lunes, 3 de marzo de 2025

NOS VEMOS EL MIÉRCOLES 12 DE MARZO PARA COMENTAR "QUÉ MATÓ AL JOVEN ABDOULAYE CISSÉ" , NOVELA DE DONATO NDONGO.

 

Nos vemos el miércoles 12 de marzo a las 18:30h para comentar la novela de Donato Ndongo "Qué mató al joven Abdoulaye Cissé".








¿Qué mató al joven Abdoulayé Cissé?

¿Qué mató al joven Abdoulaye Cissé?


Donato Ndongo

Formato: 135×200

Páginas: 448

ISBN: 978-84-15707-95-0

Descripción:

Abdoulaye Cissé es un joven maliense llegado a España por azar, debido a la convulsa crisis que vive su país. Su aspiración es continuar estudiando, pero resulta imposible. Solo, sin recursos ni trabajo, decide volver, al considerar que mejoraron algo las circunstancias personales y político-sociales por las que salió de Bamako. Para ello necesita encontrar cualquier empleo temporal que le permita no regresar de vacío. Mientras camina por el centro de Madrid para acudir a la cita en una agencia de colocación, va reflexionando sobre su vida, su familia, amigos, amores, y cuanto le abocó a encontrarse allí. Ya alcanzado su destino, sufre un colapso y cae fulminado. ¿Qué le mató?

La novela es una propuesta de reflexión sobre algunas de las razones que distorsionan la vida del africano actual. Temas habitualmente ignorados, minimizados o tergiversados en un mundo estereotipado: las realidades sociales, políticas y económicas del África poscolonial, o la interacción entre africanos y europeos. Retrato nítido de la juventud africana actual, Abdoulaye Cissé encarna la frustración de sus aspiraciones a «ser unos humanos más en esta Tierra común».

En esta novela, como en obras anteriores, Donato Ndongo pretende acercar, mediante el conocimiento mutuo, a los respectivos pueblos, razas y culturas. Con su prosa precisa, elegante y diáfana, la novela es un evocador canto al Río Níger, forjador de imperios y civilizaciones que influyeron en la conformación del mundo actual en mucha mayor medida de lo que difunden los libros de Historia y los medios de comunicación.

Periodista e historiador, Donato Ndongo (Niefang, Guinea Ecuatorial, 1950), es considerado uno de los máximos impulsores del africanismo en España. Importante su labor como investigador, promotor y difusor de la literatura guineoecuatoriana, iniciada en 1984 con la publicación de su Antología de la literatura guineana, considerada libro seminal de la literatura africana escrita en español. Fue redactor de la revista Índice y de Diario 16, delegado de la Agencia EFE en África central, director adjunto del Colegio Mayor África (Madrid), del Centro Cultural Hispano-Guineano (Malabo) y director del Centro de Estudios Africanos en la Universidad de Murcia; también fue profesor visitante en la Universidad de Misuri-Columbia (Estados Unidos). Imparte habitualmente conferencias y seminarios en instituciones académicas de África, Europa, Norteamérica y Latinoamérica. Colaborador en diversos medios de comunicación, sus libros más conocidos son las novelas Las tinieblas de tu memoria negra (única finalista del Premio Sésamo en 1984), Los poderes de la tempestad y El Metro, traducidas a varios idiomas y reeditadas por Sequitur; los relatos recogidos en El sueño y otros relatos y el poemario Olvidos. Entre sus ensayos destacan Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial y España en Guinea, construcción del desencuentro.

en LETRAS LIBRES

La gran novela sobre Malí: ¿Qué mató al joven Abdoulaye Cissé?

La nueva novela de Donato Ndongo, el escritor africano más importante en lengua española, narra la historia de un joven cuya trayectoria se trunca por la guerra de Malí.

por

Luis Castellví Laukamp

21 agosto 2023

Donato Ndongo (Niefang, Guinea Ecuatorial, 1950-) es el escritor africano más importante en lengua española. El pasado 15 de mayo publicó ¿Qué mató al joven Abdoulaye Cissé?, su primera novela en dieciséis años. Para los interesados en los vínculos de España con África, o en la literatura poscolonial en español, es un acontecimiento.

El título anticipa el desenlace de la obra, que narra la historia de un joven cuya trayectoria se trunca por la guerra de Malí, comenzada en 2012 y aún en curso. Abdoulaye Cissé sale de la parada de metro Alonso Martínez en la primera página y cae insolado ante una oficina de empleo en la última. Pero lo interesante es lo que ocurre entremedio, en el flujo de su conciencia.

El breve recorrido madrileño es inundado por un torrente de recuerdos, que retrotraen a una vida rica en experiencias, y a la propia historia de Malí, donde transcurre casi toda la novela. Quizás sea este raudal la razón por la cual ¿Qué mató al joven Abdoulaye Cissé? no tiene capítulos. Sus 445 páginas fluyen como una “desbordante cascada”, por usar una expresión de la propia obra. La narración discurre por imbricados meandros entre pasado y presente que se irrigan mutuamente.

