Alicia a través
del espejo, o sobre La vida anterior de los delfines, de Kirmen Uribe
Escrito por
Marcos Pereda el 14 marzo, 2022
Si ya con el
título estaba convencido. Ese título precioso, Kirmen Uribe. La vida anterior
de los delfines (Seix Barral, 2022).
Madre mía. Y luego la historia que lleva detrás, lo de las lamias, y los
marineros, y ese canto entre ellas, y ese penar para ellos. Con estas cosas me
emociono, porque pasé la infancia cerca de acantilados, y todavía huelo a
salitre algunos días, cuando sopla fuerte del nordeste. Bueno, a veces el
olorcillo es más acre, por aquello de las fábricas, pero pecatta minuta y
pelillos a la mar.
Kirmen Uribe
(Ondarroa, 1970) es uno de los escritores vascos más interesantes de la
actualidad, de esos que no temen combinar en estrofas o párrafos las raíces con
el mundo que vemos al encender la tele. Tiene varios premios, proyección
internacional, lo han traducido (él mismo, primero, otros más tarde), da
charlas y cursos en universidades de sitios raros. Más o menos. Vamos, que
rostro reconocible.
Con estilo
definido, además. La sutil línea que separa literatura, biografía, artefacto,
non fiction. Llámenlo como les dé la gana, que yo para las etiquetas voy fatal.
Lo hizo en Bilbao-New York-Bilbao, y lo repite ahora en este La vida anterior
de los delfines. Solo que de aquella manera. Y mejor, oigan.
Sucede que la
obra está dividida en dos partes, casi idénticas de extensión. La primera… pues
lo que dijimos. Reflexión metaliteraria, a ratos cargando más al «meta» y otros
al «literaria». El escritor que viaja hasta la Gran Manzana para escribir sobre
una figura ya casi olvidada cuya memoria merece recuperarse. Rosika Schwimmer,
que es tan personaje como el que más aquí, y representa un contrapunto
reflexivo y evocador. Lo segundo por exótico, lo primero porque, mira tú las
casualidades, aparece la obra en tiempos donde lo del pacifismo pues oye… En
fin, para qué seguirles aburriendo con eso.
Sucede que a mí
toda esta primera parte… Es cosa propia, ¿eh? Nueva York me fatiga a ratos,
aunque nunca haya ido. Demasiada gente, demasiadas cosas para ver, demasiados
museos, demasiadas escenas de pelis que saltan justo delante de ti. Yo es que
soy de pueblo, ¿saben?, y nunca entro en establecimientos que no me dejen meter
la boina. Vamos, que disfruto más con las partes de juventud y adolescencia
(también hay) que con esa megaurbe despersonalizada que me cansa solo de
pensar. Y luego el artefacto narrativo, el contar cómo se escribe para después
escribir cómo se contó… funciona, pero ya sorprende menos que en el pasado.
Entiéndame, Uribe lo hace divinamente, y te planta algunas metáforas brillantes
así, paf, como un sopapo en el morro, y tiene ese juego de identidades
lingüísticas que asoma sutilmente por los márgenes de las palabras… Que es el
autor en expresión pura, vaya. Pero resulta familiar. Esas dos historias que
discurren paralelas, ese investigar que se va desenredando poco a poco, esos
descubrimientos casi casuales que brotan aquí y allá. La vida es así, como
decían en la serie, pero también muchas novelas. Ah, muy logrados los capítulos
del confinamiento, que es algo sobre lo que tengo curiosidad en cómo será
incorporado a las narrativas de ficción (o de no-muy-ficción). No me refiero a
tramas donde sea elemento clave, sino esas otras que tienen la suerte (o la
desgracia) de transcurrir en primavera de 2020. Aquí se resuelve de forma
elegante y sin exageraciones, que es el temor cara a otros libros menos
sutiles…
Sucede que la
segunda parte da un giro absoluto a todo lo anterior. Elemento metaliterario,
sí, pero desde punto de vista ajeno. Y aquí la cosa empieza a ponerse más
original, más interesante, porque la vida de los escritores es tan cojonuda
(ejem), tan apasionante (ejem) y estamos tan embebidos en nosotros mismos
(mira, esto es verdad) que muchas veces no vemos a dos pasos de nuestro fulgor.
Y eso nos impide contemplar lo fútiles y a ratos, sí, ridículos que nos
ponemos.
Tampoco es
posible hablar alegremente de mímesis, porque la narración no es concomitante
en ambas partes, sino que va avanzando. Y va avanzando, en buena medida, hacia
parajes donde una u otra voz se encuentra más cómoda. Solo que esto se produce
de forma tan sutil, tan lentamente, como cambian los tonos en la mar. Digamos
que la mano invisible del autor es más invisible cuanto más invade. Y resulta
acierto, claro. Entre otras cosas porque las dos voces son, efectivamente, dos.
Que parece de Pero Grullo, oigan, pero no lo es, porque estoy cansado de ver
novelas polifónicas donde todos hablan, piensan y actúan igual (o, como mucho,
aparecen ridículamente disfrazados con un bigote y una nariz grotesca). Aquí
no… aquí cada uno de los dos personajes razona de una manera, concede más o
menos importancia a ciertas cosas y aborda lenguaje y estructura interna de
forma particular. Así que bien.
Decía que cae
más acertada esta segunda parte porque allí hay un punto de cinismo
extraliterario, un mirar como se mira de vez en cuando a los escritores (que
son generalmente tipos pomposos e inaguantables… lo sé porque conozco varios),
que reconfigura y fija definitivamente necesidades y mundo real más allá de ese
«presente inventado» en el que vive quien escribe una novela. Presente
inventado que es profundamente ego(t)ista, huelga decirlo. Vamos, que hay mala
leche aquí, aunque expresada de manera tan dulce, tan suave, que uno no teme
caer en la tentación del sarcasmo y el señalar con dedo. Incluso, en un alarde
osado, se cita cierta conversación donde una tercera persona reconduce al
novelista sobre algunos errores en el libro. En el mismo libro que estamos
leyendo, claro. Pero todo muy blandito, todo fluye. Es un poco como las raíces
del árbol, que parecen una cosa pacífica, pero pueden romper hasta la carretera
mejor montada, oigan.
(También el
mcguffin, si se permite expresarlo así, de esta segunda parte me resulta más
potente, pero es solo una querencia personal, así que no hagan mucho caso de
ella).
Es ficción,
claro. Ficción pura, por cuanto los narradores, ambos, transforman la primera
persona en un ojo omnisciente que está allí donde no podía, que reproduce
imágenes que no vio. Cabe la posibilidad del traslado, del conocimiento por
mirada interpuesta, pero en tal caso únicamente aumentaría la sensación de
irrealidad, por cuanto hablaríamos de un mundo construido, deconstruido y
vuelto a montar más tarde. Por eso hay capas, y entre capas encuentras cosas
bien ricas, como con la lasaña.
Sumen a eso
algunos hallazgos gozosos para quien empezó a pasar páginas desconociéndolos.
Esa relación entre abere y aberats, entre ganado y rico, en euskara, que no
hace sino transportarnos a un tiempo donde la plutocracia olía a estiércol. Una
metáfora con el arcoíris de gasóleo en la mar, tan poderosa. Imágenes de Nueva
York vacía cuando lo del confinamiento (mira, aquí funciona mejor la gran urbe
que una aldea).
Ahí radica la
gracia del libro. En no tomarse demasiado en serio (que es la forma más seria
en la que uno puede tomarse). En criticar de manera inclemente al demiurgo (si
te molestan las críticas eres un demiurgo regular). En presentar, vaya, dos
rostros de un paisaje que resulta ser idéntico, sí, pero también profundamente
distinto.
En El
Correo
Un libro cada
semana: ‘La vida anterior de los delfines’ de Kirmen Uribe
Martes, 15
marzo 2022, 10:00
Para su cuarta
novela, Kirmen Uribe construye una historia compleja que transcurre a lo largo
de un siglo y en escenarios tan diferentes como el País Vasco, Hungría y
Estados Unidos. El punto de arranque es el viaje a Nueva York de un escritor
vasco (alter ego del propio Uribe, baste decir que su nombre en la novela es
‘Uri’) con su familia. Se instala allí porque ha ganado una beca de la
Biblioteca Pública de la ciudad para investigar acerca de la vida de una
pacifista y feminista húngara, candidata varias veces al Nobel de la Paz. El
material de estudio será una colección enorme de cajas con materiales de todo
tipo recogidos a lo largo de 40 años por otra mujer fascinada por esa figura
sobre la que quería escribir un libro que nunca hizo.
Como en otras
novelas anteriores, Uribe entremezcla la peripecia del narrador y su familia
mientras se instalan en la ciudad, con la de las dos mujeres. No solo eso.
También aparecen otros personajes: amigos, funcionarios de la Biblioteca,
vecinos del pueblo del narrador, hasta el presidente Wilson. Y en una vuelta de
tuerca más, cambia la voz narrativa para ir contando las cosas desde diferentes
puntos de vista.
Pese a su
carácter de poeta o quizá precisamente por ello, Uribe es un narrador con una
notable capacidad para hipnotizar al lector con su relato novelístico. Un
relato en el que ilumina algunas cosas y hace elipsis con otras, y en el que al
usar varios puntos de vista permite al lector percibir cómo la mirada lo cambia
todo, cómo el mismo hecho es diferente según la posición en la escena que uno
tiene.
Entrevista en La
Vanguardia
FRANCESC PEIRÓN
NUEVA YORK.
