Fotografía de Javier Sánchez Salcedo
Miércoles en Zenda. Miércoles de narrativa extranjera. Miércoles, en este caso, de Hombres puros, una novela publicada por el escritor senegalés Mohamed Mbougar Sarr (Dakar, 1990) justo antes de su última obra hasta la fecha, La más recóndita memoria de los hombres, que le valió el Premio Goncourt y fue la primera de sus novelas en ser traducidas al español. Originalmente aparecida en el año 2018, Hombres puros acaba de ser traída al español por Rubén Martín Giráldez para el sello editorial Anagrama, y registra —siempre en el marco de las indagaciones narrativas de su autor, uno de los más fascinantes escritores contemporáneos en lengua francesa— todo un espectro de violencia homófoba a través de la mirada de un profesor/observador que, poco a poco, va incorporándose al conflicto en primera persona.
La propia editorial apunta, acerca de la obra: «Dakar. Por las redes circula un vídeo que se hace viral: una horda desentierra un cadáver y lo arrastra fuera del cementerio. Esas imágenes impactan a Ndéné Gueye, un profesor universitario de letras, decepcionado por la mediocridad del sistema educativo del país y por la hipocresía de la sociedad senegalesa.
Las imágenes del vídeo se acaban convirtiendo en una obsesión para él. ¿Quién era el muerto? ¿Por qué han exhumado el cadáver? La respuesta es tan clara como cruel: se trata de un góor-jigéen, un «hombre-mujer», un homosexual. El joven profesor indaga sobre la identidad del cadáver profanado y busca a su madre.
Pero entre tanto, a su alrededor —en la universidad, en su propia familia— empiezan a circular las maledicencias sobre él. Y esa hostilidad acabará afectando a su relación con la persona a la que ama. Entonces llega el momento de mantenerse firme en las propias convicciones, de tomar decisiones, de no callarse y de ser uno mismo, a pesar de todo y a pesar de todos.
Hombres puros es una novela conmovedora sobre las devastadoras consecuencias de la homofobia, aún en nuestros días. Un alegato poético e introspectivo a favor de la libertad. Un texto breve y crudo, sin eufemismos, pero cargado de belleza y verdad».
Hombres puros, sangre nueva
25 Abr 2024/Youssef El Maimouni / Mohamed Mbougar Sarr
Existen numerosas formas de adentrarse en la obra de un autor, de articular diferentes itinerarios para remontar los meandros de la creación de una voz que viene a formar parte del propio panorama literario. Hay lectores que se inician en la lectura por el primer título; un ascenso cronológico para acompañar acompasada o aceleradamente la evolución en el tiempo y en el arte del escritor afortunado. Otros, atraídos por una temática concreta, realizan el primer de una posible serie de pulsos. Hay quien sucumbe a la novedad y, a posteriori, desanda la bibliografía. De repente, una amistad recomienda o regala una obra y como fieles que creen en una fuerza no casual, aceptamos el reto. Y, por supuesto, son legión quienes ven su interés naciente y creciente tras el anuncio luminoso de la designación de un premio.
Las editoriales no lo hacen muy diferente y así se constata sobre todo cuando hablamos de obras traducidas. En España se traduce ¿Mucho? ¿Poco? Y principalmente del mundo anglosajón (el resto de los idiomas no alcanza el cincuenta por ciento). Por supuesto, a los tótems siempre los encontraremos en los estantes con sus grandes obras y las menos logradas. Nadie duda de que tarde o temprano veremos a los superventas de otros mercados destacar en los escaparates locales, de la misma manera que los premiados en otros países referentes del sector brillarán con sus elogiosas y coloreadas fajas.
"Para quienes hayan leído las dos novelas en el orden en que nos han sido brindadas les resultará complicado, puede que incluso atractivo, no caer en la tentación de ejecutar una consciente comparativa"
Así todo, Anagrama tuvo buen olfato al hacerse con los derechos del flamante premio Goncourt 2021, Mohamed Mbougar Sarr y su salvaje La memoria más recóndita de los hombres. Una novela que, además de ser merecedora del prestigioso galardón, llegó para recordarnos que apenas sabemos nada de la literatura senegalesa en particular y de la africana en general (exceptuemos a los dos o tres premios Nobel de un largo palmarés y a otros dos o tres más). Desde hace unas semanas la editorial nos ha invitado a desandar la obra de Mbougar Sarr —con excelentes traducciones de Rubén Martín Giráldez— con la aparición de Hombres puros, escrita y publicada en Francia con anterioridad a la laureada.
Para quienes hayan leído las dos novelas en el orden en que nos han sido brindadas les resultará complicado, puede que incluso atractivo, no caer en la tentación de ejecutar una consciente comparativa. Mientras que La memoria más recóndita de los hombres es una obra plural, coral, que exhala y exhibe oralidad encajando diferentes técnicas y estilos, con una narrativa milimétrica y ambiciosa, que acoge lo real y lo mágico sumando diferentes capas, con Hombres puros transitamos, en cambio, por una obra de coherencia lineal sin grandes arcos narrativos, aunque atractiva, atrevida y comprometida. Y, tras comprobar que entre la crítica se sigue contemplando la edad como medida de elogio, por qué no recordar la del autor, 28 años, en el momento en que De purs hommes vio la luz.
"Acierta el autor con el ritmo pausado de la trama que mantiene en gran parte de la novela, llegando a un crescendo en la parte final que coloca al lector en lo alto, en lo largo de un pasillo con luz molesta"
Mohamed Mbougar Sarr se atreve con un tema que bien le podría acarrear más trabas que elogios: la homosexualidad en Senegal. Mediante las peripecias del personaje principal, Mbougar Sarr, esparce y debate una cuestión universal, ¿cómo resistir y vencer la arrolladora hipocresía de las fuerzas conservadoras y dominantes de nuestra sociedad? El diálogo acoge también otra diatriba, quizás demasiado evidente, no por ello ausente en casi todas las generaciones: ¿cómo conjugar los distintos tiempos de los dos mundos del protagonista significados a partir de los versos de Verlaine y los sermones de los imanes en las mezquitas? El planteamiento, sin ser original (ni falta que hace) recoge el ruido ensordecedor de los rumores que atormentan y hacen salir a la calle a los movimientos inquisidores. Es un retrato de la visceralidad de quienes se pueden permitir danzar con los ojos tapados al son de las leyes del más fuerte, sin salir de la zona de confort, protegidos por la fuerza de la mayoría que no admite las ideas que alteran el orden. La violencia se presenta con golpes y con escogidos silencios; sólidos y temidos, puede que más dañinos. Es la ausencia de compasión, de amor, es la soledad representada con contundencia, en una sociedad donde se presupone bullicio, tambores y tetas al aire, una comunidad que el misionero considera acogedora, solidaria y generosa. Acierta el autor con el ritmo pausado de la trama que mantiene en gran parte de la novela, llegando a un crescendo en la parte final que coloca al lector en lo alto, en lo largo de un pasillo con luz molesta. Es coherente, un cambio de coordenadas que ejemplifica una atmósfera, la que respira el boxeador cuando besa la lona, y que, por desgracia, no existe tan solo dentro de la obra, dentro de un cuadrilátero.