Una de las figuras recurrentes es el abuelo Makan Cissé, del que se da cuenta en una digresión sobre los soldados africanos que lucharon por Francia y fueron olvidados. Tras varias campañas militares, Makan es capturado y recluido en un campo de concentración nazi. Pero sobrevive al Holocausto y, tras su liberación, vuelve a Malí. El retorno del patriarca “para sembrar nuevas semillas” ofrece una imagen clave de la novela, pues “nada germinaría de aquella siembra estéril”. La siembra estéril es el título del esperado libro de relatos de Ndongo, del que se ha desgajado esta novela, concebida inicialmente como cuento.

La siembra no da fruto porque la guerra de Malí arrasa con la descendencia Cissé, que ya no podrá beneficiarse del acervo (material, humano, intelectual…) reunido por el abuelo Makan. El pathos de la novela reside en el contraste entre el pasado, que se remite no solo a las hazañas del patriarca sino al ayer imperial de Malí (desfilan monarcas como Soundiata Keita y el Askia Mohammed; o Sonni Alí y Mansa Musa, forjadores de Tombuctú) y el presente, cuando el Estado maliense implosiona tras el ataque conjunto de los secesionistas tuaregs y las milicias yihadistas.

Si bien el conflicto comienza en el norte de Malí, que se declara independiente bajo el nombre de Azawad, la onda expansiva pronto alcanza a la capital. En este sentido, mención aparte merece el atentado en el hotel Radisson Blu de Bamako. Ndongo escenifica el caos resultante del tiroteo de los rehenes, así como el sufrimiento provocado por el fanatismo. Describe a las víctimas como “segundos antes seres pensantes, con familia y amigos, pacíficos ciudadanos empeñados en el cotidiano afán de vivir”. Se siente la repugnancia y el dolor con viveza. Pese a la distancia geográfica, las reflexiones sobre el terrorismo tienen especial resonancia leídas en España.

Ante el dantesco panorama, emocionan las muestras de afecto entre el protagonista y sus seres queridos: la memoria de sus padres y hermanos en Gao, antigua capital del imperio songhai, el paraíso perdido tomado por los rebeldes; la protección de sus paternales tíos en Bamako, donde lo habían enviado a estudiar; las amistades y amores juveniles, en especial con la joven Yélé, quien despierta su compromiso político y le insufla un soplo de esperanza: “Conserva la fe”. Es verosímil la narración del impacto de la guerra, y de cómo la vida se empeña en seguir a pesar de todo.

Ndongo es un escritor comprometido y realista. De ahí la elección del tema y el enfoque. Ahora bien, como novelista no le basta con denunciar una guerra. También quiere crear belleza, y lo logra mediante un lenguaje florido que se eleva desde la primera página. Hay escenas memorables, como cuando la anciana Awa Fatoumata invoca a los espíritus jin del Níger, Río de Ríos, cuya fuerza telúrica alcanza proporciones míticas. O la elegía por la emigración a la que se ven abocados los jóvenes malienses, descrita como una tragedia de proporciones cósmicas: “Así se dispersaba estéril el futuro de Malí, esparcido por los vericuetos infructuosos del Universo”.  O los episodios en que Ndongo cuenta costumbres malienses ajenas a los clichés que traen los soldados españoles, quienes, aunque cumplen su deber con profesionalidad, “venían saturados de prejuicios y se notaba que ni conocían ni comprendían otros modos de vivir”.

Cuando en España estábamos hartos de los cuatro asuntos de siempre (guerra civil, posguerra, dictadura, memoria histórica), el boom y el posboom latinoamericanos nos despertaron de nuestro ensimismamiento. Siendo Guinea un país de millón y medio de habitantes, difícilmente producirá un fenómeno semejante. Pero dada la calidad de su literatura, en la que brillan como soles las cuatro novelas de Ndongo, Guinea no puede seguir siendo invisible. Si bien ¿Qué mató al joven Abdoulaye Cissé? está en diálogo con numerosos autores españoles (Quevedo, Galdós, Lorca, Hernández, Baroja), Ndongo tiene un estilo propio que no se parece a nada escrito previamente en español. Su caso es muy notable, pues ha pasado casi toda su vida adulta exiliado en España, donde sentó las bases de la literatura guineana poscolonial. ¿Y han leído alguna vez una novela sobre Malí? Puede que no exista otra en nuestra lengua. Bienvenida sea.

EN LITERAFRICAS

Donato Ndongo, escribir cuando se desborda el corazón


por sfqu

26 abril, 2017

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Donato Ndongo.