CORRESPONSAL
14/03/2022
07:00
En su primera
novela, Bilbao-Nueva York-Bilbao , con la que ganó en el 2009 el premio
Nacional de Literatura, Kirmen Uribe (Ondarroa, octubre de 1970) era un
visitante de la Gran Manzana. En la cuarta, La vida anterior de los delfines (
Izurdeen aurreko bizitza , título original en euskera), que se publica este 16
de marzo en castellano (Seix Barral) y en catalán (Edicions 62), la ciudad de
los rascacielos vuelve a gozar de protagonismo. Pero Uribe reside ahora en
Manhattan. Aquí le trajo la memoria de Rosika Schwimmer.
¿Qué diría
Rosika en estos tiempos bélicos en Europa?
Se llevaría las
manos a la cabeza y diría que cometemos los mismos errores que en su época.
Parece que no aprendemos las lecciones de la historia.
¿Quién era
esta mujer?
Fue una
feminista y pacifista húngara, judía, que luchó por el derecho al voto de la
mujeres principios del siglo XX y por los derechos laborales.
Volaba alto.
Cuando estalló
la Primera Guerra Mundial quiso pararla.
Una utopía.
Las utopías
ayudan a conseguir pequeñas cosas, a mejorar el mundo. Rosika Schwimmer habló
con el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson para que mediara y lograra
un alto el fuego. No lo consiguió.
Y no se
desanimó.
Luego trató de
convencer a Henry Ford, que era el hombre más rico del mundo, y entre los dos
intentaron parar la guerra. No lo lograron, pero las ideas de Rosika sirvieron
después para la creación de la ONU.
¿Era una
adelantada?
Me encanta su
idea de la república federal mundial en la que todas las naciones tuviesen un
solo Estado. Esa idea loca puede ser que estuviera muy por delante de su época.
Ella cayó en
el olvido.
Porque no
convenía una figura que hablase tan abiertamente del pacifismo y el
militarismo.
Las
feministas la dejaron sola cuando Wilson la invitó a la Casa Blanca, y con Ford
acabó mal.
Ford al
principio era pacifista y, en sus escritos, se ve una posición sincera, pero a
raíz de la relación con Rosika Schwimmer se volvió antisemita.
La
sindicalista y el empresario, una extraña relación.
En lo que
escribió Edith Wynner se cuenta que Rosika sabía de las prácticas empresariales
de Ford, pero era una mujer muy práctica, quería parar la guerra y sabía que
Ford podía financiar el barco de la paz.
Suena a
ingenuidad.
Ya, ¿pero cuál
es tu actitud, quedarte callado, no manifestarte contra la guerra, dejar que
mueran millones de personas?
Ha citado a
Edith Wynner.
Fue la
secretaria personal de Rosika aquí en Nueva York. Cuando murió Rosika en 1948,
en Nueva York, Edith empezó a escribir su biografía. Tardó 40 años, es un libro
imposible, superborgiano.
No lo acabó.
Es tan
específico como la vida misma. Borges alude al mapa más perfecto, que es del
tamaño del mundo. Pues Edith quería escribir el libro del tamaño de la vida de
Rosika, más de 10.000 páginas, 166 cajas.
Un legado al
que tuvo acceso. ¿Qué ocurrió al abrir las cajas?
Que empecé a
reflexionar sobre mi propio pasado, mi niñez, y pensé en ese niño rodeado de
mujeres. Éramos niños de una familia de mujeres.
Los hombres
estaban en la mar, en la pesca.
Ellas se
quedaban en casa y, a su vez, eran muy progresistas.
Feminismo,
su insumisión a la mili que le supuso ir a la cárcel, el conflicto vasco...
Aparece todo de
manera personal. La agresividad, la masculinidad, la violencia nunca me han
gustado. Es una visión mía, de lo que vivimos como familia, en un pueblo
pequeño.
Si, porque
es narrador y protagonista de su narración.
¿Por qué no? Ha
sido la gran revolución del siglo XXI, el propio autor entra en la novela como
un personaje más. Yo no me quedo fuera, también me mojo, salen cosas buenas y
malas.
KIRMEN URIBE:
“LOS HOMBRES DEBEMOS CAMINAR JUNTO A LAS MUJERES”
FOTO CABECERA
POR RICKY DÁVILA / ARTÍCULO POR EMMA RODRÍGUEZ © 2022
El título de la
nueva novela de Kirmen Uribe, La vida anterior de los delfines, tiene que ver
con una leyenda vasca que habla de las personas que se enamoran de las lamias,
seres mitológicos de aspecto similar al de las sirenas. Quienes entran en
contacto con ellas sufren un cambio radical, “definitivo, irremediable”, acaban
convirtiéndose en delfines. Esta leyenda, que otorga a la historia un
cautivador cariz poético, que actúa como una especie de fondo “musical” que se
va introduciendo en el relato, tiene mucho significado, pues alude a las
transformaciones que sufren los migrantes, a los que la vida les cambia por
completo cuando cruzan la frontera.
“Una vez
emprendido el viaje, el camino se vuelve otro, muy diferente al imaginado, y
los sueños que alimentaron nuestra partida quizá resulten tan fantasiosos como
las propias lamias (…) Los migrantes desconocemos lo que nos deparará el
futuro, pero sabemos bien que el pasado ya nunca será el mismo que fue”, leemos
en las primeras páginas de una obra que habla de viajes, de huidas, de marchas
forzosas, de búsquedas en otros lugares, lugares ajenos que representan tanto
el desarraigo como la promesa.
Kirmen Uribe
(Ondarroa, Bizkaia, 1970) desarrolla su narración en dos planos fundamentales:
pasado y presente, ayer y hoy. Todo empieza con una investigación y con una
beca de escritura concedida al autor por la Biblioteca Pública de Nueva York.
Allí tuvo la oportunidad de abrir las cajas que guardan la trayectoria de
Rosika Schwimmer, una valiente activista y feminista judía de origen húngaro,
emigrada a Estados Unidos, del mismo modo que su biógrafa, Edith Wynner,
gracias a la cual su historia sigue viva. El discurrir de esta aventura, que
nos lleva a la convulsa Europa de la Primera Guerra Mundial, corre en paralelo
al devenir de una familia vasca, la familia del propio escritor, a la que las
circunstancias conducen a la capital estadounidense. Se trata de historias, de
migrantes en cualquier tiempo y circunstancia. Mientras leemos tenemos la
sensación de que lo que sucedió renace de algún modo para intensificar
memorias, sentidos, emociones, convicciones, luchas que no deben caer en el
olvido.
“Una vez me
habitué a desempolvar los archivos de Rosika Schwimmer como parte esencial de
la investigación, no tardé demasiado en advertir que aquellas cajas, además del
pasado, contenían secretos del porvenir, y no precisamente del de ella, sino
del mío, la vida pendiente, el tiempo por vivir”, escuchamos la voz del
escritor mientras se adentra en un destino ajeno que tiene el poder de remover
sus recuerdos, de agitar su conciencia, de fortalecer su identidad.
Uribe habla de
lo acontecido en otra vida, pero lo que busca es hallar reflejos de
circunstancias, de hechos, de ideas y cuestionamientos que le han constituido
como persona, que han marcado su manera de ser, los pasos de su trayecto. “Yo
crecí entre mujeres feministas de los años setenta. Siempre tuve la sensación
de pertenecer a una familia diferente, eran mujeres laicas que se replantearon
todo: la sociedad, las relaciones personales, la propia familia. Ser un niño
diferente acarreaba mucha incomprensión, también soledad, ya que la sociedad
aún no estaba preparada para asimilar los cambios que planteaban las mujeres
que me ayudaron a crecer. / Para mi cuarta novela quería buscar un espejo en el
que se reflejase aquella niñez tan especial…”, explica el autor en un texto
titulado De Ondarroa a Nueva York, donde analiza las principales claves del
proceso de escritura.
La novela de
Uribe habla de una mujer que, en su época, fue vilipendiada por sus ideas, por
su ferviente activismo en la lucha por los derechos civiles, al tiempo que
rememora otras luchas más cercanas acaecidas en el entorno del escritor. Rosika
Schwimmer es una figura absolutamente vigente que nos recuerda la importancia
de la perseverancia y la resistencia ante las olas de regresión que están al
acecho. Esta obra que va abriendo tantas ventanas, tantas capas de sentido,
reivindica de fondo las corrientes de reivindicación, de protesta, de
insumisión, que siempre van moviendo la Historia hacia adelante.
El feminismo en
La vida anterior de los delfines es una poderosa linterna que ilumina lo que
acontece, tanto en el ayer como en el hoy. Su fuerza se percibe en una entrega
que mira hacia atrás y a la vez deja que la inmediatez se introduzca en sus
páginas. Creación y vida; memoria e introspección; reflexión y emoción, se dan
la mano en un libro que, a fin de cuentas, habla de ideales, del deseo de
“cambiar el mundo”, un propósito que es, sin duda, una poderosa manera de
resistir, de plantear batalla, desde el territorio de la ficción. Al respecto,
en el intercambio de preguntas y respuestas mantenido con el autor, vía correo
electrónico, este menciona lo que decía Susan Sontag de que “cualquier lucha
perdida servirá de inspiración a otra” que se podrá ganar en el futuro.
– Mientras
leía la novela me planteaba, como me ha sucedido otras veces, con otros libros,
la manera en que muchas veces la literatura se adelanta a los acontecimientos o
merodea en torno a temas y conflictos que están a punto de ocuparnos, de
preocuparnos. En La vida anterior a los delfines se aborda la biografía, de una
mujer, Rosika Schwimmer, que defendió hasta las últimas consecuencias el
pacifismo, el antimilitarismo. Su tiempo fue el de la Primera Guerra Mundial.
Ahora, con la guerra de Ucrania, el pacifismo, su defensa, ha vuelto al primer
plano de la actualidad. ¿Qué opinas al respecto?