Regresando a la comparación entre las dos novelas es sencillo y de agradecer comprobar que al autor le interesa un tema por encima de todos; es la propia literatura la que sostiene el eje de sus obras, las letras que suman un mismo mundo con variedad de cánones literarios (aunque a la mayoría de ellos no se les permita salir del armario).
Hombres puros es una novela sólida, repleta de dudas, autoconsciente y que, certera, no pretende resolver ni blanquear el mal común de nuestros tiempos.
Celebremos la aparición de Mbougar Sarr y adentrémonos en su obra y en la de autores de la cara oculta, nuevas voces, savia nueva, que amplían nuestro mundo traducido, mundo encorsetado.
ENTREVISTA A MOHAMED MBOUGAR SARR EN "LA TERCERA" SOBRE OTRA NOVELA, "LA MÁS RECÓNDITA HISTORIA DE LOS HOMBRES"
Mohamed M. Sarr, premio Goncourt: “Bolaño es el escritor que más ha significado para mí en los últimos 10 años”
Andrés Gómez
22 dic 2023 09:36 PM
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Nacido en Senegal y radicado en Francia, es el primer escritor de su país en obtener el premio más prestigioso de la literatura gala. "La más Recóndita Memoria de los Hombres", su novela premiada, narra la búsqueda de un escritor africano que conoció el éxito en París, pero desapareció tras ser acusado de plagio. Un relato inspirado en "Los detectives salvajes" y que lo trajo a la Cátedra Bolaño de la UDP.
La literatura y los destinos. En 1968 el escritor Yambo Ouologuem recibió el Premio Renaudot, uno de los más prestigiosos de Francia, por su primera novela, El deber de la violencia. Sin embargo, tras el éxito vino la caída: fue acusado de plagiar pasajes de Graham Greene y otros autores y la novela fue retirada de librerías. Nacido en Mali, Ouologuem no pudo con el escándalo y decidió volver a su país, sin defenderse. A los 28 años abrazó el silencio. Murió olvidado en 2017.
Medio siglo después, Mohamed Mbougar Sarr, nacido en Senegal en 1990, escribió una novela inspirada en la historia de Ouologuem, La más recóndita memoria de los hombres. En 2021 ese libro obtuvo el Premio Goncourt, el más importante de Francia, y se volvió un éxito de ventas.
La distinción consagró a Sarr como una de las nuevas estrellas de la literatura en lengua francesa y rescató de las sombras la obra de Yambo Ouologuem.
La más recóndita memoria de los hombres tiene por título una cita de Roberto Bolaño. En ella, Mohamed Sarr narra la historia de un joven escritor, Diégane, su alter ego, que persigue las huellas borrosas de otro autor: TC Elimane, quien en los años 30, en plena era colonial, publicó una novela que lo cubrió de elogios. El “Rimbaud africano” lo llamó la prensa francesa, pero tras ser acusado de plagio, desapareció de escena del mismo modo que Yambo Ouologuem.
Desde París a Senegal y Buenos Aires, la novela es un viaje geográfico y literario tras la pista de un escritor desaparecido, a la manera de Los detectives salvajes, de Bolaño.
Mohamed Sarr estuvo en Santiago, a 25 años de la publicación de la novela del autor chileno. Con elegancia y amabilidad, participó de la Cátedra Bolaño en la UDP y en una charla en el Instituto Chileno Francés. “Tú te imaginas el placer de estar aquí, en Chile”, dijo. “No estoy seguro de que a Bolaño le hubiera gustado esta idea. La existencia de una cátedra Roberto Bolaño seguramente le habría hecho reír”.
La literatura es una batalla perdida de antemano, solía decir Bolaño. ¿Qué piensa de esta idea?
La literatura se asemeja a una batalla perdida de antemano, pero es precisamente por eso que hay que librarla absolutamente. Los libros habitados siempre se enfrentan a una forma de horror o sufrimiento, que también puede ser el otro nombre de la belleza. Todo esto no excluye ni la gracia ni la alegría, pero en el fondo, creo que escribir es siempre una manera de entrever la inmensidad del “sol negro de la melancolía” (Nerval lo escribió en El desdichado) que brilla sobre el mundo. Solo entrever. Antes de poder decir algo, la literatura pierde, muere. Porque no es suficiente. O porque no se le presta gran importancia. O porque los escritores son débiles. Y los lectores también. ¿De qué valen las frases y los personajes frente a la violencia del mundo? ¿Frente al poder del dinero? Sin embargo, y Bolaño lo entendió y expresó maravillosamente en sus libros, lo que se mantiene frente al horror ya es heroico. Un heroísmo risible, romántico, sin salida, pero que tiene la preocupación de mirar hasta el final. Las grandes obras se mantienen frente a lo desconocido sabiendo que no lograrán aprehenderlo completamente. Pero su intento, aunque sea fallido, siempre plantea una nueva pregunta existencial en nosotros. En un pasaje de 2666, Amalfitano, el filósofo chileno que cuelga libros en una cuerda de ropa lo dice: las grandes obras luchan en lo desconocido contra un “ello” que embiste con los cuernos bajados, y hay sangre y fetidez.
La obra de Bolaño es una influencia notable en su novela, en varios niveles. ¿Qué significó su lectura para usted?
Bolaño es el escritor que más ha significado para mí en los últimos 10 años. Lo leí por primera vez exactamente en 2013. Comencé con 2666. Me transformó de inmediato, pero primero como lector: ya no leí de la misma manera después de él. Mi interés se desplazó del tema de las novelas a las frases, su ritmo, su flexibilidad, la energía que atravesaba cada una de ellas y las vinculaba todas. No podía dejar de leer, y no era porque la trama se basara en viejas fórmulas de thriller, suspenso o novela policíaca (aunque esta dimensión esté presente en él de manera paródica), sino porque sus frases tienen una extraordinaria elasticidad y pueden abrazar todos los registros, situaciones y géneros con la misma facilidad. Entre ‘todo para la historia’ y ‘todo para el estilo’, él creó un espacio nuevo para mí. Luego, Bolaño me liberó. En esa época, cuando lo descubrí, estaba reflexionando sobre el destino de Ouologuem y cómo contarlo. Pero temía escribir un libro árido, privado de vida, que solo contuviera florituras eruditas sin adentrarse en la esencia de lo real. Bolaño me mostró que la literatura podía estar en el corazón de la literatura, no como sujeto del discurso, sino como objeto de una búsqueda; una búsqueda viva, apasionada, encarnada y divertida, triste pero siempre enérgica. Lo importante en literatura es buscar; esa es su influencia decisiva para mí. Me identifiqué inmediatamente con uno de los detectives salvajes. Ellos buscaban a una poetisa desaparecida. Yo buscaba a un escritor recluso. Era mi historia: los personajes lanzados a la pista de Césarea Tinajero o Archimboldi hacían eco a mi propia búsqueda de Ouologuem, que se convirtió en Elimane en la novela.