Donato Ndongo

La editorial Verbum publica el poemario ‘Olvidos’ y los cuentos ‘El sueño y otros relatos’

Publicado originalmente en África no es un país.  Bilbao 22 ABR 2017 – 20:15 CEST


Donato Ndongo-Bidyogo tiene un rostro afable y una mirada inteligente. Habla despacio y mesurado, con las ideas bien ordenadas y claras en su mente. Está acostumbrado a escuchar de manera atenta. A veces sonríe, y tras mirar fijo un rato con el ceño en modo reflexión, responde con suavidad: “preferiría no contestar a eso”, dice igual que podría hacerlo el Bartlebly de Herman Meville. Tiene la piel expuesta pero ya curtida por años opinando, escribiendo, hablando, y sus ojos se cierran casi hasta transformarse en dos puntos al argumentar que ya ha hablado de eso en el pasado, y que ahora no lo quiere hacer, esquivando de esta manera aquellas preguntas que considera que ya no debe contestar; como por ejemplo dar su opinión sobre la obra de tal o cual escritor de su país de origen: Guinea Ecuatorial.

Le comento, entonces, la eterna cuestión… si cree que la voz africana está siendo secuestrada por escritores de la diáspora frente a los que escriben en el continente y tienen que luchar para que su obra sea oída y leída. “Por lo que sé, ningún escritor africano ejerce de africano», contesta. «No somos africanistas, sino africanos, vivamos donde vivamos empujados por las circunstancias de nuestras azarosas existencias. Más bien creo que somos voceros autorizados y cualificados para hablar en nombre de todos nuestros compatriotas que sufren en silencio, o porque no pueden expresarse por vivir bajo tiranías, o carecer de la instrucción, proyección u oportunidades que ayudan a crear opinión”.

El Metro-Donato Ndongo

18 junio, 2014

¿Alguna vez te has preguntado qué se esconde detrás de la mirada profunda de ese hombre que te ofrece llaveros, linternas, pañuelos o mecheros a la salida del metro?. Casi seguro que, en algún momento, has pasado delante de las mantas extendidas que tapizan los suelos con objetos accesorios o llamativos y quizás, hasta en alguna ocasión, has preguntado el precio. Sin embargo, me atrevo a afirmar que es probable que no hayas cruzado más palabras con él, ni hayas escuchado cuál ha sido la travesía que le ha llevado a colocarse justo ahí, delante de ese trapo colorido y viejo. El metro nos cuenta la historia de uno de estos vendedores ambulantes; la del camerunés Obama Ondo.

A menudo, parece que la historia de los inmigrantes es siempre la misma. Asistimos, con rabia e impotencia, a veces, y con aburrimiento e indiferencia, otras, a la llegada de africanos que intentan partir del continente. Dentro de nuestro insensibilizado mundo, en el que equivocamos países o conflictos, las imágenes y los estereotipos nos hacen, con frecuencia pensar que «esta historia ya nos la han contado». Y, sin embargo, al leer novelas como ésta apreciamos que cada narración es única, personal e intransferible y que está poblada de múltiples detalles que componen una vida diferente al resto. Hallamos momentos, pensamientos y sentimientos que nos suenan conocidos, pero bajo el prisma y el enfoque de un ser que individualizamos y dotamos de rostro, nunca jamás ya parte de la masa anónima de generalidades, que llega a disminuirles hasta ser un mero número, con la que con frecuencia les identificamos.

El guineoecuatoriano Donato Ndongo decidió emprender la escritura de esta novela para responder a unas preguntas que le inquietaban; ¿por qué estas personas se marchaban de África?, ¿qué les llevaba a arriesgar su vida, a soportar una travesía durísima para alcanzar Europa donde tampoco encontrarán la felicidad?. En un revelador pasaje se afirma al respecto que nadie sabrá nunca el inmenso sufrimiento que padecen estos africanos para llegar a Europa, la minoría, porque la mayoría perece en el intento, en el desierto o en el mar, y nunca se conocen sus historias. Así, el escritor se zambulle en la vida de un camerunés desde su África natal hasta el momento presente en el que sobrevive vendiendo mercancías en el metro madrileño, mediante un texto directo, narrado con fluidez, en el que arroja gran cantidad de reflexiones.