– Que la
historia, en cierta manera, se repite. Aunque la sociedad cambie, la violencia,
la guerra, siempre están ahí. Son la solución fácil. La Guerra aparece ya en
las obras de Homero. La Iliada es la crónica de una guerra europea de hace
miles de años. Aunque a mí me gusta más la Odisea, que es el viaje posterior a
la guerra, el regreso, un regreso no directo, ni instantáneo, que se prolonga
durante muchos años. Es como si Ulises no quisiera volver, como si dudara de
cuál es su lugar en la tierra.
– En la
época a la que nos traslada la novela, el camino del pacifismo, la búsqueda de
la negociación, del diálogo, para parar la guerra, se veía ingenuo y resultaba
incómodo para amplios sectores de la población. La protagonista se encontró con
muchos seguidores, pero también con feroces detractores. En la actualidad
quienes defienden la diplomacia, convencidos de que se podía haber evitado la
guerra, también somos tachados de ingenuos. Ha pasado el tiempo, se supone que
deberíamos haber aprendido del devenir histórico, pero…
– Así es. El
pacifismo tuvo mucha fuerza en la sociedad estadounidense en la primera mitad
del siglo XX. También en el mundo, no hay que olvidar la figura de Gandhi.
Schwimmer fue candidata al Premio Nobel de la Paz. Pero poco después, durante
la Guerra Fría, su figura no interesaba. Fueron unas décadas marcadas por el
militarismo, con dos bloques que se armaron hasta los dientes. No fue hasta la
Guerra de Vietnam, en los sesenta, cuando se volvió a pensar en el pacifismo,
con figuras como John Lennon y Yoko Ono y su Imagine, con una letra tan
revolucionaria y tan vigente.
– ¿Hasta qué
punto la literatura puede ayudarnos a interpretar el presente, el mundo en el
que vivimos? Pienso que, en medio del ruido, del caos informativo, una novela
como esta puede añadir algo de luz, de comprensión, de perspectiva. ¿Estás de
acuerdo?
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– Claro que sí.
No hay más que leer Guerra y Paz, de Tolstói. La literatura va a los matices,
te habla de las personas. El detalle del cometa de 1811 en la obra de Tolstói,
por ejemplo. Fue un cometa de gran tamaño, visible, similar al Hale-Bopp, que
nosotros conocimos. De repente aparece un cometa en el relato, este episodio es
bellísimo, es como si fuera una señal de que todo va a cambiar, de que habrá
otra vida después del conflicto. Estos detalles te los da solo la literatura.
El discurso político trata de unir, o de desunir, en él muchas veces se
fomentan la uniformidad y el odio. La literatura habla de las consecuencias de
esos discursos en las personas, siempre va a lo particular. Porque los seres
humanos somos únicos y diferentes, y de eso va la literatura, desde los
inicios.
«EL PACIFISMO
TUVO MUCHA FUERZA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX. ROSIKA SCHWIMMER FUE
CANDIDATA AL PREMIO NOBEL DE LA PAZ. PERO DURANTE LA GUERRA FRÍA, SU FIGURA NO
INTERESABA. FUERON DÉCADAS MARCADAS POR EL MILITARISMO, CON DOS BLOQUES QUE SE
ARMARON HASTA LOS DIENTES», EXPLICA EL ESCRITOR.
– La vida
anterior a los delfines es una novela que se lee con facilidad, a lo que
contribuye el estilo directo, desnudo, pero es mucho más compleja de lo que
parece por sus muchas capas de sentido, por todos los puentes que tiende, entre
tiempos, espacios, circunstancias. Da la impresión de que su forma, su
desarrollo, no fue algo premeditado, sino que se fue dando sobre la marcha.
Bueno, en cierto modo, de ello se da cuenta en el discurrir de la narración; de
hecho, un aspecto muy interesante del libro es que como lectores asistimos al
proceso de su creación. ¿Puedes hablarme un poco de todo esto?
– Orham Pamuk
habla del escritor naif y del sentimental. El primero escribe de manera casi
natural, sin pensarlo mucho. El segundo, aunque parte de la intuición,
construye cada paso del relato. Yo soy de los segundos. Me gusta mucho
planificar cada detalle, ir construyendo la narración con diferentes niveles,
con juegos de espejos, trabajando las transiciones. Aunque luego mis libros se
lean fácilmente, hay mucho trabajo anterior detrás. Me gusta que el lector
pueda leer el libro a diferentes niveles, que parta del superficial, claro
está, pero que luego se vaya adentrando en todas las conexiones interiores. Tal
vez en una segunda lectura se entienden mucho más las cosas.
– ¿De qué
manera los acontecimientos vividos se fueron introduciendo en el relato? ¿La
pandemia, el confinamiento, influyeron en el devenir de la historia que se
estaba construyendo, contando?
– Por supuesto.
La pandemia me dio el pretexto adecuado para cambiar de voz narrativa. Para
pasar de la perspectiva de Uri a la de Nora tenía que haber un pretexto muy
claro, de lo contrario el lector se preguntaría el porqué del cambio, se
perdería. La pandemia fue la excusa perfecta. Uri pierde las ganas de escribir,
está más centrado en otras cosas, le preocupa la situación emocional de sus
hijos, y deja la novela. Será Nora la que seguirá con el relato, pero tendrá
otra forma, la de una larga carta escrita a su mejor amiga, Maider. Durante la
pandemia hubo mucho de eso, nos acordamos de gente que no veíamos desde hacía
muchos años. Nora seguirá contando la historia de Schwimmer, pero desde otra
perspectiva. Y veremos al autor desde fuera, con sus virtudes pero también con
sus defectos, que los tenemos.
– Hay otro
episodio, el del asesinato de George Floyd en 2021, que activa el movimiento
Black Lives Matter, que entra en la historia, y conduce a reflexionar sobre el
racismo latente en la sociedad estadounidense. ¿Consideras que la novela es un
medio idóneo para narrar el presente, para pensarlo, para evitar que lo
verdaderamente importante se pierda entre lo anecdótico, se diluya en el ruido,
entre tanta mentira y manipulación?
– Lo creo. Ha
habido una gran revolución en la literatura del siglo XXI. Mientras los
políticos mienten, en la época de la posverdad, el escritor es el que cuenta la
verdad. Ha sido una reacción que se ha vivido no solo en literatura, sino
también en el arte o en el cine. La poeta Claudia Rankine, por ejemplo, cuenta
“hechos» en sus poemas. Cuenta lo que ha vivido la comunidad afroamericana. Sin
adornos. Pum. Esto es lo que hay. Pero lo hace, por otro lado, de una manera
emocional, combinando hechos y emoción, los dos grandes paradigmas de la
creación en el siglo XXI. Olvídate del “todo está dicho” borgiano. No, no todo
está dicho, aún hay muchas cosas que contar, muchas historias y vivencias que
han sido silenciadas.
– ¿De qué
manera un personaje como el de Rosika surgió en tu vida y en qué medida la
transformó, abrió ventanas de reflexión, de búsqueda, de empatía?
– Los hombres
debemos caminar junto a las mujeres en el camino de la igualdad. No solo es
pensar ”yo no soy machista» y ya está. No, hay que ser muy autocríticos,
deshacernos de los roles masculinos que nos han sido transmitidos durante
muchas generaciones. En eso me ha ayudado la figura de Rosika, que me interesó
también porque fue una adelantada a su tiempo, incomprendida, olvidada. No soy
mucho de victorias épicas, no me atraen.
– Supongo
que entre las grandes satisfacciones de esta novela está la de haber rescatado
a un personaje olvidado, un personaje de gran fuerza que, sin embargo,
permanecía oculto, y que, sin duda, es un gran referente del movimiento
feminista y pacifista.
– Sí, pero no
quería solo escribir una biografía, o una novela histórica, todo eso no me
llena. Quería ir más allá. Hacer un experimento. Ver qué pasaba en mi mente
cuando abría esas cajas, qué pensamientos me venían. Quería escribir una novela
contemporánea, sobre nuestro tiempo, no solo hablar del pasado, sino de la
importancia del pasado, del nexo entre generaciones. Ese era mi propósito, más
que hablar solo de una persona.
– ¿Qué le ha
aportado a Kirmen Uribe, a nivel personal, la historia de Rosika Schwimmer?
– Me ha llevado
a Nueva York. He empezado una nueva vida gracias a ella. He aprendido de mí y
de mi pasado. Y me ha dado un libro.
– Es mucho
lo que abarca un personaje así. La novela se detiene en su relación, en torno
al pacifismo, con el magnate Henry Ford, y se alude a su amistad con Einstein,
quien la propuso al Premio Nobel. ¿Hubo algún momento en el que te sentiste
desbordado con tanta información, con tantos archivos, detalles,
ramificaciones?
– Claro.
Siempre hay momentos así. Creo que era Vila Matas quien hablaba de perder
teorías. En una investigación de este calado, uno tiene que olvidarse de muchas
cosas, quedarse con los detalles esenciales, si no el lector se puede ver
abrumado con tanta información. Una novela, estoy convencido, te tiene que
enseñar algo que no sabías. En eso estoy de acuerdo. Pero la información no es
lo más importante. Lo es más el personaje y su devenir dentro de la historia. Y
para ello, con unos pocos detalles basta. Me tuve que olvidar de muchos datos y
quedarme con lo esencial.
«NO QUERÍA SOLO
ESCRIBIR UNA BIOGRAFÍA, O UNA NOVELA HISTÓRICA. QUERÍA IR MÁS ALLÁ. HACER UN
EXPERIMENTO. VER QUÉ PASABA EN MI MENTE CUANDO ABRÍA ESAS CAJAS. QUERÍA
ESCRIBIR UNA NOVELA SOBRE NUESTRO TIEMPO, HABLAR DE LA IMPORTANCIA DEL PASADO,
DEL NEXO ENTRE GENERACIONES», DECLARA URIBE.