Precisamente se acaban de cumplir 25 años de la publicación de Los detectives salvajes. ¿Qué opina hoy de la novela?
La volví a leer por completo el verano pasado. Lo que me llama la atención es esta extraña estructura, posmoderna en la medida en que atomiza la línea clásica de la trama y el significado, pero antigua en la medida en que se conecta con formas canónicas como el diálogo, el diario, el cuento, el testimonio. Y esta epopeya se basa completamente en las voces: siempre hay una que está contando, dando vida a una época, una calle, una escena. Esta dimensión oral naturalmente me transportó a los cuentos de mi infancia senegalesa. Pensé que Bolaño, al elegir esta forma, también era africano. Creemos en todas las voces, incluso las más fantasmales o delirantes. Estaba acompañado por esta pregunta durante toda la novela: ¿Quiénes son los detectives salvajes que recopilan los testimonios? ¿Son detectives del futuro? ¿Es García Madero quien escribe este informe años después? ¿Son Ulises Lima y Arturo Belano? Pero no, no pueden ser ellos dos, ¡porque son personajes de esos testimonios! Entonces, ¿quién? La respuesta es simple: somos nosotros, quienes leemos. El poema visual de Césárea Tinajero, Sion, es una metáfora perfecta de la existencia humana. Es un poema perfecto. Y está la pregunta que es la última frase de la novela: ¿Qué hay detrás de la ventana? Al cerrar el libro, cada uno aportará una respuesta. Veinticinco años después, el libro ha conservado su salvajismo y juventud. Las obras maestras son así: viejas por su profundidad literaria, siempre jóvenes y contemporáneas por su capacidad inagotable para jugar. Bolaño es quien mejor habló de Los detectives salvajes. Decía que “podía leerse como una agonía o como un juego”.
“¿A quién pertenece un cuento?”
Hay quienes han visto un paralelismos entre su historia y la de Yambo Ouologuem: ambos escritores africanos trasladados a Francia y autores de novelas premiadas allí. ¿Qué piensa de ello?,
Es cierto que los destinos de ambos libros están vinculados por la referencia transparente que hago a Ouologuem, cuya trayectoria sirvió de modelo para el personaje de Elimane. También están vinculados por haber sido galardonados con prestigiosos premios literarios franceses. Sin embargo, existen dos grandes diferencias. La primera se refiere a la época: ser africano y recibir un premio literario en Francia en la década de 1960 expone a una mayor fragilidad que en la actualidad. Esta fragilidad fue la de Ouologuem después de ser públicamente denunciado. La segunda diferencia radica en que yo era consciente de las posibles ambigüedades en la recepción de las novelas africanas en Francia. Juego con ellas. Me burlo de ellas. Las denuncio. También reconozco que a veces permiten que escritores provenientes de los márgenes obtengan un reconocimiento de gran envergadura. Mantengo una mirada seria e irónica sobre la situación. Pero esta perspectiva solo fue posible porque El deber de la violencia pasó por eso, y ocurrió lo que le sucedió a Ouologuem. Él no podía ser consciente de la posible violencia de esa condición. La sufrió plenamente. Eso lo mató, como escritor. Pero se convirtió en un mito y una advertencia para las generaciones siguientes. En todo caso, estoy feliz de que, gracias al premio recibido por La más recóndita memoria de los, la gente redescubra a Ouologuem y lo lea, sobre todo. Eso es lo más importante: volver a leerlo.
T.C. Elimane, como Ouologuem, es condenado al silencio por plagio. ¿Qué piensa del plagio y la originalidad?
Diégane es joven y busca un modelo mitológico para responder a su pregunta: ¿qué debo escribir y cuál es el precio de un gran libro? La respuesta que Elimane le da, a través de su silencio, podría ser: callarse o desaparecer. En cuanto al plagio, es una antigua cuestión literaria que me interesa, por supuesto. Me pregunto cómo definirlo en literatura, si aceptamos un hecho simple: que un escritor es un lector y que sus lecturas, consciente o inconscientemente, lo atraviesan y nutren sus libros de diversas formas. A partir de ahí, ¿hasta qué grado de influencia o referencia debemos llegar para ser acusados de plagio? No hablo del plagio evidente, la reescritura literal, el miserable robo de frases, como lo hace Kasimir Mirebalais, un personaje plagiario que presenta Bolaño en La literatura nazi en América. Me refiero al hecho de que ningún texto nace de la nada, fuera de la historia literaria. Hablo de esa cosa que Borges señalaba ya en El acercamiento a Almotásim: “es obvio que todo libro se honra descendiendo de una obra más antigua”. Hablo, por último, del hecho de que en literatura nunca hay una total originalidad, en mi opinión, sino solo singularidad: la capacidad de dar una forma nueva y personal a viejos motivos existenciales humanos. Sería una locura o una pretensión absoluta creer que se es dueño de una frase, de una metáfora, de una idea. La Biblioteca es inmensa e infinita. No conocemos todos sus secretos. Por cierto, vengo de una cultura marcada por la oralidad y los cuentos. Y en ese espacio, el plagio es una noción casi absurda. ¿A quién pertenece un cuento? Es una pregunta que ni mi abuela ni yo nos hacíamos cuando estábamos inmersos en una sesión de cuentos.
En sus ensayos y entrevistas, Bolaño se propuso también cuestionar y remecer el canon literario. ¿Cuál es su actitud hacia el canon?