Obama Ondo huye de la miseria y de un régimen político que socava libertades para terminar en un mundo occidental que lo ignora, explota y margina, la situación de injusticia y de explotación que se muestra es tanto interna como externa. En el medio, aparecerá el mosaico de su sociedad de origen, su cultura bajo la influencia de un colonialismo no olvidado, en la que el peso de la tradición se impone al proyecto personal. En El Metro hay también una historia de amor imposible que empuja a los amantes a caminar por el mundo siempre envueltos en tristeza, alejados los caminos para siempre. En El Metro hay mujeres y madres (a pesar de que la novela carece de puntos de vista profundos del lado femenino), obligadas a prostituirse, que son usadas como si solo fueran un pedazo de carne, sin dedicarles una sola mirada de más, una simple caricia. En El metro hay un recorrido horrible, infernal, doloroso hasta el infinito que es el que separa una realidad, del mundo de las esperanzas. En El Metro hay mucha humanidad, una mirada cercana y nunca lo suficientemente narrada hacia ese «otro» que tenemos delante de manera casi cotidiana y al que apenas reconocemos si no es por su tintineo cuando se acerca con su manojo de artículos a la búsqueda de un cliente que le compre algo, lo que sea. En El Metro surge la mirada también del migrante hacia nosotros, cómo nos ve y cómo nos percibe, se refleja el egoísmo de nuestro mundo, nuestra indiferencia y nuestra insolidaridad pero también se individualiza en personas que se muestran generosas y abiertas ante la realidad de Lambert Obama. En El Metro, en definitiva, hay mucha soledad, la del migrante africano en nuestras sociedades y mucho dolor al dejar atrás un mundo que ama y al que no quiere dejar de pertenecer. ¿Alguien a estas alturas piensa que un ser humano puede emprender semejante calvario si no es debido a que huye de algo terrible o de una falta total de futuro?.

Obama Ondo entona el cántico de muchos de sus compatriotas; preferiría no hacerlo, de poder elegir se quedaría, pero sabe que ha de marchar.

Escucho hablar de la «narrativa del inmigrante». Creo que sus historias nunca serán lo bastante contadas, lo bastante oídas, lo bastante escuchadas o lo bastante narradas. El Metro ofrece otra oportunidad, esta vez la de conocer la vida de Obama Ondo. Con nombre y apellido.

Obama Ondo supo que la curiosidad de los blancos es inagotable. Quieren saberlo todo. Quizá por ello progresaban. Y que tampoco era fácil la monótona vida de aquella gente: levantarse siempre al alba, hacer el mismo trayecto cada jornada, asistir a la misma rutinaria faena cinco o seis días a la semana, dejar que el tiempo transcurriese con la sola ilusión de que siempre llegaría el domingo y descansarían un poco, sacarían a la parienta y a los niños de paseo, verían un rato la televisión, tomarían un chatito con los amigos. Toda una vida agobiados, con ese trajin. No era fácil para nadie ganar dinero. Requería abnegación, esfuerzo, organización. Ya nunca más creería que los blancos son  seres privilegiados: su sacrificio les costaba comer cada día, adquirir aquellos pisitos como colmenas, pagar los plazos del coche y de los muebles, vestir, educar a los hijos. (Página 451)

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE DONATO NDONGO

África se aleja de Occidente (III)

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 África se aleja de Occidente (III)

noviembre 15, 2023


Delegación de la FLN - Evian. Imagen: © De Desconocido en Wikimedia Commons


Donato Ndongo

Su Antología de la literatura guineana (1984) es considerada como la obra fundacional de la literatura guineana escrita en español.

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¿HACIA UN CAMBIO DE ALIANZAS?

Cuando, hace año y medio, inicié esta serie de artículos -interrumpida para enfrascarme en mi última novela ¿Qué mató al joven Abdoulaye Cissé?-, Europa todavía respiraba tranquila, pues todo estaba bajo control en su patio trasero y las cosas parecían discurrir con rutinaria normalidad. Habituados a las «excentricidades» africanas, llegaba en sordina algún chirrido desde sectores estridentes que proclamaban su hartazgo de décadas, cuando no de siglos, de insulsa palabrería que apenas aportaba cambios a su vida. Apenas se prestó atención a las claras señales de malestar. Por ello asombra la virulencia de lo acontecido en los últimos meses, que sorprende e inquieta fuera de África, pero dentro satisface porque parece despertar a Occidente de su autocomplaciente hedonismo. Ante su gravedad, arrecian las preguntas recurrentes: «¿Qué pasa en África?» «¿Qué quieren los africanos?». Pero ni son novedad ni veleidades caprichosas los últimos sucesos en diversos países del continente, al norte y al sur del Sáhara. Si acaso, lo sorprendente es que hayan tardado en producirse. Y todo indica que la «fiebre regeneracionista» será tan contagiosa como irreversible. Pueden equipararse las actuales convulsiones con la efervescencia vivida al alzarse victoriosa la causa de la libertad tras la II Guerra Mundial, a la cual África contribuyó de modo destacado con su esfuerzo humano y económico, suministrando material estratégico imprescindible para abastecer las fábricas de pertrechos bélicos y, sobre todo, vertiendo en suelo lejano la sangre de sus jóvenes, aunque el relato posterior minimizase o ignorase su aportación. Si en 1945 se exigía el fin del dominio colonial -cuya teoría y práctica apenas diferían de los modos del totalitarismo fascista derrotado- y por tanto el autogobierno, hoy las prioridades se resumen en las metas aún no logradas: libertad, desarrollo y dignificación. Porque está claro que, tras más de medio siglo de supuestas independencias de soberanía controlada, los mismos retos siguen en pie.