– “Los
migrantes desconocemos lo que nos deparará el futuro, pero sabemos bien que el
pasado ya nunca será el mismo que fue”, leemos muy al comienzo de una novela
que habla de las dificultades de los migrantes. Si hay que buscar un gran tema
en la novela yo diría que es este, el cambio, la profunda transformación que
supone abandonar las raíces, integrarse en otra cultura, adquirir otra lengua…
– Es así. Es
una novela sobre los migrantes, sobre el cambio, sobre el derecho a una segunda
oportunidad.
– El tema de
los migrantes es, por otra parte, uno de los grandes temas de nuestro tiempo.
No podemos darle la espalda. Sabemos que cada vez será más crucial, que el
proceso de cambio climático lo acentuará…
– Es cierto,
aunque, por otra parte, siempre ha sido así. Siempre ha habido migraciones. Me
acuerdo que en una visita que hice al Sahara me hablaron de la ceremonia del
té, tan importante para ellos. Pues bien, aquellas hojas de té las traen desde
China. Y eso ha sido así durante muchos siglos. La uniformización, la idea de
un país puro, eso es muy reciente. Siempre ha habido desplazamientos de
comunidades.
– La leyenda
vasca de los delfines, tan poética, tiene que ver con todo esto. “A los
migrantes nos cambia la vida cuando cruzamos la frontera”, señala el narrador.
¿Cómo se integró esa leyenda en la narración?
– Pues fue casi
al final. Para mí el título es muy importante y encontrarlo es un proceso muy
lento. El título original del proyecto que presenté a la Biblioteca era The
Book She writes (El libro que ella escribe). Pero luego me acordé de esta
leyenda vasca que cuenta que los delfines antes fueron personas y se
convirtieron en delfines por amar a las lamias, una especie de sirenas. Me
gustó esta idea para el título, el concepto de la metamorfosis, de como una
decisión puede hacer cambiar tu vida. Una vez te vas a vivir a otro país todo
cambia, tú mismo, y la percepción que tienes del lugar de donde procedes.
– La
historia de los vascos que emigraron a Estados Unidos está presente, de fondo,
en la novela. En cierto modo, por el planteamiento, por las alusiones,
encuentro paralelismos con Días de Nevada de Bernardo Atxaga, donde también el
escritor viaja a EEUU y se encuentra con sus recuerdos…
– Atxaga es
siempre un gran referente. Pero para esta novela he tenido otras lecturas, por
supuesto mi querido Sebald, y, por supuesto, Emmanuel Carrère, y también Sigrid
Nunez, Valeria Luiselli, Edna O’Brien…
– La
reivindicación de las lenguas minoritarias, más vulnerables, es fundamental en
el libro, concretamente la defensa del euskera es otra de las líneas troncales
de la novela.
– El euskera es
muy importante en mi identidad. Escribir en euskera es ayudar a preservar la
diversidad cultural del planeta, y por ello es un bien de todo el mundo, no
solo de los vascos.
– Me
pregunto hasta qué punto el personaje del escritor, Kirmen Uribe, sintió la
necesidad de volver a su lengua, a sus raíces, a sus tradiciones, a sus
recuerdos, precisamente por estar lejos. ¿La lejanía intensifica los resortes
de la memoria, intensifica el sentido de pertenencia?
– La lejanía
ayuda a ver las cosas de otra manera. Es buena la distancia para la reflexión.
Y creativamente también es muy positiva. Velázquez no hubiera pintado Las
Meninas si no hubiera pasado por Italia; tampoco Joyce hubiera escrito su
Ulises si hubiera permanecido en Irlanda. A mí me ha venido muy bien, me siento
mucho más creativo ahora, he aprendido mucho.
– La
insumisión, la desobediencia civil, la lucha por la legalización del aborto en
España, la alargada sombra de ETA… De todo esto se habla en la novela, cuya
escritura actúa como un activador de lo vivido, de lo experimentado, de lo
aprendido, de lo sentido.
– Cuento lo que
he vivido y como lo he vivido. Es mi mundo.
– Aquí abro
otra línea que me lleva a dibujar un camino trascendental en la novela: el de
todas aquellas personas que no se resignan, que luchan, que activan los cambios
sociales.
– Es lo que
estamos viviendo ahora, después de la posmodernidad. Parecía que no merecía la
pena luchar por nada, que todo se había conseguido. Pues no. Hay mucho que
hacer aún. Yo no soy muy de echar la toalla. Hasta que me demuestren lo
contrario, siempre lucho por mejorar las cosas.
– Otra de
las particularidades de La vida anterior de los delfines es la de las voces
narradoras. Como comentabas antes, la segunda parte de la novela, que en mi
opinión gana en emotividad, es contada por Nora, la mujer del autor que está
escribiendo sobre Rosika Schwimmer y que en un momento dado atraviesa por un
bloqueo creativo. E incluso hay una parte final, más breve, en la que son los
dos hijos de la pareja los que ofrecen su versión de lo que está aconteciendo.
¿Cómo surgió esta estructura?
– Esta
estructura la tenía en mente desde el principio. Contar una historia con
diferentes voces y perspectivas. Empezar con una voz cercana a la mía y luego
ir poco a poco alejándome de mí mismo. La novela empieza con una voz masculina,
hablando de una sufragista, de las abortistas de Bilbao, de mi tía… y en la
segunda parte tenía que haber un cambio. Era necesario que el escritor hombre
callara y diese la voz a su compañera, que la mujer contase la historia desde
su perspectiva. Eso fue una especie de liberación. Dejar mi voz y ponerme en la
piel de mi mujer, verme a mí mismo desde fuera… Y luego acabar con la voz de
los niños. Son muy importantes en la novela. Ellos cuentan una escena que
ocurre en el futuro, además, en el verano del 2022.
«PARECÍA QUE NO
MERECÍA LA PENA LUCHAR POR NADA, QUE TODO SE HABÍA CONSEGUIDO. PUES NO. HAY
MUCHO QUE HACER AÚN. YO NO SOY MUY DE ECHAR LA TOALLA. HASTA QUE ME DEMUESTREN
LO CONTRARIO, SIEMPRE LUCHO POR MEJORAR LAS COSAS», SEÑALA EL AUTOR.
– ¿Te
sientes cómodo en la autoficción? ¿Crees que La vida anterior de los delfines
se puede incluir en esta etiqueta?
– La
autoficción la probé hace años con Bilbao New York Bilbao, mi primera novela.
Creo que esta es más biográfica, todo lo que se cuenta en la primera parte es
verdad y el lector así lo lee. Luego, al cambiar de voz, de perspectiva, nos
vamos adentrando más en la ficción. Es una novela que va de la no ficción a la
ficción.
– Para
terminar volvamos a Rosika Schwimmer. En un momento dado, en su época, tras
tantos atropellos sufridos, se convirtió en un símbolo “para las nuevas
generaciones idealistas”? ¿Crees que hoy podemos seguir creyendo en referentes
similares? ¿En estos tiempos de descreimiento generalizado sigue habiendo lugar
para el idealismo?
– Claro que sí,
la utopía nos enseña a caminar. Ya lo decía Susan Sontag, cualquier lucha
perdida servirá de inspiración a otra que ganará. Hemos avanzado en la
igualdad, en los derechos de las minorías, de las identidades sexuales, en la
defensa del planeta, porque ha habido muchas luchas perdidas anteriormente. El
idealismo es vital, aún hay mucho trecho para conseguir una sociedad justa. Las
utopías son necesarias en democracia, si no todo se estanca, empezamos a perder
derechos, como ya está ocurriendo en países con gobernantes populistas y de
extrema derecha.
Entrevista en Eldiario.es
Kirmen Uribe,
escritor: “No era nada masculino de pequeño. Me daban miedo los hombres”
“'La vida
anterior de los delfines' es una novela de un hombre que busca una nueva
masculinidad, por eso hablo de las sufragistas, de mi madre y mis tías, de las
abortistas de Bilbao o del acoso”, confiesa el autor
En la segunda
parte de su nueva novela -'La vida anterior de los delfines'- Kirmen Uribe
(Ondarroa, 1970) se abandona a sí mismo y a su protagonista, Uri, para dar voz
a una mujer, Nora, quien se convierte en la narradora de la historia. “Lo que
hago como autor es dejar que hable el escritor hombre y dar la voz a la mujer.
¿Por qué? Porque ese gesto es muy significativo, es decir 'vamos a perder
privilegios y voy a dar la voz a las mujeres para que cuenten su versión de la
historia'. Entonces, me meto en la piel de una mujer”, confiesa Uribe a este
periódico.
Diez años de
Cabacas: cuando la cúpula de la Ertzaintza negó el uso de pelotas de goma con
un joven agonizando
Según reconoce,
la clave del proceso para lograr dar voz a una mujer es algo que siempre ha
hecho: escuchar. “Me encanta escuchar a las mujeres y vivir con ellas, lo he
hecho desde pequeñito. Siempre me han fascinado como personas. Son personas
mucho más complejas que los hombres”, explica sentado en un hotel del centro de
Bilbao días antes de participar en el Festival Internacional de las Letras de
Bilbao Gutun Zuria.