En La más recóndita memoria de los hombre, hay todo un pasaje, una logorrea fluvial, donde Diégane y Musimbwa, siguiendo las huellas de Elimane, un poco ebrios, llevan a cabo en la noche parisina el implacable y feroz juicio de sus mayores. Al final, sin embargo, después de masacrarlos, reconocen esto: solo se puede hablar de historia literaria si se admite que cada generación es un paso necesario hacia aquella que podrá criticarla, es decir, superarla en el sentido dialéctico del término. A veces soy implacable con la literatura de mi país. Ya no se puede escribir como Senghor, Cheikh, Hamidou Kane, u Ousmane Sembène o Mariama Bâ. Han pasado décadas desde su trabajo, que no dudo en cuestionar de vez en cuando. No siempre soy amable con los clásicos africanos, aquellos que me acompañaron y encantaron en mis años de joven lector. Pero siempre lo hago preguntándome cómo proponer algo diferente después de ellos. Es por eso que la lectura de El deber de violencia de Ouologuem fue tan importante para mí: en el estilo, la aproximación, el tema, la visión, intentó inyectar sangre nueva en la literatura africana francófona de su tiempo. A veces, la mayor muestra de respeto hacia los clásicos consiste en leerlos de verdad, con un ojo crítico, y no momificarlos en el formol de las reverencias. Y espero que las generaciones que vendrán después de mí hagan lo mismo con mis libros. En cuanto al canon occidental (en el sentido más amplio), es cierto que ha dominado y aún domina, tanto en términos literarios como económicos, el paisaje de las letras. Criticarlo y deconstruirlo es legítimo, poner de manifiesto su peso, su arbitrariedad, sus olvidos y borrados es necesario. Una vez hecho esto, se trata de relativizar introduciendo otras obras, otros cánones, otros imaginarios, tradiciones diferentes. Esto significa escribir obras poderosas que muestren algo diferente y no simplemente conformarse con la crítica, por legítima que sea. Crítica y creación.
En La más recóndita memoria... se reflejan también otras tensiones: la relación de las excolonias con Francia y la recepción de los autores africanos. ¿Cómo es su relación con Senegal?
Es mi país. Quiero decir que es el único pasaporte que poseo y que mi imaginario profundo proviene de allí. Estoy muy unido a él y voy a menudo, aunque viva en Francia. Todavía tengo a mi familia y muchos amigos allí. Y mis recuerdos. Y las tumbas de mis ancestros. Y algunos sueños. Es desde allí que viajo por el mundo y por la Biblioteca. Sin embargo, la relación de mis compatriotas con mis libros no es sencilla. Algunos han generado polémicas intensas. El Premio Goncourt fue recibido de manera ambigua. Algunos lo elogiaron; otros lo vieron como una manifestación neocolonial. A veces, hay discusiones apasionadas en torno a mis libros o a mi persona. ¿Soy un escritor importante hoy o un traidor que se exilió y goza del reconocimiento occidental? No lo sé. Todo lo que sé es que es mi país. Siempre intento recordarles a mis compatriotas que soy un escritor y que intento hacer lo que exige la escritura, que debe huir como la peste del consenso fácil y de los clichés en los que la patria es noble y perfecta. El resto, la recepción, es otra historia que tiene poco que ver conmigo.
¿Cómo son sus relaciones con el ambiente literario francés?
Creo que la respuesta a esta pregunta está en mi libro: es una relación a la vez tierna e irónica, de reconocimiento, pero también de burla. Y de autocrítica humorística. Como senegalés, sé de dónde vengo: de un gueto literario. Conozco los problemas de mi situación sociológica y literaria. Quise deshacerme de la dialéctica del centro y la periferia. Seguramente he fallado. Porque no es porque haya llegado este premio que elimina todas estas preguntas. Pero en el fondo, lo que me interesa no es el mundo literario y sus comedias más o menos graciosas, sino la literatura. Los libros para leer, los libros para escribir, la inmensa y luminosa soledad que está entre los dos, en la cual un escritor trata de encontrar fuerzas.
El premio a su novela tuvo resonancia política: usted es el primer escritor senegalés en obtenerlo. ¿Cómo toma este hecho?
Sí, y espero que no sea el último. Otros podrían haberlo tenido antes que yo. Espero que otros lo tengan, y no en un siglo. Estoy feliz de que la Academia Goncourt haya elegido un libro escrito por un africano subsahariano, en un contexto en el que la extrema derecha y el racismo aumentan en Francia y en todo el mundo, donde la inmigración africana a menudo se señala con el dedo, y donde nos replegamos cada vez más en valores nacionales puros asignados a un color de piel. Simbólicamente, otorgar el premio literario francés más prestigioso a un senegalés es un gesto significativo que reconoce que el francés se utiliza en muchos otros países y que estos países, a su manera, renuevan y enriquecen este idioma. Pero antes de ser un gesto político, espero que haya sido un gesto literario.
Mohamed Sarr recuerda una anécdota para finalizar:
-Al día siguiente de la entrega del premio, en el hotel donde intentaba recuperarme de la celebración de la noche anterior, una empleada de limpieza africana (maliense, para ser preciso) me vio en el pasillo. Se acercó y me abrazó, diciendo: “Estamos orgullosos de ti, gracias por darnos una voz, los tiempos son difíciles para los inmigrantes”. Esto lo decía todo. Yo había escrito un libro. El libro había recibido un premio importante. Ella me había visto en la televisión. Se había reconocido. Veía en mí a un hijo y a un aliado en su situación fragilizada por un contexto político endurecido. Comprendo a esta mujer. Su abrazo me conmovió y me reconfortó mucho. No puedo rechazar ser un símbolo, pero nunca debo olvidar que, ante todo, soy un escritor.
ENTREVISTA A MOHAMED MBOUGAR SARR EN "MUNDO NEGRO"
«El objeto de la transgresión nunca es exterior»
Publicado por Javier Fariñas Martín en | diciembre 27, 2022
La conversación con Mohamed Mbougar Sarr (Dakar, 1990) tiene lugar en una sala del Instituto Francés en Madrid. La más recóndita memoria de los hombres, trabajo con el que ganó el Premio Goncourt en 2021, es un libro de búsqueda, la que conduce por infinidad de itinerarios a un escritor africano, T. C. Elimane, aclamado y luego desterrado por robar las palabras escritas por otros.
En la cita de Roberto Bolaño con la que arranca el libro se habla de la distancia que hay entre la obra, el autor, la crítica y el público. ¿A qué distancia se encuentra de esta novela?
Hoy, que ya está publicada, comienzo a sentirme cada vez más alejado, aunque es paradójico, porque ahora que ha sido traducida a otras lenguas soy yo el que la acompaño en ferias del libro en Francia. Pero la acompaño como si fuera una soberana y yo un servidor, un criado… Yo estoy en el séquito que acompaña al libro, pero el libro pertenece más bien a esas otras instancias de las que habla Bolaño: los lectores, la crítica… Por mi parte, empiezo a estar un poco lejos, y lo miro con una mezcla de extrañeza, curiosidad y divertimiento.
Con La más recóndita memoria de los hombres gana el Goncourt, pero tenía obras previas. ¿Siente que esos trabajos son los patitos feos de su trabajo?