Desde entonces, lustro tras lustro, el africano continúa clamando por el reconocimiento de su condición de ser humano, que sea concebido y tratado como persona por los demás miembros de su especie, en sus países y en todo lugar. En un tiempo en que parece haber alcanzado el género humano su mayor grado de bienestar sobre la Tierra, el africano -y por extensión la raza negra– considera que debe dejar de ser el paria del mundo, merecer el mismo respeto que los demás y gozar de los ingentes recursos que producen sus naciones. Muy adentrado el S. XXI, cuando los más elementales derechos son extendidos a los animales, el africano sigue viviendo peor que las bestias, sigue exigiendo su derecho a la vida y sigue reclamando su libertad, razones suficientes para forzar un cambio en relación con los otros humanos, comprobados el desdén o la indiferencia que suscitaron siglos de abusos. Esa es la razón que subyace bajo los actuales movimientos telúricos, que amenazan con socavar valores que se consideraban arraigados, cuyas consecuencias podrían alterar de modo sustancial la interacción establecida desde hace un milenio entre africanos y europeos. De ahí, la actual zozobra. Sin embargo, como suele ser en los albores de todo cambio social determinante, podría parecer ahora que las posturas maximalistas, mucho más vocingleras, imponen su sello; pero el triunfo o fracaso del radicalismo estridente dependerá de la manera de abordar los desafíos. Asistimos hoy a la fase inicial en que todo puede ser «replanteado», reconocía semanas atrás Gilles Kepel en el semanario L’Express. Aunque este reconocido experto en la relación entre Francia y los países árabes se refería al actual y virulento desencuentro franco-argelino, puede extenderse la reflexión al conjunto de los vínculos entre africanos y europeos.


En efecto, Argelia agudizó en septiembre pasado su táctica de arrinconamiento del francés para anteponer el inglés. La decisión adoptada por el Frente de Liberación Nacional (FLN), muñidor de toda acción política desde la independencia, no puede causar perplejidad al observador atento; sabido es que, pese a una relación de 132 años compartiendo lazos históricos, económicos y culturales estrechos –Albert Camus, premio Nobel de Literatura, nació y creció en Dréan, como otros iconos de la intelectualidad gala-, los resentimientos no cesaron con los Acuerdos de Evian, que pusieron fin a la crudelísima guerra anticolonial librada entre 1954 y 1962. Un síntoma más del paulatino y traumático retroceso de la influencia de París en África, continente sobre el que, desde la Conferencia de Berlín de 1885, ejerce un férreo tutelaje colonial, poscolonial y, para muchos, franceses incluidos, neocolonial. Esa pérdida de ascendencia tiene sus causas: como el resto de los antiguos imperios coloniales, Francia parece incapaz de asumir su propia historia, plagada de sórdidos y tenebrosos episodios, nada alejados de la barbarie conocida en Europa bajo la dominación nazi. Y los pueblos colonizados, carentes de medios propios que equilibren el falaz relato esparcido por el colonialismo, se niegan a seguir manteniendo con su silencio la vigencia de falsedades humillantes. Se necesitan textos consensuados, aceptables para todos, que expliquen con honestidad y objetividad cuanto atañe a la interacción afroeuropea desde el S. XVI, que expongan la realidad de los hechos y cada parte asuma su responsabilidad. Sería un buen comienzo para una nueva etapa, destinado a serenar los ánimos; al tiempo, un principio de reparación del daño causado, otra de las reivindicaciones africanas ignoradas. Sin acciones como estas, es fácil ver que las grietas que se abren serán un foso cada vez más profundo.


