RESEÑA EN EL ESPAÑOL
La historia escondida
Xuan Bello reúne en estos tres relatos un puñado de memorables historias y momentos de no-memoria, narrados con hondura, belleza y emoción
19 noviembre, 2019
Xuan Bello
Traducción de María Cueto. Xórdica Editorial. Zaragoza, 2019. 184 páginas. 16,95 €
Xórdica celebra el número 100 de su colección Carrachinas de la mejor manera posible: con la recuperación en castellano de La hestoria tapecida (2007), del poeta, novelista y traductor asturiano Xuan Bello (Paniceiros, 1965), autor, entre otras, de Historia universal de Paniceiros (2002), Los Cuarteles de la memoria (2003), Al dios del llugar (2008) e Incierta historia de la verdad (2019).
Dividida en tres partes, La historia escondida ofrece un puñado de memorables historias, retratos y momentos de no-memoria, narrados con hondura, belleza y emoción. Así, en la primera, “La cueva del olvido”, Bello descubre la historia de Evaristo Santos, hijo, nieto, bisnieto y padre de mineros, conocido desde niño como teniente Coné, para narrar, a través de los recuerdos de este jubilado solitario, “la historia de los que perdieron la guerra y vencieron”.
“Veintitrés golpes de hacha” presenta los fantasmas más queridos del autor. Consciente de que cualquier vida “encierra tantas dosis de misterio como de banalidad”, Bello proclama que “todos somos Anna Karenina tirándose a las vías del tren” y que cualquiera encierra con sus desdichas la mejor novela. Hay en estos breves relatos gotas de amor y abandono, exilio al reino de la nada, reflexiones sobre la escritura, derrotas cotidianas y juegos para aplazar la muerte.
Finalmente “Siete kilómetros y medio” supone la vuelta a casa a partir de la certeza de que los viajes no se miden en kilómetros ni en días sino en profundidad de sentimientos, en nostalgias y olvidos. Evita Perón, Theda Bara o Luis Cernuda, entre otros, se adueñan de esta parte en la que no faltan regresos imposibles de primos más que lejanos, crímenes y literatura, gran literatura, en cada página.
ENTREVISTA DE ANTÓN CASTRO A XUAN BELLO PARA BIBLIOASTURIAS
“LEER ES IGUALARSE”Entrevistas
Los lectores asturianos estamos de enhorabuena, sobre todo aquellos que no lean en asturiano, pues acaba de ver la luz la traducción de uno de esos títulos que casi podríamos catalogar como imprescindibles dentro de la literatura asturiana contemporánea. Los lectores en asturiano ya habíamos podido disfrutar La nieve y otros complementos circunstanciales en su versión original, publicada por Ámbitu en 2007, que ahora es editada traducida al castellano y a nivel nacional por la editorial zaragozana Xordica; una absorbente obra que atrapará al lector desde sus primeras páginas, una buena ocasión para empaparse de la narrativa poética del mejor Xuan Bello, para leer y sentir.
Extraordinariamente recibida por la crítica, esta obra ha vuelto a conseguir que desde fuera de nuestras fronteras vuelva a mirarse hacia la literatura escrita en asturiano. En esta entrevista podremos percibir esa mirada exterior, que acoge con expectación cada nueva obra del autor asturiano, en una conversación con el escritor y periodista Antón Castro, realizada para el Heraldo de Aragón y cedida a Biblioasturias por ambos autores.
Xuan Bello deslumbró a esta parte del mundo con un libro tan inspirado como Historia universal de Paniceiros, uno de esos libros frondosos e híbridos donde todo es posible: se oyen el lamento de los pinos, la agitación de las mareas, el secreto de los bosques, las fábulas de crímenes o el eco de los fantasmas. Discurría en un espacio un tanto inconcreto que era la región íntima del escritor, con sus autores y sus libros, y quizá una imagen simbólica de Asturias. Xuan Bello escribe por necesidad, porque observa la realidad, porque contempla el otoño y la nieve que llega («nieva en mi memoria», dice), porque viaja de aquí para allá o porque se siente, simplemente, un hombre de aldea. Habla de la aldea, de sus moras, de sus pájaros, de los escondites del tiempo perdido que fecunda la memoria. Xordica, en traducción de José Luis Piquero, excelente poeta además, publica La nieve y otros complementos circunstanciales, que es un libro donde cabe todo: el escritor habla de sí, esencialmente. Habla de lo que vive, y eso quiere decir que igual cuenta la mudanza de las estaciones que evoca a una amiga que muere, en un día de lluvia; habla de las cartas que recibe, de los poemas que lee, ya sean de Rilke, de Yeats o Jon Kortázar, o los cuentos de Borges o Dino Buzzati; habla de los caminos, reales e imaginarios, que le llevan y le traen; de ahí que padezca «ansia vital del viaje». Y nos conmina a soñar: «Soñar es la única libertad que lleva una vida (todas lo son) más bien esclava». Un libro intemporal y gozoso que destila talento, lentitud y melancolía. Puede abrirse, en confianza, por cualquier página.
Empecemos a la manera cunqueiriana: ¿Qué está pasando ahora en Paniceiros? ¿Habrá pájaros cantando, se oirá el latido de los pinos o las lágrimas de la piedra no tan inerte?
En Paniceiros predomina el color blanco –lo sé porque un vecino ha colgado en el facebook una foto con este pie: “Ha nevado un poquito de nada”; el silencio, efectivamente, sólo lo rompe el graznido de las urracas, pero eso me lo imagino yo; de vez en cuando, el diamante del día lo rasga también la acatarrada tos de un tractor. Serán los del Sueiro, o los de Casa Santones, que van a recoger leña a algún bosque. En Paniceiros, como en todo el mundo, la vida se mueve y, como en cualquier otra parte, es fácil adivinar hacia adónde se mueve. La única diferencia es que allí, sucediendo lo mismo, las cosas suceden de otra manera. En la adolescencia yo leía La estación total de Juan Ramón Jiménez observando los delicados matices morados de los bosques en noviembre. ¿Le he dicho que hoy predomina el blanco? Sí, pero con el delicado color violeta de las ramas desnudas de los castaños. Busque cualquier cuadro de Anselm Kiefer y podrá verlo con cierta exactitud.
Quien no escribe por rebeldía no escribe para nadie”
¿Qué le debes a Paniceiros, cómo defines, tanto tiempo después, esa región literaria, física y mental?
Decía Chesterton, con muy buen criterio, que un inglés era aquella persona que naciese donde naciese, en una ciudad civilizada o en las antípodas del mundo, siempre llevaba una aldea inglesa en el alma. Los asturianos, en esto, somos como en otras cosas –como en el sentido del humor– algo británicos. Es evidente, a estas alturas de mi vida, que existe un Paniceiros real, comprobable, y otro literario; pero la vida y la literatura se mezclan comúnmente: París no sería París sin Paul Verlaine. París es distinto, por lo menos para mí, después de haber leído los Apuntes de París de Fernando Sanmartín. Yo he convertido, pues así lo he querido, a mi aldea natal en el centro del mundo. Allí se entrecruzan todos los caminos. ¿Qué le debo? Todo. Para la portada de un libro de poemas mío, Los nomes de la tierra, dibujé muy torpemente una isla en cuyo centro estaba Paniceiros. No muy lejos, en aquella ficción tan verdadera, estaba la Roma y el Cartago de los libros. Hace ya casi veinte años de esto. Yo le he ido añadiendo barrios a Paniceiros: Nueva York, Braga, Roma, Barcelona, Madrid… Son ciudades por las que he pasado con mayor o menor intesidad; pero en mis libros no aparece la Nueva York de la postal, sino el Brooklyn de Whitman y el de Auster, el Manhattan de José María Conget; no aquella Braga donde viví un largo año, sino la que minuciosamente describe Altino do Tojal; y así todo. Colecciono identidades, y las sumo, sin renunciar a nada de lo que he sido. A mí me va bien.
¿En qué medida está en La nieve ese espacio?
En La Nieve y otros complementos circunstanciales se habla aparentemente menos de Paniceiros que en otros libros míos puesto que los paisajes –recuerdo ahora Roma y Oporto—son más variados. Conocer de alguna manera es conquistar para el alma terranovas de la emoción; pero las nuevas tierras encontradas siempre las vemos desde una perspectiva distinta, local si quiere, patrimonio del individuo sin duda. Cesare Pavese decía que en todas las playas del mundo él veía la primera playa que vio en su infancia de secano; también veo yo así las ciudades, las personas: a poco que se rasque, Zaragoza, una gran urbe, es como Paniceiros, una pequeña aldea de dieciséis casas. No exagero: un día un historiador inglés me preguntó mi opinión sobre la Guerra Civil Española y yo le comenté lo que sabía, la memoria del consenso fundamentalmente, y me dijo que no entendía nada; pasé a contarle después, con cierto detalle, lo que durante la Guerra Civil había sucedido en Paniceiros y me contestó entusiasmado: “¡Ahora lo entiendo todo!”.
¿Qué le debe un escritor como tú a la geografía y a sus accidentes e incidentes: la tierra, los ríos, los bosques, la llegada del mal tiempo? ¿Cómo te influyen las estaciones? Lo digo a propósito de ‘Elogio del otoño’, de la nieve, y de tantos y tantos golpes de viento o de mar…
Decía Josep Pla, uno de mis maestros, que los seres humanos somos climatológicamente dialécticos. En Asturias, por ejemplo, el carácter de la gente cambia por algo tan simple como es nacer en la vega, entre las paredes del valle, o en lo alto, junto al cielo y divisando las cumbres de otros valles llenos de niebla. Yo nací en lo alto y la imagen de la amplitud del mundo acompaña mi mirada desde que veo. Siento curiosidad por el mundo aunque, está claro, no me he inventado eso de que el paisaje puede funcionar a veces, si se mira mucho y bien, como correlato anímico del escritor. Simplemente es una idea antigua que sigue funcionando. Vivo en el campo, actualmente en Caces, y aunque estoy a quince minutos escasos del centro de Oviedo veo discurrir una tras otra las estaciones. Veo como renace la vida tras su muerte. Eso tiene su importancia existencial: todo renace tras su muerte excepto nosotros. Esa idea desvela y revela.
¿Cómo defines La nieve y otros complementos circunstanciales? ¿Es un diario, el testimonio de las confidencias, el acta notarial de la incertidumbre de un escritor?
Es todo eso que dices, Antón; es todo eso. Un diario por que concibo la literatura como un borrador apresurado de los momentos escasos de intensidad que me toca vivir; testimonio de confidencias pues la literatura es confidencia apenas, palabras encendidas que se le dicen en voz baja a alguien, con los ojos un poco achispados, en son de amistad; ¿acta notarial de un escritor? Pues está bien dicho y lo que está bien dicho algo de razón ha de tener. Yo, amigo mío, soy un perplejo. He leído mucho sobre la condición humana, he vivido algo y sé de nuestras miserias. ¿Cómo no sorprenderme ante quien puede convocar, a pesar de ser tan mísero como es, la maravilla tantas veces? Anoto y callo. Ese es mi oficio.
Hay muchas historias íntimas, familiares. Por ejemplo evocas a tu abuelo, evocas los cuentos que te cuentan, los cuentos que te cuentas…
La memoria familiar, para mí, es tan importante como la memoria literaria. Las confundo a veces, la verdad; leyendo a Willian Shakespeare, por ejemplo su Lady Macbeth, recordé a una prima mía, de Paniceiros, a la que habían puesto de delegada en la escuela. Además, no hay que olvidarlo, el campesinado tiene una memoria prodigiosa. En los pueblos de Asturias todavía se asusta a los niños evocando a un tal Carixu como en otras partes se le dice Coco; pero resulta que Plubio Caro Carisio fue un general romano que ordenó, hace más de 2.000 años, lo que hoy llamaríamos una limpieza étnica. Escucho eso de “Va llevate Carixu” y sé que no nos limpiaron del todo.
La memoria familiar, para mí, es tan importante como la memoria literaria. Las confundo a veces, la verdad…”
¿En qué medida este es un libro que se alimenta de lecturas, de otros escritores?
Un poema siempre nace de otro poema. Una historia siempre se entrelaza con otra historia. A mí me gusta la literatura manchada de vida como me gusta la vida manchada de literatura (la frase feliz es de José Luis Piquero, un gran poeta que ha sido mi traductor al castellano en esta ocasión). La nieve y otros complementos circunstanciales es, muchas veces, una reflexión sobre las lecturas que iba haciendo o iba recordando. Si medito sobre la playa de Llucalcari, en Mallorca, donde fui tan feliz y estuve tan enamorado, ¿cómo no recordar cada accidente del alma de esa playa? Y entre los accidentes de ese alma, entre el cuerpo de la amada y el aliento del dios del mar, estaban salpicados de arena los versos de Robert Graves. ¿Aprender a leer la vida como se lee un libro? Bueno, en realidad en mi caso es justamente al revés. De todo aquello que te cuento, por cierto, lo único real que perdura son los poemas de Robert Graves. Ni el mar ni la amada de entonces –afortunadamente—están aquí conmigo; pero los versos, y mi viva con quien quiero, sí.
¿Qué te da la poesía, qué lugar ocupa en el diario y en tu trayectoria?
La poesía es el arte de reunir en unas pocas palabras toda la intensidad del mundo. La poesía –como narrador hablo y no como poeta—me lo ha dado todo, incluso procedimientos narrativos. Soy un lector devoto de poesía y a veces descorro el triple velo de la Diosa Blanca y escribo un poema, pero cada vez menos. Le debo más a Celso Emilio Ferreiro o a Francisco Quevedo que a Kafka o a Faulkner. Soy de natural tímido y me siento muy agusto en las fronteras. De no haber sido escritor me hubiese gustado ser contrabandista. De esos contrabandistas de vuestro Aragón que fornicaban a ambos lados de la raya.
Viajar siempre es una metáfora de la vida: sabemos nuestro destino pero nos demoranos, todo lo que podemos, en el trayecto”
¿Cuál es la importancia del viaje en tu escritura y en tu vida?
Decía Agustín de Hipona que sufrir en el presente no era demasiado importante; pero que haber sufrido en el pasado era lo mejor que le podía suceder a una persona. La misma relación la encuentro yo con el viaje: no importa tanto viajar como haber viajado. Viajar, por otro lado, siempre es una metáfora de la vida: sabemos nuestro destino pero nos demoranos, todo lo que podemos, en el trayecto.
¿Cómo vives la relación entre vida y literatura?
La vida vivida y la vida escrita a la postre se acaban pareciendo. A la taberna de Tuña, en Tineo, llegó un día un mercader con un borrico cargado con unos pellejos de vino. Un borracho los vio a la puerta y, frotándose las manos, dijo: “¡Cuántas palabras nuevas han llegado hoy!”.
¿Son los libros, podrían serlo, la mejor patria del hombre, la más segura, la menos fanática?
En muchos aspectos sí. Patria más segura no, puesto que los libros tienen la vocación y la virtud de la incertidumbre; menos fanática sin duda: quien lee a otro se hace otro puesto que leer es igualarse.
¿Por qué escribes en asturiano?
Ya te he dicho que a mí me gusta coleccionar identidades sin renunciar a ninguna anterior. Un coleccionista, ¿quemaría el cromo de Gento porque ha conseguido el de Villa? Pues no a no ser que sea tonto de remate. Escribo en asturiano y en castellano porque son mis lenguas y puedo y sé hacerlo. Todo me empujaba a no escribir en asturiano: pero yo leía y eso me acercó a la tentación de lo difícil y necesario. Quien no escribe por rebeldía no escribe para nadie.
Xuan Bello: “La verdad se construye con muchas mentiras”
LITERATURA ASTURIANA
El escritor asturiano reflexiona sobre la madurez en ‘Incierta historia de la verdad’
02/07/2019 10:15 Actualizado a 02/07/2019 16:55
Xuan Bello (Paniceiros, 1965) escribe en asturiano y lo continuará haciendo para convertirlo en algo normal. A los 19 años ya tradujo a Safo de Lesbos y, como miembro de la Academia de la Llingua Asturiana, ve el futuro de su lengua mejor que hace unos años, “porque se ha superado el prejuicio”.
Su obra cobró notoriedad en el 2002 con la Historia universal de Paniceiros , su pueblo natal de apenas medio centenar de habitantes, que convirtió en el centro del mundo. Ahora publica Incierta historia de la verdad (Rata), en traducción castellana propia y al catalán de Jordi Llavina.