En 'La vida
anterior a los delfines' Uri, un trasunto del propio Kirmen Uribe, viaja con su
familia hasta Nueva York para investigar a la histórica feminista y pacifista
Rosika Schwimmer, que trató de parar la Primera Guerra Mundial hablando con
Woodrow Wilson, el presidente de los EEUU. “La figura de Rosika Schwimmer es
maravillosa, es increíble. Ella era sufragista húngara, la pilla la Primera
Guerra Mundial en Londres y de Londres se va a Nueva York, donde quiere parar
la guerra. Para eso, habla con el presidente Wilson, no lo convence, pero
consigue hablar con él, con lo difícil que era. Luego, se las apaña para hablar
con Henry Ford, el magnate del automovilismo, para que pare la guerra también y
lo convence. Montan un barco de la paz muy utópico que trata de parar la
guerra. No lo consiguieron, pero sus ideas se mantuvieron y ahora están muy
vigentes. Entonces, aunque tú fracases en un momento dado, tus ideas duran para
siempre, por eso ninguna lucha es en vano. Ahora mismo hay que seguir
reivindicando la paz y el antimilitarismo, sin duda”, sentencia el escritor.
Su
participación en el Festival Internacional de las Letras de Bilbao Gutun Zuria
se basará en un encuentro entre usted y la escritora Sara Mesa bajo el título
'Géneros fluidos: de la ficción a la no ficción'. ¿De qué manera entrelaza la
ficción y la no ficción en su obra?
Mi novela
empieza siendo no ficción para acabar siendo ficción. Empieza con el proceso de
investigación que Uri, un trasunto mío, hace en la Biblioteca de Nueva York
sobre un personaje histórico silenciado llamado Rosika Schwimmer y, poco a
poco, muestra cómo fue nuestra llegada a Nueva York y nuestro aclimatamiento en
la ciudad con todas sus dificultades. En esa primera parte, también voy
acordándome de pasajes de mi infancia. En la segunda parte, hay un cambio de
voz y pasa de contar la historia Uri a hacerlo Nora, la compañera del
protagonista. En ese punto, la novela ya se dirige a la ficción.
¿Cuánto de
Kirmen hay en Uri?
Hay mucho de
Kirmen en Uri, Uri es 100% Kirmen, pero Nora es 30% Kirmen, Maider es 20%
Kirmen y Rosika es 10% Kirmen. Hago una especie de ejercicio de fluido de
género en la novela porque paso de un personaje a otro y todos soy yo.
¿Cuántas
vidas hay en una vida?
Muchísimas.
Tenemos la percepción de que nuestros padres vivieron una única vida. En el
caso de los míos, que venían del franquismo, de familias humildes que después
prosperaron con el boom económico y consiguieron llevar a sus hijos a la
universidad y darles estudios, vivieron una sola vida. En nuestro caso es
diferente. Yo creo que cambiamos de vida cuando cambiamos de relación, de
ciudad, de país e incluso cambiamos de vida cuando leemos un libro.
Migrar
permite vivir más de una vida pero, ¿una persona que migra lo tiene más
complicado para encontrar una paz interna al vivir entre dos mundos?
Yo creo que no.
Una persona que vive en un entorno del que no ha salido nunca tal vez tenga una
relación conflictiva con ese entorno, porque no se siente realizada o
comprendida. A mí me gustan los personajes literarios que son incomprendidos,
desplazados, silenciados... Siempre me han interesado. La novela también tiene
un punto de eso. Mi familia y yo vamos a Nueva York, al principio estamos
centrados en el futuro, queremos asentarnos en la ciudad, pero luego el pasado
vuelve y el pasado nunca lo puedes dejar atrás, lo único que puedes hacer con
el pasado es llevarte bien con él. Uri tiene una relación conflictiva con el
pasado y Nora le ayuda a reencontrarse con él.
Siempre he
tenido una manera de ser de marino, con un punto de desarraigo, y Nueva York me
ha dado la posibilidad de mirarme a mí mismo y de mirar a Euskadi con mucha más
tranquilidad
¿Cómo es esa
relación conflictiva con el pasado?
Es sentirte
diferente en un entorno difícil, en el que los demás no eran como tú en muchos
sentidos. Yo siempre he tenido esa sensación de ser un poco isla al haber
nacido dentro de una familia de mujeres muy progresistas y especiales que
soñaban con un mundo diferente y mejor, a pesar de que la sociedad fuera mucho
más lenta que ellas. Siempre he tenido la sensación de que mi madre iba 10 años
por delante y la sociedad, poco a poco, iba dándole la razón. Siempre he tenido
una manera de ser de marino, con un punto de desarraigo, y Nueva York me ha
dado la posibilidad de mirarme a mí mismo y de mirar a Euskadi con mucha más
tranquilidad.
¿Esa
sociedad de la que habla que va un poco más lenta que las mujeres de su vida es
la sociedad vasca?
No. La sociedad
vasca no es la misma de los 70 o 80, aunque en aquella época también había
gente muy movida y reivindicativa en todos los temas, la sexualidad, la
identidad sexual, la igualdad o el antimilitarismo, pero es una sociedad que ha
ido evolucionando y, en global, es muy solidaria y abierta. Es una sociedad que
a mí me parece muy activa en temas como la ecología, las mujeres o los
refugiados.
Tiene una
obra para niños, 'Ez naiz ilehoria, eta ze?' ('No soy rubia y ¿qué?'), en ella
cuenta la historia de Amira, una chica marroquí a la que le cuesta hacer amigos
en Vitoria. ¿Por qué es importante mostrar esas realidades a los niños desde
que son pequeños?
Porque así van
asimilando nuevas ideas. Me acuerdo que yo no era nada masculino cuando era
pequeño y a mí me daban miedo los hombres, cómo gritaban y se movían, todos
esos roles desastrosos que nos han impuesto, y la novela también tira por ahí,
es una novela de un hombre que busca una nueva masculinidad, por eso en la
novela hablo de las sufragistas, de mi madre y mis tías, de las abortistas de
Bilbao o de la juventud de Nora en los 90, en un mundo en el que el acoso era
casi normal. En la segunda parte de la novela, lo que hago como autor es dejar
que hable el escritor hombre y dar la voz a la mujer. ¿Por qué? Porque ese
gesto ya es muy significativo, es decir 'vamos a perder privilegios y voy a dar
la voz a las mujeres para que cuenten su versión de la historia'. Entonces, me
meto en la piel de una mujer. Este libro es la historia de un hombre que quiere
ser otro.
¿Cómo es el
proceso de meterse en la piel de una mujer?
Es escuchar. Lo
que he hecho siempre, la verdad. Me encanta escuchar a las mujeres y vivir con
ellas, lo he hecho desde pequeñito. Siempre me han fascinado como personas. Son
personas mucho más complejas que los hombres, que tienen como una coraza difícil
de traspasar, son orgullosos y violentos, aunque es lo que nos han enseñado
también, pero creo que las mujeres son mucho más complejas, más abiertas a los
sentimientos y al afecto y eso es lo que me mueve, el afecto.
¿Cómo
deberían ser esas nuevas masculinidades de las que habla?
Hombres que
saben compartir, que saben escuchar, que son conscientes de todo el machismo
que ha habido durante siglos y del rol que tienen ahora para abrir la puerta a
una sociedad diferente.
Es una novela
de un hombre que busca una nueva masculinidad, por eso en ella hablo de las
sufragistas, de mi madre y mis tías, de las abortistas de Bilbao o de la
juventud de Nora en los 90, en un mundo en el que el acoso era casi normal
Su personaje
investiga sobre la histórica feminista y pacifista Rosika Schwimmer que intenta
evitar la Primera Guerra Mundial hablando con Woodrow Wilson, el presidente de
los EEUU y defiende la palabra frente a cualquier acto de violencia. ¿Se puede
conseguir que la palabra combata la violencia en los tiempos que corren?
La figura de
Rosika Schwimmer es maravillosa, es increíble. Ella era sufragista húngara, la
pilla la Primera Guerra Mundial en Londres y de Londres se va a Nueva York,
donde quiere parar la guerra. Para eso habla con el presidente Wilson, no lo
convence, pero consigue hablar con él, con lo difícil que era. Luego, se las
apaña para hablar con Henry Ford, el magnate del automovilismo, para que pare
la guerra también y lo convence. Montan un barco de la paz muy utópico que
trata de parar la guerra. No lo consiguieron, pero sus ideas se mantuvieron y
ahora están muy vigentes. Entonces, aunque tú fracases en un momento dado, tus
ideas duran para siempre, por eso ninguna lucha es en vano. Ahora mismo hay que
seguir reivindicando la paz y el antimilitarismo, sin duda.
¿Con qué
mensaje quiere que se quede el lector tras leer la novela?
Quiero que el
lector se quede con que es un libro muy honesto, bello, pero con pasajes muy
duros de la vida, y que es un libro que trata de ser no convencional, con una
narrativa muy acorde al siglo XXI, con una forma muy diferente.
Entrevista en Desbandada
Kirmen Uribe,
un escritor vasco por Alemania
24. OCTUBRE
2023 POR REVISTA DESBANDADA
Conversación
con el escritor en el Instituto Cervantes de Berlín. Aunque trata
fundamentalmente de su vida como novelista, este artículo guarda una sorpresa
para los amantes de la poesía, en euskera y en castellano.
Kirmen es un
nombre poco frecuente, incluso en euskera. El autor de Bilbao-New York-Bilbao,
y de La vida anterior de los delfines, nos explica que es uno de estos nombres
laicos que salieron en la transición, sin una correspondencia religiosa, como
Mikel (Miguel), Joseba (José) o Koldo (Luis). En esa época se recuperaron
nombres como Aitor o Kirmen. Pasó algo parecido en catalán. Nos cuenta además
que su propio éxito como escritor contribuyó a hacer más popular el nombre. Así
comienza nuestra conversación con el autor vasco, en la Biblioteca del
Instituto Cervantes de Berlín, donde hicimos algunas fotos, porque poco después
iba a presentar la traducción al alemán de su última novela, traducción
publicada por Berlin Verlag.