Una de las cosas que más me interesan del premio es que permite poner luz sobre mis libros precedentes. Mucha gente pensó que era mi primera novela, pero han descubierto que ya tenía otras tres [Terre ceinte, Silence du chœur y De purs hommes]. Estoy muy contento de que el premio haya llegado después de tres novelas, porque hubiera sido mucho más difícil vivir una historia como esta si hubiera sido el primero. Asumo, evidentemente, mis tres trabajos anteriores, no son textos de los que reniegue. Sin embargo, estimo que esta es mi novela adulta… Quien se interese por esta novela puede ver que en ella están presentes temáticas y motivos que ya aparecen en las anteriores en un estado, tal vez, potencial.
Bolaño, Bolaño, Bolaño… Le preguntamos siempre por el poeta y escritor chileno.
Es muy difícil hablar de Bolaño, sobre todo aquí, en España… Él ha sido extremadamente importante para mí y para esta novela, por supuesto. Ha hecho que fuera capaz de pasar de nivel. Como escritor, le debo el hecho de tener mucha más libertad a la hora de escribir, pero también la idea de que una novela no tiene que ir necesariamente desde un punto ‘a’ hasta un punto ‘b’ de forma lineal, sin estar permitido jugar, perderse, llegar a puntos muertos… Le debo también mucho la libertad en la puesta en escena de la lengua, en una búsqueda… casi sin objetivos, o sin más objetivos que caminar, que buscar. Bolaño me ha liberado en un aspecto particular, el de que la literatura pudiera ser el sujeto de la propia literatura sin separarse de la vida. Una vez que has encontrado un maestro literario, la única cosa que se puede hacer es caminar siguiendo sus pasos y, enseguida, encontrar otro camino.
Dos hombres en la librería Naji Mega Bookstore, la más grande de Argel, la capital argelina. Fotografía: Bilal Bensalem / Getty. En la imagen superior, Mohamed Mbougar Sarr el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Qué otros autores le marcan la senda?
Yambo Ouologuem [escritor maliense fallecido en 2017, autor de Deber de violencia, trabajo que recibió una gran acogida por parte de la crítica y el público, aunque fue acusado posteriormente de plagio], a quien dedico el libro… El senegalés Cheij Hamidou Kane, el marfileño Ahmadou Kourouma, también Léopold Sédar Senghor… Todo esto si hablamos de africanos. Luego, con respecto a autores del resto del mundo, tengo una biblioteca muy diseminada: Mijaíl Bulgákov, Borges… Es muy difícil cuando tengo que citar a los autores que han influido en mí, pero digamos que cuando llego a Europa…
¿Con qué edad?
Con 19 años. Cuando llegué a Europa, durante algunos años leí a autores del mundo entero… Me desplazaba geográficamente de la mano de autores rusos, alemanes, autores de lengua española… En cada zona del mundo hay autores que me han interesado.
Antes hablaba de la libertad, ¿cómo se aprende a la hora de escribir?
Sí, sí, se aprende, pero no es un aprendizaje abstracto o académico… Como lector, cuando encuentras personajes que presentan la experiencia de la libertad, por puro mimetismo. Y cuando eres un lector consecuente, es decir, un lector que cree en la verdad de esa ficción, se plantea la cuestión de si uno mismo comprende lo que significa ser libre. Cuando escribimos, la pregunta sobre la libertad que debemos hacernos es cuál es nuestra aportación a nuestra cultura, a los valores, en ocasiones conservadores, de nuestra cultura, cuál es nuestra aportación al pudor, a la cuestión de la transgresión… Pero no a una transgresión fácil, porque hay transgresiones fáciles, sino una transgresión mucho más profunda, que tenga que ver con uno mismo… Porque la transgresión nunca es exterior, el objeto de la transgresión nunca es exterior, o al menos en un primer momento nunca es exterior. En primer lugar es algo que tiene que ver con uno mismo… Y todo esto lo he ido aprendiendo y probando en la vida a través de la lectura.
¿Cómo es su literatura? ¿Africana? ¿Senegalesa? ¿Literatura a secas?
Es todo eso a la vez: senegalesa, africana, francófona e incluso, aunque la palabra es abstracta, universal. Lo problemático sucede cuando uno se deja encerrar o encasillar desde fuera. Soy consciente de las ambigüedades de un escritor africano hoy en día. Son ambigüedades en primer lugar políticas, puesto que por desgracia una gran parte del mercado literario se juega fuera del continente. Hay grandes escritores africanos, pero las estancias de legitimación, las instituciones que, por ejemplo, dan los premios literarios más importantes a nivel global, están fuera de África. Aunque existe un lectorado africano, la masa de lectores está fuera del continente africano. Los problemas que se plantean a los escritores africanos, vivan en África o en la diáspora, pasan por encontrar una escritura que alcance al máximo de lectores y decidir, por ejemplo, si escribir para los africanos o para público fuera del continente. En el fondo, el problema del autor es encontrar su voz, su voz más individual.
Ngu˜gı˜ wa Thiong’o, uno de los principales defensores del uso de las lenguas africanas en la literatura que se escribe en el continente. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Tiene en esta reflexión alguna influencia la lengua? Autores como Ngu˜gı˜ Wa Thiong’o apuestan por la narrativa en su lengua materna, mientras que otros como Senghor lo hicieron por el idioma de la metrópoli.
Habla de dos autores que parecen muy alejados el uno del otro. Senghor ha escrito en francés, mientras que Wa Thiong’o ha promovido la escritura en su lengua materna, el kikuyu, pero en el fondo ambos buscan lo mismo, es decir, exponer lo mejor posible lo que llevan dentro. La opción de Wa Thiong’o es muy legítima, pero tiene sus límites. Si yo escribiera en serer o en wolof, no sería más leído simplemente por una cuestión elemental de capacidad, de que el público tenga o no la facultad de leer. En Senegal estas lenguas no se enseñan a la mayoría de la población. Es necesario, tal vez, encontrar otro espacio para plantearse la cuestión de a quién te diriges y cómo hacer para que la mayoría de gente nos lea.
La narrativa africana se nutre, en buena medida, de la historia del continente. ¿La literatura se puede convertir en una vía de acceso al pasado de África para los lectores occidentales?
En la novela africana… habría que especificar, porque muchos temas se repiten: la inmigración, la cuestión social, los temas políticos, los niños soldados… Sin embargo, yo creo que es una forma… [se detiene y reinicia el discurso] La dificultad es descubrir otros motivos que puedan formar parte de esa literatura, temas más lúdicos o simplemente existenciales y que den una imagen diferente del continente africano. Creo que también es cuestión de relaciones de las fuerzas políticas, porque muchas de las instancias de legitimación fuera del continente africano, y en particular europeas, prefieren textos que aborden esos temas de los que hablamos y que consiguen reducir el continente a esa imagen. Esto conforma una cierta sociología literaria, se crea una imagen literaria muy peligrosa porque los escritores africanos pueden interiorizarla y pensar que para tener reconocimiento deben escribir sobre esto. Pero eso no es cierto. Es un peligro desde el punto de vista político, aunque estéticamente es también un empobrecimiento muy fuerte.