En el libro hay dos elementos: “Uno es el viaje, como metáfora de la vida, y el otro es un espacio verbal donde un hombre envejece. Ese hombre soy yo e intenta hablar como un hombre y no como un libro”. Y puntualiza: “Es una colección de días, como los versos de Ferrater: ‘Sí, també faig col·lecció / de dies, però els tinc tots repetits’”.
El título anuncia una búsqueda de la verdad: “Siempre la he buscado, desde mi primer libro a los 16 años. Había una cierta inocencia, porque escribía en asturiano pensando que en esa lengua no se podían decir mentiras. ¡Yo venía de la catequesis!”. Y añade: “La búsqueda de la verdad es el objetivo de todo texto literario. Nos damos cuenta enseguida de que la verdad se construye con muchas mentiras, por eso es incierta la historia”.
En el libro habla de la posverdad, de Trump: “La misma técnica que usamos en la literatura, la utilizan otros en sentido inverso, hacia una mentira que favorezca su discurso político. Hay una relación directa entre la metáfora y el eufemismo”.
“El hambre guía la justicia en el mundo”, reflexiona cuando habla sobre los emigrantes. “La literatura habla del otro. Una tribu se convierte en nación cuando aparece la admiración por el otro, que ayuda a mejorar. La envidia, no”, apunta.
“Me preocupan los asturianos que han tenido que emigrar y ahora trabajan en Barcelona, por ejemplo. Y los senegaleses, por supuesto. Todos estamos en tránsito y, cuanto antes lo aceptemos, mejor nos irá”.
Sobre la madurez, afirma: “Según se van cumpliendo años, el cuerpo habla una lengua distinta de la del alma; empieza a haber interferencias y desazones. Pero también se necesita la enfermedad para saber quiénes somos”.
La hija del escritor aparece en alguno de esos días: “La paternidad tardía te obliga a mirar otra vez la vida con ojos de niño, y envejeces de otra manera”.
Bello, “un ateo de estricta formación católica”, habla de construir la Ciudad Justa, y aunque no se consiga, se vuelve a intentar una y otra vez. “Es una deuda que tengo con Narcís Comadira, porque esta idea sale de un poema suyo en que reflexionaba sobre las ciudades, que nacían de las ruinas de otras ciudades. En realidad somos constructores de ruinas”.
“Que haya ardido Notre Dame, y eso pónmelo entre comillas, es una suerte para la belleza: estoy seguro de que habrá arquitectos maravillosos que mejorarán lo que había. Lo discutiremos mucho, pero se producirá otra vez el milagro”, concluye.
ENTREVISTA A XUAN BELLO PARA EL CUADERNO DIGITAL
asturias21: Xuan Bello, humanismo e integración
"Dudo mucho de la integridad de un individuo que afirma que sólo tiene una identidad"
ENERO, 2018
/ por Pablo Batalla Cueto y César Iglesias /
«La batalla de salvar el asturiano es la de salvar las humanidades: el latín, el castellano o el inglés de Shakespeare frente al ‘basic English’»
Xuan Bello, Premiu Nacional de Lliteratura Asturiana 2017, ha publicado recientemente El llibru nuevu (Saltadera, 2017) , Escrito en el jardín (Xórdica, 2017) y pronto verá reeditado en la editorial Saltadera Historia Universal de Paniceiros, libro que ha supuesto su reconocimiento como escritor más allá, mucho más allá, del contexto asturiano. En esta amplia conversación en exclusiva para El Cuaderno, reflexiona sobre la creación artística, la hispanidad integradora o las identidades socioculturales y sus conflictos.
Nunca estuvimos en Paniceiros. Una pena, porque allí se aprende a mirar y sentir el universo. El nuestro y el de los otros. Y esa mirada y ese sentir, que ofrecen amparo para afrontar la intemperie de desabores, nos los trajo Xuan Bello (Tinéu, 1965). Su escritura, su palabra, su estar en el mundo nos ha permitido a sus lectores formar parte de la «resistencia íntima», en palabras prestadas por el filósofo Josep María Esquirol, y alistarnos en sus escuadrones en los que la única condición exigible es comprender al otro, al distinto, al prójimo, y donde sólo ondean las banderas epicúreas de la amistad y la verdad. Esto que sigue acabó siendo algo más que una entrevista, burlando en ocasiones los preceptos de la deontología periodística; un diálogo lleno de requiebros, de idas y venidas, que en su heterodoxia estilística concluye con unos versos en los que el alma poética del recientemente fallecido autor llanisco Pablo Ardisana se instala en la escritura de Xuan Bello. Ésta es una conversación a tres voces que tuvo lugar una mañana invernal en la casa del poeta tinetense, en Caces, parroquia del conceyu de Uviéu-Oviedo, donde más sinuoso se ofrece el río Nalón. Por compañía, el calor en la boca de un mencía berciano y una gata mimosa, Prúa, vocablo con el que los pixuetos, los naturales de Cuideiru-Cudillero, bautizaron al orbayu.
Xuan Bello escribe en asturiano. O en asturleonés, para ser filológicamente justos y precisos, una lengua de pobres que en ninguno de los territorios españoles en los que se habla y se escribe es oficial. Lo es el mirandés, un dialecto del asturllionés al que la República de Portugal reconoció en 1999 el rango de la oficialidad porque es el idioma en el que se comunican, se quieren y se odian unos 15.000 ciudadanos de varios concelhos de la región de Trás-os-Montes. Pese a ese esquinamiento social y lingüístico, Bello se ha convertido en uno de los autores más relevantes de las literaturas hispánicas de las últimas décadas.
Premiu Nacional de Lliteratura Asturiana 2017, Bello se dio a conocer a los dieciséis años con Nel cuartu mariellu («En la habitación amarilla»), al que siguieron más de una veintena de libros donde ha sabido mostrar cómo se las arregla un ser humano nacido en una aldea del suroccidente asturiano, Paniceiros, para comprender el universo y el tiempo que le ha tocado vivir. A su amplia bibliografía se han sumado en los últimos meses dos nuevos títulos: El llibru nuevu, con el que retorna a la poesía en verso después de dos décadas de silencio editorial, y Escrito en el jardín, un volumen que ve la luz primero en su traducción al castellano, donde copulan ensayo y ficción en una prosa poética impecable. No es la única novedad: Xuan Bello acaba de obtener el Teodoro Cuesta, veterano y prestigioso galardón de las letras asturianas, con Les isles inciertes.
César Iglesias.- Usted, Xuan Bello, nació en Paniceiros, ha escrito una veintena de libros, tiene una hija, vive en Caces (capital del desaparecido concejo de Ribera d’Abaxo), cuida una huerta… ¿y qué más?
Xuan Bello.- Muchas cosas más…. La primera dixebra de la identidad que a mí se me propuso, cuando era niño, fue la de xaldu frente a vaqueiru. Nací en un pueblo xaldu, pero el segundo apellido de mi madre era vaqueiro: Parrondo, concretamente. Mi padre, que era guardia civil y era de El Bierzo, tuvo que pedir varios permisos para casarse, no fuera a ser que se casara con una roja. Y el cura, que era una de las personas a las que tenía que consultar, le advirtió de que el apellido de mi madre era vaqueiro. «Ten cuidado», le dijo. Así que yo ya nazco con esa suerte de estigma que es mi primera identidad. Luego fui aprendiendo otras identidades. La de asturiano y la de español vienen muy a la vez; no tengo memoria ni una idea clara de cuál vino primero. Pero no me quedo ahí, sino que heredo otra identidad más en el pueblo de mi padre, que está en El Bierzo: mis abuelos hablaban gallego, los primos que tengo allí hablaban gallego, etcétera, y yo aprendo a entender gallego desde pequeño. Al principio me costó: era como llegar a una isla acústica donde todo se parecía a lo que hablaba pero no era exactamente lo mismo. Pero finalmente fui capaz de hablar gallego y eso me hizo añadir otra identidad más a esa colección. Después me hice asturianista, que fue uno de los grandes errores de mi vida: bastante tenía con ser asturiano como para encima hacerme asturianista (risas). Luego me marché a Portugal, donde terminé mis estudios y aprendí la lengua portuguesa. Tuve una vida allá un tiempo.
Pablo Batalla Cueto.- Algo portugués es también, ¿no es así?
X.B.- Algo portugués me siento, más por leídas que por vividas. Pero también un poco italiano, porque después también viví un tiempo en Italia, y la poesía de Saba y Pavese me acompañarán para siempre. La vida es una colección de identidades; lo es para cualquier persona. Fíjate, los abuelos de Sonia [Fidalgo, su mujer,] nacieron en Marruecos. Cuando desapareció el protectorado tuvieron que arrear e instalarse en Melilla; de ahí pasaron a Almería, a Córdoba y a Cataluña y un azar los trajo a Asturies a trabajar en la mina. También ellos fueron coleccionando identidades; también ellos fueron encontrando sitios en los que podían aprender una nueva identidad. El género humano es eso, y creo, por cierto, que España debería estar dándole una lección al mundo en este sentido, porque España son mil espejos tal vez con la nostalgia de ser uno solo, algo que nunca consigue pues la fragmentación es una consecuencia de la vida. El gran problema que tiene el mundo, vayas donde vayas, vayas a Frankfurt —donde he estado hace unas semanas—, vayas a Ontario, vayas a Nueva York o vayas a París, es la conciliación entre culturas. No hay un discurso fuerte de integración, y con integración no me refiero a asimilar al otro, sino ae ntender al otro, a que el otro te entienda a ti, a tomar del otro lo mejor, a que el otro tome lo mejor de ti y de disfrutar de esa convivencia. Vamos por muy mal camino: lo vemos en París, donde hay muertos, dolor y miseria moral. Y España, ya digo, debería darle una lección al mundo en ese sentido. Y Asturies, en particular. Los asturianos somos un pueblo especialmente acogedor.
C.I.- Lo del coreanu, el cazurru, etcétera, es un componente del mito del asturiano faltón. Había las Coreas, los Pénjamos, las barriadas donde emigrantes y asturianos, que también eran emigrantes de la aldea a la ciudad, convivían, pero no había la carga despectiva y xenófoba del métèque, del foriatu.
X.B.- Bueno, tampoco éramos tan santos (risas). La concepción del andaluz como vago, por ejemplo, está ahí. Y la de portugués como muerto de hambre. En lo que no se convirtió eso, creo, es en un discurso dominante en toda Asturies. En cuanto a la palabra foriatu, la primera vez que la escuché fue con dieciocho años y me produjo urticaria. Dudo mucho que pertenezca al asturiano patrimonial y desde luego, en un discurso elevado, no debería usarse frente a palabras patrimoniales como forasteru o estrañu. La expresión más neutra es «d’allá p’alantrones». Cantabria está «allá p’alantrones», y China también. Tan cerca y tan lejos.
P.B.C.- No hay un discurso como el del charnego en Cataluña.
X.B.- No sé cómo habrá sido en Cataluña, no creo que haya sido tan malo, vistos los resultados, ¿no? Al final todos somos ateos de estricta formación católica. Lo que pasa es que allí las cosas suceden de una manera distinta. Barcelona es una ciudad muy clasista y a la vez muy integradora. ¿Te imaginas a Roberto Bolaño viviendo en Xixón? A lo mejor habría sido feliz, pero no habría sido Roberto Bolaño, no habría escrito sus novelas. Pero bueno, hablando en general, en Asturies conseguimos armar un discurso de convivencia que es notablemente más avanzado que el que existe en otras partes, y eso es algo que deberíamos poner en valor. No sé cómo explicarlo, me da miedo teorizar sobre ello acaso por la debilidad que pudiera aparentar, pero hay algo éticamente superior en quien ha aprendido a amar la cultura de quien lo desprecia, algo que lo hace culturalmente superior a quien posee de serie esa cultura y la asume porque sí y no porque la haya aprendido a amar conciliándola con la suya. No digo que se ame a quien te desprecia, que eso sería un problema freudiano, de naturaleza obnoxia, algo así como negar nuestra propia realidad en función de la fuerza del Otro. Pero también se puede ser fuerte en la debilidad; a veces, más fuerte que quien detenta el uso legal de la violencia. Fijaos, hay un espacio en Asturies en el que la llingua asturiana es imprescindible para trabajar seas asturiano, andaluz, castellano o checo: la mina.
P.B.C.- Es cierto: en la mina la koiné es el asturiano, no el español. Hasta los mineros checos y polacos lo hablan.
X.B.- Claro, claro. Todavía ayer hablaba con un minero polaco que vive en Llaviana y que habla un asturiano perfecto. Y la comunidad rumana de Tinéu habla asturiano. Hablan lo que se habla en la circunstancia en la que están: es lo normal. También los asturianos hablaban francés o neerlandés en Bélgica, según donde cayeran. Pero me he ido por los cerros de Úbeda: me preguntabais qué soy. Soy padre de una hija —de esto estoy muy orgulloso— y presentador de televisión, periodista, lector; alguien que sigue teniendo una gran curiosidad por el mundo y ese otro que siempre va conmigo y que se tortura mucho con lo que escribe, porque a los quince años decidió ser escritor y tuvo la suerte de ir publicando aquí y allá lo que se le ocurría. Cada libro que he publicado ha sido una suerte de fracaso que me ha obligado a escribir otro para consolarme. Eso es algo que nunca he acabado de superar; nunca he sido capaz de decir: «Esta obra está perfectamente terminada y es útil para la gente que me lee». Soy una persona perpleja ante el arte. El arte del Otro me aporta consuelo, pero su confección por mí mismo no me aporta ninguno: todo lo contrario. Es un oficio en el que uno tiene que estar constantemente hurgando en sus propias obsesiones, que a veces son dolorosas por nimias que sean, y puede provocar consuelo en el lector, pero no en uno.
P.B.C.- Borges decía que tenía menos certezas que perplejidades. ¿Lo comparte?
X.B.- Absolutamente. Creo que lo compartimos todos. Certezas en esta vida sólo tenemos una, que es la de morir.
C.I.– Suele citar una frase de Chéjov, algo así como que un artista se interese por lo triste no necesariamente hace de él un alma en pena.
X.B.- Sí, sí, la cito mucho, porque es una frase que me gusta especialmente. Concretamente, Chéjov decía que la gente vitalista suele escribir cosas tristes y los humoristas, en cambio, ser gente muy pesimista. En mi caso es así: escribo sobre cosas tristes, pero siempre pido al lector que no se confunda; que el Xuan Bello que ahí aparece y parece al borde de la desesperación no es el Xuan Bello real que vive su vida.
C.I.- Hay mucha literatura triste, pero tan placentera e inquietante.
X.B.- Considero la literatura como un puente que se construye sobre el abismo. Uno de los tópicos de la literatura adolescente es reflejar abismos y caos existenciales terribles. Generar un caos es bastante fácil y no tiene demasiado mérito. Lo que tiene mérito, y no sólo tiene mérito, sino que es la piedra de toque de la literatura, es la construcción de un puente que lleve al lector —o al espectador de un cuadro o de cualquier otra obra de arte— sobre el abismo; que lo transporte de una orilla a la otra y lo ponga a salvo. Creo en la literatura como consuelo, no como aguijón que lleve a las personas hacia el abismo. Creo que la literatura tiene que ser fundamentalmente útil. Como un carpintero hace una silla, un poeta hace un poema. Y en ese poema, el lector tiene que poder sentarse. Tan importante es el deber de cortesía que el autor debe de tener con el lector como la capacidad de un lector educado ha de tener para ser interpelado. Sólo así se consigue el poema. Un poeta hace autorretratos, pero no suyos, sino del lector.
C.I.- ¿Cómo es la responsabilidad de ser Xuan Bello? ¿Cómo es convertirse, en un momento dado, en el escritor oficial de una lengua camino del cementerio? ¿Fue buscado o se lo impusimos los lectores?
X.B.- A cada uno le toca lo que escoge y lo que le toca. Esto me lo preguntaron ya en la primera entrevista que me hicieron aquí en Asturies cuando se publicó la Historia universal de Paniceiros y empezó a tener cierto éxito fuera del ámbito de las letras asturianas. Me lo preguntó un amigo, pero me pareció una pregunta muy, muy, muy injusta: ¿cómo iba a ejercer ahora —me dijo— el papel de embajador de la literatura asturiana? No soy ningún embajador. A mí el Principado de Asturias no me paga por ser embajador de Asturies. Soy un escritor que empezó a escribir en lengua asturiana porque la libertad de elección que existía en el país se lo permitió, y que después siguió escribiendo en esa lengua, y se empeñó en hacerlo, porque quiso, no porque se sintiera obligado, ni porque nadie le obligara. A Ricardo Menéndez Salmón, a quien admiro, nadie le plantearía como objetivo ser embajador de Asturies ni de nada por ser un creador asturiano que escribe en castellano. Él es escritor y punto. ¿Por qué a mí ha de exigírseme ser algo más? En Asturies se ve distinto al escritor que escribe en castellano que al escritor que escribe en asturiano, y eso se debe en parte a un cierto paletismo. Y lo digo así: paletismo; cierta falta de cultura y de mundo que tiene alguna gente aquí en Asturies. Esto me recuerda una anécdota terrible que me contaba Miguel Rojo de cuando recibió en L.luarca un premio de cuentos. Se otorgaba un millón de pesetas a la mejor obra en castellano y 500.000 a la mejor obra en lengua asturiana.