¿Cómo te
podrías presentar para la comunidad hispanohablante que no te conoce, incluso
para la comunidad comunidad vasca que hay en Alemania?
Bueno, yo soy
un escritor en euskera con una visión universal del arte y de la vida. Nací en
un pueblo pequeño pesquero, Ondárroa, mi padre era marino. Yo creo que tengo
esa alma marina, entonces. Me siento muy vinculado a la lengua vasca, que es mi
lengua madre. Me gusta su sonoridad, me gusta incluso estéticamente, pero
siempre he querido salir fuera y estar en conexión con escritores de todo el
mundo: un escritor vasco que ahora mismo vive en Nueva York pero sigue
escribiendo en euskera. Yo creo que escribir en euskera es una manera de
aportar a la diversidad del planeta. Yo lo veo así.
Vives en
Nueva York, tienes familia, y das clase en la Universidad de Nueva York en un
máster de escritura. ¿Lo haces en inglés?
No, en español.
En la Universidad de Nueva York hay un máster escritura en inglés, y hay un
máster de escritura en español. Hay varias universidades que lo tienen, no
muchas, las más prestigiosas: hay en Iowa, en Texas, no sé si en Austin.
Justamente
la de Austen la lleva Cristina Rivera Garza. Estuvo aquí en el Instituto
Cervantes de Berlín, le hicimos una entrevista.
Entonces mi
vida es trilingüe, digamos: yo nací en euskera y me crié en esa lengua, y
siento especial vinculación a ella porque escribo en ella también, ¿no?, pero
vivo en Nueva York, no vivo en el ámbito, digamos, de la lengua, sino que vivo
fuera, ¿no?
¿Para qué
has venido a Alemania?
Bueno, después
de esta presentación en el Instituto Cervantes de Berlín voy a Hamburgo, tengo
un acto con el traductor de mi última
novela al alemán, que es es Stefan Kutzenberger en el Instituto Cervantes de
Hamburgo. Luego me voy a la Feria del Libro de Frankfurt, tenemos un evento
organizado por la por la Dirección General del libro, dentro de la Presidencia
española de la Unión Europea. Y más tarde a Bremen, al festival GlobalE, y en
el Instituto Cervantes. Entonces he venido a Alemania a presentar la traducción
de mi última novela, que es La vida anterior de los delfines, publicada por
Berlín Verlag.
¿Se ha
traducido desde el euskera?
No, se ha
traducido desde el castellano. Yo procuro siempre que mis traducciones sean
hechas desde el euskera, si es posible, pero hay traducciones que se hacen
desde el castellano, y tampoco pasa nada porque yo participo de la traducción
al castellano, que no sé si es traducción o es más bien es casi casi un
original, ¿no? Mientras escribo la novela, estoy también escribiendo la
traducción al mismo tiempo.
Tú traduces
al castellano.
Sí, junto con
José Maria Sansi, un gran escritor vasco, que me ayuda, pero sí, me gusta
escribir las dos versiones y escribirlas casi casi al unísono.
Te lo
pregunto porque en Alemania en general, y en Berlín en concreto, últimamente se
la ha dado bastante relevancia al tema de la traducción y la importancia de los
traductores en la difusión de la literatura, como agentes activos dentro del
proceso. La Latinale, en la que tú participaste hace años, en 2005,en las
últimas dos ediciones, ha dado especial relevancia a los traductores, que eran
parte del proceso de selección de los poetas invitados, y en las presentaciones
lo hacían emparejados, traductor y autor. También lo hace un pequeño festival
de poesía llamado Festival Siesta. Por eso la traducción está cobrando una
fuerza y una relevancia en todo el proceso de difusión literaria que antes yo
creo que no tenía.
Sí, claro, la
traducción es muy importante. Traducir está a la par de escribir.
Para
nosotros, en Europa, es evidente, con tantos idiomas en el mismo continente.
¿En Estados Unidos es tan evidente?
Cada vez más,
cada vez más. Jennifer Croft, que es la traductora de Olga Tokarczuk, está
trabajando mucho en tratar de dignificar el trabajo de los traductores, bueno,
las traductoras, porque son mayoría mujeres. Hay traductoras que han trabajado
mucho para darle valor a la traducción. Jennifer Croft dice que el nombre del
traductor tiene que aparecer en la portada, y que si no, ella no publica. Tiene
una posición muy activista por la traducción. Yo creo que ahora mismo en
Estados Unidos se traduce bastante más de lo que se traducía antes.
De hecho,
hay un premio muy reconocido a las traducciones, un libro tuyo recibió un
premio. Recientemente la traducción de un libro de cuentos de una autora
argentina que vive en Berlín, Samanta Schweblin, recibió ese premio.
Sí, hay dos
premios, el PEN Award for Poetry in Translation, en 2007 quedó finalista la
traducción de este libro de poemas, Mientras tanto dame la mano. Y luego está
también el premio nacional, el National Book Awards, es como el gran premio, se
da a obras de ficción, obras de poesía y obra traducida.
Estaría bien
que hubiera algo parecido en español. Bueno, vamos a tu obra más en concreto.
Tienes una obra poco extensa, aunque llevas escribiendo más de veinte años.
Mi primer libro
de poemas es del 2001, que es este.
Que fue el
primero que recibió un premio en el País Vasco.
Sí, el premio
de la crítica, pero enseguida fue traducido al español, luego al inglés en
Estados Unidos, y también al francés. Fue un libro que me dio mucho. Es un
libro mágico. Se acogió muy bien por parte de crítica y lectores, tuvo m uy
buena aceptación. Lectores que no leían poesía empezaron a leer este libro.
Luego ya vino mi primera novela, que fue BilbaoNewYorkBilbao, que ganó el
Premio Nacional y se ha traducido a muchísimas lenguas. Para mí fue un comienzo
un poco abrumador: primer libro de poemas, publicado en Visor, luego traducido
también al inglés, que tiene este premio en inglés, mis poemas salen Newyorker
y en otras revistas, también en Estados Unidos. Luego ya mi primera novela, y
me dan el Premio Nacional ¡Imagínate, qué comienzo! Me sacó de mí mismo,
digamos, ¿no? Si tuve esa sensación de “¿Y ahora qué hago?”, ¿no? Después de
estos dos libros que tanta vida tuvieron, me dije, “Ahora empieza la verdadera
carrera del escritor”. Empecé a escribir otra serie de novelas.
Pero tú
escribías poesía.
Sí, y sigo
escribiendo poesía también.
Ibaia. Poema
del libro Bitartean heldu eskutik, leído por el autor. Grabado para revista
Desbandada en el Instituto Cervantes de Berlín, octubre de 2023.
El río (Ibaia).
Poema del libro Mientras tanto dame la mano, leído por el autor. Grabado para
revista Desbandada en el Instituto Cervantes de Berlín, octubre de 2023.
¿Cómo te
defines para ti mismo?
Yo, escritor.
Ni
novelista, ni narrador, ni poeta.
No, pero yo
creo que sobre todo soy novelista. Me gusta la novela, me gustan las
estructuras novelescas. Si un un poemario es una escultura, pues una novela es
la catedral. Sí, sí.
La pregunta
tiene un poco que ver con algo que dices en alguna entrevista sobre el lector.
¿Cómo concibes este lector que lee tus novelas? ¿Qué esperas? ¿Qué tipo de
lectura o qué recepción esperas que tenga tu novela? Porque tampoco es una
novela lineal, no tiene una estructura tradicional, la compone una
multiplicidad de textos.
Sí, eso es. En
mi obra siempre trato de trabajar dos temas. Primero, el contenido suelen ser
historias no contadas o personajes más o menos marginales: personajes
silenciados, voces silenciadas, gente en tránsito, muchas son mujeres,
migrantes, gente que perdió la guerra, niños que salieron de su país, niños
refugiados. Me interesan estas historias, digamos, de gente que no ha sido
escuchada. Y luego, por otro lado, me gusta trabajar muchísimo la forma de las
novelas. Bilbao-New York-Bilbao es la non-novela, porque no existe en realidad.
Lo que se cuenta es que el escritor va en un vuelo de Bilbao a Nueva York, está
pensando en la novela que está escribiendo, está leyendo los materiales de la
novela, todo el proceso de investigación, se ven las novelas que lee, las
películas que ve en el propio vuelo… Por supuesto está la memoria: se acuerda
de su padre, de su abuelo, de su madre, de su propia familia. Pero la novela en
sí que está escribiendo no aparece. Entonces es el propio lector el que tiene
que imaginarse qué novela está escribiendo. ¿Y eso por qué lo hago? Porque creo
en un lector inteligente, un lector creativo, creo en un lector activo activo.
Entonces, es el propio lector el que se imagina la novela, y cada uno se
imagina su propia novela. Luego, la segunda novela es una novela totalmente
rota, tiene la forma de una caja que uno encuentra y en la caja hay fotos, hay
objetos que uno no reconoce al principio. Uno abre la caja y no reconoce esos
objetos, ni esas fotos, quiénes son. Pero, con el tiempo, va un poco
descubriendo los personajes, esclareciendo todos los hilos que unen todos estos
personajes, los hilos invisibles, ¿no? La tercera novela es una investigación
sobre una mujer que yo conocí ya mayor.
¿Tú la
conociste, o sea, es algo autobiográfico?
Sí, Karmele
Urresti, sí, la conocí.
La historia
es increíble y, de hecho, se va a hacer una película.
La conocí en el
País Vasco. Entonces, de repente, pues te das cuenta que tiene una gran
historia detrás, y cuando ella muere, no antes, aunque siempre me habían
hablado de ella, me interesé por su historia. Empecé a investigar en diferentes
archivos, hablando con la familia, etc. Me enteré que era una exiliada de la
Guerra Civil, que luego se metió en los servicios secretos de Estados Unidos,
etcétera. Tiene una gran historia detrás.