Se podrá indagar más sobre ello con el tiempo, pero, con los datos disponibles, parece errónea la insistencia de observadores y analistas europeos -propia del cortoplacismo instalado en su sociedad– en atribuir la actual efervescencia africana a un giro copernicano en busca de nuevas alianzas que debiliten la influencia occidental, socavando la «estabilidad» de «países frágiles», baluartes de su frontera sur. Aunque la guerra del presidente ruso, Vladimir Putin, en Ucrania y otros episodios pudiesen alimentar tal percepción, puede considerarse mera especulación o quizá parte de los bulos destinados a la desinformación en esta renovada «Guerra Fría». Varias razones aconsejan mayor comedimiento: primera, que campañas de desprestigio similares se produjeron a finales de los años 50 y primeros 60, en lo álgido de las luchas por la independencia; líderes políticos y sociales que únicamente perseguían la liberación de sus países fueron tildados de «comunistas» sin serlo; alguno fue eliminado en base a esa artera premisa, como los cameruneses Félix Moumié y Rubén Um Nyobé; otros derrocados y asesinados, Patrice Lumumba (R. D. de Congo) y Sylvanus Olympio (Togo), verbigracia; Kwame Nkrumah (Ghana) o Modibo Keita (Mali) serían violentamente apartados del poder y perderían la vida de modo ignominioso: cabezas emblemáticas de un elenco demasiado amplio. Y creemos que se debe evitar repetir tamaño error, que echó de bruces a no pocos al bloque oriental y, para desgracia de sus pueblos, tuvieron que «tropicalizar» el marxismo a marchas forzadas sin haber leído nunca a Karl Marx. Segunda: por mucho que pueda disfrazar su ideología, el discurso conocido de las jerarquías emergentes, y el debate público que suscita entre los ciudadanos, no permite sacar tal conclusión; responde más bien a una toma de conciencia del papel de sus naciones y de su continente en el mundo actual: la necesaria asunción de una soberanía real que anule la continua y deshonrosa injerencia extranjera para ocupar el lugar que creen debe tener África en la escena internacional. Tercera: cuanto se percibe como «sentimiento antifrancés», «antioccidental» e incluso «antiblanco» es, en realidad, un rechazo de la humillante dependencia y demás oprobiosas vejaciones infligidas a los africanos desde el S. XVI hasta ahora mismo. En definitiva: se quiere afirmar la propia mayoría de edad, que los africanos dejen de ser tratados como eternos niños míseros y desvalidos. ¿Qué se espera que sientan sus moradores al norte y al sur del Sáhara ante los cadáveres que arroja el Mediterráneo a las playas o cuando sus parientes regresan «devueltos en caliente» sin haber cometido más «delito» que intentar buscar una vida mejor? Si Francia está en el epicentro de la crisis, se debe exclusivamente a su papel como «centinela visible de Occidente» en África, sin olvidar otros cometidos desempeñados en esta historia de marrullerías seculares.


Artículo redactado por Donato Ndongo-Bidyogo

EN EL PAIS

José Naranjo

Puerto de la Cruz (Tenerife) - 03 NOV 2024 - 05:30 CET

Donato Ndongo-Bidyogo (Guinea Ecuatorial, 1950) es uno de los escritores africanos de referencia en lengua española, autor de infinidad de artículos, conferencias y relatos así como de cuatro novelas. Como periodista, fue delegado de la Agencia Efe en África central durante una década y ha sido colaborador de numerosos medios. Asimismo, ha desplegado una intensa actividad académica en diversas universidades y centros de investigación. En 2005 fue nombrado profesor visitante en la Universidad de Misuri, puesto que ocupó durante cinco años.

Su último libro, ¿Qué mató al joven Abdoulaye Cissé?, publicado por Sequitur en 2023, aborda la historia pero también el presente de Malí, un país que le fascina. A mediados de octubre recibió el Premio Periplo por toda su trayectoria en el festival de literatura de viajes del mismo nombre que organiza el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz, en Tenerife.

Pregunta. Su última novela, pero también buena parte de su obra, gira en torno a la emigración, el desarraigo y las relaciones entre africanos y europeos a través de personajes que no acaban de encontrar su lugar en el mundo. Usted, que llegó a España siendo un niño, lo ha vivido en primera persona, ¿qué opina del debate actual y la gestión del hecho migratorio en Europa?

Respuesta. Europa, que invadió el mundo entero, destruyó culturas y asesinó a millones de pobladores autóctonos, está ahora asustada porque estemos aquí cuatro gatos. Lo que se consiguió con la victoria de la libertad sobre el totalitarismo en 1945 ha pasado al olvido. Los europeos vuelven a sus orígenes, al imperialismo, a creerse el centro del mundo, al desprecio de todo lo que no sea blanco, europeo. Y eso es terrible, porque conocemos las consecuencias: Hitler, el genocidio, la II Guerra Mundial.

No estoy en España porque me guste la paella, sino porque no puedo vivir en mi país

P. Este es un mundo cada vez más conectado, globalizado, en el que se presupone al género humano una cierta inteligencia colectiva para entender que la emigración ha sido positiva a lo largo de la historia y ha alumbrado grandes países como Estados Unidos. Y, sin embargo, Europa parece empeñada en blindarse frente a la inmigración, ¿a qué cree que se debe?

R. Europa percibe que están surgiendo otros posibles centros, como China o Rusia, y esto le genera inquietudes. El continente entero necesita una catarsis. Claro que hay un enorme desarrollo tecnológico, pero la mentalidad sigue siendo la misma. De hecho, ha ido a peor con el abandono de la enseñanza de la filosofía o las humanidades, que han ido decayendo en el currículo escolar. Por último, están los nativos, los salvajes, que hemos crecido, ya no somos negritos, ya pensamos, algunos incluso tenemos títulos universitarios. Esto está pasando en África, por ejemplo, donde nos negamos a seguir siendo los esclavos del mundo.