C.I.- Como siempre.
X.B.- Exacto. Miguel llegó a la entrega del premio, se presentó, dijo que estaba muy contento por recibir aquel premio y de repente el concejal de Cultura de turno dijo: «Bueno, pero tenemos que esperar por el escritor, que todavía no ha llegado». Se refería al ganador del concurso en castellano, que sería uno de esos ganadores de concursos profesionales, mucho ruido y pocas nueces. El escritor era él; Miguel Rojo, quién sabe lo que era para ese concejal y los que le acompañaban.
C.I.- Usted ha escrito alguna vez que el mayor problema que tenemos los asturianos es un exceso de ser que nunca se transforma en nada mejor. Lo vinculo a ese grandonismu fatu, absolutamente vacuo, tan típico de Asturias.
X.B.- No sé. Mirad, hay cierta intelectualidad asturiana que hace de menos lo que sucede en Galicia. Eso es algo que no entiendo de ninguna manera. Galicia, desde mediados del siglo XIX, es Murguía, son literatos como Rosalía de Castro, como Curros Enríquez, como Eduardo Pondal y como otros intelectuales que a los asturianos se nos hacen enormes, porque esponjaron la cultura gallega de una manera asombrosa y situaron a Galicia en la Galaxia Gutenberg. He escuchado muchas veces, con respecto a ésta y otras cosas, diferentes variantes de: «Bueno, pero nosotros somos más». ¿Somos más cómo? ¿Cómo podemos ser más sin un Cunqueiro o un Ánxel Fole? Sin un Celso Emilio Ferreiro, ¿cómo se vive? Se me dirá que los asturianos prefirieron contribuir a la gran cultura española, con Clarín y Pérez de Ayala, por ejemplo; pero es que en Galicia también estaba la propia Rosalía escribiendo en castellano; o Curros Enríquez, que cuando escribe en español se antecede al modernismo; o don Ramón del Valle-Inclán…
P.B.C.- A mí, de Asturias y de la manera que tenemos los asturianos de ejercer nuestra identidad, siempre me ha llamado la atención la cierta esquizofrenia que manifestamos entre ese grandonismu que comenta César y un complejo de inferioridad igual de evidente. Las dos cosas conviven en la psique asturiana en una extraña armonía.
C.I.- Somos a la vez xenófobos y endófobos.
X.B.- Sí, sí, aunque creo que el principal problema de Asturies en este momento es la endofobia, el odio hacia lo propio que determinadas élites promueven. He visto a representantes políticos bailando al son de un tambor senegalés a los que dar la mano al vecino en la Danza Prima (baile tradicional asturiano) les daba urticaria; y he visto alabar el acento andaluz en una novela y despreciar por lo mismo el asturiano en otra. Creo que han tenido mala suerte en lo sentimental y afectivo.
P.B.C.- Se dice con desparpajo que «Asturias es España y lo demás tierra conquistada», y hay toda otra serie de chascarrillos del mismo jaez sobre la grandeza sin par de Asturias, pero a la vez nos avergonzamos de nuestras señas de identidad; por ejemplo, de algo tan fundamental como la lengua.
C.I.- Hay toda una mitología que va desde el covadonguismo al babayismu de pegatina.
X.B.- Ahí estamos hablando de ideas políticas. Ya va siendo hora de revisar las teorías de Menéndez Pidal y de Ortega sobre España. Menéndez Pidal era un gran filólogo, pero un filólogo con causa. Encomendó su vida, su sabia vida, a demostrar que la Edad Media española no era menos que la Edad Media francesa. Y Ortega, a mi juicio, se confundía mucho cuando decía que a los catalanes (y a todos los que no somos castellanos) hay que conllevarlos. Es como establecer un código de hipocresía: a esta gente hay que aguantarla, no tenemos más remedio, decía. Estoy más con Azaña, que lo veía como un problema político que debía solucionarse políticamente. Vamos a ver: yo no niego, ni creo que tenga ningún sentido negar, que la lengua castellana sea vertebral en la península ibérica y por su fortuna histórica en buena parte del mundo. Es un hecho histórico, una realidad que no hay que interpretar tanto de Norte a Sur como se ha hecho, por esa épica de la Reconquista, como de Este a Oeste, que sería la lírica de la vertebración. ¿España nació porque había que expulsar del santo sepulcro de Pelayo a los infieles? No sé, no tengo datos suficientes para demostrar eso. Lo que sí sé es que la gente de las juderías de Zamora, Toro y Carrión de los Condes, que hablaban en asturleonés, se entendían con los de Burgos y Vitoria, que hablaban en un dialecto castellano, y éstos con los de Ejea de Caballeros y Zaragoza (que hablarían en su aragonés pero ya empezarían a asumir como propia de su clase una koiné determinada). Si miramos a los escritores determinantes en lo lingüístico del siglo XIV y XV, pues resulta que, cuando menos, según nuestro gusto aceptado actual, son casi todos judíos o muy cerca de la judería anduvieron. El español (que anuló en buena parte al dialecto original castellano) nació por una necesidad económica, como todas las lenguas. Pero el hecho es que nosotros seguimos aquí hablando en asturiano en el siglo XXI, y por algo será. Nuestra lengua llegó hasta la sierra de Aracena, en Huelva. En Aracena quedan aún unas pocas palabras asturleonesas además del mejor jamón del mundo. ¿Por qué rápidamente una parte del territorio se castellanizó y otra no? Hay que buscarle un encaje a esa fidelidad, a esa lealtad. En cien o doscientos años, se castellanizó todo su territorio excepto el que albergaba el Conventum Asturum, las actuales provincias de Asturias, León y Zamora, más Miranda de Douro. Esto no se ha explicado ni desde la historia ni desde la filología. La materia, pienso ahora, puede iluminarla la sociología o alguna rama de ésas de la antropología que estudian las relaciones desde la economía. Se ha descrito, pero no se ha explicado. Hace menos de una semana estuve en Sendim, en Miranda de Douro, en Portugal, donde se habla (cada vez menos, pero se habla a partir del tercer vino) asturleonés. Tienen un restaurante muy bueno, Casa Gabriela, con un plato único, la puosta mirandesa, una carne de xatu increíble (ellos al xatu le llaman vitiella) con una salsa maravillosa. Lleva ajo y vinagre, jugo de carne, perejil y no puedo decir más porque más no me dijeron de sus ingredientes secretos. Pero me lo dijeron en asturleonés, «porque als asturianos lles presta muito que falemos como siempre falemos ls d’esta casa». Y dicho esto, que me gusta dar vueltas a mi noria particular, a mí me atrae mucho ese concepto cultural, social y económico que es la hispanidad, cuyo potencial aún está por desarrollar, y en el que tenemos sin duda un sitio.
C.I.- La hispanidad es un privilegio.
X.B.- Seguir siendo es un privilegio. El español vertebra un privilegio, sin duda, pero porque tiene la fuerza de muchos. Sin la literatura catalana, ¿el prestigio de la cultura española sería mayor o menor en México? Lo cierto es que lenguas hispánicas también lo son el asturiano, el catalán, el aragonés, el gallego (con su variante asturiana, que la hay hasta el Navia), el quechua, el aymara…. Todas esas lenguas no agreden a la hispanidad, sino que enriquecen el corpus de la hispanidad.
C.I.- El nacionalismo español es muy poderoso en muchos aspectos, pero siempre ha sido muy vacuo intelectualmente. Hablan por ejemplo del catalán como de una lengua ajena a la hispanidad, y eso, más que a nadie, favorece la dialéctica de los puños, al discurso España versus Cataluña, que sólo envalentona a los nacionalistas de patio de colegio.
P.B.C.- Aunque sea en negativo, ese discurso confirma el de los independentistas; les reafirma en la idea de que lo español y lo catalán son mundos distintos y opuestos.
C.I.- El catalán es algo mío, lo percibo como propio, igual me pasa con el castellano, el euskera o el aranés.
X.B.- Más que del nacionalismo español, habría que hablar de ciertas torpezas. Recuerdo cuando estaban empeñados en reconquistar la unidad de España sacando a la pérfida Albión de la península. ¿Qué hicieron para recuperar el peñón de Gibraltar? Poner vallas para que no pudiera pasar la gente. Oiga, si usted quiere que esa gente vuelva, lo que tendrá que hacer es permitir y facilitar el paso para que la gente hable y comercie, no impedirles tratarse. Hay ciertas identidades que no se conciben a sí mismas como pasaportes, sino como contraseñas: eres español si hablas español. Eso nunca fue así. En Filipinas, en 1898, había muchos españoles que no hablaban una palabra de español. Y digo Filipinas como podría decir Mallorca o Asturies, donde también había gente —y estoy hablando de mayorías, no de minorías— que no hablaba ni una palabra de español y era tan española como la que más. A mí me parece bien que todos aprendamos la lengua vertebral, pero ellos también deberían aprender algo de las otras. ¿Tan malo sería que un chaval de Valladolid o de Cabra (Córdoba) supiera que gabon significa «buenas noches» en euskera, o supiera decir bona nit o bonos díes, o supiera que en Asturies decimos les vaques? ¿Tan horrible sería que el sistema educativo español enseñara a todos los niños españoles eso que también son lenguas españolas? Mirad, cada cierto tiempo, en Italia se publica una antología canónica muy consensuada y discutida y que se convierte en indiscutible: en ella, la mayoría de los poetas escriben en italiano, pero muchos otros en otras lenguas italianas. Esto es así, no sé porque aquí no se ve.
Xuan Bello (Paniceiros, Tineo, 1965)
C.I.- Efectivamente, en Asturias hay una seña de identidad negativa que es el grandonismu, que en lo gastronómico se manifiesta en el tópico del cachopo y a veces se estira hasta el horterismo más salvaje: esas pegatinas tipo «Con fabes y sidrina nun fai falta gasolina». Después hay otra seña de identidad negativa, más vinculada a la izquierda, que es el espíritu de la Asturias borracha y dinamitera. Pero hay otras dos señas de identidad que se contraponen a éstas: una es la señaldá, un concepto sentimental, casi ontológico, que nos define, y la otra se resume en una frase: «Ye lo que hai», que algunos entienden como rendición, pero que otros interpretamos como un alegato heredero de Epicuro.
X.B.- Sí, puede ser. Pero mira, hace unas semanas el periódico en el que yo trabajo, El Comercio, publicó un editorial sobre la cooficialidad del asturiano que estaba razonablemente bien; que era muy realista, estaba muy bien escrito y que venía a decir que la cooficialidad podía ser algo bueno, pero sólo en tanto fuera el resultado de un consenso transversal; pero que también decía una cosa con la que no estoy de acuerdo, que es que hay que renunciar a cualquier tipo de ingeniería social. No sé desde cuándo el Estado tiene que renunciar a la ingeniería social. Una de las obligaciones del Estado es aportar conceptos culturales críticos a la gente a fin de ayudarla a convivir. La ingeniería social es muy importante.
P.B.C.- Es la Ilustración.
X.B.- Es la Ilustración, efectivamente. Cuando algunos dicen eso de que no se puede manipular a los niños, siempre pienso: hombre, manipular es una palabra muy fea, pero, ¿qué hay de malo en enseñar a los niños a querer, a estimar, lo propio y lo ajeno? Ésos deben ser los objetivos fundamentales de cualquier escuela progresista que aspire a formar gente inteligente y que sepa razonar y no meros obreros al servicio de un sistema económico.
C.I.- Eso sí es hacer ingeniería social.
X.B.- Sí, pero una ingeniería social odiosa, filonazi y de la que estoy claramente en contra. Todos esos tópicos que comentabais antes, ese conjunto de pegatinas sobre les fabes y la sidrina y la Santina de Covadonga, nacen de un contexto determinado y de una ingeniería social determinada, que fue la del franquismo. Esas pegatinas, esa forma de identidad asturiana, beben mucho de cómo el franquismo interpretaba las culturas particulares y para qué entendía que debían valer. Lo curioso es que en Asturies, al contrario de en otros territorios de España, no hubo una ruptura cultural con el franquismo en ese sentido. Esa política cultural franquista fue asumida acríticamente por muchos sectores, no sólo de la derecha, sino también de la izquierda, y llega hasta nuestros días. Hay determinados razonamientos que siguen siendo los de la Diputación; los de aquel jerarca del fascismo que fue delegado provincial aquí y que tenía una frase para mí maravillosa: «¡Cuánto marisco hay que comer para llevarse los garbanzos a casa!» (risas).
P.B.C.- Hay otra idea de Asturias que es completamente transversal, porque la tiene la derecha y la tiene la izquierda, y que consiste en entender Asturias como una suerte de reserva espiritual de España; como la región que, cuando España está en peligro, se echa a España a la espalda y la salva del desastre. Esa idea es la que está detrás del mito de Covadonga, pero también del de Octubre del 34.
X.B.- Tendríamos que revisar muchos mitos para darles nueva vida o matarlos definitivamente o al menos ponerlos en cuarentena crítica. Están los mitos, la interpretación que hacemos de los hechos, y los hechos. Y lo que advierto es que en este territorio, por razones que a mí se me escapan, ha existido históricamente esa vocación de españolidad. La vinculación que con España tienen Asturies, León y Zamora, probablemente sea superior a la del resto de comunidades que forman el Estado. El problema está en cómo conseguir que eso vaya en beneficio de los otros, pero también en el propio.
P.B.C.- El lema acuñado por el padre del andalucismo, Blas Infante: «Andalucía por sí, para España y la humanidad». Aquí tenemos claro el «para España y la humanidad», pero no existe una Asturias para sí.
X.B.- He llegado a escuchar, hará año y medio, al presidente Javier Fernández decir que él no estaba al frente del Gobierno de Asturies para defender los intereses de los asturianos. Si no está para eso, ¿para qué está? Y ojo, considero a Javier Fernández un político inteligente que ha hecho cosas en defensa de los intereses de Asturies. Pero por alguna razón, él tiene y manifiesta tener una idea de su papel en la que esa defensa es secundaria.
C.I.- Tal vez sea Javier Fernández uno de los políticos con mayor solidez y sensibilidad intelectual. Es ingeniero de minas, pero confiesa que su anhelo personal era haber ido para profesor de literatura o de historia. Una especie de ingeniero benetiano, que devora poesía, filosofía…, lo que se le ponga por delante. Y además, cuando escribe, lo hace con un anhelo ensayístico envidiable. Pero no sé muy bien porqué es incapaz de incorporar a su discurso ilustrado una sensibilidad por lo propio, por su cultura materna.
X.B.- A mí al finalizar una entrevista me dijo en broma que no asumían el asturianismo cultural porque entonces ganarían por goleada y no habría oposición.
P.B.C.- Tenía que dejar algo para los demás (risas).
C.I.- Javier Fernández habla asturiano, un asturiano amestáu, fruto de la diglosia.
P.B.C.- ¿Sí? Me cuesta imaginármelo hablando asturiano, la verdad.
C.I.- Sí, sí. Tampoco es nada raro: es de Mieres, uno de los concejos asturianos donde más asturfalantes hubo y hay.
X.B.- El presidente Javier Fernández es, y lo es a mucha honra, Javierín el de les Cases Barates. Y es una persona inteligente, pero con una formación que como la de cualquiera, como la mía propia, viene trufada por lo que le ha tocado vivir. En los años cincuenta y sesenta, cuando la gauche divine asturiana —a la que yo llamo la gocha divina (risas)— empezó a plantear una visión distinta del mundo y a actualizar la lucha antifranquista, tenían mucho peso personalidades concretas. Uno de ellos era un señor que se llamaba Pedro Caravia, que era discípulo discreto de Ortega y Gasset y que, no sé si muy conscientemente o por necesidad de ocupar un lugar, fue sembrando de prejuicios ese discurso cultural nuevo que se estaba generando. Él vivía en Colunga, no recuerdo en qué pueblo…
C.I.- Gobiendes.