Habla de autores y de influencia política, pero ¿y los lectores de fuera del continente? ¿Por qué leemos aquí sus obras?
Es una de las cuestiones que atraviesan mis novelas. ¿Cómo se lee, desde Occidente, a los escritores africanos? ¿Cómo los reciben? ¿Con prejuicios? ¿Esperan que satisfagan la expectativa particular del exotismo? ¿Se dan cuenta de que ese exotismo ha sido construido por ellos mismos? ¿Encasillan a los autores y se encasillan a sí mismos? Esto ha prevalecido durante mucho tiempo porque ha habido una historia colonial que sigue teniendo efectos y en la que uno de sus pilares era la construcción de una imagen completamente deformada del continente africano. A menudo, los autores responden a esos tópicos del continente africano.
El periodista Marc Basset dijo que usted escribe sobre escritores africanos perdidos por Europa y enfermos de literatura ¿Puede un literato enfermar de literatura?
Claro que puede estar enfermo de literatura, porque todas las pasiones tienen el riesgo de hacerte enfermar. En la primera parte de mi novela se ve que los jóvenes escritores africanos surgidos de la migración, cuya pasión es la literatura, tienen debates y discusiones donde la literatura es el corazón, el centro en sus círculos de amistad. Pero la literatura para ellos no es solo un objeto abstracto, viven de eso. A partir de la literatura nacen sus amistades o sus relaciones amorosas. Pero, al mismo tiempo, en la literatura plantean cuestiones políticas, de su situación como inmigrantes extranjeros y marginados en el interior de Francia, en París. Por tanto, la novela responde bien a esta descripción de autores africanos enfermos de literatura y, además, hay un trasfondo histórico… La trayectoria del personaje central, T. C. Elimane, sigue más o menos la trayectoria del siglo xx, toca parte de la Primera Guerra Mundial, y atraviesa la Segunda, el colonialismo, la historia poscolonial, las tentativas de construcción de los estados africanos, pero también sudamericanos… Aunque todo esto está en la novela, el hilo central es el amor por la literatura y la tentativa de ver en qué punto la literatura y la vida se juntan y forman la misma energía.
Una de las consecuencias de la colonización fue el robo de obras de arte que ahora, con muchos matices, están empezando a ser restituidas. ¿Cuál es su opinión acerca de este proceso?
Es un proceso muy lento y no pienso que se vaya a producir de forma brusca y que vayan a ser devueltos de golpe todos los objetos robados o recuperados que están custodiados en museos europeos, en Francia en particular. Llevará su tiempo porque, además de que se da cierta resistencia a esta restitución, hay que respetar la legislación. No me importa saber si se trata de una decisión politiquera o si procede realmente de una actitud sincera, lo que me interesa es que los procedimientos se sigan y que los objetos comiencen a regresar. Cuando lees el informe que han redactado Felwine Sarr y Bénédicte Savoy (ver MN 679, pp. 20-25), te das cuenta de que se cumplen todas las condiciones para que las obras de arte sean restituidas. En este contexto, el trabajo de descolonización debe hacerse para, enseguida, permitir la circulación de estas obras, que son patrimonio de toda la humanidad. La idea que subyace detrás de todo esto no es la de apropiarse una obra de arte y decir: «Es mía y no se mueve», sino que se trata de una obra para toda la humanidad. Hoy la situación no es igualitaria, y no lo es porque el desequilibrio entre las partes que ha provocado la dominación o el robo continúa produciéndose hoy.
¿Sigue la actualidad de su país? ¿Cómo ve la deriva del presidente Macky Sall y de su Gobierno?
Tengo la impresión de que en Senegal hay una petición muy fuerte, radical, de justicia social y de libertad. El Gobierno actual no responde siempre a esta demanda, lo que provoca una impaciencia que se manifiesta cada vez más en la juventud. También percibo que hay una mayor vigilancia por parte de la sociedad, la gente está más atenta.
En varios países africanos, Senegal incluido, hay una emergencia de movimientos sociales con un fuerte componente juvenil. ¿Se siente vinculado a ellos de algún modo?
Sí, los considero muy interesantes por una razón muy concreta: lo que han llevado a cabo en tan poco tiempo, y de manera absolutamente espontánea, es la educación política de toda una generación de jóvenes africanos, y hablo de personas más jóvenes que yo. La primera experiencia de una conciencia política revolucionaria, o al menos más exigente con respecto a la democracia, se ha materializado a partir de esos movimientos. Sin embargo, no hay que obviar que esos movimientos son criticables por muchas razones; por ejemplo, cuando se exige la dimisión de un presidente, o se consigue que un presidente deje el poder, se plantea una cuestión: «Y ahora, ¿qué hacer?». Nadie lo sabe muy bien. Pero, bueno, esto vendría después. Antes, con la espontaneidad y la velocidad con que los movimientos se han desarrollado, han conseguido en pocos días lo que todo un país intenta hacer durante décadas, y yo encuentro esto muy interesante hoy.
El movimiento senegalés Y’en a Marre organizó en febrero de 2019 en Dakar un diálogo ciudadano con el candidato a las presidenciales Ousmane Sonko en la Casa de la Cultura Douta Seck. Fotografía: Carmen Abd Ali / Getty
Estos movimientos sociales, con distintas motivaciones y repercusión, han logrado cambios políticos reales en algunos países. ¿Cree que son uno de los referentes globales en la actualidad?
Esos movimientos se podrían estudiar como fenómenos políticos interesantes para la investigación. Pueden ser objeto de estudio, pero lo que es realmente importante es que sean eficaces para la sociedad particular en la que se expresan. Pienso que los movimientos aparecen por esta razón y que, en el fondo, todos los que están más comprometidos, los que resisten y critican, se constituyen para una sociedad particular, y desde el exterior deben venir para estudiar lo que pasa. A menudo, un movimiento que se ha creado en un país concreto por una razón particular no es replicable en otros escenarios. Por ejemplo, cuando el Che Guevara llegó al continente [entre abril y noviembre de 1965 estuvo en Congo –actual RDC– para apoyar al Ejército de Liberación de Congo. Presionado por la Organización para la Unidad Africana, abandonó el país. El propio Che calificó de «fracaso» esta experiencia] se podían establecer muchas correspondencias, pero aquello no fue concluyente, tal vez porque, sencillamente, no era su espacio.