P. El racismo, que de manera transversal está muy presente en su obra, ¿procede de ese miedo a perder la hegemonía?

R. Claramente. Los europeos tienen miedo. Los golpes de Estado en el Sahel, por ejemplo, aterran a Europa. ¿Por qué? En África, desde 1960, hubo incontables golpes de Estado y nunca asustaron a nadie. Se organizaban en París para matar a Lumumba o a Sankara, para controlar a los africanos. Pero ya no, ahora se organizan en Niamey o Bamako, surgen desde África para regenerar las propias sociedades africanas y eso inevitablemente conlleva cambios en la relación con Europa. El miedo de los europeos les lleva a tomar decisiones absurdas: sube la extrema derecha en Austria, Holanda, Alemania y otros países. Se recorta el derecho de asilo, las libertades en general, algo que afecta a todos. Ahora ir de un punto a otro, incluso dentro de Europa, lleva un montón de papeleo, controles, etcétera. Pero resulta que aquellos que se perciben como inferiores también piensan y sienten. Y hoy reaccionan contra esa opresión que dura al menos cinco siglos.

En África nos negamos a seguir siendo los esclavos del mundo

P. Su planteamiento, entonces, es el de una continuidad desde la esclavitud hasta ahora, pasando por el colonialismo, sin que haya habido una ruptura profunda.

R. Efectivamente, de eso estoy hablando. Los papas ya decían que los negros no tenían alma. Ahora mucha gente ya no se atreve a decirlo públicamente porque es delito de odio, porque teme ir a la cárcel. Pero en la vida cotidiana sigue siendo así, porque los negros que vivimos en Europa lo notamos a diario. Y una consecuencia directa de ese miedo del norte es esta victoria de los populismos que ofrecen una falsa sensación de seguridad, como en Estados Unidos, o el ascenso de la extrema derecha, evidente en países incluso como España. Valores que se adoptaron tras la II Guerra Mundial y que pensábamos consolidados, resulta que no lo están. En cuanto se produce la más mínima crisis, los primeros que pagan son los pueblos no europeos, como pasó con la pandemia.

Europa, que invadió el mundo entero, destruyó culturas y asesinó a millones de pobladores autóctonos, está ahora asustada porque estemos aquí cuatro gatos

P. Su opinión de que los golpes de Estado en países como Malí, Burkina Faso o Níger suponen una regeneración no es compartida por muchos africanos, que perciben que se trata más bien de militares liberticidas que quieren permanecer en el poder a toda costa. ¿Qué opina?

R. Estos golpes son una reacción en contra de la opresión colonial, del desprecio hacia África. A pesar de las independencias, no hemos tenido una presencia internacional adecuada. Las independencias por las que lucharon nuestros padres y abuelos tenían como objetivo fundamental la libertad y el desarrollo económico que no teníamos bajo el colonialismo, pero también la dignificación del negro. Y si, tras más de 60 años, esos tres objetivos no se han conseguido es normal que la gente se rebele. Durante todo este tiempo, pusieron a controlar a tiranos, a los capataces de las fincas a los que llamaron presidentes. Los africanos llevamos demasiado tiempo poniendo los muertos. Ante la inacción o la pasividad o el desprecio de los europeos occidentales, llegan potencias como China o Rusia para aprovechar ese hueco y encandilar a las nuevas autoridades, lo que no es lo mejor, pero es un fenómeno a seguir.

P. En su última obra aborda también la espinosa cuestión del auge del yihadismo desde una perspectiva política, como una respuesta frente a la pobreza y el abandono.

R. Estamos ante una consecuencia de las injusticias, de la dejadez, del desprecio que sufren muchos pueblos africanos. Hemos hablado de la emergencia de nuevas potencias o centros y los países árabes no son uno menor. Tienen una enorme presencia en África a través de la banca islámica, pero también influyen en la ideología, en la religión y en los modos de vida. Son formas de penetración. Vienen los yihadistas, te ponen un fusil en la mano y te dicen “Vamos a luchar contra el imperialismo”. Y muchos van. Esto se venía gestando desde hace tiempo.

Las independencias por las que lucharon nuestros padres y abuelos tenían como objetivo fundamental la libertad y el desarrollo económico que no teníamos bajo el colonialismo, pero también la dignificación del negro

P. ¿Cree que ha fracasado la democracia en África?

R. Es que nada se puede imponer, ni siquiera la democracia. En las sociedades precoloniales africanas teníamos nuestros propios modelos de organización, no sé si es bueno o malo resucitarlos, pero no es bueno que nadie venga de fuera a imponerte sus ideas en tu propia casa. Nosotros mismos veremos cómo adaptar nuestras costumbres, tradiciones o idiosincrasia a las tecnologías actuales. Eso tiene que salir de las propias sociedades, nada se puede imponer desde fuera, sea la democracia, el fascismo, la religión católica o el islamismo.