X.B.- Gobiendes, eso es. Pues bien, él pasaba el fin de semana y los veranos en un ambiente absolutamente asturfalante, o no, qué sé yo. Pero estaba desterrado de la Villa y Corte, y cada vez que llegaba a Casa Bango, en El Fontán, y se ponía hablar en castellano, sentía la necesidad de ridiculizar toda perspectiva asturianista que hubiera. En aquellas tertulias se formó gente que después sacó adelante un discurso muy endófobo. Recuerdo haber leído que si alguien le llegaba con una traducción de Descartes al asturiano se las tendría que ver con él. Uno se pregunta, inocentemente, ¿qué hay de malo en traducir a Descartes a cualquier lengua? Pues bien, para él sí lo había, y mucho, y como tenía alguna gracia decía: «Quieren por lengua un balbuceo, un babillage de subnormal». Caravia, a quien no conocí, pero sí leí, tiene páginas maravillosamente escritas, pero practicaba esa endofobia y tuvo una gran influencia en gente que después fue determinante en el diseño cultural de la autonomía asturiana. Y fue una pena, porque en Asturies también vivía otro discípulo de Ortega que se llamaba Fernando Vela y que era una persona muy inteligente y que no tenía esos prejuicios hacia la lengua asturiana porque había sido, entre otras cosas, el Aduanero en Tánger; aquél que llevó sobre sus espaldas el peso de la Revista de Occidente en el exilio. Fue él quien introdujo en el vocabulario científico de Ortega la palabra afayadizo, sobre la que después Ortega escribió unas páginas maravillosas. Vela estaba atento a lo que hablaba la gente, pero su magisterio no primó sobre el de Caravia, entre otras cosas porque prefirió hablar en una zapatería de Llanes que en un chigre de Oviedo.
C.I.- No pontificó ante las futuras élites.
X.B.- No. Y ya digo, fue una pena. Pero toda esta cuestión nos demuestra que los rasgos culturales no son inevitables; que nada de esto viene de una raíz amarga del ser asturiano. No, no: son construcciones diseñadas por una élite a la que en un momento determinado le parece útil que la gente se comporte así. En Galicia, a través del concepto de saudade y de otros, intentaron otras cosas, pero aquí sucedió eso.
P.B.C.- Una de las desgracias de Asturias es que el antiasturianismo prendió en gente muy inteligente e influyente por lo demás: Gustavo Bueno, Emilio Alarcos…
X.B.- Pero igual que el antiirlandesismo, y el antigalleguismo, y el antibretonismo… Julio Camba, que es un escritor que admiro una barbaridad, no desaprovechaba ocasión para ridiculizar a quienes escribían en gallego.
C.I.- Ahí está el caso de James Joyce, por ejemplo.
X.B.- James Joyce no fue antiirlandesista, aunque sí un anti nacionalcatólico, lo que entonces era fácilmente asimilable a un nacionalista irlandés (el único que no respondía a ese esquema, por socialista, era Sean O’Casey, a quien Joyce menospreciaba ampliamente). Los poemas de Joyce, muy buenos, aquéllos de la música en el agua, tienen un eco claro en la poesía celtista de Yeats; y Finnegans Wake, admirablemente traducido por Marcelo Zabaloy, ¿no es el intento de reproducir la lengua del Otro, la que ni siquiera sabes a medias? En un cuento que escribió en Dublineses, a uno de sus personajes le recomiendan que en vez de leer a Aristóteles o viajar al extranjero aprenda la lengua materna. Y ese personaje, desolado, se va a Roma (estoy fabulando) buscando ese rincón donde florece el limonero en Irlanda. El caso es que eso que leyeron, mal traducido en la versión de José María Valverde, que no lo podían entender porque no había dios que lo entendiera, se interpretó como dogma de fe. El secreto estaba en menospreciar al Otro y daba igual, a una altura de la cazalla bebida, que el Otro fuese alguien próximo.
C.I.- ¿Recuerda aquellos carteles de Lliberación contra el filósofo Gustavo Bueno y el lingüista Emilio Alarcos por su beligerancia genital contra la oficialidad del asturiano?
X.B.- «Ésta ye la cara que tienen», decían. ¿Cómo no me voy a acordar? Bueno, Alarcos y José Evaristo Casariego (historiador y líder del carlismo asturiano), del que por cierto recuerdo una anécdota simpática. A los que hicieron los carteles no les costó trabajo encontrar, a través de los periódicos, fotos de Gustavo Bueno y de Emilio Alarcos, pero de Casariego no eran capaces de dar con una. El caso es que un día se lo toparon por la calle y lo abordaron: don Evaristo, verá, vamos a sacar un cartel contra usted y otros diciendo «esta ye la cara que tienen», pero no tenemos una fotografía suya. ¿Podríamos hacérsela? Les dijo Casariego: «Por supuesto», y se la hicieron. Luego los diseñadores del cartel le añadieron una boina roja, la boina carlista, y yo, tiempo después, hablé con Casariego y me contó que una de las cosas de las que más orgulloso estaba en la vida era aquélla: que se hubiera empapelado Oviedo, Gijón y Avilés con una foto suya con la boina carlista (risas).
C.I.- Juan Cueto, fundador de Canal Plus, ensayista y columnista de El País, pero también de Asturias Semanal y de Los Cuadernos del Norte, simboliza muy bien el relato que estamos haciendo de las élites intelectuales asturianas de la última mitad del siglo XX. Cueto tiene un libro precioso, esencial, que es la Guía espiritual de Asturias, en el que da una visión de Asturias como nación cultural. Sin embargo, en un momento dado vio incompatible su cosmopolitismo con su asturianismo ilustrado.
X.B.- A Cueto el único ingrediente que le sobraba era el asturiano. Pero creo que no le sobraba del todo, ¿eh? Él lo veía como una herencia que no había prosperado, pero no era en ese libro especialmente refractario al pensamiento ecolingüista. En un primer momento, Alarcos también actuó así. Cueto siempre ofreció al otro la libertad de hacer. Hizo otras cosas, y en su derecho estaba, pero no se ofendía porque otros hicieran cosas distintas.
P.B.C.- Siempre me he preguntado por qué ese antiasturianismo sereno, ilustrado y respetuoso brilla tanto por su ausencia. Lo que uno suele encontrarse es lo contrario: un hooliganismo, una visceralidad, un desprecio, absolutamente desatados y que yo nunca he alcanzado a explicarme. Alarcos, Bueno y compañía descuidaron sus propias carreras volcando todos sus esfuerzos en esa guerra que incluso desde unos presupuestos españolistas no tenía mucho sentido ni iba a ningún sitio.
X.B.- Gustavo Bueno, hay que ver de dónde viene. Él viene de muchas fuentes y entre otras del pensamiento de Falange Española. Y no lo digo peyorativamente: con José Antonio Primo de Rivera hay que discutir. Simplemente constato un hecho: él viene de ahí, y por otro lado su vinculación sentimental con Asturies era la que era.
C.I.- Veraneos en Niembru y ya está.
X.B.- No lo sé. También estaba la Facultad de Filosofía y Oviedo. Lo que quiero decir es que su vinculación sentimental con otra Asturies, que a mí me parece igualmente importante, no existía. Esto no es malo en sí, puede tener hasta rasgos enriquecedores, pero se expresó por su boca o por boca de ganso en forma de argumentos dialécticamente muy violentos y muy poco convincentes.
P.B.C.- El caso es que hay asturianos que sí que tienen una vinculación profunda con Asturias y que no vienen, ni mucho menos, del mundo falangista y sin embargo también profesan ese hooliganismo. Puedo entender que a alguien no le importe lo más mínimo la suerte del asturiano, y también puedo entender una oposición serena y razonada a la cooficialidad, aunque mi postura sea favorable. Pero eso es algo que me he encontrado muy pocas veces en la vida. Me he encontrado lo contrario, ya digo: gentes moderadas por lo demás abominando del asturiano con una furia lindante con el infarto.
X.B.- ¿Estás seguro de que no tiene que ver con Falange? Nada hay en la España actual, empezando por el independentismo actual, a lo que Falange le sea ajeno. Eso lo relaciono con algo que hay que analizar muy sosegadamente y que hace unos años quedó demostrado con el nacimiento de Foro Asturias, el partido de Francisco Álvarez-Cascos, y con cómo Foro ganó de golpe las elecciones: no hace falta rascar mucho para que aparezcan posiciones políticas que podrán ser lícitas, pero son durísimas. Estos argumentos de prietas las filas tienen un tremendo gancho popular en determinados sectores de la población e individuos que en nuestro caso, curiosamente, se interpretan a sí mismos como la Asturies auténtica. Ahí está Cherines Fernández, la portavoz del PP asturiano, tachando a los diputados de IU, Concha Masa y Gaspar Llamazares, de forasteros, para recriminarles que defiendan la oficialidad del asturiano. ¿En qué cabeza cabe eso?
P.B.C.- Llamazares lleva toda la vida en Asturias; nació fuera por el destino laboral de su padre, médico.
X.B.- Y si no llevara toda la vida, ¿qué? ¿No puede defender el asturiano por ser de fuera? Es tremendo. No conozco a esta señora, nunca he hablado con ella. Cuando le leo cosas como esa, pienso: «Esto se ha transcrito mal, es una frase que se ha sacado de contexto». Pero nunca la he visto matizar y esa acusación es grave.
P.B.C.- Al final la derecha española practica el mismo nacionalismo excluyente que dice denunciar.
X.B.- Efectivamente. El asturianismo no nació con vocación de excluir, sino con vocación de integrar y de integrarse. ¡La reivindicación estrella es la oficialidad! A mí a veces me daba hasta vergüenza: ¿qué hago yo, que vengo de una corriente ideológica filoanarquista, gritando «¡oficialidad!» por la calle? (risas).
C.I.- Permitidme volver al tema de las élites. En Asturias Semanal se formó toda una élite intelectual que no tenía nada que ver con Gustavo Bueno, aunque muchos fueran alumnos suyos —el propio Juan Cueto—, y que desarrolló un discurso asturianista heredero de los ilustrados del XVIII. Incluso hicieron propuestas temerarias para el esencialismo astur, como aquella portada en la que se proponía cambiar la letra del himno de Asturias, con renuncia a «subir al árbol y coger la flor». No sé si os acordaréis.
X.B.- Yo, de las portadas de Asturias Semanal, recuerdo una en la que Alarcos decía que había que salvar el bable.
C.I.- Cierto. Había esa élite cultural —esa vanguardia, por decirlo en términos leninistas— que era favorable a todas estas cosas y que en un momento dado cambió completamente y se echó para atrás.
X.B.- O los echaron para atrás. En Asturies, en los ochenta, hubo un fenómeno cultural maravilloso, expresado en castellano, que dirigía Juan Cueto y que se llamó Los Cuadernos del Norte. Era un proyecto con una potencia cultural asombrosa y asentó a Asturies en el centro de la discusión universal en aquel momento. Ahí aparecían cuestiones locales de otros sitios y cuestiones locales de este sitio; el cine de Godard y los conxuros de Tineo.
P.B.C.- Lo glocal, que acuñó Cueto.
X.B.- Eso es. Un proyecto maravilloso y en el que supongo que con el tiempo habríamos aparecido nosotros. En 1982 no podía ni soñar con escribir una reseña en los Cuadernos del Norte; me faltaban muchos años de formación para poder hacerlo, pero supongo que hubiéramos acabado llegando. Publiqué un poema, eso sí. ¿Qué sucedió? Que aquel proyecto cultural fuerte, que tenía rasgos asturianistas y otros, en un momento dado se dinamitó. Y no se dinamitó por esos rasgos asturianistas, ése no fue el motivo. ¿Quién lo dinamitó? Pues quien lo dinamitó todo para hacerse con el poder. El señor José Ángel Fernández Villa, el líder del sindicato minero SOMA-UGT.
C.I.- Exacto. Siempre digo que la alianza entre la tía Nemesia [familia del ex líder del PP asturiano Isidro Fernández Rozada] y el clan del SOMA fue terrible. Siendo ágrafa, tuvo una fuerza intelectual que abruma.
X.B.- Tuvo una fortaleza tribal; intelectual, aunque le pongas comillas, no me atrevo a decirlo. Pero bueno, a lo mejor Fernández Rozada tenía razón cuando decía que le había enseñado aquella carta en la que lo invitaban a un acto a una tía que era asturfalante y la tía Nemesia, que supongo que en paz descanse, no había entendido nada. Seguramente la tía Nemesia no sabía leer aquella carta, escrita de una forma tan gongorina que no era la más adecuada para invitar a nadie a un acto público o a tomar un vino. Y sí, cuando el ex presidente del Principado Juan Luis Rodríguez-Vigil decía que la política asturiana se hacía alrededor de una mesa camilla, tenía más razón que un santo. Rodríguez-Vigil, por cierto, es otro de los grandes herederos de aquel proyecto asturianista truncado. Él no tenía el asturiano dentro de su horizonte de expectativas, ni mucho menos, pero sí que tenía un planteamiento en el que indefectiblemente hubiera acabado teniendo una cabida honrosa la lengua asturiana. Pero con eso fue con lo que acabaron los Villa y compañía. Es un poco aquello de Manuel Llaneza (fundador del SOMA): «Don Manuel, ¿cuándo vamos a subvertir todas las reglas y a abolir la propiedad privada?». «Cuando podamos. Mientras no podamos, pactamos» (risas).
C.I.- El no toca es un mantra para todo. A mí, la reapertura del debate sobre la oficialidad del asturiano me rejuvenece, es un retorno al pasado.
X.B.- La diferencia es que ahora nuestras posiciones están mucho más pulidas por la experiencia de la que entonces carecíamos, y ahora no entramos a determinados trapos. Nos llamaron de todo. Llegaron a cuestionar nuestra heterosexualidad, que es algo que a mí siempre me divirtió muchísimo. Aunque no soy homosexual, la verdad es que me hubiera gustado que me tentara.
P.B.C.- Algo tendrá el agua cuando la bendicen (risas).
X.B.- Claro, algo tendrá la homosexualidad cuando hay gente a la que le gusta tanto. Bueno, pues dijeron eso, y también dijeron que estábamos en esto por robar dinero público.
P.B.C.- El argumento, también desoladoramente recurrente, de que los asturianistas sólo lo son para pescar subvenciones.
X.B.- Que es un argumento curioso, porque aquí lo único que se subvenciona, y poco, es la industria del libro; a la imprenta y al editor. Nunca un escritor en asturiano ha tenido una subvención asturiana.
P.B.C.- Y a lo mejor debería tenerla. ¿Qué tienen de malo las subvenciones a escritores?
X.B.- Nada. De hecho, en Suecia, en Dinamarca, en Islandia, en Letonia, en Lituania, en Alemania, en Francia, los escritores sí tienen ayudas públicas. También las hubo en España: unas ayudas a la creación del Ministerio de Cultura que después desaparecieron. Yo recibí una hacia 1994 que agradecí mucho porque aquellas 700.000 pesetas me permitieron ser escritor. Me las dio el Gobierno de España de la altura, que no veía ningún inconveniente en que escribiese en asturiano. Porque eso de que el problema del asturiano es el centralismo… Algo habrá, pero el problema está aquí en casa. En Madrid tengo que explicar es por qué el asturiano no es oficial. Dan por supuesto que lo es.
C.I.- Noruega, por ejemplo, para que perviva una lengua hablada por cinco millones de personas dedica mucho dinero a que se escriba en noruego, y ésa es la razón de que exista un fenómeno de éxito internacional como Mi lucha, una novela de seis tomos escrita por Karl Ove Knausgård, que ha sido traducida a varios idiomas. En Noruega, para que perviva su lengua, al Xuan Bello vikingo el Estado le diría: «Oiga, deje de hacer periodismo y televisión y dedíquese a escribir».
X.B.- A mí me gusta el periodismo. Sobre Escandinavia, fijaos, IKEA, que es sueca, compra 1.000 ejemplares de todos los libros que se publican en sueco. Son los que adornan las estanterías de ese establecimiento. Por cierto, hay una cosa curiosa que no sabe la gente, y es que una de las primeras veces que se impartió asturiano en una escuela pública fue en Noruega. Sucedió cuando a Luis Salas Riaño, uno de los fundadores de la tertulia Óliver, que vive en Noruega desde hace años y es filólogo de formación, le llegó el momento de matricular a sus hijas en la escuela pública. Allí, en ese momento, te preguntan dos cosas: por un lado, si quieres que el niño se escolarice en bokmål, que es el noruego literario y en esencia un danés norueguizado, o nynorsk, que es un nuevo noruego basado en los dialectos populares; y por otro, cuál es la lengua materna, familiar, del chaval. Él puso que era el asturiano, y a los cinco días recibió una carta en la que le decían: mire, hemos estado buscando denodadamente profesores de asturiano y no hemos encontrado ninguno, pero tenemos la obligación de dar a sus hijos una educación en su lengua materna, así que, ¿qué le parece si lo contratamos a usted mismo?
