterio con que se decidía qué experiencias había que explicar o qué voces valía la pena escuchar.

¡Claro! ¿Por qué se habla siempre de hombres blancos heterosexuales y occidentales? Todo este movimiento viene a llenar estos vacíos que ha habido durante muchos años en la historia. Ahora se explican historias de mujeres, de minorías y de gente que ha vivido en otras lenguas también. Vamos en esta dirección. A la vez, también se escriben novelas de nueva factura. Tú para escribir sobre una realidad silenciada no hace falta que lo hagas a la clásica. Formalmente también dices: ¿por qué tenemos que escribir el tipo de novela que se ha escrito hasta ahora? Planteémonos también la forma de una otro manera.

 

La vida anterior dels dofins tiene una forma innovadora en este sentido.

No quería sólo recuperar la historia de Rosike. No me llenaba eso. Me interesaba también al hecho de qué repercusión tiene en mi vida el hecho de abrir todas aquellas cajas con documentos, ir a vivir toda la familia a Nueva York, tener que hablar otro idioma, entender un nuevo código de conducta... Rosike se marchó de Europa a Estados Unidos y con mi familia hemos hecho el mismo camino. Quería hablar también de lo que ella sintió al desplazarse desde el punto de vista de nuestras vivencias.

 

Hay una conexión entre el personaje y otros episodios de lucha feminista de la historia como la de las mujeres de Basauri, en el País Vasco.

Sí, el libro es el de hombre que busca una nueva masculinidad, que es mi caso. Quiero reinventarme en este tema. Y todos tendríamos que hacerlo. La novela transcurre por varias vidas de mujeres y varios momentos en la lucha por la igualdad. Aparece el sufragismo pero también las abortistas de Bilbao, un macro-juicio que tuvo lugar en el País Vasco a principio de los 80 y que marcó mi infancia. Siempre he crecido rodeado de mujeres y quería hablar de la relación que tenía con ellas. Por eso en la primera parte del libro el narrador es Uri, el escritor, y en la segunda su mujer, Nora.

 

Perder privilegios es bueno y es lo que tendríamos que hacer los hombres

 

Hablas de una nueva masculinidad. ¿Qué podemos hacer para encontrarla?

¡Leer! (ríe) Escuchar, tratar de ponernos en la piel de cómo piensa una mujer y sobre todo darles espacio. Perder peso es bueno y perder privilegios también. Y es lo que tendríamos que hacer los hombres ahora. Tomarnos las cosas más tranquilamente. La masculinidad tradicional ha sido una tiranía que nos ha marcado, es horrible. Yo pienso en la figura de mi padre, que era pescador y estaba todo el día trabajando... Y cuando no trabajaba tenía que beber, ¡y eso estaba bien visto! No mostraba ningún sentimiento, así no podemos vivir. Tenemos que hacer un replanteamiento total de lo que es ser un hombre. A mí en realidad estas figuras muy masculinas siempre me han echado atrás y me han parecido muy agresivas y violentas, nunca he sido muy "hombre" en este sentido.

 

Otro de los temas de la novela es el de migrar. Dices que los migrantes, cuando se marchan, nunca encuentran aquello que esperan.

Sí, siempre es una cosa diferente. Eso está relacionado también con el título del libro y la historia de las lamias y las sirenas. El título viene de la leyenda vasca que dice que los delfines antes eran hombres y que se convirtieron en estos animales para poder ser amantes de las lamias, unas criaturas fantásticas marinas. Al migrante le pasa lo mismo: una vez has tomado la decisión de amar a una lamia, de ir a un país diferente, ya eres otra persona. Lo que encuentras nunca es lo mismo que has soñado. Algunos días es mejor y algunos peor pero sí que tenemos que tener claro que migrar es muy duro y ver así a los migrantes, como gente que ha tomado una decisión difícil.

 

¿Qué te sorprendió en tu caso de la vida en Nueva York?