P. Cuando habla de tiranía y fracaso de la democracia, imagino que Guinea Ecuatorial está muy presente.

R. ¿Cómo no? Llevo 60 años exiliado y lo he dicho siempre: no estoy en España porque me guste la paella, sino porque no puedo vivir en mi país. ¿Y quién me lo impide? Teodoro Obiang. Bien. ¿Y quién puso a Obiang ahí? ¿Y quién lo mantiene? Pues los españoles, entre otros.

P. Sorprende cómo está siendo borrado de nuestra memoria el hecho colonial en África. Muchos españoles desconocen que también fuimos colonos en el continente y que llevamos a cabo prácticas aberrantes.

R. Porque algunos, en nombre de los intereses de España, quieren que sea así. Antes era Carrero Blanco quien ocultaba la realidad, pero ya no hay un Carrero Blanco, hay 40. Ya no hace falta un decreto que prohíba oficialmente hablar de Guinea Ecuatorial, ahora lo consiguen otras personas con tanto o más poder que él. Este tema no se toca, esa es la consigna para muchos medios de comunicación. Y lo sé perfectamente porque lo he vivido en mi propia carne.

Cuando llegué a España en 1965, los negros éramos una curiosidad. Había gente que se acercaba a mi a ver si manchaba

P. Lleva 60 años en España, pero hay un montón de circunstancias que hacen que no acabe de sentir este país como su hogar?¿Sueña con la idea de volver?

R. Queremos libertad y desarrollo para Guinea Ecuatorial. Si mañana se dieran esas condiciones, volvería sin pensarlo. Quisiera que me entierren junto a mis padres, no que me quemen aquí en un crematorio. Pude haberme quedado en Estados Unidos, pero no me pareció buena idea. En España estoy más cerca, en un ambiente más propio, más mío. Ser un exiliado marca mucho, pero también soy un africano que vive en España, un país que ha vivido un cambio de rostro a una velocidad tremenda.

P. Sin embargo le escucho decir a menudo que no hemos avanzado demasiado en lo que respecta a la consideración que tenemos hacia quienes consideramos emigrantes.

R. Cuando llegué a España en 1965, los negros éramos una curiosidad. Entonces yo tenía 14 años, y había gente que se acercaba a mí a ver si manchaba, me tocaban y me decían que nunca habían visto a un negro. Ahora estamos en cualquier esquina, en el metro, por todas partes. Pero eso no ha ayudado a cambiar la mentalidad. Al revés. Siempre he escuchado decir que España no era un país racista porque no se cuelga a los negros como en Alabama. Pero, ¿cómo se iba a ser un país racista si no había negros? Así es muy fácil. Pero, claro, ahora la cosa cambia.

P. ¿Son ciertos cánticos en los campos de fútbol españoles síntomas de ese racismo?

R. Bueno, no soy futbolero, pero lo que pasa en los campos de fútbol no son síntomas, son manifestaciones de un problema. La propia sociedad española admite que su primera preocupación es la inmigración. Otro ejemplo, toda esta problemática con los menores africanos en Canarias. Cuando empezó la guerra de Ucrania salían autobuses de Sevilla o de Málaga o de donde fuera a buscar niños y mujeres ucranianas. Pero con los niños africanos que llegan a Canarias no queremos ni oir hablar de que vayan a la Península. ¿De qué estamos hablando? ¿Soy yo el que lo dice o es la propia sociedad española la que lo manifiesta?

P. Como periodista y escritor ha publicado decenas de artículos, relatos, cuentos y conferencias, así como cuatro novelas. Ha sido propuesto al Premio Princesa de Asturias y su obra se estudia en universidades estadounidenses. Sin embargo, siente que en España no ha recibido un reconocimiento similar. ¿Cree que obedece a que es un autor incómodo, sin pelos en la lengua?

R. Bueno, yo me limito a describir la realidad. Es lo que hace cualquier escritor creíble. No se entendería la Revolución Rusa sin leer a Dostoievski. Y no estaba ahí, pero si lees a Dostoievski entiendes perfectamente que décadas más tarde estallase esa revolución. Es lo que hizo Víctor Hugo, lo que han hecho Stendhal o Dickens o Steinbeck. Yo intento dar testimonio de mi tiempo. Si por eso alguien piensa que soy su enemigo, allá ellos. Yo no soy enemigo de nadie, ni escribo contra nadie. Pero esa percepción suya evidentemente me afecta. Me niegan el pan y la sal, eso está claro.



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