P.B.C.- Lo de Escandinavia es otro planeta…
X.B.- Sí, sí. De esos extremos hablamos.
C.I.- Xuan, por continuar y cerrar un poco la línea de las élites que hicieron daño o más bien pusieron obstáculos…
X.B.- Creo que ni lo uno ni lo otro. Tenemos que dejar de buscar culpables: no los hay. Todos los procesos son endiabladamente complicados, y no hay culpables: lo que hay son actores culturales que en un determinado momento esgrimen unos argumentos y condicionan la realidad, que es muy terca y plantea numerosas complejidades. ¿Qué se yo lo que pensaría si hubiera pasado por la tertulia de Pedro Caravia a tomar vinos en 1973? A mí no me cabe duda de que Caravia tenía que ser muy convincente.
C.I.- Sí, tiene razón. Pero por cerrar esta línea. Tenemos, por un lado, al grupo de Pedro Caravia, que no quiere, y por otro al grupo de los asturianistas ilustrados que quieren y en un momento dado pueden, pero dejan de poder. Pero hay una tercera generación que es la que nace ya en los años sesenta, la nuestra, que armoniza el interés por lo propio y el interés por lo ajeno. Sin embargo, esa generación no toca poder.
X.B.- Somos una generación interregnos. La generación que no llega al poder, sí. Nuestro problema, o no sé si nuestra suerte, fue que esa generación anterior que sí llegó al poder —la de los nacidos en los cuarenta, cincuenta— llegó al poder muy joven, con veintimuchos o treinta y pocos, y lo detentó muchísimo tiempo. La larga marcha por las instituciones de la que hablaban los maoístas mientras esperaban la revolución, la cumplieron hasta jubilarse (risas). Han estado en el poder mucho más que el dictador. Y ahora que lo está dejando está siendo sustituida, no por nuestra generación, sino por otra que vuelve a ser muy joven: la de la gente de Podemos y Ciudadanos. Una generación que llega al poder, que está llegando, sin una experiencia de derrotas y frustraciones.
C.I.- No obstante es su generación, la que literariamente se llama del segundo Surdimientu, la responsable de que el asturianismo ilustrado siga vivo.
X.B.- Hay toda una literatura asturiana y un pensamiento ecolingüista que ha ido calando poco a poco en la sociedad y que es lo que permite ahora la posibilidad de avanzar hacia la oficialidad del asturiano. ¿Por qué de pronto va a ser oficial el asturiano? Porque se puede.
P.B.C.- ¿Va a serlo? Soy pesimista, la verdad.
X.B.- Va a serlo. Es una consecuencia lógica de la historia. Es verdad que la próxima reforma constitucional va a ser seguramente una reforma que restrinja el Estado de las autonomías, en la que se impongan los criterios españolistas de Ciudadanos y el PP, pero…
C.I.- El mensaje del nacionalismo español está claro: Primero las banderas rojigualdas al viento y después un golpe en la mesa: «Esto no puede seguir así».
X.B.- Bueno, es un mensaje lícito. Pero mí me da igual, porque el problema del asturiano no es de centralización o descentralización. El Estado tendrá que seguir respondiendo de igual manera a las diferentes lenguas que se hablan en España. Soy moderadamente optimista ante la ley de la oficialidad, bien entendido que no va a garantizar nada y que el proceso seguirá necesitando un montón de apoyos, de reflexión y de aplicaciones y que estamos ante una batalla que estamos perdiendo no ya en Asturies, sino en el mundo.
P.B.C.- Xuan Xosé Sánchez Vicente [uno de los padres del asturianismo político de la segunda mitad del siglo XX] suele criticar a quienes creen en lo que él llama la oficialidad milagrera. Y el profesor Ramón d’Andrés dice algo parecido: la oficialidad puede declararse mañana y que el asturiano desaparezca pasado.
X.B.- Ésa es una de las cosas que fuimos aprendiendo: lo de la oficialidad tótem. No por tener el tótem levantado existe Dios, y el proceso no ya de dignificar el asturiano, sino de construir una cúpula de palabras, de libros, de conocimientos, de articulación social en la que resuene la voz culta de Europa, es una batalla que estamos perdiendo en todo Occidente. La están perdiendo las humanidades.
P.B.C.- Claro, claro. En un momento dado, la batalla empezará a ser, ya lo es de alguna manera, salvar al castellano frente al inglés. Y es la misma batalla que la de salvar al asturiano.
X.B.- Por supuesto. La batalla de la oficialidad del asturiano es la batalla de las humanidades, la de salvar el asturiano, pero también el latín, el castellano y en realidad hasta el inglés: el de Shakespeare frente al basic English.
C.I.- Ahí estamos: salvar las humanidades. Una batalla que la Ilustración está perdiendo frente al economicismo depredador.
X.B.- Hablábamos antes de la ingeniería social: hoy lo que parece quererse es un ejército de europeos que sean como los chinos, que aprenden a apretar una tuerca sin preocuparse por Li Po, por Lao Tsé o por la gran cultura china. A nosotros nos está sucediendo lo mismo, y nuestra misión no es que sea sólo salvar el asturiano, es que es salvar el latín.
C.I.- Por seguir con las identidades. En uno de sus últimos libros, se ha preguntado qué es ser asturiano y da una respuesta muy metafísica: asturiano es aquél que mira por las ventanas del alma y ve que orbaya y que todo está bien junto al fuego del corazón. Refleja toda una manera de estar en el mundo más que de entenderlo.
X.B.- Bueno, eso es el asturiano que era en aquel momento. Pero lo era yo. Un asturiano, ¿qué es? Pues es un individuo: la propia palabra lo dice. Cada asturiano es asturiano de una manera distinta. Yo soy un asturiano nacido en Paniceiros, en el concejo de Tineo, y con una determinada peripecia vital. Mi hermana Maya, que también es asturiana nacida en Paniceiros, en el concejo de Tineo, tuvo una peripecia vital muy diferente de la mía y es tan asturiana como yo, pero de una manera diferente. No hay identidades que se puedan resumir en una frase, ni en un verso. La asturiana es, como todas las sociedades, una sociedad plural. Muy plural, de hecho.
P.B.C.- Y gracias a Dios que lo es.
X.B.- Y gracias a Dios, sí, sí. Acordaos de aquello de las Identidades asesinas de Amin Maalouf. Yo dudo mucho de la integridad de un individuo que afirma que sólo tiene una identidad. Y esto no es sólo una frase. Alguien que dice que sólo tiene una identidad sólo puede estar mintiendo.
P.B.C.- También hay quien dice que no tiene ninguna; que es ciudadano del mundo.
X.B.- El que dice eso es una persona que no ha reflexionado suficientemente sobre sí misma, y esa afirmación no admite ni el comienzo de la conversación. Yo no puedo hablar con alguien que no tiene identidad.
C.I.- Es hablar con un fantasma.
X.B.- Sí, o más bien el hollow man de T. S. Eliot; un hombre fallido, vacío, alienado. La alienación también es una identidad, pero no tiene nada que ver con el cosmopolitismo. El cosmopolita quiere ser, como todos los quesos, famoso al menos en algún sitio (risas).
C.I.- Hay todo un mundo que a mí siempre me ha atraído mucho, que es el del Imperio austrohúngaro. Usted es muy triestino: le gustan Svevo, Saba, Magris… Y también responde bien al cosmopolitismo de Stefan Zweig, de Joseph Roth, de Imre Kertèsz…; a esa identidad expansiva que reconoce muchas identidades.
X.B.- Sí, pero bueno, al margen de que a todos nos gusten los perdedores, el Imperio austrohúngaro no dejaba de ser un Estado absolutista. Sí, se cantaba el himno nacional en dieciséis lenguas diferentes: esloveno, serbio, polaco, alemán, rumano… Pero era un Estado absolutista.
P.B.C.- Y se disolvió por algo.
X.B.- Y se disolvió precisamente por las reivindicaciones nacionales, sí; por las diferentes revoluciones burguesas que fueron descollando en cada país. Por otro lado, en el siglo XIX sucedía una cosa que os parecerá poco importante, pero que no lo era. En el siglo XIX no existía el desarrollo tecnológico que existe ahora. Ahora tenemos Internet, televisión y una serie de medios de comunicación que hacen posible la convivencia de lenguas. En aquel entonces no había esas cosas, pero es que no las había en 1980. En 1980 no era posible tener abiertas escuelas en todos los pueblos de Asturies. En 2017 podemos hacer eso y muchísimo más y la centralización y la aculturación, que generaron muchas desigualdades y dos guerras mundiales, ya no tienen sentido ni son posibles. La constitución liberal ya no puede ir vinculada a una idea de aculturación del otro, para empezar porque en el siglo XX aprendimos que ya no puede haber víctimas; que ya no puede haber derrotados. Ahora de lo que hay que hablar es de la transculturación. Nos lo están diciendo desde Europa.
C.I.- Antes le preguntaba qué era ser asturiano. Doy un paso más. En este momento, ¿qué es ser español?
X.B.- Para mí, ser español es formar parte de la hispanidad. Significa tener una sensación de cercanía y de familiaridad muy grande con andaluces, catalanes, gallegos, venezolanos, mexicanos… He tenido la suerte de impartir charlas y conferencias sobre lo que significa ser asturiano en diferentes sitios. Y en Londres y en Nueva York tenía que esforzarme mucho en explicarlo, pero en La Habana o en Caracas, no. Allí ya sabían lo que era ser asturiano. Eso es la hispanidad: que te conozcan.
P.B.C.- ¿También los portugueses?
X.B.- También los portugueses si damos el pequeño salto que hay que dar, que es muy pequeño, para transformar la hispanidad en iberismo.
C.I.- Hay un concepto al que le he dado muchas vueltas y que en cierta medida acuñó un señor al que usted ha leído y admira, que es el berciano Antonio Pereira: Poniente, un territorio que abarca a Asturias, Galicia, León, Zamora y el norte de Portugal y en el que se hablan cuatro lenguas: castellano, portugués, gallego y asturiano, o, si queremos ser más inclusivos, asturleonés.
X.B.- No más inclusivos: más exactos.
C.I.- Está bien esa corrección. Bueno, pues de ese Poniente, que es una república o un reino poético, usted es uno de los padres fundadores. Paniceiros es uno de los territorios, una de las provincias o comarcas, que forman esa república, como lo son la Celama de Luis Mateo Díez, la Vetusta de Leopoldo Alas Clarín, la Pesicia de González Quevedo, la Poladura de Xandru Fernández, el Tagen Ata de Méndez Ferrín o el Mondoñedo de Cunqueiro, lugar real pero que se transmuta en geografía fantástica.
X.B.- Lo que sí se inventó Cunqueiro fue la selva de Esmelle, que «quizaves mellor que decila fora pintala».
C.I.- ¿Existe esa República o Reino de Poniente?
X.B.- Sí, creo que sí. En algún momento, he defendido con respecto a esto una hipótesis que es fundamentalmente poética, pero está basada en la realidad. Mirad, en la década de los treinta, cuarenta del siglo pasado, vinieron a Asturies muchos filólogos alemanes: Fritz Krüger y otros que se dedicaron a peinar todo el territorio del noroeste ibérico, del Duero para arriba, sin distinguir fronteras administrativas. Analizaron la lengua en Cangas del Narcea, en L.leitariegos, en Ibias, en El Bierzo, en zonas de Ourense, en Trás-os-Montes… Y generaron toda una bibliografía maravillosa que tiene una gran importancia para una disciplina venerable, que son las románicas. Ellos tenían el método de palabras y cosas. Llegaban y preguntaban: «¿Cómo se llama esto?» [Xuan Bello coge un vaso], y la gente les respondía: «vasu», o «cuepu», o lo que fuera. Después iban conectando esas palabras con el latín. A lo que iba: curiosamente, todos esos trabajos comienzan con una descripción geológica del lugar. Ellos llegaban a, yo qué sé, Bisuyu, y empezaban por describir que la zona tenía una veta carbonífera por no sé dónde y así seguían. Era como si tuvieran la conciencia de que el estrato, la tierra, que la gente pisaba condicionara la forma de entender el mundo y de hablar de la propia gente, cosa que es verdad.
P.B.C.- Una suerte de telurismo.
X.B.- Sí, sí, una cosa telúrica. Claro, la verdad inconfesable era que eran filólogos metidos a espías. Lo que andaban buscando era el wolframio que necesitaba el Tercer Reich para hacer aquellos misiles que lanzaban contra Londres (risas).
P.B.C.- Marxismo puro: en el fondo de todo siempre está la economía (risas).
X.B.- Sí, sí (risas). Pero bueno, el caso es que había algo ahí que… Mirad, desde L.luarca hasta Miranda de Douro hay una pizarrona inmensa que no recuerdo cómo se llama. Me lo han contado alguna vez mis amigos de la Facultad de Geología. Es la mayor masa de pizarra que existe en el mundo. Y siempre he pensado que esa pizarra tiene algún tipo de propiedad estupefaciente que, desde hace siglos, hace a la gente de esta parte del mundo soñar de otra manera. Pensemos en lo que sucedió por esta zona en los siglos III, IV y V: de pronto, en El Bierzo, se produce una especie de milagro con unas consecuencias determinantes para la historia del pensamiento y la literatura universales, que es que san Valerio, Valerio Asturicense (era de Astorga, y de ahí lo de asturicense), y san Facundo, el que funda la Iglesia en Braga, empiezan a hacer escritos sobre el Apocalipsis y a sentar los inicios de una forma de soñar que después iría extendiéndose a lo largo del tiempo y generando una tradición ininterrumpida; una manera diferente de soñar que gusta a los que son de esta parte del mundo pero también a los que son de otras partes. En esta zona tenemos la habilidad de contar cuentos muy entretenidos.
C.I.- En la última cumbre asturgalaica, el presidente Javier Fernández habló de la necesidad de una «conciencia del noroeste».
C.I.- Es una gran idea por muchas razones, incluidas las económicas y las culturales. Si miramos un mapa de las grandes comunicaciones económicas de la Península Ibérica asusta el aislamiento del noroeste, del territorio que los romanos llamaron Gallaecia et Asturia. Vertebrar esta parte del territorio ibérico es muy importante en muchos aspectos. Ojalá nuestros representantes perseveren.
P.B.C.- Una de las cosas que a mí me atrae de esa idea de Poniente es que es rupturista con todos los nacionalismos de la zona. Rompe el nacionalismo asturiano y el gallego hacia arriba y rompe el nacionalismo portugués y el español hacia abajo.
X.B.- Pero no deja de responder a una unidad, que es la de lo que en lingüística se llama Gallaecia Magna.
P.B.C.- Eso es. Desde una historicidad indudable, mayor incluso que la de muchos nacionalismos realmente existentes, Poniente tocaría las narices —valga la expresión— a todas las banderías de esta parte del mundo.
X.B.- Entre el norte de Portugal, Galicia, Asturias, León y Zamora hay una unidad lingüística indudable. En realidad hablamos el mismo latín con diverso acento. Hay una unidad léxica y sintáctica que está por encima de las diferentes maneras que tenemos de hablar el latín. Y ésa es una articulación importante. Pero podríamos hacer al tiempo otro tipo de articulaciones que también estarían muy bien: hacia el oriente, por ejemplo, o hacia el norte. El celtismo es una corriente que está muy desaprovechada por falta de apoyos, pero que ha demostrado ser exitosa cuando ha podido: uno de los nuestros, Lisardo Lombardía, acabó siendo director del Festival Celta de Lorient, y grupos como Llan de Cubel o como Felpeyu han llegado a vender mucho y a ser muy conocidos en Irlanda y en Escocia.
P.B.C.- Y es lo que comentábamos antes: ser celtistas no tiene por qué ir en menoscabo de ser hispanistas, europeístas e incluso mediterraneístas en un momento dado.
X.B.- Claro, claro. El atractivo que tenemos para un británico o un nórdico es que somos medio mediterráneos.
P.B.C.- No dejamos de hablar una lengua gestada en el Lacio y que nos conecta con Portugal, pero también con Rumanía, Dalmacia o Sicilia, aunque haya gente, estudiosos incluso, que haya negado la romanización de Asturias.