Dos exilios
diferentes en Venezuela.
El propio autor
dentro de la novela va descubriendo cosas, el narrador no es omnisciente, no
sabe nada de aquella persona. A medida que va descubriendo cosas, va contando
cosas, está a la altura del lector, porque tampoco sabe nada, y a mí eso me
encanta, que estén el autor y el lector al mismo nivel. No es que yo me sé todo
y te cuento, sino que yo voy descubriendo con el lector lo que le pasó a esta
señora.
¿Y la última
novela, La vida anterior de los delfines, la que se ha traducido ahora al
alemán?
Es una novela
escrita utilizando tres puntos de vista diferentes. Tiene tres partes. La
primera parte es la novela en sí, la segunda parte es una carta, muy larga, y
la tercera parte es un vídeo de estos de tiktok. Cuenta un poco mi propia
historia, cómo voy a Nueva York, cómo me dan la Beca Cullman de la Biblioteca
Pública de Nueva York, cómo empiezo a investigar sobre una sufragista húngara
muy interesante, pacifista y, a medida que voy abriendo esos documentos y voy
leyendo esos documentos, pues hago un ejercicio de memoria de lo que fue el
País Vasco en los 80 y en los 90, pero de repente en la pandemia todo ese
proceso se detiene, y es mi mujer la que empieza a contar. Entonces hay un
cambio de perspectiva: la primera parte es la del propio escritor que va
contando su vida, y luego en la segunda parte es la mujer que ve al escritor.
O sea que
hay dos narradores.
Hay tres
narradores, la última parte está contada por los hijos. Cada parte es un
narrador diferente y una forma diferente: la primera parte es una novela y la
segunda parte es una carta larguísima que le escribe mi mujer a su mejor amiga,
¿no? Pero, claro, es ficción. Es ficción porque yo no soy ella, ¿me entiendes?
Pero me gusta verme desde fuera, yo creo que es un ejercicio que tendríamos que
hacer todos los varones, vernos desde fuera. ¿Cómo somos desde fuera? Entonces,
en toda esta segunda parte se ve al escritor con todas sus miserias y virtudes
que en la primera parte están disimuladas.
He leído que
tu madre tuvo también un proceso, digamos, ideológico específico, que pasó de
unas posiciones más o menos religiosas a posiciones políticas de izquierda, más
vinculadas al feminismo, y que tú te criaste en este entorno. ¿Qué relación
tienes con los procesos y los movimientos feministas?
La novela parte
de ahí parte de ahí, de contar mi relación con el feminismo y con las mujeres
activistas. Yo quería contar un poco mi infancia. Las mujeres que pasaron de un
cristianismo de base a posiciones más de izquierdas.
Hay que
entender el cristianismo específico del País Vasco.
Sí, de base en
los años 60 y 70, ¿no? Luego se volvieron trotskistas. Yo me crié en ese mundo,
sobre todo de mujeres, amigas, trotskistas que eran feministas también pero que
tenía una visión escéptica también del bloque socialista detrás del telón de acero.
Eran muy críticas, con el socialismo real. Mujeres liberales de la época.
Entonces, a mí me me educaron así, de una manera muy libre. Siempre me decían
que era libre para decidir qué quería ser, cómo quería pensar, me educaron en
el respeto hacia la gente que piensa diferente. El primer impulso de la novela
era ese, contar esa infancia, pero yo quería contarla con un espejo en Estados
Unidos. Empecé a buscar un personaje que fuese feminista o artista mujer, y me
encontré con Rosika Schwimmer. Está todo el archivo en la Biblioteca pública de
Nueva York, me dieron la beca y pude investigar sobre ella. Rosika es
sufragista, es de la primera ola del feminismo. Mi madre y mis tías serían la
segunda ola. Rosike tenía unas fuertes convicciones pacifistas y trató de parar
la Primera Guerra Mundial. Yo soy profundamente pacifista también, empecé a
verme en ese personaje. También la vida de las mujeres en los 90 principios del
del siglo XXI, hay como una tercera ola que aparece en la novela y termina ya
con los niños en la época del Me too, digamos no. Sí, aparecen diferentes olas
del feminismo en el mismo libro. La primera parte es narrada por el escritor
varón, y en la segunda parte el escritor varón calla, y es la mujer la que la
que “termina” la novela.
Esto me da
pie a plantearte la última pregunta. Hace algún tiempo hicimos una entrevista a
una escritora, también vizcaína, Irati Elorrieta, ella tiene una novela que
transcurre en Berlín, Luces de invierno.
Sí, claro,
Irati Elorrieta, sí, sí. Le dieron un premio también, el Premio Euskadi.
Sí, publicó
en Gutenberg. En la entrevista ella habla de lo que significa ser una escritora
en euskera en Berlín. Explica que es la única que habla en euskera en su vida.
¿Qué significa ser un escritor en euskera en Nueva York, en un entorno donde
ese idioma no existe?
Yo creo que te
hace más consciente de tu propia lengua. Te hace meterte más en tu propia
lengua. Es lo que le pasó a Joyce cuando estuvo en París y allí escribió
Ulises. Él salió de Dublín para escribir la novela de Dublín. Tal vez haga
falta eso, tal vez haga falta una especie de exilio autoimpuesto para realmente
tener una distancia, para poder reflexionar sobre de dónde vienes, sobre tu
país, sobre tu lengua. Yo creo que ayuda muchísimo. Yo en Nueva York escribo
mucho más, reflexiono mucho más, porque estás como fuera. Me da mucho. La
distancia me ayuda mucho a reflexionar, a situarme, a ser yo mismo, realmente.
Desplazado eres tú mismo.
Un poco
contradictorio.
Yo no lo veo
contradictorio.
Pierdes tus
referentes físicos y culturales, y, sin embargo, refuerzas tu identidad. No, no
escuchas el euskera en la calle. No ves los colores del paisaje.
No, pero ya los
tengo. Ya los tengo metidos.
El mar.
No me importa,
¿sabes?, porque tu propia comunidad es como una familia. Las familias te dan
mucho cariño, pero también tratan de dirigirte, de llevarte por el “buen
camino”. Entonces, estar fuera de la familia, que tú amas por otro lado, te
posibilita aprender otras cosas, ver las cosas de otra manera. Un poco huir de
los prejuicios y de los complejos también. Entonces, bueno, yo creo que es
positivo. En mi caso está siendo positivo, por lo menos.
Bueno, te
agradezco mucho esta conversación, y espero que tengas mucho éxito con tu
novela en Alemania. Y que te vaya muy bien en esta ronda alemana, en Hamburgo,
el Frankfurt y en Bremen.
El éxito se
basa en el encuentro, en el encuentro con otras personas. El éxito es el
diálogo, para mí.
En ELNACIONAL.CAT
Kirmen Uribe:
"Tenemos que hacer un replanteamiento total de lo que es ser un
hombre"
Adrià Puertolas
Foto: Montse
Giralt
Barcelona.
Martes, 17 de mayo de 2022. 05:30
Actualizado:
Martes, 17 de mayo de 2022. 08:30
Tiempo de
lectura: 7 minutos
Kirmen Uribe:
"Tenemos que hacer un replanteamiento total de lo que es ser un
hombre"
Kirmen Uribe:
"Tenemos que hacer un replanteamiento total de lo que es ser un
hombre"
La vida de la
sufragista húngara Rosike Schwimmer y la de un escritor que se traslada a Nueva
York para investigar sobre su vida. Sobre estos dos pilares está construida La
vida anterior dels dofins (Edicions 62), la nueva novela del escritor vasco y
Premio Nacional de Literatura Kirmen Uribe (Ondarroa, Vizcaya, 1970). Uribe la
ha escrito gracias a una beca de la Biblioteca de Nueva York, que le ha
permitido acceder a un archivo de más de 150 cajas con documentos sobre la vida
de Schwimmer. El libro se desarrolla a través un juego de espejos entre
identidades diferentes, entre la voz femenina y la masculina, entre el presente
y el pasado. El autor dice que es un libro de un hombre que busca una nueva
masculinidad, pero por sus páginas también desfilan la experiencia de migrar,
el valor del pacifismo y la distancia como forma de reconciliarse con las
raíces. "Los hombres tenemos que perder espacio y privilegios ahora",
afirma convencido.
Entrevista
KIRMEN URIBE - Foto: Montse Giralt
Foto: Montse
Giralt
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Promovidos
¿Cómo llegas
a la vida de Rosike Schwimmer?
Me la encuentro
por casualidad. Como todos los novelistas soy muy de buscar historias, tanto
cuando hablo con alguien como en las bibliotecas o los archivos. Y esta vez fue
por Internet. Estaba buscando historias de mujeres migrantes y de repente entré
en los archivos de la biblioteca de Nueva York y me encontré con 176 cajas de
documentos que contenían una vida, la de Rosike Schwimer.
¿Quién era
ella?
Era una
sufragista y pacifista húngara de principios del siglo XX que fue a Nueva York
a vivir e intentó detener la Primera Guerra Mundial. Lo que más me llamó la
atención, sin embargo, era que su amiga y secretaría había estado durante 40
años tratando de escribir su biografía y nunca la acabó. Y cuando lo supe dije:
¡qué historia! Entonces pedí la beca Cullman de la biblioteca de Nueva York
para poder investigarla. En la novela no sólo quería hablar de Rosike sino
también de todo lo que le pasa a un autor cuando descubre un tesoro como este.
Y eso es lo que se explica.
Schwimmer es
un personaje fascinante, rompe absolutamente con los moldes de la época.