Los inputs culturales son increíbles. Los artistas en los EE.UU. no tienen miedo al fracaso. Es otra manera de crear, están muy locos creando y eso se ve en todo. Te platean una película o una novela con una forma totalmente innovadora. No miran atrás sino que miran adelante.

 

¿Aquí estamos más limitados?

SÍ, aquí es como la masculinidad (ríe). No nos enseñan a ser valientes y a pensar en hacer cosas nuevas. A mí me gusta pensar así, imaginarme una novela completamente diferente, que desobedezca las normas que nos han enseñado de "la novela es eso" o "la poesía es eso". ¡No! Por eso me gusta escribir libros de género fluido, que van de la no ficción a la ficción pasando por la poesía.

 

Si tú tienes una lengua pequeña, háblala; es tan importante como la lengua más grande del mundo

 

Cuando migramos y nos marchamos, tampoco podemos volver al mismo lugar, ¿no?

La percepción del pasado y de nuestro país cambia. Al principio un migrante lo que quiere es olvidarse, mirar al futuro. Pero después las raíces y el pasado siempre vuelven. Lo que aprendemos cuando migramos es a portarnos bien con el pasado. Y la novela también es un relato de eso, de cómo reconciliarte con él. Por otra parte, la distancia también nos ayuda artísticamente. Todos los poetas románticos ingleses iban a Roma y a Grecia y después escribían como escribían. Velázquez pasó por Italia para estudiar a Caravaggio y su pintura cambió completamente. Entonces, eso de marcharse fuera y enriquecerte con los nuevos inputs artísticos que tienes ayuda. Y también empiezas a mirar tu propio país de manera diferente y a valorarlo más.

 

La cultura vasca también tiene una presencia importante en el libro. Está la paradoja que es precisamente el euskera que le abre las puertas al narrador y le permite viajar.

Yo siempre lo digo: la beca Cullman me la han dado para escribir en euskera. Una lengua minorizada no tiene porque ser sinónimo de no ser publicado, traducido o no viajar. Mi tía siempre me decía "¡has estudiado filología vasca y ahora no viajarás y te quedarás en tu pueblo!" Y todo lo contrario. El euskera me ha hecho como persona y me ha ayudado en mi trayectoria. Es todo lo contrario de lo que se pensaba antes, que era necesario escribir en una lengua dominante. Un escritor es más honesto y auténtico si escribe en su lengua. También me importa por diversidad idiomática y cultural del planeta. Antes hablar el euskera se vinculaba con el nacionalismo, pero yo lo vinculo con la pluralidad, la diversidad y la libertad. Si tú tienes una lengua pequeña, háblala. Es tan importante como la lengua más grande del mundo".

 

La historia de Rosike Schwimmer también se conecta con la lucha por la paz.

Rosike era pacifista y yo también fui insumiso. Hay un juego de espejos con mi propia vida y con mi propia generación. Ha sido una casualidad la guerra de Ucrania pero de repente todas estas ideas se vuelven muy vigentes. El pacifismo y el antimilitarismo se han puesto sobre la mesa inesperadamente otra vez, ante el rearme que se está planteando. Las dos cosas pensábamos que estaban superadas pero no. Es una locura. La lucha antimilitarista todavía es necesaria y hay que reanimarla, volver a salir con la pancarta.

 

La lucha antimilitarista todavía es necesaria y hay que volver a salir con la pancarta

A Schwimmer también se la acusó de ingenua por luchar por la paz, como se hace ahora contra muchas voces que cuestionan la escalada militar en Europa.

Todas las luchas son ingenuas al principio. Cuando Rosike empezó con la lucha sufragista, el hecho de que las mujeres lucharan era una cosa sin sentido. Es lo que pensaba la sociedad en aquel momento. Y poco a poco se consiguió el voto femenino. Las utopías nos sirven para andar, para ir mejorando y siempre hay que plantearlas. Una sociedad sin utopías se va a la mierda. La justicia social es una cosa que tarda en llegar, pero al final llega. La dirección de la historia es así. No tenemos que olvidar las utopías, no para conseguirlas ahora mismo, sino para intentar ir en aquella dirección.


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