X.B.- Negar eso es como negar que uno tiene identidad. Si no hubo romanización de Asturies, ¿qué diablos estamos hablando, entonces? Hablamos latín. Un latín corrompido, pero latín. La romanización de Asturies es un hecho absoluto.
P.B.C.- Pero hay quien la niega. Hay todo un debate historiográfico al respecto entre quienes dicen que la romanización de Asturias fue intensa, caso de Carmen Fernández Ochoa, y quienes sostienen que se redujo a Gijón, Lugo de Llanera y poco más y que el latín llegó después, ya en la Edad Media.
X.B.- No estoy muy al tanto de estos estudios, seguro que son apasionantes, y seguro que todos guardan razones. ¿Cuándo se latiniza completamente Asturias? Xulio Viejo ha publicado un ensayo sobre el origen de la lengua asturiana que podría ofrecer luces en esta cuestión. Lo cierto es que en los orígenes del Reino de Asturias ya hablábamos en un latín peculiar, pero lo que no sabemos es si era la única lengua que se hablaba. ¿Quedaban reductos del antiguo astur, la lengua prerromana? Pues no lo sabemos con certeza. Hay un montón de palabras prerromanas en asturiano, palabras que no vienen del latín, y muchos nombres de lugar que se explican por esa lengua que se habló sin duda, fuera una o varias. Pero romanizados, sí que fuimos romanizados. Hace unos años me puse, sin éxito alguno, otra vez a estudiar latín. Leía el Asno de Oro de Apuleyo, que es una delicia, y advertí una coletilla estilística que me conmovió. Apuleyo, después de dar una información que quiere matizar, escribe «Lege plus»: «lee más, sigue leyendo». Pues hay en asturiano occidental una interjección, «oi chus», muy parecida. Creo que viene de «Audi plus»: «escucha más, sigue escuchando», que se utiliza en los cuentos orales con idéntica función a la que aparece en el texto de Apuleyo. A mí estas cosas me conmueven.
C.I.- También se ha negado que aquí hubiera judíos.
X.B.- Sí, hasta que se comprobó que nuestro ADN era fundamentalmente semita (risas). Mira, Bello, mi apellido berciano, aparece en todas las listas de apellidos judíos. Bello es un apellido de origen gallego y signficaba «viejo» en castellano: los Bello eran los opuestos a los Novo (los nuevos, los jóvenes). Curiosamente, en el Lletres Asturianes número 1 publicamos varios poemas Llorienzu Novo Mier y yo. Novo Mier ya frisaría en los setenta, yo sólo tenía dieciséis años.
C.I.- El medievalista Juan Uría, que estudió la presencia de los judíos en Asturias, hacía en aquel estudio de los años cuarenta del siglo pasado una introducción preciosa en la que decía algo así como: «Suerte que ya no queda ningún judío por aquí y no estamos teniendo los problemas que hay en otros sitios». Lo escribía cuando la División Azul combatía junto a las tropas de Hitler y Auschwitz funcionaba a pleno rendimiento. Pero bueno, Uría documenta perfectamente la existencia de judíos y posteriormente otros han ido certificando que Asturias, como el resto del Noroeste ibérico, fue refugio de quienes huían de la Inquisición; de los marranos.
X.B.- Cierto. En algún momento yo fantaseé con que la familia de Baruch Spinoza procedía de la judería de Cangas del Narcea. También hubo mucho criptoislamista: ahí está el topónimo de L.lamas del Mouru para demostrarlo. Mirad, otra cosa curiosa: creo que no hay pueblo en la Tierra que no haya defendido la posibilidad de que Cristóbal Colón fuera de allí. Lo defendió Venecia, lo defendió Génova…
P.B.C.- Y últimamente Cataluña.
X.B.- Sí, sí, Cataluña también, y Galicia, y Portugal… Se ha defendido en todas partes. Sin embargo, nunca he leído o escuchado a nadie defender que Cristóbal Colón fuera asturiano, y no entiendo por qué. Si pensamos que Cristóbal Colón, cuando lo nombran almirante de todas las Españas, escoge como solar L.lamas del Mouru, un sitio absolutamente desolado donde nada valía nada; y que la propiedad del palacio de L.lamas del Mouru fue lo último que vendió Colón de Carvajal, aquel amigo del Rey Juan Carlos que descendía de Colón…
C.I.- Bueno, ya que hemos vuelto a los territorios literarios, sigamos.
X.B.- Hombre, me gustaría, la verdad (risas).
C.I.- Tiene escrito que la poesía, a fin de cuentas, es lo que más le interesa. Sin embargo, pasó veinte años sin publicar poesía, aunque usted tiene un concepto según el cual poesía es todo lo que se escribe.
X.B.- La poesía nace en muchos sitios. Puede nacer en una página de prosa, puede nacer en un reportaje periodístico… A mí, durante un tiempo, cuando trabajaba en un periódico, me tocó hacer los horóscopos. Y yo, como grandes dotes adivinatorias no tengo, me dedicaba a escribir un pequeño poema para cada signo; un poema brevísimo. Y había gente que me decía que acertaba (risas). Cuando hablo de poesía, hablo de palabra escrita en solución de armonía, independientemente de que esté escrita en verso o en prosa. El verso es una idealización que a veces libera y a veces constriñe; es una sensación física. Y hay textos en prosa literariamente magníficos que no son poesía, que son otra cosa; pero hay otros que son artefactos de sentido donde forma y fondo se confunden y si cambias una palabra de un sitio para otro cambia todo. A mí lo que me interesa es eso, y es un empeño que persigo en cada cosa que hago, aunque no siempre lo consiga: para un artículo en el periódico, para un relato, para un poema o para lo que sea. En ese sentido, no distingo géneros, aunque después reconozca varios géneros.
C.I.- Es una reflexión muy de los últimos años, ante los anunciados apocalipsis de la novela o la poesía, pero no nos engañemos: ese adulterio siempre ha estado ahí.
X.B.- Las taxonomías son necesarias. Tenemos una medicina competente gracias a la taxonomía; y desde Linneo hay una parte de la ciencia que consiste en agrupar y separar. Con la literatura sucede lo mismo: la taxonomía, a veces, es necesaria para enseñar literatura. Pero es cierto que Horacio se saltaba la poética de Horacio constantemente. Los grandes autores se saltan los preceptos continuamente. .
P.B.C.- Crean su propia taxonomía.
X.B.- Generan otra cosa, sí, pero ahí entra el problema del analfabetismo. Yo soy de los que todavía creen, como lo creía Trotski, que es posible construir una sociedad igualitaria y con las clases abolidas en la que cualquier campesino, cualquier obrero, cualquier burgués, cualquier habitante de ese Estado, pueda dialogar de tú a tú con Sócrates o con Platón.
P.B.C.- Esa idea está ya en el Manifiesto comunista. Hay un pasaje concreto en el que Marx y Engels fantasean con una sociedad en la que uno pueda cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado al atardecer y escribir críticas literarias después de cenar.
X.B.- Ese horizonte ético, por inalcanzable que sea, hay que tenerlo. El problema es que vivimos en el sistema en el que vivimos, y la literatura está interceptada por ese sistema, y de qué manera. ¿Cómo no iba a estarlo? Hay todo un sistema de prejuicio cultural que dice que lo que vende es la novela; y de eso están convencidos editores, libreros y muchos novelistas que como es lógico quieren vender. Pero mirad, yo nunca he escrito una novela. Hasta ahora no he cedido a eso a lo que sí cedió André Breton, que también decía que nunca iba a caer en la odiosa tentación de la novela. Él cayó, pero yo, de momento, me contengo. Sin embargo, mis libros venden. A la gente le gusta la novela, por supuesto, pero también agradece otras cosas, e igual esas otras cosas venderían más o lo mismo que la novela si no hubiera una operación comercial que favorece que lo que se venda sea la novela.
C.I.- Usted fue muy valiente en un momento dado, porque tenía un entorno poco favorable para dar el paso que dio con Historia universal de Paniceiros: un libro en el que hay cuentonos, pero también poemas, ensayos, historias reales…
P.B.C.- Hasta crónica periodística.
X.B.- Pero eso estaba condicionado por el mundo en el que vivía y por la necesidad cultural que existía de fortalecer el asturiano y de dignificarlo. Fue una novedad en su momento, sí, y por ahí ando en algunas tesis de pionero de la autoficción en España. Pero no me planteaba nada de eso: simplemente disfrutaba de una libertad grande. Si escribes en una lengua que muy pocos leen, que están los más aprendiendo a leer, pues escribes lo que te da la gana pensando en ellos.
P.B.C.- Los escritores en asturiano tenían que ser una suerte de hombres orquesta.
X.B.- Algo así, sí. Un día te encargaban una canción para Llan de Cubel y al otro una traducción de Cunqueiro. Hubo que estudiar un poco, sí.
P.B.C.- Pero entonces sí que hay un propósito militante en su obra que antes negaba.
X.B.- No lo negué: dije que no me lo podían exigir. No tengo la obligación de hacerlo. Lo he venido haciendo porque la libertad de elección que he tenido me ha hecho hacerlo, no porque me lo haya ordenado nadie.
C.I.- El otro día escuché a Xaime Martínez, el autor de Hibernia, decir que él no era asturfalante familiar, pero que escribe en asturiano como un acto de militancia.
X.B.- Bueno, César, pero tú sabes que hubo un momento en que bastaba escribir un artículo en contra del asturiano para prosperar socialmente. Eso es así. Ahora las cosas son distintas. Xaime Martínez, a quien tuve la suerte de presentar en Oviedo, es un buen poeta y domina muy bien el asturiano.
C.I.- Sin embargo, ha escrito toda su obra desde la convicción de que Dante y Fernán Coronas, el Padre Galo, compartían un mismo anhelo, salvando las distancias.
X.B.- A mí el padre Galo se me cayó de las manos como poeta cuando leí los poemas que escribió en español. Cuando escribe en asturiano, sucede un milagro; cierta inseguridad lingüística puede favorecer el discurso poético. Pero sí, tienes razón: el Padre Galo no hizo nada distinto, salvando las distancias como dices, de lo que hicieron Dante o William Shakespeare: colocar el sitio del que era en el centro del Universo. Ésa es la gran lección de la literatura: hablar de lo que uno ve.
P.B.C.- Dante, de hecho, escribió La Divina Comedia en su dialecto, el florentino; no en latín ni en provenzal, que eran las lenguas cultas y literarias de la época.
X.B.- Lo de Dante es curioso. Hay un verso de La Divina Comedia que habla de «l’avara povertà dei catalani», la avara pobreza de los catalanes. Él llegó a estar en tratos con la Corona de Aragón para escribir La Divina Comedia en catalán, pero no llegaron a un acuerdo económico y, despechado, Dante pensó en escribir justamente en latín o en provenzal. De hecho, en La Divina Comedia hay tercetos escritos en provenzal. Pero en un momento dado decidió escribir en toscano. Fue una posición política. Y esa posición política cambió el universo. Si los catalanes hubieran pagado, hoy estaríamos nosotros independizándonos de ellos.
C.I.- Usted se inventó una Historia de la Literatura Asturiana, todo muy borgiano y cunqueriano.
X.B.- Era una sección en el periódico La Nueva España que se titulaba «Poetes que pudo haber».
P.B.C.- Un poco como Pessoa con sus heterónimos, ¿no?
C.I.- Algo así. Cuando leía esa sección me decía: «Joder, qué putada ser asturiano y no ser gallego; no tener un Martín Codax cantando a la ría de Villaviciosa».
X.B.- Nos ha faltado mucha literatura para todo; hasta para la economía. El vino Albariño, que mira que es malo, está formado fundamentalmente por palabras de Cunqueiro.
P.B.C.- Xuan Xosé Sánchez Vicente dice que Asturias tuvo a Rosalía de Castro pero no a Murguía.
X.B.- Xuan Xosé, que en tantas cosas acierta, creo que en esto se confunde.
C.I.- Rosalía es mucha Rosalía.
X.B.- La altura de Rosalía de Castro, no es que no la haya habido en Asturias, es que no la ha habido en Europa Occidental. La de Rosalía es una voz intelectualmente potentísima e irrepetible. Y efectivamente Murguía fue clave para que Rosalía escribiera dos de sus libros en gallego: Follas novas y Cantares gallegos. Escribió muchos otros en castellano, y entre ellos un libro fundamental para la literatura en lengua castellana, que es En las orillas del Sar, y una novela deliciosa, El caballero de las botas azules. Pero escribió esos otros dos en gallego, y los escribió gracias a un entorno intelectual que favorecía la simpatía por el débil. En Asturies hubo más simpatía por el diablo que por el débil.
C.I.- En Asturias hubo una generación en la última mitad del siglo XIX, la del Grupo de Oviedo, de claro asturianismo ilustrado. ¿Qué nos pasó para que eso no tuviera un recorrido parejo al del galleguismo? ¿La pobreza?
X.B.- Pues mira, justamente lo discutía en Facebook esta mañana en un hilo que abrió Leopoldo Tolivar Alas. Lo que nos pasó fue que esa gente no tuvo la altura intelectual ni la sensibilidad hacia el débil suficientes. Eran muy poca cosa. ¿La pobreza? No, todo lo contrario: el progreso económico. En 1850, 1860, ya había indicios claros de una industrialización potente de Asturias. Y eso hizo que los rumbos fueran distintos. En Galicia hubo un estancamiento económico más grande, y eso hizo a las élites culturales mirar de otra manera al país y al débil, al campesino, a la mujer que está pidiendo, al que tiene frío y hambre…
P.B.C.- Quizá el problema de Asturias fuera una industrialización que no fue ni lo suficientemente potente como para generar el nacionalismo de los ricos ni lo suficientemente escasa como para generar el nacionalismo de los pobres.
X.B.- Puede ser. Pero el desarrollo industrial de Asturies fue muy grande. También es verdad que cuando más eclosionó fue durante una dictadura terrible en la que hubo —en este caso sí la hubo— una auténtica ingeniería social, hasta con traslados masivos de población del sur al norte. Más que social, fue una ingeniería…
C.I.- Estaliniana; de plan quinquenal.
X.B.- Sí, con el método del campesino que amenaba les vaques con la guiada en la mano.
C.I.- Usted se declara semicampesino semiurbano. De ahí ese sentimiento de la tierra que usted asocia con una escritura poética.
X.B.- En un momento dado consideré que ése era un constructo intelectual que podía hacer diferente a la poesía asturiana, y lo trasladé a una antología que publiqué con un puñado de poemas de diversa gente y en la que esbocé una teoría sobre el sentimiento de la tierra. Tiramos por el sentimiento de la tierra y por reivindicar al poeta que tenía vínculos con un determinado sitio (la literatura con acento, por así decir) como podríamos haber tirado por la alienación de la tierra y reivindicado lo contrario: al poeta sin vínculos, sin patria, sin tierra. Podríamos haber dicho lo contrario y no hubiera pasado nada.
C.I.- Tal vez sea por la señaldá o señardá de la que hablábamos antes como una seña de los asturianos, un vocablo omnipresente en las letras asturianas.
X.B.- Señaldá o señardá son términos equivalentes, que significan lo mismo y que vienen del latín singularitatem. Comparte, es curioso, etimología con el francés sanglier, «jabalí», uno de los emblemas de la soledad. En unos sitios de Asturias se dice señardá y en otros señaldá. Prefiero, para escribir, la segunda forma, aunque uno de los primeros libros que me emocionó en asturiano fue Camín de señardaes, de Xuan Xosé Sánchez Vicente. Significa «nostalgia» actualmente o, más bien, extrañamiento en la soledad. En realidad significa muchas cosas, positivas o negativas, como la palabra española añoranza o la inglesa homesick.
C.I.- Nostalgia, añoranza, melancolía, tristeza, extrañamiento, incluso la angustia heideggeriana… son algunas acepciones recurrentes para traducir al castellano la señaldá asturiana. ¿Se quedan cojas?
X.B.- Hablaría de extrañamiento en la soledad. Intuyo que es posible una señaldá colectiva, algo así como un subconsciente colectivo algo deprimido, pero la señaldá es esa percepción individual de ver en lo presente lo ausente. A todos nos ha pasado alguna vez. En alguno de mis libros, en la Historia Universal de Paniceiros, reflexioné sobre la virtualidad revolucionaria de la señaldá. Uno de los objetivos de mis escritos fue, durante un largo tiempo, despertar la señaldá del lector por un mundo perdido. Esto hay que situarlo en el contexto de pérdida cultural en el que estamos. Si un lector mío siente señaldá por el mundo que describo, entonces intentará recobrarlo. Si recuerda que la palabra lluna, que decía su madre o su abuelo, significa algo más que «satélite de la Tierra», pues entonces la presencia en la ausencia florece, del olvido surge una nueva memoria. Digo esto reflexionando desde el plano puramente social, incluso local, cuando me planteaba la literatura al servicio de un combate. Lo que sucede es que existen, al tiempo, otras perspectivas complementarias. Un poema, por ejemplo, se puede definir como una trampa donde queda atrapado el tiempo. Esto sólo se consigue aparentemente y el estado de gracia que produce un poema se aproxima al fulgor, a la epifanía, por el camino de la señaldá.