SÍ, es una
figura sobre todo muy valiente. Ella ya desde pequeña era muy diferente. Su
madre la llevaba al teatro y a conciertos cuando entonces nadie lo hacía,
cuando a los niños se los dejaba en casa. Fue una de las primeras mujeres en
estudiar economía en Hungría y después empezó a trabajar y se implicó en el
movimiento obrero y feminista. Siempre decía lo que pensaba y eso la llevó a
Budapest, a Londres, donde le engancha la Primera Guerra Mundial, y finalmente
a los Estados Unidos. Allí, empeñada en detener la guerra, hace muchos intentos
de convencer al presidente Wilson e incluso colabora con Henry Ford. Con Ford
monta una aventura completamente utópica que es un viaje transatlántico en
barco para intentar promover la paz. Esta iniciativa fracasará pero su lucha
no.
Se están
escribiendo historias basadas en hechos reales para explicar lo que ha vivido
cualquier identidad silenciada o comunidad que se haya visto oprimida
¿Porque te
interesa recuperar vidas olvidadas como la de la Rosike para hacer ficción?
En el siglo XXI
hay un gran cambio en la ficción, un cambio salvaje: se pasa de autores que se
inventaban historias o mundos imaginarios a explicar historias reales, a
explicar hechos que antes habían sido silenciados. Ahora mismo, autores como
Emanuel Carrère en Francia, Sirio Husvedt en los Estados Unidos o Chimamanda
Ngozi Adichie en África explican historias reales. Es una cosa que está pasando
en todo el mundo con cualquier identidad silenciada o comunidad que se haya
visto oprimida. Se están escribiendo historias basadas en hechos reales para
explicar lo que han vivido.
Hablas,
pues, de revisar el criterio con que se decidía qué experiencias había que
explicar o qué voces valía la pena escuchar.
¡Claro! ¿Por
qué se habla siempre de hombres blancos heterosexuales y occidentales? Todo
este movimiento viene a llenar estos vacíos que ha habido durante muchos años
en la historia. Ahora se explican historias de mujeres, de minorías y de gente
que ha vivido en otras lenguas también. Vamos en esta dirección. A la vez,
también se escriben novelas de nueva factura. Tú para escribir sobre una
realidad silenciada no hace falta que lo hagas a la clásica. Formalmente
también dices: ¿por qué tenemos que escribir el tipo de novela que se ha
escrito hasta ahora? Planteémonos también la forma de una otro manera.
La vida
anterior dels dofins tiene una forma innovadora en este sentido.
No quería sólo
recuperar la historia de Rosike. No me llenaba eso. Me interesaba también al
hecho de qué repercusión tiene en mi vida el hecho de abrir todas aquellas
cajas con documentos, ir a vivir toda la familia a Nueva York, tener que hablar
otro idioma, entender un nuevo código de conducta... Rosike se marchó de Europa
a Estados Unidos y con mi familia hemos hecho el mismo camino. Quería hablar
también de lo que ella sintió al desplazarse desde el punto de vista de
nuestras vivencias.
Hay una
conexión entre el personaje y otros episodios de lucha feminista de la historia
como la de las mujeres de Basauri, en el País Vasco.
Sí, el libro es
el de hombre que busca una nueva masculinidad, que es mi caso. Quiero
reinventarme en este tema. Y todos tendríamos que hacerlo. La novela transcurre
por varias vidas de mujeres y varios momentos en la lucha por la igualdad.
Aparece el sufragismo pero también las abortistas de Bilbao, un macro-juicio
que tuvo lugar en el País Vasco a principio de los 80 y que marcó mi infancia.
Siempre he crecido rodeado de mujeres y quería hablar de la relación que tenía
con ellas. Por eso en la primera parte del libro el narrador es Uri, el
escritor, y en la segunda su mujer, Nora.
Perder
privilegios es bueno y es lo que tendríamos que hacer los hombres
Hablas de una
nueva masculinidad. ¿Qué podemos hacer para encontrarla?
¡Leer! (ríe)
Escuchar, tratar de ponernos en la piel de cómo piensa una mujer y sobre todo
darles espacio. Perder peso es bueno y perder privilegios también. Y es lo que
tendríamos que hacer los hombres ahora. Tomarnos las cosas más tranquilamente.
La masculinidad tradicional ha sido una tiranía que nos ha marcado, es
horrible. Yo pienso en la figura de mi padre, que era pescador y estaba todo el
día trabajando... Y cuando no trabajaba tenía que beber, ¡y eso estaba bien
visto! No mostraba ningún sentimiento, así no podemos vivir. Tenemos que hacer
un replanteamiento total de lo que es ser un hombre. A mí en realidad estas
figuras muy masculinas siempre me han echado atrás y me han parecido muy
agresivas y violentas, nunca he sido muy "hombre" en este sentido.
Otro de los
temas de la novela es el de migrar. Dices que los migrantes, cuando se marchan,
nunca encuentran aquello que esperan.
Sí, siempre es
una cosa diferente. Eso está relacionado también con el título del libro y la
historia de las lamias y las sirenas. El título viene de la leyenda vasca que
dice que los delfines antes eran hombres y que se convirtieron en estos
animales para poder ser amantes de las lamias, unas criaturas fantásticas
marinas. Al migrante le pasa lo mismo: una vez has tomado la decisión de amar a
una lamia, de ir a un país diferente, ya eres otra persona. Lo que encuentras
nunca es lo mismo que has soñado. Algunos días es mejor y algunos peor pero sí
que tenemos que tener claro que migrar es muy duro y ver así a los migrantes,
como gente que ha tomado una decisión difícil.
¿Qué te
sorprendió en tu caso de la vida en Nueva York?
Los inputs
culturales son increíbles. Los artistas en los EE.UU. no tienen miedo al
fracaso. Es otra manera de crear, están muy locos creando y eso se ve en todo.
Te platean una película o una novela con una forma totalmente innovadora. No
miran atrás sino que miran adelante.
¿Aquí
estamos más limitados?
SÍ, aquí es
como la masculinidad (ríe). No nos enseñan a ser valientes y a pensar en hacer
cosas nuevas. A mí me gusta pensar así, imaginarme una novela completamente
diferente, que desobedezca las normas que nos han enseñado de "la novela
es eso" o "la poesía es eso". ¡No! Por eso me gusta escribir
libros de género fluido, que van de la no ficción a la ficción pasando por la
poesía.
Si tú tienes
una lengua pequeña, háblala; es tan importante como la lengua más grande del
mundo
Cuando
migramos y nos marchamos, tampoco podemos volver al mismo lugar, ¿no?
La percepción
del pasado y de nuestro país cambia. Al principio un migrante lo que quiere es
olvidarse, mirar al futuro. Pero después las raíces y el pasado siempre
vuelven. Lo que aprendemos cuando migramos es a portarnos bien con el pasado. Y
la novela también es un relato de eso, de cómo reconciliarte con él. Por otra
parte, la distancia también nos ayuda artísticamente. Todos los poetas
románticos ingleses iban a Roma y a Grecia y después escribían como escribían.
Velázquez pasó por Italia para estudiar a Caravaggio y su pintura cambió
completamente. Entonces, eso de marcharse fuera y enriquecerte con los nuevos
inputs artísticos que tienes ayuda. Y también empiezas a mirar tu propio país
de manera diferente y a valorarlo más.
La cultura
vasca también tiene una presencia importante en el libro. Está la paradoja que
es precisamente el euskera que le abre las puertas al narrador y le permite
viajar.
Yo siempre lo
digo: la beca Cullman me la han dado para escribir en euskera. Una lengua
minorizada no tiene porque ser sinónimo de no ser publicado, traducido o no
viajar. Mi tía siempre me decía "¡has estudiado filología vasca y ahora no
viajarás y te quedarás en tu pueblo!" Y todo lo contrario. El euskera me
ha hecho como persona y me ha ayudado en mi trayectoria. Es todo lo contrario
de lo que se pensaba antes, que era necesario escribir en una lengua dominante.
Un escritor es más honesto y auténtico si escribe en su lengua. También me
importa por diversidad idiomática y cultural del planeta. Antes hablar el
euskera se vinculaba con el nacionalismo, pero yo lo vinculo con la pluralidad,
la diversidad y la libertad. Si tú tienes una lengua pequeña, háblala. Es tan
importante como la lengua más grande del mundo".
La historia
de Rosike Schwimmer también se conecta con la lucha por la paz.
Rosike era
pacifista y yo también fui insumiso. Hay un juego de espejos con mi propia vida
y con mi propia generación. Ha sido una casualidad la guerra de Ucrania pero de
repente todas estas ideas se vuelven muy vigentes. El pacifismo y el
antimilitarismo se han puesto sobre la mesa inesperadamente otra vez, ante el
rearme que se está planteando. Las dos cosas pensábamos que estaban superadas
pero no. Es una locura. La lucha antimilitarista todavía es necesaria y hay que
reanimarla, volver a salir con la pancarta.
La lucha
antimilitarista todavía es necesaria y hay que volver a salir con la pancarta
A Schwimmer
también se la acusó de ingenua por luchar por la paz, como se hace ahora contra
muchas voces que cuestionan la escalada militar en Europa.
Todas las
luchas son ingenuas al principio. Cuando Rosike empezó con la lucha sufragista,
el hecho de que las mujeres lucharan era una cosa sin sentido. Es lo que
pensaba la sociedad en aquel momento. Y poco a poco se consiguió el voto
femenino. Las utopías nos sirven para andar, para ir mejorando y siempre hay
que plantearlas. Una sociedad sin utopías se va a la mierda. La justicia social
es una cosa que tarda en llegar, pero al final llega. La dirección de la
historia es así. No tenemos que olvidar las utopías, no para conseguirlas ahora
mismo, sino para intentar ir en aquella dirección.
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