PARA SABER MÁS
Por Alfonso Armada
Aunque mayor según algunos parámetros para este espectro que queremos dibujar de jóvenes creadores africanos, pocas pintoras tan elocuentes, ambiciosas y conmovedoras como la etíope Julie Merethu (Adís Abeba, 1970). Los grandes cuadros con los que plasma capas y estratos de ciudades y seres nos hablan del vigor de un arte –lo comprobamos en el Centro Botín de Santander– que encuentra eco creciente entre coleccionistas, museos y galerías de EE. UU. y Europa. Merethu ha inspirado a muchos a seguir un camino de exigencia que ha logrado el reconocimiento. Figuras como el camerunés Maxime Manga (1999) y su afrofuturismo minimalista [en la imagen, Reina de la tierra, obra del camerunés], o la nigeriana Njideka Akunyili Crosby (Enugu,1983), son dos ejemplos extraordinarios, apenas tres puntas de lanza de un panorama riquísimo, que tiene en el bailarín e intérprete nigeriano Qudus Onikeku (Lagos, 1984) «un artista atípico». Fue uno de los tres invitados en la primera presencia de Nigeria en la Bienal de Venecia, que se hizo realidad en 2017. A estos nombres habría que sumar, en el campo de la fotografía, los de Eric Gyamfi (Ghana, 1990), Kgomotso Neto Tleane, retratista de la Sudáfrica urbana y de la gente común, o el sudanés Abdelaziz Mamoun Hisham, que también se esmera en reflejar la urdimbre urbana de un país que busca denodadamente la senda democrática.
Mientras la mozambiqueña Assa Matusse (Maputo, 1994) y la saharaui Aziza Brahim (Tinduf, 1976) son exponentes de dos estilos y de dos tradiciones musicales en dos extremos del continente, hay que celebrar el talento polifacético del cantante, compositor, actor y novelista sudafricano Nakhane Mahlakahlaka (Alice, 1988) y del también cantante, rapero y escritor Gaël Faye (Buyumbura, 1982, hijo de francés y ruandesa). Faye plasmó en Pequeño país una de las mejores y más conmovedoras novelas escritas sobre el genocidio ruandés de 1994 (ver MN 641, pp. 48-50, y MN 684, pp. 58-59).
Es justamente en el territorio de la literatura donde no dejan de aparecer más y más creadores que ayudan a reconocer la polisemia africana. Esto es apenas un mínimo elenco fruto de un radar que no deja de captar voces valiosas. La sudafricana Kopano Matlwa (Pretoria, 1985), con libros como Nuez de coco (que en la simbología del país se refiere a ser negra por fuera pero blanca por dentro), con un talento tan fino como su oído a la hora de recoger los deseos y frustraciones de quienes llegaron al mundo años después del fin del apartheid (ver MN 669, pp. 52-53). Hay otras mujeres a tener en cuenta y a no dejar de leer, como Nathacha Appanah (Isla Mauricio, 1973), con libros como Trópico de violencia (ver MN 657, pp. 46-48) o El último hermano; o la politóloga y novelista ecuatoguineana Trifonia Melibea Obono (Evinayong, 1982), que ha mostrado su valentía al publicar obras como La bastarda o Herencia de bindendee.
En Guinea Ecutaorial también nació uno de sus escritores más irónicos y originales, Juan Tomás Ávila Laurel (Malabo, 1966), que acaba de publicar Dientes blancos, piel negra (ver MN 685, pp. 52-53), y que en su documental El escritor de un país sin librerías muestra sin ambages lo que es ser un autor en la antigua colonia española. A destacar también el sudanés Abdelaziz Báraka Sakin (Kasala, 1963), con joyas como El Mesías de Darfur (ver MN 672, pp. 48-50, y MN 677, pp. 52-53), o el congoleño Alain Mabanckou (Pointe-Noire, 1966), de quien se acaba de publicar en España Las cigüeñas son inmortales; el periodista angoleño Luis Fernando (Tonessa, 1961), autor de La salud del muerto, o el congoleño Fiston Mwanza Mujila (Lubumbashi, 1982), que compuso la estupenda Tranvía 83. Mucho que leer para vivir más.
“Hombres puros” de Mohamed Mbougar Sarr: un relato desde la marginalidad. Recomendación literaria
23 julio, 2024
Por Andrea Amezcua Espinosa
Hombres puros se inaugura con la frase: “¿Has visto el video que lleva circulando desde hace dos días?” Dicha pregunta está planteada con la curiosidad y comodidad propia del amor y la confianza de una conversación entre dos amantes: un hombre y una mujer, que salen y entran de la ebriedad del placer, recostados en una cama y cobijados por la intimidad de la desnudez. El video en cuestión es el de un hombre homosexual, o más bien su cadáver. El contexto de la novela es Senegal, un lugar con religión islámica y con la prohibición moral de enterrar a seres no puros en un cementerio. La mujer le muestra al protagonista, Ndéne Gueye, quien es profesor de letras, el mencionado material en el cual se aprecia la exhumación del cadáver de un góor-jigéen, un homosexual, al cual una turba decide maltratar y negar el descanso en lo sagrado del cementerio para evitar así la contaminación pecaminosa.
A partir de esa escena, el autor denuncia la dificultad, mezcla de deseo y repudio, de la sociedad senegalesa (y, en todo caso, de cualquier comunidad humana) para tolerar la diferencia, el desacato a la norma y la marginalidad de las subjetividades no deseadas ni deseables. El protagonista responde sin interés a su amante; a él no le importa la suerte del cadáver de un homosexual. Es sólo cuando la mujer, una prostituta que también se mueve en los límites de lo marginal, le recrimina su apatía y falsa intelectualidad, que él reflexiona sobre los hechos. Como resultado de la confrontación, Ndéne se pondrá a investigar: ¿Quién era ese hombre?, ¿de dónde surge el odio de la turba?, ¿es la religión o el dogma la causa de la discriminación? Pareciera que Ndéne Gueye desciende por una espiral de conocimiento y reconocimiento de los aspectos oscuros de Senegal y la religión islámica. Se va acercando a los núcleos más incógnitos de lo humano: el deseo, la identidad y la diferencia.
Desde sus orígenes con Sigmund Freud, el psicoanálisis se ha enfrentado a la sexualidad humana, entendida en su aspecto más amplio como la base de las relaciones, vínculos y afectos humanos. En ese sentido, Freud explica la bisexualidad psíquica, la elección de objeto sexual, la erotización como respuesta al cuidado del que todos somos sujetos en la infancia, así como la manera en que nuestra elección posterior de vínculo está ampliamente influenciada por la renuncia y la posibilidad de unificación. Freud alcanzó a ver en la elección y vivencia de la sexualidad, hetero u homosexual, la más compleja red de identificaciones, fantasías, metas y pulsiones. Más allá de Freud, diversas escuelas contemporáneas se preguntan más ampliamente sobre la motivación que existe detrás de cualquier acto. Es así como la manera en que uno elige vivir puede adquirir muchos formatos, pero guarda siempre las múltiples facetas de lo multívoco; no hay una razón única ni causal. De tal manera, el protagonista de la novela intenta enseñar la poesía de Verlaine a un grupo apático y homófobo, argumentando que el poeta es más que su vida y sus elecciones, más que la suma de sus partes. ¿No es eso la identidad? ¿La exquisita complejidad que guardamos frente a todo lo que hemos amado, odiado y conocido?