C.I.- ¿La señaldá va más allá de un estado anímico? ¿Es una forma de ser, estar y ver el mundo que tienen ciertas personas que pueblan una geografía determinada?
X.B.- ¿Hay pautas culturales que conforman caracteres nacionales? Aunque aceptásemos esta premisa, deberíamos admitir que sólo de una manera muy imprecisa existen los caracteres nacionales. Existe la lengua francesa, existe Francia, existe un tópico sobre el ser francés, pero cada francés es hijo de su madre, como cada quisqui fruto del azar y de la necesidad. Habrá franceses que se parezcan entre sí y franceses que se parezcan a lo que prejuiciosamente entendemos por un alemán. Si le hablo de Verlaine y de Voltaire, emparejándolos como haría cualquier enciclopedia, si le oculto que los dos nacieron en la órbita francófona, ¿cuál sería el hilo secreto que los uniese? ¿Cierta confianza en la palabra dicha en solución de armonía? Puede ser, pero eso no los hace franceses. Una de las cosas con las que los escritores de mi generación tuvimos mucho cuidado fue la de intentar crear desde lo local símbolos universales; símbolos que valiesen para un asturiano, por eso escribíamos en asturiano, pero que fuesen traducibles a cualquier lengua. Hay mucha mística idiota sobre las lenguas. Se dice que la palabra portuguesa saudade es intraducible al castellano, se dice que la palabra portuguesa luar, «claro de luna», no se puede traducir con una palabra a ninguna otra lengua. No sé, es algo bastante estúpido. Ahora, el símbolo de los independentistas catalanes es el amarillo. ¿Por qué? Porque en catalán amarillo se dice groc, del latin crocum, azafrán; y el español amarillo viene de amarum, amargo, como el color de la enfermedad y de la bilis. Y habrá alguien que piense que el catalán es superior al castellano por esto, y viceversa. Recuerdo que en la facultad de Filosofía, me matriculé en los ochenta en algunas asignaturas, y había quien decía que la filosofía alemana era producto de la lengua alemana; que sólo quien podía decir «espacio vital» con una sola palabra, Lebensraum, era capaz de pensar como Hegel o Kant. Era curioso: quien me lo decía era alguien de la escuela de Gustavo Bueno y con ello justificaba que hasta Bueno no había habido propiamente filosofía española. Inocentemente argumenté que en asturiano existe una palabra, batura, que significa exactamente eso, «espacio vital», y no por eso se había escrito hasta había muy poco una reflexión en asturiano sobre la caverna platónica. Quiero decir que los escritores de mi generación (Milio Rodríguez Cueto reflexiona sobre ello en una página feliz) nos preocupamos por no dar coartadas ni a la reacción ni a los perezosos. ¿Existe un carácter asturiano que pueda ser reducido a una fórmula, a un concepto? Los asturianos somos descreídos, heredamos una cultura de la duda que se manifiesta comúnmente de forma irónica. La ironía es la forma de la inteligencia más ponderada por los asturianos. Recordaréis lo de aquel cura, recién salido del seminario, que acabó en una parroquia perdida de L.lena. Se puso a evangelizar, con la fuerza de su juventud, hasta que se dio cuenta de que nadie le hacía caso. Cayó en una depresión, quizás en una crisis existencial melancólica, y sus feligreses se dieron cuenta. Eran descreídos pero el don de la piedad no les era ajeno. Al domingo siguiente, para sorpresa del cura, se reunieron en la iglesia. ¿Podían acaso hacer una pregunta? El cura, animado, contestó que por supuesto, que para eso estaba. E hicieron la pregunta más inteligente que se podía hacer: «A isi San Pablo, ¿los corintios contestóren-y?». La ironía, esa sonrisa sobre el abismo, produce muchas veces el sentimiento de señaldá.
C.I.- Insisto: ¿es la señaldá el rasgo singular de la ética emocional de lo asturiano?
X.B.- Es el rasgo ético de algunos escritores, entre los que me incluyo. Y es cierto que desde Valerio Asturicense hasta nuestros días puedo señalar narradores de la cornisa noroccidental de la península ibérica, el territorio que componía la provincia romana de Gallaecia et Asturia, que comparten una forma de mirar a la que no es ajena la señaldá y que no encuentro con la misma densidad emocional en otras literaturas (lo más aproximado, de lo que ha ido cayendo entre mis manos, es la poesía china de la dinastía T’ang). Yo, con mi experiencia peculiar, me he sentido reflejado en obras de Enrique Gil y Carrasco, Rosalía de Castro, Teixeira de Pascoaes, Camilo Castelo Branco, Castelao, Ramón Pérez de Ayala, Álvaro Cunqueiro, Ánxel Fole, Julián Ayesta… ¿Tiene que ver eso con un determinado territorio, con una forma cultural de mirar, o con mi necesidad de tener una genealogía? No lo sé: todas las cosas son dos. Sé que si miro los lienzos de Miguel Galano o las construcciones de Álvaro Siza percibo un intento de ordenar entre paredes sentimentales lo sagrado. ¿Es eso la señaldá? No lo sé: por eso escribo.
«Resol en Ulica Dominilkanska» (2013), de Miguel Galano
C.I.- ¿Es la señaldá el latido de ese concepto de sentimiento de la tierra que usted acuñó?
X.B.- El sentimiento de la tierra, el sentimiento de pertenecer a una tierra, se complica cuando en esa tierra ya nada te pertenece. Aunque sí, se puede constatar: los mejores poemas en asturiano están movidos por ese sentimiento de la tierra y no es cosa de ahora. Xosé Caveda y Nava escribió hacia 1835 un gran poema, «La vida de l’aldea», que podría figurar en cualquier antología de la poesía universal.
Construcción de Álvaro Siza
C.I.- Las diferentes generaciones del Surdimientu han creado un corpus literario en asturiano equiparable a cualquier literatura contemporánea europea. Pero de una lengua que está en la UCI.
X.B.- Uno de los problemas políticos fundamentales de Asturies es que se considera al asturiano únicamente como patrimonio.
P.B.C.- Como una ruina que consolidar.
X.B.- Eso es. Y no: el asturiano es una lengua viva; una lengua que medra, que progresa, que se transforma, que traduce, que envía y recibe mensajes, que adquiere un vocabulario y pierde otro y en algunos casos lo recupera tal como Unamuno hizo para el castellano. Unamuno recuperó para el castellano un montón de palabras del léxico rural y de la latinidad del siglo VIII o IX. Todas las lenguas son una reflexión continua sobre la cultura. De pronto una palabra que nos parece extravagante, que no hemos oído nunca, se convierte de un día para otro en moneda de uso corriente para todos.
C.I.- Un ejemplo es collaciu, que forma parte del día a día lingüístico de los que dicen no hablar asturiano.
X.B.- ¡Y es un error! Collaciu viene de colactaneus, y el colactaneus era un criado, no un colega; pero en Conceyu Bable, donde todos éramos collacios, de pronto aquella palabra se convirtió en otras cosas. El otro día me sorprendió una amiga en Facebook diciéndole al mundo que ya no quería novios, que quería follacios. La lengua está para esas dos cosas, para definir situaciones pasadas y a la vez entender lo que sucede de nuevo.
P.B.C.- Sucedió con el puxa de «¡Puxa Asturies!», también un neologismo. Alguien me contó que a su abuela aquello le desconcertaba, porque para ella puxar significaba hacer fuerza para defecar.
X.B.- Creo que eso fue un chiste de Juan Benito Argüelles (catedrático ovetense de francés, secretario personal de Camilo José Cela y fundador de Tribuna Ciudadana). Puxar es empuxar, con la ene líquida elidida. Vale para decir eso que dices y para abrir la puerta, por ejemplo.
El autor en su casa de Caces
C.I.- El llibru nuevu es su retorno a la poesía. Creo que con él ha dado un salto…
X.B.- …un salto moral.
C.I.- Un salto moral, que no mortal. También acaba de publicar Escrito en el jardín. Y viene de obtener el premio Teodoro Cuesta con un libro de poemas, Les isles inciertes. ¿Ha echado una losa encima de Paniceiros o esos saltos han significado una expansión de Paniceiros?
X.B.- Soy un escritor absolutamente realista: hablo de lo que veo, no hay más. Describo lo que veo. El arte de la literatura por excelencia es la descripción. Yo miro por esa ventana y cuento lo que voy viendo aparecer detrás de esa zrezal [cerezo] japonesa: a mi abuela, al vecino… El mundo de Paniceiros fue concebido desde el principio como una especie de metáfora del Universo, como un espejo. Y si uno rompe un espejo, obtiene mil espejos. Esta metáfora da para mucho. Si aquel espejo estaba reflejando una nube, de pronto, si lo rompo, pasa a reflejar mil. Pero es el mismo espejo. El ritmo de las obsesiones de cada cual van marcándolo la edad, el tiempo y lo que va viviendo. Y el tema de Paniceiros no es que esté agotado: yo siempre hablaré con Soledá de Santones (hablaré con la cabeza, ¿eh? La pobre mujer ya murió), y siempre hablaré con mi familia, y con mi entorno, y con el paisaje, con unas maneras heredadas del personaje de esa obra que es una obra río detrás de la cual hay una premeditación clara. Hay un tiempo en el que se habla de la infancia, un tiempo en el que se habla de la adolescencia, otro para la juventud, otro para la primera madurez y otro para la madurez en la que estamos ahora. Al final, lo que estoy escribiendo es algo cuyo título ya me quitó Ungaretti…
C.I.- Vita di un uomo.
X.B.- Eso es, «Vida de un hombre». Pues bueno, ¿Paniceiros aparece? Sí, aparece continuamente en Escrito en el jardín. Aparece gente que llama a la puerta, aparece un perro que tuve que se llamaba Lupo y que me muerde la mano en sueños… Y en El llibru nuevu también está.
C.I.- En El llibru nuevu hay mucha tristeza.
X.B.- Hay páginas especialmente desesperadas o descarnadas, sí.
C.I.- …pero también esta lleno de gente que le quiso.
X.B.- De gente que me quiso y de gente que ya no me quiere, ¿eh?
C.I.- Eso, desgraciadamente, nos pasa a todos.
X.B.- Nuestra historia fue muy difícil.
C.I.- ¿A qué se refiere con ese plural? ¿A nuestra generación, a los nacidos a partir de los sesenta?
X.B.- Sí. Antes hablábamos de que no accedimos al poder, y no acceder al poder no es nada prestoso [agradable, satisfactorio], ¿eh? Es algo que jode bastante. Y además estuvimos sometidos a una violencia muy grave por parte de una sociedad, o más bien de un establishment, que no dudaba en cargar con todo contra nosotros. Xandru Fernández ganó un concurso de cuentos con dieciséis años y el fallecido José Ignacio Gracia Noriega, de quien después fui amigo, sacó una reseña llamándolo etarra.
P.B.C.- Lo del hooliganismo que deciamos.
X.B.- Al menos Gracia Noriega tenía otras virtudes, escribía muy bien. Yo siempre esperaba por su artículo sobre el otoño. Pero aquella violencia no la ejercía sólo Gracia Noriega: como mínimo, estaba amparada por un periódico. Era una violencia estructural absolutamente inadmisible, y eso generó una falta de algo que he echado mucho de menos: una idea de amistad y de compañerismo más hondos. Ellos hicieron todo lo posible, tanto pública como personalmente, por limar esa fortaleza, y en alguna medida lo consiguieron. Es algo que pienso contar algún día. Mirad, otro ejemplo: yo admiré mucho a Ángel González y llegué a tener con él un trato cercano, pero la primera vez que estuve con él le llevé unas traducciones al asturiano de unos poemas suyos y él me espetó: «Marihuana para las vacas». Había un entorno verdaderamente violento contra unos chavales que querían hacer otras cosas.
P.B.C.- Ángel González, ¿cambió de opinión después con respecto al asturiano?
X.B.- No lo sé. Supongo que sí. Nunca se lo pregunté. Hablábamos de otras cosas. De poesía, muchas veces. Y de tonada. Le gustaba mucho la tonada asturiana.
C.I.- Cambió de opinión cuando empezó a ver la calidad literaria de los autores del Surdimientu.
X.B.- No es un problema de calidad; es un problema de simpatía por el débil. Si respeto a los gitanos no es por la calidad de lo que hacen, no es porque admire la genialidad de Camarón de la Isla. Es porque respeto absolutamente al ser humano y quiero que los gitanos reciban la misma educación que yo y exista una igualdad absoluta de oportunidades. Desde un punto de vista de izquierdas, a ver quién niega esto; y desde un punto de vista de derecha liberal, a ver quién se atreve cuando están todo el día con lo de la meritrocracia.
C.I.- Pero es que además había calidad; había un trabajo bien hecho. Y eso hubo que reconocerlo.
X.B.- Bueno, no sé, ¿dónde lo ves tú reconocido?
C.I.- En cierta gente que dijo: coño, este Xuan Bello, este Antón García, esta Berta Piñán y muchos nombres más escriben muy bien y tienen otras cosas que contar. Aquí hay un esfuerzo intelectual serio, aquí hay alguien que se ha sentado y ha sudado encima del ordenador. Y encima vienen de fuera y lo traducen al castellano y a otros lenguas. Y esa es la realidad, muy terca, y además no se puede ignorar.
P.B.C.– Impugnaron lo que decía cierto escritor a principios del siglo XX: que el asturiano era algo muy hermoso y muy digno pero sólo servía para falucar pela quintana, no para las cosas serias.
X.B.- Como si falucar pela quintana fuera una cosa poco interesante (risas). Sí, efectivamente hubo que reconocer que la poesía de Berta Piñán era buena, y que Antón García hace cosas excelentes. Su última novela es maravillosa. Pero permitidme que vuelva al tema éste de los amigos perdidos. A nosotros nos tocaron tiempos muy ásperos, pero lo que uno no esperaba es que nos persiguieran por todos los sitios. Recibimos el acoso de tirios y troyanos. Recibimos del poder, pero también de los asturianistas.
C.I.- Eso fue terrible. La historia de los «caínes sempiternos» que decía Cernuda.
P.B.C.- ¿Por qué esa persecución de los asturianistas? ¿Por no ser lo suficientemente políticos, lo suficientemente militantes; por querer ser exclusivamente escritores?
X.B.- Nunca quisimos ser funcionarios del Estado. Alguno de nosotros acabó siéndolo, como todo el mundo, pero no era nuestro objetivo. Nuestro objetivo fundamental era ser escritores, y serlo con todas las consecuencias, pero había una sociedad profundamente provinciana y muy encerrada en tópicos, y si discutías con ellos enseguida te situaban en la trinchera del enemigo. Nunca entendieron que la discrepancia era el primer peldaño para el entendimiento. ¿Dónde está la excepción a todo esto? En la tertulia Óliver.
C.I.- Exacto. Ahí José Luis García Martín y Víctor Botas les abrieron otros horizontes.
X.B.- Fundamentalmente, García Martín. El entorno que García Martín generó es lo que hace posible que hoy existan una literatura en asturiano y una literatura en castellano decentes.
C.I.- Generó un magisterio abierto.
X.B.- Eso es. García Martín es el gran factótum de la cultura asturiana de las últimas décadas; de una cultura asturiana integrada en España y con una vocación universal. ¿Consiguió el asturianismo aprovechar ese terreno fértil de Óliver? Consiguió otras cosas, pero ésa no.
C.I.- Xuan Xosé Sánchez Vicente, fundador del Partíu Asturianista, tiene dicho que para que el asturianismo político tocase gobierno tenía que salir del Triskel, en alusión a un bar de Gijón que frecuentaba el asturchalismo más irredento.
X.B.- Sí, hombre. Xuan pensó muchas cosas bien. Con otros de sus pensamientos no estoy de acuerdo. Pero lo del Triskel, pues sí. Yo nunca estuve en el Triskel, y mira que he tomado cervezas en el Triskel, pero tomar cervezas en el Triskel no tiene nada que ver con estar en el Triskel. Allí hubo unas rivalidades que fueron muy perjudiciales. Antes hablábamos de Galicia y de cómo en un momento dado coincide gente como Murguía, Rosalía de Castro, Pondal, Curros… Coincide gente con un peso intelectual grande.
C.I.- Y con una vocación de crear. Y después, la generación Nós y todas las de la posguerra.
X.B.- Sí, sí: Bóveda, Castelao… Es una gente con un peso intelectual enorme la que coincide allí. Aquí no paso eso. Aquí coincidió la gente que coincidió, que era gente con unas limitaciones que son las que son. Y no estoy diciendo que Sánchez Vicente sea una persona limitada política o intelectualmente. No lo es, en absoluto. Me refiero a un entorno más amplio. ¿Quién acabó con la posibilidad de que el asturianismo estuviera presente en la Junta General del Principado? Una parte del propio asturianismo.
P.B.C.- El bombardeo del asturianismo ortodoxo a cualquier cosa que no fuera el programa máximo era constante y desolador. Eso hizo mucho daño. A mí, una persona que estuvo en contra de la ley de Uso del Asturiano, promovida por el PAS, por lo que suponía de abortar la oficialidad completa, me llegó a reconocer que aquélla fue una postura equivocada; que, visto en perspectiva, bendita ley de Uso, porque la alternativa era la nada.
X.B.- Recuerdo a la Unidá Nacionalista haciendo una campaña de petición de firmas para frenar la ley de Uso. La ley de Uso la había encargado el primer presidente del Principado, Pedro de Silva, del PSOE, para solucionar el problema y era un ejercicio de realismo: no podemos llegar hasta allí, pero llegamos hasta aquí, y a partir de aquí ya iremos llegando hasta allí. Eso quedó en barbecho y después Sánchez Vicente, aprovechando una coyuntura política determinada, consiguió que el fallecido presidente Sergio Marqués, del PP, se la aprobase con cambios mínimos. ¿Vino bien la ley de Uso? Vino bien. Hombre, significaba que el asturiano volvía a entrar por la gatera, no por la puerta grande, como debía, pero entraba.
P.B.C.- Pero es a lo que hoy nos agarramos.
X.B.- Sí, sí.
P.B.C.- Usted militó en el PAS, ¿no es cierto?
X.B.- Sí. Creo recordar que hasta estuve en la Ejecutiva, pero no estoy seguro, no lo recuerdo. Estuve en el PAS mientras pensé que era posible una solución socialdemócrata para el asturianismo; una posición que pudiera conciliar los extremos existentes. Me fui a Portugal y no volví a aquella militancia en la que me sentía como un pulpo en un garaje. No sé, estuve afiliado al PAS dos o tres años, no recuerdo bien, y cuando salí Sánchez Vicente todavía era diputado y parecía que el proyecto prosperaba. Simplemente pensé que no podía aportar nada.
P.B.C.- ¿A qué se debió la evolución hacia posiciones conservadoras que el PAS vivió después?
X.B.- Pues no lo sé. Xuan Xosé Sánchez Vicente es un gran poeta, que va a publicar este año su obra completa, pero fundamentalmente es un gamberro. No lo digo peyorativamente, todo lo contrario. Es una persona a la que admiro mucho y que considero muy válida intelectualmente. Estoy de acuerdo con él en muchas cosas, pero en otras no lo estoy. La posición que él tiene ahora, él la verá coherente, pero yo no. No es la mía.
P.B.C.- ¿Cómo ve al asturianismo hoy?
X.B.- No lo veo. No tengo trato con él. A mí me llamas mañana y me pides que vaya a defender la oficialidad a La Pola y voy. Me llama una asociación de vecinos de no sé dónde que quiere escuchar argumentos al respecto y voy encantado de la vida. Y voy si me lo pide Podemos, si me lo pide Izquierda Unida, si me lo pide el PSOE y si me lo pide el PP. Quien sea. Pero no estoy en el día a día del asturianismo.
C.I.- También formó parte de la Fundación Caveda y Nava, que se disolvió hace dos años por motivos que no entendí. ¿Por qué ese cierre?
X.B.- Bueno, por un lado porque la gente cansa. Pero por otro lado, la Fundación Caveda y Nava se disuelve en un momento en que el espíritu de la fundación se había extendido ya a todo el asturianismo y parecía innecesario que siguiéramos promoviéndolo. Ahora mismo, la Academia de la Llingua defiende exactamente lo que defendía la Fundación Caveda y Nava: consenso para abordar una política lingüística positiva para el asturiano en lugar de posturas rupturistas. Eso ahora ya inunda a todo el asturianismo. En realidad, la Fundación Caveda y Nava muere de éxito. Muere con mi voto en contra, eso sí, porque yo no quería disolverla. Pero la mayoría consideró que ya no éramos necesarios, y seguramente tenía razón.
C.I.- Aquí en Caces, donde vive, en el Oviedo rural, ¿ha encontrado su Walden?
X.B.- Aunque me gustan muchas cosas que escribió, Henry David Thoreau no me cae muy bien. Era un reaccionario que no sabía de dónde venía ni adónde iba y que, consecuentemente, se quedó dónde estaba. Yo sí sé de dónde vengo, no es mucho, pero es algo. Vengo de una familia campesina que nació en una casa grande; en una de aquellas casas patriarcales que había entonces. Aquello tenía sus ventajas y sus desventajas, pero siempre me he preguntado en qué momento vivir en una casa de quinientos metros cuadrados, con una gran finca semipública alrededor, pasó a ser peor que vivir en un piso de cuarenta y cinco de Pumarín [dos barrios del mismo nombre de Oviedo y Gijón].
P.B.C.- En cierto momento empezó a haber una estigmatización de lo rural y del campesino enormemente agresiva, y no sé si derivada de otro ejercicio de ingeniería social: ahí están las películas de Paco Martínez Soria y otras en las que aparecían labriegos ridiculizados como paletos, atrasados, etcétera.
X.B.- Pues sí, es verdad. En nuestro caso, el de los asturianohablantes, comenzó muy pronto. En el siglo XV se hace un teatro entre Portugal y Castilla donde un dialecto de nuestra lengua, el sayagués, que aún hoy en algunas cocinas buenas puede seguir considerándose parte de nuestro idioma, y hablo sólo de lo que comí y hablé, pasó a ser una especie de engrudo paleto, de confusión en las vocales y en las consonantes, de latinismos que no venían a cuento, de gente que tropezaba en las celebraciones cultas y finalmente por milagro del sentido común acertaba en lo esencial. No habían pasado ni doscientos años de la caída del Reino de León. Si hay que buscarle a Sancho Panza un antepasado, ese es un sayagués, aunque en la obra de Cervantes, por arte de birlibirloque, quien habla de una manera afectada y anticuada sea don Quijote y el buen Sancho lo haga con su dichos y redichos, en áspero petrarqués pero a lo llano. Eso estaba ahí con toda su potencia, con toda la potencia de esa gran obra que es el Quijote y que Cervantes no escribe para hacer mengua de ninguna lengua española. Todo se resuelve en ficción: hay un vizcaíno que grita, árabes que susurran lejos y una asturiana que se convierte en Dafne. La lengua de Cervantes: la del ideal. Y cuando eso se descubre en el XVIII, en Asturias ya era evidente que hablábamos de otra manera, a lo mejor porque nos llegó la grandeza de Cervantes desde Inglaterra por los puertos de Xixón y Candás. La tradición literaria castellana (que aún no había llegado a ser española del todo, aunque estaba en puertas) traía demasiados paletos a sus espaldas, demasiada xenofobia que aún mantiene. A los aragoneses, simplemente, se los cargaron, como se cargaron su lengua (cien años antes habían expulsado a la mayoría de la población, que eran moriscos y hablaban en aragonés, e introdujeron colonos cristianos, esto es, castellanos, en las tierras despojadas). Hay una novela preciosa, La vida de Pedro Saputo, de Braulio Foz y Burges, publicada en 1844, que intentó conciliar estos extremos en Aragón, intentando un discurso que agradase en Madrid. La novela es muy buena, pero en Madrid se han olvidado de ella y hasta ahora. El poder, probín, necesitaba construir su propia genealogía e inventó dioses, nobles, taberneros, pastores, soldados y sicarios. E inventó a Dios trino y uno con su espejo en la tierra: España una, grande y libre. Me pregunáais por los campesinos. ¿Qué pintábamos nosotros en esto? Pues nada de nada. Éramos una desviación, una anomalía mayoritaria. La desamortización de Mendizábal favoreció que algunas de nuestras familias, la mayoría, se convirtieran en pequeños propietarios (que tenían que seguir pagando al Estado o principalmente a la Iglesia lo estipulado año a año: que yo sepa, en mi casa de Paniceiros, estuvimos redimiendo foros hasta mil novecientos sesenta y muchos). El poder dibuja a su vasallo de manera ridícula: habla mal, es estúpido, desconfiado pero «buena gente» porque es útil. Patizambo muchas veces; si guapo, ridículo. No sé: algún día habrá un estudioso que indague en la endofobia en Asturias desde 1968 hasta 1998. Será un chino o un indio quien lo haga. Y todos los artículos están firmados, con lo que podrá hacer una genealogía del poder. «¿Quién les mandaba? ¿Cuánto les pagó? ¿Cómo vivieron?», etcétera. Ahora la respuesta de un marxista sería El capital, pero cuando esto suceda será un materialista sin horizontes de justicia quien juzgue. Al pan, pan y al vino, vino. La pregunta será: ¿por qué tiraron su cultura por la ventana del olvido?
C.I.- En Francia, en Alemania o en Italia el mundo rural es muy sólido y aquí, históricamente, siempre hubo un erial que se extrema durante el franquismo. Así lo certifica Sergio del Molino en La España vacía, que comienza con una referencia a una película interesantísima llamada Surcos.
P.B.C.- Ah, sí, la conozco. Una película de los años cuarenta dirigida por un militante de Falange, pero del sector más obrerista: una familia de pueblo que llega ilusionada a Madrid pero es devorada por la ciudad.
Fotograma de Surcos (1951)
C.I.- El director era José Antonio Nieves Conde. Se la dejaron hacer porque era un falangista que venía del grupo de la División Azul, de los del entorno de Dionisio Ridruejo, que pese a todo tenía su fuerza. Y la película retrata muy bien ese éxodo rural tan español. Es un retrato crítico hecho en la misma dirección de lo que dice Xuan: de pronto, a los campesinos se les inculcó de que en el pueblo, en la aldea, se vivía peor.
X.B.- Soy todo, o casi nada, de todo. Sólo hay una cosa que no soy: falangista. No lo soy yo, ni lo fue mi padre ni lo fue mi abuelo. Y no ser significa que a pesar de lo que te pudiera dar el poder no se quiso ser eso. Hay una voluntad ética. Dicho esto, lo mismo que decía ese señor de Surcos, pero mejor, lo decía Ramón J. Sender en el exilio bien jodido. Bueno, ahí se acaba el siglo XIX y empieza la generación de mis padres. Ya no será posible ni el Martín Fierro, el mejor poema en español del XIX, ni tampoco el Romancero gitano de Lorca. De alguna manera, siendo esenciales, se quedaron atrás, quizás agazapados, pero temo que perdidos en la traducción de los nuevos tiempos. Un campesino sabe lo que duele la helada en las manos, cómo es de oscura la noche, la reveladora verdad de las constelaciones; sabe si el viento oeste huele a jabalí o si la tierra húmeda de enero, aún sin estercolar, podrá ser fértil. Sabe muchas cosas que está dispuesto a olvidar si le dan un camastro junto a la chimenea de la fábrica donde dicen que vive una actriz de Hollywood. El campesino no tuvo más remedio. Y vamos a lo que me preguntáis: eso tiene que ver con que en un momento dado los gobiernos de Franco pasan de aquella primera perspectiva nacionalconservadora o falangista, con una contradicción extraña entre una revolución que nunca se cumplió y una pulsión conservadora que no desaparecía, a la etapa de los tecnócratas del Opus Dei, que sabían mucho de dinero y de economía y observaron que en el campo había muchísimo dinero. Su mayor deseo era captar ese dinero y acumularlo, y para ello organizaron un tránsito masivo del campo a la ciudad. Hay canciones de Víctor Manuel y otras de la época que hablan de los desertores del arado. Aquél fue un programa absolutamente exitoso en lo económico. Convencieron a la gente de que era mejor vivir en un piso en Madrid que en una casería o en un pueblo.
C.I.- Nos convencieron de que vivir en la ciudad era menos duro, más cómodo, supuestamente con mejores colegios, hospitales, comercios… y, sobre todo, te cepillabas de los hombros esa supuesta caspa de aldea.
X.B.- ¡Uf, con todo lo que se invirtió en el nuevo Hospital Central Universitario de Asturias (HUCA), qué flota de helicópteros podríamos tener! Podría haber casi un helicóptero por cada mil habitantes. En Asturies deberíamos reflexionar sobre en qué medida hemos acertado en estos treinta años de autonomía en soluciones que tal vez no eran las adecuadas para el territorio. Y hemos de reflexionar en lo que se ha acertado, que es mucho. Eso, hay que planteárselo para la llingua, para el tema sanitario y para el educativo. Y hay que plantearse en qué medida la connivencia de todos favoreció que las cosas no fueran tan bien como debieran. La última vez que di una conferencia en el IES de Tinéu, me quedé absolutamente asombrado y decepcionado al ver que todos los profesores, cuando acababa la jornada, cogían el coche y se venían para Oviedo. ¿Tiene eso sentido? ¿A quién estamos pagando? Los funcionarios, ¿no tienen ninguna responsabilidad social y cívica con el territorio, fuera de su jornada de trabajo? ¿Es un logro sindical eso?
C.I.- Esto me recuerda algo. Hace quince años, el poeta recientemente fallecido Pablo Ardisana, que nunca quiso dejar su H.ontoria natal, en Llanes, dijo en una entrevista: «Sólo soy un superviviente». ¿Sólo somos supervivientes?
X.B.- César, vuelves a situarte en un punto un tanto victimista. Los asturianos somos personas que viven en el Primer Mundo; que tienen unos derechos reconocidos y que no están en duda; que tienen una sanidad y una educación que casi nadie tiene. Podemos y debemos defender todo eso, y debemos perfeccionarnos, pero teniendo claro que somos el modelo para muchos que están empezando a tener todo eso. No creo que vivamos en el peor de los mundos. Existencialmente, todos somos supervivientes: empezando por los tres que estamos en esta mesa, porque en nuestra vida ha habido muchas ocasiones para la muerte. Estamos en un mundo bastante amable. Eso no se nos puede olvidar. No estamos en Cali, ni en Senegal, ni en Uganda, ni en Siria, ni en medio de un huracán.
C.I.- Sin duda, Xuan, pero cuando cito esa frase de Ardisana lo hago porque creo que se refería al concepto del último mohicano rural.
X.B.- Pablo Ardisana fue una persona muy valiosa intelectualmente que, si el establishment asturiano hubiera sido de otra manera, más inteligente, hubiera terminado siendo muy distinta a como terminó siendo. Porque el Estado, ya lo decíamos antes, tiene la obligación de hacernos mejores y de darnos un papel. Y muchas veces la persona que en Asturias piensa, el intelectual asturiano, es aquél que no encuentra un papel o un destino. Es aquél que clama en el desierto, que es algo que en nuestra cultura judeocatólica tiene una tradición impresionante y en la que hasta nos podemos reconfortar. Pienso que una persona que reflexionó sobre el paisaje de Llanes como Ardisana debería haber tenido un hueco amplio dentro del establishment. Tenía derecho a ser escuchado y a que su opinión fuera influyente.
C.I.- Le sucedió todo lo contrario: fue absolutamente esquinado.
X.B.- Publicó varios libros magníficos. Quiero creer que la literatura asturiana colaboró en alguna medida en que el desastre arquitectónico que pudimos ver a pie de costa en Cantabria y en Galicia no se produjese. Y la voz y la actitud de Pablo Ardisana incidió de alguna manera en la defensa de su Llanes, donde hubo desmanes urbanísticos, pero fueron mucho menos de los que los depredadores querían. Me gusta acabar esta conversación hablando de Pablo. Si cierro los ojos puedo escuchar su voz, la invento para todos vosotros:
El mundu e
como pensaba qu’era
de neñu en H.ontoria:
el silenciu ente esto que ti digo
y la voz d’un dios que nin matándolu
e la voz d’esi raitán que nun sé pa qué
–¿pa qué?, ¿pa qué?–
mi recuerda tantísimu a Mozart.
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