Regresando a las sociedades humanas, ¿qué despierta en nosotros el contacto con el otro como un sujeto totalmente independiente a uno? Sobre todo, cuando su sexualidad o formas de subjetivación afectan o confrontan nuestra propia forma de concebir el mundo y su moral. Parece que Sarr quisiera decirle al lector que no son la tradición o la costumbre los aspectos que despiertan el odio, la intolerancia y la marginación, sino la fantasía de que aquel sujeto diferente o diverso es la causa del mal.
Conviene pensar ahora en la irreflexión, la ausencia de juicio crítico, como la base del miedo a lo distinto. Aún más, en la fuente del deseo se juega la posibilidad de amar, desear u odiar y repudiar al mismo objeto. Es con esa ambivalencia con la que Ndéne Gueye recuerda los genitales y el rostro del hombre exhumado. Él se preguntará qué parte de sí se queda fascinado con la violencia y la excitación: el sexo y la muerte, los cuales son grandes temas que también Freud destaca en sus escritos como entrelazados con la angustia, los síntomas, el psiquismo y la neurosis. Naturalmente, como buen musulmán, un hombre puro no puede concederse esos pensamientos, la sociedad reclama de él irreflexión y rigidez. Más aún, sus identificaciones y sentido de identidad se ven confrontados, amenazados por un sentimiento de compasión por el cuerpo maltratado. ¿Se debería rezar por quién no tiene salvación?, ¿es lo marginal un cáncer por extirpar? Las respuestas estarán más en la faceta de la ternura, en el rescate de lo diferente, en entender que, conociendo la historia del otro, sin limitarse a una serie de causas y efectos, condenas y juicios, podremos entender más del otro y del sí mismo. La búsqueda de una verdad no conforme ni uniforme será la gran revelación y posible rescate de un vínculo sincero entre personas.
Mohamed Mbougar Sarr: “Los lectores deberían ir como una flecha sin destino”
El autor francés presenta “La más recóndita memoria de los hombres”, la obra con la que ganó el Premio Goncourt
Víctor Fernández
Creada: 17.09.2022 13:12
Es uno de los nombres de referencia de la literatura francesa contemporánea. Y hay motivo, porque «La más recóndira memoria de los hombres», publicada en nuestros país por Anagrama, fue galardonada en 2021 con el Premio Goncourt. En esta novela de novelas con ecos bolañianos se entrecruzan historias y búsquedas, como la de T. C. Elimane o la de Diégane Latyr Faye. El autor pasó estos días por Barcelona, donde conversó con este diario.
Resulta inevitable preguntarle hasta qué punto le ha cambiado la obtención del Goncourt.
El Goncourt ha cambiado cosas a nivel básico, como es la exposición de mi trabajo. Ahora resulta más visible a una escala mayor, pero no solamente para esta novela, sino también para las anteriores. Desde el punto de vista mediático ha sido extraordinario, pero también te arroja encima una luz cruda y brutal. Yo no estaba preparado para esto porque te provoca que debes opinar de muchos temas, también de otros que no tienen nada que ver con el libro. Es también un cambio económico que permite tener más tranquilidad para los años venideros. Hace tiempo decidí dedicarme únicamente a la escritura. Con el Goncourt me siento menos obligado a publicar con más rapidez. Así puedo dedicarme a proyectos más de fondo, puedo hacer que mi trabajo sea mucho más lento y pausado.
¿Ha escrito ya después de lograr el galardón?
Desde el punto de vista de la escritura no he trabajado en otras cosas. Lo que sí es cierto es que el Goncourt ejerce una presión desde el punto de vista mediático y de lectores. Ya veremos qué pasa. Sí le puedo decir que sin el Goncourt no habría podido llegar a los países a los que me están publicando esta novela.
Su obra se abre con una larga cita de «Los detectives salvajes» de Roberto Bolaño. Leyendo «La más recóndita memoria de los hombres» resulta evidente su huella.
No podría decir qué representa para mí porque suponen muchas cosas. En el caso de este libro ha sido una estrella distante por tomar su título, pero también se fija en el espíritu de la narración. Esta mañana he salido a correr y, de repente, me he encontrado en la calle Tallers de Barcelona. Mi editor me había dicho el día antes que Bolaño vivió aquí. De manera que me pongo a correr, me canso y de repente estoy allí, en esa calle. No creo que fuera una señal, pero sí ha sido una guía para este libro. Bolaño representa una liberación. Al leerlo me di cuenta de una realidad que no podía ver: puedes usar la literatura dentro de la literatura sin que eso tenga que ser algo pesado, árido... La literatura forma parte de la vida, por no decir que es la vida misma.
¿Bolaño le ha cambiado?
Roberto Bolaño me ha cambiado como escritor, pero también como lector, algo que, si cabe, es mucho más difícil. Después de leerlo me convertí en un lector que recibía una energía vital respecto al ritmo, la búsqueda, la invención, aunque eso te lleve a un callejón sin salida. Buscas a veces sin saber lo que buscas. Eso te conduce a la belleza de la literatura. Si hablamos de influencia deberíamos saber qué significa. No se trata de repetir. Ese hecho se convierte en tu punto de partida para tu interpretación personal. Ahora, que es autor de culto, no se hubiera visto como tal. Él acabó con los ídolos como Octavio Paz o Neruda. Es un maestro que te enseña a abandonar a los maestros. Me he sumado a esta familia. Y, por cierto, al pasar por la calle Tallers encontré la placa oscura conmemorativa que lleva su nombre.
Uno de los grandes temas que surgen en «La más recóndita memoria de los hombres» es cómo leemos.
Creo que toda la dificultad de una lectura consiste en que siempre que leemos lo hacemos teniendo en cuenta unas lecturas previas y unos propios prejuicios. Esto es así. No lo digo como crítica. Leemos con ciertas expectativas por lo que nos han dicho del libro, por lo que pone la contraportada... Por eso, creo que lo ideal es poder leer dando respuesta a las expectativas que tenemos sobre ese libro. Deberíamos ser unos lectores ingenuos, aunque no puedes olvidar lecturas previas. Lo ideal sería que al tener un libro entre las manos fuéramos impermeables y tuviéramos nuevas ideas. Jan Starovinski, un historiador de literatura, decía que había que escribir como una flecha sin destino. Creo que el lector debe deshacerse de las distancia, es decir, de esos prejuicios e ir también como una flecha sin destino.
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